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Es obvio que ese anti-concepto es producto del misticismo, no una abstracción derivada
de la realidad. En la teoría mística de la ética, “deber” se refiere a la noción de que el
hombre debe obedecer los dictados de una autoridad sobrenatural. A pesar de que el
anti-concepto se ha secularizado, y que la autoridad de la voluntad de Dios se atribuye
hoy a entidades terrenales como padres de familia, país, Estado, humanidad, etc., su
supuesta supremacía sigue descansando en un edicto místico. ¿Quién demonios puede
tener el derecho a exigir ese tipo de sumisión u obediencia? Esa es la forma correcta de
hacer la pregunta (y a quién), porque nada ni nadie puede tener tal derecho o exigencia
aquí en la Tierra.
El archi-defensor del “deber” es Immanuel Kant; él fue mucho más allá que otros
teóricos, tan lejos que éstos parecen inocentemente benevolentes en comparación. El
“deber”, Kant afirma, es la única norma de virtud, pero la virtud no es su propia
recompensa: si hay una recompensa de por medio, deja de ser virtud. La única
motivación moral, afirma, es la dedicación al deber por el propio deber; sólo una acción
motivada exclusivamente por esa dedicación es una acción moral. . . .
El “deber” destruye los valores: exige que uno traicione o sacrifique sus valores más
altos en aras de un mandato inexplicable, y convierte a los valores en una amenaza
para el valor moral de uno, puesto que la experiencia del placer o del deseo pone en
duda la pureza moral de los propios, motivos.
El “deber” destruye el amor: ¿quién podría querer ser amado, no por “inclinación”, sino
por, deber”?
El “deber” destruye la autoestima: no permite que haya un “yo” que pueda ser estimado.
En una teoría deontológica, todos los deseos personales son desterrados del reino de
la moralidad; un deseo personal no tiene ningún significado moral, sea el deseo de crear
o el deseo de matar. Por ejemplo, si un hombre no está sustentando su vida por deber,
tal moralidad no distingue en absoluto entre sustentarla con un trabajo honesto, o
robando. Si un hombre quiere ser honesto, no merece ningún crédito moral; como diría
Kant, esa honestidad es “loable”, pero no tiene “relevancia moral”. Sólo un malvado
represor, alguien que siente un profundo deseo de mentir, de engañar y robar, pero que
se obliga a actuar con honestidad en aras del “deber”, él es quien recibirá un
reconocimiento de su valor moral por parte de Kant y sus secuaces.
En la realidad y en la ética Objetivista, no existe tal cosa como “deber”. Sólo existe la
elección, y el reconocimiento claro y total del principio encubierto por la noción de
“deber”: La ley de causalidad. . . .
Para tomar las decisiones necesarias para lograr sus objetivos, un hombre necesita la
consciencia constante y automatizada del principio que el anti-concepto “deber”
prácticamente ha borrado de su mente: el principio de causalidad; específicamente, el
principio aristotélico de causa final (que, de hecho, sólo se aplica a un ser consciente),
es decir: el proceso por el cual un fin determina los medios; es decir: el proceso de elegir
un objetivo y tomar las medidas necesarias.
Por ejemplo caminar desnuda por la plaza me la prohíbe es una norma que pertenece
al terreno de lo moral. Pero la moral solo me dice que está mal, no me explica por qué ,
entonces es ahí donde entra la ética que se encarga de responder esa pregunta y
explicar las razones de fondo. Es decir, la moral me dice, que debí y que no debo hacer
cuando mi interés es mantener la convivencia, y la ética me explica por qué debo de
obedecer a lo que me dice la moral.
El conclusión, el deber es un conjunto de normas que adoptamos entre todos y todas
sin escribirlas en ninguna parte y que nos indican lo que se cree correcto o incorrecto, y
la ética explica de donde nacen las normas y cuáles son sus propósitos.
https://objetivismo.org/responsabilidad-y-obligacion/
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2240363
https://www.iberley.es/temas/cumplimiento-deber-ejercicio-derecho-causa-justificacion-
delitos-48331