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Quimantu

El 12 de febrero de 1971, el presidente Salvador Allende firmó el acta de compra y traspaso de la ex


editorial Zig Zag; destinó esa propiedad, maquinarias y talleres a la Editorial Estatal Quimantú cuyo
significado en mapuzungún es Sol de sabiduría.

Se produjo entonces el fenómeno editorial más importante de la historia chilena; colecciones de


pequeños libros a bajo precio, satisficieron de inmediato la sed de lectura de todo un pueblo. |

A la producción literaria superior al medio millón de ejemplares mensuales, se sumaban los libros
políticos y reediciones que llegaban a los ochocientos mil libros al mes. Surgieron las
colecciones “Quimantú para todos”, con dos títulos quincenales y un tiraje cercano a cincuenta mil
ejemplares; “Nosotros los chilenos”, también quincenal; “Camino Abierto” y “Cuadernos de
Educación Popular”, dirigidos por Marta Harnecker.

Al año siguiente, se añadieron las colecciones “Minilibros”, que publicaba cuatro títulos al mes:
novelas cortas o relatos de la literatura universal, y que en su año de existencia alcanzó a publicar
cincuenta y cinco títulos con un tiraje de tres millones seiscientos sesenta mil ejemplares; la serie
“Cordillera”, también dedicada a la literatura con cinco mil ejemplares mensuales; la línea infantil
“Cuncuna” con veinte mil y los “Documentos especiales” de carácter periodístico.

La colección “Quimantú para todos” incluyó, por ejemplo, a Francisco Coloane, Manuel Rojas, Pablo
Neruda, Guillermo Atías, Alberto Blest Gana, Armando Cassigoli y muchos otros. Su popularidad
llegó a ser tal, que sus tirajes rondaron siempre entre treinta mil y setenta mil ejemplares por
número. El último de ellos fue el N° 47, correspondiente al “Pancho Villa” de José Grigulievich
Lavretski, a principios de septiembre de 1973. Las ediciones populares alcanzaron tiradas
espectaculares.

Se publicaron revistas para todos los públicos: “Cabrochico” destinadas a los niños. “Paloma”,
dirigida a las mujeres; la revista cultural “La Quinta Rueda”, “La Mayoría” y “La Firme”; la revista
juvenil “Onda”. A la producción literaria superior al medio millón de ejemplares mensuales, se
sumaban los libros políticos y reediciones que llegaban a los ochocientos mil libros al mes
Estos libros no sólo se distribuían a través de las librerías, por primera vez se usaron los kioscos de
diarios para llegar a todo público. Se creó además un servicio de bibliobús mediante el cual cuatro
buses recorrían las playas en verano ofreciendo los libros.

Su popularidad llegó a ser tal, que sus tirajes rondaron siempre de treinta mil a setenta mil
ejemplares por número. En dos años y medio, Quimantú publicó más de doce millones de
volúmenes con doscientos cuarenta y siete títulos diferentes de la literatura nacional y universal de
los cuales, a la fecha del golpe, se habían vendido a precios populares más de once millones de
ejemplares.
Era normal ver a lo
s trabajadores en la movilización colectiva leyendo esos libritos de literatura chilena y universal que
costaban menos que una cajetilla de cigarrillos. Julio Cortázar no exageraba al decir que Allende
había hecho el milagro de transformar a Tomás Mann en un best seller
.
Alfonso Alcalde se incorporó a Quimantú para dar vida a la popular colección “Nosotros los
chilenos”. Pronto pensó en las mujeres y en tanto Amanda Puz publicaba “La mujer chilena”, me
invitó a colaborar en su colección con un ensayo titulado “La emancipación de la mujer”.

“Nosotros los Chilenos” fue una producción extraordinaria, orientada a promover el conocimiento
de todos los aspectos de nuestra identidad, desde la comida a los terremotos: sociedad, historia,
geografía, deportes, artes, cultura, tradiciones, economía, etc.

La colección “Minilibros” llevó a todo el pueblo chileno ejemplares de la literatura universal en un


pequeño formato de 15 x 10 cms. El primero de los “Minilibros” apareció en julio de 1972: “El chiflón
del Diablo”, de Baldomero Lillo. Hasta cien mil ejemplares llegaron a producirse para un solo título
de esta serie, como las “Rimas” de Gustavo Adolfo Bécquer. Con esos libros diminutos obreros y
trabajadores, conocieron a Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe, Fedor Dostoyevsky, Emilio Salgari.

Con el golpe de Estado de 1973 apagó a Quimantú. La editorial no sólo fue allanada e intervenida.
Se picaron cinco millones de textos escolares impresos para Cuba. Pocos ejemplares se salvaron de
la destrucción de “Canción de gesta” de Neruda, “Mister Jara” de Gonzalo Drago, “Puerto Engaño”
de Leonardo Espinoza y “Poesía Popular Chilena” de Diego Muñoz. Prohibidos entre otros títulos,
“Incitación al nixonicidio” de Pablo Neruda, “La viuda del Conventillo” de Alberto Romero, “El
Chilote Otey” de Francisco Coloane.

La dictadura borró su luminoso nombre y fue llamada Editora Nacional Gabriela Mistral, bajo la
dirección del general (r) Diego Barros Ortiz. El libro fue en adelante un veneno, se prohibieron obras
como las de Cortázar, García Márquez y Neruda, por supuesto.

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