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| | | | | Cutwros pea Seva Protoco En este libro se puede apreciar el talento multifacético de Horacio Quiroga. El cuentista que describe con dolor, como si fuera una herida abierta, la vida en los obrajes, en Ja selva misionera; aqui, en esta serie de cuentos, se trans- forma en un magnifico relator de historias para nifios. Por- que los «Cueritos de la Selva» son eso; historias escritas para sus pequentos hijos. En estos relatos Quiroga utiliza particularmente alos animales de la selva; actores de indudable interés para los nifios. Las historias se tejen en el émbito que yale es fami- liar: Ia selva misionera. Ali transcurren las vidas de estos Insélitos personajes que, manejados con particular maes- trfa; van entretejiendo atractivos didlogos y constructivas ensenanzas. Horacio Quiroga, nacido en Ia ciudad de Salto (Uru- —~guay)-en-el-afio-1878 mostré, en toda su obra literaria, su gran amor por la selva y los seres que la habitan, De sus cuen- tos se revela ese deseo ferviente de divulgar la vida en esos rT Hoaxcio Quinoa parajes misioneros a los cuales enriquecié con su talento descriptivo. «Cuentos de Ia Selva» es una de las obras mds difun- didas de Quiroga, que ademés ha tenido desde siempre un espacio muy bien ganado en el escenario de la literatura in- fantil, especificamente destinada a la educacién escolar. “Aquello que fue escrito por Quiroga para entretenera ‘sus pequtfios hijos, ya a vez intéresarlos en ese gran esce- nario ‘de la selva misionera, fue considerado con el paso de Jos afios uno de los hitos mas destacados de su obra. ‘Aqufle brindamos al lector esa hermosa serie de cuen- tos que oftecen una imagen, sise quiere, més tierna de este hombre que, curtido en el dolor yel infortunio, nos ha lega- do uria obra con particulates aristas dramaticas. ‘Hitcror A. RoMay ‘Cunetos be ia Stiva La TORTUGA GIGANTE ¥ ‘Habfa una vez un hombre que vivia en Buenos Ai- es, y estaba muy contento porque era un hombre sano y trabajador. Pero un dia se enfermé, y los médicos le dije- ron qué solamente yéndose al campo podria curarse. Elno querfa ir, porque tenia hermanos chicos a quienes daba de comer, y se enfermaba cada dfa més. Hasta que un amigo suyo, que era director del Zoolégico, le dijo un dia: -Usted es amigo mio, y es un hombre bueno y traba- jador. Por eso quiero que se vaya a vivir al monte, a hacer mucho ejercicio al aire libre para curaise. Y como usted tie- ne mucha punterfa con la escopeta, cace bichos del monte pata traerme los cueros, y yo le daré plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien. Elhombre enfermo acepté, y se fue a vivir al monte, 1gj08, m3 lefos que Misiones todavia. Hacfa allé mucho ca- lor, y eso le hacfa bien. Vivia solo en el bosque, y él mismo se cocinaba. Comia pajaros y bichos del monte, que caza- Homicio Quoc baconlaescopeta, y después comia frutas, Dormfa bajo los Arboles, y cuando hacfa mal tiempo construfa en cinco mi- nnutos tina ramada con hojas de palmera, yallfpasaba senta- doy fumando, muy contento en medio del bosque que bra- maba con el viento ylaluvia. Habfa hecho un atado con los cueros de los anima- Jes, y lo llevaba al hombro. Habia también agarrado vivas ‘muchas viboras venenosas, y as llevaba dentro de un gran mate, porque allé hay mates tan grandes como una lata de querosene. El hombre tenfa otra vez buen color, estaba fuerte y tenia apetito, Precisamente un dia en que sentfa mucha hambie, porque hacia dos dias que no cazaba nada, vio a Ja orilla de una gran laguna un tigie enorme que queria ‘comer una tortuga, y la ponia parada de canto para meter dentro una pata y sacar a carne con las ufias. Alver al hom- bre el tigre lanz6 un rugido espantoso y se lanzé de un sal- to sobre él. Pero el cazador, que tenfa una gran punterfa, le apunté entre los dos ojos, y le fompi6 la cabeza. Des- pués le sacé el cuero, tan graride que é! solo podria servir de ‘alfombra para un cuarto. -Ahora -se dijo el hombre- voy a comer tortuga, que es una came muy rica, Pero cuando se acercé ala tortuga, vio que estaba ya herida, y tenfa la cabeza casi separada del cuello, yla cabe- za colgaba casi de dos o tres hilos de carne. A pesar del hambre que sentia, el hombre tuvo lésti- ma dela pobre tortuga, y a llev6 arrastrando con una soga hasta su ramada y le vendé la cabeza con tiras de género Cumetos De A SttvA que saco de su camisa, porque no tenfa més que una sola camisa, y no tenia trapos. La habfa llevado arrastrando por- que la tortuga era inmensa, tan alta como una silla, y pesada como un hombre. La tortuga quedo arrimada a un tincén, y alli pasé dias y dfas sin moverse. El hombre la curaba todos los dias, y después le daba golpecitos con la mano sobre el lomo. La tortuga sané por fin. Pero entonces fue el hombre quien se enfermé. Tuvo fibre, y le dolia todo el cuerpo. Después no pudo levantarse més. La fiebre aumenta- ba siempre, y la garganta le quemaba de tanta sed. El hom- bre comprendi6 entonces que estaba gravemente enfermo, yhablé en vozalta, aunque estaba solo, porque tenfa mucha fiebre. -Voy a morir -dijo el hombre-. Estoy solo, ya no pue- do levantarme més, y no tengo quién me dé agua, siquiera. Voy a morir aqui de hambre y de sed. Yal poco rato la fiebre subid més atin, y perdié el co- nocimiento. Pero la tortugalo habia ofdo, y entendié lo que el ca- zador decfa. ¥ ella pensé entonces: -El hombre no me comié la otra vez, aunque tenfa mucha hambre, y me curd. Yo lo voy a curar a él ahora. Fue entonces a Ja laguna, busco un caparaz6n de tor- tuga chiquita, y después de limpiarla bien con arena y ce~ niza la lleno de agua y le dio de beber al hombre, que esta- ba tendido sobre su manta y se morfa de sed. Se puso a buscar en seguida rafces ricas y yuyitos, que le levé al hom- v7 Homcio Quikoca, repara que comiera. El hombre comia sin darse cuenta de quiénle daba la comida, porque tenfa delirio con lafiebrey no conocia anadie, ‘Todas las mafianas, la tortuga recorrfa el monte bus- cando raices cada vez més ricas para darle al hombre, y sen- ‘fa no poder subirse a los érboles para llevarle frutas. El cazador comi6 asi dias y dfas sin saber quién le daba la comida, y un dfa recobr6 el conocimiento. Mir6 a todos lados, y vio que estaba solo, pues alli no habia més que ély la tortiaga, que era un animal. ¥ dijo otra vez en voz alta: -Estoy solo en el bosque, la fiebre va a volver de nue- vo, y voy a morir aqui, porque solamente en Buenos Aires hay remedios para curarme. Pero nunca podré ir, y voy morir aqui. 'Y como el lo habia dicho, la fiebre volvi6 esa tarde ‘mas fuerte que antes, y perdié de nuevo el conocimiento. Pero también esta vez la tortuga lo habia ofdo, y se dijo: -Si queda aqui en el monte se va a morir, porque no hay remedios, y tengo que llevarlo a Buenos Aires. Dicho esto, corto enredaderas finas y fuertes, queson como piolas, acost6 con mucho cuidado al hombre enci- ma de su lomo, y lo sujet6 bien con las enredaderas para ‘que no se cayese. Hizo muchas pruebas para acomodar bien Ia escopeta, los cueros y el mate con viboras, y al fin consi- guié lo que querfa, sin molestar al cazador, y emprendio entonces el viaje. La tortuga, cargada asi, camin6, caminé y caminé de dfa y de noche, Atraves6 montes, campos, cruzé a Cunsros rt Siva nado rios de una legua de ancho, y atraves6 pantanos en que quedaba casi enterrada, siempre con el hombre mo- ribundo encima. Después de ocho 0 diez horas de cami- nar se detenfa, deshacfa los nudos, y acostaba al hom- bre con mucho cuidado, en un lugar donde hubiera pas- to bien seco. Iba entonces a buscar agua y raices tiernas, y le daba al hombre enfermo. Ella comfa también, aun- que estaba tan cansada que preferfa dormir. ‘Aveces tenfa que caminar al sol; y como era verano, ‘elcazador tenfa tanta fiebre que deliraba y se morfa de sed. Gritaba: jagua!, jagual, a cada rato. Y cada vez la tortuga te- nia que darle de beber. ‘Asfanduvo dias y dias, semana tras semana. Cada vez estaban més cerca de Buenos Aires, pero también cada dia la tortuga se iba debilitando, cada dia tenfa menos fuerzas, aunque ella no se quejaba. A veces quedaba tendida, com- pletamente sin fuerzas, y el hombre recobraba a medias el conocimiento. ¥ decfa, en voz alta: -Voy a morir, estoy cada vez més enferma, y s6lo en Buenos Aires me pédfa curar. Pero voy a morir aqui, solo en el monte. El crefa que estaba siempre en Ja ramada, porque no se-daba cuenta de nada. La tortuga se levantaba entonces, y emprendfa de nuevo el camino. Pero lleg6 un dia, un atardecer, en que la pobre tortu- ‘ga no pudo més: Habfa Ilegado al Ifmite de sus fuerzas, y no podfa mds. No habfa comido desde hacia una semana * para llegar mas pronto, No tenfa més fuerza para nada. 19 we, Horacio Quitoca Cuando cayé del todo la noche, vio unaluz lejanaen el horizonte, un resplandor que iluminaba el cielo, y no supo qué era. Se sentia cada vez mas débil, y cerré entonces los ojos para morir junto con el cazador, pensando con tristeza ue no habia podido salvar al hombre que habfa sido bueno conella. ‘Y,sin embargo, estaba yaen Buenos ies, yellanolo sabia. ‘Aquellaluz queveiaen elcieloeraelresplandordelaciudad, eiba amorir cuando estaba ya al in de suheroico viaje. Pero un rat6n dela ciudad -posiblemente el ratoncito ‘Pérez- encontré a los dos viajeros moribundos. ~iQué tortuga! -dijo el ratn-. Nunca he visto una tor- tuga tan grande. :¥ eso que llevas en el lomo, qué es? sEs lefia? -No -le respondié con tristeza la tortuga-. Es un hom- bre. “tY.adénde vas con ese hombre? -afiadié el curioso ratén, ~Voy... voy... Querta ir a Buenos Aires -respondi6 la po- bre tortuga en una voz tan baja que apenas se ofa-. Pero vamos a morir aqui, porque nunca llegaré... ~iAb, zonza, zonzal -dijo riendo el ratoncito-. ;Nunca viuna tortuga més zonza! Si ya has llegado a Buenos Aires! Esa luz que vez all4, es Buenos Aires. Al ofr esto, la tortuga se sintié con una fuerza inmen- Sa porque atin tenfa tiempo de salvar al cazador, y empren- dié la marcha, Y cuando era dé niadriigada todavia, el director del Jardin Zoolégico vio Hegar a una tortuga embarrada y su- ‘Cunros pein Stiva mamente flaca, que trafa acostado en su lomo y atado con enredaderas, para que no se cayera, a un hombre que se estaba muriendo. El director reconocié a su amigo, y él misrfio fue corriendo a buscar remedios, con los que el ca- zador se curo en seguida. Cuando el cazador supo cémo lo habia salvado la tor- tuga, cémo habia hecho un viaje de trescientas leguas para que tomara remedios, no quiso separarse mas de ella. ¥ como él no podia tenerla en su casa, que era muy chica, el director del Zooldgico se comprometis a tenerla en el Jar- din, y a cuigarla como si fuera su propia hija. Y asf pas6. La tortuga, feliz y contenta con el carifio que le tienen, pasea por todo el Jardin, y es la misma gran tortuga que vemos todos Jos dias comiendo el pastito alre- dedor de las jaulas de los monos. Elcazador lava a ver todas las tardes y ella conoce de lejos a su amigo, por los pasos. Pasan un par de horas jun- tos, y ella no quicre nunca que él se vaya sin que le dé antes. una palmadita de carifio en el lomo. ‘Coeros pe Seva Es Las MEDIAS DE LOS FLAMENCOS Cierta vez las viboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y los sapos, a los flamencos ya los yacarés y los pescados. Los pescados, como no cami- nan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del rio los pescados estaban asomados ala arena, y aplaudian con la cola. Los yacarés, para adornarse bien, se habfan puesto en el pescuezo un collar de bananas, y fumaban cigarros, paraguayos. Los sapos se habfan pegado escamas de pes- cado en todo el cuerpo, y caminaban menedndose, como sinadaran. Y cada vez que pasaban muy serios pora orilla del rio, los pescados les gritaban haciéndoles burla. Las ranas se habfan perfumado todo el cuerpo, y ca- minaban en dos pies. Ademés, cada una llevaba colgando como un farolito, una luciémaga que se balanceaba. ero Jas que estaban hermosisimas eran las viboras. ‘Todas, sin excepcién, estaban vestidas con traje de bailari- na, del mismo color de cada vibora. Las viboras coloradas evaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillés, otra de tul amarillo; y las yarards, Honcre Qurcca ‘una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo yeeniza, porque asfes el color de las yarards. Ylas mas espléndidas de todas eran las viboras de co- ral, que estaban vestidas con larguisimas gasas rojas, blan- cas y negras, y bailaban como serpientes. Cuando las vibo- ras danzaban y daban vueltas apoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudian como locos, Sélo los flamencos, que entonces tenfan las patas blancas y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, sélo los flamencos estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habfan sabido cémo ador- narse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de las viboras de coral. Cada vez. que una vibora pasaba por de- lante de ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentinas, los flamencos se morfan de envidia: Un flamenco dijo entonces: -Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos me- dias coloradas, blancas y negras, y las viboras de coral se van a enamorar de nosotros. Y levantando todos juntos et vuelo, cruzaron el rio y fueron a golpear en un almacén del pueblo. -{Tan-tan! -pegaron con las patas. ~iQuién es? -responidi6 el almacenero. -Somos los flamencos. sTiene medias coloradas, blan- cas y negras? +No, no hay -contest6 el almacenero-. En ninguna parte van a encontrar medias asi. Los flamencos fueron entonces a otro almacén. -Tan-tan! ;Tiene medias coloradas, blancas y negras? Estan locos? Cumnros bea Suva Elalmacenero contesté: -Cémo dice? ;Coloradas, blancas y negras? No hay medias asf en ninguna parte. Ustedes estan locos. ;Quié- nes son? -Somos los flamencés -respondieron ellos. Yel hombre dijo: -Entonces sofi con seguridad flamencos locos. Fueron entorices a otro almacén. -{Tan-tan! ;Tiene medias coloradas, blancas y negras? El almacenero grité: {De qué color? ,Coloradas, blancas y negras? Sola- mente a péjiros narigudos como ustedes se les ocurre pe- dit medias asi. ;Vayanse en seguida! Yel hombre los eché con la escoba. Los flamencos recorrieron as{ todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos. Entonces un tat que habia ido a tomar agua al rio, se {quiso burlar de los flamentos y les dijo, haciéndoles un gran saludo: ~;Buenas noches, seflores flamencos! Yo sé lo que us- tedes buscan, No van a encontrar medias asi en ningtin al- macén. Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrén que pedirlas por encomienda postal. Mi cufiada, la lechuza, tie- ne medias asi, Pidanselas, y ellas les va a dar las medias coloradas, blancas y negras. Los flamencos Ie dieron las gracias, y se fueron vo- land a la cueva de la lechuza. Ye dijeron: ~;Buenas noches, lechuzal Venimos a pedirle las me- dias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las Homcio Quinoa viboras, y si nos ponemos esas medias, las viboras de coral se van a enamorar de nosotros, -iCon mucho gusto! -respondi6 la lechuza-. Esperen ‘un segundo, y vuelvo en seguida. Yechando a volar, dej6 solo alos flamencos; y al rato volvié con las medias, Pero no eran medias, sino cueros de viboras de coral, lindisimos cueros recién sacados a las vi- boras que la lechuza habfa cazado. ~Aquf estén las medias -les dijolalechuza-. No se pre- ‘ocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la no- che, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de pico, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar, van enttonces a llorar. Pero los flamencos como soi tan tontos, no compren- dian bien qué gran peligro habia para ellos en eso, y locos de alegria se pusieron los cueros de las viboras de coral, ‘como medias, metiendo las patas dentro de los cueros, que eran como tubos. Y muy contentos se fueron volando al baile. ‘Cuando vieron allos flamencos con sus iermosfsimas medias, todos les tuvieron envidia. Las viboras querfan bailar con ellos, vinicamente, y como os flamencos no de- jaban un instante de mover las patas, las viboras no podian ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias. Pero poco a poco, sin embargo, las viboras comenza- ton a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado de ellas, se agachaban hasta el suelo para ver bien: Las viboras de coral, sobre todo, estaban muy inquie- tas. No apartaban la vista de las medias, y se agachaban (Guenros peta Stiva también, tratando de tocar con la lengua las patas de los fla- mencos, porque la lengua de las viboras es como amano de las personas. Pero los flamencos bailaban y bailaban sin ce- sar,giunque estaban cansadisimos y ya no podfan més. Las viboras de coral, que conocieron esto, pidieron en seguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se caye- ran de cansados. Efectivamente, un minuto después, un flamenco, que ya no podia més, tropez con el cigarro de un yacaré, se tambaleé y cayé de costado. En seguida las viboras de coral corrieron con sus farolitos, y alumbraron bien las, patas del flamenco. Y vieron qué eran aquellas medias, y lanzaron un silbido que se oyé desde Ja otra orilla del Parana. -jNo son medias! -gritaron las viboras-. ;Sabemos lo que es! jNos han engafiado! jLos flamencos han matado a niestras hermanas y se han puesto sus cueros como me- dias! Las medias que tienen son de vibora de coral! Alofr esto, los flamencos, llenos de miedo porque es- taban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan can- sados que no pudieron levantar una sola ala, Entonces las, viboras de coral se lanzaron sobre ellos, yenroscdndose en ‘sus patas les deshicieron a mordiscones las medias. Les arrancaban las medias a pedazos, enfurecidas y les mor- dian también las patas, para que murieran. Las flameticos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro, sin que las viboras de coral se desenroscaran de sus patas, Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un Horacio Qumnaca solo pedazo de media, las viboras los dejaron libres, cansa- dos y arregléndose las gasas de su traje de baile, Ademés, las viboras de coral estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las viboras de coral que los habfan mordido, eran vene- nosas. Pero los flamencos no murieron. Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandisimo dolor. Gritaban de dolor, y sus patas, que eran blanca, estaban entonces coloradas or el veneno de las viboras. Pasaron dias y das, y siempre sentian terrible ardor en las patas, y las tenfan siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas. Hace de esto muchfsimo tiempo. Y ahora todavia es- ‘én los flamencos casi todo el dia con sus patas coloradas mictidas en’el agua, tratando de calmar el ardot que sien- ten enellas. Avveces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por terra, para ver e6mo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven en seguida, y corren a meterse en el agua, A veces elardor que sienten es tan grande, que encogen una pata y ‘quedan asf horas entéras, porque no pueden estirarla, Esta es la historia de los flamencos, que antes tenfan las patas blancas y ahora las tienen coloradas. Todos los escados saben por qué es, y se burlan de ellos, Pero los flamencos, mientras se curan en el agua, no pierden oca- si6n de vengarse, comiéndose a cuanto péscadito se acer- ca demasiado a burlarse de ellos. Cunetos Beta Seva EL LORO PELADO Habia una vez una bandada de loros que vivian en el monte. De mbiiana temprano iban a comer choclos ala cha- cra, y de tatde comfan naranjas. Hacfan gran barullo con sus gritos, y tenfan siempre un loro de centinela en los éx- oles més altos, para ver si venia glguien. ‘Los loros son tan dafiinos como la langosta, porque abren los choclos para picotearlos, los cuales después se pudren con la lluvia. ¥ como al mismo tiempo los loros son ricos para comer guisados, los peones los cazan a tiros. Un dfa, un hombre bajé de un tiro a un loro centine- Ja, el que cay6 herido y peled un buen rato antes de dejarse agarrar. El peén lo llev6 a la casa, para los hijos del patrén, y los chicos lo curaron, porque no tenfa més que un ala Tota. El loro se curé muy bien, y se amans6 completamen- te, Se llamaba Pedrito. Aprendié a dar la pata; le gustaba estar en el hombro de las personas y con el pico les hacia cosquillas en la oreja: Vivia suelto, y pasaba casi todo el dfa en los naranjos y eucaliptos del jardin. Le gustaba también burlarse de las gallinas:A las cuatro o cinco dela tarde, que era lahoraen que tomaban ¢] té en la casa, el loro entraba también en el comedor, y se subia con el pico y las patas por el man- tel, a comer pan mojado en leche. Tenfa locura por el té con leche. ‘Tanto se daba Pedrito con los chicos, y tantas cosas le decian las criaturas, que el loro aprendié a hablar. Decfa: «(Buen dfa, loritot... «Rica la papal...» «Papa para Pedritol..» Decia otras cosas mas que no se pueden decir, porque los loros, como los chicos, aprenden con gran facilidad malas palabras. Cuando llovia, Pedrito se enctespaba y se contaba a ‘simismo una porcién de cosas, muy bajito. Cuando el tiem- Po se componfa, volaba entonces, gritando com tn loro, Era, como se ve, un loro bien feliz, que ademés de ser libre, como Io desean todos los pajaros, tenia también, como las personas ricas, su five o'clock tea, Ahora bien, en medio de esta felicidad, sucedié que uria tarde de lluvia salié por fin el sol después de cinéo dias de temporal, y Pedrito se puso a volar gritando: -7iQué lindo dia, loritol... (Rica, papal... jLa pata, Pedritol...-, y volaba lejos, hasta que vio debajo de 1, muy abajo, el rfo Parand, que parecfa una lejana y ancha cinta blanca. Ysiguis, siguié volando, hasta que se asenté por fin en un drbol a descansar. ‘Yhe aqui que de pronto vio brillar en el suelo, a través de las ramas, dos luces verdes, como enormes bichos de luz: ~£Qué sera? -se dijo el loro-. «Rica, papal...» «qjQué sera €50?..» «(Buen dia, Pedritol..» ‘Cunros ofa St, Elloro hablaba siempre asi, como todoslos oros, mez clando las palabras sin ton ni son, ya veces costaba enten- derlo, Y como eramiuy curioso, fue bajando deramaenrama, hhastt acercarse. Entonces vio que aquellas dos luces verdes eran los ojos de un tigre que estaba agachado, mirdndolo fija- mente, Pero Pedrito estaba tan conterito con el lindo dfa, que no tuvo ningtin miedo. ~iBuen dia, tigre! -le dijo-. «jLa pata, Pedritot..» ‘Yel tigre, con esa voz terriblemente ronca que tiene, le respondig: ~Bu-en-dt-al uen dia, tigre! -repitié el loro-. «Rica, papal... rica, papal... jrica, papal...» Y decia tantas veces «rica, papal» porque ya eran las cuatro de la tarde, y tenfa muchas ganas de tomar el té con leche. El loro se habia olvidado de que Jos bichos del monte no toman té con leche, y por esto lo convido al tigre. ‘Rico, té con leche! -le dijo-. qBuen dfa, Pedrito!..» 4Querés tomar té con leche conmigo, amigo tigre? Pero el tigre se puso furioso porque creyé que el loro se refa de él; y ademas, como tenia a su vez hambre, se qui- so comer al pajaro hablador. Asi es que le contest -;Bue-no! jAcercé-te un po-co, que soy sordo! El tigre no era sordo; lo que queria era que Pedrito se ‘acercara mucho para agarrarlo de un zatpazo. Pero el loro no pensaba sino en el gusto que tendrfan en la casa cuan- do él se presentara a tomar té con leche con aquel magnifi- co amigo. ¥ vol6 hasta otra rama més cerca del suelo. Hower Quoc -iRica, papa, en casa! -repitis gritando cuando podia. +iMés cer-cal No oi-go! -respondis el tigre con suron- ca voz. Elloro se acereé un poco mas y dijo: -{Rico, té con leche! -iMAs cer-ca toda-via! -repiti6 el tigre. El pobre loro se acercé atin tds, y en ese momento el tigre dio un terrible salto, tan alto como una casa, y alcan- 76 con la punta de las ufias a Pedrito. No alcanz6 a matarlo, pero le arrancé todas las plumas del lomo y la cola entera. No le quedo una sola pluma en la cola. -{Tomé! -rugis el tigre-. Andé a tomar té con leche... Elloro, gritando de dolor y de miedo, se fue volando. Pero no podia volar bien, porque le faltaba la cola, que es como el timén de los péjaros. Volaba cayéndose en el aire de tn lado a otto, y todos los p4jaros que lo encon- traban se alejaban asustados de aquel bicho raro, Por fin pudo llegar a la casa, yo primero que hizo fue mirarse en el espejo de la cocinera. ;Pobre, Pedrito! Erael pdjaro més raro y més feo que puede darse, todo elado, todo rabon, y temblando de frio. ;Como iba a pre- sentarse en el comedor, con esa figura? Vol entonces has- ta el hueco que habfa-en el tronco de un eucalipto y que era como una cueva, y se escondis en el fonda, tiritando de firfo y de vergilenza. Pero entre tanto, en ef comedor todos extrafiaban su ausencia. Dénde estaré Pedrito? -decian. ¥ Mamaban: {Pedrito! Rica papa, Pedrito! ;Té con leche, Pedrito! Pero Pedrito no se movia de su cueva, ni respondia ‘Cumtos peta Sev nada, mudo y quieto. Lo buscaron por todas partes, pero el loro no apareci6. Todos creyeron entonces que Pedrito ha- ‘fa muerto, y los chicos se echaron a llorar. ‘® Todas las tardes, a la hora del té, se acordaban siem- pre del loro, y recordaban también cudnto le gustaba co- mer pan mojado en té con leche. ;Pobre Pedrito! Nunca més lo verian porque habia muerto. Pero Pedrito no habfa muerto, sino que continuaba cen su cueva sin dejarse ver por nadie, porque sentia mu- cha vergiienza de verse pelado como un ratén. De noche ajaba a,comer, y subfa en seguida. De madrugada des- cendia de nuevo, muy ligero, ¢ iba a mirarse en el espejo de la cocinera, siempre muy triste porque las plumas tar- daban mucho en crecer. Hasta que por fin un dia, o una tarde, la familia, sen- tada a la mesa a la hora del té, vio entrar a Pedrito muy tranquilo balancedndose como si nada hubiese pasado. ‘Todos se querfan morir de gusto cuando lo vieron, bien vivo y con lindfsimas plumas. -jPedrito, lorito! -le decian-. (Qué te pas6, Pedrito! Qué plumas brillantes que tiene el lorito! Pero no sabfan que eran plumas nuevas, y Pedrito, muy serio, no decfa tampoco una palabra. No hacia sino comer pan mojado en té con leche. Pero lo es hablar, ni una sola palabra. Por esto el duefio de casa se sorprendié mucho cuan- do a la mafiana siguiente el loro fue volando a pararse en su hombro, charlando como un loco. En dos minutos le conté Jo que le habia pasado: su paseo al Paraguay, su en- Hocre Quioaa, cuentro con el tigre, ylo demas y conclufa cada cuento, can- tando: -jNi una pluma en la cola de Pedrito! jNi una pluma! iNiuna pluma! Yo invits a cazar al tigre entre los dos. El duefio de casa, que precisamente iba en ese mo- mento a comprar una piel de tigre que le hacfa falta para la estufa, quedé muy contento de poder tenerla gratis. Y vol- viendo a entrar en la casa para toniar la escopeta, empren- di6 junto con Pedrito el viaje al Paraguay. Convinieron en. que ‘cuando Pedrito viera al tigre, lo distraerfa charlando, para que el hombre pudiera aceicarse despacito con la es- copeta. . Y asf pasé. El loro, sentado en una rama del arbol, charlaba y charlaba, miirando al mismo tiempo a todos la- dos, para ver si vefa al tigre. Y por fin sintié un ruido de ramas partidas, y vio de repeitte debajo del arbol dos luces verdes fijas en él; eran los ojos del tigre. Entonces el loro se puso a gritar: -jLindo dial... jRica, papal... jRico té con lechel... iQuerés té con leche. El tigre, enojadfsimo al reconocer a aquel loro pela- do que él crefa haber muerto, y que tenfa otra vez lindisi- mas plumas, juré que esa vez no se le escaparia, y de sus ojos brotaron dos rayos de ira cuando respondié con su voz ronca: ~jAcer-cé-te més! Soy sor-do! El loro volé a otra rama més prdxima, siempre char- lando: (Gutros BELA Seva -Rico pan con leche... ESTA AL PIE DEESTEARBOL!... Aloft estas tiltimas palabras, el tigre lanz6 un rugido y se levants de un salto. #4Con quién ests hablando? -bram6-.;A quién le has dicho que estoy al pie de este arbol? -iAnadie, a nadie! -grité el loro-. ;Buen dia, Pedrito!... iLa pata, lorito! Y seguta charlando y saltando de rama en rama, y acercéndose, Pero él habia dicho: esté al pie de este arbol para avisarle al hombre, que se iba arrimando bien aga- chado y con,a escopeta al hombro. Y llegé un momento en que el loro no pudo acercar- se més, porque si no, cafa en la boca del tigre, y entonces grité: : ‘Rica, papal... jATENCION! -{MAs cer-ca atin! -rugié el tigre, agach4ndose para saltar. Rico, t6 con leche... CUIDADO, VA A SALTAR! Yel tigre, salt6, en efecto, Dio un enorme salto, que el loro evité lanzéndose al mismo tiempo como una flecha en el aire, Pero también en ese mismo instante el hombre que tenia.el cafién de la escopeta recostado contraun tron- co para hacer bien la punterfa, apret6 el gatillo, y nueve balines del tamafio de un garbanzo cada uno, entraron ‘como un rayo en el corazén del tigre, que lanzando un bra- mido que hizo temblar el monte entero, cayé muerto. Pero el loro, iqué gritos de alegria daba! jEstaba loco de contento, porque se habfa vengado! -iy bien vengado!- del feisimo animal que le habfa sacado las plumas! Homcto Quiaca Elhombre estaba también muy contento, porque ma- tara un tigre es cosa dificil, y ademés, tenta piel parala estufa del comedor. ‘Cuando llegaron a la casa, todos supier Pedrito habia estado tanto tiempo oculto tn a Prine Arbol, y todos lo felicitaron por la hazafia que habia hecho. Vivieron en adelante muy contentos. Pero el loro no se olvidaba de lo que le habia hecho el tigre, y todas las tardes, cuando entraba en el comedor para tomar el té se acercaba siempre a la piel del tigre, tendida delante de la estufa, y lo invitaba a tomar té con leche. -iRica, papal... -le decfa-. ;Querés té con leche?. papa para el tigre. ¥ todos se morfan de risa. ¥ Pedrito también... ‘Cunctos peta Setva LA GUERRA DE LOS YACARES En un rio muy grande, en un pafs desierto donde nunca habfa estado un hombre, vivian muchos yacarés. Eran mids db cien o més de mil. Comfan pescados, bichos que iban a tomar agua al rfo, pero sobre todo pescados. Dormfan la siesta en la arena de la orilla, y a veces jugaban sobre el agua cuando habfa noches de luna. Todos vivian muy tranquilos y contentos. Pero una tarde, mientras dormfan la siesta, un yacaré se desperts de golpe y levanté la cabeza, porque crefa haber sentido rui- do, Presté ofdos, y lejos, muy lejos, oyé efectivamente un ruido sordo y profundo, Entonces llamé al yacaré que dor- mfa a su lado, ~Despigrtate! -le dijo-. Hay peligro. -;Qué cosa? -respondi6 el otro, alarmado. -No sé -contest6 el yacaré que se habia despertado primero-. Siento un ruido desconocido. El segundo yacaré oy6 el ruido a su vez, y en un mo- inento despettaron a los otros. Todos se asustaron, y co- rian de tn lado pata otro con a cola levantada. Y no era para menos su inquietud, porque el ruido crecia, Pronto vieron como una nubecita de humo allo le- Honcio Quinaca Jos, y oyeron tm ruido de chas-chas en él ro, como si golpea- ran elagua muy lejos. Los yacarés se miraban unos a otros: qué podia ser aquello? Pero un yacaré viejo y sabio, el mas sabio y viejo de todos, un viejo yacaré a quien no quedaban sino dos dien- tes sanos en los costados de la boca, y que habia hecho una -vez.un viaje hasta el mar, dijo de repente: -iY0 sé o que es! Es una ballena! Son grandes yechan agua blanca por la nariz! El agua cae para atrés, Alotr esto, los yacarés chiquitos comenzaron a gritar como locos de miedo; zambullendo la cabeza. Y gritaban: -iEs una ballena! jAhf viene la ballena! Pero el viejo yacaré sacudié de la cola al yacarecito que tenfa més cerca. ~iNo tengan miedo! -les gtit6-. Yo sé 1o que es la ba- eri jElla tien miedo de nosotros! Siempre tiene miedo! Con lo cual los yacarés chicos se tranquilizaron. Pero ‘en seguida volvieron a asustarse, porque el humo gris se cam- bid de repente en humo negro, y todos sintieron bien fuerte ‘ahoraelchas-chas enel agua. Los yacarés, espantados se hun- dieron en el rio, dejando solamente fuera los ojos y la punta de la natiz. ¥ asi vieron pasar délante de ellos aquella cosa inmensa, llena de humo y golpeando el agua, que era un va- or de ruedas que navegaba por primera vez por aquel rio. El vapor pasé6, se alej6 y desapareci6, Los yacarés en- tonces fueron saliendo dél agua, muy enojados con el viejo yacaré, porque los habia engafiado, diciéndoles que eso era una ballena. Cunstos peu Sta -{Esono es una ballena! -le gritaron en las orejas, por- que era un poco sordo-. ;Qué es eso que pas6? Elviejo yacaré les explicé entonces que era un vapor, lenotle fuego, y que los yacarés se fban a morir todos si el buque seguia pasando. Pero los yacarés se echaron a reff, porque creyeron que el viejo se habia vuelto loco. gPor qué se iban a morir ellos si el vapor seguia pasando? jEstaba bien loco, el pobre yacaré viejo! Y como tenfan hambre se pusieron a buscar pes- cados. Pero no habia ni un pescado. No encontraron un solo pescado. Todos se habian ido, asustados por el ruido del ‘vapor. No habia més pescados. -:No les decfa yo? -dijo entonces el viejo yacaré-. Yano tenemos nada de comer. Todos los pescados se han ido. Es- peremos hasta mafiana, Puede ser que el vapor no vuelva més, y los pescados volverén cuando no tengan més miedo. Pero al dia siguiente sintieron de nuevo el ruido en el agua, y vieron pasar de nuevo al vapor, haciendo mucho ruido y largando tanto humo que oscurecia el cielo. -Bueno -dijeron entonces los yacarés-; el buque pas6 ayer, pasé hoy y pasaré mafiana. Yano habré més pescados ni bichos que vengan a tomar agua, y nos moriremos de hambre. Hagamos entonces un dique. ~4$f,un dique!, jun dique! -gritaron todos, nadando a toda fuerza hacia la orilla-. jHagamos un dique! En seguida se pusieron a hacer el dique. Fueron to- dos al bosque y echaron abajo més de diez mil arboles, so- Qupvtos Des SELVA -iSaquen el dique! -{No lo sacamos! : Los hombres del bote hablaron un rato en voz baja entyg ellos y gritaron después: bre todo lapachos y quebrachos, porque tienen la madera muy dura. Los cortaron con la especie de serrucho que los i yacarés tienen encima de la cola; los empujaron hasta el guia, ylos clavaron a todo lo ancho del rfo, a un metro uno del otto. Ningtin buque podia pasar por allf, ni grande ni ~iNacarés! 1 chico. Estaban seguros de que nadie vendrfa a espantarlos -;Qué hay! -contestaron ellos. pescados. Y como estaban muy cansados, se acostaron a -¢No lo sacan? dormir en la playa. -iNo! - Alotro dia dormfan todavfa, cuando oyeron el chas- -iHlasta matiana, entonces! chas-chas del vapor. Todos oyeron, pero ninguno se le- -iHasta cuando quieran! ¥ el bote volvi6 al vapor, mientras los yacarés, locos de content, daban temendos colazos en el agua. ‘Ningtin vapor iba a pasar por all, y siempre, siempre, habria pescados. Pero al dfa siguiente volvié el vapor, y cuando los yacarés miraron el buque, quedaron mudos de asombro: ya ho era el mismo buque. Era otro, un buque de color ra- t6n, mucho més grande que el oto. {Qué nuevo vapor era ése? {Ese también queria pasar? No iba a pasar, no. jNi ése, ni otro, ni ningtin otro! =iNo, novaa pasar! -gritaron los yacarés, lanzéndose al dique, cada cual a su puesto entre los troncos. El nuevo buque, como el otro, se detuvo lejos, y tam- bién como el otro bajé uni bote que se acercé al dique. Dentro, venian un oficial y ocho marineros. El oficial rit: vant6 ni abri6 los ojos siquiera: ;Qué les importaba el bu- | que? Podfa hacer todo él ruido que quisiera; por alif no ibaa pasar. Enefecto: el vapor estaba lejos todavia cuando se de- tuvo. Los hombres que iban adentro miraron con anteojos quella cosa atravesada en el rfo, ymandaron un bote aver i qué era aquello que les impedia pasar. Entonces los yacarés : se levaritaron y fueron al dique, y miraron por entre los Palos, riéndose del chaéco que se habia llevado el vapor. Elbote se acereé, vio el formidable diqie que habfan Ievantado los yacarés y se volvic al vapor. Pero después vol- vi6 otta vez al dique, y los hombres del bote gritaron: -~iEh, yacarést -1Qué hay! -respondieron los yacarés, sacando la ca- beza por entre los troncos del dique. -iNos estd estorbando eso! -continuaron los hombres. -1¥a lo sabemos! = hy yaearést : -iNo podemos pasar! -{Qué hay! -responidieron éstos. -iBs lo que queremos! -4No sacan el dique? 4 Hoiacio Quivock “No. -4No? { -jNo! i -Estd bien -dijo el oficial-. Entonces lo vamos a echar i a pique a cafionazos, i -iBchen! -contestaron los yacarés. i Yel bote regres6 al buque. | Ahora bien, ese buque de color ratén era un buque de guerra, un acorazado con terribles cafiones. El viejo ya- caré sabio que habia ido una vez hasta el mar, se acordé de Tepente, y apenas tuvo tiempo de gritar a los otros yacarés: iEscéndanse bajo el agua! jLigero! ;Es un buque de i guerra! (Cuidado! ;Escéndanse! | Los yacarés desaparecieron en un instante bajo el : ‘agua y nadaron hacia la orilla, donde quedaréni hundidos, i con la natiz y los ojos tinicamente fuera del agua. En ese mismo momento, del buque de guerra salié una gran nube i blanca de humo, soné un terrible estampido, y una enor- me bala de cafidn cayé en pleno dique, justo en el medio. Dos o tres troncos volaron hechos pedazos, y en séguida cay6 otra bala, y otra, y otta més, y cada una hacia saltar Q Por el aire en astillas un pedazo de dique, hasta que no / qued6 nada del dique. Ni un tronéo, ni una astilla, ni una t céscara, Todo habia sido deshecho a cafionazos por el aco- | razado. Ylos yacarés, hundidos en el agua, con los ojos y la nariz solamente afuera, vieron pasar el buque de guerra, ' silbando a toda fuerza. eas Entonces los yacarés salieron del agua y dijeron: -Hagamos otro dique mucho mas grande que el otro. (Cursos Deis SitvA Yenesamismatardey esa noche misma hicieron otro dique, con troncos inmensos. Después se acostaron a dor- mir, cansadisimos, y estaban durmiendo todavia al dfa si- guionte, cuando el buque de guerra lleg6 otra vez, yel bote se acercé al dique. “iEb, yacarés! -grité el oficial 1ué hay! -respondieron los yacarés. -jSaquen ese otro dique! -iNo lo sacamos! Lo varnos a deshacer a cafionazos, como al otrol... ~;Deshagan... si pueden! Y hablaban asf con orgullo porque estaban seguros de que su nuevo dique no podria ser deshecho ni por todos los cafiones del mundo. Pero un rato después ef buque volvié a llenarse de humo, y con un horrible estampido la bala reventé en el, medio del dique, porque esta vez,habfan tirado con grana- da, La granada reventé contra los troncos, e hizo saltar, despedazé, redujo a astillas las enotmes vigas. La segunda reventd al lado de la primera, y otto pedazo de dique vol6 por el aire. ¥ asf fueron deshaciendo el dique. Yno qued6 nada del dique, nada, nada. El buque de guerra paso en- tonces delante delos yacarés, ylos hombres les hacian burla tapandose la boca. -Bueno -dijeron entonces los yacarés, saliendo del agua-. Vamos a morir todos, porque el buque va a pasar ‘siempre y los pescados no volverdin. Yestaban tristes, porque los yacarés chiquitos se que- jaban de hambre. Honicio Quoc Elviejo yacaré dijo entonces: } ~Todavia tenemos una esperanza de salvamos. Vamos a j ver al Surubt Yo hice el viaje con él cuando fai hasta el mar, y tiene un torpedo, El vio un combate entre dos buques de gue- 1 1a, y trajo hasta aqui un torpedo que no revent6. Vamos a pedirselo, y aunque esté muy enojado con nosotros los yacarés, tiene buen corazén y no querré que muramos todos. Elhecho es que antes, mischos afios antes, los yacarés se habian comido a un sobrinito del Surubi, y éste no ha- ‘bfa querido tener més relaciones con los yacarés, Pero a esar de todo fueron corriendo a ver. ‘al Surubf, que vivia en luna gruta grandisima en la orilla del rfo Parané, y que dor- mia siempre al lado de su torpedo. | Hay surubfes que tienen hasta dos met H tro de I €l dueio del torpedo era uno de esos. pau q inl Be Surubi!-gritaron todos los yacarés desde la en- le la gruta, sin atteverse:a entr del sobrinito. fe een ~éQuién me llama? -contesté el Surubi, -iSomos nosotros, los yacarés! -No tengo ni quiero tener relacién con = ustedes -res- Pondis el Surubf, de mal humor. = Entonces el viejo yacaré se adelanto u ae in poco en Ia “Soy yo, Surubt ;Soy tu amigo, el yacaré. tigo el viaje hasta el mar! eee Aloft esa voz conocida, el Surubt salié de la gruta: ~~~ f __ “tAh, no te habia conocido! -le dijo carifiosamente su viejo amigo-. ;Qué quieres? (Cunitos pew Seva -Venimos a pedirte el torpedo, Hay un buque de gue- rra que pasa por nuestro ro y espantaa los pescados. Es un buque de guerra, un acorazado. Hicimos un dique, ylo echo a pique. Hicimos otro, y lo eché también a pique. Los pes- cados se han ido, y nos moriremos de hambre. Danos el torpedo, y lo echaremos a pique aél. El Surubi, al off esto, pens6 un largo rato. ¥ después dijo: -Esté bien; les prestaré el torpedo, aunque me acuer- do siempre de lo que hicieron con el hijo de mi hermano, sQuién sabe hacer reventar un torpedo? Ninguno sabia, y todos se callaron. -Esta bien -dijo el Surubi, con orgullo-, yo lo haré re- ventar. Yo sé hacer eso. Organizaron entonces el viaje. Los yacarés se ataron todos unos con otros; de la cola de uno al cuello del otro; dela cola de éste, al cuello de aquél, formando asf una lar- ga cadena de yacarés que tenia més de una cuadra. El in- ‘menso Surubi.empujé el torpedo hacia la corriente, y se colocé bajo él, sosteniéndolo sobre el lomo para que flota- ra. ¥ como las lianas con que estaban atados los yacarés uno detrés del otro se habfan concluido, el Surubi se pren- dié con los dientes de la cola det-tiltimo yacaré, y asf em- prendieron la marcha. El Surubf sostenfa el torpedo, y los yacatés tiraban, cortiendo por la costa. Subjan, bajaban, saltaban por sobre las piedras, corriendo siempre y arras- trando al torpedo, que levantaba olas como un buque por Ia velocidad de la corrida. Pero a la mafiana siguiente, bien temprano, legaban al lugar donde habfan construido su Homcio Quinaca Ultimo dique, y comenzaron en seguida otro, pero mucho mds fuerte que los anteriores, porque por consejo del Surubi Colocaron los troncos bien juntos, uno al lado del otro, Era un dique realmente formidable. : __ ‘Hacfa apenas una hora que acababan de colocar el Ultimo tronco del dique, cuando el buque de guerra apare- ©i6 otra vez, yel bote con el oficial y los ocho marineros se acered de nuevo al dique. Los yacarés se treparon entonces Poros troncos y asomaron Ia cabeza del otro lado. “Eh, yacarés! -grito el oficial, “iQué hay! -respondieroin los yacarés, -4Otra vez el dique? ~iSf, otra vez! ~iSaquen ese dique! -iNunca! ~iNo lo sacan? -iNo! Bueno; entonces, oigan -dijo el oficial-. Vamos ades- hacer este dique, y para que no quieran hacer otro los va. mos a deshacer después a ustedes, a cafionazos. No va a quedar al uno solo vivo -ni grandes, ni chicos, ni gordos, ni flacos, ni jévenes, ni viejos- como'ese -viejisimo que veo all, Yate no Hene sino dos dlentesen los costados de la boca, Viejo y sabio yacaré, al ve i Fier 8 /er que el oficial hablaba de Es cierto que no me quedan sino pocos dient algunos rotos. ;Pero usted sabe qué van a conirtatee estos dientes? -afiadié, abriendo su inmensa boca, ~sQué van a comer, a ver? -respondieron los marineros, {Cuinitos pea Siva -~Aese oficialito-dijo el yacaré, yse bajé rapidamente de su tronco. Entretanto, el Surubi habfa colocado su torpedo bien en medio del dique, ordenando a cuatro yacarés que lo aga- rraran con cuidado y lo hundieran en el agua hasta que él Jes avisara. Asi lo hicieron. En seguida, los demas yacarés se hundieron asuvezcerca de aorilla, dejando tnicamente Janariz y los ojos fuera del agua. El Surubi se hundié allado de su torpedo. Derepente el buque de guerrase llen6 de humo ylan- 26 el primer cafionazo contra el dique. La granada revent6 justo en el centro del dique, e hizo volar en mil pedazos diez 0 doce troncos. Pero el Surubj estaba alerta, y apenas quedo abierto el agujero en el dique, grité a los yacarés que estaban bajo el agua sujetando el torpedo: uelten el torpedo, ligeio, suelten! Los yacarés soltaron, y el torpedo vino a flor de agua. En menos del tiempo que se necesitaba para con- tarlo, el Surubf colocé el torpedo bien en el centro del bo- quete abierto, apuntando con un solo ojo, y poniendo en. movimiento el mecanismo del torpedo, lo lanz6 contra el buque. iYa era tiempo! En ese instante el acorazado lanzaba su segundo cafionazo y la granada iba a reventar entre los, palos, haciendo saltar en astillas otro pedazo del dique. ~~ Peto el torpedo legaba ya al buque, y tos hombres que estaban en él, lo vieron; es decir, vieron el remolino que hace en el agua un torpedo. Dieron todos un gran grito a Honcio Quirocia (Curvros ora Seva demiedo y quisieron mover el acorazado para que el torpe- donolo tocara, Pero era tarde; el torpedo lego, chocé con el inmen- 80 buque bien en el centro, y revent6, Noes posible darse cuenta del terrible ruido con que Tevent6 el torpedo, Revent6 y partis el buque en quince mil pedazos; lanz6 por el aire, a cuadras y cuadras de distan- cia, chimeneas, maquinas, cafiones, lanchas, todo. Jos yacarés dieron un gran grito de triunfo y corrie- ron como locos al dique. Desde alli vieron pasar, por el agu- jero abierto por la granada, a los hombres muertos, heri- dos y algunos vivos, que la cotriente del rio atrastraba, Setreparon amontonados en los dos troncos que que- Gaban a ambos lados del boquete, y cuando los hombres Pasaban por alli, se burlaban tapdndose la boca con las Patas. No quisieron comer a ningin hombre aunque bien Jo merecian. Solo cuando pasé uno que tenia galones de oro en el traje y que estaba vivo, el viejo yacaré se lanzo de un salto al agua, y tact, en dos golpes de boca se lo comié, ~iQuién es ése? -pregunté un yacarecito ignotante. -Es el oficial -le respondis el Surubf-. Mi viejo amigo Je habia prometido que lo iba a comer, y se lo ha comido, Los yacarés sacaron el resto del dique, que para nada Servia ya, puesto que ningtin hombre volveria a pasar por allt. El Surubi, que se habfa enamorado del cinturén y los cordones del oficial, pidié que se los Tegalaran y tuvo que sacdrselos de entre los dientes al viejo yacaré, pues habian ‘quedado enredados allt. EI Surubi se puso el cinturdn, abro- jor bajo las aletas, y del extremo de sus grandes bigo- ter Sts cordones dela espada. Como lapiel del Suburi esmuybonita, ylas manchas oscuras que tiene se parecen a Jas le una vibora, el Surub/nadé una hora pasando y repa- sando ante los yacarés, que lo admiraban con la boca abier- a Los yacarés lo acompafiaron luego hasta su gruta, y le dieron las gracias infinidad de veces, Volvieron después a su paraje. Los pescados volvieron también, los yacarés vivieron y viven todavfa muy felices, porque se han acos- tumbrado al fin a ver pasar vapores y buques que llevan ee Be no quieren saber hada de buques de guerra, Cutwros be i Siva LA GAMA CIEGA ‘Hiabja una vez un venado -una gama-, que tuvo dos hijos mellizos, cosa rara entre los venados. Un gato montés, se comié uno de ellos, y quédo sdlo la hembra, Las otras gamas, que la querfan mucho, le hacian siempre cosquillas en os costados. Su madre le hacfa repetir todas las mafianas, al rayar el dia, la oracion de los venados. ¥ dice asf: Hay que oler bien primero las hojas antes de comer- las, porque alguinas son venenosas. pee oe 0 Hay que mirar bien el rio y quedarse quieto antes de bajar a beber, para estar seguro de que no hay yacarés. 3 Honacio Quinocn, ml Cada media hora hay que levantar bien alto la cabeza yoler el viento, para sentir el olor del tigre. Vv Cuando se come pasto del suelo, hay que mirar siem- pre entre los yuyos para ver si hay viboras. Este es el padrenuestro de los venados chicos. Cuan- do la gantita lo hubo aprendido bien, su madre la dejé an- dar sola Utia tarde, sin embargo, mientras la gamita recorria el monte comiendo las hojitas tiernas, vio de pronto ante ella, en el hueco de un arbol que estaba podrido, muchas bolitas juntas que colgaban. Tenfan un color oscuro, como el de las pizarras. : Qué seria? Ella tenia también un poco de miedo, pero como era muy traviesa, dio un cabezado a aquellas cosas, y dispars. i Vio entonces que las bolitas se habfan rajado, y que cat gotas, Habfan salido también muchas mosque rubies de cintura muy fina, que caminaban apuradas por encima. Lagamaseacetco, y las mosquitas no la picaron. Des- pacio, entonces, muy despacito, probé una gotacon la pun- tade la lengua, y se relamié con gran placer: aquellas gotas eran miel, ymiel riqufsima, porque las bolas de color piza- ra eran una colmena de abejitas que no picaban porque no tenfan aguijén, Hay abejas asi 2 Cupvros pet Sen, En dos ininutos la gamita se tom6 todala miel, yloca de contenta fue a contarle a su mamé, Pero la mamé la re- prendié seriamente. “Ten mucho cuidado, mi hija -le dijo-, con los nidos de abejas, La miel es una cosa muy rica, pero es muy peli- gx0s0 ir a sacarla. Nunca te metas con los nidos que veas. La gamita grito contenta: “Pero no pican, mama! Los tébanos y las uras si pi- can; las abejas, no. -Estés equivocada, mi hija -continué Ja madre-. Hoy has ténido suerte, nada més. Hay abejas y avispas muy malas. Cuidado, mi hija: porque me vas a dar un gran dis- gusto. ~{S{, mamé! ;Si, mama! spondié la gamita. Pero lo primero que hizo a la mafiana siguiente, fue seguir los sen- deros que habfan abierto los hombres en el monte, para ver con mis facilidad los nidos de abejas. Hasta que al fin hall6 uno. Esta vez el nido tenfa abe- jais oscuras, con una fajita amarilla en Ja cintura, que cami- aban por encima del nido. El nido también era distinto; pero la gamitapens6 que, puesto que estas abejas eran mas grandes, la miel debfa ser més rica. Se acordé asimismo de la recomendacién de su mamé; mas crey6 que su mamé exageraba, como exageran siempre las madres de las gamitas. Entoncesle dio un gran cabezazo al nido. {Ojala nunca lo hubiera hecho! Saltaron en seguida cientos de avispas, miles de avispas que la picaron en todo ‘el cuerpo, le lenaron todo el cuerpo de picaduras, en la 33 = Hotrcccynon cabeza, en la barriga, ena cola; yo que es mucho peor, en los mismos ojos. 1a picaron més de diez en los ojos, Lagamita, loca de dolor, corri6 y corié gritando, hasta que de repente tuvo que pararse porque no vefa més; esta- baciega, ciega del todo. Los ojos se le habian hinchado enormeménte, y no vela més, Se qued6 quieta entonces, temblando de dolor y miedo, y s6lo podia liorar desesperadamente. =jMamét...jMaindi... ‘Su madre, que habia salido a buscarla, porque tarda- ba mucho, la hallé al fin, y se desesperé también con sit gamita que estaba ciega. La llev6 paso a paso hasta su cu- bil, con Ja cabeza de su hija recostada en su pescuezo, y los bichos del monte que encontraban en el camino se acerca- ban todos a mirar los ojos de la infeliz gamita. La madre no sabia qué hacer. ;Qué remedios podfa hacerle ella? Ella sabia bien que en el pueblo que estaba del otro lado del monte vivia un hombre que tenfa reme- dios. El hombre era cazador, y cazaba también venados, ero era un hombre bueno. Lamadre tenfa miedo, sin embargo, de levar su hija aun hombre que cazaba gamas. Como estaba desesperada se decidis a hacerlo. Pero antes quiso ira pedir una carta de recomendacién al Oso Hormiguero, que era: gran amigo del hombre. Subié pues, después de dejar a la gamita bien oculta, Yatravess corriendo el monte, donde el tigre casi la alcan. za. Cuando lleg6 a la guarida de su amigo, no podia dar un paso més de cansancio. Cutnros peta Stiva Este amigo era, como se hadicho, un oso hormiguero; pero de una especie pequefia cuyos individuos tienen un co- loramarillo, y por encima del color amarillo una especie de camisota negra sujeta por dos cintas que pasan por encima de los hombros. Tienen también la cola prensi porque vi- i elgan de lacola. ven siempre en los Arboles, y se cus De dénde proventa la amistad estrecha entre el oso hormiguero y el cazador? Nadie lo sabia en el monte; pero alguna vez ha de llegar el motivo a nuestros ofdos. Lapobre madre, pues, lleg6 hasta el cubil del oso hor- miguero. : Tan! jtant ;tan! -llams jadeante. -4Quiién es? -respondis el oso hormiguero. -iSoy yo, la gama! Para -jAh, bueno! ;Qué quiere la Z Vengo a pedirle una tarjeta de recomendacién para i Aciega. el cazador. La gamita, mi hija, esta ; -iAh, Ia gamita? -Ie respondis el oso hormiguero. Es una buena persona. Si es por ella, sile doy lo que quiere. Pero no necesita nada escrito... Muéstrele esto, y la aten- deré. Y con el extremo de la cola, el oso hormiguero le = tendié ala gama una cabeza seca de vibora, completament fc millos venenosos. seca, que tenfa aun los col fe -Muéstrele esto -dijo atin el cazador de hormigas-. No se precisa mds eae Gavia 60 hormiguero! dijo ain el cazador de hormigas-. No se precisa més. i iguero! -1 dié contenta la ~iGracias, 050 hormiguero! -respons Horacio Quinaca game. Usted ‘también es una buena persona. salié corriendo, porque , ‘ya era muy tard iba a amanecer. eet Alpasar por su cubil recogié a su hija, que se quejaba siempre, y juintas legaron por fin al pueblo, donde tuvie- ron que caminar muy despacito y arrimarse a las paredes, para que los perros no las sintieran, i Yestaban ante la puerta del cazador. ~jTant,jtan! jtan! -golpearon. -2Qué hay? -respondié wi want Sp na voz de hombre, desde -jSomos las gamast... ;Tenemos la cabeza de viboral La madre se apuré al decir esto, para que el hombre supiera bien que ellas eran amigas del oso hormiguero. ih, ab! -dijo el hombre, abriend iQ passt jo la puerta-. ;Qué -Venimos para que cure a mi hij it et q mihija, la gamita, que esta Y cont6 al cazador toda la historia de las abejas, i ~jHum....Vamos aver qué tiene esta sefiorita-dijo el ca- aor Yvolviendo a enttar ela casa, salié dé nuevo con una sillta alta, ¢ hizo sentar a la gamita para poderle ver bien los, ojos sin agacharse mucho. Le examiné asi los ojos, bien de ‘cerca con un vidrio redondo muy grande, mientras la mamé aw con el farol de viento colgado de su cuello. -Esto no es gran cosa -dijo por fin el cazadc c lor, ayu- dando a bajar a la gamita-. Pero hay qué tenér mucha 7 Ciencia. Péngale esta pomada en los ojos todas las noches, yténgala veinte dias en la oscuridad. Después pongale estos 36 (Gutvros bE SELVA lentes amarillos, se curard. =jMuchas gracias, cazador! -respondié la madre, muy contenta y agradecida-. ;Cudnto le debo? “_-No es nada -respondié sonriendo el cazador-, Pero tenga mucho cuidado con los perros, porque en a otra cta- dra vive precisamente un hombre que tiene perros para seguir el rastro de los venados. Las gamas tuvieron gran miedo; apenas pisaban y se detenfan a cada momento. ¥ con todo, los perros las olfatea ronylas corrieron media legua dentro del monte. Corrian por una picada muy ancha, y adelante Ia gamita iba balando. ‘Tal cdmo lo dijo el cazador se efectué la curaci6n. Pero solo la gama supo cudnto le costé tener encerrada ala gamita enelhueco de un gran érbol, durante veinte dias intermina- bles. Adentro no se veia nada. Por fin una mafiana la madre aparte con la cabeza el grant montén de ramas que habia artimado al hueco del érbol para que no entrara luz, y la gainita con sus lentes amarillos, sli6 cortiendo y gritando -jVeo, mamié! jYa veo todo! Ya gama, recostando la cabeza en una rama, loraba de alegria, al ver curada a su gamita, Ye curé del todo. Pero aunque curada, y sana y con- tenta la gamita tenfa un secreto que la entristecia. Yel se- creto era éste: ella queria a toda costa pagarle al hombre iqite tan bueno habia sido con ella, y no sabia como, Hasta que un dfa crey6 haber encontrado el medio. Se-puso'a recorter la orilla de las lagunas y bafiados, bus- cando plumas de garza para levarle al cazador. El cazador, por su parte, se acordabaa veces de aquella gamita ciega que 37 Hotcio Quitoca élhabfa curado. ‘Yuna noche de lluvia estaba el hombre leyendo en su cuarto, muy contento porque acababa de componerel techo de paja, que ahora no se llovia més; estaba leyendo cuando oy6 que llamaba. Abri la puerta, y vio a la gamita que le trafa un atadito, un plumerito todo mojado de plumas de garza, Elcazadorse pusoa tefr, ylagamita, avergonzada por- que crefa que el cazador se reia de su pobre regalo, se fue muy triste: Buscé entonces plumas muy grandes, bien se- cas y limpias, y una semana después volvié con ellas; yesta vez el hombre, que se habia refdo la vez anterior de carifio, no se rid esta vez porque la gamita no comprendia la risa. Peto en cambio le regalé un tubo de tacuara lleno de miel, que la gamita tom6 loca de contenta. Desde entonces la gamita y el cazador fueron grandes ‘amigos. Ella se empefiaba siempre en llevarie plumas de garza ue valen mucho dinero, yse quedabalas horas chatlando con elhombre. EI ponfa siempre en lamesa un jarro enlozado lleno de miel, yarrimaba la sillta alta para su amiga. A veces le daba también cigartillos, que las gamas comen con gran gusto, y no les hacen mal. Pasaban asi el tiempo, mirando la llama, porque el hombre tenfa una estufa de lefia, mientras afuera el viento y Jalluvia sacudian el alero de paja del rancho. Por temor a los perros, la gamita no iba sino en las noches de tormenta. Y cuando cafa la tarde y empezaba a over, el cazador colocaba en la mesa el jarro con miel yla Servilleta, mientras él tomaba café y lefa, esperando én la puerta el tan-tan! bien conocido de su amiga la gamita. Cutnros oF Seva . Historia DE DOS CACHORROS DE COATI Y DE DOS CACHORROS DE HOMBRE Haba una vez una coati que tenia tres hijos. ‘Vivian! en el monte comiendo frutas, raices y huevos de pajarito. Cuando estaban arriba de los arboles y sentian un gran ruido, se tivaban al suelo de cabeza y salian co- rriendo con la cola levantada, Una vez que los coaticitos fueron un poco grandes, su madre los reuni6 un dia arriba de un naranjo yles habl6 ast: -Coaticitos: ustedes son bastante grandes para bus- carse Ja comida solos. deben aprenderlo, porque cuando sean viejos andardn siempre solos, como todos los coatis. El mayor de ustedes, que es muy amigo de cazar cascarudos, puede encontrarlos entre los palos podridos, porque allf hay muchos cascarudos y cucarachas. El segun- do, que es gran comedor de frutas, puede encontrarlas en este naranjal; hasta diciembre habré naranjas. El tercero, ‘que no quiere comer sino huevos de pajaros, puede ir a to- das partes, porque en todas partes hay nidos de péjaros. Pero queno vaya nunca buscar nidos al campo, porque es Homcro Quinaca peligroso. «Coaticitos: hay wna sola cosa a la cual deben tener un gran miedo. Son los perros. Yo peleé una vez con ellos, y sé lo que les digo; por eso tengo un diente roto. Detrés de los perros vienen siempre los hombres con un gran ruido, que mata, Cuando oigan cerca este ruido, tirense de cabe- za.al suelo, por alto que sea el drbol. Si no lo hacen ast los matarén con seguridad de un tiro.» Asf hablé la madre. To- dos se bajaron entonces y se separaron, caminando de de- recha a izquierda y de izquierda a derecha, como si hubie- ran perdido algo, porque asf caminan los coats. El mayor, que queria comer cascarudos, bused en- tre los palos podridos y las hojas de los yuyos, y encontr6 tantos; que comié hasta quedarse dormido. El segundo, que preferia las frutas a cualquier cosa, comié cuantas na- ranjas quiso, porque aquel naranjal estaba dentro del monte, como pasa en el Paraguayyy en Misfones, y ningun hombre vino a incomodarlo, El tercero, que era loco por los huevos de péjaros, tuvo que andar todo el dia para encontrar tinicamente-dos nidos: uno de tucan, que tenfa tres huevosy uno de tortola, que tenfa s6lo dos. Total, cin- co huevos chiquitos, que eran muy poca comida, de modo que al caer la tarde el coaticito tenfa tanta hambre como demafianay se sent6 muy triste ala orilla del monte. Des- de alli vefa el campo, y pensé en la recomendacién de su madre. -;Por qué no querré mami -se dijo que vayaa bus car nidos en el campo? Estaba pensando asi, cuando oyé, muy lejos, el canto 60 nia slash ci Cumros oF Seta de un pdjaro. =iQué canto tan fuerte! -dijo admirado-. ;Qué huevos tan grandes debe de tener ese pdjaro! we Elcanto se repiti6. Y entonces el coatf se puso a co- rer por entre el monte, cortando camino, porque el canto habfa sonado muy asu derecha. El sol cafa ya, pero el coati volaba con la cola levantada. Llegé a la orilla del monte, por fin, y miré al campo. Lejos vio una casa de hombres, y vio un hombre con botas que llevaba un caballo de la soga. ‘Vio también un pajaro muy grande que cantaba, y enton- ces el coaticito se golped la frente y dijo: -{Qué zonzo soy! Ahora ya sé qué pajaro es ése. Es un gallo; mamé me lo mostr6 un dia de arriba de un ér- bol. Los gallos tienen un canto lindisimo y tienen muchas gallinas que ponen huevos. ;Si yo pudiera comer huevos de gallina. Bs sabido que nada gusta tanto aos bichos chicos de monte como los huevos de gallina. Durante un rato el coaticito se acordé de la recomendacién de su madre. Pero el deseo pudo més, y se senté a la orilla del monte, espe- rando que cerrara bien la noche pata ir al gallinero. Lanoche cerr6, por fin, y entonces, en puntas de pie y paso a paso, se encaminé a la casa. Llego alld y escuchd atentamente; no se sentfa el menor ruido. El coaticito, loco de alegria porque iba a comer, cien, mil, dos mil huevos de gallina, entr6 en el gallinero, yo primero que vio bien en la ~enitrada; fue ur huevo de gallina, un espléndido huevo que estaba solo én el suelo. Pens6 un instante en dejarlo para el final, como postre, porque eraun huevo muy grande; pero la ot Homie Quinoca bocase le hizo agua, y clavé los dientes en el huevo. Apenas lo mordi6, jtrac!, un terrible golpe en la cara y un inmenso dolor en el hocico. ~iMamé, mamét -grit6, loco de dolor, saltando a to- dos lados, Pero estaba sujeto, yen ese momento oyé el ron- co ladtido de un perro. Mientras el coatf esperaba en la orilla del monte que certéra bien la noche para ir al gallinero, el hombre de la casa jugaba sobre la gramilla con sus hijos, dos criaturas ru- bias de cinco y seis afios, que corrian riendo, se cafan, se levantaban riendo otta ved, y volvfan a caerse. El padre se cafa también, con gran alegrfa de los chicos. Dejaron por fin de jugar porque ya era de noche, y el hombre dijo entonces: -Voy a poner la trampa para cazar ala comadreja que viene a matar los pollos y robar los huevos. Y fue y armé6 la trampa. Después comieron y se acos- taron. Pero las criaturas no tenfan suefio, y saltaban de la cama del uno a la del otro y se enredaban en el camisén. El padre, que lefa en el comedor, los dejaba hacer. Pero los chicos de tepente se dettiviéton en sus saltos y gritaron: Papal Ha caido la comadteja en la trampa! ;Tuké est ladrando! ;Nosotros también queremos ir, papa El padre consinti6, pero no sin que las criaturas se pusieran las sandalias, pues nunca los dejaba andar des- calzos de noche, por temor alas viboras. Fueron. ;Qué vieron all Vieron a sti padie que se chaba, teniendo al perro con la mano, mientras con la otra Ievantaba de la cola a un coatf, un coaticito chico atin, que a Cotwros be Seva gritaba con un chillido rapidisimo y estridente como un gri- Do, -iPapé, no lo mates! -dijeron las criaturas-. ;Es muy chiquito! ;Dénoslo para nosotros! ~Bueno, se lo voy a dar -respondis el padre-. Pero cuf- denio bien, y sobre todo no se olviden de que los coatfs to- man agua como ustedes: Esto lo decfa porque los chicos habjan tenido una vez, ‘un gatito montés al cual a cada rato le llevaban carne, que sacaban de la fiambrera; pero nunca le dieron agua, y se murié. En consecuencia, pusieron al coat en la misma jaula del gato montés, que estaba cerca del gallinero, y se acos- taron todos otra vez. Y cuando era mas de medianoche y habfa un gran si- lencio, el coaticito, que sufria mucho por los dientes de la trampa, vio, ala luz de la luna, tres sombras que se acerca- ban con gran sigilo. El coraz6n le dio un vuelco al pobre coaticito al reconocer a stu madre y sus dos hermanos que Jo estaban buscando. ~Mamé, mamé! -murmuré el prisionero en voz muy baja para no hacer ruido-. Estoy aqui! Sdquenme de aquil iNo qitiero quedarme, ma...méi... -¥ loraba desconsolado. Pero apesar de todo estaban contentos porque se ha- bfan encontrado, y se hacfan mil caricias con el hocico. Se trat6 en seguida de hacer salir al prisionero. Pro- baron primero a cortar el alambre tejido, y los cuatro se pusieron a trabajar con los dientes; mas no consegufan nada, Entonces.a la madre see ocurrié de repente una idea, Howe Quricca famos a buscar las herramientas del hombre! Los hombres tienen herramientas para cortar fierro, Se Haman limas. Tienen tres lados como las viboras de cascabel. Se empuja y se retira. Vamos a buscarla! Fueron al taller del hombre y volvieron con la lima. Creyendo que uno solo no tendrfa fuerzas bastantes, suje- taroni la lima entré los tres y émpezaron el trabajo. Yse en- tusiasmaron tanto, que al rato lajaula entera temblaba con Jas sacudidas y hacia un terrible ruido. Tal ruido hizo, que el perro se despertara, lanzando un ronco ladrido. Mas los coatis no ésperaron a que el perro les pidiera cuenta de ese escéndalo y dispararon al monte, dejando la lima tirada, Al dia siguiente, los chicos fueron temprano a ver a su nuevo hugsped, que estaba muy triste. ~4Qué nombre le pondremos? -pregunt6 la nena a su respondié el varoncito-. Le pondremos Die- 4Por qué Diecisiete? Nunca hubo bicho del monte Con nombre mas raro. Pero el varoncito estaba aprendien- do a contar, y tal vez le habfa lamado la atencién aquel niimero, Elcaso ¢s que se llam6 Dietisiete. Le dieron pan, uvas, chocolate, carne, langostas, huevos, riquisimos huevos de gallina, Lograron que en un solo dfa se dejara rascar la-ca- beza; y tan grande es la sinceridad del carifio de las criatu- ras, que al llegar la noche, el coaté estaba casi resignado consu cautiverio, Pensaba a cada momento en las cosas i- Curivros peta Sea cas que habia para comeralli, y pensaba en aquellos rubios cachorritos de hombre que tan alegre y buenos eran. Durante dos noches seguidas, el perro durmié tan ceftia de la jaula, que la familia del prisionero no se atrevi6 a acercarse, con gran sentimiento. Y cuando a la tercera noche llegaron de nuevo a buscar la lima para dar libertad al coaticito, éste les dijo: Mami: yo no quiero irme mis de aqui. Me dan hue- vos y son muy buenos conmigo, Hoy me dijeron que si me portaba bien me iban a dejar suelto muy pronto. Son como nosotros. Son cachorritos también, y jugamos juntos. Los coatfs salvajes quedaron muy tristes, pero se re- signaron, prometiendo al coaticito venir todas las noches avisitarto. Efectivamente, todas las noches, lloviera 0 no, su madre y sus hermanos iban a pasar un rato con él. El coaticito les daba pan por entre el tejido de alambre, ylos. coats salvajes se sentaban a comer frente a la jaula. Al cabo de quince dias, el coaticito andaba suelto, y €limismo se iba de noche a su jaula. Salvo algunos tirones de orejas que se llevaba por andar muy cerca del gallinero, todo marchaba muy bien. El y las criatures se querian mu- cho, y los mismos coatis salvajes al ver lo buenos que eran aquellos cachorritos de hombres, habfan concluido por tomar carifio a las dos criaturas. “Hasta que una noche muy oscura, en que hacfa mu- cho calory tronaba, los coatis salvajes llamaron al coaticito ynadie les respondi6, Se acercaron muy inquietos y vieron entonces, en el momento en que casi a pisaban, una enor- 6s Honscio Quinoa me vibora que estaba enroscada ala entrada de la jaula. Los coatis comprendieron en seguida que el coaticito habia sido miordido al entrar, yno habia respondido a su llamado por- que estaba ya muerto. Pero lo iban.a vengar bien. En un se- gundo, entre los tres, enloquecieron ala serpiente de casca- bel, saltando de aqui para allé, y en otro segundo, cayeron sobre ella, deshaciéndole la cabeza amordiscones. Corrieron entonces adentro, y alli estaba en efecto e! ‘coaticito, tendido, hinchado, conlas patas temblando ymu- riéndése. En balde los coats salvajes lo movieron; lo lamie- ron en balde por todo el cuerpo durante un cuarto de hora. El coaticito abri6 por fin la boca y dejé de respirar, porque estaba muerto. ‘Los coatfs son casi refractarios, como se dice, al ve- neno de las viboras. No les hace casinada el veneno, y hay otros animales, como la mangosta, que resisten muy bien el veneno de las viboras. Con toda seguridad el coaticito habia sido mordido en una arteria 0 una vena, porque en- tonces la sangre se envenena en seguida, y el animal mue- re, Esto le habia pasado al coaticito. ‘Alverio asf, su madre y sus hermanos lloraron un lar- go rato, Después, como nada més tenfan que hacer all, sa- lieron de la jaula, se dieron vuelta para mirar por ultima vez la casa donde tan feliz habia sido el coaticito, y se fue- ron otra vez. al monte. Pero los tres coatis, sin embargo, iban muy preocu- pados, y su preocupacién era ésta: qué iban a decir los chicos, cuando, al dia siguiente, vieran muerto a su queri- do coaticito? Los chicos le querfan muchisimo, y ellos, los Curvros oe a Seva coatis, querfan también alos cachorritos rubios. Asfes que Jos tres coatis tenian el mismo pensamiento, y era evitarles ese gran dolor a los chicos. » Hablaron un largo rato y al fin decidieron lo siguien- te: el segundo de los coatis, que se parecfa muchfsimo al menor en cuerpo y en modo de ser, iba a quedarse en la jaula, en vez del difunto. Como estaban enterados de mu- cchos secretos de la casa, por los cuentos del coaticito, los chicos no conocerfan nada, extrafiarfan un poco algunas cosas, pero nada mas. Y asf pasé en efecto, Volvieron a la casa, y un nuevo coaticito reemplaz6 al primero, mientras la madre y el otro hermano se llevaban sujeto de los dientes el cadaver del ‘menor. Lo llevaron despacio al monte, yla cabeza colgaba, balanceandose, y la cola iba atrastrando por el suelo. Al dia siguiente los chicos extrafiaron, efectivamen- te, algunas costumbres raras del coaticito. Pero como éste era tan bueno y carifioso como el otro, las criaturas no tu- vieron la menor sospecha. Formaron la misma familia de cachorritos de antes, y; como antes, los coatis salvajes ve- nfan noche anoche a visitar al coaticito civilizado, ye sen- taban a su lado a comer pedacitos de huevos duros que él les guardaba, mientras ellos le contaban la vida de la selva. a Cupyros pea Seva, EL PASO DEL YABEBIRI Enelrfo Yabebiri, que est en Misiones, hay muchas rayas porque «Yabebiri» quiere decir precisamente «Rio-de- Jas-rayas», Hay tantas, que a veces es peligroso meter un solo pie en el agua. Yo conoci un hombre a quien lo picé una raya en el talén, y que tivo que caminar rengueando media legua para llegar a su casa; el hombre iba llorando y cayéndose de dolor. Es uno de los dolores mas fuertes que se puedan sentir. Como en el Yabebiri hay también muchos otros pes- ‘cados, algunos hombres van a cazarlos con bombas de di- namita. Tiran la bomba al rio yla bomba revienta matando millones de pescados. Todos las pescados que estan cerca ‘mueren, aunque sean grandes como una casa. ¥ muerén también todos los chiquitos, que no sirven para nada, ‘Ahora bien; tna vez un hombre fue a vivir all4, y no quiso que tiraran bombas de dinamita, porque tenfa lésti-~ ma de los pescaditos. £1 no se oponia que pescaran en el fo para comer; pero no queria que mataran intitilmente a millones de pescaditos. Los hombres que tiraban bombas se enojaron al principio; pero como el hombre tenfa un caracter serio, aunque era muy bueno, los otros se fueron a Homers Quinoce cazat a otra parte, y todos los pescados quedaron muy con- tentos. Tan contentos y agradecidos estaban asu amigo que habia salvado a los pescaditos, que lo conocian apenas se acercaba ala orilla, Y cuando él andaba por la costa furnan- do, las tayas lo seguian atrastréndose por el barro muy con- tentas de acompafiar a su amigo. El no sabia nada, y vivia feliz. en aquel lugar. ‘Ysucedi6 que una vez, una tarde, un zorro Hegé co- itiéndo hasta el Yabebini, y metié las patas en el agua, gri- tando: -iEh, rayas! |Ligero! Ahi viene el amigo de ustedes, he- rido. ‘Las rayas, que lo oyeron, corrieron ansiosas a la ori- la, ¥ le preguntaron al zorro: -1Qué pasa? ;Dénde esté el hombre? ~jAh{ viene! -grité el zorto de nuevo-. Ha peleado con un tigre! El tigre viene corriendo! ‘Seguramente va.a cruzar ala isla! ;Denle paso, porque es un hombre bueno! -jYa lo creo! ;Ya lo creo que le vamos a dar paso! -con- testaron las rayas-. Pero lo que es el tigre, ése no vaa pasar! =jCuidado cofi él! -grité atin el zorro-. jNo se olviden de que es el tigre! Y pegando un brinco el zorro entré de nuevo en el monite Apenas acababa de hacer esto, cuando el hombre apart6 las ramas y apareci6, todo ensangrentado ya cami- sa rota, La sangre le cafa porla cara y el pecho hasta el pan- talén, Y desde las arrugas del pantalén, la sangre cafa ala arena, Avanzé tambaleando hacialaorilla, porque estaba muy ‘Cutwros BE Siva herido, y entré en el rio. Pero apenas puso un pie en el agua, Jas rayas que estaban amontonadas en la orila, se apartaron asu paso, yel hombre llegé con el agua al pecho hastala isla, sin que una raya lo picara. Y conforme lleg6, cay6 desmaya- do en la misma arena, por la gran cantidad de sangre que habia perdido. Las rayas no habfan ain tenido tiempo de compade- cer del todo a su amigo moribundo, cuando un terrible ru- gido les hizo dar un brinco en el agua. {El tigre! jE tigre! -gritaron todas, lanzéndose como una flecha a orilla. Enefecto, el tigre que habfa peleado con el hombre y que lo venta persiguiendo, habia Hegado a la costa de Yabebirf. El animal estaba también muy herido, y la sangre le corria por todo el cuerpo. Vio al hombre caido como muerto en la isla, ylanzando un rugido de rabia, se eché al agua, para acabar de matarlo, Pero apenas hubo metido una pata en el agua, sinti6 como si le hubieran clavado ocho o diez terribles clavos en Jas patas, y dio un salto atrés: eran las rayas, que defendian. el paso del rio, y le habfan clavado con toda su fuerza el aguijén de la cola. F] tigre quedé roncando de dolor, con la pata en el aire; y al ver toda el agua de la orilla turbia como si remo- vieran el barro del fondo, comprendié que eran las rayas que no lo querian dejar pasar. Y entonces grito enfurecido: Ah, yasélo que es! Son ustedes, malditas rayas! gan del camino! -No salimos! -respondieron las rayas. n Horacio Quoc, No salimos! ;El es un hombre bueno! jNo hay dere- cho para matarlo! El me ha herido a mi -jLos dos se han herido! jEsos son asuntos de ustedes enelmonte! ;Aqufesté bajo nuestra proteccién.... jNo se pasa! Paso! -rugié por tiltima vez el tigre. -iNi nunca! -respondieron las rayas. @llas dijeron «ni nunca» porque asi dicen los que ha- blan guarant, como en Misiones). {Vamos a ver! -bram6 atin el tigre. Y retrocedié para tomar impulso y dar un enorme salto. El tigre sabfa que las rayas estén casi siempre en la orilla; y pensaba que si lograba dar un salto muy grande acaso no hallara més rayas en el medio del rio, y podrfa ast comer al hombre moribundo. Pero las rayas lo habfan adivinado y corrieron todas al medio del rio, paséndose la voz: -Fuera de la orilla! -gritaban bajo el agua-. ;Adentro! Alla canal! jA la canal! Yen un segundo el ejército de rayas se precipit6 rio adentro, a defender el paso, a tiempo que el tigre daba su enorme salto y cafa en medio del agua. Cayé loco de ale- gria, porque en el primer momento no sintié ninguna pi- cadura, y crey6 que las rayas habfan quedado todas en la orilla, engafiadas... Pero apenas dio un paso, una verdadera lluvia de aguijonazos, como pufialadas de dolor, lo detuvieron en seco: eran otra vez las rayas, que le acribillaban las patas a Cutvros bea Sttva picaduras. El tigre quiso continuar, sin embargo; pero el dolor eran tan atroz, que lanz6 un alarido y retrocedié corriendo emo loco a la orilla. se eché en la arena de costado, por- que no podtfa més de sufrimiento; y la barriga subia y baja- ‘ba como si estuviera cansadisimo. Lo que pasaba es que el tigre estaba envenenado con elverieno de las rayas. Pero aunque habjan vencido al tigre, las rayas no es- taban tranquilas porque tenian miedo de que vinierala tigra yyotros tigres, y otros muchos més... Yellas no podrfan de- fender mds el paso. En efecto, el monte bram6 de nuevo, y apareci la tigra, que se puso loca de furor al ver al tigre tirado de costado en la arena, Ella vio también el agua turbia por el movimiento de las rayas, yse acercé al rfo.Ytocando casi elagua con la boca, grité: ~Rayas! {Quiero paso! -iNo hay paso! -respondieron las rayas. jNo va a quedar una sola raya con cola, si no dan paso! -rugié la tigra. ~jAunque quedemos sin cola, no se pasa! -respondie- ron ellas. Ftiltima vez, paso! ~{Ni nunca! -gritaron las rayas. Lattigra enfurecida, habfa metido sin querer una pata en el agua, y una raya, acercindose despacito, acababa de ‘clavarle todo él aguijén entre los dedos. Al bramido de do- lor del animal, las rayas respondieron, sonriéndose: ~jParece que todavia tenemos cola! Homcio Quunoca Pero la tigra habfa tenido una idea, ycon esaideaentre las cejas, se alejaba de alli, costeando el rfo aguas arriba, ysin decir una palabra. Mas las rayas comprendieron también esta vez cual eta el plan de su enemigo. El plan de su enemigo era éste: pasar el rfo por otra parte, donde las rayas no sabfan que habia que defender el paso. Y una inmensa ansiedad se apoderé entonces de las rayas. -jVa a pasar el rfo aguas més arriba! -gritaron-. No queremos que mate al hombre! jTenemos que defender a nuestro amigo! Y se revolvian desesperadas entre el barto hasta en- turbiar el rfo. ~jPero qué hacemos! -decfan-. Nosotras no sabemos hadar ligero... (La tigra ya va a pasar antes que las rayas de alld sepan que hay que defender el paso a toda costa! Yno sabfan qué hacer. Hasta que una rayita muy in- teligente, dijo de pronto: -Ya esté! ;Que vayan los dorados! {Los dorados son amigos nuestros! jEllos nadan mis ligero que nadie! ~jEsto es! -gritaron todas-. Que vayan los dorados! Yen un instante la voz pas6 y en otro instante se vie- ron ocho 0 diez filas de dorados, un verdadero ejército de dorados que nadaban a toda velocidad aguas arriba, y que iban dejando surcos en el agua, como los torpedos. ‘A pesar de todo, apenas tuvieron tiempo de dar la orden de cerrar el paso a los tigres; la tigra ya habia nada- do, y estaba por llegar a la isla. Perolas rayas habfan corrido tambiénalaotra orilla, y (Cunyros beta Seva en cuanto la tigra hizo pie, las rayas se abalanzaron contra sus patas, deshaciéndoselas a aguijonazos. Fl animal, enfu- recido yloco de dolor, bramaba, saltaba en el agua, hacfa volar nubes de agua a manotones. Pero las rayas continuaban pre- cipiténdose contra sus patas, cerréndole el paso de tal modo, quella tigra dio vuelta, nadé de nuevo y fue a echarse asuvez ala orilla, con las cuatro patas monstruosamente hinchadas; porallitampoco se podia ira comer al hombre. Mas|as rayas estaban también muy cansadas. Ylo que es peor, el tigre y la tigra habian acabado por levantarse y entraban en el monte. iQué iban a hacer? Esto tenia muy inquietas alas ra- yas, y tuvieron una larga conferencia. Alin dijeron: -i¥a sabemos lo que es! Van a ir a buscar a los otros tigres y van a venir todos. ;Van a venir todos los tigres y van a pasar! -Ni nunca! -gritaron las rayas mds jévenes y que no tenjan tanta experiencia. -iSi, pasardn! -respondieron tristemente las mds vie- jas-. Sison muchos, acabarén por pasar... Vamos a consul- tar a nuestro amigo. Y fueron todas a ver al hombre, pues no habfan teni- do tiempo aiin de hacerlo, por defender el paso del rf. Elhombre estaba siempre tendido, porque habia per- dido mucha sangre, pero podia hablar y moverse un po- quito, En un instante las rayas le contaron lo que habia pasado, y cémo habfan defendido el paso a los tigres que lo querian comer. El hombre herido se enternecié mucho con Jaamistad de las rayas que le habfan salvadola vida, y dio la 7 Honcio Quoc mano con verdadero carifio alas rayas que estaban més cer- cade él.¥ dijo entonces: -iNo hay remedio! Silos tigres son muchos, y quieren pasar, pasarén... -iNo pasarén! -dijeron las rayas chicas-. nuestro amigo y no van a pasar! -iSi, pasarén, compaferitas! i6 hablando en vor baja: -Eltinico modo serfa mandar a alguien a casa a bus- carel winchester con muchas balas... pero yono tengo nin- ‘gtin amigo en el rio, fuera de los pescados..., y ninguno de ustedes sabe andar por la tierra. -{Qué hacemos entonces? -dijeron las rayas ansiosas. -Avver, aver... dijo entonces el hombre, paséndose la mano porla frente, como sirecordara algo-. Yo tuve unami- go..., un carpinchito que se crié en casa y que jugaba con mis hijos... Un dia volvié otra vez al monte y creo que vivia aqui, en el Yabebirt... pero no sé dénde estar... Las rayas dieron entonces un grito de alegria: -{¥a sabemost /Nosotras lo conocemos! Tiene su gua- rida en la punta de la isla! El nos habl6 una vez de usted! jLo vamos a mandar buscar en seguida! Y dicho y hecho: un dorado muy grande vols rfo aba joa buscar al carpinchito, mientras el hombre disolvia una gota de sangre seca en la palma de la mano, para hacer tin- ta, ycon una espina de pescado, que era la pluma, escribié en una hoja seca, que era el papel. Y escribis esta ‘carta: Mandenme con el carpinchito el winchester y una caja enterra de veinticinco balas. jUsted es ijo el hombre. ¥ afia- Contos 0814 Se.VA ‘Apenas acabé el hombre de escribir, el monte entero tembl6 con un sordo rugido: eran todos los tigres que se acercaban a éntablar la lucha. Las rayas levaron la carta conja cabeza afuera del agua para que no se mojara, ysela dieron al carpinchito, el cual sali6 corriendo por entre el pajonal a Ilevarla ala casa del hombre. ‘Yya era tiempo, porque los rugidos, aunque lejanos atin, se acercaban velozmente. Las rayas reunieron a los dorados que estaban esperando drdenes, y les gritaron: -jLigero, compafteros! ;Recorran todo el.rfo y den la ‘voz de alarma! Que todas las rayas estén prontas en todo el rio! ;Qué'se encuentren todas alrededor de la isla! ;Vere- mos sivan a pasar! Yel ejército de dorados vols en seguida, rio arriba y rfo abajo, haciendo rayas en el agua con la velocidad que levaban. ‘No qued6 raya en todo el Yabebiri que no recibiera or- den de concentrarse en las orllas del rfo, alrededor de laisla. De todas partes, de entre las piedras, de entre el barro, dela boca de los arroyitos, de todo el Yabebirf entero, las rayas acudian a defender el paso contra los tigres. Y por delante de laisla, los dorados cruzaban y recruzaban a toda velocidad. ‘Ya era tiempo, otra vez; un inmenso rugido hizo tem- blar el agua misma de la orilla, y los tigres desembocaron ena costa. Eran muchos; parecia que todos los tigres de Misio- nes éstiivieran all Pero el Yabebiri entero hervia también de rayas, que se lanzaron alaorilla, dispuestas a defender a todo tranceel paso. Homco Qunoca, ~;Paso alostigres! -iNo hay paso! -respondieron las rayas. -iPaso, de nuevo! lo se pasa! -jNo va a quedar raya, ni hijo de raya, ninieto deraya, sino dan paso! ~iEs posible! -respondieron las rayas-. ;Pero ni los ti- gres, ni los hijos de los tigres, ni los nietos de los tigres, ni todos los tigres del mundo van a pasar por aqui! As{ respondieron las rayas. Entonces los tigres rugie- ron por tiltima vez: -;Paso, pedimos! -jNimuncat Ya batalla comenzé entonces. Con un enorme salto los tigres se lanzaron al agua. Y cayéron todos sobre un ver- dadero piso de rayas. Las rayas les acribillaban las patas a aguijonazos, y a cada herida los tigres lanzaban un rugido de dolor. Pero ellos se defendian a zarpazos, manoteando como locos en el agua. Ylas rayas volaban por el aire con el vientre abierto por las ufias de los tigres. ELYabebiri parecfa rfo de sangre. Las rayas morfan a centenares... pero los tigres recibfan también heridas, y se retiraban a tenderse y bramar en la playa, horriblemente hinchados. Las rayas, pisoteadas, deshechas por las patas de los tigres, no desistfan; acudfan sin cesar a defender el paso. Algunas volaban por el aire, volvian a caer al rio, y se precipitaban de nuevo contra los tigres. Media hora duré esta lucha terrible. Al cabo de esa media hora, todos los tigres estaban otra vez en la playa, % Cunsros peta sev sentados de fatiga, rugiendo de dolor; ni uno solo habia pa- sado. Pero las rayas estaban también deshechas de cansan- cio,Muchas, muchisimas habfan muerto. ¥ las que queda- ban vivas dijeron: -No podremos resistir dos ataques como éste, ;Que los dorados vayan a buscar refuerzos! Que vengan en se- guida todas las rayas que haya en el Yabebiri Y los dorados volaron otra vez rio arriba y rfo abajo, e iban tan ligero que dejaban surcos en el agua, como los tor- pedos. Las rayas fueron entonces a ver al hombre. -iNo podremos resistir més! -le dijeron tristemente Jas rayas. ¥ atin algunas rayas lloraban, porque vefan que no podrian salvar a su amigo. -{Vayanse, rayas! -respondi¢ el hombre herido-. ;Dé- jenme solo! {Ustedes han hecho ya demasiado por mil ;De- jen que los tigres pasen! -jNi nunca! -gritaron las rayas en un solo clamor-. {Mientras haya una sola raya viva en el Yabebiri, que es nues- tto rio, defenderemos al hombre bueno que nos defendis antes a nosotras! El hombre herido exclamé entonces, contento: {Rayas! ;Yo estoy casi por morir, y apenas puedo ha- yero yo les aseguro que en cuanto llegue el winchester, vamos a tener farra para largo rato; esto yo se lo aseguro a p Hlogncrs Quikoca Pero no pudieron concluir de hablar, porque la batalla recomenzaba. En efecto: los tigres, que ya habian descansa- do, se pusieron bruscamente en pie; y agachéndose como quien vaa saltar, rugieron: -iPor tiltima vez, y de una vez por todas: pasé! -iNi nunca! -respondieron las rayas lanzdndose a la orilla, Pero los tigres habfan saltado a su vez al agua y récomenz6 la terrible lucha. Todo el Yabebirt, ahora de ori- lla 4 orilla, estaba rojo de sangre, y la sangre hacia espuma enla arena de la playa. Las rayas volaban deshechas por el aire y los tigres bramaban de dolor; pero nadie retrocedfa un paso, Y los tigres no sélo no retrocedfan, sino que avanza- ban. En balde el ejército de dorados pasaba a toda veloci- dad rfo arriba y rfo abajo, llamando a las rayas: las rayas se habjan concluido; todas estaban luchando frente alaislay la mitad habfa muerto ya. ¥ las que quedaban estaban to- das heridas y sin fuerzas. Comprendieton entonces que no podrian sostener- se un minuto més, y que los tigres pasarfan; y las pobres rayas, que preferian morir antes que entregar a su amigo, se lanzaron por tiltima vez contra los tigres. Pero ya todo era inutil, Cinco tigres nadaban ya hacia la costa de la isla, Las rayas, desesperadas, gritaron: -}A la isla! [Vamos todas a la otra orilla! Pero también esto era tarde: dos tigres ms se ha- bfan echado a nado, y en un instante todos los tigres es- tuvieron en el medio del rfo, y no se vefa mas que sus ca- bezas | | ‘Cuniros pea Seiva Pero también en ese momento un animalito, un pobre animalito colorado y peludo cruzaba nadando a toda fuerza elYabebiri: era el carpinchito, que Hegaba a laisla llevando el winchester y las balas en la cabeza para que no se mojaran. Elhombre dio un gran grito de alegria, porque le que- daba tiempo para entrar en defensa de las rayas. Le pidié al carpinchito que lo empujara con la cabeza para colocarse de costado porque él solo no podia; y ya en esta posicién carg6 el winchester con la rapidez de un rayo. Yen el preciso momento en que las rayas, desgarra- das, aplastadas, ensangrentadas, vefan con desesperacién ‘que habian perdido la batalla y que los tigtes iban a devo- rar a su pobre amigo herido, en ese momento oyeron un estampido, y vieron que el tigre que iba adelante y pisaba yala arena, daba un gran salto y cafa muerto, con la frente agujereada de un tiro. Bravo, bravo! -clamaron los rayas locas de conten- to-. El hombre tiene el winchester! ;Ya estamos salvadas! Y enturbiaron toda el agua verdaderamente locas de alegria, Pero el hombre proseguia tranquilo tirando, y cada tiro era un nuevo tigre muerto. ¥ a cada tigre que cafa muer- to lanzando un rugido, las rayas respondfan con grandes sacudidas de la cola. Uno tras otro, como si el rayo cayera entre sus cabe- zas, los tigres fueron muriendo a tiros. Aquello duré sola- mente dos minutos. Uno tras otro se fueron al fondo del xfo, yallflas palometas los comieron. Algunos boyaron des- pués, y entonces los dorados los acompaiaron hasta el Parand, comiéndolos, y haciendo saltar el agua de con- Horacio Quinoa tentos. En poco tiempo las rayas, que tienen muchos hijos, volvieron a ser tan numerosas como antes. El hombre se cur6, y quedo tan agradecido a las rayas que le habfan sal- vado la vida, que fue a vivir ala sla. ¥ allt, en las noches de verano, le gustaba tenderse en la playa y fumar ala luz de la luna, mientras las rayas, hablando despacito, se lo mos- traban a los pescados que no lo conocian, contandoles la gran batalla que, aliados con ese hombre, habfan tenido ‘una vez contra los tigres. Cumios beta Sev » LA ABEJA HARAGANA Hania una vez en una colmena una abeja que no queria trabajar, es decir, recorrfa los arboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez.de conservarlo para convertirlo én miel, se lo tomaba del todo. Fra, pyes, una abeja haragana. Todas las mafianas, apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba ala puerta de la colmena, vefa que hacfa buen tiempo, se pei- naba con las patas, como hacen las moscas, y echaba en- tonces a volar, muy contenta del lindo dfa, Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvia a salir, y asf se le pasaba el dia, ‘mientras las otras abejas se mataban trabajando para Ilenar Ja colmena de iniel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas. Como las abejas son muy serias, comenzaron a dis- gustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que estén de guardia para cuidar que no entren bichos en Ja colmena. Estas abejas suclen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido los pelos de tanto rozar contrala puerta de la colme- na, Un dfa, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando Horacio Quoc ibaa entrar, diciéndole: -Compafiera: es necesario que trabajes, porque to- das las abejas debemos trabajar. La abejita contesté: -Yo ando todo el dfa volando, y me canso mucho. -No es cuestién de que te canses mucho -respondie- ron-, sino de que trabajes un poco. Es la primera adverten- cia que te hacemos. 'Y diciendo asf la dejaron pasar. Pero la abeja haragana no se corregia. De modo quea Ja tarde siguiente las abejas que estaban de guardia le dije- ron: -Hay que trabajar, hermana. Y ella respondié en seguida: {Uno de estos dias lo voy a hacer! -N6 es Cuestién de que lo hagas uno de estos dias -le respondieron- sino mafiana mismo: Acuérdaté de esto. Yla dejaron pasar. Al anochecer siguiente se repitié la misma cosa. An- tes de que le dijeran nada, la abejita exclams: ‘Si, si, hermanas! Ya me acuerdo de lo que he pro- metido! -No es cuestién de que te acuerdes de lo prometido - le réspondieron- sino de que trabajes. Hoy es 19 de abril. Pues bien: trata de que majiana, 20, hayas trafdo una gota siquiera de miel. Y ahora pasa. a Y diciendo esto se apartaron para dejarla entrar Pero el 20 de abril pasé en vano como todos los de- més, Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo se i ; i i i i i | | | ee Cunctos ori Seva descompusoy comenzé asoplar un viento fro. La abejita haragana vol6 apresurada hacia su colme- na, pensando en lo calentito que estatfa alli adentro. Pero cuafido quiso entrar, las abejas que estaban de guardia se Jo impidieron. -No se entra -le dijeron friamente. Yo quiero entrar! -clamé la abejita-. Esta es mi col- mena. “Esta es la colmena de una pobres abejas trabajado- » ras -le contestaron las otras-. No hay entrada para las hara- ganas. “jMaftana sin falta voy a trabajar! -insistié la abejta. -No hay mafiana para las que no trabajan -respon- dieron las abejas, que no saben mucha filosofia. Yesto diciendo, la'empujaron afuera. Laabejita, sin saber qué hacer, vol6 un rato atin; pero ya la noche cafa y se vefa apenas. Quiso tomarse de una hojay cayé al suelo. Tenia el cuerpo entumecido por el aire frio, y no podfa volar més. ‘Arrastréndose entonces por el suelo, trepando y ba- jando de los palitos y piedritas, que le parecfan montafias, llegé a la puerta de la colmena, a tiempo que comenzaban. a caer frias gotas de Ihuvia. -jAy, mi Dios! -exclamé la desamparada-. Va a lover, y me voy a morir de frio. Y¥ tenté entrar en la colmena. Pero de nuevolecerraron el paso. -;Perd6n! -gimié la abeja-. ;Déjenme entrar! -Ya es tarde -le respondieron. Howcio Quinoca “iPor favor, hermanas! ‘Tengo suefo! “Es més tarde atin. -jCompafieras, por piedad! Tengo frio! -Imposible. -iPor ultima vez! |Me voy a motit! Entonces le dijeron: -No, no morirds. Aprenderés en unasola noche lo que es el descanso ganado con el trabajo. Vete. Yla echaron, Entonces, teniblando de frio, con las alas mojadas y tropezando, la abeja se arrastr6, se arrastré hasta que de Pronto rod6 por un agujeto; cayé rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna. Creyé que no iba a concluir nunca de bajar, Al fin le- 86 al fondo, y se hallé bruscamente ante una vibora, una culebra verde de lomo color ladrillo, que la miraba enros- cada y presta a lanzatse sobre ella, En verdad, aquella caverna era el hueco de un érbol que habfan trasplantado hacfa tiempo, y que la culebra habfa elegido de guarida. Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por esto la abejita, al enterarse ante su enemiga, murmuré ce- trando los ojos. ~iAdi6s, mi vidal Esta es la ultima hora que yo veo la huz. ~4Qué tal, abejita? No has de ser muy trabajadora para ‘estar aqui a estas horas, -Escierto -murmurs la abeja-. No trabajo, y yo tengola culpa, -Siendo asi -agregé la culebra, burlona-, voy a quitar he web ein / i ( i 7 i q | 7 | Cunetos Be u Sttva del mundo a un mal bicho como tti. Te voy a comer, abeja. La abeja, temblando, exclamé entonces: -{No es justo, eso, no es justo! No es justo que usted mecoma porque es més fuerte que yo. Los hombres saben Jo que es justicia. iA, ah! -exclams la culebra, enroscdndose ligero-. :Tt conoces bien a los hombres? ;Ti crees que los hombres, que les quitan la miel a ustedes, son mas justos, grandisima tonta? -No, no es por eso que nos quitan la miel -tespondié la abeja. -2¥ por qué, entonces? -Porque son més inteligentes. ‘Asi dijo la abejita. Pero la culebra se eché a comer; apréntate. ‘Ysse eché atrés, para lanzarse sobre la abeja. Pero ésta exclamé: -Usted hace eso porque es menos inteligente que yo. -4¥o menos inteligente que tt, mocosa? -se rid la cu- lebra. -Asf es -afirmeé la abeja. -Pues bien -dijo la culébra-, vamos a verlo. Vamos a hacer dos pruebas. El que haga la prueba més ara, ése gana. Si gano yo, te como. -4Y si gano yo? -pregunt6 la abejita. -Si ganas tii -repuso la enemiga- tienes el derecho de - pasar la noche aqui, hasta que sea de da. ;Te conviene? “Aceptado -contesté laabeja. Laculebra se eché arefr de nuevo, porque se le habia ocurrido una cosa que jams podria hacer una abeja. Y he Homcio Quiros’ aquilo que hizo: Salié un instante afuera, tan velozmente que la abeja, no tuvo tiempo de nada. ¥ volvié trayendo una cépsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que estaba al lado de la colmmena y que le daba sombra. Los muchachos hacen bailar como trompos esas cép- sulas, y las aman trompitos de eucalipto. “Esto es lo que voy a hacer -dijo la culebra-. jFijate bien, atenciént Yarrollando vivamente la cola alrededor del trompito ‘como un piolin, la desenvolvié a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito quedé bailando yzumbando como un loco. La culebra se refa, y con mucha raz6n, porque jamas ‘una abeja ha hecho ni podra hacer bailar a un trompito. Pero cuando el trompito, que se habfa quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cay6 por fin al suelo, la abeja dijo: -Esa prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso. -Entonces, te como -exclam6 la culebra. -jUn momento! Yo no puedo hacer eso; pero hago una cosa que nadie hace. ~iQué es eso? -Desaparecer. ~4Cémo? -exclams la culebra, dando un salto de sor- presa-. sDesaparecer sin salir de aqui? -Sin salir de aqui. “ - -4¥ sin esconderte en la tierra? Sin esconderme en la tierra. | sion ‘Cuptos ofa Seva Pues bien, hazlo! sino lo haces, te como en seguida -dijolaculebra. : El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja habia tenido tiempo de examinar la caveina, y habia visto uina plantita que crecia alli. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamafio de unia moneda de dos cen- tavos. La abeja se arrimé a la plantita, teniendo cuidado de no tocatla, y dijo asi: -Ahora me toca a mf, senora Culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta, y contar hasta tres, Cuando diga “atreé», buisqueme por todas partes jya no estaré mas! ‘Yast pas6, en efecto. La culebra dijo répidamente: 4«Uno..., dos. tres», y se volvi6 y abrié la boca cuén grande era, de sorpresa: allf no habia nadie. Mir6 arriba, abajo, alos lados, recorrié los rincones, la plantita, tantes todo con su lengua. Initil: la abeja habia desaparecido. La culebra comprendié entonces que si su prueba del trompito era muy buena, la prueba dela abejaera sim- plemente extraordinaria. ;Qué se habfa hecho? ;Dénde es- taba? No habfa modo de hallatla. «Bueno! -exclams porfin-. Me doy por vencida. ;D6n- le estas? : Una voz que apenas se ofa -la voz de la abejita- salié del medio de la cueva. ‘Nome vas a hacer hada? -dijo la voz-. ;Puedo contar con tujuramento? Sf -tespondi6 la culebra-. Te lo juro. ;DOnde estés? 89 Homcro Quinaca, -Aqui-respondié la abejita, apareciendo subitamente de entre una hojacerrada dela plantita. Qué habia pasado? Una cosa muy sencilla: la planti- taencuestiGn, era una sensitiva, muy comin también aqut en Buenos Aires, y que tiene la particularidad de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamente que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vegetacién es muy rica, y por lo tanto muy grandes las hojas de las sensitivas. De aqui que al contacto de la abeja, las hojas se cerraron, ocuiltando completamente al insecto. Laiinteligenciade la culebra no habia aleanzado nun- caadarse cuenta de este fenémeno; pero la abejalo habia observado, y se aprovechaba de é! para salvar su vida. Laculebrano dijo nada, pero quedé muy irritada con su derrota, tanto que la abeja pasé toda la noche recordan- do asu enemiga la promesa que habfa hecho de respetarla. Fue una noche larga, interminable, que las dos pasa- ron attimadas contra la pared més alta de la caverna, por- que la tormenta se habia desencadenado, y et agua entra- ba como un rio adentro. Hacfa mucho frfo, ademds, y adentro reinaba la os- curidad més completa. De cuando en cuando la culebra sentia impulsos de lanzarse sobre la abeja, y ésta crefa en- tonces Hegado el término de su vida. ‘Nunca, jamés, crey6 la abejita que una noche podria ser tan fra tan larga, tan horrible. Recordaba su vida ante- rior, durmiendo noche anoche en lacolmena; bien calenti~ ta, ylloraba entoncesensilencio. Cuando lleg6 el dia, y salis el sol, porque el tiempo se Cuperos peta Seva habia compuesto, la abejita volé y loré otra vez ensilencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia. Las abejitas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volvia no era la pateandera haragana, sino una abeja que habfa hecho en solo una noche un duro aprendizaje de la vida. ‘Asi, fue, en efecto, En adelante, ninguna como ella recogi6 tanto polen ni fabricé tanta miel. ¥ cuando el oto- fio leg6, y llegé también el término de sus dias, tuvo atin tiempo de dar una tiltima leccién antes de morir alas jove- nies abejas que la rodeaban: _No és nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez ce mi inte- ligencia, y fue para salvar mi vida. No habria necesitado de ese esfuerzo, si hubiera trabajado como todas. Me he can- sado tanto volando de aqui para all, como trabajando. Lo que me faltaba era la nocién del deber, que adquirf aquella noche. ‘Trabajen, compafieras, pensando que el fin aque tien don nuestros esfuetzos -la felicidad de todos- es muy su- perior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen raz6n. No hay otra flosofia en la vida de un hombre y de una abeja. Cutnros oF Sttva INDICE - PROLOGO ... Pag.1i - LATORTUGA GIGANTE Pag.15 ~ LAS MEDIAS DE LOS FLAMENCOS -Pag23, - ELLORO PELADO -Pag29 - LA GUERRA DE LOS YACARES. Pag37 - LA GAMA CIEGA. Pag st - HISTORIA DE DOS CACHORROS DE COATI YDE DOS CACHORROS DE HOMBRE Pag.59 - EL PASO DE YABEBIRI - LA ABEJA HARAGANA.. 93

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