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Cinco Pasos Fáciles

por Sinclair Ferguson

A principios de esta semana hablé con un amigo cercano que recientemente había
atravesado un periodo lleno de decepciones personales, desalientos, injusticias e incluso
falsos rumores acerca de su carácter y su servicio cristiano. Su respuesta me conmovió y
me impresionó. “Mi gran consuelo es simplemente este”, dijo, “gran ganancia es la piedad
acompañada de contentamiento” (1 Tim. 6:6).”
Esta reacción ante la adversidad (que es el contexto en que el contentamiento cristiano es
probado y también es manifestado) nunca es el resultado de una decisión momentánea de
la voluntad, tampoco se produce simplemente por tener un plan de manejo del tiempo y
de la vida bien ordenado y bien pensado para protegernos contra los giros de la divina
providencia. Significa estar contento con la voluntad del Señor en cada aspecto de Su
providencia. Es, por tanto, una cuestión de lo que somos, de nuestro mismo ser; y no
puede ser logrado simplemente por más hacer.
Ser y Hacer
El contentamiento es una gracia poco valorada. Al igual que en el siglo diecisiete cuando
Jeremiah Burroughs escribió su gran obra sobre este tema, hoy en día sigue siendo “Una
Joya Rara”. Si se la pudiera producir por medios predeterminados (“Cinco pasos para
lograr el contentamiento en un mes”), sería muy común. Sin embargo, los cristianos
debemos descubrir el contentamiento a la manera antigua: debemos aprenderlo.
Por lo tanto, no podemos “hacer” el contentamiento. Este es enseñado por Dios; nosotros
somos instruidos en el. Este es parte del proceso de transformación por medio de la
renovación de nuestras mentes (Rom. 12:1–2). Este nos es encomendado, pero
paradójicamente, es hecho a nosotros, y no por nosotros. No es el resultado de una serie
de acciones, sino de un carácter renovado y transformado. Solo buenos árboles dan
buenos frutos.

Pocos principios parecen ser más difíciles de comprender para los cristianos de hoy.
Direcciones claras para la vida cristiana son esenciales para nosotros. Pero
lamentablemente, mucha de la enseñanza altamente programática actual pone tanta
importancia en el hacer y lograr externamente, que se menosprecia el desarrollo del
carácter. Los cristianos en los Estados Unidos especialmente deben reconocer que viven
en la sociedad más pragmática del mundo (si alguien puede “hacerlo”, nosotros
podemos). Es doloroso para el orgullo descubrir que la vida cristiana no se basa en lo que
podemos hacer, sino en lo que necesitamos que nos sea hecho.
Hace algunos años tuve un encuentro algo doloroso con la mentalidad del “dinos qué
hacer y lo haremos”. A la mitad de la conferencia de estudiantes cristianos, fui llamado a
una reunión con una delegación de miembros del personal que sintió que era su deber
confrontarme por la insuficiencia de mis dos exposiciones sobre las Escrituras. El tema
era Conociendo a Cristo. “Usted nos ha hablado durante dos horas”, se quejaron, “y
todavía no nos ha dicho una sola cosa que podamos hacer.” La impaciencia por hacer
escondía impaciencia al principio apostólico que es solo en conocer a Cristo que nosotros
podemos hacer todas las cosas (cf. Fil. 3:10; 4:13).
¿Cómo se aplica esto al contentamiento, el tema principal de este mes en Tabletalk
(“Conversaciones de Sobremesa”)?
El contentamiento cristiano significa que mi satisfacción es independiente de mis
circunstancias. Cuando Pablo habla sobre su propio contentamiento en Filipenses 4:11,
él usa un término común entre las escuelas antiguas de filosofía Griega de los Estoicos y
los Cínicos. En su vocabulario, contentamiento significaba autosuficiencia, en el sentido
de independencia de las circunstancias cambiantes.
Pero para Pablo, el contentamiento se basa, no en autosuficiencia, sino en la suficiencia
de Cristo (Fil. 4:13). Pablo dijo que lo podía todo—tanto ser rebajado como ser
prosperado—en Cristo. No pases por alto esta última frase. Es precisamente esta unión
con Cristo y el descubrir Su capacidad la que no podemos activar con una decisión del
momento. Es el fruto de una relación continua, íntima, profundamente desarrollada con
Él.
Usando los términos de Pablo, el contentamiento es algo que debemos aprender. Y este
es el meollo del asunto: ¿cómo aprendemos a estar contentos? Debemos inscribirnos en
la escuela divina, en la que somos instruidos mediante la enseñanza bíblica y experiencia
providencial.
Un buen ejemplo de las lecciones de esta escuela se encuentra en el Salmo 131.
Un Ejemplo Bíblico
En el Salmo 131, el Rey David nos da una vívida descripción de lo que significa para él
aprender sobre el contentamiento. Relata su experiencia en los términos de un niño que
está siendo destetado y comenzando a ingerir comida sólida: “Sino que he calmado y
acallado mi alma; como niño destetado en el regazo de su madre, como niño destetado
reposa en mí mi alma. (Salmos 131:2).
Imagínate la escena y escucha los sonidos. Será más vivido si recuerdas que en los
tiempos del Antiguo Testamento ¡el destete no se daba sino hasta que el niño cumplía tres
o cuatro años! Es bastante difícil para una madre sobrellevar el llanto de frustración de
un niño, su rechazo hacia la comida sólida, y la lucha de voluntades durante el proceso
de destete. ¡Imagínate luchando con un niño de cuatro años! Así fue la lucha que David
tuvo antes de aprender lo que era el contentamiento.
Dos Grandes Problemas
¿Pero de qué se trataba esta lucha? Nuevamente David nos ayuda, sugiriendo los dos
grandes asuntos que debían ser calmados en su vida.
“Señor, mi corazón no es soberbio, ni mis ojos altivos (Salmos 131:1). Él no quiere decir
que la ambición en sí es necesariamente mala. Después de todo, él mismo había sido
separado para el trono (1 Sam. 16:12–13), pero tenía una mayor ambición: confiar en la
sabia provisión, lugar, y tiempo de Dios.
Recuerda las ocasiones en que pudo haber tomado la posición y poder, por medios que
habrían comprometido su compromiso con el Señor. Primero, Saúl llegó a la misma cueva
en donde David y sus hombres se estaban escondiendo (1 Sam. 24:6). Después, David y
Abisai se acercaron sigilosamente a la tienda de Saúl y lo encontraron dormido (1 Sam.
26:9–11). Pero mientras esto sucedía, él se sentía contento viviendo de acuerdo con la
palabra de Dios, y esperando pacientemente el tiempo de Dios.
El contentamiento cristiano es, entonces, el fruto de no tener una ambición más grande
que pertenecer al Señor y estar totalmente a su disposición, en el lugar que Él indique, en
el momento que Él escoja, con la provisión que Él quiera hacer.
Fue entonces, con sabiduría madura, que el joven Robert Murray M‘Cheyne escribió,
“Siempre ha sido mi ambición no tener planes para mi mismo”. “¡Qué inusual!” decimos.
Si, pero lo que la gente notó en M‘Cheyne es que lo inusual no fue lo que él hizo o dijo-
sino lo que él era y su manera de serlo. Eso, en cambio, es el resultado de estar contento
con una ambición motivadora: “quiero conocer a Cristo” (Fil. 3:10). No es accidente que,
cuando hacemos de Cristo nuestra ambición, descubrir que Él se vuelve suficiente para
nosotros y aprendemos a estar satisfechos en toda y cada una de las circunstancias.
“No ando tras las grandezas, ni en cosas demasiado difíciles para mí;”. (Salmos 131:1).
El contentamiento es el fruto de una mente que comprende sus limitaciones.
David no se permitió estar preocupado por lo que a Dios no le había placido darle,
tampoco permitió que su mente se concentre en las cosas que Dios no quería explicarle.
Tales preocupaciones sofocan el contentamiento. Si insisto en saber exactamente lo que
Dios está haciendo en mis circunstancias y lo que Él planea hacer con mi futuro, si yo
exijo comprender cuáles fueron Sus caminos para mí en el pasado, nunca podré estar
contento, completamente, hasta que yo mismo me haya vuelto igual a Dios. Cuán lentos
somos para reconocer en estas sutiles tentaciones mentales los ecos de la serpiente del
Edén susurrando, “Expresa tu descontento con los caminos de Dios, con las palabras de
Dios, con la provisión de Dios.”
En nuestra tradición Agustina frecuentemente se ha dicho que el pecado original fue la
superbia, el orgullo. Pero era más complejo que eso; incluía descontento. Cuando vemos
las cosas a esa luz, reconocemos qué cosa tan impía un es espíritu descontento.

Mantén estos dos principios en mente y no serás atrapado tan fácilmente por este remolino
mundano del descontento. Vuelve a la escuela en la que progresaras en el camino de ser
cristiano. Estudia tus lecciones, resuelve el tema de la ambición, haz a Cristo tu
preocupación, y aprenderás a gozar los privilegios de estar realmente contento.

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