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Guido Gabriel
Registro N°:
Bolivia: la Reforma
858.870
Agraria de 1953.
Tutor: Astarita, Luces y Sombras.
Rolando
Índice:
1. Introducción....................................................................................................................................... 2
2. Causas y Contexto histórico .............................................................................................................. 4
2.1. Caracterización económica y social del agro boliviano ........................................................... 4
2.2. Repaso histórico del proceso de revolución............................................................................. 6
2.3. Objetivos de la reforma ............................................................................................................ 9
3. Las reformas agrarias según la teoría económica marxista ............................................................... 11
3.1. La visión de Marx .................................................................................................................... 11
3.2. El Desarrollo posterior de Chayanov ....................................................................................... 13
4. Consecuencias de la implementación ................................................................................................ 15
4.1. Reparto de tierras ..................................................................................................................... 15
4.1.1. Tenencia de la tierra antes de la Reforma ......................................................................... 15
4.1.2. Distribución de la tierra .................................................................................................... 16
4.2. Producción, exportaciones y productividad ............................................................................. 19
4.2.1. Producción y tecnificación................................................................................................ 19
4.2.2. Exportaciones.................................................................................................................... 22
4.2.3. Productividad .................................................................................................................. . 23
4.3. Distribución del ingreso ........................................................................................................... 24
5. Aspectos positivos y negativos que dejó la reforma.......................................................................... 27
5.1. Aspectos positivos.................................................................................................................... 27
5.2. Aspectos negativos................................................................................................................... 28
6. Conclusiones......................................................................................................................... ............. 32
7. Bibliografía ............................................................................................................................. ........... 35
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Lamarmora,
Bolivia: la Reforma Agraria de 1953. Luces y Sombras. Guido Gabriel
1. Introducción
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Bolivia: la Reforma Agraria de 1953. Luces y Sombras. Guido Gabriel
Bolivia fue y es un país rico en historia. Con grandes culturas antiguas en su territorio,
conquistada en 1535 por los españoles a cargo de Francisco Pizarro e independizada por Simón
Bolívar (por el cual se debe el nombre del país) en 1825. También su riqueza radica en la
abundancia de recursos naturales mineros y agropecuarios. Está situada en el centro de América del
Sur (sin salida al mar), limitando con Brasil, Paraguay, Argentina, Chile. Posee una extensión
territorial de más de un millón de kilómetros cuadrados. El territorio boliviano se divide en tres zonas
geográficas predominantes:
El altiplano abarca un 25% del territorio nacional con temperaturas que son las más bajas del
país, y consta de un 54,5% de la fuerza de trabajo boliviana. La meseta altiplánica se encuentra
a una altura promedio de 3.555 m.s.n.m. En la actualidad, los habitantes trabajan en pequeñas
propiedades de baja productividad con suelos agotados por la explotación intensiva, con
técnicas deficientes de producción y conservación. Además, la baja fertilidad esta agravada
por el alto grado de erosión de la tierra. El cultivo está orientado a la subsistencia, por
lo que los métodos de producción son altamente primitivos. El agricultor del altiplano vende
menos del 30% de lo que produce.
La zona de los valles de clima templado cálido abarca un 16% del territorio, con un 33,3%
de la fuerza de trabajo boliviana. Esta área se encuentra en el centro del país con alturas
entre 1.000 a 3.000 m.s.n.m. Al tener clima más favorable y con mejor calidad del suelo,
poseen una productividad mucho más alta que el altiplano. En la actualidad, el obstáculo
principal para el desarrollo de esta región es la falta de acceso al mercado. Conllevando
bajos niveles de producción, dado que hay pocos caminos y hasta algunos son inaccesibles.
Los agricultores de esta zona no tienen incentivos a ampliar la producción hacia aquella que,
en potencia, se podría alcanzar.
Los llanos orientales, de clima cálido tropical que cubren el 64% del territorio nacional,
cuentan con sólo el 12,2% de la fuerza de trabajo del país. En estas zonas de menos de 500
metros de altura sobre el nivel del mar, el enlace con los mercados estimula la agricultura
comercial. Además de ofrecer enormes posibilidades de expansión agropecuaria (Ferragut,
1963; Banco Mundial, 1984, Urioste, 1987).
Bolivia, antes de la reforma, se identificaba por ser una sociedad eminentemente rural, a pesar
de que la agricultura desempeñaba un rol secundario en la economía con relación a la dinámica
exportadora del sector minero (Henáiz y Pacheco, 2000). Pero la propiedad de la tierra en el espacio
agrario estaba concentrada en pocas manos. Varios autores (Jemio-Ergueta, 1973; Henáiz y
Pacheco, 2000; Vivanco, 1954; Flores, 1953) caracterizan al régimen campesino boliviano antes de
la Reforma Agraria de 1953 como altamente concentrado ya que solo el 4,5 % de los propietarios
rurales, detentaban el 70 % de las tierras cultivables. Según García (1964) la tierra era un factor de
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poder y de rango social (proyectando la hegemonía de las clases latifundistas), más que un factor
productivo.
La economía agraria boliviana se desarrollaba con dos grandes tendencias: la del altiplano,
doblegada a los grandes latifundios terratenientes, y la del oriente sometido a la evolución de la
economía de mercado (Antezana, 1969). La mayoría de la población boliviana estaba dedicada al
cultivo para la subsistencia y además constituía una mano de obra temporaria para las grandes
explotaciones rurales (De la Mata, 2009). Más de dos terceras partes de los productores agropecuarios
tenían como principal actividad rural el pastoreo y la práctica de cultivos de subsistencia (sobre todo
en el altiplano). Además, Kay (1982) estima que más de la mitad de las tierras cultivadas de las
haciendas era trabajada por los arrendatarios para su propia subsistencia. Los mismo apenas
obtenían lo necesario para sobrevivir y su participación en el mercado era limitada. En síntesis, el
principal objetivo que perseguían era el de llegar a un nivel de producción que garantizara su
subsistencia. Asimismo, no disponían de recursos para realizar inversiones que podrían influir en su
producción (Banco Mundial, 1984; Urioste, 2004).
Conjuntamente, varios autores (Clark ,1974; Kay, 1982; Henáiz y Pacheco, 2000; García,
1964; De la Mata, 2009) afirman que el modelo de tenencia en las grandes extensiones de tierra,
anterior a la reforma agraria, se basaba predominantemente en un “sistema de la hacienda o
colonato” que respondía a la mayor parte de la tierra cultivada y empleaba dos terceras partes de los
trabajadores rurales. Los terratenientes alquilaban su propiedad a los campesinos y estos le pagan una
renta. El terrateniente otorgaba pequeñas porciones (fraccionadas en parcelas y localizados en los
cinturones marginales de la hacienda) para trabajar la tierra a los campesinos (colonos); cada una
de esas familias estaba obligada a proporcionar a los latifundistas (sin compensación), una
determinada cantidad de trabajo diario el cual dependía de la cantidad de tierra recibida por el colono.
Estos, simultáneamente, tenían que usar sus propias herramientas y animales para trabajar las tierras
del propietario y estaban obligados a proporcionar servicios de trabajo adicional para tareas tales
como cosechar y transportar los productos del propietario al mercado. Las familias de los colonos
también estaban obligadas a prestar servicios personales y domésticos (gratuitos) al terrateniente.
Entonces, los campesinos explotaban una tierra que no era de su propiedad a cambio de entregar al
propietario una porción de la cosecha, prestaciones laborales o dinero.
“Todos estos servicios no eran remunerados, a no ser por la remuneración
obtenida por la oportunidad de usar la parcela de tierra que se recibía a cambio de
esos servicios. Este sistema agrícola minimizaba las inversiones del terrateniente, pero
maximizaba el flujo de ingresos, tanto en efectivo como en especie.” (Clark, 1974:168).
No mediaba bajo esta organización, entonces, el salario en la relación terrateniente-trabajador.
Asimismo, el grado de proletarización del campesino era bajo. “Más allá de la existencia de
trabajadores asalariados, la mayoría de la fuerza de trabajo en el campo expresaba la supervivencia
de diferentes formas de dependencia personal.” (De la Mata, 2009: 111). El campesino, desde un
punto de vista un tanto extremista, era casi un esclavo.
Además, García (1964) y Kay (1982) planteaban que en la estructura de la tenencia de tierra
no había intentos de desarrollo tecnológico ni de inversiones y una concentración hegemónica de su
propiedad; mostrando una ordenación agraria señorial y latifundista, donde aparecían además de la
hacienda en muy poca proporción la comunidad indígena y algunos minifundios. Jemio-Ergueta
(1973) y Carroll (1961) plantean que existía un elevado ausentismo del patrón, salvo en la época de
cosecha donde se presentaba para controlar la producción. A la vez, la hacienda tenía como
característica la baja inversión de capital y trabajo por unidad de superficie; además del empleo de
métodos anticuados de cultivo, parecidos a los de la época colonial. El status que proporcionaba la
tenencia de la tierra, sumado a la carencia de sentido empresarial por parte de estos propietarios
contaban, significaba una total exclusión de las posibilidades de existencia de un mercado de tierras.
La persistencia del régimen señorial, entonces, explicaba también el poco desarrollo productivo.
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De esta forma, Kay (1982) y De la Mata (2009) afirman que el sistema de la hacienda se basaba
casi exclusivamente en relaciones sociales de producción precapitalistas, para la apropiación del
excedente agrícola. Decían al respecto que: “Este atraso en el desarrollo de las relaciones de
producción capitalista en el campo quizá se explica por la falta de mercados a gran escala, la
limitada fertilidad natural del suelo.” (Kay, 1982: 1285). “Del mismo modo, otro rasgo común era
que solo los grandes establecimientos agrícolas establecían relaciones con los mercados. Esto
debilitaba la monetización y la mercantilización del espacio agrario, dado que la mayor parte de la
población se encontraba fuera del circuito mercantil.” (De la Mata, 2009: 111-112). Es que la
producción agraria se mantenía en esquemas de autoconsumo y un limitado crecimiento del
mercado interno, lo que influyó para que en las comunidades campesinas de las haciendas
predominaran patrones de producción no mercantiles y estuvieran marginalmente integrados a la
economía monetaria (Henáiz y Pacheco, 2000).
Estos factores explican el alto nivel de analfabetismo en el país, la mortalidad infantil elevada
y el promedio de vida bajo. Esta falta de educación sumada a los requisitos de propiedad eran
empleados como elementos que evitaban que la población rural tuviera derecho a voto. “El
marginalismo social, económico y político de las poblaciones campesinas, consistía en su
segregación y aislamiento de las vías de acceso al mercado, a las corrientes de comunicación
nacional y al ejercicio de los derechos políticos y sociales.” (García, 1964: 339).
Por último, podemos mencionar la implicancia de la revolución y la reforma agraria mexicana
de 19171. Donde se demostró por primera vez que un país predominantemente agrario “…podía
convertirse […] en el amo de su propio destino.” (Flores, 1953: 505). La hazaña de México y el
sorprendente desarrollo económico, cultural, político, artístico y social ocurrido luego de su
revolución, mostraron a toda Latinoamérica la posibilidad de desarrollo agrario donde el dueño de
la tierra pasa a ser el mismo trabajador. Este hecho estaba impactando fuertemente en la consciencia
de los campesinos bolivianos.
Recapitulando, la profundidad histórica de la revolución nacional en Bolivia que predispuso la
base para la reforma agraria, podría medirse de acuerdo a las características generales que antes se
mencionaron: el carácter rural de la sociedad, marginalismo social y político de las poblaciones
campesinas, organización colonial de los latifundios, estructura de clases rígida (con una
aristocracia terrateniente), y baja mecanización y tecnología. A lo cual García (1964) y Henáiz y
Pacheco (2000) agregan: distorsión regional asimétrica de la población, con excesiva presión
demográfica en las áreas tradicionalmente ocupadas, y la constitución oligárquica del Estado.
La situación precaria del campo boliviano, con la revolución mexicana como precedente, exigía
una reforma integral agraria que obligara al gobierno a efectuar una completa transformación de la
tenencia de la tierra.
Para evaluar el proceso de cambio llevado a cabo en Bolivia, es necesario hacer un breve
recuento histórico para ubicar al mismo en su contexto. Siguiendo a Urioste (2000) el primer intento
de reforma agraria fue el de 1825, dispuesto por el libertador Bolívar con los llamados
“Documentos de Trujillo” donde se establece la devolución de las tierras comunitarias a las
comunidades. Otro hito fue el de 1870, con las llamadas leyes de “Ex-vinculación” de Melgarejo y
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La reforma agraria mexicana de 1917 tuvo su origen en una revolución popular de gran envergadura y se desarrolló en tiempos de
la guerra civil. A lo largo de un extenso período se entregaron a los campesinos más de 100 millones de hectáreas de tierras
(equivalentes a la mitad del territorio de México), que comprendieron más de 3 millones de jefes de familia.
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Frías en las cuales se despojaba a las comunidades de su derecho a la propiedad de las tierras. A
partir de allí, florece significativamente el latifundio en gran parte del territorio boliviano.
Otro momento a remarcar fue el levantamiento indígena de Zárate Willca en 1899, el cual
demanda la reconstitución de las comunidades indígenas, educación intercultural, el fin del cobro de
impuestos estatales a los indígenas y cierta autonomía en la administración de los poderes locales en
la región andina del país. Kay (1982) y Clark (1974) agregan entre las razones históricas para el
ascenso del movimiento campesino: la movilización política del campesinado durante la guerra del
Chaco (1932-1935), el gobierno reformista de Villarroel de la década del ´30 y la represión en
contra de los campesinos. A su vez, Flores (1953), en concordancia con lo anterior, agrega el efecto
de las ideas liberales y reaccionarias en las universidades, y, como ya se explicó, la excesiva
concentración del poder económico y político en manos de los propietarios terratenientes.
De esta forma, se llega a la Ley de Reforma Agraria de 19532. La cual fue producto de la
presión del campesinado, que ya tenía una larga trayectoria de movilizaciones y luchas por sus
derechos sociales. En la época anterior a la reforma en Bolivia había dos grupos antagónicos: los
terratenientes y los campesinos, en contra y a favor respectivamente de la destrucción de la
propiedad y la abolición de la servidumbre gratuita. Pero entre los terratenientes había quienes
planteaban que era necesario empezar a hacer reformas muy moderadas, esta era la posición del
sector reformista. Pero que en todo caso, esta transformación debía ser operada con el control del
poder político. Buscando que la hacienda feudal del terrateniente se vaya transformando lentamente
en explotaciones capitalistas.
En contraposición existía, la posición del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR)3, de
tinte político radical. El programa de este partido era controlar todo el poder desde el campesinado
y abrir paso a la negación de la propiedad rural, ya sea latifundista o parcelaria; junto con la
liquidación de la servidumbre (gratuita) (Antezana, 1969; Clark, 1974). De este modo el MNR
postulaba:
“Una revolución agraria donde los hombres y la tierra serían libres y se produciría
una forma nueva de reparto de la tierra. Esa limpieza de las tierras seria hecha por los
campesinos, para establecer rápidamente formas de producción capitalistas, desarrollar
las fuerzas productivas y mejorar la existencia de la masa campesina. Sus tierras serían
fraccionadas; la gran propiedad agraria feudal se convertiría en la hacienda de los
campesinos ricos.” (Antezana, 1969: 279)
Para diversos autores (Antezana, 1969; De la Mata, 2009; Clark, 1974), el grave error de los
terratenientes fue no adaptarse a las medidas del sector reformista. Los cuales no planteaban una
revolución agraria de ninguna forma sino que siga el régimen de tenencia, sosteniendo así el
estancamiento feudal, sin transformaciones en la propiedad ni en las relaciones de producción, y
con ligeras modificaciones en la educación y en la técnica de producción. Sin plantear ningún
resultado de fondo, pero tratando de acallar los reclamos de la clase campesina.
Esta situación de facciones enfrentadas desembocó en que:
“En las elecciones generales de 1951, el Movimiento Nacionalista
Revolucionario, después de haber realizado una combativa campaña política contra las
fuerzas retrógradas que dominaban el país, ganó los comicios, eligiendo, fuera de
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El decreto-ley nº 3.464 de reforma agraria fue aprobado el 2 de agosto de 1953 por el poder ejecutivo encabezado por el MNR, sin
mediaciones legislativas ni judiciales. En esta se estableció la expropiación de las tierras de terratenientes y redistribución de estas a
favor de los campesinos, las formas de ejecución y de control y la nueva estructura agraria.
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El MNR es un partido político boliviano fundado el 7 de junio de 1942, liderado por Víctor Paz Estenssoro y Hernán Siles Zuazo.
Se gestó al finalizar la guerra del Chaco, como un movimiento nacionalista con fuerte crítica a la clase gobernante, la oligarquía minera
y terrateniente. El MNR forja una alianza entre los sectores obreros y los campesinos. Entre 1952-1964 realizó unas series de reformas
políticas (como el sufragio universal), sociales y económicas (reforma agraria y estatalización de las minas de estaño).
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Los verdaderos problemas del campesinado, los cuales pasaron a ser los objetivos principales
de la reforma fueron: la abolición de todas las formas de servidumbre gratuita a la que estaban
sometidos los campesinos en el régimen de hacienda y la destrucción de toda la antigua forma de
tenencia feudal de la tierra, tanto de la gran extensión (latifundio) o la de carácter parcelario
(minifundio). Es indudable que la Reforma de 1953 no reconoció el latifundio, pero mantuvo
vigente y promovió el minifundio. O sea buscó transformar el sistema feudal de tenencia de la tierra
mediante la promoción de reparto más equitativo de la tierra, haciendo el intento por elevar la
productividad y el esfuerzo por integrar la población rural a la economía y sociedad nacional (Carroll,
1961; Clark, 1974). Así, el control del campo y la libertad de acción campesina significarían el
abatimiento de la propiedad feudal y la libertad de disponer la tierra para los que la trabajasen. De
esta forma, la reforma buscaba liberar a población agraria de todo el régimen de servidumbre impuesto
por los latifundios señoriales. Inmediatamente después, se implantó la forma de trabajo asalariado en
el agro. Es vital considerar que se pasó de una dependencia precapitalista (con formas de dominación
feudal) a otra capitalista. Y esto surgió de una revolución campesina,
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Se puede deducir que Marx está en contra de las reformas agrarias, en cuanto repartos de
tierra en forma privada. Él afirma que el cultivo de la tierra en gran escala resulta más ventajoso,
desde el punto de vista económico, que la hacienda en terrenos pequeños y fraccionados. Incluso
con los métodos capitalistas de producción, que reducen al campesino “al nivel de simple bestia de
carga”. Además, los conocimientos científicos y los medios técnicos (como las máquinas,
herramientas, etc.) que se disponen en la agricultura sólo pueden emplearse con éxito si se cultiva la
tierra en grandes propiedades. Si la tierra está al alcance de cualquiera en condiciones de comprarla,
esto llevará al fraccionamiento de los terrenos en pequeñas parcelas cultivadas por personas con
escasos recursos, que cuentan más que nada con su trabajo personal y el de sus familias. Decía al
respecto:
“Esta forma de propiedad sobre la tierra y el cultivo de terrenos pequeños […]
hace, a la vez, que el propio agricultor sea el más decidido enemigo del progreso social
y, sobre todo, de la nacionalización de la tierra. Este agricultor se halla aherrojado4 a
la tierra, a la que debe consagrar todas sus fuerzas vitales para conseguir un ingreso
relativamente pequeño, tiene que entregar la mayor parte de su producto al Estado, en
forma de impuestos, a la camarilla judiciaria, en forma de costas judiciales y al
usurero, en forma de interés; no sabe absolutamente nada del movimiento social fuera
de su limitado campo de acción y, sin embargo, se agarra con celo fanático a su
terruño y a su derecho de propiedad puramente nominal sobre el mismo.” (Marx, 1872:
307)
De este modo, asegura que este tipo de estructura agraria lleva al antagonismo fatal con la clase
obrera industrial. Porque al cada uno tener su pequeña porción de tierra, su conciencia social se
basara solo en esa parte y en las pocas relaciones mercantiles en las que se inmiscuya. Entonces el
sentido de explotación obrera, dada por la imposición del capital sobre el trabajo, no alcanzará al
pequeño campesino.
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Aherrojado significa esta esclavizado, encadenado.
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Además, esto no llevaría al desarrollo de las fuerzas productivas, sino al contrario, interrumpiría
el progreso. Asimismo, los latifundios se estarían dando y creciendo por el proceso de concentración
y centralización del capital, que se reproduce en las estructuras agrarias tecnificadas (Marx, 1873).
Entonces, desde esta visión, las grandes explotaciones serían necesarias para el desarrollo de las
fuerzas productivas, al contrario que el minifundio. El cual destruye el progreso y el sentido
revolucionario de los campesinos.
Toda esta crítica del autor surge para plantear la necesidad de la nacionalización del agro, lo
cual, para él, dará un impulso todavía mayor a la producción. Esto se debe a que la disminución de
la producción agrícola por abuso de algún individuo será imposible si los cultivos de la tierra se
hallan bajo el control de la nación y en beneficio de la misma. Agrega también que las demandas
crecientes de la población y el alza de los precios de los productos agrícolas muestran
irrefutablemente que la nacionalización de la tierra es una necesidad social. Dice al respecto:
“La nacionalización de la tierra producirá un cambio completo en las relaciones
entre el trabajo y el capital y, al fin y a la postre, acabará por entero con el modo
capitalista de producción tanto en la industria como en la agricultura. Entonces
desaparecerán las diferencias y los privilegios de clase juntamente con la base
económica en la que descansan.” (Marx, 1872: 307-308).
Para esta nacionalización se debían entregar pequeñas parcelas a cada campesino, pero la
planificación de la producción, cultivo, etc., quedaría en manos del Estado. De esta forma, el
desarrollo económico de la sociedad, el crecimiento y la concentración de la población, que son
para el autor las condiciones que impulsan al granjero capitalista a aplicar en la agricultura el
trabajo organizado, y a recurrir al empleo de máquinas y otros inventos, “…harán cada día más que
la nacionalización de la tierra sea una necesidad social, contra la que resultarán sin efecto todos
los razonamientos acerca de los derechos de propiedad.” (Marx, 1872: 306).
Ahora bien, si tomamos el caso boliviano, la reforma de 1953 iría en contra del pensamiento
del propio Marx. En vez del reparto de tierra, se tendrían que haber expropiado todas las tierras, y
haber dejado la planificación en manos del Estado. El repartir la tierra en muchas manos, haría que
el carácter revolucionario del campesinado se apagara. Y esto fue lo que ocurrió. En los campos
existía una fuerza campesina imperiosa de una solución revolucionaria, que luego de la reforma se
contentó con su pequeña porción de tierra (García, 1964).
Sin embargo, si analizamos el carácter progresista de las fuerzas productivas de la
concentración de tierra, como vimos anteriormente, para muchos autores (Clark ,1974; Kay, 1982;
Henáiz y Pacheco, 2000; García, 1964; De la Mata, 2009; Urioste; 2004), el latifundio boliviano era
una estructura de propiedad que frenaba la producción, la tecnificación e impidió el desarrollo
agropecuario. Servía para darle cierto status social a una elite propietaria. A la vez, obligaba a los
campesinos a trabajar sin una remuneración monetaria. Pero el verdadero problema para el
desarrollo de las fuerzas se debe a los modos de producción semifeudales del agro boliviano: la falta
de capitales en las propiedades, con medios de producción precarios, obsoletos, arcaicos; y la
dependencia del campesino respecto del terrateniente, como si estuviera en la gleba.
Ahora bien, desde la visión de Marx se puede afirmar que, luego de la revolución del 1952 y
de la posterior reforma al otro año, la pequeña propiedad campesina pudo pasar a ser el mayor
obstáculo para la construcción de un sentido social que siguiera avanzando con el impulso
revolucionario inicial. Los campesinos se contentaron con su porción de tierra y abandonaron su ideal
revolucionario, la reforma agraria en palabras de Marx, habría sido tan solo “opio para el pueblo”.
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Al discutir sobre el tema agrario y principalmente sobre los minifundios, resulta necesario
plantear la viabilidad de la explotación agrícola desarrollada por Chayanov (1974). Este autor
desarrolló un enfoque basado en las unidades domésticas campesinas (minifundios) y describió una
serie de características de organización, trabajo, producción y explotación dentro de las pequeñas
propiedades. Intentando demostrar que el sistema de reproducción campesina, a pesar de la poca
influencia del mercado, determina su desarrollo fuera de las leyes de la economía capitalista. La
economía campesina no se basa en una forma capitalista, sino en otra completamente distinta, la de
la unidad económica-familiar no asalariada (Plaza, 1979).
Chayanov (1981) empieza planteando que:
“Todos los principios de nuestra teoría —renta, capital, precio y otras categorías—
se han formado dentro del marco de una economía basada en el trabajo asalariado que
trata de obtener los máximos beneficios (o sea la cantidad máxima de la parte de los
ingresos brutos que queda después de deducir los costos materiales de la producción y
los salarios). Todos los demás tipos (no capitalistas) de vida económica se consideran
insignificantes o en proceso de extinción; por lo menos se piensa que no tienen influencia
en las cuestiones básicas de la economía moderna y por lo tanto no presentan interés
teórico.” (Chayanov, 1981: 49)
Para él, la diferencia fundamental entre la empresa agraria capitalista y las explotaciones
campesinas familiares reside en que las primeras contratan trabajadores con el fin de asegurarse una
ganancia; y la otra, por el contrario, no emplean ningún trabajador a sueldo. En la explotación familiar
se emplea toda la capacidad de trabajo de todos los integrantes para cultivar la tierra y se recibe como
resultado del trabajo cierta cantidad de bienes, la cual pasaría a ser la ganancia (Thorner, 1981).
“Este producto del trabajo familiar es la única categoría posible de ingreso para una unidad de
trabajo familiar campesino. […] Dado que no hay fenómeno social de salarios, el fenómeno social
de beneficio neto también falta.” (Chayanov, 1981: 53). Además para el autor, estas explotaciones
están alejadas de los centros comerciales y fabriles, y cada unidad familiar, entonces, trabaja para su
subsistencia y no posee un “espíritu capitalista” de maximización de beneficios. Esto lleva a que la
economía campesina no impulse un desarrollo capitalista en las unidades familiares. Planteándolo
de esta forma, la densidad de población y los métodos de utilización de la tierra se convierten
así en factores sociales extremadamente importantes que determinan de modo fundamental el sistema
económico. Plaza (1979), resumiendo la obra del autor, afirma que Chayanov intenta demostrar que
los conceptos de la economía capitalista que rigen la determinación de la ganancia no se aplican
necesariamente a este caso.
Si se analizara la experiencia boliviana, resulta importante destacar que la reforma llevó a que
existan más economías campesinas en todo el territorio boliviano. Se observaría que en el
minifundio solo hay trabajo familiar; y esto conduciría al estancamiento de la economía, ya que las
familias se mantienen allí en una economía de subsistencia (Cantoral Benavides, 2010). Es que la
realización del campesino como un productor mercantil supone el alcance de relaciones capitalistas
en un sentido general. Esto no sucede en gran parte del país, sino que se encuentran relaciones
típicamente capitalistas junto con otras no capitalistas, coexisten productores mercantiles con
explotaciones familiares minifundistas.
La reforma modificó las antiguas relaciones económicas de dominación e impuso nuevas
relaciones capitalistas, pero parte de la sociedad rural no fue alcanzada por ellas y siguió inmersa en
un “sistema de subsistencia”. Dentro de este el campesino produce para sí mismo y la mayoría de
las familias se hallan al margen de la economía de mercado y no representan una fuerza productora
ni demandante de productos agropecuarios. Esta situación no solo se debe a la falta de tierras, que
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además con frecuencia están agotadas y erosionadas, sino también de otros insumos necesarios para
elevar la productividad. Además carecen de servicios básicos como escuelas, caminos y hospitales;
que escasean visiblemente en la zonas minifundistas (Carroll, 1961). De esta forma, con el sistema
de pequeñas parcelas, con el fomento de los minifundios, se perpetúa el atraso, la pobreza y el pobre
desarrollo de las fuerzas productivas.
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4. Consecuencias de la implementación
Luego del desarrollo sobre las causas económicas que llevaron a que se establezca la reforma
agraria, del proceso histórico de la revolución que la impulso, del análisis de sus objetivos, y del
desarrollo teórico sobre las implicancias del fomento de los minifundios; es preciso evaluar
empíricamente en las consecuencias económicas de la reforma. Para esto, resulta necesario analizar
la situación de la distribución de la tierra preexistente a la reforma y el posterior reparto de las tierras;
recorriendo, a través de distintos periodos, cómo se fue dando la distribución de propiedades y que
implicancias tuvo en cuanto a la producción, la productividad y la distribución de la riqueza.
Antes de la reforma agraria, la tenencia de la tierra en Bolivia mostraba una gran concentración,
es decir, estaba distribuida en muy pocas manos. Según Clark (1974) el censo agropecuario de Bolivia
de 1950 reveló un total de más de 82 mil tenencias privadas de tierra. Aproximadamente el 9,6% del
total poseían más de 200 ha. y controlaban el 74% de la tierra en producción. Estas grandes
propiedades contenían el 62% de la tierra cultivada. Por otro lado, el
61% tenían menos de 5 ha. cada una y controlaban solamente el 1% del área total y el 8% de las
tierras cultivadas. Además, en el altiplano el 90% de las posesiones grandes tenían propietarios
ausentes, en el sentido de que no trabajaban la tierra ni controlaban la producción. Al contrario, el
50% de las posesiones en las áreas de los valles y de los llanos eran trabajadas por sus propietarios.
Jemio-Ergueta (1973) agrega que el 21,92% de las propiedades fueron declaradas como latifundios
(afectables en su totalidad en la ley de la reforma), dando lugar a la formación de 80 mil pequeñas
propiedades correspondientes a un similar número de familias campesinas que se encontraban
asentadas en esos mismos latifundios.
A la vez, como se mencionó anteriormente, varios autores (Jemio-Ergueta, 1973; Henáiz y
Pacheco, 2000; Vivanco, 1954; Flores, 1953) afirman que para 1950 solo aproximadamente el 4,5%
de la totalidad de los propietarios rurales en el país, poseían el 70% de la propiedad agraria con
extensiones de más de 1.000 ha., bajo formas de explotación semifeudal, ya que el trabajo del
campesino se utilizaba como forma de alquiler de la tierra. Allí no había un pago en efectivo por el
trabajo, sino que el trabajador pagaba el poder labrar la tierra con parte de su producción.
Para los autores indicados, la propiedad rural se había convertido en un obstáculo para el
progreso del país debido la concentración agraria, a las viejas técnicas utilizadas en las
explotaciones y a las formas de servidumbre en el trabajo. Como consecuencia de la desproporción
en la distribución de la propiedad de la tierra y de las formas primitivas de trabajo, se evidenciaban
bajos porcentajes de cultivo, con relación al área trabajada, significando una pérdida enorme en la
utilización de sus recursos naturales. Por todo esto, dentro de los objetivos de la reforma (antes
detallados) se establecieron las transformaciones de la estructura agraria buscando la
implementación de un sistema más justo de propiedad tenencia y explotación de la tierra.
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En relación a los datos del censo agropecuario de 1950, se demuestra la gran concentración de
hectáreas en pocas propiedades. La superficie total era de 33 millones de hectáreas aproximadamente,
repartidas entre más 85 mil unidades productivas. Casi el 50% de la superficie estaba en manos de
solo 615 propietarios, un 0,72% del total de unidades. También es evidente la gran diferencia entre
las casi 25 mil unidades que ostentan menos de una hectárea, pero que porcentualmente solo abarcan
un 0,03% del total de hectáreas. Si se compara el acumulado hasta las
500 ha., este abarca menos del 5% de la superficie. El promedio de estas era de menos de 21 hectáreas
por unidad. Sumado a que, para García (1964), la mayoría de estas tierras estaban generalmente
erosionadas y afectadas por las malas condiciones climáticas. En cuanto a las mayores a 500 ha., se
obtiene el 95% de las hectáreas con un promedio de casi 4,5 mil hectáreas por unidad. Estas últimas
ejercían formas dominantes de economía extensiva, colonato, hegemonía señorial, tecnología atrasada
y absentismo del “señor feudal” (García, 1964; Ferragut, 1963). Estos datos demuestran, de manera
concisa y clara, el problema agrario que existía en Bolivia: la gran desigualdad con respecto a la
tenencia de tierra y la existencia de un sistema semifeudal; especialmente según estos autores, en las
zonas del altiplano y los valles. En paralelo a la concentración de tierra existía, en el otro polo de la
estructura agraria, un fraccionamiento de la tenencia, entendida como minifundio.
La reforma tuvo un rápido impacto en el reparto de las tierras. Ya para el año 1962, según
Jemio-Ergueta (1973), se habían distribuido más de 210 mil propiedades, beneficiando a 126 mil
familias con más de 4 millones de hectáreas repartidas. A la vez, para Henáiz y Pacheco (2000),
considerando el promedio de 5 personas por familia, la Reforma Agraria ha beneficiado hacia 1970
aproximadamente a un millón de campesinos, o sea más del 30% de la población agraria boliviana.
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Antes de la reforma, según el cuadro anterior, el 92% de las tierras correspondía solo al 7% de
los propietarios, con un promedio de hectáreas que oscilaba en las cinco mil. La reforma logro
disminuir el porcentaje de propietarios con más de 1.000 ha., aunque siguió siendo el porcentaje
más alto (65%) y, además, aumentó el promedio de las hectáreas, de manera paradójica, a siete mil.
A pesar de esto, se distingue que casi un tercio de las propiedades fueron repartidas. Los
beneficiarios de la reforma pasaron a ser los poseedores de mayores unidades productivas, pero no
en cuanto a hectáreas. Sino que el reparto fue de pequeñas propiedades, dado que el promedio de
cada unidad repartida era de 34 hectáreas. Asimismo, el promedio total de hectáreas disminuyo de
385 a 89, demostrando el avance del fraccionamiento de las propiedades.
En relación a las diferencias en la tenencia de la tierra con respecto al periodo prereforma, por
un lado siguen las grandes propiedades y, por otro, el reparto de tierra beneficio a casi un tercio de
las unidades productivas, pero las convirtió en minifundios.
El reparto de tierras luego de un par de décadas demostró sus deficiencias A pesar del impulso
inicial redistributivo, con el paso del tiempo este fue disminuyendo. Si analizamos el censo
agropecuario de 1984, se distingue que en aquél año seguía habiendo concentración de tierras, y no
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solo eso, el 90% de las hectáreas correspondían a solamente casi el 4% de las unidades agropecuarias.
Luego de casi 30 años de la reforma, siguiendo los objetivos planteados por la misma, esto
no tendría que seguir ocurriendo: los porcentajes de superficie abarcada y los de promedios de
hectáreas no deberían parecerse a los datos de 1950.
La aplicación de la reforma agraria se llevó a cabo con mayor intensidad en el altiplano y en
los valles. Donde existía gran presión demográfica y concentración de la tierra en pocas manos,
prevaleciendo un régimen de servidumbre con baja proporción de tierras aprovechables para la
agricultura (Ferragut, 1963). Por su parte, Paz Ballivián (2003) describe el marco actual del sector
agrario boliviano resultante de la reforma. Plantea que los campesinos pobres del altiplano y los valles
se encuentran en las propiedades de 0 hasta 5 ha., los cuales necesitan complementar su agricultura
de subsistencia con trabajos externos. En la mayoría de estas regiones en que la tierra cultivable
impedía el empleo de maquinaria, se utilizó sólo el trabajo personal del propietario o sus familiares.
Estas propiedades representan el 68,17% de las unidades agropecuaria siendo dueños sólo del
1,43% de la tierra, con un promedio de propiedad de 1,51 ha. En el rango de 5 a 20 ha., se localizan
los campesinos del trópico y del área tradicional del altiplano y los valles, con un tamaño de propiedad
promedio de 8,92 ha. Representan el 18,38% del total de productores y tienen sólo el
2,28% de la tierra. Estas familias, asimismo, complementan su economía con trabajo externo temporal
y tareas artesanales. El problema se agrava dado que “…a la escasez de superficie disponible
se suma la falta de capital para desarrollar un uso más intensivo de la tierra…” (Paz Ballivián,
2003: 58). El rango de 20 a 100 ha. comprende a los campesinos más ricos del área tradicional del
altiplano, los valles y los llanos. Siendo menos del 10% de los productores totales, disponen del
5,35% de la superficie, con un promedio de propiedad de 40,27 ha. A la vez, estas explotaciones
recurren a la compra de fuerza de trabajo adicional a la de su familia, dada la magnitud de sus
propiedades. En este grupo también se hallan pequeñas y medianas empresas. Finalmente, en el rango
de 100 ha. y más, que involucra a 12.160 unidades productivas, con un promedio de propiedad de
1.700 ha., se encuentran las empresas agrarias del oriente y, en menor magnitud, las del área
tradicional del altiplano y valles. La diferencia entre la mediana propiedad y la grande es muy
marcada: más de 1.600 ha. de diferencia en promedio. Revelando que las desigualdades siguen
vigentes en el agro.
En base a los datos de Fornillo (2011) podemos apreciar que la empresa agropecuaria pasó a
convertirse en la mayor poseedora de hectáreas, seguida de la mediana propiedad. Entre estas dos
últimas formas de propiedades, se abarca un 68% del total de la tierra distribuida. Esto lleva a
preguntar: ¿Cuál fue el beneficio de la reforma para el campesino? A pesar del aumento de las
tierras comunitarias; no se vislumbra un notable crecimiento de los tamaños (en hectáreas) en
manos de los campesinos de ninguna propiedad, tanto solar, pequeña o mediana. Sino que
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contrariamente al aumento de poseedores, se marcó una mayor diferencia con respecto a las grandes
propiedades (empresas agrarias). Sigue vigente tanto el latifundio como el minifundio.
Pero, ¿a qué se debe la vigencia de la concentración de la tierra? Según Kay (1982), muchos
terratenientes pudieron conservar sus tierras dado que transformaron su latifundio en una empresa
agropecuaria, basada ahora en trabajo asalariado, en lugar del trabajo como forma de pago por el
alquiler de la tierra, que se daba antes de la reforma. En este punto, resulta interesante destacar,
como lo hace Flores (1953), la diferencia entre la empresa agropecuaria y el latifundio que se
planteó en la reforma. Generalmente, se comete un error al calificar de “latifundio” a una
explotación de grandes proporciones independientemente de la utilización de los recursos, de la
relación entre la aplicación de los factores tierra, capital y trabajo, de los efectos sociales que la
unidad agraria tiene en quienes la trabajan o de los efectos económicos que tiene sobre el mercado
de trabajo y de productos. Para el autor, si en una gran explotación se hacen inversiones productivas
por unidad de tierra y a los trabajadores empleados se les pagan salarios y se les otorga todos los
beneficios sociales (por ejemplo: vacaciones, jubilación, seguro médico, etc.) “…no se puede
concluir que tal unidad, pese a sus dimensiones, sea un latifundio.” (Flores, 1953: 495). A pesar de
que la Reforma Agraria tuvo como propósito la eliminación del latifundio en su integridad y
extensión, no se consideró como latifundio la propiedad en la que se había invertido en maquinaria
o métodos modernos de cultivo, y/o era trabajada personalmente por su propietario o por sus
familiares (Henáiz y Pacheco, 2000). Para Fornillo (2011), para 1993 se habían distribuido apenas
un poco más de la mitad de la tierra del país, beneficiando en lo fundamental a propiedades
medianas y empresas agropecuarias que obtuvieron el 68,98% de la superficie (más de 40 millones
de hectáreas); mientras que la propiedad comunitaria o la pequeña propiedad recibieron juntas el
29,4% (menos de 18 millones de hectáreas), al contrario de los fines redistributivos de la ley de
1953. Según Romero Bonifaz (2005) la distribución de tierras en el oriente a 1992, se concentraba
un 88% en empresarios medianos y grandes. De esta manera, la reforma agraria inicial propició una
alta concentración de la tierra. Fornillo (2011), además, plantea que existieron ciertas
irregularidades y corrupción en el proceso de distribución de tierras (como, por ejemplo, la doble
dotación de tierras). Todo estos problemas configuraron una estructura agraria dual: empresa
agropecuaria (o “nuevo” latifundio) dominante en el oriente y minifundio extendido en el occidente
(altiplano).
que los agricultores aumentaran la producción al mejorar sus técnicas agrícolas. Una
distribución desigual de la población rural agravaba esta situación…” (Clark, 1974:
185).
Siguiendo con el análisis de este autor, la reforma agraria tuvo consecuencias inmediatas en el
sistema agrario y sobre el nivel de producción. Sin embargo, el gobierno distribuyó gradualmente
las tierras, por lo que en los primeros años no hubo efectos apreciables en la producción; pero las
relaciones de trabajo fueron ajustadas muy rápidamente. Además, a causa de la situación política
creada por la revolución, no se trabajaron las tierras de los propietarios de esas haciendas durante
breves períodos de tiempo. Otro problema en los ’50 fue que quedo una parte de la estructura del
mercado de ventas orientadas hacia la subsistencia, y se redujeron considerablemente las principales
fuentes de abastecimiento de alimentos básicos agrícolas a los mercados. Para el autor, atribuir la baja
de la producción en los primeros años de la reforma agraria a la subdivisión de las grandes
extensiones de tierra sería erróneo. De todas formas, en la mayoría de las propiedades, las tierras no
quedaron ociosas por mucho tiempo, ya la mayoría de áreas cultivables eran tierras trabajadas por
las familias campesinas que las ocupaban y cultivaban para su propio uso, sin dejar tierras ociosas.
Al contrario, en algunas propiedades latifundistas, por la escasez de la mano de obra, no se utilizó
plenamente la tierra. Esto también afecto temporalmente la producción agropecuaria. De todos
modos, la mayoría de los productos agrícolas seguían siendo cultivados y comercializados como antes
del proceso, se conservaban una parte de los productos de las tierras para su propio consumo y el resto
se vendía (Clark, 1974; Ferragut, 1963; Urquidi, 1985).
“Como resultado de la reforma agraria, todo el peso del transporte de los
productos agrícolas a los mercados urbanos en la cantidad suficiente recayó sobre los
campesinos y los compradores de las áreas rurales y de la ciudad. No pudieron
satisfacer las necesidades con la rapidez necesaria para impedir la ruptura del flujo de
productos a la ciudad. Este ajuste al nuevo sistema de ventas, basado en las ventas de
los campesinos y no en las de los terratenientes, fue uno de los cambios más
importantes del periodo posterior a la reforma y una de las principales razones por las
que el mercado de productos agrícolas de La Paz disminuyó entre los primeros tres a
cinco años siguientes a la revolución de 1952 […]Esta “aparente” disminución en la
producción agrícola después de 1952, si bien es cierta en parte, se explica mejor por
los ajustes en las ventas, los problemas de transporte y por las condiciones del clima,
siendo los dos primeras los factores más importantes en aquel periodo.” (Clark, 1974:
189-190).
En un estudio sobre el desarrollo de algunas de las producciones más importantes del agro
boliviano en la época posterior a la reforma, Antezana (1969) va indagando como estas fueron
evolucionando. Por un lado, plantea que desde 1959 Bolivia ha dejado de importar ganado vivo
para el consumo de su población y se autoabastece con la propia Además, señala, aumentó a partir
de allí la cantidad de ganado vacuno y lanar.
Con respecto a la producción de papa y de arroz, las extensiones de cultivos antes de la reforma
eran reducidos y se limitaban a parcelas pequeñas, que servían para abastecer simplemente a los
productores. Sumado al sistema de propiedad latifundista improductivo, el autor muestra con los
datos del censo de 1950 que la superficie de tierra cultivada de estos dos cultivos no superaba las
500 ha. y cosechas eran menores a los 20 mil quintales de arroz y menores a los 500 kilos de papas.
Además, el rendimiento entre hectáreas era muy diferente. El sistema de cosecha se realizaba
exclusivamente a mano, basándose en técnicas primitivas (la maquinaria hasta entonces era
desconocida). Este retraso se debía a la forma de producción feudal y el sistema de propiedad
latifundista.
Estos problemas fueron superados con la reforma agraria y el reparto de tierras. Por otra parte,
continúa el autor, la instalación de nuevas fábricas azucareras ha determinado la desaparición de
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Por otro lado, analizando el índice FAO de la producción agropecuaria en Bolivia, podemos
notar que hubo un incremento sostenido (a excepción de 1966) de la producción. En solo 15 años
(de 1956 a 1971) el índice aumentó casi 100 p., por lo que la producción tuvo un considerable
crecimiento. “Uno de los factores fundamentales para el aumento de los índices de producción es la
práctica regular del sistema de producción asalariada en la agricultura de la región, misma que
fue establecida por la reforma agraria, en reemplazo del semifeudalismo imperante antes de
1952.” (Antezana, 1969: 314). Desde la perspectiva de la producción, la reforma contribuyo al
progreso agrario.
altiplano
También los datos del Banco Mundial (1978) muestra que la producción agrícola aumentó
considerablemente, evaluando comparativamente dos periodos: 1950 y 1972. Del análisis se
desprende que la papa aumentó un 240%; el maíz, 148%; el arroz, 158%; la cebada, 39% y el trigo,
28%. Demostrando que mediante un uso más intensivo de las tierras, los campesinos rurales han
podido subsistir y a la vez, satisfacer las necesidades alimenticias de los centros urbanos (Clark,
1974). Por otro lado, para Carroll (1961) hubo un progreso sustancial en la producción, pero en gran
parte se debió al aumento de la superficie cultivada y de la producción proveniente de las áreas
relativamente nuevas, en los llanos, que han sido las menos afectadas por la reforma.
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Analizando el rasgo tecnológico de las explotaciones, como lo hace Clark (1974), se observa
que antes de 1952 no había inversiones en investigación agropecuaria acerca de cultivos y ganado,
ya que para la mayoría de los terratenientes la agricultura no era considerada como “un negocio
redituable”. Se entendía a la posesión de tierra como un prestigio que aseguraba una determinada
posición social para el propietario y su familia. Aunque había pocos agricultores “progresistas”, en
general los terratenientes no reinvertían en sus haciendas, sino que en otros sectores productivos. “Las
semillas mejoradas, los fertilizantes, pesticidas y maquinaria agrícola no eran muy usados antes de
1952, aunque había excepciones en algunas áreas relativamente importantes de la agricultura
comercial...” (Clark, 1974: 201).
Para el autor citado, uno de los resultados de la reforma agraria, fue que se logró una mayor
tecnificación en los insumos agrarios para el sector rural en determinadas zonas; a pesar de que el
gobierno no haya incentivado junto con la implementación de la reforma servicios técnicos o
mecanización en insumos agrícolas. Al reestructurar el sistema agrario, se emplearon mejores
técnicas para mejorar la producción, almacenamiento y venta de los distintos productos agrícolas.
Pero estos avances no se dieron en todas las propiedades sino que en algunos, sobre todo en las
grandes explotaciones (empresas agropecuarias). Al contrario, según Paz Ballivián (2003) en la
estructura agraria con hegemonía de la empresa agraria sólo una minoría de ellas tiene una alta
composición orgánica del capital. Sobre todo las especializadas en productos destinados a la
industria y la exportación. Pero la mayoría de las propiedades practica un uso extensivo de la tierra,
con baja inversión en maquinarias, fertilizantes, etc. Siguiendo esta lógica, Jouvin (1966) plantea
que para 1965, existía una cantidad mínima de mecanización agrícola. De este modo, termina
afirmando: “La mayoría de las denominadas empresas, sin embargo, mantiene un uso extensivo de
la tierra y tecnológicamente son poco modernas a juzgar por su rendimiento productivo y los
márgenes de sobreexplotación de la fuerza de trabajo que utilizan.” (Paz Ballivián, 2003: 59).
4.2.2. Exportaciones
No hay una relación causal tan marcada entre la reforma y el devenir de las exportaciones, al
contrario de lo que se puede apreciar en cuando a la producción o distribución del ingreso. Sino que
dentro de las políticas de los distintos gobiernos podemos encontrar impulsos hacia la exportación,
complementarios a la reforma. A pesar de esto, hay escasos datos sobre las exportaciones. Uno de
los pocos existentes son las cifras presentadas por Urioste (1999). Haciendo un promedio entre
distintos períodos, el autor demuestra que hubo un crecimiento en las exportaciones agropecuarias,
pasando de 4 millones de dólares a algo menos de 290. Con una tasa de crecimiento anual entre
1952 y 1996 de 10,2%.
Por otro lado, para García (1964), la reforma agraria de Bolivia tenía entre sus objetivos
estratégicos la promoción del progreso de la economía de subsistencia hacia una economía de
mercado pero no tuvo fuertes políticas de comercialización externa del producto agropecuario, dado
que hubo ausencia de los servicios asistenciales del Estado. La suposición de que bastaba romper la
estructura latifundista para que el país se insertara en el comercio internacional, se vio derribada
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4.2.3. Productividad
Resulta difícil determinar los efectos de la reforma agraria en cuanto a la productividad dada
la falta de información estadística. A pesar de esto, es posible analizar con los datos disponibles
algunas particularidades.
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La reforma agraria en un país de escaso desarrollo implica una transferencia de tierra seguida
por una transferencia del ingreso. Según Flores (1953), los efectos de la distribución del ingreso
posibilitaban un consumo más alto y una tasa más alta de formación de capital de la que existía con
anterioridad a la reforma. De esa forma, el autor afirma que “…el énfasis sobre la tierra se explica
porque la tierra es el factor más importante en la distribución del ingreso.” (Flores, 1953: 490).
Este autor, coincide con Clark (1974) en que no existen datos específicos de la distribución el
ingreso dentro o entre el sector agrario y otros sectores productivos de la economía en los años
anteriores a 1952; como tampoco hay datos acerca de los cambios que supuso la reforma para los
beneficiarios. Las conclusiones, entonces, deberán ser extraídas en base a las distintas relaciones en
la tenencia de la tierra y condiciones de vida que existían pre y pos reforma.
Para Clark y Reyes (1968), antes de 1952 el campesino tenía solamente la parcela de tierra
que el terrateniente le había cedido para su sustento familiar. En la cual se debía dedicar, él y su
familia, a la producción de determinado producto, además del servicio al terrateniente. Rara vez se
consumía carne, huevos, queso o leche; y la ropa, los textiles o los pocos bienes durables se
elaboraban en la misma propiedad. Las visitas médicas y el acceso a la educación eran casi
desconocidas. El mundo del trabajador campesino estaba reducido a la tierra que ocupaba, salvo por
el hecho de que el campesino podía llevar sus productos (sobrantes) a mercados locales para
cambiarlos por medio del trueque por otros artículos necesarios para la subsistencia, tales como
condimentos, grasa o manteca para cocinar, lana, etc. En estas áreas, la economía monetaria estaba
poco desarrollada. La mayoría de las comunidades estaban aisladas y era difícil llegar a ellas,
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proviene de las pequeñas propiedades campesinas y no hay escasez de alimentos básicos ni de otros
bienes comestibles, lo que significa que los campesinos han aprovechado las nuevas oportunidades
de ingresos que proporcionó el cambio en la distribución de la tierra. El sector rural pudo acomodar
a un número mayor de familias campesinas en un nivel superior al existente antes de la reforma
(Clark, 1974, Zaldívar, 1990).
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otorga la posibilidad de comprar otros artículos no tradicionales. Esto trajo aparejado que, al crecer
el consumo de los campesinos, se presionó al aumento de la producción, llevando al crecimiento de
la economía (Jemio-Ergueta, 1973).
Antes de 1953 Bolivia se dedicada exclusivamente a la explotación minera, importando casi
la totalidad de los productos alimenticios que consumía su población. Para Jemio-Ergueta (1973),
particularmente esto sucedía con los artículos de primera necesidad, como ser arroz, azúcar, carnes,
trigo y harina, etc. Luego de la reforma, se alcanzó tanto el autoabastecimiento como la posibilidad
de exportar esos productos. Por esto, Heyduk (1974) señala que la reforma boliviana se puede
contemplar como un acelerador del proceso de desarrollo capitalista en algunas haciendas.
Antezana (1969) destaca que pocas reformas agrarias en el mundo han tenido características
de tanta profundidad como la boliviana. De acuerdo con esto, Clark (1974) también pone atención
en que ningún otro país de la América Latina ha expropiado y redistribuido tierras y otorgando títulos
de propiedad a familias campesinas a una escala similar, como ocurrió en Bolivia. Este país es
considerado como el de mayor proporción de campesinos beneficiados por la reforma agraria con
respecto a los demás países latinoamericanos que tuvieron procesos similares (Kay, 2007): dejando
para 1970 un total de 49% de familias beneficiadas (237 mil familias) y un 30% de tierra redistribuida,
menos de diez millones de hectáreas.
Por falta de evidencia empírica y datos estadísticos sobre los efectos de la reforma agraria de
1953, el tema de la tierra en Bolivia ha sido siempre objeto de debates superficiales e incompletos,
con muchas divergencias entre los distintos autores. La poca información también se mostró como
un obstáculo de base para llevar a cabo una reforma agraria bien planeada (Clark, 1974).
Indagando sobre las implicancias de la reforma en cuanto a la tierra, algunos autores (Kay,
1982; Urioste; 2004; García 1964; Jemio-Ergueta, 1973) plantean que el mayor problema de la
reforma fue que difundió el minifundio (sobre todo en el altiplano), es decir, la enorme fragmentación
de la propiedad de la tierra, en superficies que dificultan el buen manejo de los suelos y las
innovaciones tecnológicas. Esto se debió evidentemente al afán de no dejar a ningún campesino sin
tierra propia, y de dotar “en teoría” de un instrumento de liberación a los campesinos. De esta forma,
se fragmentaron los grandes latifundios y la parcelación excesiva de la tierra determinó el aumento
de los minifundios. Ese afán de distribución, entonces, ha caído en el error de fragmentar
excesivamente las propiedades.
Asimismo, en esas áreas de tenencia minifundista y excesivamente fragmentada, la reforma
agraria no alcanzo a definir una política de remodelación y crecimiento. Heyduk (1974) agrega que
al subsistir el problema del minifundismo, los pequeños campesinos no fueron tan beneficiados por
la reforma agraria, ya que la fragmentación de las haciendas agravo el problema. “El minifundio, tal
como existe, carece de salidas, aparte de la remodelación estructural. […] El extremo
minifundismo ha sido el mayor obstáculo al acrecentamiento de la productividad de la tierra y del
hombre.” (García, 1964: 365). Además, no solo en algunas zonas los latifundios subsistieron, sino
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que se multiplicó el minifundio y varias comunidades siguieron postergadas al mercado interno (De
la Mata, 2009; Choncho, 1967).
Esto nos lleva al análisis de la economía campesina descripta por Chayanov. Para analizar el
caso boliviano desde este enfoque debemos tener en cuenta, como plantea Cantoral Benavides (2010),
la caracterización de la economía campesina: la herencia de la hacienda feudal antes de la reforma
con las bajas relaciones mercantiles y el escenario luego de la reforma que plantea una sociedad de
mercado con empresas agrarias con trabajadores asalariados coexistiendo con pequeñas propiedades
con las características de una economía campesina de trabajo familiar, similar a la presentada por
Chayanov.
Entonces, siguieron persistiendo relaciones sociales no capitalistas, porque las propiedades de
escasa extensión territorial se basaban en el trabajo familiar con escasos recursos de tierra y capital,
donde no se solía contratar mano de obra asalariada y tenían baja actividad mercantil (Bengoa,
1979). El aislamiento, la lejanía a los mercados y la falta de comercio, era lo que llevaba a los
campesinos a producir para su subsistencia (Cantoral Benavides, 2010). Esta situación se vislumbra
a través de los datos presentados sobre el reparto de la tierra, demostrando que la economía
campesina familiar (de subsistencia) planteada por Chayanov continúa en algunos sectores rurales.
Sin embargo, las comunidades campesinas conviven en un sistema que produce algunas mercancías
para el mercado local y al mismo tiempo una economía de subsistencia, por lo que existen
relaciones mercantiles junto con formas no capitalistas. A pesar de ello, la producción campesina
luego de la reforma cada vez se articulaba más a los mercados: aunque su modo de reproducción no
sea enteramente capitalista este se encuentra en parte ligado a la economía de mercado.
Conjuntamente, Paz Ballivián (2003) afirma que la composición de la estructura boliviana
actual se presenta con las mismas contradicciones detectadas desde antes de la reforma. Ya que
sobre la problemática de la reforma agraria han gravitado negativamente dos factores: la
desproporción entre la tierra distribuida, y la inadecuación entre el papel de la reforma agraria y los
precarios medios para desempeñarlo.
Por otra parte, la posibilidad de que las propiedades podían tener hasta un máximo de 50.000
ha., según la ley de reforma, ha generado una asimétrica estructura dual de la propiedad rural. Sumado
a la tasa insatisfactoria en la distribución de tierras y las malas reparticiones de tierra en cuanto a
tamaño y calidad del suelo (Pla, 1980).
Urioste, muy crítico de la reforma, afirma que a:
“A los blancos —mestizos e inmigrantes extranjeros— se dotó gratuitamente la
mejor tierra en superficies enormes que no se trabajan o se trabajan en forma muy
reducida. Para los indígenas del occidente, quechuas y aimaras, se repartió parcelas en
tierras de ex haciendas de muy baja productividad que han acabado subdivididas al
extremo. La reforma agraria confirmó el carácter racista y excluyente de la sociedad
boliviana.” (Urioste; 2004: 180).
Es que las desigualdades entre las diferentes categorías de campesinos que trabajaban en las
haciendas permanecieron después de las expropiaciones, por esto, para Heyduk (1974) los cambios
producidos por la reforma agraria están estrechamente relacionados con el antiguo modelo de la
hacienda señorial. Esto se aclara al establecer que:
“En la estructura actual de la propiedad de la tierra en Bolivia, la masa de
campesinos trabaja sus propias tierras como propietarios-operadores individuales. El
número de campesinos sin acceso a la tierra es insignificante en relación con el número
total de campesinos en Bolivia. Sin embargo, la diferencia entre las cantidades mínimas
y máximas de tierra recibidas por los campesinos dentro de un área dada es
impresionante. Esta situación tiene lugar a causa de que el acceso diferencial a la
tierra, basado en obligaciones de trabajo, era algo común antes de la revolución de
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1952. La ley de reforma agraria distribuyó tierras a los campesinos y para hacerlo se
basaron en las diferencias acostumbradas antes de la reforma.” (Clark, 1974:184).
Desde el lado productivo, Urioste (2004) plantea que una vez distribuida la tierra, el gobierno
dejó a los campesinos abandonados sin ningún apoyo ni políticas públicas explícitas de desarrollo
rural, aunque esto conllevó el tinte positivo de no imponer formas de organización, de propiedad y
de trabajo de la tierra. Para García (1964) los programas de los gobiernos no atribuyeron valor alguno
a la transformación funcional de los trabajos de labranza, las herramientas o las prácticas
tradicionales. El autor plantea que se tenía una superstición con respecto a la maquinaría como
elemento motor de revolución agraria tal que desvió los esfuerzos y no logro ninguna penetración
de las técnicas mecánicas en el agro. Según Paz Ballivián (2003), en Bolivia la mayoría del
campesinado no se desarrolló productivamente, ya que transfirió sus márgenes de ganancia al
transporte o al comercio y no a la inversión tecnológica en el sector agrario. Como se mencionó, los
campesinos con menores recursos se vieron obligados a complementar su trabajo agropecuario con
la venta de fuerza de trabajo. Estos comprenden, aun en la actualidad, tres cuartas partes del total
del campesinado. A la vez no hubo un desarrollo de infraestructura caminera y de riego, ni
tecnología apropiada, ni mecanismos de crédito de fomento. En este sentido, la reforma no pudo
conseguir los resultados esperados.
De este modo, otro aspecto negativo que plantea Clark (1974) es la poca atención a la
creación de nuevos servicios y la falta de medios para que los campesinos pudieran explotar sus tierras
con mayor eficiencia, por ejemplo: servicios de extensión y crédito, provisión de fertilizantes,
pesticidas y semillas mejoradas y la organización de instalaciones de riego y transporte. La
mayor eficiencia en la explotación de la tierra pasó a ser un asunto secundario para el gobierno.
Además, se necesitaban políticas de estabilización y arreglos institucionales para colocar y vender
los excedentes de producción, dado que en algunas áreas las condiciones era casi imposibles para
establecer nuevos servicios y hacerlos ampliamente accesibles a los campesinos. Sumado a esto el
hecho de que la influencia de la reforma varió en las diversas áreas geografías a causa de la distancia
de los pésimos caminos, malas comunicaciones e ineficientes patrones de uso y tenencia de la tierra.
En línea con la visión de Marx, hubo un bajo desarrollo de las fuerzas productivas, pues la
estructura agraria, en su mayoría, se determinaba con trabajo intensivo y muy poco capital, utilizando
las tierras de forma extensiva. En la época analizada estuvo ausente un proceso de industrialización,
de desarrollo económico y de progreso social que acompañe al proceso agrario. Además el retraso
del desarrollo de la mayoría de las empresas agrarias en cuanto al carácter técnico y productivo
se debió al fracaso en el intento de instaurar relaciones de producción capitalistas en el campo
y a una aplicación errada de la ley de reforma que tuvo como consecuencia la economía de
subsistencia y el autosostenimiento de los pequeños campesinos (Urioste; 2004; De la Mata, 2009;
Choncho, 1967).
Además, la transformación acaecida luego de la reforma, es decir, el proceso de expropiación
de las haciendas y de distribución de tierras y constitución de nuevos propietarios, fue en muchos
aspectos desaprovechado y relegado a segundo plano por los propios conductores políticos de la
revolución (Urioste, 1999). Para este autor, el impulso de la reforma agraria inicial se ha agotado,
en términos de dinámica social cohesionadora:
“No existe hoy en el campesinado una razón aglutinadora y movilizadora como
fue la lucha por la tierra en la década del 50. La diferenciación socioeconómica dentro
del mundo rural es hoy mucho mayor, más compleja, hay muchos más actores sociales
y económicos que obedecen a racionalidades distintas y en muchos casos
contrapuestas.” (Urioste, 1999:3).
Se manifiesta la tesis de Marx, en tanto que la distribución de tierras a los campesinos de
forma privada, y no dentro de un proceso de nacionalización de la tierra, llevó al decaimiento del
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6. Conclusiones
La Ley de Reforma Agraria del 2 de agosto de 1953 fue producto de la presión del campesinado,
que ya tenía una larga trayectoria de movilizaciones y luchas por sus derechos sociales. El principio
representativo de esta fue “la tierra es de quien la trabaja”. Para esa época, la propiedad rural era un
obstáculo para el progreso del país debido la concentración agraria, a los viejos sistemas utilizados
en su explotación y a las formas de servidumbre en el trabajo. Como consecuencia de la
desproporción en la distribución de la propiedad de la tierra y de las formas primitivas de trabajo, se
evidencian los bajos porcentajes de cultivo, con relación al área trabajada. Los objetivos principales
de la reforma se establecieron en base a la eliminación del problema agrario en Bolivia: el latifundio
y las formas de trabajo semifeudales.
Exactamente la característica principal de la revolución agraria boliviana fue la abolición de la
figura de la gran propiedad y del sistema de la renta laboral y de otras sumisiones laborales que los
arrendatarios debían realizar para los terratenientes, planteando la obligación de pagar salarios en
dinero. Se demolió el sistema de haciendas como estructura hegemónica, y con esto los servicios
gratuitos, pero no necesariamente la precarización laboral. De esta forma, la disolución del
latifundio se presentó como una operación revolucionaria de redistribución del poder social y de
abolición de un sistema señorial de la tierra.
Sin embargo, la supresión del régimen de servidumbre y del latifundio, se dio con mayor fuerza
en la región del altiplano y en parte de los valles. Al mismo tiempo, se abrió una puerta para el
crecimiento de grandes propiedades en la región de los llanos. De este modo, al momento de
fragmentar la tierra, se crearon grandes unidades llamadas empresas agropecuarias, por lo que se
estuvo lejos de resolver los problemas de redistribución de la tierra y de haber cerrado el paso a las
grandes extensiones territoriales. Se distribuyeron un poco más de la mitad de la tierra del país,
beneficiando en lo fundamental a propiedades medianas y empresas agropecuarias que obtuvieron
más de dos tercios de la superficie boliviana, las cuales se encontraban principalmente en los llanos.
No obstante, la reforma mantuvo vigente e impulso el minifundio, principalmente en la zona
del altiplano. Lo que trajo aparejado que muchos campesinos sigan inmersos en una economía de
subsistencia, ya que carecían aún de mercados y de capital para sus productos. Y aunque si bien no
se ha podido lograr la incorporación activa de las economías de subsistencia a una economía de
mercados, se mostró que han aumentado las relaciones comerciales intercomunitarias.
Por otro parte, al evaluar el consumo se nota una mejora en la distribución del ingreso, y en
las condiciones de vida de los campesinos. Los efectos de la distribución de tierras les posibilitaron
a las familias campesinas tener un consumo más alto (accediendo a otros productos) y una tasa más
alta de formación de capital que la que existía con anterioridad a la reforma. De esa forma, se entiende
porque el énfasis fue puesto sobre la distribución de la tierra, como uno de los factores más importantes
en la distribución del ingreso.
De esta manera, la nueva estructura agraria luego de la reforma quedó conformada por las
grandes propiedades o empresas agropecuarias y minifundios. El reparto de tierras benefició a casi
un tercio de las unidades productivas con pequeñas propiedades. Asimismo, la reforma agraria
propició una alta concentración de la tierra por un lado, y un elevado fraccionamiento por el otro.
Las desigualdades siguieron vigentes en el agro, y en estudios recientes se comprueba que la
composición de la estructura boliviana actual se presenta con las mismas contradicciones detectadas
desde antes de la reforma. La diferencia de los tamaños existentes entre las pequeñas y medianas
propiedades y las empresas agrarias son muy elevadas.
Esta instalación, y posterior arraigamiento, de una estructura agraria dual: empresa agropecuaria
(o “nuevo” latifundio) en el oriente y minifundio en el occidente (altiplano), supuso no poder superar
el estancamiento de las fuerzas productivas.
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Parte de la sociedad todavía vivía de la subsistencia: bajo una economía campesina familiar
como la planteada por Chayanov, en situación de aislamiento con respecto a los mercados, dotadas
con tierras de baja calidad, casi sin oportunidades de venta de sus productos y con escasos o nulos
sistemas de comunicación y transporte. De esta manera, el sistema de pequeñas parcelas siguió
fomentando el atraso y la pobreza.
De este modo, en Bolivia se encuentran junto con estas relaciones no capitalistas, otras
capitalistas, coexistiendo explotaciones familiares minifundistas con productores mercantiles.
Pero en estas explotaciones destinadas al mercado y con trabajo asalariado, tampoco se dio un
notable crecimiento de las fuerzas productivas. El latifundio boliviano (antes de la reforma) era una
estructura de propiedad incapaz de aumentar la producción y sin la necesaria tecnificación. La falta
de capital en las propiedades, los medios de producción precarios, obsoletos, arcaicos; y las
relaciones señoriales impedían el desarrollo agropecuario. Luego de la reforma, no se pudo superar
este atraso ni concretar una tecnificación de los procesos de producción que determinara un elevado
crecimiento productivo. En la mayoría de las propiedades se dieron algunos avances en estos aspectos
pero no fueron sustantivos, por lo que la reforma agraria no contribuyó a fomentar un verdadero
desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas.
Sin embargo, si favoreció al aumento de la producción propia de cada campesino, debido en
parte a la remoción de los sistemas semifeudales dominantes antes de 1952. Se distinguió que la
distribución de las tierras de los latifundios trajo importantes incrementos en la producción y las
cosechas e incluso mayores ganancias en el ingreso y el bienestar de campesinos de bajos recursos
involucrados. De todas formas las relaciones de los pequeños y medianos campesinos con el
mercado no se ampliaron considerablemente. Y a pesar de que tampoco las exportaciones lograran
un cambio profundo en la economía del país, es importante el hecho de haber logrado el
autoabastecimiento nacional en varios productos agropecuarios.
La reforma fue fuertemente criticada en torno a dos ejes: la desproporción de la tierra
distribuida entre los campesinos y el pobre desempeño del Estado en su implementación. En
relación a esto último, el gobierno sólo promulgo e implemento la reforma agraria, sin incluir
servicios de asistencia técnica o financiera (o facilidades para el acceso al crédito), de mecanización
o de insumos agropecuarios. Además de ciertas irregularidades y corrupción en el proceso de
distribución de tierras, por ejemplo la doble dotación de tierras. El proceso de industrialización agraria
tampoco prosperó debido a las falencias del Estado.
Desde una visión marxista, luego de la revolución del 1952, la extensión de propietarios de
minifundios paso a ser el mayor obstáculo para la construcción de un sentido social que siga
avanzando con el impulso revolucionario inicial. Los campesinos se contentaron con su porción de
tierra y abandonaron su ideal revolucionario. Se acallaron las voces que pedían a gritos un cambio
profundo en la estructura agraria boliviana. Olvidándose de los motivos que llevaron a la revolución
y a la consiguiente reforma, luego de la implementación, solo se criticaban las formas de ejecución
y las pobres políticas de fomento agropecuario. El insuficiente reparto logró contentar a una parte
elevada de masas campesinas. La fuerza campesina como movimiento revolucionario anterior a la
revolución se apagó, junto con el sentido de clase explotada. Pero en realidad con la reforma, los
campesinos bolivianos dejaron de ser siervos pero la mayoría continúan siendo pobres. La reforma
liberó la fuerza de trabajo campesina pero no transformo los niveles de bienestar de las familias
rurales.
Claramente Bolivia es un país rico en recursos naturales (minerales y agropecuarios) pero al
tiempo de la reforma contaba con una base muy baja de desarrollo económico (y aún actualmente).
Bolivia proporciona evidencia acerca de los escasos beneficios de una reforma agraria en ausencia
de un cambio radical de las relaciones de dominación. Es importante considerar que tan favorable es
pasar de un tipo de sometimiento a otro, de aquellas semifeudales a otras capitalistas asalariadas. La
reforma del ’53 fue realizada con escasa información, sin participación de los campesinos en su
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diseño y con un Estado sin las herramientas necesarias para conducir este proceso. El empuje político
de la revolución se centró en la actitud abolicionista de la reforma frente al latifundio. Y aunque se
rompió esa estructura que resultaba asfixiante, este movimiento no pudo encauzarse debidamente.
Esta radicalización desvió el enfoque reformista y dejo sin abordar la otra cara fundamental de
la estructura agraria de Bolivia: el minifundio, con los problemas que supone. Persistiendo algunas
relaciones tradicionales de tenencia enfocadas en la subsistencia.
La reforma agraria no fue parte integrante de un plan de desarrollo de la agricultura ni de un
plan general de desarrollo económico, sino solamente un paliativo ante los problemas sociales y las
protestas que venían sucediéndose. Surge la necesidad de reconducir el proceso agrario. La cual, si
es llevada a la práctica con seriedad, implica un cambio radical de la propiedad, de los ingresos y de
las posiciones sociales.
En Bolivia (y en todas partes) hay una tendencia a esperar todo de la reforma agraria. La
redistribución de los derechos de propiedad sobre la tierra solamente pudo romper la rigidez social
y sentar las bases para una organización diferente del sector agropecuario. Pero la reforma, tal como
sucedió en este país, no convirtió automáticamente a los campesinos en empresarios que se orienten
al mercado y que promuevan un desarrollo capitalista (con tecnología o diversificando la
producción hacia otros sectores que generen más valor), ni tampoco exacerbó sus reclamos y su
actitud revolucionaria. Este conflicto sigue latente, la lucha contra la concentración de recursos y la
inequidad en la distribución de tierras, junto con el desarrollo social y económico, no está siquiera
concluida.
No obstante, la Reforma Agraria boliviana de 1953 solamente muestra el comienzo de lo que
debe ser la lucha constante contra las desigualdades, el primer paso en un proceso efectivo de
desarrollo económico y de la solución de un problema agrario. Es relevante evaluar como se hizo en
este trabajo, cuáles fueron sus aciertos, pero sobretodo cuales sus errores; para proyectar cambios a
futuros sin caer en los mismos problemas. Por otro lado, es necesario que los sectores más
desfavorecidos revivan sus reclamos en pos de suprimir las diferencias sociales y económicas. A la
vez, esto fomentará que en toda Latinoamérica se trate el tema de la tenencia de la tierra como algo
crítico, como una de las fuentes principales de desigualdad entre las personas. Que aún hoy sigue
sin resolver.
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