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Este mosaico ha sido armado con unos pocos textos míos, publicados en
libros y revistas en los últimos años. Sin querer queriendo, yendo y
viniendo entre el pasado y el presente y entre temas diversos, todos los
textos se refieren, de alguna manera, directa o indirectamente, a los
derechos de los trabajadores, derechos despedazados por el huracán de la
crisis: esta crisis feroz, que castiga el trabajo y recompensa la especulación
y está arrojando al tacho de la basura más de dos siglos de conquistas
obreras.
La tarántula universal
Ocurrió en Chicago, en 1886.
Sin embargo, las empresas más exitosas siguen sin enterarse. Prohíben los
sindicatos obreros y miden la jornada de trabajo con aquellos relojes
derretidos que pintó Salvador Dalí.
Siguiendo las huellas del maestro italiano, este médico inglés investigó la
vida y la muerte de los obreros pobres. Entre otros hallazgos, Pott
descubrió por qué era tan breve la vida de los niños deshollinadores. Los
niños se deslizaban, desnudos, por las chimeneas, de casa en casa, y en su
difícil tarea de limpieza respiraban mucho hollín. El hollín era su verdugo.
Desechables
En sus campañas electorales del año 2000, los candidatos Bush y Gore
coincidieron en la necesidad de seguir imponiendo en el mundo el modelo
norteamericano de relaciones laborales. “Nuestro estilo de trabajo”, como
ambos lo llamaron, es el que está marcando el paso de la globalización
que avanza con botas de siete leguas y entra hasta en los más remotos
rincones del planeta.
La tecnología, que ha abolido las distancias, permite ahora que un obrero
de Nike en Indonesia tenga que trabajar cien mil años para ganar lo que
gana en un año un ejecutivo de Nike en los Estados Unidos.
Desde 1919, se han firmado 183 convenios internacionales que regulan las
relaciones de trabajo en el mundo. Según la Organización Internacional
del Trabajo, de esos 183 acuerdos, Francia ratificó 115, Noruega 106,
Alemania 76 y los Estados Unidos... catorce. El país que encabeza el
proceso de globalización sólo obedece sus propias órdenes. Así garantiza
suficiente impunidad a sus grandes corporaciones, lanzadas a la cacería de
mano de obra barata y a la conquista de territorios que las industrias
sucias pueden contaminar a su antojo. Paradójicamente, este país que no
reconoce más ley que la ley del trabajo fuera de la ley es el que ahora dice
que no habrá más remedio que incluir “cláusulas sociales” y de
“protección ambiental” en los acuerdos de libre comercio. ¿Qué sería de
la realidad sin la publicidad que la enmascara?
Esas cláusulas son meros impuestos que el vicio paga a la virtud con cargo
al rubro relaciones públicas, pero la sola mención de los derechos obreros
pone los pelos de punta a los más fervorosos abogados del salario de
hambre, el horario de goma y el despido libre. Desde que Ernesto Zedillo
dejó la presidencia de México, pasó a integrar los directorios de la Union
Pacific Corporation y del consorcio Procter & Gamble, que opera en 140
países. Además, encabeza una comisión de las Naciones Unidas y difunde
sus pensamientos en la revista Forbes: en idioma tecnocratés, se indigna
contra “la imposición de estándares laborales homogéneos en los nuevos
acuerdos comerciales”. Traducido, eso significa: olvidemos de una buena
vez toda la legislación internacional que todavía protege a los
trabajadores. El presidente jubilado cobra por predicar la esclavitud. Pero
el principal director ejecutivo de General Electric lo dice más claro: “Para
competir, hay que exprimir los limones”. Y no es necesario aclarar que él
no trabaja de limón en el reality show del mundo de nuestro tiempo.
Ante las denuncias y las protestas, las empresas se lavan las manos: yo no
fui. En la industria posmoderna, el trabajo ya no está concentrado. Así es
en todas partes, y no sólo en la actividad privada. Los contratistas fabrican
las tres cuartas partes de los autos de Toyota. De cada cinco obreros de
Volkswagen en Brasil, sólo uno es empleado de la empresa. De los 81
obreros de Petrobras muertos en accidentes de trabajo a fines del siglo
XX, 66 estaban al servicio de contratistas que no cumplen las normas de
seguridad. A través de trescientas empresas contratistas, China produce la
mitad de todas las muñecas Barbie para las niñas del mundo. En China sí
hay sindicatos, pero obedecen a un estado que en nombre del socialismo
se ocupa de la disciplina de la mano de obra: “Nosotros combatimos la
agitación obrera y la inestabilidad social, para asegurar un clima favorable
a los inversores”, explicó Bo Xilai, alto dirigente del Partido Comunista
chino.
El poder económico está más monopolizado que nunca, pero los países y
las personas compiten en lo que pueden: a ver quién ofrece más a cambio
de menos, a ver quién trabaja el doble a cambio de la mitad. A la vera del
camino están quedando los restos de las conquistas arrancadas por tantos
años de dolor y de lucha.
En 1998, Francia dictó la ley que redujo a treinta y cinco horas semanales
el horario de trabajo.
Trabajar menos, vivir más: Tomás Moro lo había soñado, en su Utopía,
pero hubo que esperar cinco siglos para que por fin una nación se
atreviera a cometer semejante acto de sentido común.
Por una vez, al menos, hubo un país que se atrevió a desafiar tanta
sinrazón.
Pero poco duró la cordura. La ley de las treinta y cinco horas murió a los
diez años.
Hoy, abril 28, Día de la Seguridad en el Trabajo, vale la pena advertir que
no hay nada más inseguro que el trabajo. Cada vez son más y más los
trabajadores que despiertan, cada día, preguntando:
Historia de Maruja
De sus años de antes, nada decía. De sus años de después, nada esperaba.
Se estaba encariñando.
Desaparecidos
Y también:
el fútbol de la calle,
el derecho a caminar,
el derecho a respirar,
los empleos seguros,
el sentido comunitario
y el sentido común.
–Tonto.
Dijo: