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Construcción de la historia a partir de distintas fuentes

Pensar cómo constituir fuentes históricas, en especial, fuentes que surjan desde abajo, a
partir de sus actores víctimas, a contrapelo de fuentes oficiales ocultas o desaparecidas y de
una historia institucional construida desde el olvido o la negación.

Memoria en Latinoamérica
Los asuntos de la memoria nos acompañan desde hace varios años en América Latina. En los
países del cono sur, las iniciativas de memoria se han multiplicado.
Vezzetti (2009) indica que la memoria colectiva constituye una práctica social que requiere
de materiales, instrumentos y soportes, es decir, de artefactos o acciones públicas:
ceremonias, libros, films, monumentos, lugares y también de actores, iniciativas,
esfuerzos, tiempo y recursos.
Estos asuntos de la memoria nos plantean una diversidad de problemas. La pregunta más
básica alude a por qué recordar, y su antítesis, los porqués del olvido; los problemas
asociados a los contextos en los que recordamos (en especial, en el tiempo de las
transiciones) que influyen en la configuración, o al menos en algunos énfasis de nuestros
recuerdos; los modos en que recordamos, pero sobre todo las formas en que comunicamos
nuestros recuerdos (el testimonio, la narrativa, el arte, los lugares, los encuentros y actos
públicos); las relaciones no siempre consensuadas entre la disciplina de la historia (cuyo
objeto es el pasado) y la memoria, que recrea social y persistentemente el pasado; los
problemas asociados a los archivos documentales y orales en los que se busca preservar la
memoria y ponerla a disposición de los investigadores y un público más amplio.
Los procesos que han hecho posible la constitución de Archivos de Memoria se han
desenvuelto en contextos complejos de disputas políticas por la memoria, en medio de
procesos de recuperación de la democracia.
Es que la memoria no es inocente, ya que forma parte de las luchas por la dignidad de las
víctimas, la particular historicidad de nuestras sociedades, así como por hacer prevalecer la
verdad y la justicia en medio de sociedades con fuertes actores e instituciones para las
que resulta más cómodo dar vuelta la página y olvidar. Sin embargo, los vencidos no
olvidan.

Tensión entre memoria e historia


División memoria-historia
Según Enzo Traverso, esa frontera (entre historia y memoria) no es tan clara como se
suponía que fuese. En este contexto, se releva el concepto de memoria histórica, donde
memoria es el sustantivo y la historia es el adjetivo, lo que invierte la jerarquía tradicional.
Así, la historia debería realizar un trabajo al servicio de la memoria.

Vinculación memoria historia


La memoria y la historia constituyen herramientas fundamentales para mantener la
relación dialéctica pasado-presente-futuro, ajenas al racionalismo y al romanticismo
conservador.

Testimonio
El estatuto epistemológico del testimonio, en las últimas décadas, ha sido tema de debate
en las sociedades occidentales, sobre todo cuando éste alude a pasados traumáticos,
quiebres profundos de tipo colectivo y experiencias dolorosas que comprometieron no sólo
a la clase política o la esfera militar, sino a la sociedad civil en su conjunto. El testimonio
cuando es directo, es decir, cuando proviene de quienes experimentaron ese pasado
traumático, ha cobrado una relevancia tal que ha llevado a Annette Wieviorka a hablar de la
“era del testigo”. Con esto, la autora quiere significar que, para la era actual, la composición
singular del testimonio -relatar lo que se vivió o presenció., con toda su carga emocional,
no podría llegar a igualar el discurso historiográfico en términos de representación de
la realidad.
Daniel James le propuso a Paul Thompson una distinción entre dos fases de la historia oral:
una fase ingenua, tal vez romántica, en la que historiadores reconocieron y valoraron el
testimonio y la oralidad como una manera de hacer historia de “los sin historia”, “los sin
voz”; y, una segunda fase, más crítica y en diálogo con la post modernidad, en que los
historiadores perdían la inocencia y debían admitir que a través del testimonio y la oralidad
los sujetos recrean la realidad mediante sus propias representaciones del mundo y de
la historia.
El testimonio narra -oralmente o en el papel- un simple hecho, un proceso o período
histórico vivido o presenciado, registrado y posteriormente significado a través de la
memoria.
En términos simples, lo que busca el testimonio es dejar un legado para las generaciones
venideras.
El testimonio, como un material de indudable valor histórico, de textura diferente en
relación a las otras fuentes con las que en el oficio se trabaja y que permite penetrar en
esa zona profunda de la experiencia humana.
La importancia del testimonio es particularmente apropiada para aproximarnos a la
experiencia de los sujetos, a las perspectivas personales y a la subjetividad que cada uno
cuenta. En este sentido, la idea de formar un archivo audiovisual se destacó porque son los
testimonios la línea fundamental, ya que ofrecen sensaciones no registradas en otras
fuentes; como la capacidad y transmitir sensaciones y emociones plasmadas en la
gestualidad, en los tonos, las pausas, las sonrisas y los silencios, rasgos que en el soporte
escrito quedan limitados u omitidos.

Testimonio y exilios
Los primeros trabajos testimoniales publicados en el exilio, como apunta Peris Blanes,
constituyeron más bien textos de denuncia que de elaboración de memoria (…) en esos
momentos no se pensaba en la posterior disputa que tendría lugar una vez recuperada
la dictadura.
En Chile, hemos visto surgir una abundante producción (en diferentes soportes) que busca
representar el 11 de septiembre de 1973 y la dictadura militar. Se trata en su mayoría, pero
no exclusivamente de una contramemoria, es decir, de aquella memoria situada en el reverso
de la memoria oficial y dominante en los años de dictadura.
Podría cuestionarse qué tan boom es la memoria del pasado reciente en Chile, ya que, a pesar
de las prolíficas producciones en diversos soportes, no deja de sorprender que las nuevas
generaciones demuestren poseer escasa información sobre los hechos que trastocaron la
vida nacional a partir del golpe de Estado, lo cual habla de un desconocimiento de una
memoria reciente, pero también de que, en algún punto, la cadena de transmisión de la
memoria se fracturó.
Una parte considerable de los trabajos de recopilación de testimonios del pasado reciente de
nuestro país, han optado por la mera exposición testimonial, sin intervención autoral,
dejando los relatos intocables, con el objetivo de que sean los lectores quienes analicen,
interpreten e incluso construyan los puentes entre sus memorias personales y las
contenidas en las narrativas, como una forma de enmarcar los recuerdos individuales en
memorias colectivas.
Hay otra gama de autores, por el contrario, ha creído necesario no sólo la recopilación de
testimonios sino también, su intervención a través de una aproximación crítica, a partir
de diferentes ámbitos de las ciencias sociales. De este modo, la memoria, sujeta al análisis
y a la interpretación, deja de ser materia prima y se transforma, por poner un ejemplo, en
historiografía.
Pero el testimonio también presenta problemáticas, sobre todo porque cuando se está
frente a realidades que se escabullen de la lógica y la comprensión, pareciera que este
tampoco pueda dar cuenta de ellas.
Mucho se ha reflexionado sobre las posibilidades que experimentan quienes han vivido
eventos de esta naturaleza cuando acceden a realizar el ejercicio de testimoniar sobre su
pasado en presencia de otro que no sólo está dispuesto a escucharlo, sino que además
ofrece contención. En esta situación, los individuos logran poner en palabras la
experiencia traumática, y con ello, recuperan su posición de testigos, perdida por la
naturaleza abrumadora del evento.
La represión ejercida por el estado dictatorial no siempre ha podido ser enunciada, quedando
como un evento reprimido y no elaborado.
También ha sido lugar común que los sobrevivientes optaran por no relatar lo que les
ocurrió en los centros de detención y tortura, ni siquiera en el círculo íntimo de la
familia, una vez que liberados retornaban a sus hogares. Ello, no solamente por el carácter
traumático de la experiencia, sino también como una manera de proteger a sus cercanos
del sufrimiento que podría haberles significado conocer por lo que habían pasado. Ante el
silencio de la víctima, la familia no preguntaba, se producía una suerte de “pacto de silencio”
lo que sin embargo no impedía que el trauma del sobreviviente se expresara en forma
no verbal y fuera transmitido incluso generacionalmente.
En Chile, la historiografía del tiempo presente en general parece poco dispuesta a incorporar
la dimensión subjetiva que está presente en el registro testimonial sobre todo cuando se entra
en el terreno de la represión ejercida por la dictadura. Se suele pensar que la dimensión
subjetiva de la experiencia traumática no es de dominio de la historiografía sino más
bien de la psicología social, la literatura o las artes. A ello se suma la dificultad de poner
en palabras vivencias como la tortura, dificultad que no solo se manifiesta en la escritura,
sino que también se le presenta al lector que se enfrenta a una narración de esta naturaleza.
Opera a mi juicio, un tercer factor en esta ausencia de la dimensión testimonial en la
historiografía, y es la dificultad de representar aquello que por su naturaleza se hace difícil
desentrañar en el ámbito de la comprensión humana; entonces se opta por no narrarlo. Con
esto, sin embargo, se elude la responsabilidad que debiera tener la historia en términos
no sólo de evidenciar lo ocurrido, sino también de contribuir a hacerlo inteligible.
Si bien la memoria es histórica, es necesario puntualizar que ella elabora a partir del
presente en el que se realiza el ejercicio de la rememoración, por tanto, los significados
están anclados en ese presente y en términos generales, como lo señala Joel Candau, en el
futuro del hecho rememorado. La memoria de muchos niños en dictadura, nos habla de tres
elementos esenciales: el silencio que se impuso desde muy temprano en la propia
dictadura, fomentado en la post dictadura y finalmente naturalizado; en segundo lugar,
de una latencia de recuerdos fragmentarios tanto cotidianos y triviales como profundos
y excepcionales, pero que en la gran mayoría de los casos comparten el no haber sido
elaborados, y en tercer lugar, del rol que la memoria sensorial tiene en la interpretación
del pasado.
La dictadura silenció muchas memorias de niños, porque fueron humillantes, dolorosas,
amenazantes; a más de cuatro décadas del golpe aún no emergen en su totalidad. La
historiografía tiene una posibilidad de contribuir a su enunciación y elaboración a través del
registro y análisis del testimonio y de manera específica de la memoria sensorial.

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