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STANLEY G.

PAYNE Y LA SUBLEVACIÓN DEL 18 DE JULIO DE


1936:
UNA DINÁMICA CAMBIANTE

Roberto Muñoz Bolaños


Profesor del Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado (UNED)
Profesor de la Universidad Camilo José Cela
Profesor de la Universidad Francisco de Vitoria
Profesor de la Universidad Antonio de Nebrija
RESUMEN:

Este artículo analiza la visión de la sublevación del 18 de julio de 1936 en la


extensa bibliografía de Stanley G. Payne. El objetivo es demostrar como esta
interpretación ha ido cambiando a medida que el historiador norteamericano ha
ido profundizando en el conocimiento de la Segunda República. Para elaborarlo
hemos utilizado los numerosos libros de Payne sobre este periodo histórico.
Respecto a su estructura se articula en tres puntos. El primero, corresponde a la
historiografía sobre la Guerra Civil. El segundo, a la visión de Payne de este
proceso histórico; distinguiendo tres etapas. Y el tercero, a la conclusión.

PALABRAS CLAVES: España, Segunda República, golpe de Estado del 18 de julio,


Stanley G. Payne.

ABSTRACT:

This research analyzes the vision of the revolt of July 18, 1936 in the extensive
bibliography of Stanley G. Payne. The aim is to demonstrate how this
interpretation has changed as the American historian has deepened his
knowledge of the Second Republic. To elaborate this we have used the numerous
books of Payne on this historical period. Regarding its structure is articulated in
three points. The first corresponds to the explanation of la historiography of Civil
War. The second, to Payne's view of this historical process; distinguishing three
stages. And the third, to the conclusion.

KEY WORDS: Spain, Second Republic, July 18 coup d’ état, Stanley G. Payne.

1
1.- UN PROBLEMA HISTORIOGRÁFICO: LAS CAUSAS DE LA GUERRA CIVIL.

En el epílogo a los ingleses de su obra La rebelión de las masas1, Ortega y


Gasset afirmaba:

Tendrá el inglés, o el americano, todo el derecho que quiera a opinar sobre


lo que ha pasado y debe pasar en España, pero ese derecho en una iniuria si
no acepta una obligación correspondiente: la de estar bien informado sobre la
realidad de la guerra civil española, cuyo primero y más sustancial capítulo es
su origen, las causas que la han producido.

Los historiadores han seguido el consejo del gran pensador español, y han
intentado buscar las razones que provocaron la sublevación del 18 de julio de
1936, origen de la Guerra civil, en los acontecimientos que tuvieron lugar en el
periodo anterior. Esta búsqueda ha dado origen a la bibliografía más amplia que
se conoce sobre un acontecimiento histórico, veinte mil volúmenes, sólo
superada por la correspondiente a la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, a pesar de un número de libros tan amplio, no se ha conseguido
el consenso en el campo académico en relación con las causas que provocaron
dicha sublevación, que hizo posible el conflicto civil2.
Las primeras obras sobre este acontecimiento fueron escritas por periodistas
aficionados a la historia como Joaquín Arrarás y Manuel Aznar. En las mismas, si
bien aportaron importantes datos –especialmente la de Arrarás–, tuvieron escaso
valor académico por su sesgo favorable a los sublevados; desarrollando la tesis
de la sublevación preventiva para evitar una revolución comunista en ciernes.
En los años sesenta, aparecieron los libros de hispanistas anglosajones como
Hugh Thomas y Gabriel Jackson, que fueron la base del llamado “paradigma
anglosajón sobre la guerra civil”, articulado sobre la idea de que la Guerra Civil
fue la consecuencia final del fracaso de la Segunda República como régimen
democrático.
En la década siguiente, los setenta, y según Pérez Ledesma, se impondría el
“consenso”, lo que suponía el “reparto de culpas”, y la “objetividad” como
denominador común3. No obstante, en esta década y en la siguiente, también
aparecería la corriente historiográfica dominante en el ámbito de la academia
1
ORTEGA Y GASSET, José, La rebelión de las masas, Madrid, Espasa-Calpe, 1986, p. 233.
2
Existe una amplia producción bibliográfica sobre la historiografía de la Guerra Civil española,
donde destacamos las siguientes obras: BLANCO RODRÍGUEZ, Juan Andrés: “La historiografía
de la guerra civil española”, Hispania Nova, revista de Historia Contemporánea, 7 (2007), pp. 5-
33; GARCÍA, Hugo, “La historiografía de la Guerra Civil en el nuevo siglo”, Ayer, 62 (2006), pp.
285- 306; PÉREZ LEDESMA, Manuel, “La Guerra Civil y la historiografía: no fue posible el
acuerdo”, JULIA, Santos (coord.): Memoria de la guerra y del franquismo, 2006, Barcelona,
Taurus, pp. 101-133, y DEL REY REGUILLO, Fernando, “Por la república. La sombra del
franquismo en la historiografía «progresista»”, Studia historica. Historia contemporánea, 33
(2015), pp. 301-326.
3
PÉREZ LEDESMA, Manuel, “La Guerra Civil…”, pp. 105-108.

2
española: la de la izquierda o progresista. Su iniciador fue el historiador marxista
ortodoxo Manuel Tuñón de Lara, y sus seguidores principales Julio Aróstegui,
Julián Casanova, Paul Preston, Ismael Saz, Alberto Reig Tapia, etc. La idea
fundamental sobre la que construyeron sus obras fue que la Segunda República
fue un régimen progresista y modernizador que quería acabar con el retraso
secular de España, derivado del fracaso de la revolución liberal. Este proyecto
político hubiera puesto fin al dominio que las élites tradicionales –agrarias
fundamentalmente– habían ejercido durante cientos de años. Por eso, decidieran
acabar con el nuevo régimen, buscando el apoyo del Ejército –otro símbolo del
tradicionalismo–, y con el fascismo como ideología, pusieran en marcha una
conspiración que derivó en la guerra Civil y en el franquismo como régimen,
donde esas élites mantuvieron su posición dominante. Este planteamiento, si
bien no fue aceptado por historiadores como el socialista Santos Julia, el
democristiano Javier Tusell o el franquista Ricardo de la Cierva, se convirtió en
“clásico” dentro de la historiografía española, gracias al dominio que sus
seguidores ejercían en las universidades de nuestro país, hasta el extremo de
que algunos de ellos, como Pérez Ledesma o Ricardo Robledo hablaron de la
existencia de un “consenso” en torno a la Guerra Civil4.
Este supuesto consenso comenzó a debilitarse en el campo académico en la
primera década del siglo XXI con la aparición de una nueva escuela liberal,
encabezada por Fernando de Rey Reguillo, Manuel Álvarez Tardío, Roberto
Blanco Villa, Pedro Carlos González Cuevas, Gabriele Ranzato, Julius Ruiz,
Michael Seidman, etc. Dentro de este grupo, destacó el análisis de la exclusión
política con elemento determinante en el régimen republicano, plasmada en la
célebre obra Palabras como puños5, que tuvo un enorme impacto en el mundo
académico español. Fue esta exclusión política la que provocaría el fracaso de la
Segunda República, que no consideran ni idílica ni democrática.
La aparición de esta escuela provocó un renacimiento de la historiografía de
izquierdas, que bajo el liderazgo de Ángel Viñas, y con las aportaciones de
autores como José Luis Ledesma, Francisco Espinosa, Francisco Moreno,
Casanova6, etc.; han combatido sus aportaciones, si bien han reconocido que la
Segunda República no era un régimen democrático tal como se entiende hoy en
día, y que para los hombres de los años treinta democracia era sinónimo de
revolución.
En este debate historiográfico, que sigue abierto, la aportación de Payne ha
sido clave y se ajustado cronológicamente a las diferentes etapas del mismo.

2.- EL 18 DE JULIO EN LA OBRA DE STANLEY G. PAYNE

En la extensa y brillante obra del historiador texano, las causas que


provocaron la conspiración que desembocó en la Guerra Civil ha ido adquiriendo

4
ROBLEDO, Ricardo, “Historia científica vs. Historia de combate en la antesala de la Guerra
Civil”, Studia historica. Historia contemporánea, 32 (2014), pp. 75-94.
5
DEL REY REGUILLO, Fernando (coord.), Palabras como puños: La intransigencia política en la
Segunda república, Madrid, Tecnos, 2011
6
La obra que mejor refleja este planteamiento es VV. AA., Los mitos del 18 de julio, Barcelona,
Crítica, 2013.

3
a lo largo del tiempo un papel cada vez más importante, pudiendo distinguirse
tres grandes fases en su estudio.

2.1. Primera etapa: La Segunda República como contexto

En los años sesenta, cuando Payne inició su carrera como historiador, la


Segunda República no fue para él un tema fundamental, apareciendo como
contexto en algunas de sus obras, donde tomó como referencia fundamental el
paradigma anglosajón.
En su tesis doctoral, Falange: Historia del Fascismo español, publicada en
inglés en 1961 y en español cuatro años después 7, el tema de la sublevación
cívico-militar se trataba de forma muy tangencial; lo que explicaría los errores y
contradicciones en los que incurrió. Así, a la hora de describir los objetivos de los
conspiradores militares, afirmaba8:

Los conspiradores estaban decididos a establecer un directorio militar que


obligase a la República a adoptar una actitud más conservadora. No
pretendían destruir la forma de gobierno republicana, ni siquiera
consideraban necesario establecer ningún sistema corporativo. Por otro lado,
estaban dispuestos a no mezclarse con políticos y no confiaron a ninguno de
ellos el secreto de la conspiración.

Como ya hemos indicado anteriormente, la sublevación que dio origen a la


Guerra Civil fue consecuencia de una operación cívico-militar en la que
participaron la casi totalidad de las fuerzas políticas de la derecha en
comunicación con Mola9.
Igualmente, en relación con las causas que empujaron a militares y civiles a
conspiran, Payne entraba en contradicciones. Así en un párrafo explicaba que su
causa era la situación de inestabilidad existente, afirmando: “La mayor parte de
la oficialidad permanecía indecisa y sólo reaccionaba a medida que iba
aumentando el desorden civil”10. Pero, en otro, daba razones de clase: “En vista
de la indecisión de los militares, Mola empezó a pensar en los medios para
aplastar a las masas trabajadoras de Madrid”11.
Estas limitaciones quedaron superadas en su segunda obra, una de las mejores
de la brillante trayectoria académica del historiador texano: Los militares y la
política en la España Contemporánea12.
En este libro, Payne tampoco analizaba con detalle el periodo de la Segunda
República, sino únicamente el papel del Ejército en la misma. Así, como base de

7
PAYNE, Stanley G.: Falange. Historia del fascismo español, Paris, Ruedo ibérico, 1965.
8
PAYNE, Stanley G.: Falange. Historia del fascismo español, Madrid, Sarpe, 1985, p. 117.
9
Véase MUÑOZ BOLAÑOS, Roberto: “La Gran Coalición contra el Frente Popular”, en
GONZÁLEZ MADRID, Damián A., ORTÍZ HERAS, Manuel y PÉREZ GARZÓN, Juan Sisinio (eds.):
La Historia, Lost in translation? Actas del XIII Congreso de la Asociación de Historia
Contemporánea, Albacete: UCLM, 2017, pp. 1649-1661.
10
PAYNE, Stanley G.: Falange. Historia…, p. 117.
11
Ibidem, p. 118.
12
La primera edición se publicó en Palo Alto (California) por Stanford University Press en 1967.
En español, apareció al año siguiente, publicada en Paris por Ruedo Ibérico.

4
esta explicación, partió de la idea de que los militares no tenían ninguna
animadversión hacía la nueva forma de Estado. Por el contrario, los políticos
republicanos –especialmente su figura clave, Azaña, eran antimilitaristas; pues
consideraban que el Ejército, junto a la Iglesia católica, eran las instituciones
responsables del retraso secular de España. De ahí que la reforma militar que
este político llevó a cabo, y que fue estudiada con cierto detalle en la obra, no
tenía por objetivo mejorar la capacidad operativa de la institución militar, ya que
Azaña era profundamente pacifista, sino suprimir el poder militar, condición sine
qua non para consolidar la democracia13.
Precisamente esta actitud de Azaña, unido al antimilitarismo de la izquierda
republicana, fue según el historiador texano, una de las causas del primer ataque
de los militares contra la Segunda República: la “Sanjurjada”, que tuvo lugar el
10 de agosto de 193214.
El análisis que realizó de la gran conspiración de julio de 1936 alcanzó una
claridad y un detalle todavía no superado. De hecho, se trató sin duda del mejor
capítulo de su obra, pues no sólo fue capaz de realizar un desarrollo cronológica
de la operación –a pesar de las fuentes limitadas que manejó 15–, sino que,
además, analizó con detalle la personalidad de la principal figura de la misma, el
general Mola, y también las múltiples dificultades que encontró, como
consecuencia de la existencia de diferentes redes conspirativas militares y de la
actitud dubitativa de muchos de sus compañeros, entre ellos el general Franco.
Igualmente, introdujo en su explicación el papel jugado por las diferentes fuerzas
de la derecha en la organización de la operación, y los contactos internacionales
del líder de los conspiradores, el teniente general Sanjurjo 16. Sin embargo, no
entró a explicar las causas que provocaron su puesta en marcha.
La tercera obra llevaba por título Franco’s Spain17 y fue publicada en 1967.
Aunque no se trataba, al igual que las anteriores, de una obra que analizase la
Segunda República como proceso histórico, en la “Introducción” hacía un
pequeño pero profundo desarrollo de su evolución histórica, recogiendo las
líneas básicas del paradigma anglosajón. Así consideraba que el fracaso del
régimen republicano había sido consecuencia de la falta de consenso entre
derecha e izquierda, pero también de la situación internacional, marcada por el
auge del fascismo y la crisis de la democracia liberal 18. De hecho, fue este
contexto el que utilizó para explicar la Revolución de Octubre de 1934, que
consideraba un acontecimiento clave en el desarrollo de la república, no sólo
porque polarizó y radicalizó las posiciones política, sino también porque fue
acompañada por un espíritu de venganza por parte de la derecha –respresentada

13
Ibidem, pp. 231-232.
14
PAYNE, Stanley G.: Los militares y la política en la España contemporánea, Paris, Ruedo ibérico,
1968, pp. 241-254.
15
Los documentos más importantes para conocer la conspiración de 1936 son los que el ayudante
del general Mola, el comandante de Infantería Emiliano Fernández Cordón entregó al Servicio
Histórico Militar (SHM), y a los que Payne no tuvo acceso. Copias de documentos facilitados por
el teniente coronel Emiliano Fernández Cordón, referentes a la preparación y desarrollo del
Alzamiento Nacional, Archivo General Militar (Ávila), Archivo de la guerra civil, Documentación
Nacional, legajo 4, carpeta 8.
16
PAYNE, Stanley G.: Los militares…, p. 285.
17
PAYNE, Stanley G.: Franco’s Spain, Syracuse, Thomas Y. Crowell, 1967
18
Ibidem, p. XIV.

5
por la CEDA–, que intentó hacerse con el control del poder, lo que no pudo lograr
“gracias a los escrúpulos del presidente de la República”19.
Tras las elecciones de 1936 ganadas por el FP –seguía explicando–, la
situación se radicalizó. Por un lado, los jornaleros, animados por los anarquistas
y socialistas, iniciaron una campaña de ocupación de tierras, ante la pasividad
del Gobierno. Por otro, los falangistas desencadenaron una campaña terrorista, y
junto a los monárquicos, incitaron al Ejército a rebelarse. Estos hechos, hicieron
que los miembros más conservadores de esta institución comenzaran a diseñar
una conspiración en la primavera20.
Según Payne, la situación de España en junio y julio de 1936 “era muy
confusa”. No existía ningún plan revolucionario en el campo de la izquierda y la
facción más radical del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) estaba
perdiendo terreno. Pero en el campo de la derecha, no existían esperanzas de
llegar a un acuerdo con el Gobierno, que seguía tolerando los desmanes de la
izquierda. La Guerra Civil no era inevitable, pero “los órganos de mediación y
conciliación estaban completamente rotos”. De hecho “socialistas, anarquistas,
comunistas, monárquicos, falangistas, clericales autoritarios y activistas
militares querían una ruptura abrupta con la situación existente mas que un
acuerdo constructivo que mitigara las tensiones”21.
En estas condiciones el asesinato de Calvo Sotelo hizo que muchos
conservadores y moderados indecisos se unieran a la conspiración, haciendo que
cuatro días después la sublevación se convirtiera en una guerra civil.

2.2. Segunda etapa: La República como objeto de estudio

Los treinta últimos años del siglo XX supusieron la confirmación de Payne


como uno de los grandes historiadores de la segunda mitad de la pasada
centuria; destacando sobremanera los magníficos estudios realizados sobre el
fascismo22 que le convirtieron en uno de los grandes especialistas mundiales en
esta ideología.
Pero, a la vez, y por primera vez, abordó el estudio de la Segunda República de
forma global en dos obras de distinta importancia, donde mantuvo la neutralidad
que caracterizaba al paradigma anglosajón y la imparcialidad del periodo de la
Transición, repartiendo las culpas del conflicto entre ambos bandos. Pero,
también fue cierto que cargaba esas culpas más en la izquierda que en la
derecha.
La primera de ellas, publicada en 1972, bajo el título La Revolución
Española23, marcaba esa nueva tendencia de Payne, por su actitud crítica hacía el
papel de la izquierda y de los Gobiernos del FP en los prolegómenos de la Guerra
Civil, a partir de los siguientes planteamientos.
El primero, el desorden público que caracterizó la “Primavera Trágica”, donde
la responsabilidad mayor era de las organizaciones izquierdistas: “La violencia se
extendió casi ciegamente. La lucha callejera entre los pistoleros de la extrema
19
Ibidem, p. XV.
20
Ibidem, p. XVI.
21
Ibidem, p. XVII.
22
PAYNE, Stanley G., El fascismo, Madrid, Alianza, 1982. PAYNE, Stanley G., Historia del
fascismo, Barcelona, Planeta, 1995.
23
PAYNE, Stanley G., La revolución española, Barcelona, Ariel, 1977.

6
izquierda y la extrema derecha tuvo su paralelo en una serie de tiroteos mortales
entre la CNT y los grupos marxistas”24.
El segundo, la actitud sectaria y partidista del Gobierno. Así, a propósito del
asesinato de José Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936, escribió25:

Algunos miembros del piquete del asesinato fueron arrestados, pero no se


realizó ningún intento de retener a Condes, Cuenca ni a los diversos oficiales
izquierdistas implicados. El Gobierno clausuró la sede central de los dos
partidos monárquicos de Madrid y suspendió dos destacados periódicos
conservadores. El día siguiente al asesinato, Política, órgano de Azaña, hizo un
llamamiento a la “disciplina” en apoyo de la lucha global que tenía lugar entre
“el así llamado fascismo” y un gobierno decidido a “extirpar los últimos
vestigios del feudalismo”. Esta terminología poco convincente, inadecuada
para las realidades políticas españolas de mediados de 1936, reflejaba la
incapacidad de la izquierda de clase media para luchar a brazo partido contra
la descomposición del gobierno constitucional.

La tercera, la división existente en el principal partido de la izquierda, el


PSOE: “También estalló abiertamente la contienda entre las dos facciones del
Partido Socialista. Durante una reunión socialista celebrada en Ecija, en el sur, el
31 de mayo, los revolucionarios dispararon contra Indalecio Prieto y otros
dirigentes moderados”26.
La cuarta, el papel del Partido Comunista de España (PCE), que tenía un plan
para acceder de forma revolucionaria al poder. Así, no dudaba en escribir 27:

El 1 de julio, la delegación comunista en las cortes presentó a las otras


facciones del Frente Popular una propuesta legislativa en que exigía el arresto
de todos aquéllos que ocupaban puestos de responsabilidad en la época de la
represión asturiana, de Lerroux para abajo, sometiéndoles a un juicio
sumarísimo y confiscación de sus propiedades. Esta medida era
anticonstitucional y no fue apoyada por la mayoría de clase media. Era un
intento de poner en práctica la anunciada táctica comunista de utilizar la
mayoría del Frente Popular para eliminar a los conservadores, después de lo
cual podría lograrse fácilmente la caída de la izquierda republicano de clase
media.

Sin embargo, negó que hubiera ningún plan de provocación por parte de los
revolucionarios para que la derecha para que se sublevara 28, y sobre todo que
existiera ninguna revolución en ciernes, ni siquiera comunista: “Entre 135 y
1936, entre los grupos revolucionarios españoles, sólo los comunistas contaban
con un plan bastante definido para la conquista revolucionaria del poder. Pero
incluso ellos mismos parece que carecieron e un programa específico.”29.

24
Ibidem, p. 220.
25
Ibidem, p. 224-225.
26
Ibidem, p. 220.
27
Ibidem, pp. 221-222.
28
Ibidem, p. 227.
29
Ibidem, p. 226.

7
Payne tampoco trataba de forma positiva a las bases sociales y las élites de las
organizaciones de derecha, a las que acusaba de pasividad e incapacidad para
hacer frente a la situación30:

La atonía de las clases medias españolas durante los meses anteriores al


estallido fue impresionante. Sugestionados por la descomposición creciente de
la economía y el desfase del estado republicano, divididas en numerosas
facciones políticas, las clases medias y sus antiguos dirigentes parecían
incapaces de ofrecer una alternativa o siquiera una enérgica reacción.
Después del 13 de julio muchos esperaban un cataclismo pero, más allá de
esto, los jefes conservadores sólo estaban de acuerdo en una cuestión:
cualquier acción tendría que efectuarla el ejército.

Precisamente, a la hora de explicar la sublevación que dio origen a la Guerra


Civil, afirmaba31:

La rebelión militar iniciada el 17 de julio no iba dirigida a abortar un


inminente golpe socialista-comunista, pues nadie sabía en que momento la
izquierda revolucionaria podría dirigir un ataque directo al poder, aunque
muchos creían que no tardaría demasiado tiempo. Es más probable que la
rebelión estuviera dirigida a poner fin al desorden y la descomposición de la
economía, a restablecer un gobierno fuerte y eliminar el poder de la izquierda.

Este planteamiento sobre las causas que derivaron en la Guerra Civil rompía
con la visión de la naciente historiografía de izquierdas; provocando el
enfrentamiento del historiador texano con esta corriente; máxime cuando
coincidió en el tiempo con el inicio de su relación con historiadores franquistas
como Ricardo de la Cierva32 y los hermanos Ramón y Jesús Salas Larrazabal33.
Más de veinte años después, se publicaba una de las grandes obras de Payne,
La primera democracia española: la Segunda República, 1931-1936 34, donde
recogía la tradición historiográfica de Annales, aprendida de su maestro Jaume
Vicens Vives. El objetivo perseguido era desarrollar los planteamientos recogidos
en la anterior, a través de la realización de una historia “total” de la Segunda
República, donde la explicación de los factores socioeconómicos y políticos se
combinaba con la historia comparada, para analizar los orígenes, evolución
histórica y las causas que provocaron su fracaso.

30
Ibidem, pp. 226-227.
31
Ibidem, p. 227.
32
Sobre este conflicto, véase FABER, Sebastian: Anglo-American Hispanists and the Spanish Civil
War: Hispanophilia, Commitment, and Discipline, New York, Palgrave MacMillan, 2008, pp. 91-
92.
33
El teniente general Ramón Salas Larrazabal escribió el prólogo de la obra de Payne, Ejército y
sociedad en la España Liberal (1808-1936), que constituía una edición corregida y aumentada del
libro que estamos analizando. Véase PAYNE, Stanley G.: Ejército y sociedad en la España
liberal (1808-1936), Madrid, Akal, 1976, pp. V-XXXIX.
34
PAYNE, Stanley G., La primera democracia española: la Segunda República, 1931-1936,
Barcelona, Paidos, 1995.

8
Así, partía del proceso de modernización español en el siglo XIX, que
consideraba único, afirmando35:

El resultado fue un modelo español, casi único, de modernización


decimonónica –liberal en su estructura institucional formal, pero de hecho
elitista y oligárquico–, favorecido por las condiciones de intercambio que,
aunque termino disfrutando incluso de una balanza de pagos positiva,
permaneció parcialmente cerrado a la economía internacional, carente de
cualquier política activa de desarrollo industrial y orientado hacia una
agricultura semitradicional que sólo empezó a crecer en productividad y a
cambiar lentamente de estructuras después de 1860. Considerado un país
pobre de la Europa del Sur, la renta per capita de España venía a ser la misma
de Italia en las décadas medias y finales del siglo XIX; Italia comenzaría a
crecer con más rapidez sólo en la década de 1890, para aumentar
intermitentemente su ventaja en la de 1950.

La historia comparada también la empleaba para contextualizar la Segunda


República36:

La fundación de la República democrática española puede ser vista, dentro


de una amplia perspectiva, como la fase final de la extensa ola de
liberalización que siguió el final de la Primera Guerra Mundial, que añadiera
diez nuevas repúblicas, en cada caso nominalmente democráticas, en la
Europa Central y del Este (así como el Estado Libre de Irlanda) a las que
existían ya en Francia, Suiza y Portugal.

No obstante, la clave del nuevo régimen estaba en la dinámica interna


española, y más concretamente en lo problemas que azotaban al país, donde
utilizaba la terminología clásica de Annales para clasificarlos37:

Los problemas capitales que, en general, asedian a la República, se pueden


dividir, para su análisis, en tres categorías: los estructurales, los coyunturales,
y los más técnicamente políticos. En cada una de ellas se evidenciaron
deficiencias graves.

Respecto a los primeros, afirmaba38:

Los problemas estructurales sociales y económicos eran sin duda serios, de


los que el peor era la crítica situación de los casi dos millones de jornaleros
desprovistos de tierras con sus familias, situación exacerbada por el hecho de
que España era un país en rápida modernización con movilización de masas
democráticas. Los bajos salarios, la limitada productividad y las pobres
condiciones de vida de cuatro millones más de obreros de la industria y los
servicios constituían también todo un problema, aunque no tan acuciante

35
Ibidem, p. 21.
36
Ibidem, p. 415.
37
Ibidem, p. 417.
38
Ibidem, pp. 417-418.

9
traducido a descarnada miseria social. Aunque la industria y las finanzas se
habían expansionado rápidamente en los años veinte, su capacidad para
soportar más expansión y perfeccionamiento durante la depresión era, en el
mejor caso, problemática.

A la hora de abordar los segundos, volvía a emplear la historia comparada39

Y la coyuntura resultaba todavía más negativa porque los años treinta


constituyeron el clímax de la “larga generación” de guerra mundial e intenso
conflicto sociopolítico que se extendió de 1914 a 1945. Éste fue el periodo de
la más extrema disensión interna y externa de la historia moderna, provocada
por el clímax del nacionalismo e imperialismo europeos, y por las batallas
sociales y políticas multitudinarias sobre los temas de la modernización, la
democracia y la igualdad. Por todos estos motivos, los años de la depresión no
eran los más propicios para hacer experimentos democráticos nuevos (…).
La izquierda se sentía cada vez más atraída por el espejismo de la
revolución, en parte la que representaban la revolución bolchevique y la Unión
Soviética (…).

Sin embargo, eran los terceros a los que daba mayor importancia 40:

Los problemas políticos de la República empezaron antes que nada con los
fundadores mismos de ella. Aunque pretendían representar –y en algunos
aspectos lo hicieron– una ruptura decisiva con el pasado, los republicanos de
izquierda siguieron siendo un típico producto del liberalismo y el radicalismo
español modernos. Reflejaron el pertinaz sectarismo y personalismo de la
política faccional decimonónica de estilo antiguo y su insistencia a apegarse el
gobierno más como una especie de patrimonio que como una amplia
representación del sinfín de distintos intereses nacionales. Al igual que lo que
les ocurrió a una serie de líderes responsables de cambios de régimen en el
siglo XIX, no representaron tanto un esfuerzo para superar y rebasar las
divisiones del pasado como el celo de un grupo nuevo que quiso imponer sus
propios valores y vengarse de sus derrocados precursores.

Este sectarismo, no obstante, tenía su origen en la dictadura de Primo de


Rivera (1923-1930). Este régimen había roto con la tradición liberal española,
abriéndole camino a la represión y a la polarización política, que los republicanos
de izquierda “respondieron en parte con la misma moneda, siendo incapaces de
superar la ruptura original con el liberalismo producida en 1923” 41.
Este sectarismo quedaría plasmado en la Constitución de 1931 “destinada a
ser impuesta a aquel sector de la sociedad española que no compartía sus
valores”42.
No obstante, Payne reconocía que el proyecto reformista de los republicanos
de izquierda era positivo, pues “la mayoría de aquellas reformas eran

39
Ibidem, pp. 418-419.
40
Ibidem, p. 419.
41
Ibidem, p. 419.
42
Ibidem, p. 419.

10
saludables”43. El problema fue que se plantearon sin buscar el consenso, sin
respeto por el proceso democrático y sin tener en cuenta los intereses
conservadores, las creencias religiosas y el extremismo revolucionario44.
A este conjunto de problemas, ya de por si muy graves, se unía otro
posiblemente mayor: la posición de “semileal” al régimen de los dos partidos
mayoritarios, la CEDA y el PSOE. Payne era crítico con la formación de derechas,
cuya “ambigüedad” hizo que tanto la izquierda como el presidente de la
República, Alcalá Zamora, le negaran el acceso al poder45. Pero sobre todo,
rechazo su política en el año 1935, tanto en materia represiva tras la Revolución
de Octubre de 1934 como por su carácter reaccionario contra la legislación del
bienio republicano-socialista (1931-1933). Estas tomas de posición, unidas al
“estilo político arrogante y autocomplaciente” de Gil-Robles contribuyeron a unir
a la izquierda, desunir a la derecha y debilitar el régimen republicano46.
Igualmente era crítico con el PSOE, el gran partido de la izquierda. Pues, si
bien reconoció su colaboración en el primer bienio, adelantándose a otras
formaciones europeas de la misma ideología; también consideró muy negativas
su ambigüedad frente a la democracia parlamentaria y sobre todo su papel en la
Revolución de Octubre de 1934, pues contribuyó a la polarización política 47.
Su crítica se extendió también al gran partido de centro, el Partido
Republicano Radical (PRR), que si bien defendió y respetó el parlamentarismo
democrático, practicó “la política cucharera” y representó “una ausencia de
moral y de metas”; afirmando que “los radicales fracasaron por ser tan poco
cosa, pero si hubieran poseído un peso significativo, la democracia constitucional
podría haber durado”48.
Respecto a los protagonistas políticos, cargó las tintas en dos,
responsabilizándoles del fracaso del régimen republicano. El primero, Alcalá
Zamora, del que si bien reconoció su compromiso liberal, rechazó su carácter
“decimonónico” y su pertenencia a una cultura política “elitista y oligárquica”.
Fue esta actitud la que le llevó a su error más grave: la destrucción del PRR para
sustituirlo por otra formación de centro indirectamente subordinada a su
persona. “Aquello fue una locura rematada y no es de sorprender que terminara
en un desastre”49.
Con el segundo, Azaña, fue más crítico, afirmando50:

Fue en realidad mucho más hijo de la vieja cultura elitista y sectaria del
siglo XIX de lo que él creía. Descendiente directo de los exaltados de 1820,
Azaña representaba tanto lo viejo como lo nuevo. Fue el último vástago de una
larga letanía de políticos burgueses sectarios y decimonónicos, y se le puede
calificar exageradamente muy poco como el último gran protagonista de la
arrogancia castellana tradicional de la historia de España (…).

43
Ibidem, p. 420.
44
Ibidem, pp. 420-422.
45
Ibidem, p. 423.
46
Ibidem, pp. 423-424.
47
Ibidem, p. 425.
48
Ibidem, p. 426.
49
Ibidem, pp. 426-427.
50
Ibidem, pp. 427-428.

11
Manuel Azaña no fue otra cosa que el ejemplo más patente del fracaso del
liderazgo en la República.

Este conjunto de debilidades de la Segunda República fue exacerbado por el


desencadenamiento de una violencia sin parangón en los regímenes
democráticos de la Europa de entreguerras, afirmando que tuvo “un papel
primordial en la vida y en la muerte de la Segunda República, y fue
proporcionalmente más generalizada que en ningún otro régimen de la Europa
Central u Occidental de aquella época”51. Payne citaba concretamente los casos
de Italia, Alemania y Austria 52. No obstante, reconocía que su desarrollo cobró
especialmente fuerza tras la Revolución de Octubre de 1934, siendo el gran
responsable el PSOE: “El cambio de los socialistas hacia la violencia y las
tácticas insurrecciónales crearon en España una polarización mucho más grave
que la desarrollada nunca en los otros tres países mencionados, donde los
socialistas y comunistas emplearon tácticas moderadas” 53. No obstante, se
preguntaba porque otros Gobiernos que habían sufrido espirales de violencia
iguales o mayores habían podido superarlas, incluido los de España en el periodo
de transición a la democracia; pero no los de la Segunda República de 1936,
apuntando que “la respuesta está probablemente en la negativa del gobierno de
la izquierda republicana de hacer un esfuerzo serio para reprimir el desorden en
ambos lados, vendido todo el tiempo al apoyo político y en materia de votos, de
los socialistas, una de las mayores fuentes de violencia” 54. Sería precisamente
esa violencia la que aceleraría el desarrollo de la conspiración puesta en marcha
por el general Mola, especialmente tras el asesinato de Calvo Sotelo, pues “a los
ojos de muchos representó el descontrol total del radicalismo y de la complicidad
gubernamental, el fin mismo del sistema constitucional”55.
Por tanto, para el historiador texano fueron un conjunto de factores de
diferente naturaleza, aunque primaban los políticos, los que provocaron la
sublevación del 18 de julio de 1936, siendo el asesinato del líder derechista el
detonante final. No obstante, no hubo provocación del Gobierno para que esta
rebelión tuviera lugar, ya que Azaña y Casares Quiroga preferían “esperar el
momento de maduración –suponiendo siempre que sería poco más que una
repetición de la sanjurjada– y aplastarlo por completo una vez que empezara”56.
Igualmente, negó que esta sublevación tuviera carácter preventivo frente a
una revolución comunista en ciernes, como así defendieron los apologistas del
franquismo, afirmando: “en realidad no se ha descubierto nunca un plan
izquierdista concreto para apoderarse del gobierno, y es absolutamente
insostenible que los comunistas –una fuerza todavía relativamente pequeña–
pudiesen haber soñado con semejante cronología”57.

2.3. Tercera etapa: El fracaso de la República.

51
Ibidem, p. 405.
52
Ibidem, p. 403.
53
Ibidem, p. 404.
54
Ibidem, p. 405.
55
Ibidem, pp. 408-409.
56
Ibidem, pp. 410-411.
57
Ibidem, p. 409.

12
En el siglo XXI, las investigaciones de Payne sobre la Segunda República
marcaron la tendencia que posteriormente recogería la nueva historiografía
liberal, al primar los aspectos políticos y al centrarse en las causas que
provocaron el fracaso de este régimen. Esto le llevó a acotar cronológicamente
su campo de estudio, primero centrándose en el periodo comprendido entre 1933
y 1936, y posteriormente abordando lo ocurrido tras el triunfo del FP en las
elecciones de febrero de 1936. No obstante, la característica más acusada e
estas obras, fue que explícitamente cargó las culpas del fracaso del régimen
republicano en la actitud de la izquierda.
El libro que marcó este cambio de tendencia fue El colapso de la República:
los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936)58.
En este libro, Payne recogía algunas de las ideas desarrolladas en obras
anteriores, como la visión negativa de Azaña59 y Alcalá Zamora60, la crítica ante
la actitud ambigua de la Confederación Española de Derechas Autónomas
(CEDA)61, o la consideración positiva de las reformas que se pusieron en marcha
en el Bienio republicano-socialista (1931-1933), que juzgaba de
“impresionantes”, salvo en el terreno religioso y agrario, pues contribuyeron a
polarizar la vida política española62. No obstante, la tesis fundamental de la
misma, ya anunciada en otras obras, era el carácter sectario y excluyente de la
izquierda como causa fundamental del fracaso de la República. Para explicarla,
partía de dos aspectos. Por un lado, el carácter radical de los republicanos de
izquierda de 1931, a los que vinculaba con los exaltados del siglo XIX, afirmando
que siempre habían defendido “la toma del poder, el rechazo de la moderación, el
empleo de la violencia y el gobierno coercitivo” 63. Por eso, para este grupo,
dirigido por Azaña, el nuevo régimen no debería ser “una democracia tolerante,
con igualdad de derechos para todos, sino un proyecto de reforma radical que
debía disfrutar de una total hegemonía sobre la vida española”64. Eso significaba
“excluir permanentemente a la derecha del Gobierno” 65; pues, consideraban que
la coalición que había ganado las elecciones del 12 de abril de 1931,
“representaba a la gran mayoría de la opinión pública española” 66. Por eso, si
bien “no negaba que los sectores conservadores de la sociedad todavía existían
pero juzgaba que habían alcanzado un estatus irremediablemente minoritario
que no merecía reconocimiento alguno en la legislación y el gobierno de
España”67. Por otro, el carácter revolucionario y violento que paulatinamente fue
adquiriendo el PSOE68
Este sectarismo alcanzaría su punto de no retorno en el año 1933, considerado
el punto de inflexión del régimen republicano, pues junto al comienzo de la

58
PAYNE, Stanley G., El colapso de la República: los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936),
Madrid: La Esfera de los Libros, 2005
59
Ibidem, pp. 30-31.
60
Ibidem, pp. 55-59.
61
Ibidem, pp. 50-51.
62
Ibidem, pp. 42-43.
63
Ibidem, p. 18.
64
Ibidem, p. 31.
65
Ibidem, p. 31.
66
Ibidem, p. 32.
67
Ibidem, p. 39.
68
Ibidem, pp. 60-65.

13
radicalización del PSOE, se produjo el intento de toda la izquierda de anular el
resultado de las elecciones de noviembre, afirmando69:

Toda esta tétrica maniobra ponía de relieve lo que había llegado a ser la
inamovible posición de la izquierda en la República: sólo aceptarían el
gobierno permanente de la izquierda y cualquier elección o gobierno no
dominado por ella no era «republicano» ni «democrático», lo que bien pudo
tener como efecto el hacer imposible la existencia de una república
democrática.

Esta actitud sectaria de la izquierda culminaría con la Revolución de Octubre


de 1934, una insurrección planteada como una “guerra civil”, cuyo éxito
dependería de “la extensión que alcance y la violencia con que se produzca” 70, y
cuyo objetivo era la toma del poder. Y volvería a manifestarse en 1936, tras el
triunfo del FP, cuando los gobiernos de la izquierda se negaron a hacer cumplir
la ley, situando a España en un proceso prerrevolucionario, y provocando que las
clases medias se unieran a la conspiración que dio origen de la Guerra Civil. Su
conclusión final era la siguiente71:

Antes de julio de 1936, la izquierda destruyó gran parte de la democracia


pero, a su vez, la contrarrevolución creo un radicalismo de oposición en
extremo violento, al menos en sus primeros años, y mantuvo un gobierno
autoritario durante casi cuatro décadas. El precio del proceso revolucionario
fue sin duda elevado.

La tesis desarrollada en esta obra volvería aparecer en otras dos


publicaciones. La primera, el artículo “Franco y los orígenes de la Guerra Civil
española”, donde a propósito del asesinato de Calvo Sotelo, escribiría: “Este
crimen de estado fue el colmo del enorme elenco de abusos que habían tenido
lugar en España desde el 16 de febrero, con violencia política, confiscación y
destrucción de propiedades y violaciones impunes de la ley, una situación sin
parangón en cualquier país europeo moderno en tiempos de paz”72.
La segunda, el libro El camino al 18 de julio: La erosión de la democracia en
España (diciembre de 1935-julio de 1936) 73, donde desarrollaba con más
profundidad el periodo temporal que aparecía en su subtítulo, desarrollando la
siguiente tesis: los cinco meses del FP entre febrero y julio de 1936
constituyeron una etapa verdaderamente prerrevolucionaria de transición hacía
la revolución directa, lo que suponía una subversión de la democracia y el orden
constitucional74. Los procesos en los que se apoyó para su explicación fueron 75:

69
Ibidem, p. 77.
70
Ibidem, p. 99.
71
Ibidem, p. 547.
72
PAYNE, Stanley G., “Franco y los orígenes de la Guerra Civil española”, La Albolafia: Revista de
Humanidades y Cultura, 1 (2014), p. 20.
73
PAYNE, Stanley G., El camino al 18 de julio: La erosión de la democracia en España (diciembre
de 1935-julio de 1936), Madrid, Espasa, 2016.
74
Ibidem, p. 354.
75
Ibidem, pp. 394-396.

14
 La gran ola de huelgas.
 La incautación ilegal de propiedades, especialmente en el sur.
 La proliferación de incendios y destrucciones de propiedades.
 La incautación de iglesias y propiedades eclesiásticas.
 El cierre de colegios católicos.
 La crisis económica provocada por el desorden público.
 La amplia extensión de la censura.
 La detención arbitraria de miles de miembros de la derecha.
 La impunidad de los miembros del FP para cometer todo tipo de delitos.
 La politización de la justicia mediante nuevas leyes y políticas con el fin de
facilitar las detenciones y procesos políticos arbitrarios e ilegalizar a las
formaciones derechistas.
 Cambios arbitrarios de personal en los gobiernos provinciales y municipales
en muchas provincias para eliminar a los representantes electos y
sustituirlos por miembros del FP.
 La disolución oficial de los grupos políticos derechistas: Falange, sindicatos
católicos, Renovación Española, etc.
 El proceso de eliminar las elecciones democráticas y sus resultados,
empezando con los desordenes del 16 al 20 de febrero, que alteraron los
resultados en al menos seis provincias, tanto como el balance final.
 La subversión de las fuerzas de seguridad gracias a la reincorporación de
los elementos revolucionarios, procesados con anterioridad por sus
acciones subversivas y violentas.
 El incremento de la violencia política

El resultado final fue la gran conspiración que estalló el 18 de julio de 1936,


sobre la que escribió76:

Las izquierdas siempre han denunciado la insurrección del 18 de julio, lo


cual, desde un punto de vista partidista y sectario, es perfectamente lógico,
porque dio al traste con todas sus ambiciones de dominar España. Desde un
punto de vista práctico, en cambio, la idea no es tan convincente, porque
nunca ha existido un proceso revolucionario que no haya provocado una
resistencia contrarrevolucionaria, aunque en ocasiones esta haya fracasado.
Quienes no deseen la contrarrevolución, que no emprendan la revolución. Es
así de sencillo.

3.- CONCLUSIÓN

La sublevación del 18 de julio de 1936 constituye el origen directo de la


Guerra Civil y del régimen franquista. De ahí que el estudio de las causas que la
provocaron sigue siendo uno de los aspectos más debatidos y polémicos del
ámbito académico español; pues está directamente vinculado con el éxito o
fracaso de la Segunda República como régimen, un periodo idealizado por la

76
Ibidem, p. 402.

15
historiografía progresista y también por un sector importante de la sociedad
española.
Stanley G. Payne ha intentado explicar estas causas a través del estudio
profundo de este periodo, pero también de la historia comparada y de diferentes
planteamientos historiográficos. El resultado ha sido una visión cambiante –muy
vinculada con lo ocurrido en el terreno de la historiografía sobre este tema en los
últimos cincuenta años–, que ha evolucionado desde la neutralidad del
paradigma anglosajón y el reparto de culpas característico del periodo de
transición a la democracia, hacía un nuevo planteamiento de corte político que le
lleva a considerar a las fuerzas de izquierdas como las grandes responsables del
fracaso del régimen republicano.

Esta última tesis, muy criticado desde planteamiento de izquierdas 77, ha


ejercido una gran influencia en la nueva historiografía liberal española, pues fue
Payne el primero desarrolló la teoría de la exclusión luego ampliada por otros
autores. De ahí que sin necesidad de considerarla definitiva, que no lo es, como
tampoco ninguna otra en el campo de la Historia, si ha abierto nuevas vías y ha
ampliado el conocimiento de este periodo histórico. Siendo, por tanto, una
aportación más, de las muchas que ha hecho, el historiador texano a lo largo de
su brillante carrera.

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(1933-1936), Madrid: La Esfera de los Libros, 2005.

77
GARCÍA, Hugo, “La historiografía…”, p. 288.

16
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