Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Una pareja de forasteros restauró murallas de un antiguo caserón en ruinas, techó, y abrió una
llamativa casa de tentaciones con comida y beberaje. Los viajeros de las desoladas huellas
encontraron allí vinos y aguardientes y, por sobre todo, los más ricos y apetitosos fiambres
Arrieros y carreteros cambiaban pareceres y se allanaban a dormir bajo ese seguro techo. Y
licores y fiambres con alegres guitarreos acortaban la noche para encarar al otro día, a pleno
sol y con los bolsillos livianos, las contingencias del temido cenagal.
El Paso de la Ciénaga ya carga con malas mentas. Hay atascamiento de carretas, mulas
empantanadas.
En una posada en la que se narraban mitos sobre las desapariciones y el pantano que se los
tragaba, fue donde dos mozos pidieron alojamiento, y fueron drogados por la bebida. Y lso
dueños, la señora y el Huinca Nahuel, intentaron matarlos con un cuchillo. Uno escapó y
denunció el hecho. La posada fue incendiada
EL NEGRO CIRIÁTICO
Conozco a este elemento humano. Soy folklorista, o pretendo serlo, y medio historiador, y creo
saber, mejor que muchos, cómo se debe proceder en estos casos. Cuando un campesino
comienza a ponerse tristón y muy concentrado, hay que dejarlo que dispare para el lugar de su
querencia espiritual... Uno, el folklorólogo, debe seguirlo de cerquita sin darle alce ni
propasarse a manosearlo. Se debe galoparle al lado, como a vacuno semicimarrón, sin ladearlo
ni perderlo de vista. Él, sólito, va descubriendo los caudales que uno persigue y que los taparía
si se le preguntase golosamente por ellos. Para sonsacar al criollo y más al mestizo, se debe
encarar una conversación así, como al acaso, y si el presunto informante es arisco, debe uno
mismo contarle un cuento, un chascarro, un caso, una adivinanza o largarle una tonada. ¡Si
sabré yo de estos lances!...
No proceda, don, como algunos folkloristas periodistas porteños que llegan a estas tierras con
los minutos contados y con fiebres de la calle Florida. No bien bajan del automóvil, les caen a
los viejos que por la facha aparentan resguardar caudales tradicionales. Los abordan
abruptamente con un "¡Amigo!, ¿qué sabe usted del folklore?" El criollazo los mira como quien
ve a un vendedor de embrollos o a un procurador pleitista, y les contesta con agestado
silenciar. "Amigazo, le repite el apresurado folklo-periodista, ¿quiere cantarme una tonada
cuyana, de las más antiguas?" El viejo criollo revuelve los ojos, escupe con pucho y todo y
medio contesta: "¿Se ha creído usté que yo canto porque me manden y que no tengo nada que
hacer en mi casa?
Pero en la historia, el folklorólogo que hablaba con don Goyo se propuso encontrar al Negro
Ciriático que le robó la libreta de enrolamiento.
Repasé mis copias documentales. Según ellas, los últimos negros esclavos de Mendoza fueron
vendidos a mediados del siglo xix. Lo cierto es que la esclavitud, ya en forma disimulada, siguió
hasta el gran terremoto del 20 de marzo de 1861. De todas maneras, éstas son fechas tan
lejanas que dificulto que hayan quedado negros de aquellos tiempos. Sabido es que, por una u
otra causa, ¡se acabaron los negros! Y tanto, que de encontrarse alguno para muestra, se
trataría de un turista de los Estados Unidos, del Brasil o del África
Resulta ser que el negro ciriático era el neuropsiquiátrico. Y Don Goyo tenia problemas con la
bebida. Decia que no sabia por qué cada vez que tomaba alguien lo llevaba hasta ahi. El
hisoriador le prometió que lo protegeria de esas gentes que lo habian llevado. Lo que no sabia
era que era adicto a la bebida y cuando tomaba se volvía loco. Le pusieron chaleco de fuerza y
lo internaron otra vez.
EL COCHERO MATEO
Un inglés que viajaba en coche a la estación de tren se da cuenta que olvidó una valija con 100
mil pesos en el coche. Hace la denuncia. Salen en el sulky del comisario a buscar el coche que
lo lelvó a la estación.
Encuentran al sospechoso. El cochero Mateo, cochero de plaza, casado, con siete hijos dice ser
inocente. Lo llevan a la comisaría. Y lo meten al calabozo para ir y revisar su casa.
¡Cien mil ¡pesos! ¡Qué fortunen! Había para comprar bodegas y casas...
Cárcel
Mateo conoce a un ladrón en la cárcel que le propone asociarse al salir de esta para tener un
negocio.
Le pagó al espía del comisario para que trabaje para él con un mejor sueldo y pase los
informes que él desea a la policía. Comenzó a trabajar con èl en su taller arreglando coches.
A fuerza de empeños y ponderaciones consiguió de los cocheros amigos y aun de las grandes
cocherías que le mandaran sus caballos para herrarlos. Aquello llegó a ser un desfile de
cocheros. Al año siguiente pudo, con tremendas deudas según lo anunciaba a gritos, comprar
una máquina agujereadora de hierro, una máquina de cortar flejes y herramientas de
carrocería. Con eso se atrevió a encarar la compostura de carros y carruajes y hasta se avanzó
a fabricar uno que otro sulky...
Todo empezó a irle muy bien por el excesivo trabajo. Dormía solo 4 horas de noche. El
comisario sospechó si no estaba sacando dinero de la bolsa robada, porque había puesto un
lindo taller.
Su hijo Teo, se recibió en el Colegio Nacional (ahí donde iban los hijos de los ricos). Y se
encaminó para estudiar abogacía. Algo increíble. Se abrazaron.
Muerte de la madre
La madre de la casa muere y el doctor dice que es por fatiga. Mateo se lamenta de haberla
matado por nunca haberle puesto una sirvienta. Teo no puede venir al funeral de su madre por
exámenes.
Al tiempo creó una Fábrica de Carruajes con su esfuerzo. Allí trabajaban operarios mecánicos,
carpinteros finos, ebanistas, tapiceros, talabarteros... Se había expulsado a la antigua herrería
ahumada. El viejo coche de Mateo se escondía en un rincón, archivado, y el ex cochero ahora
se caldeaba la cabeza con el papelerío del escritorio, asistido por un Contador.
Comisario en la pobreza
El Comisario fue destituido y se le comprobó que había delinquido en sociedad con maleantes
explotadores de casas de juegos prohibidos. Resultó ser un mafioso con uniforme
Venganza
Volvió Teo Rosas de Córdoba hecho un doctor en leyes con su título bajo al brazo. Vió el éxito
de la cochería y prometió volver a conversar.
Frente al lujoso y aristocrático Grand Hotel con sus jardines y fachada mirando a la Plaza San
Martín, se detuvo a conversar con uno de los mozos que conocía de antiguo... Sí allí paraba el
doctor Mateo Rosas
Teo le pide a su padre dinero para ayudarlo a la boda. Ya que se casará con una distinguidísima
dama de Córdoba. El padre se siente despreciado, porque sabe que su hijo esconde sus raíces
pobres, desprecia a su madrina.
Hace 10 años Mateo robó 100 mil pesos de un inglés que lo olvidó y lo escondió donde vivía su
madrina Estanislada.
Toda esta grandeza se debe al dinero de esa valija y ¡a mi porfía por ocultarlo a fuerza de
trabajos!
Le cuenta que lo conocen en Córdoba por el doctor Rosas, de antigua familia mendocina. Pero
el apellido Rosas es de esclavos negros y mulatos, que fueron los esclavos de la antigua familia
Rosas y, tomaron el apellido de sus amos (como todo esclavo).
Le cuenta que su abuela fue de las últimas esclavas. Y cuando la pobre parió a su hijo Mateo,
¡tu padre!, se escondió en una cueva para parirme y esconderme...
¡QUÉ BÁRBARO!
Mi abuelo, don Dionisio Lucero, habíase establecido con un negocio de ferretería en Los Sauces,
cerca de la Villa Seca de Tunuyán, por allá por 1865. Bajaba con sus carretas a la ciudad de
Mendoza para surtirse de mercancías.
todos los colores; los fumadores, del tabaco de Tarija; los materos, de azúcar de Arequipa...
La travesía de la Pampa del Sebo le demandaba dos días. Cuatro tardaba en llegar a sus lares a
descargar sus carretas. El vecindario entero lo esperaba para admirar las "hechuras gringas"
que traía del pueblo. Los mocetones guitarreros se surtían de nuevo cordaje para sus
instrumentos; los cazadores, de pólvora, munición, balines y fulminantes para sus fusiles de
cargarlos por la boca; los labradores, de azadones, palas, picos, horquillas y punteras de hierro
para sus arados de palo; las niñas, de cintas de todos los colores; los fumadores, del tabaco de
Tarija; los materos, de azúcar de Arequipa.
Malón y Manuel
Se sufría por los malones de los indios del sur. Los fuertes de San Rafael y de San Carlos caían a
los poblados avanzados en demanda del botín, de viriles aventuras y de las codiciadas mujeres
blancas; porque ¡mataban a los hombres y se llevaban cautivas a sus tolderías a las blancas
cristianas!
En uno de los más fieros malones que azotaron a los Sauces y Villa Seca, logró quedarse un
indio viejo. Se escondió de sus compañeros y cuando volvieron a sus saqueadas casas los
pobladores, él se presentó con palabras y señas de mansedumbre y sumisión.
Don Dionisio Lucero lo tomó a su cargo. Lo vistió, le brindó techo en su casa, y lo hizo
cristianar. Le impuso por nombre el muy dulce de Manuel
Manuel era muy servicial, pero tan cimarrón y mano dura que no se le podía encargar trabajo
delicado. Para cuidar la boyada servía y la demás animalada de montar y de labranza.
Tenía habilidad para hallar las nidadas de los avestruces y para la caza del quirquincho; pero lo
realmente grande en él era: el anuncio de los temidos malones. Y nunca erraba. En la noche
antes de la que él señalaba, había pegado su finísimo oído en tierra y oía el trotar de la indiada
guerrera a muchísimas leguas de distancia.
El vecindario enterraba, presuroso, sus prendas más valiosas, abandonaban sus hogares y
todos, hermanados y unidos, se concentraban en la más resguardada casa, de altas paredes,
sin ventanas. Desde ese techo disparaban sus fusiles y con una culebrina de bronce que
cargaban hasta la boca con balines y trozos de hierro, atronaban el descampado en cuanto
asomaban los bárbaros.
Pasado el malón volvía el vecindario a reconstruir sus casas incendiadas; a resembrar las
mangas y a desenterrar sus prendas. Retornaba la vida de los días tranquilos
El terremoto
Al regresar de la ciudad, dijo que vió ruinas de casas caídas; iglesias altísimas con murallas y
techos caídos y al caerse; techumbres incendiadas; calles cortadas con derrumbes de edificios.
Todo lo que vió fue obra del gran terremoto del 20 de marzo de 1861.
LA BANDERA ARGENTINA DE MI MADRE
La familia viaja a La Plata luego de la muerte del padre. La mujer y sus 5 hijos. Pasaron del
campo a la ciudad en busca de escuelas en 1907. Ningún amigo del padre los ayudó, a pesar de
que prometieron ayudarlo cuando el señor estaba enfermo
Pero en el campo abundaba la leña para el fuego, fruta que se caía de los árboles y otros
recursos que en la ciudad, plagada de pobres, solo se conseguían con platita en mano. En el
campo se vivía con ropas viejas, con remiendos; se criaban gallinitas y otros animalitos para el
consumo, sobraba la tierra para las verduras... Pero en la ciudad había que vestir
decentemente, mostrarse en forma por consideración a los conocidos de tiempos mejores.
Se recalentaba el puchero del mediodía y había cena para esa noche. Para la mañana siguiente
el desayunito de mate, muchas veces amarguito y con yerba servida y la tortilla al rescoldo
hecha con el resto de la harinita del día anterior
La vida de la derrumbada familia en la calle La Plata, íbase yendo a los hondos de la miseria. Se
vendió el sulky, la máquina de agujerear hierros y los últimos martillos y tenazas del taller de
carrocería del padre muerto
El señor Comisario en caballo pasaba por las casas avisando que todas las casas debían exhibir
la bandera argentina el 9 de julio. Y quien no lo hiciera seria castigado con multa de $25. Pero
esta familia pobre no tenía ni para comer. Menos que menos conseguirían una bandera
Quiero ver en todas las puertas de la calle La Plata a la bandera azul y blanca. ¿Han oído?
Creación de la bandera
Juan (el narrador) salió a la calle con un cuchillo grande. Cortó y trajo la caña más robusta a la
casa. Junto a su madre confeccionaron una banderita con unos jirones de lienzo, debidamente
lavados, y una pollerita azul, desteñida de vieja, del vestidito de la hermanita
Con toda alegría izaron la bandera al tope de la caña en el marco de la puerta, sostenida con
alambres de fardos de pasto
–Yo me pelié con un muchacho –le dije, enseñándole la oreja enrojecida– porque dijo que ésta
era tan solo media bandera, ¡y gracias!
Esa bandera así labrada será para mí en todos los tiempos, vengan las que vengan y se enoje
quien se enoje, ¡la más hermosa de las banderas argentinas! Fue compuesta con trapos de
miseria, en noche de desvelo y bajo el temor a la espada tirana!
EL CAZADOR DE CHINCHILLAS
Lucas, perdido en la alta montaña, era un cazador muy raro que cazaba chinchillas con un con
un hurón que le costó años amaestrar
El protagonista del relato intenta saber de esta historia por medio de pueblerinos que lo
conocieron
Busqué a un viejo que andaba enemistado con el cazador. Le hurgué el asunto, pero no
conseguí sacarle algo. Apelé al recurso de hablar pestes del pesquisado.
Relatos
Preguntó a una señora que decía que hacia tratos con el diablo para traer tantas chinchillas de
la alta montaña. Su marido, en cambio, decía que era contrabandista entre Chile y Mendoza.
Un bolichero alumbró más el camino y notició que el don Lucas había amaestrado a un hurón y
había conseguido que el animalito supiera introducirse entre los resquicios de los peñascos
escombrados y se allegara hasta el lugar donde se guarecían las chinchillas.
Un último informante, un agente de policía de campo, me dio una pintoresca semblanza del
sospechado
–¿Ese viejo? ¡Es un macuco! (engañador) que roba y sale muy seguro con su gran tesoro de
pieles por caminos riesgosos, y llega sano y salvo al poblado sin que nadie lo ataque.
Viaje y descripción
Montado en mansa y baqueana mula, tomé el camino de Chile. Tuve la suerte de agregarme a
un arreo de vacunos que seguía la misma ruta. Bien arriba era la casa de Don Lucas
Lo que atrajo fuertemente mis ojos fue distinguir sobre su hombro a una alimaña que pegaba
su cabeza a la de don Lucas, quien se regodeaba con su servidor. Me quedé fascinado por ese
cuadro. A pasos muy gobernados se llegaba el habiloso con su ayudante sumiso. Pensé, al
examinar al hombre y a la bestezuela, que allí había algo más que un maestro y su discípulo. En
aquellos dos seres, ¡tan apartados en la escala evolucionaría!, cabía un entendimiento
Era alto y huesudo. Cara muy afilada con lo moreno del sol y lo curtido de los fríos. Frente
estrecha, inclinada. Cejas hirsutas; ojos chicos, acerados. Nariz respingada, mostrando casi
verticales las ventanas de la nariz, barbilla huidiza, poblada por algunas cerdas. ¡Diablo! Nunca
había visto una cara tan parecida a la del hurón...
Se quedó 5 días. Traía provisiones como campesino lugareño que iba en busca de lana. Pero su
única misión del viaje era sacarle información de cómo amaestró a ese hurón. Era algo que lo
obsesionaba
Sin embargo, ya pasada la medianoche y luego de paladear unos vasitos de vino añejo que le
llevé de regalo, se allanó a noticiarme que su "animalito" era su gran amigo y que le bastaba
hacerle una señita para que fuera a traerle una chinchilla.
Caminaron, y le mostró los amenazantes huecos entre los peñascos amontonados por los
derrumbes. Allí para cazar uno tenía que estar semanas, y solo conseguía una chinchilla. Es que
tenían el mismo color de las piedras y son rápidas.
Le mostró que de noche protegía la casa con 11 perros salvajes, por dentro y fuera. Además de
las escopetas. Eran 3 casitas conectadas a las que solo se podría ingresar por una puerta que
daba al sur. Si intentaban entrar por ahí, se abriría una guerra de escopetas y perros.
Éramos siete, con cinco Winchesters cargados, pero además se contaban otras armas largas y
cortas
Regreso al pueblo
En la Pulpería del Gallo Pelao se reunía lo piorcito del barrio del Infiernillo
Carreteros, arrieros, maruchos, gente de boyadas, piones de finca, puesteros criadores de
cabras y algunos malos artesanos del fierro y de la madera, dejaban allí sus pocos riales.
Y volvían a ensayar la muy escondida forma del punteo al aire, seguido de rasguidos
conllevadores, al tiempo que ensamblaban sus voces para florear la tonada más donairosa o la
cueca y el gato más florido de las chinganas de renombre. Por fin los mozos guitarreros
sacaron a luz el canto estremecedor de la tonada "La pastora", a cuyo aletear se enternecen los
hombres y mujeres en vías de pasión.
Apenas nace la aurora
se anuncia el alba y el día...
Ha bajado una pastora
al pie de la serranía...
Pobrecita la pastora
que ha fallecido en los campos...
¡Que Dios la tenga en su gloria
por haber sufrido tanto!...
Cuenta la historia de Polilludo, un pueblerino que mentía de que se acostaba con la Jesusita, la
chica que todos deseaban y miraban desde afuera de la pulpería. Mintió hasta que ella lo
enfrentó y este para defenderse dijo que todo lo que contó lo había soñado.
–¿Con que sos vos el que me va a manchar el crédito en el barrio del Infiernillo? ¿Conque sos
vos el que entra a mi cuarto por las noches? ¡Gritálo bien fuerte cuándo has merecido, pililo
milagriento, verte tan solo a mi lado en la calle y al paso! ¡Mírenlo al patas de loro
barranquero! ¡Cogote de gallo pelajiao! ¡Canillas chorriadas de buey herrero! ¡Cara de
sopaipilla pasmada! ¡Ojos de urraca descosida! ¡Nariz de higo pasa! ¡Orejas de laucha
cieneguera! ¡Tampoco con ese quepis colorado el nido de pericotes que tenis en la cabeza!
–¿Ve?... ¡Si yo, todo lo que hi dicho fue lo que soñé la otra noche que dormí sin cabecera!
EL SOLDADO DE CHILE
Contexto
La Guerra del Pacífico, también denominada Guerra del Guano y del Salitre, fue un conflicto
armado acontecido entre 1879 y 1883 que enfrentó a Chile contra los aliados Bolivia y Perú. La
guerra se desarrolló en el océano Pacífico, en el desierto de Atacama y en
lasserranías y valles peruanos
Aquí van algunas de las peripecias que logré apuntar, hace años, cuando al lado del fuego y
rodeado por sus hijos y amigos, contaba sus penalidades en trance de dolorosa evocación.
Don Ceferino Cortez, vecino de Mendoza. Declarada la guerra por Chile, corrió a enrolarse en
las filas patrias. Su historia es la de la Guerra del Pacífico
Formó parte de un batallón de infantería que partió para el norte, el disputado territorio de las
salitreras. Se embarcaron en Valparaíso y después de una semana de navegación llegaron al
puerto nortino de Antofagasta.
Recibimos orden de vencer o morir por nuestra bandera. Avanzamos por unos arenales ardidos
y salitrosos con los pies llagados y la boca amarga. Habíamos ya vaciado y tirado la
caramayola para andar sin impedimentos y cuanto más veíamos caer a los nuestros más se nos
subía el coraje a los ojos.
Se perdieron 4, en un descampado grande. Tenían hambre y sed. Hicieron un fuego en la
noche, y recibieron una granizada de balas. Murieron varios.
Con su cuchillo cavó 2 fosas y los enterró. Al herido se lo llevó, pero no podía con él y el
hambre y la sed. Su compañero le pedia que lo sacrificara.
Con la fresca del amanecer volvió de su último desmayo el moribundo y fue para clamarme, ya
con voz desvanecida, que le diera la pronta muerte. De un repente me levanté, furioso, hecho
un tigre y tomé una piedra, una gran piedra y la levanté ¡la levanté todo lo más que pude y
para no arrepentirme, cerré los ojos!... Con la cabeza aplastada lo enterré al pobrecito, apenas
a una cuarta bajo tierra
Caminó con sed y hambre y ya ganas de morirse. Se topó con un soldado enemigo que creía
que estaba vivo. Pero eran alucinaciones.
"Después, por lo que apenas me acuerdo y me contaron, abrí los ojos y vi a un indio coya
inclinado sobre mí y a su lado, unas llamas.
–¡No dar agua! –me contestaba y me fue dando, muy de a poquito, leche de llama. A cada
rato me repetía la racioncita de leche y ya al anochecer me sentí algo repuesto. Por dos días
quedó a mi lado, cuidándome el pobre indio coya, mientras sus compañeros seguían viaje con
la recua de llamas. Al otro día, ya más repuesto con leche, maíz y charque, pude dar cortas
caminatas y, día tercero, seguí a cortos pasos a mi indio salvador
ARBOL CASTIGADO
Un antiguo peral dejó de dar frutos. No servía ni para frutos ni para dar sombra.
Una amiga le dijo que debía castigarlo en la noche de San Juan (la misma en que nace la flor de
la Higuera) para que diera frutos en primavera.
Pero teñimos que esperar a la noche de San Juan, en que florece la higuera y amanece bailando
el sol. En tan señalada fecha, entre la noche y el día, es la hora y el momento de castigar a los
árboles del fruto que, por sus desvíos, niegan su rinde a la cosecha
Al atardecer, con una cadena de carro, la dueña castigaba al peral acusándolo de no dar frutos,
y su comadre, lo defendía, contrargumentando las responsabilidades del amo.
–Si yo no niego, señora, que en los buenos tiempos pasados rindió sus frutos ¡y de los mejores!
Mentadas fueron sus peras por mi agüelo y por mi tata, pero aquí yo vengo preguntando ¿por
qué deja de rendirme peras si sigue siendo peral?
–Tal vez será, señora, porque usté no lo cuida y no lo regalonea. ¿Lo riega de vez en cuando?
–Cierto es y a qué negarlo que me descuido con los riegos, pero ¿ésa es una razón?
–Todo árbol de fruto solicita riego y el trato de un buen hortelano, señora.
Lo amenazaba que si no le daba peras lo iba a hacer leña. Y su comadre le prometía que sí le
daría, que ahora se portaría bien.
El perdón
Un niño pide que deje de castigarlo, y en su inocencia le promete que volverá a dar frutos
–Señora –dijo el infante con voz finita y apocada–; ya no lo castigue más al pobre peral...
–Usté, que es inocente y no es de nuestra conocencia, ¿sale en su defensa?
–Sí, señora.
–¿Usté me da su inocente y honrada palabra que este árbol frutal volverá a rendir producto?
–Sí, señora.
–Usté, que es inocente y libre de toda malicia, ¿sale a dar su fianza por este peral?
–Sí, señora.
Y así fue. En la siguiente primavera se cubrió de blancas flores el peral ¡y todas las flores
cuajaron en fruto delicioso y sazonado!
JESUS, POR DIOS
Doña Bibiana, antigua vecina viuda del barrio del Infiernillo, vivía en su sitiecito con sus once
hijos.
Renombrada dulcera, doña Bibiana se lucía con las hechuras de su mano, muy solicitadas por
la gente pudiente y de buen gusto en el comer
Hacía manjares con los productos de su huerta y también las cabritas de su majada, que el
compadre Prudencio le atendía a medias
Con las uvas hacia pasas, un poco de vino y otro poco de chicha espumosa y picantita.
Con sus nogales sabrosas nueces que servían, con los higos de sus higueras, para componer las
más sabrosas tortas de higos secos
Pero en donde mostraba su habilidad de criolla hacendosa era en la preparación de los dulces
y arropes.
Sus renombrados alfajores eran solicitados por el más encumbrado ricaje y se conocían hasta
en Córdoba y Buenos Aires
La hija Javierita se hizo con 19 años y su madre empezó a temer que se fuera con algún
hombre. Rezaba “Jesús, por dios”
PANCHO PEREZ, ¡VALE PLATA!
Don Pancho tendría unos 90 años cuando murió, en 1950. Había venido de Chile por 1907
Él era de Rancagua. Se vino a la Argentina "por un capricho"
Cuando hablaba con su patrona ponía las manos en el pecho, en ademán parecido a la
iniciación del rezo y bajaba la mirada, respetuoso. Mas, cuando se dirigía a los peones,
levantaba la cabeza y les hablaba con superioridad. Su piel era blanca, ojos celestes de mirar
franco y profundo. Contrastaba con los criollos morenos, de ojos pardos. Se le notaba la
ausencia de sangre araucana; sus ascendientes debieron ser españoles puros
Los contratistas italianos y españoles que llegaban lograban comprar parcelas del antiguo
predio. La viuda, siempre en apuros por plata les vendía hasta que un día se encontró sin nada
que vender.
Se aferraba, como ella, a pensar en los antiguos tiempos, de cuando la gran finca producía de
todo y nada se compraba; de cuando se andaba a caballo y no en las "malditas latas
lustradas", como le llamaba a los automóviles. En su simplicidad, veía el avance forzado de la
industria extranjera
El cambio de los bueyes por el antipático tractor; de la antigua viña de cabeza por las hileras
alambradas de parras; de la invasión de frutales extranjeros, de frutas grandes y vistosas, por
los antiguos “duraznitos de la Virgen”, chiquito pero dulcísimo.
Don Pancho Pérez tenía 90 años, era chileno y la dentadura entera y blanca. Quiso volver a
Chile pero se arrepintió. Ya había pasado demasiado tiempo.
EL CHILENITO TRISTE
–La Argentina es muy grande –les aclaré– y sus pueblos están muy alejados unos de otros; los
que quieren triunfar deben ir a los poblados, no quedarse en estos caseríos sin vida. ¡Hay que
seguir caminando! Un camionero amigo, que va a San Juan cada dos días, los llevará sin
cobrarles nada
–Vas a ver –comentó mi amigo– que el viejo se acomoda lo más bien y el joven, o se despabila
del todo o se lo llevan los diablos...
El tiempo pasó
Pasaron 10 años, y se encontró con uno de ellos. Este le contó que trabajaron de peones en
para sembrar un cebollar. Y la hija de la dueña se enamoró del chilenito triste, se casaron por
registro civil, y se quedó viviendo como un señor allá en San Juan.
EL GRITO DE LA NOCHE
Esto que aquí ocurre lo cuentan los campesinos de los campos más desolados
Llegué y les ofrecí queso, higos pasas y pan. Muy luego animaron el fuego y, a su lumbre,
creció la cordialidad
El vino animó las charlas y yo inicié mis averiguaciones. Pero no querían contar cuentos ni
canciones. Hablaban de la explotación de su patrón.
El Grito
–No comprendo... Ha de ser un viajero perdido en los campos, cercado por la noche, que pide
una contestación para encontrar gente amiga.
–Si fuera un viajero perdido, ¿por qué no gritó antes? ¿Por qué tira sus gritos después que
llegaron las Deshoras? ¿No cae en la cuenta que es pasada la medianoche y que "ése" grita en
vías de tentación y apoderamiento? ¡Esperó a que el gallo diera la señal con su tercer canto
para que abrieran sus portales las Deshoras!
El relato del campesino
Una vez hachábamos leña en un campo que está entre San Luis y La Rioja.
Eran de soledad y desamparo esos desiertos.
Hubo un grito desolador. Y uno de los hachadores le respondió el mismo grito.
Un hachador puntano, que de sobra era valiente, se puso de pie y contestó con guapeza al
Grito de la Noche.
El hachador que contestó el grito de la noche, recibió un tercer grito que lo dejó pasmado.
Pero todo fue normal. Hasta que a la hora de irse a dormir, todos fueron yéndose a cada parte,
y el leñador quedó mirando a un forastero entre el fuego. Alguien que nadie conocía ni había
visto antes. Lo miró, hasta que este se levantó y se fue caminando. El hachador lo siguió y
desaparecieron en la oscuridad para siempre.
Nadie había visto ni oído cuándo ni cómo llegó. Yo alcé mi mirar y pude ver, con apagamiento y ofensa
de mis ojos, a un hombre moreno, muy bien puesto. Lucía botas y se cubría con un poncho rojo y negro.
Un gran sombrero alón le cubría la cabeza, pero lo que no olvidaré en los restos de esta vida, fue el mirar
de esos ojos que parecían mansos y cuasi apagados, pero que trasminaban y forzaban al obedecimiento
Al rato sé puso de pie el hachador tentado y sin decir palabra; ni siquiera mirarnos, siguió paso a paso al
que se manifestara "en presencia", que se ausentaba, noche adentro... Salió nuestro compañero de las
lumbres del fuego y se adentró a los silencios como si lo llevaran atado y sometido. Se fue y se fue
Doña Sebastiana le reclama al Juez de Paz por las hormigas que le están comiendo la hacienda
y la casa.
Aquí había sabido estar el hormiguero acusado. ¡Humm! Y bastante grandecito que es. Sí; bien que lo
veo y lo estoy mirando y bien que lo están atestiguando estos tres honrados vecinos que nos acompañan.
Ahorita vamonos yendo y por el mismo senderito de las hormigas las hemos de seguir hasta llegar al
mesmo lugar donde... la trabajan. Ah... ah... Vamos andando y vamos viendo para la comprobación del
fundamento de la demanda.
Y agora miren y vean lo que queda de mis pasas de uva que yo guardaba p'al invierno. ¡Ni los hollejos
que me han dejao! ¿Y qué me cuentan de ese saco que estaba llenito de higos secos?
A ver: el vecino don Mardoqueo Morales que, como defensor, se ponga a mi derecha y don Juan de los
Santos Arena, quien, como acusador, se gane a mi izquierda.
Señor juez, que estas hormigas coloradas son de lo más pior que anda por sobre el haz de la tierra.
Himos visto cómo se han comido los pichoncitos de palomas que por ser ¡tan tiernitos!
El juez le pide que las defienda, pero la acusadora le dice que no puede porque le han comido
todo. Se lo ordena
Yo, juez medianero y con celos del más justo balanceo, vengo a proclamar mi fallo: ¡Que se vayan las
hormigas! ¡Plazo de tres días para dejar esta honrada casa y no dañarla más!
–¿Y se mudaron las hormigas?
–Al tenor de la sentencia dictada: ¡a los tres días cumplieron el fallo!
Allí, a las puertas del hormiguero demandado, se convocaron todas las hormigas. Arribaron al
acuerdo. Pusieron a la reina en medio de ellas y rompieron la marcha, llevándola en alto como
a la Virgen en la procesión, y siguieron por un senderito hasta salir fuera de la heredad de doña
Sebastiana y llegar al patio del vecino.
EL HACHADOR DE LOS ALTOS LIMPIOS
Marchaban por el desierto con sus mulas hasta los Altos limpios. Le había pedido a su
compadre que lo acompañara, porque lo intrigaba ese lugar.
Los ojos ardidos se entrecierran y se solazan al recuerdo del sueño reparador. Pasan con detención las
horas de la tarde recalentada. Por fin se ladea el sol y, ya más sufrible su quemar, ensillamos nuestras
mulas y proseguimos la marcha.
Pero yo voy en un ir en goce de inhabitual realidad. Cansado de dar clases de historia y geografía, voy en
Geografía e Historia gustando de una acre verdad. Sé que estos campos, hoy en soledad, tuvieron su
grávida pre y protohistoria y que esta geografía ostentó muy otra interpretación en el sentir de los
hombres primitivos que aquí asentaron
Contexto histórico
El profesor piensa que por ahí pasaron Francisco de Villagra y sus 180 hombres destinados a la guerra de
Arauco, por mayo de 1551, cuando descubrieron la región de Cuyo. Por estas vecindades debió andar el
padre Juan Pastor, el documentado primer misionero de las lagunas de Huanacache, allá, por 1612. Para
acá vinieron a resguardarse durante el coloniaje muchos tránsfugas españoles que constituyeron los
primeros troncos del resentido mestizaje lugareño. Por esta misma senda pudo haber pasado José
Miguel Carrera y su gente antes de ser vencido en la Punta del Médano, en 1821, y entregado a las
autoridades que lo fusilaron y lo descuartizaron en la Plaza de Armas de Mendoza. Estas soledades se
alborotaron y encresparon con el resonar de los cascos de la caballería llanista de Juan Facundo Quiroga.
Por estos mismos arenales anduvo en sus extrañas aventuras la huesuda y varonil, doña Martina la
Chapanay. Estas arenas vieron pasar al Chacho con sus huestes en marcha para la guerra criolla y por
estos mismos campos galopó el gran caudillo lagunero, el más célebre hoy en día, don José Santos
Huallama...
Ahora el profesor comprendía la razón de su nombre. Allí no crecía ni una hierbecita. Cesaba
bruscamente toda vegetación a muchos pasos antes y las eminencias de arena se empinaban
Sentí la llegada de brisas arrastradas. Miré al suelo al reparar que algo serpenteaba y vi, asombrado,
inquieto, que las arenas "caminaban" hacia arriba. Me agaché, desconfiando de mis ojos y de la
avanzante obscuridad, y palpé el suelo y "sentí" que ese suelo se movía. Huían los granitos de arena en
desgobernado rodar, uno por uno, procurando subir a los altos de la empinada barrera, como solicitados
por el imán. –¿Cómo puede suceder esto?– me preguntaba.
El alma en pena del hachador
Estaba con mis ojos y oídos alertas y me llegaban claramente los retumbos de un hacha... Hachaban el
tronco de un árbol, ahí, a pocos pasos
Inquirí hacia el chañar solitario y pude distinguirlo como saliéndose de la noche en un resplandor
blanquecino y, a su lado y hachando su tronco, a un hachador.
Conseguí ver de lleno al hachador de la noche... Era un mocetón alto, fornido, moreno. Calzaba ojotas,
vestía chiripá; sin camisa, mostraba el torso brilloso de sudor. ¿Y la cara? Una huincha le ceñía la frente y
le sujetaba la abundosa melena
El hachador no tenía ojos! Una espesa negrura le caía bajo las cejas.
Revelación
El profesor acepta que está ante algo extra científico, y no intenta negarlo, sino darle un valor
folclórico.
El hachador luchaba y su hacha era la suma de todas las armas de la guerra nativa y el tronco del árbol
herido, la inmensa llaga de todos los encuentros sufridos por la carne de un pueblo mal llevado
Un mirar más y comprender, con las lágrimas del alma, que el hachador sin ojos era la suma del dolor al
revivir a los tiranos y caudillos que hacharon el árbol de la patria...
JUAN HUAKINCHAY