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Curso de Especialista en CTS+I

Módulo 1.

Tema 11. Principales enfoques y nuevas aportaciones en los estudios de


Ciencia, Tecnología y Sociedad

- Presentación y objetivos
- Contenidos
-Textos de ampliación
- Bibliografía y enlaces
- Actividades
Presentación y objetivos
CTS (ciencia, tecnología y sociedad) es un campo de trabajo interdisciplinar
que se ocupa, desde hace unas tres décadas, de las complejas interrelaciones
que la ciencia y la tecnología establecen con las sociedades en las que se
desarrollan. Los enfoques CTS responden tanto a una renovación académica
del estudio de la ciencia y la tecnología como a una renovación de la
consideración de la función social de las mismas. Se trata de articular una
imagen de la ciencia y la tecnología en contexto social, así como de diseñar
mecanismos que favorezcan la apertura de los procesos de decisiones
tecnocientíficas al público no experto. En este tema se proporcionará un
acercamiento a los distintos enfoques que componen el campo interdisciplinar
de CTS, haciendo especial referencia a las aportaciones más recientes.

Objetivos
1. Comprender el origen de los estudios CTS en sus vertientes académicas
y activistas
2. Conocer la evolución histórica de los estudios CTS en las últimas tres
décadas.
3. Familiarizarse con algunos de los enfoques más representativos para el
estudio social de la ciencia y la tecnología
4. Reflexionar acerca de las implicaciones del estudio social de la ciencia y
la tecnología para su gestión política.

Autora
González García, Marta I.

Doctora en Filosofía y Licenciada en Psicología por la Universidad de Oviedo


(España). Ha sido investigadora en las Universidades Técnica de Budapest,
Minnesota y Complutense de Madrid, así como profesora de Historia de la
Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid. En la actualidad es Científica
Titular en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas (CSIC) de España. Su trabajo se centra en los aspectos sociales de
la ciencia y la tecnología (CTS: ciencia, tecnología y sociedad), con especial
atención a temas relacionados con las mujeres en la ciencia y la tecnología, y
la participación pública en ciencia y tecnología. Entre sus publicaciones
destacan Ciencia, tecnología y sociedad (Tecnos, con J.A. López Cerezo y J.L.
Luján, 1996), y Políticas del bosque (CUP, con J.A. López Cerezo, 2002).

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Contenidos

El campo interdisciplinar CTS (ciencia, tecnología y


sociedad) está compuesto por una gran diversidad de
programas de investigación, educación y gestión cuyo
nexo común consiste en ocuparse de las interrelaciones
entre la ciencia, la tecnología y la sociedad. En el campo
de la investigación se trata de desenredar los a menudo
Rachel Carson invisibles hilos que entrelazan los tres ámbitos; en el
campo de la educación, de formar ciudadanos (sean o
no científicos y tecnólogos) conscientes y responsables
ante estas complejas relaciones; y en el campo de la
gestión, de promover políticas públicas de la ciencia y la
tecnología democráticas y socialmente sensibles.

Las relaciones entre la ciencia, la tecnología y la


sociedad son tan antiguas como la historia misma de la
ciencia y la tecnología. Su estudio, no obstante, suele
remontarse a algunos pioneros como Marx, Weber o
Durkheim, que trataron temas que pueden entenderse
dentro de la órbita de interés CTS. Algunos
antecedentes claros aparecen en los años 30, cuando
Boris Hessen presenta su estudio sobre las raíces
socioeconómicas de los Principia de Newton en el
congreso de Historia de la Ciencia en Londres en 1931,
J. D. Bernal (1939) escribe sobre el papel social de la
ciencia y los científicos, y Ortega (1939) publica sus
reflexiones sobre la técnica.

Sin embargo, el origen de CTS como campo de estudio


multidisciplinar se sitúa en los años 70 con la creación
de los primeros programas de formación en STS
(Science, Technology, and Society) en Estados Unidos y
la publicación de los primeros estudios de casos y
teóricos de la nueva sociología del conocimiento
científico en lo que se interpreta como, por una parte,
una reacción frente al triunfalismo con respecto a las
potencialidades de la ciencia y la tecnología surgido del
fin de la segunda guerra mundial y, por otra parte, una
reacción frente a la visión académica tradicional de la
ciencia como actividad independiente de los contextos
en los que se desarrolla. Ambas reacciones inauguran
dos tendencias dentro de CTS cuyos hitos fundacionales
suelen colocarse en 1962, año de la publicación de
Primavera silenciosa, libro en el que Rachel Carson
denunciaba los efectos nocivos del DDT, y de La
estructura de las revoluciones científicas, con el que T.
S. Kuhn abría la posibilidad del estudio de la ciencia en

3
contexto (véase tema 1.3).

Estas dos tendencias de orígenes separados y fines


distintos han terminado por reunirse bajo la etiqueta de
CTS en castellano (STS en inglés), una etiqueta
contestada e interpretada de formas diferentes(1).
(1)

La CTS activista, surgida de la preocupación por los


efectos indeseables del desarrollo científico-tecnológico,
e introducida en diferentes niveles de la educación,
David Bloor respondía al acrónimo de "Science, Technology and
Society" y tomaba como referencias las de Ellul o
Mumford, autores que presentan a la ciencia y, sobre
todo, la tecnología como fuerzas autónomas incidiendo
sobre la sociedad, y demandan control social. Se trata
de enfoques relacionados fundamentalmente con los
campos de la politología y la ética.

Mientras tanto, el tipo de trabajo académico desarrollado


a partir de la interpretación radical de la obra de Kuhn en
lugares como Edimburgo, Bath o París adoptaba la
denominación de sociología del conocimiento científico,
una etiqueta que denota la oposición tanto a la
tradicional sociología de la ciencia mertoniana (que si
bien se ocupaba de la ciencia, no abordaba el análisis
sociológico de sus contenidos) como a la sociología del
conocimiento clásica (que si bien se ocupaba del
análisis sociológico del contenido del conocimiento, no
abordaba el conocimiento científico) para proponer un
análisis sociológico de los contenidos de la ciencia,
hasta entonces campo exclusivo de tratamiento
filosófico. En estos enfoques, desarrollados a partir de la
sociología, la historia y la filosofía de la ciencia, la
ciencia aparece como "variable dependiente", proceso y
producto social, resultado de choques de fuerzas e
intereses del contexto.

Merton

En los años 80, la versión académica de CTS, sobre


todo con la extensión de sus análisis al caso de las
tecnologías comienza a utilizar la etiqueta de STS
(Studies on Science and Technology), que también
usarán algunos departamentos de Estados Unidos que
habían sido pioneros en los estudios STS (Science,
Technology and Society), como el de Rensselaer
Polytechnic Institute. Social Studies of Science (Estudios
sociales de la ciencia) o Science Studies (Estudios

4
sobre ciencia) son algunas otras de las etiquetas
adoptadas por aquellos autores de la tradición
académica que han preferido continuar delimitando su
interés a la ciencia, pese a la ubicuidad contemporánea
de las tecnologías y el reconocimiento de los
inextricables nexos que las unen a las ciencias.

Así, CTS entendido como Ciencia, tecnología y sociedad


y CTS entendido como Estudios sobre ciencia y
tecnología componen dos tradiciones distintas, cuyas
relaciones a menudo son difíciles. Desde las versiones
más activistas se critica el escoramiento de las
versiones más académicas hacia un relativismo que es
inaceptable si se pretende un posicionamiento crítico y
normativo. Desde las versiones más académicas se
denuncia la falta de rigor y la ideologización de muchas
de las críticas activistas a la ciencia y la tecnología.

CTS aparece así como un complejo campo


interdisciplinario donde confluyen la filosofía, la
sociología, la historia, la antropología, la economía, la
ética, la politología, la psicología etc. en la comprensión
de diferentes aspectos de las relaciones de la ciencia y
la tecnología con la sociedad. Nos detendremos
brevemente en cada una de las dos tendencias
mencionadas para a continuación subrayar los puntos
comunes, más que sus desencuentros, que ofrecen
potencialidades para el análisis y el cambio.

El modelo social de la ciencia y la tecnología

La tradición académica se ha centrado


fundamentalmente en la investigación académica del
modo en que diversos factores sociales influyen sobre el
cambio científico-tecnológico. Veamos ahora algunos de
los enfoques más destacados, sus orígenes y su
repercusión sobre este campo de trabajo.

Enfoques macrosociales

El origen se sitúa en la Universidad de Edimburgo. Es


aquí donde tiene lugar el primer intento organizado de
elaborar una sociología del conocimiento científico que,
frente a los enfoques tradicionales en filosofía y
sociología de la ciencia, no contemple la ciencia como
un tipo privilegiado de conocimiento fuera del alcance
del análisis empírico. La ciencia se presenta como un
proceso social, y se enfatizan una gran variedad de
factores no epistémicos (políticos, económicos,
ideológicos, etc. - el "contexto social") en la explicación

5
del origen, cambio y legitimación de las teorías
científicas.

En los años 70, Barry Barnes, director de la Science


Studies Unit (Unidad de Estudios de la Ciencia) de la
Universidad de Edimburgo, emprende la crítica teórica
de la tradicional imagen esencialista de la actividad
científica, tomando como base el Wittgenstein de las
Investigaciones Filosóficas, la antropología cognitiva de
Mary Douglas, el trabajo en filosofía de la ciencia de
Mary Hesse, y, particularmente, una interpretación
radical de Kuhn (1962). Todas estas fuentes apuntaban
hacia un lugar común: la contextualización y
relativización de las afirmaciones de conocimiento que
forman las teorías científicas aceptadas. La
fundamentación teórica de lo que se llamó "sociología
del conocimiento científico" cristalizaría en la que se
considera declaración programática de la escuela de
Edimburgo: el "programa fuerte" que enuncia David
Bloor en (1976).

El programa fuerte (Strong Programme) pretende


establecer los principios de una explicación satisfactoria
(i.e. científica) de la naturaleza y cambio del
conocimiento científico. Los principios del programa
fuerte son los siguientes:

1. Causalidad: la sociología del conocimiento


científico ha de ser causal, esto es, ha de
centrarse en las condiciones efectivas que
producen creencia o estados de conocimiento.
2. Imparcialidad: ha de ser imparcial respecto de la
verdad y la falsedad, la racionalidad y la
irracionalidad, el éxito o el fracaso. Ambos lados
de estas dicotomías requieren explicación.
3. Simetría: ha de ser simétrica en su estilo de
explicación. Los mismos tipos de causa han de
explicar, digamos, las creencias falsas y las
verdaderas.
4. Reflexividad: sus pautas explicativas han de
poder aplicarse a la sociología misma. (Bloor,
1976/1991: 4-5).

6
Bloor presenta su programa como una ciencia de la
ciencia. Sólo desde la ciencia, y especialmente desde la
sociología, sostiene, es posible según este programa
explicar adecuadamente las peculiaridades del mundo
científico. De hecho, el éxito del programa fuerte
significa la crisis de la reflexión epistemológica
tradicional y la reivindicación del análisis empírico
(véanse las reacciones de, e.g., Laudan, 1977, y Brown,
1989). En este sentido, no deja de resultar curioso que
la "cientifización" del estudio de la ciencia produzca el fin
Harry Collins de ésta como modelo paradigmático de racionalidad.

Los esfuerzos de los sociólogos del conocimiento


científico se encaminaron entonces a poner en práctica
el programa de investigación fundamentado por Barnes
y enunciado por Bloor, aplicándolo a determinados
episodios de la historia de la ciencia. Algunos ejemplos
de los resultados de esta tarea son los trabajos de S.
Shapin (1979) sobre la anatomía cerebral del siglo XIX,
de D. MacKenzie (1981) sobre el desarrollo de la
estadística, de A. Pickering (1984) sobre los quarks, de
Shapin y S. Schaffer (1985) sobre la controversia
Hobbes-Boyle, de Collins (1990) sobre inteligencia
artificial, etc.

La sociología del conocimiento científico de los años 70


sufrió una rápida evolución. El estudio de los contenidos
de la ciencia y su relación con ideas, preconcepciones y
objetivos sociales típico de los análisis de la Escuela de
Edimburgo pronto se mostró insatisfactorio al mantener
una concepción demasiado estática e independiente
tanto de la ciencia como de la sociedad, propiciando
"reconstrucciones sociológicas" a menudo tan
insatisfactorias como las "reconstrucciones racionales" a
las que pretendían sustituir. Debían buscarse nuevos
métodos para acceder al "contenido" de la ciencia que
era ahora el foco de atención del trabajo sociológico. El
estudio de la ciencia "inacabada", en diferentes
variedades, apareció como una metodología adecuada
para este acceso. En efecto, analizar los episodios
científicos antes de que se congelen en sus
formulaciones de "libro de texto", ocultando todas las
contingencias de su desarrollo, se entendió como forma
óptima de observar la dinámica de intereses desplegada
en cada caso.

Enfoques mesosociales

Uno de estos nuevos métodos fue el propuesto en la


Universidad de Bath, centrado en el estudio empírico de

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controversias científicas como lugares en los que
aparecen con claridad las confrontaciones entre
intereses. El EPOR (Empirical Programme of Relativism
- Programa Empírico del Relativismo), presentado por
Harry Collins a principios de los 80, y desarrollado entre
otros por Trevor Pinch, tiene lugar en tres etapas:

1. En la primera se muestra la flexibilidad


interpretativa de los resultados experimentales,
es decir, cómo los descubrimientos científicos son
susceptibles de más de una interpretación.
2. En la segunda etapa, se desvelan los
mecanismos sociales, retóricos, institucionales,
etc. que limitan la flexibilidad interpretativa y
favorecen el cierre de las controversias científicas
al promover el consenso acerca de lo que es la
"verdad" en cada caso particular.
3. Por último, en la tercera, tales "mecanismos de
cierre" de las controversias científicas se
relacionan con el medio sociocultural y político
más amplio

El EPOR constituye una de las mejores


representaciones del enfoque en el estudio de la ciencia
denominado "constructivismo social". Mientras la
aproximación de la escuela de Edimburgo era
claramente "macrosocial", explorando las conexiones
causales entre el contenido del conocimiento y los
"factores sociales" en sentido amplio, el EPOR
desarrolla sus investigaciones desde una perspectiva
"mesosocial", desvelando las negociaciones entre
científicos que desembocan en el fin de controversias
Wiebe E. Bijker científicas particulares. No obstante, el EPOR no
abandona enteramente un enfoque "macrosocial" si
tenemos en cuenta el último punto de su programa: la
relación de los "mecanismos de clausura" con el
contexto social general. Algunos estudios de casos de
esta orientación, como los casos de la detección de
ondas gravitatorias y la fusión fría, se pueden encontrar
en Collins y Pinch (1993).

Una interesante y fructífera extensión del EPOR es el


programa SCOST (Social Construction of Science and
Technology - Construcción Social de la Ciencia y la
Tecnología) desarrollado desde mediados de los 80 por
Wiebe Bijker y sus colaboradores. En el SCOST se trata
de estudiar empíricamente los artefactos y sistemas
tecnológicos del mismo modo que el EPOR trata de
abordar los productos científicos, es decir, mostrando su

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flexibilidad interpretativa y analizando los mecanismos
sociales mediante los que, en determinado contexto
histórico y cultural, se cierra tal flexibilidad y se
consolidan las formas concretas de tecnología. La
metodología consiste en la identificación de actores
relevantes para el desarrollo de una tecnología dada, y
de los problemas que estos actores se plantean en
relación con la misma. Diferentes actores asociarán
significados y problemáticas distintas a la misma
tecnología, de tal modo que la evolución de su
definición, la priorización de problemas a resolver y la
estabilización de determinadas soluciones para los
mismos dependerán del reparto de fuerzas y las
estrategias negociadoras de los conjuntos de actores.
Ejemplos clásicos los encontramos en el estudio del
origen de la bicicleta, la baquelita y la bombilla
fluorescente (Bijker, 1995). Con el SCOST, el estudio
social de la ciencia y el estudio social de la tecnología,
que habían transitado por caminos independientes,
comienzan a "beneficiarse mutuamente".

Enfoques microsociales

Pero la nueva sociología del conocimiento científico


desarrollada en Edimburgo y Bath es sólo una de las
direcciones de investigación de los estudios sociales. La
revolución en los estudios sobre la ciencia había
aparecido ligada a un imperativo claro: busquemos la
explicación del contenido de la ciencia en su "contexto
social". Una ideología política determinada, cierto interés
Bruno Latour económico o algún arraigado prejuicio eran el tipo de
factores que se buscaban para explicar la génesis y
legitimación de las teorías científicas. Para dar cuenta
de la construcción de la naturaleza era necesario apelar
a la sociedad.

A partir de finales de los años 70 y principios de los 80,


algunos autores, insatisfechos con los resultados
obtenidos por esta línea de investigación, argumentan
que el "contexto social" no tiene una fuerza explicativa
real; y que, al contrario de lo que se defendía y
practicaba en Edimburgo, no hace falta salir de la propia
ciencia para dar cuenta de la construcción social de un
hecho científico establecido. Estos nuevos enfoques son
ya decididamente microsociales y tienen como objetivo,
por una parte, el estudio de la práctica científica en los
lugares mismos donde ésta se realiza, los laboratorios;
y, por otra, el análisis de los productos de tal práctica,
entendidos como "textos" o "inscripciones". El contexto
social, en sentido amplio, es sustituido por el contexto

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social del laboratorio.

Esta radicalización de los estudios sociales de la ciencia


se desarrolla a partir de la influencia de la
etnometodología del sociólogo Alfred Shutz. El análisis
etnográfico de la ciencia, tal y como lo ensayaron Bruno
Latour y Steve Woolgar (1979/1986) y Karin Knorr-
Cetina (1981), los libros más representativos de esta
corriente, requiere que el estudioso de la ciencia se
convierta en un antropólogo y entre en el laboratorio
como entraría en una tribu primitiva totalmente alejada
de su propia realidad social, e incluso física. Frente a la
sociología practicada por la Escuela de Edimburgo, los
etnometodólogos de la ciencia sostienen que no puede
apelarse a intereses, fines y factores sociales en general
para dar cuenta de nuestras teorías, porque ellos
mismos son también producto, y no causa, de las
mismas fuerzas que dan forma a las afirmaciones de
conocimiento científico y, por tanto, a la "realidad". Los
denominados estudios de laboratorio no tienen, por
tanto, ninguna pretensión explicativa, sino tan solo la de
describir, del modo más puro y desnudo posible, la
actividad que científicos y tecnólogos desarrollan en sus
laboratorios y de la que surge nuestra concepción del
"mundo real", natural y social. El imperativo de la
investigación consiste ahora en "abrir la caja negra" en
la que se produce el "conocimiento" y relatar lo que hay
dentro.

El laboratorio se convirtió en el lugar ideal para esta


renovación de los estudios sobre ciencia, porque en el
laboratorio parecía realmente posible "seguir" a los
científicos en su labor. En el laboratorio es donde se
produce el conocimiento mediante la interconexión de
prácticas, equipamiento material y diversas técnicas de
persuasión; en él se construyen el mundo natural y el
mundo social. La vida en el laboratorio es el resultado
de la observación llevada a cabo por Bruno Latour de la
vida y actividades diarias de los científicos de un
laboratorio de neuroendocrinología, es decir, una caja
negra cuyo input son toneladas de cerebro de cerdo
(además de electricidad, lápices o sandwiches) y el
output lo constituyen artículos especializados por los
que se reciben recompensas. En su trabajo, los
científicos codifican, registran, leen, escriben, discuten,
deciden, corrigen, manipulan, ... En su presentación al
exterior, simplemente descubren la realidad. Cuando el
antropólogo de la ciencia describe sin prejuicios la
compleja vida del laboratorio, desaparece la fe en la
objetividad y neutralidad de la ciencia. Vista desde

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cerca, para estos autores, la ciencia no se diferencia
mucho de la política o la literatura (Latour, 1987;
Woolgar, 1988; Traweek, 1988).

Los estudios de laboratorio, sobre la base de los puntos


más provocadores del programa fuerte (simetría y
reflexividad), se han desarrollado recientemente en
varias direcciones. Entre éstas, la corriente más
influyente es la teoría del actor-red (actor-network
theory)(2), elaborada fundamentalmente por Bruno
Manifestación Latour y Michel Callon, y desarrollada también por otros
Vietnam
autores como John Law, Susan Leigh Star o Vicky
Singleton. Comienzan denunciando que las prácticas de
los sociólogos del conocimiento científico, lejos de
adecuarse al principio de la simetría, son profundamente
asimétricas. No sólo los sociólogos "tipo Edimburgo"
tratan de forma asimétrica la naturaleza y la sociedad,
suponiendo a la última como factor causal de la primera,
sino que también tratan asimétricamente a los "actores"
humanos y no humanos del escenario científico-
tecnológico. Todas las dicotomías (naturaleza/sociedad,
sujeto/objeto, humano/no humano) son aquí suprimidas
en un intento de superación de la ideología de la
modernidad. La tecnociencia(3) se define como una red
cuyos nodos están formados tanto por actores de carne
y hueso como por actores no humanos (instrumentos,
baterías, chips o cualquier otro componente tecnológico
u objeto físico). A partir de ahí, exploran las
consecuencias de esta definición analizando cómo están
formadas y cómo se sostienen tales redes. Según este
enfoque, tanto los desarrollos científicos como los
tecnológicos pueden ser analizados en términos de
luchas entre diferentes actores para imponer su
definición del problema a resolver. Los actores humanos
tienen, por consiguiente, que atender al comportamiento
tanto de otros actores humanos como de actores no
humanos (Latour, 1987; Callon, 1987).
(2)

(3)

Otra importante dirección de investigación con base en


los estudios de laboratorio, centrada en explorar las
consecuencias del último punto del programa fuerte, son
los llamados estudios de la reflexividad (e.g. Woolgar,
1988b; Ashmore, 1989), en los que el analista,
consciente de que la actividad científica no puede
considerarse una representación fiel del "mundo real",
asume que tampoco puede afirmarse que la reflexión

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sociológica sea una representación fiel de la práctica
científica. Ante el problema de la reproducción
inconsciente del "desastre metodológico de la
representación", Woolgar propone la etnografía reflexiva
de la representación (explorar como si fueran extrañas -
por eso etnografía--, nuestras propias prácticas de
representación -por eso reflexiva). Una de las formas
que suelen adoptar los textos reflexivos es la de diálogo
autorreferencial y multivocal, en el que el propio autor y
sus circunstancias se entrelazan con el tema de su
discurso con el objeto de recordar al lector (y de impedir
que el propio autor olvide) el carácter contingente del
texto, y evitar la ilusión de una correspondencia singular
entre texto y significado (Woolgar y Ashmore, 1988). La
identificación del autor: género, estatuto, formación… se
convierte en crucialmente relevante (Ashmore, Myers y
Potter, 1995), y los propios textos pasan a ser
herramientas en las que se muestran los argumentos
defendidos. En el enfoque reflexivo el estudioso de la
ciencia polemiza consigo mismo, convirtiendo el
requisito metodológico de Bloor en un ejercicio retórico
de autocontemplación y exploración de nuevas formas
literarias con un limitado interés desde un punto de vista
metacientífico(4).
(4)

Se trata de corrientes que han sido duramente criticada


desde el propio campo de los estudios sociales de la
ciencia. La acusación fundamental es la de la
esterilidad, e incluso el peligro de conservadurismo, en
este tipo de enfoques. Desestimar la apelación a la
sociedad en explicaciones causales del cambio científico
podría convertir esta clase de estudios sociales en un
ejercicio académico de salón tan insatisfactorio como las
concepciones filosóficas clásicas que pretenden
sustituir. Si bien estos autores sostienen que la
tecnociencia y la política son indistinguibles, tal
revelación podría no tener ninguna consecuencia
práctica, porque la tecnociencia (y por tanto también la
política) es una "guerra de papel" (Shapin, 1988) y de
palabras, en la que quien posee la verdad es aquél que
consigue reunir el suficiente poder para convencer al
contrario de que tiene razón. Al abrir la caja negra de la
ciencia, Woolgar encontraba otra caja negra: la de su
propio análisis al que había que someter a la
reflexividad. Cuando abramos esta otra caja negra quizá
nos llevemos la sorpresa, augurada por Langdon Winner
(1993), de encontrarla vacía y, como añadirían Collins y
Yearley (1992), encontrarnos a nosotros mismos

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impotentes

Compromiso y
osadía
epistemológica

Constructivismo instrumental

Pese a las críticas recibidas por la teoría del actor-red y


enfoques afines, su atención a los "actores no
humanos", la recuperación de la "agencia material",
puede también interpretarse como propiciando un freno
a la escalada relativista de enfoques sociologistas
previos. Mientras la naturaleza no parecía tener nada
que decir en la resolución de las controversias según el
EPOR, Latour y Callon insisten en que las
negociaciones que científicos y tecnólogos lleva a cabo
no se desarrollan únicamente con otros científicos,
administradores de la ciencia, políticos o público en
general, sino también con sus objetos de estudio
(animados e inanimados) y sus instrumentos. Los
científicos que acuden a la Bahía de St. Brieuc no
necesitan únicamente enrolar a los pescadores, sino
también a las vieras mismas para que su cultivo tenga
éxito (Callon, 1986). "Un poco de constructivismo te
lleva muy lejos del realismo, pero un constructivismo
completo te devuelve a él", reconoce el propio Latour
(1990: 73).

Esta reintroducción de la agencia material, y el


consiguiente desplazamiento de la "agencia humana"
como elemento fundamental de análisis, es también
explícita en enfoques como el realismo pragmático de
Andrew Pickering (1995), interesado en enfatizar los
aspectos temporales en la comprensión de la práctica
científica. Pickering denomina a su enfoque "the mangle
of practice" (el "rodillo" de la práctica), expresión con la
que hace referencia a la dialéctica de resistencia y
acomodación en la que están inmersos los diversos
elementos materiales y humanos en el desarrollo de la
ciencia y la tecnología. El trabajo de los científicos,
según Pickering, consiste en lograr una delicada
"sintonización" entre todos estos elementos en la
resolución de problemas científicos y técnicos.

Esta reconsideración de las prácticas y los elementos


materiales está también presente en otros enfoque de
autores de los campos de la filosofía y la historia de la
ciencia como Ian Hacking (1992b), Allan Franklin (1986)

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o Peter Galison (1987), aunque difieran en el peso
relativo que otorgan a la agencia humana y material.

En el campo de la tecnología, el enfoque sistémico de


Thomas P. Hughes (1983, 1987) presenta algunas
similitudes con estas aproximaciones para el estudio de
la ciencia, ya que entiende las tecnologías como
sistemas ("tejidos sin costuras") compuestos de
elementos heterogéneos en interacción: artefactos
físicos (turbogeneradores, transformadores, sistemas de
energía...), organizaciones (empresas de fabricación,
compañías proveedoras, bancos), elementos científicos
(artículos, libros, programas de investigación...),
legislativos (leyes regulativas..), recursos naturales
(minas de carbón, presas, molinos de viento...). La
innovación responde tanto al "empuje tecnológico" (lo
que es técnicamente viable) como al "tirón del mercado"
(lo que la sociedad demanda), y para su desarrollo se
requiere la actuación de constructores de sistemas:
gestores con habilidad holística para coordinar
actividades de innovación y resolver problemas
organizativos, encontrar recursos de financiación o
responder a los cuestionamientos políticos(5). En el
retrato de Hughes, por ejemplo, Thomas A. Edison es
mucho más que un inventor, es el constructor de un
sistema, la electricidad, esfuerzo que requería un
extraordinario poder de conceptualización, organización
y resolución de problemas. Edison combina ciencia,
tecnología, economía y sociedad; y consigue reunir los
intereses financieros, políticos y sociales necesarios
para que el buen fin de su empeño.
(5)

El modelado científico-tecnológico de la
sociedad

Los últimos enfoques mencionados en el apartado


anterior ya no daban cuenta, en sentido estricto, del
"moldeado social de la ciencia y la tecnología", puesto
que asumen que sociedad, ciencia y tecnología se
moldean mutuamente, se co-producen, en expresión de
Latour. No obstante, es posible diferenciar un conjunto
de enfoques de origen y naturaleza diversa, que se
centran fundamentalmente en los efectos sociales del
desarrollo científico-tecnológico prestando una menor y
desigual atención al carácter contingente y contextual
del mismo. Hemos denominado a estos enfoques la
"rama activista" de CTS.

14
Mientras la tradición académica se ocupa
fundamentalmente de cómo se hace la ciencia a través
de casos de estudio y enfoques teóricos fragmentarios a
partir de los mismos, la rama más activista de CTS,
originada en la preocupación por las consecuencias
sociales del desarrollo científico-tecnológico, ha
mantenido una perspectiva global y macro, ocupándose
fundamentalmente de la conformación de las modernas
"sociedades del conocimiento" o "culturas
tecnocientíficas", y su gobernanza y control. La historia
de CTS desde este punto de vista no parte de Kuhn,
sino de los movimientos de ecologistas y consumidores
de los años 60 y 70. CTS como "movimiento" declara
entre sus influencias las de Ellul y Mumford, y entre sus
temas más importantes aquellos ligados a las
discusiones sobre la autonomía de la tecnología y el
determinismo tecnológico. Las ramas más prácticas de
CTS se caracterizan también por el interés en las
relaciones entre ciencia y política en varias vertientes: el
establecimiento de políticas científicas en los estados, la
evaluación de tecnologías, el control social, la
participación del público no experto, y la renovación
educativa.

Tecnooptimistas y
tecnopesimistas

Crítica política a la ciencia y la tecnología

La guerra del Vietnam, los problemas ecológicos, los


usos sexistas o racistas de algunos desarrollos
científicos y los riesgos farmacológicos fueron algunos
de los factores que promovieron, desde los años 60 y 70
del pasado siglo XX, la crítica de desarrollos científico-
tecnológicos por parte de colectivos ecologistas,
pacifistas, feministas o marxistas.

Algunos científicos también se aliaron en asociaciones


como Science for the People para oponerse a instancias
de la ciencia que entendían al servicio de injusticias o
desigualdades, como las duras críticas de R. Lewontin,
Hilary y Steve Rose o S. J. Gould a la sociobiología y
enfoques derivados que tratan de dar cuenta de los
comportamientos sociales recurriendo al determinismo
biológico (Lewontin et al., 1984).

Las críticas feministas a las tecnologías reproductivas o


las ecologistas a los riesgos biotecnológicos son
Dorothy Nelkin algunos ejemplos recientes de la vigencia de este tipo

15
de identificación y denuncia de efectos negativos de la
ciencia y la tecnología. En algunos casos, únicamente
se critican usos indebidos que contribuyen a la
degradación del ambiente, la destrucción causada por la
guerra, la naturalización de la inferioridad de las
mujeres, la perpetuación de las desigualdades de clase,
o cualquier otro riesgo o prejuicio social, manteniendo
una imagen tradicional de la ciencia y la tecnología
como instrumentos neutrales. No obstante, algunos de
estos analistas han desarrollado también críticas
globales a la ciencia y la tecnología como armas de
dominación y control o determinantes de nuestras
formas de vida, defendiendo transformaciones en los
objetivos de investigación, la estructura organizativa de
la ciencia, el papel de los no expertos o la idea misma
de objetividad.

La pregunta que se hace Langdon Winner (1986), una


de las figuras fundamentales de este tipo de crítica,
acerca de si los artefactos tecnológicos tienen política,
es susceptible de este modo de diversos tipos de
respuestas. Algunas tecnologías tienen usos políticos
(un diseño urbanístico que favorezca la segregación de
clases, por ejemplo), mientras que otras pueden ser
inherentemente políticas (como basar la provisión
energética de un país en una energía como la nuclear,
que requiere centralización y autoritarismo). La crítica de
Winner, no obstante, va más allá de los casos
particulares para, basándose en la tesis del
determinismo tecnológico, oponerse a un orden social
en el que somos "sonámbulos tecnológicos", caminando
dormidos a través de los procesos de reconstrucción
tecnológica de nuestra existencia.

Dorothy Nelkin (e.g., 1979, 1984; Nelkin y Tancredi,


1994; Jasper y Nelkin, 1991) ha desarrollado también en
su trabajo una crítica de carácter ético y político a
diversos aspectos de la ciencia y la tecnología,
centrándose en temas relacionados con la comunicación
y percepción pública de la ciencia, la bioética (ingeniería
genética, diagnóstico prenatal, derechos de los
animales...), las controversias sociales sobre ciencia y
tecnología, o el papel del asesoramiento experto en
política y en los tribunales. En su trabajo, Nelkin ha
analizado los conflictos entre valores que están a la
base de las polémicas, y propone la apertura y discusión
social de los mismos.

16
En la misma línea de trabajo de crítica política, podemos
citar a Ruth Hubbard (e.g., 1993), también preocupada
por cuestiones de bioética, o a Sheila Jasanoff (1990,
1995), interesada en los procesos de toma de
decisiones tecnocientíficas.

Autonomía de la
Kristin Shrader- tecnología y
Frechette determinismo
tecnológico

Enfoques filosóficos

Una parte importante de autores críticos con la


tecnología reciben la influencia de corrientes filosóficas
con la fenomenología, el existencialismo o el
pragmatismo. La herencia de Dewey, Ellul, Heidegger,
Ortega o Marcuse se utiliza para criticar la interferencia
de la tecnología en las relaciones del ser humano con la
naturaleza.
Don Ihde (1979) analiza el modo en el que el mundo se
nos presenta a través de artefactos tecnológicos, y
cómo nuestra experiencia y nuestra imagen es
transformada por estas mediaciones. El estudio de la
tecnología es para Ihde el desarrollo de una
fennomenología de la relación humano-máquina-mundo.
Paul Durbin (1992) y Larry Hickman (1990) siguen a
John Dewey para proponer una llamada al activismo
social en el primer caso, y una tecnología más
comprehensiva y libre de intereses particulares o sesgos
ideológicos en el segundo(6).
(6)

Otro grupo de autores destacables proviene de la


tradición analítica en filosofía y han aplicado también
sus análisis a la ciencia y la tecnología. Kristin Shrader-
Frechette (e.g., 19851, 1985b, 1990) ha trabajado en
evaluación de tecnologías, democratización de la
política tecnológica, percepción y gestión del riesgo,
etc., siempre encuadrando sus análisis en el debate
sobre la racionalidad. Para Shrader-Frechette, el
problema de la racionalidad en la evaluación de riesgos
(o en la evaluación de tecnologías en general) es
paralelo al problema de la racionalidad científica. En
este sentido, defiende un "naturalismo jerárquico",
intermedio entre los enfoques racionalistas tradicionales
y los naturalismos más radicales, en el que la objetividad
científica está garantizada por el consenso y la revisión

17
crítica de la comunidad de científicos, aunque
defendiendo la existencia de al menos un criterio
universal de elección interteórica (el poder explicativo
demostrado en la capacidad predictiva). Shrader-
Frechette introduce además los valores éticos dentro de
la racionalidad científico-tecnológica, lo que le permite
defender la creación de mecanismos democráticos de
participación pública en evaluación y política
tecnológica.

La intersección entre la filosofía de la ciencia y la ética


está también presente en el trabajo de Evandro Agazzi
(1992), que defiende la reglamentación ética y jurídica
de la actividad científica basándose en la pluralidad de
valores y fines presentes en ella, así como la relevancia
de la ciencia para la propia ética. Nicholas Rescher
(1999) por su parte analiza la relación entre ciencia y
valores, interesándose por los límites cognitivos y éticos
de la ciencia en cuanto a capacidad y actividad humana.

Vannevar Bush Con enfoques más epistemológicos que éticos, y


fundamentalmente preocupados por la génesis y
justificación del conocimiento, más que por sus efectos
sociales, podemos también señalar los naturalismos
contextuales de Helen Longino (1990, 2001) y Miriam
Solomon (2001), en los que, con diferentes matices, se
reconoce la profunda contextualización de la ciencia
tratando de no renunciar a cierto tipo de objetividad. La
postulación de un sujeto social para la ciencia (frente al
sujeto individual de la epistemología tradicional) evita la
amenaza relativista, al quedar neutralizados los sesgos
particulares en la confrontación social de las diferentes
perspectivas.

Otro enfoque naturalista es el de Steve Fuller (1988) que


defiende en su "epistemología social" una reorientación
de los análisis sociológicos de la tradición académica
con el fin de recuperar la dimensión normativa. La
normatividad propuesta por Fuller no se trata solamente
de averiguar (al modo naturalista) cómo debería
proceder la investigación, sino también de articular los
medios (en el ámbito de la gestión política) para la
instanciación de las normas propuestas.

Gran parte de estos enfoques defiende, como colofón de


sus análisis acerca de las indeterminaciones
epistemológicas y las dimensiones éticas de los
fenómenos científico-tecnológicos, así como de sus
efectos sociales, la apertura de los procesos de
decisiones al público no experto, en definitiva, la

18
democratización de la ciencia y la tecnología (véase
tema 3.9). En este sentido, tanto los análisis del
modelado social de la ciencia y la tecnología como los
del modelado científico-tecnológico de la sociedad
indican, como uno de los campos de investigación
prioritarios de CTS, el de las políticas de ciencia y
tecnología.

Política y gestión de la Ciencia y la Tecnología

La macrociencia (Echeverría, 2003) surge en Estados


Unidos al finalizar la segunda guerra mundial, propiciada
por alianzas sin precedentes entre científicos,
tecnólogos, militares e industriales. Las nuevas
posibilidades requieren también nuevas formas de
organización, "políticas científicas" explícitas por parte
de los gobiernos. El informe de Vannevar Bush,
"Ciencia, la frontera inalcanzable", remitido al presidente
de los Estados Unidos en 1945 suele citarse como punto
de partida del diseño de una política científica en
Estados Unidos exportada posteriormente al resto del
mundo occidental. El germen de la política científica, no
obstante, había sido sembrado en el periodo de
entreguerras, con el llamamiento de científicos como
John Bernal para una mayor implicación del estado en la
política científica y de los científicos en los asuntos
públicos, y con el ejemplo de la Unión Soviética, donde
ya existían políticas estatales para la ciencia en
funcionamiento (Elzinga y Jamison, 1995). También las
macrociencias habían tenido sus primeras concreciones
en los años 30, como por ejemplo la construcción en
Berkeley del primer ciclotrón en 1932 (Echeverría,
2003). El informe Bush establece al finalizar la segunda
guerra mundial un modo de relación entre la ciencia y la
política de "hegemonia científica", haciéndose especial
hincapié en la necesidad de autonomía para los
científicos, y asumiéndose que la tecnología y la
innovación vendrían dadas a partir de su libertad de
investigación(7). La "macrociencia" es la forma
característica de investigación en este periodo,
caracterizada por descansar sobre la financiación
gubernamental, por la cooperación entre científicos y
tecnólogos y por el carácter "plural" del sujeto
"macrocientífico".
(7)

19
En los años 50, y respondiendo a la demanda creada
por esta nueva situación, aparecen en las universidades
estadounidenses los programas Science, Technology,
and Public Policy (STTP, Ciencia, Tecnología y Política
Pública), diseñados para formar gestores de ciencia y
tecnología. Las disciplinas en las que se basaban estos
programas, la economía y la ciencia política, sufren
importantes cambios en las décadas siguientes,
cambios que supondrán también una renovación en la
gestión de la ciencia y la tecnología. Hacemos aquí
Thomas P. Hughes referencia brevemente a dos de las líneas de trabajo en
los campos de la gestión y las políticas públicas de
ciencia y tecnología modificadas por los cambios en la
ciencia y la tecnología de las últimas décadas en
intersección con los nuevos CTS.

Economía del cambio técnico

Los economistas habían considerado tradicionalmente la


tecnología como un factor exógeno y previamente dado.
La discusión sobre el cambio tecnológico se limitaba al
problema de su elección y difusión: las empresas
elegirán aquella tecnología que contribuya a ahorrar
trabajo o capital, y que incremente los beneficios. Un
buen número de economistas, no obstante, ha seguido
recientemente a Joseph Schumpeter al considerar el
cambio tecnológico como un proceso evolutivo en el que
se produce una interacción entre diversidad tecnológica
y selección por parte del ambiente.
Los economistas evolucionistas o neoschumpeterianos
(Dosi, 1981, 1988; Nelson y Winter, 1982) conciben la
tecnología como un factor endógeno. La elección de
tecnologías funciona por medio de mecanismos de
variación y selección, pero la generación de variaciones
no es ciega, sino que responde a principios heurísticos
que canalizan la invención en el marco del paradigma
tecnológico vigente. Nociones como las de paradigma
tecnológico o trayectoria tecnológica se hacen
indispensables para dar cuenta de cómo se generan las
variaciones y se realiza la selección. El paradigma
tecnológico dirige la innovación en determinadas
direcciones dadas. Estas nociones plantean una imagen
del desarrollo tecnológico como un proceso no lineal
influido por factores sociales, de modo análogo a como
lo hacen los enfoques constructivistas expuestos con
anterioridad.

Evaluación de tecnologías

A finales de los 60 y principios de los 70 se abre una

20
nueva época de responsabilidad social de la ciencia. Las
agendas de la ciencia y la tecnología recogen algunas
de las preocupaciones que habían venido gestándose
en la sociedad civil y la academia en los últimos años, y
se produce una reducción del crecimiento continuado de
la macrociencia de los años anteriores. La financiación
gubernamental cae en picada entre mediados de los
años 60 y mediados de los años 70, coincidiendo con el
fracaso en la guerra de Vietnam y el clima general de
desconfianza social hacia la ciencia. Los conceptos de
"relevancia social" y "orientación" hacen su aparición
mostrando los cambios radicales en el enfoque de la
política científica en esta década. Algunos autores han
caracterizado la década de los 70 como de
"repolitización" de la ciencia, aunque siempre en el
marco de una doctrina tecnocrática "con sensibilidad
social". La crisis del petróleo en 1973 generó amplios
debates sobre energías e impulsó el desarrollo del
movimiento en pro de una "tecnología alternativa". El
progreso de la investigación en ingeniería genética y
nuevas tecnologías de la información y las
comunicaciones contribuyeron también a profundizar en
la necesidad de institucionalizar la evaluación de
tecnologías. Una de las implicaciones más importantes
de este conjunto de circunstancias fue la de la creación
de multitud de agencias de diverso cuño para la
evaluación de tecnologías y sus impactos,
especialmente agencias o departamentos de evaluación
ambiental, que proliferaron en los países
industrializados. También aparecen agencias generales
de evaluación de tecnologías, como la OTA (Oficina de
Evaluación de Tecnologías) del Congreso de los
Estados Unidos (fundada en 1972 y desaparecida en
1995) a la que seguirían organismos similares en
Francia, Dinamarca, Países Bajos, Alemania y el Reino
Unido.
No hay que olvidar, no obstante, que iniciativas como la
de la OTA estadounidense aparecieron y funcionaron en
un contexto en el que la neutralidad del conocimiento
experto era dada por supuesta, y su función era la de
proporcionar asesoramiento técnico a los políticos. Se
trataba fundamentalmente de evaluaciones de tipo
economicista, de impactos ex post, y que a menudo se
utilizaron como instrumentos de legitimación política

Sin embargo, la práctica de la evaluación de tecnologías


sufre importantes transformaciones desde sus inicios en
los años 70 al hilo de los cambios en la sociedad y la
producción de conocimiento. Un ejemplo de estos
cambios, y de cómo el estudio académico de la ciencia y

21
la tecnología se complementa con el ámbito de la
política científica lo constituye la "evaluación
constructiva de tecnologías" (Luján y Moreno, 1996; Rip
et al., 1995, Schot, 1994). Siguiendo la recomendación
de algunos enfoques en sociología e historia de la
ciencia y la tecnología que toman como norma
metodológica atender a los procesos más que a los
productos ya terminados para averiguar por qué se han
tomado determinadas decisiones o aceptado ciertas
teorías, o por qué ha tenido éxito determinada variación
de una tecnología, se ha intentando también cambiar el
énfasis en evaluación de tecnologías desde una
evaluación de productos ya terminados a una evaluación
de sus procesos de construcción, dando al mismo
tiempo entrada en este seguimiento a actores sociales
tradicionalmente excluidos, como el público no experto
implicado. El resultado ha sido una evaluación de
tecnologías más eficaz y más respetuosa con los
diferentes actores, en la que no se trata simplemente de
evaluar impactos a posteriori sino de contribuir a la
programación de tecnologías emergentes. Frente a la
tesis del determinismo tecnológico, la idea que respalda
la evaluación constructiva de tecnologías es que es
posible controlar en cierta medida el ritmo y dirección del
desarrollo tecnológico en la medida en que se actúe
sobre tecnologías no atrincheradas (Luján y Moreno,
1996). Lejos de ser una mera idea teórica, la evaluación
constructiva de tecnologías se ha practicado
prometedoramente sobre todo en los Países Bajos,
donde a través de la NOTA (Agencia Neerlandesa de
Evaluación de Tecnologías) se ha aplicado a proyectos
sobre tecnologías limpias, telecomunicaciones,
transporte, biotecnologías, etc.

Winner vs Woolgar

Nuevas aportaciones en los estudios de


ciencia y tecnología

En definitiva, el desarrollo del estudio social de la ciencia


y la tecnología en los últimos 30 años ha consistido en
un acercamiento creciente a la práctica científico-
tecnológica real. Trabajos cada vez más microsociales
fueron proporcionando una imagen de la actividad
científica ligada íntimamente a los desarrollos
instrumentales y conceptuales, convirtiendo el estudio
de la ciencia en el estudio de la cultura y la práctica
científicas. Si los años 70 fueron la década de irrupción
del estudio causal y simétrico de la actividad científica,

22
en Edimburgo y Bath, los años 80 estuvieron
caracterizados por la atención al detalle, por los estudios
de laboratorio, la aparición de la tecnología, y la
escalada relativista. Los años 90 suponen cierto freno
en la osadía epistemológica con la reaparición de la
"agencia material", y la atención se centra en las
prácticas científicas y la pluralidad de modos de hacer
ciencia. Al mismo tiempo, la crítica de los efectos
sociales perjudiciales de la ciencia y la tecnología se
vuelve más sofisticada teóricamente (aprovechando
desarrollos filosóficos o sociológicos) y evoluciona en la
práctica hacia la propuesta de formas nuevas de gestión
de la ciencia y la tecnología. Wiebe Bijker describe esta
evolución como el paso del estudio de la ciencia en
sociedad al estudio de la cultura de la ciencia y la
tecnología, para avanzar a continuación al estudio de la
cultura tecnocientífica(8).
(8)

Hoy en día, ya iniciado el siglo XXI, el impresionante


crecimiento del campo y la multiplicidad de disciplinas y
enfoques que concurren en él convierten en una tarea
arriesgada la de tratar aunque sea someramente de
señalar las aportaciones fundamentales más recientes
en los estudios sobre ciencia y tecnología. Las viejas
distinciones disciplinares, o la división entre las "dos
tradiciones" de CTS, son ya claramente inadecuadas
para realizar un intento de clasificación de los trabajos
que se encuentran dentro de los "estudios sobre ciencia
y tecnología". Aun cuando las distintas formaciones de
los autores pueden significar diferencias en los
enfoques, las preguntas, o los puntos de atención
preferente, una exposición temática es mucho más
apropiada para abarcar el complejo y ramificado campo.
Algunas notas comunes podrían articularse alrededor de
tres líneas temáticas que aparecen ya en los trabajos de
los años 70 y 80, pero que se profundizan y desarrollan
a partir de los años 90. Estas tres líneas temáticas que
hemos denominado fragmentación, estabilización e
hibridación, hacen referencia al modo habitual de
abordar los fenómenos científico-tecnológicos: haciendo
explícita su diversidad, dando cuenta de su
conformación y legitimación, y subrayando los nexos
que relacionan objetos de estudio, actores y disciplinas
involucradas. Se expondrán algunos ejemplos del tipo
de trabajo desarrollado en cada una de estas líneas
temáticas, con la intención de mostrar la pluralidad de
esfuerzos y sus convergencias, aunque sin la pretensión
de realizar un panorama exhaustivo de tendencias y

23
autores.

CTS como ámbito


interdisciplinario de
estudio

Fragmentación

Uno de los argumentos que se repiten en los estudios


actuales sobre ciencia y tecnología tiene que ver con la
heterogeneidad de los fenómenos que se analizan.
Frente a las ideas tradicionales de la ciencia y la
tecnología como "clases naturales" con fronteras bien
definidas y cierta homogeneidad, los análisis actuales
nos presentan prácticas fragmentadas en una amplia
diversidad de elementos. La ciencia y la tecnología
mismas abarcan tal cantidad de actividades que sólo
forzando las etiquetas podemos englobarlas bajo un
rótulo común. Además, la fragmentación aparece
también en otros tipos diversos de "heterogeneidades":
intereses, actores, espacios, contextos, estilos...

Desunión de las ciencias

Si el Círculo de Viena proclamó el ideal de la Unidad de


la Ciencia, los estudios sobre ciencia actuales
proclaman el ideal justamente contrario, el de la
desunión o pluralidad de la ciencia. Apelar a la unidad
de la ciencia en la Europa de entreguerras fue para sus
defensores una forma de defender la razón frente al
fanatismo, el internacionalismo frente al nacionalismo
estrecho, la unidad de la especie humana frente al
racismo nazi, y también de manifestar su fascinación y
su esperanza en el poder de la ciencia (Galison y
Stump, 1996, pp. 1ss). Los tiempos han cambiado, y
también los significados asociados a la "unidad" de la
ciencia. Hablar de la "unidad" de la ciencia trae ahora el
eco de la homogenización y el reduccionismo, pese a
los intentos de teorías unificadas y a los sueños de una
"teoría final". Defender hoy la "desunión" o la
"pluralidad" de la ciencia es defender la diversidad,
enfrentar al apriorismo normativista la evidencia
empírica acumulada sobre la variedad de prácticas y
métodos de la ciencia (véase en general, Galison y
Stump, 1996). Autores como Dupré, Hacking o Galison
han defendido convincentemente la diversidad de las
ciencias frente a la idea de la unidad de las mismas.
Esta "pluralidad" puede argumentarse desde un punto
de vista metodológico o metafísico (como hace Dupré

24
(1993) con su tesis del "desorden inherente de las
cosas").

Estilos cognitivos

La idea de la existencia de diferentes estilos cognitivos


en las ciencias, a lo largo de la historia y en diferentes
ciencias es una idea antigua, aunque su genealogía
reciente se remonta al trabajo de A. C. Crombie (1994).
Un estilo cognitivo está ligado a un espacio conceptual
concreto, y da lugar a una forma de hacer ciencia,
determinando qué afirmaciones son posibles candidatas
para ser "verdaderas" o "falsas". Los estilos cognitivos
no son estilos individuales, aunque marcan el trabajo de
los científicos bajo su influencia. Es difícil definir un
"estilo de razonamiento", y los autores que usan esta
noción (Hacking, 1992a; Davidson, 1996) apenas lo
intenta siquiera esbozar. La forma que escogen de
acercarse al concepto es mediante ejemplos. Hacking
toma sus ejemplos del razonamiento estadístico, y A.
Davidson acude a la psiquiatría para dar cuenta de la
emergencia de un estilo cognitivo. Centrándose en la
noción de perversión, que aparece ligada en el siglo XIX
a un estilo de razonamiento "funcional", muestra cómo
deja de tener sentido en espacios conceptuales y
"estilos distintos" de razonamiento.

Contextos de la actividad científica (o


tecnocientífica)

La vieja distinción entre contexto de descubrimiento y


contexto de justificación se multiplica en los nuevos
estudios sobre ciencia. No ya únicamente porque sus
limitaciones dieron lugar a que varios autores sugirieran
la introducción de nuevos contextos intermedios, como
el de "desarrollo" (Franklin, 1993), sino porque la
tendencia a entender la actividad científica dentro del
contexto más amplio de sus relaciones con la sociedad y
la tecnología hacen completamente insatisfactorio su
aislamiento en el "escenario de la investigación". Así,
Javier Echeverría (1995) ha distinguido entre los
contextos de educación, aplicación, investigación y
comunicación; una extensión de contextos que convierte
el estudio de la ciencia en un estudio propiamente CTS
al dirigir el interés hacia las relaciones de la ciencia y la
tecnología con elementos tradicionalmente considerados
externos.

Pluralidad de elementos y valores

25
La heterogeneidad se manifiesta también dentro de la
ciencia misma. Como ya se ha mencionado, la ciencia
se define a menudo como "sintonización" de elementos
heterogéneos (Pickering, Hacking, Galison...) de tipo
material, social o instrumental.

Los valores son otro de los factores intervinientes en el


desarrollo científico-tecnológico que se ha venido
multiplicando. Bajo la concepción heredada, los únicos
valores relevantes eran los valores cognitivos o
epistémicos: reglas o normas metodológicas como la
verdad, la coherencia, la simplicidad o la capacidad
predictiva, que servían para la evaluación de teorías o la
elección interteórica (Laudan, 1984; Kuhn, 1978). Sin
embargo, desde diferentes enfoque se ha defendido en
las últimas décadas la relevancia de los valores no
epistémicos (referidos al contexto) para el estudio de la
ciencia, al contribuir a desarrollar y fijar una línea de
investigación o una teoría dada. Una de las discusiones
más detalladas sobre el papel de los valores no
epistémicos puede encontrarse en Longino (1990). Esta
autora ha llegado incluso a proponer un conjunto de
virtudes feministas, alternativas a las clásicas kuhnianas
(Longino, 1996), que describirían la forma de actuar de
las críticas feministas a sesgos androcéntricos en las
ciencias.

Uno de los principales defensores del pluralismo


axiológico de la ciencia y la tecnología es Javier
Echeverría (2002), quien argumenta a favor de una
multiplicidad de valores tanto epistémicos como
pragmáticos (económicos, políticos, sociales,
ecológicos, éticos...), relacionados con su propuesta de
los cuatro contextos de la actividad científica. Echeverría
entiende los valores como funciones que guían y
orientan las acciones tecnocientíficas, colocando con
ello el énfasis en las acciones evaluadores y
convirtiendo su enfoque en una propuesta práctica
aplicable a la evaluación de la actividad científica y
tecnológica.

Culturas epistémicas

Uno de los enfoques más fructíferos de los estudios


sobre ciencia de los años 70 y 80 fue el de los estudios
de laboratorio, es decir, el estudio de la ciencia y la
tecnología a través de la observación directa y el
análisis del discurso en los mismos lugares en los que
se produce el conocimiento, los laboratorios científicos,
y en tiempo real. Knorr-Cetina, una de las autoras más

26
destacadas en estudios de laboratorio, da a finales de
los 90 un paso más allá, proponiéndose transformar el
estudio de cómo se produce el conocimiento típico de la
etnografía de laboratorio en el estudio de "cómo se
construyen las maquinarias de la construcción del
conocimiento" (1999). Son las "culturas epistémicas":
amalgamas de elementos y mecanismos que, en un
campo dado, constituyen el cómo conocemos lo que
conocemos. Las culturas epistémicas son culturas que
crean y legitiman el conocimiento. Knorr-Cetina abunda
en el tema de la pluralidad de la ciencia confrontando
dos culturas epistémicas contemporáneas: la de la física
de altas energías y la biología molecular.

Multiplicidad de actores / Fragmentación de la


agencia humana

El protagonismo de la "agencia humana" en los estudios


sociales de la ciencia y la tecnología, la idea de que
importa quién hace la ciencia y desde dónde la hace
(desde qué condiciones, perspectivas, situaciones...) se
opuso con fuerza al acuerdo implícito previo según el
cual el mejor sujeto para la ciencia era un inexistente
"sujeto neutro", la visión desde ninguna parte, el ojo de
Dios. Por otra parte, los actores relevantes se
multiplican para englobar también aquellos que no son
directamente científicos y tecnólogos: gestores,
políticos, empresarios, usuarios, afectados, público en
general...

Mientras los primeros enfoques constructivistas daban


por supuesta la construcción de la naturaleza a partir de
la sociedad, las críticas posteriores apuntaron a que "lo
social" no funciona como variable independiente, sino
que también se constituye en los mismos procesos. La
"agencia humana" no puede entonces entenderse como
homogénea ni sus intereses estables y fijos. Los sujetos
localizados no son simples: "todos somos miembros de
muchas comunidades de práctica" (Haraway, 1996).
Aunque esta es una idea de "fragmentación" que ha
aparecido de forma muy especial dentro de los estudios
feministas de la ciencia (e.g. V. Singleton, 1995) otros
autores como S. Leigh Star (1991) o B. Wynne (1996)
han explorado también la necesidad de tener en cuenta
la multiplicidad de intereses y el carácter cambiante y
ambivalente de las posiciones de los sujetos de la
ciencia.

Estabilización

27
Otro de los temas clave es el de la "estabilización" de
los complejos práctico-culturales de la ciencia y la
tecnología. La sociología del conocimiento científico de
los 70 explicaba fundamentalmente el surgimiento de
nuevas teorías y nuevas prácticas en contextos
culturales propicios para ello. Sin embargo, cómo esos
complejos se legitiman y se mantienen es también un
asunto de importante interés.

Historia cultural

Gran parte de la historia cultural de ideas, conceptos y


teorías es una historia de la estabilización de estilos
cognitivos y prácticas. Las ideas mismas de objetividad,
científico, racional, evidencia o prueba tienen una
historia cultural que se ha recorrido partiendo del
supuesto de la contingencia de nuestros conceptos
actuales y tratando de explicar históricamente su
surgimiento, desarrollo y mantenimiento. Como
ejemplos, los análisis de la historia de la objetividad y de
los objetos científicos de Lorraine Daston (1994, 1999) o
de las ideas de ciencia y naturaleza surgidas de la
revolución científica por Carolyn Merchant (1990).
También se puede reconstruir la historia cultural de
conceptos u objetos científicos, como es el caso del
concepto de perversión sexual en A. Davidson (2001).

Clausura de controversias y estabilización de teorías

Numerosos autores han intentado dar cuenta de cómo


los valores contextuales participan en la clausura de
controversias o la aceptación de teorías dando como
resultado la estabilización de una práctica científica:
Barnes habla de intereses y objetivos, Collins recurre a
los mecanismos retóricos de clausura de las
controversias, Latour al establecimiento de alianzas…
Esta visión parece implicar la idea intuitiva de cierta
intencionalidad por parte de los científicos en su interés
por promover determinadas ideologías, intereses
profesionales o personales… Otro tipo de propuestas
tratan de evitar esto, como es el caso de la de Helen
Longino (1990), según la cual las relaciones
evidenciales entre observaciones e hipótesis se
consideran mediadas por compromisos teóricos previos
que dependen del contexto en el que los datos son
evaluados. Diferentes "presuposiciones implícitas"
(background assumptions), condicionadas por
determinados valores contextuales, conducirán a
interpretaciones distintas de los datos obtenidos
experimentalmente. Por su parte, López Cerezo y Luján

28
López (1989) han propuesto que la actuación de
factores sociales se produce mediante su contribución a
la selección de las prácticas metodológicas, incluyendo
principios generales (como la identificación y definición
de los problemas a solucionar y el enfoque básico
adoptado) y prácticas metodológicas específicas (como
modelos estadísticos o diseños experimentales). En
todos los casos, se trata de mecanismos que dan cuenta
de cómo se dirime un enfrentamiento entre varias
teorías para dar cuenta de un fenómeno, resolviéndose
en la estabilización de una de ellas; o de cómo se critica
una teoría aceptada desestabilizándola e inaugurando
un nuevo proceso de construcción y estabilización.

Trabajo fronterizo: credibilidad y autoridad

El rechazo de posturas esencialistas según las cuales la


autoridad de la ciencia descansa sobre el privilegio
epistémico otorgado por el método científico o la
descripción de la realidad suscita la cuestión de cuál es
la fuente de la credibilidad y la legitimación que posee la
ciencia. La flexibilidad de la demarcación entre lo que es
ciencia y lo que no lo es, así como la dificultad del
establecimiento de criterios universales de
caracterización del fenómeno científico se perciben con
gran claridad cuando se examinan las "fronteras" de la
ciencia, es decir, aquellos episodios de la historia de la
ciencia o casos actuales en los que se debate acerca de
si una determinada actividad puede o no ser
considerada científica. Thomas Gieryn (1995, 1999)
acuña el término de trabajo fronterizo precisamente para
referirse a las actividades que tienen lugar en esos
terrenos dudosos que varios vecinos enfrentados
defienden como suyos. En el "trabajo fronterizo" se
puede intentar ampliar las fronteras de la ciencia, excluir
personas o actividades como "pseudocientíficos" o
delimitar límites entre la ciencia y la política.

La frontera aparece como natural al final de la disputa,


cuando el ganador ha clavado sus estacas
profundamente en el terreno, la valla se muestra
infranqueable y la "cartografía" (en la expresión de
Gieryn) queda fijada. La autoridad de la ciencia, en
definitiva, no emana de la comprensión del público de
las concreciones de su esencia en forma de teoría
validadas, sino de procesos de negociación y
renegociación entre los actores implicados en los que se
dibujan las fronteras y se consolida la credibilidad.
Circunstancias contingentes y estrategias, más que un
conjunto prefijado de métodos y normas, son los

29
elementos clave. En juego está la credibilidad y la
autoridad que proporciona la etiqueta de "científico".

Momentum tecnológico

Se trata de la idea de Thomas P. Hughes (1987) de que


las tecnologías, especialmente los grandes sistemas
tecnológicos, están "construidos socialmente" al tiempo
que "moldean la sociedad". A medida que crecen y se
consolidan, Hughes no sostiene que se vuelvan
autónomos, sino que más bien, alcanzan momentum.
Aparentemente, su desarrollo continúa gobernado por la
inercia de su propio movimiento. No obstante, frente a la
tesis de la autonomía de la tecnología, hablar de
momentum permite evitar el determinismo tecnológico y
centrarse más bien en todas las fuerzas en juego e
intereses invertidos en la estabilización de una
trayectoria tecnológica dada.

Hibridación

A la fragmentación de la ciencia y la multiplicidad de


contextos se unen las exploraciones acerca de los
puntos de encuentro entre la diversidad. La hibridación
ocurre a múltiples niveles. El propio estudio CTS es un
híbrido en el que distintas disciplinas ofrecen sus
enfoques teóricos, instrumentos de análisis,
metodologías y puntos centrales de atención. También
la tecnociencia constituye un híbrido que difumina las
fronteras entre ciencia, ciencia aplicada y tecnología.
Sheila Jasanoff
Entre los híbridos que han recibido atención más
reciente, podemos destacar los siguientes:

Ciencia reguladora

La idea de "trabajo fronterizo" desarrollada por Gieryn


en un principio para explicar cómo los científicos
defienden y definen las fronteras de su territorio y su
autoridad, ha sido retomada por otros autores para
explorar otras "regiones fronterizas" en las que la ciencia
se encuentra con la política y la sociedad. Del mismo
modo que se negocian los límites fuera/dentro de la
ciencia, hay otro tipo de trabajo fronterizo en la
interacción de los científicos con la política en asuntos
en los que prestan su autoridad para el servicio de la
gestión. Algunos autores, como Jasanoff (1990) o
Guston (2000) han defendido que, en estos casos, una
mejor gestión no está marcada por fronteras bien
definidas, sino que es precisamente al relajarse los
lindes entre ambas actividades como se obtienen

30
mejores resultados.

En efecto, la ciencia y la política nunca han sido


territorios rígidamente independientes, pese a que cada
uno de ellos tenga sus propias normas y sus propios
procedimientos. Pero sus fronteras se difuminan aún
más en el trabajo conjunto que desarrollan a menudo en
la formulación de políticas sobre ciencia y tecnología, en
su implementación, en la participación de científicos o
tecnólogos como expertos en juicios, comisiones...; es
Susan Leigh Star decir, en todas aquellas actividades características de la
ciencia post-normal (Funtowicz y Ravetz, 1990) o
ciencia reguladora (Jasanoff, 1995). Estas diferentes
denominaciones hacen referencia a la implicación
creciente de la ciencia en las políticas públicas, una
ciencia caracterizada por altas dosis de incertidumbre y
una elevada responsabilidad en sus manos, con criterios
de validez distintos a los de la ciencia tradicional, que
debe rendir cuentas no sólo a sus pares, y que está
imbricada estrechamente con el desarrollo tecnológico y
los intereses económicos con él relacionados. Una
ciencia, en definitiva, en la que las fronteras con la
política o el negocio aparecen más borrosas que nunca.

Objetos fronterizos

El trabajo en la "frontera" produce tipos diversos de


"objetos fronterizos", utilizados a uno y otro lado de la
ciencia con diferentes propósitos. Un ejemplo clásico de
"objetos fronterizos", en el trabajo pionero de Star y
Griesemer (1989), son los especímenes o mapas del
Museo de Zoología de Vertebrados establecido en
Berkeley a comienzos del siglo XX, que servían tanto
para el avance de la biología como para motivar la
preservación de la naturaleza californiana o proporcionar
entretenimiento a los aficionados locales al
coleccionismo naturalista. Estos "objetos fronterizos",
flexibles en sus múltiples usos, productos culturales
híbridos que cumplen diferentes funciones, abundan en
el funcionamiento de la ciencia reguladora. Los informes
que los científicos elaboran para un juicio o la
promulgación de una ley o las patentes de resultados de
investigación son claros ejemplos de esta hibridación, al
estar al servicio de los científicos para avanzar en sus
carreras o establecer la prioridad de un hallazgo, y
también al servicio de los políticos para tomar
decisiones o controlar la productividad científica del
país. Están entre dos mundos, el mundo de la ciencia,
con sus normas metodológicas y criterios de calidad, y
el mundo de la política, donde se tiene como objetivos la

31
toma de decisiones sobre un caso concreto, la elección
de un modelo de gestión o el fortalecimiento de un
sistema de innovación.

Cyborgs

Los cyborgs son, podríamos decir, los objetos


fronterizos típicos de la nueva cultura tecnocientífica
(Gray, 1995). Donna Haraway (1991) toma el término de
organismo cibernético, surgido del discurso de la
cibernética nacida en el seno de la guerra fría y la
carrera espacial, como arma de la lucha feminista. La
naturaleza cyborg es un híbrido de humano y máquina,
una fusión de vida orgánica y sistemas tecnológicos.
Cyborg
Nuestras vidas mediadas por la tecnología nos
convierten hoy a todos, de un modo u otro, en cyborgs.
Para Haraway, la identidad cyborg podría significar para
las mujeres la superación de los viejos modos de
conformación de la identidad en términos dicotómicos de
género. En sus trabajos más recientes, Haraway (e.g.
1997) explora la omnipresencia de los cyborgs
posibilitada por la tecnociencia: tecnologías
reproductivas, ingeniería genética, formas de vida
patentadas, la vida en el ciberespacio...

Organizaciones fronterizas

La ubicuidad del trabajo y los objetos fronterizos en la


tecnociencia contemporánea ha dado lugar también a la
aparición de organizaciones fronterizas, que se ocupan
de supervisar este trabajo a caballo entre varios
mundos. Según Guston (2001), las organizaciones
fronterizas abordan los problemas surgidos en ese
territorio indefinido de tres formas distintas:
proporcionando las oportunidades y los incentivos para
el uso de objetos fronterizos y paquetes
estandarizados(9) ; involucrando actores de ambos
lados de la frontera y profesionales que cumplen un
papel mediador; y, aunque existen en la frontera de
varios mundos sociales diferentes (como los de la
ciencia y la política), conservando diferentes líneas de
acreditación para ellos. Las organizaciones fronterizas
se ocupan de lo que Bruno Latour denominara
"coproducción" de orden social y orden natural (o
conocimiento). Un ejemplo de este tipo de
organizaciones fronterizas son las Oficinas de
Evaluación de Tecnologías, como la OTA
estadounidense (desaparecida en 1995), o la NOTA
holandesa. También existen organizaciones fronterizas
sobre asuntos específicos como el cambio climático, la

32
salud o la agricultura, o que funcionan a nivel local o
nivel transnacional(10).
(9)

(10)

El tipo de actividades desarrolladas por las


organizaciones fronterizas ha sido denominado gestión
híbrida. Por "gestión híbrida" Miller (2001: 487) entiende
acciones encaminadas a la conjugación de elementos
científicos y políticos (hibridación), el análisis de los
aspectos políticos de la ciencia y los aspectos científicos
de la política (deconstrucción), el establecimiento y
mantenimiento de fronteras entre "formas de vida
diferentes" (trabajo fronterizo propiamente dicho) y la
coordinación de actividades de múltiples dominios
(orquestación entre dominios).

La literatura sobre organizaciones fronterizas


habitualmente se restringe al ámbito de las instituciones
que crean puentes entre los investigadores y los
políticos. Sin embargo, el carácter "fronterizo" e "híbrido"
de las interacciones entre el público lego y la política
científica en general, y de las propuestas de
participación pública en particular, convierten en
interesantes instrumentos los conceptos de trabajo y
organizaciones fronterizas para la investigación sobre
implicación de no expertos en ciencia y tecnología.
Asimismo, la "comprensión pública de la ciencia" es otro
relevante campo de trabajo fronterizo que se podría
beneficiar de estos desarrollos.

Perspectivas futuras
de CTS

33
Aclaración de conceptos
(1) Las dos tradiciones CTS, académica y activista, han recibido también
otras denominaciones. González García et al. (1996) distinguen,
atendiendo al criterio de origen geográfico, entre tradición europea y
tradición americana. Steve Fuller propone irónicamente las etiquetas de
Alta Iglesia y Baja Iglesia, y Rustum Roy las de "tradición disciplinar" y
"tradición interdisciplinar".
(2) "Actor-network theory" (ANT) se ha traducido tanto como "teoría de la
red de actores" como por "teoría del actor-red". La expresión inglesa
permite ambas versiones en castellano, mostrando así la complejidad
misma de la idea que pretende captar la teoría. "Un 'actor-red' es
simultáneamente un actor cuya actividad es crear redes de elementos
heterogéneos y una red que es capaz de redefinir y transformar aquello
de lo que está conformada" (Callon 1987: 93). No se trata del
establecimiento de redes entre actores predeterminados, sino que
ambos, actores y redes, se conforman mutuamente en procesos
simultáneos en los que el actor mismo funciona como red.
(3) Aunque hasta el momento los sociólogos se había ocupado de la ciencia
y la tecnología normalmente como fenómenos independientes (aunque
susceptibles en ocasiones de ser analizados con el mismo tipo de
instrumentos metodológicos), Latour utiliza explícitamente la noción de
tecnociencia para describir "todos los elementos vinculados a contenidos
científicos, sin que importe lo sucios, inesperados o extraños que
parezcan" (1983: 168), tratando de subrayar la multiplicidad de
elementos y actores que concurren en la conformación del producto ("la
ciencia y la tecnología") y criticando la distinción interno/externo. Muchos
otros autores utilizan también la expresión "tecnociencia" para insistir en
la íntima relación entre la ciencia y la tecnología, y justificar un
tratamiento conjunto, especialmente si se ocupan de la ciencia y la
tecnología contemporáneas. Javier Echeverría (2003) ha desarrollado
con detalle el concepto de "tecnociencia", oponiéndose a la idea
latouriana de que toda ciencia es tecnociencia y reservando la
denominación para la evolución que tiene lugar a partir de los años 80
del siglo XX de la macrociencia (Big Science) que se había instaurado al
finalizar la segunda guerra mundial. La macrociencia surgida en la
guerra fría, caracterizada por una profunda simbiosis entre ciencia y
tecnología, el establecimiento de la política científica y la financiación
gubernamental, se convertirá en el último cuarto de siglo en
tecnociencia, gracias a las nuevas tecnologías de la información y las
comunicaciones y al mayor papel de las empresas privadas en la
promoción de la I+D+I.
(4) Desde las filas de los filósofos más tradicionales de la ciencia, el
principio de reflexividad de Bloor se refuta a sí mismo y mina la potencia
argumentativa del discurso sociológico. Se trata de la paradoja relativista
que tanto gusta señalar desde el racionalismo (por ejemplo, Brown,
1989). Desde la tradición activista en CTS, no obstante, la crítica a los
enfoques reflexivos se refiere fundamentalmente a su esterilidad,
convertidos en huecas exhibiciones de virtuosismo retórico en los que la
espiral autorreferencial se resuelve en inmovilismo. Sin embargo,

34
también encontramos en los estudios sobre ciencia otras formas mucho
más interesantes y valiosas de entender el significado del principio de
reflexividad, en términos de responsabilidad por la propia parcialidad del
investigador. Este es el caso de los análisis feministas, en los que, una
vez reconocida la relevancia del sujeto cognoscente y el carácter situado
del conocimiento, abordar la cuestión de la reflexividad se convierte en
algo inevitable. Pero en el discurso feminista la asunción de la
reflexividad no consiste en hacer frente a las críticas de inconsistencia,
sino en procurar una mayor adecuación del análisis y prestar una
especial atención a las relaciones de poder implicadas. El punto de
partida común desde la perspectiva de género es la conciencia de
diferencia de las mujeres en la ciencia, sintiéndose al mismo tiempo
fuera y dentro, participantes y extrañas (Magallón, 1996), en un mundo
predominantemente masculino. El reconocimiento reflexivo de esta
identidad dividida posibilita a las mujeres dentro de la ciencia y la
tecnología identificar el modo en que teorías científicas y desarrollos
tecnológicos "podrían haber sido de otra manera" (Star, 1991).
Podríamos decir, entonces, que la concepción de la reflexividad utilizada
en los análisis de género es epistémica y políticamente más adecuada
que aquella con la que se trabaja en las corrientes generales.
Epistémicamente mejor porque la estrategia de "comenzar desde las
vidas de las mujeres" proporciona una herramienta analítica que se ha
mostrado efectiva a la hora de detectar sesgos sexistas y androcéntricos
en numerosas disciplinas científicas y a la hora de proponer alternativas
más adecuadas. Políticamente mejor porque hacer visible lo que había
estado oculto, como los mecanismos de exclusión de las mujeres y sus
particulares puntos de vista en la ciencia y la tecnología, permite
elaborar estrategias de cambio y de inclusión. Se trata de un tipo de
reflexividad definida en términos de responsabilidad que, lejos de
conducir estérilmente al inmovilismo y la autocontemplación, proporciona
un ejemplo de cómo el análisis académico y el compromiso activista
pueden complementarse.
(5) La figura de Hughes del "constructor de sistemas" se asemeja a la del
"ingeniero heterogéneo" de la teoría del actor-red. El "ingeniero
heterogéneo" diseña las traducciones que harán que el resto de actores
de una red den los rodeos necesarios para pasar por sus "puntos de
paso obligados", aceptando así sus normas y definiciones. El
"constructor de sistemas" de Hughes debe integrar el sistema
sociotecnológico que construye en sus contextos sociales y técnicos,
para lo que requiere también trabajo de "alistamiento" del resto de
elementos.
(6) Un autor a destacar, difícilmente clasificable, es Ivan Illich. Su obra, muy
relacionada con los movimientos de crítica social de los años 60 y 70,
aborda muchos de los aspectos estructurales que definen y determinan
nuestra cultura occidental: la educación, la medicina, el género, las
relaciones de producción, el sistema de transportes, etc. Todos ellos son
"tecnologías sociales" que cumplen el papel de adaptar los individuos al
sistema. En La Convivencialidad (1973) sostiene que las tecnologías
pasan por dos umbrales de mutación: al traspasar el primero se
convierten en productivas, pero la traspasar el segundo se vuelven

35
disfuncionales al transformarse en fines en sí mismas. Por ejemplo, la
televisión nos permite estar informados, pero su omnipresencia y su
abuso crea dependencia y mutila la capacidad crítica de los individuos.
Illich propone tecnologías para la convivencialidad que sean libremente
elegidas, permitan la expresión activa de la vida personal y no estén
monopolizadas por ninguna élite profesional. Las tecnologías para la
convivencialidad serían herramientas potenciadoras de la creatividad, la
autonomía y la libertad individual.
(7) Se trata del modelo lineal de innovación, según el cual la inversión en
ciencia básica producirá automáticamente desarrollo tecnológico, que a
su vez promoverá el crecimiento económico mejorando en última
instancia el bienestar social. Este modelo de innovación asumido en el
texto de Bush y sobre el que se funda la política científica al fin de la
segunda guerra mundial, será ampliamente criticado por asumir una
direccionalidad única y aproblemática en las relaciones entre la ciencia,
la tecnología y la sociedad (véase, e.g., Sarewitz, 1996).
(8) Las transformaciones sufridas en este campo en los últimos 30 años son
también rastreables a través de los cambios en la denominación del
mismo, como ya se ha apuntado al comienzo del tema. La antigua
sociología del conocimiento científico, se transforma en los años 80
en estudios sociales sobre ciencia y tecnología cuando al interés por
el contenido del conocimiento se superpone el interés por las prácticas y
se añade el análisis de la tecnología. Finalmente, se extendería la
etiqueta de estudios sobre ciencia y tecnología, al eliminar el adjetivo
"sociales" según la idea latouriana de la coproducción de orden natural y
orden social.
(9) Los paquetes estandarizados son objetos fronterizos que tienen la
capacidad de modificar las prácticas y estabilizar definiciones en los
múltiples mundos que relacionan, por ejemplo, los convenios de
colaboración universidad-empresa o la política de incentivos por medio
de proyectos o contratos de un gobierno para la investigación científica.
(Fujimura, 1992). Fujimura ejemplifica el "paquete estandarizado" con el
conjunto formado por una teoría científica (la teoría genética del cáncer)
y un grupo estandarizado de tecnologías (de ADN recombinante), que
logran integrar los intereses de mundos distintos (científicos, entidades
de financiación privadas y gubernamentales, administradores de las
universidades, etc.) al tiempo que abren nuevas vías de acción para
todos ellos.
(10) Véase Science, Technology and Human Values 26/4, un número
monográfico sobre "organizaciones fronterizas".

36
Ampliación de contenidos

• R. K. Merton y la sociología de la ciencia


• Compromiso y osadía epistemológica: polémicas en el estudio
social de la ciencia
• Tecno-optimistas y tecno-pesimistas
• Autonomía de la tecnología y determinismo tecnológico
• Winner frente a Woolgar: dos tradiciones enfrentadaso
• CTS Como ámbito interdisciplinario de estudio
• Perspectivas futuras de CTS

37
R. K. Merton y la sociología de la ciencia
Robert K. Merton (1910-2003) fue promotor del estudio sociológico de la
institucionalización de la ciencia. Entre los años 40 y los años 70 dio origen a
toda una escuela de investigación en sociología acerca de cómo los científicos
se organizan y reparten sus recompensas. Merton (1938) comienza explorando
la génesis de la ciencia moderna en una obra curiosamente titulada Ciencia,
tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo XVII, señalando la relevancia de
las necesidades económicas y militares de la época, así como del puritanismo,
para entender el importante impulso que sufre la ciencia en ese momento
histórico. No obstante, la mayor parte de su trabajo está dedicado a la
comprensión de la ciencia como institución social, su conformación y formas de
organización.

Quizá la contribución más influyente de la obra de Merton (1938/1973) sea su


enumeración de los elementos que constituyen el ethos de la ciencia, es decir,
las normas de comportamiento del buen científico que aseguran la validez de la
ciencia. Se trata de la tesis de los CUDEOS:

1. Comunalismo. Los productos de la ciencia pertenecen a toda la


comunidad y han de ser compartidos entre sus miembros.
2. Universalismo. La aceptación de teorías ha de ser independiente de
particularidades de sus descubridores como la religión, la raza, el sexo,
la nacionalidad, la ideología o la clase social.
3. Desinterés. La única aspiración de los científicos ha de ser la
satisfacción del trabajo bien hecho y la contribución a la comunidad.
4. Escepticismo organizado. El científico ha de ser escéptico y dudar de
todo aquello que no haya sido probado empíricamente.

Este ethos de la ciencia se completa con una teoría del intercambio: el


científico ofrece información original a cambio de reconocimiento (Merton,
1957). Las recompensas que reciben los científicos son variadas: eponimia,
ingreso en academias, concesión de premios, sueldos más altos, puestos más
prestigiosos, cargos simbólicos...

Sin embargo, en el propio trabajo de Merton y su escuela se encuentran


importantes contraejemplos que parecen indicar que su sistema de normas a
menudo no se sigue en la práctica habitual. Su análisis de los criterios por los
que se guía el reparto de reconocimiento han dado lugar a la identificación de
fenómenos que ocurren a menudo en la ciencia y contradicen claramente su
norma del "universalismo": el "efecto del sillón 41" (solamente 40 personas
pueden formar parte de la Academia francesa, con lo que quiere indicar que
siempre habrá un número muy grande de científicos que, pese a haber hecho
contribuciones valiosas y originales, nunca recibirán el reconocimiento
merecido), el "efecto de trinquete" (que apunta al hecho de que es
prácticamente imposible que los científicos, una vez alcanzado cierto grado de
prestigio, lo pierdan), y el conocido "efecto Mateo" (haciendo referencia al
pasaje del evangelio de San Mateo donde se dice que a los que tiene se les
dará mientras que a los que no tienen, se les quitará incluso aquello que
tengan; en el caso de la ciencia, los científicos laureados continúan

38
acumulando recompensas, mientras que los que no han destacado es
complicado que lo hagan).

La sociología del conocimiento científico que surge en los años 70 a partir de la


lectura radical de la obra de Kuhn marcará sus distancias respecto a la
sociología mertoniana al considerarla esencialista con respecto al carácter real
de la ciencia, que dejaba fuera de su campo de investigación para centrarse en
las relaciones entre científicos (véase, por ejemplo, Woolgar, 1988).

Referencias

Lamo de Espinosa, E., J. M. González García y C. Torres Albero (1994), La


sociología del conocimiento y de la ciencia. Madrid: Alianza.

Merton, R.K. (1938), Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo


XVII, Madrid: Alianza, 1984.

Merton, R.K. (1938/1973), "La estructura normativa de la ciencia", en: La


sociología de la ciencia. Madrid: Alianza, 1977.

Merton, R.K. (1952), "Las prioridades en los descubrimientos científicos", en:


La sociología de la ciencia. Madrid: Alianza, 1977.

Merton, R.K. (1968), "El efecto Mateo en la ciencia", en: La sociología de la


ciencia. Madrid: Alianza, 1977.

Woolgar, S. (1988), Ciencia: abriendo la caja negra. Barcelona: Anthropos,


1991,

39
Compromiso y osadía epistemológica: polémicas
en el estudio social de la ciencia
La presentación de los orígenes de los estudios sociales se hace a menudo
como una síntesis entre una tendencia académica y un movimiento social, de
epistemología y política. La reacción social ante los abusos de la ciencia
(pesticidas, carrera de armamento, determinismo biológico) confluye con la
reacción académica postkuhniana para resultar en una renovada imagen de la
ciencia y la tecnología, en la que reconocer la relevancia del enraizamiento
social del origen y contenido científico-tecnológico, así como sus importantes
consecuencias sociales, debería promover una renovación en las prácticas
justificativas. Podríamos esperar al menos que ambas tradiciones fueran
compatibles, pero también eso, en muchas ocasiones, no es más que un deseo
bienintencionado, como Collins (1996) se encarga de recordarnos. De hecho, el
diálogo entre el activismo frente a los excesos de la ciencia y la rama del
movimiento académico constituida por la sociología del conocimiento científico
parece haber sido más bien difícil.

Dos debates recientes dentro de los estudios sociales de la ciencia nos dirigen
hacia la ambigua relación entre estos y los compromisos sociopolíticos. El
primero es el debate sobre el "gallina epistemológico" lanzado por Collins y
Yearley (1992) contra las tendencias más "posmodernas" (la teoría del actor-
red de Latour y Callon y la reflexividad de Woolgar). El segundo es la polémica
acerca de la política de los estudios sobre ciencia desarrollada en las páginas
de Social Studies of Science (1996, vol. 26), que retomaba la aparecida en
Science, Technology and Human Values a principios de los noventa. Véase
Collins (1991), Martin, Richards y Scott (1991) y Scott, Richards y Martin
(1990).

En el debate del "gallina epistemológico", Collins y Yearley nos prevenían


frente a la escalada relativista de las ramas posmodernas de los estudios
sociales. Por un lado, la atención al cuarto punto del Programa Fuerte de David
Bloor, la reflexividad, ha llevado a autores como Steve Woolgar o Malcolm
Ashmore a recrearse en la construcción social de su propio discurso mediante
complejos e ingeniosos recursos retóricos (como el de la multivocalidad) que, si
es que llevan a alguna parte es al reconocimiento de que no hay ningún suelo
firme sobre el que asentar el conocimiento. Collins y Yearley, por el contrario,
creen que es necesario adoptar un "realismo social" metodológico para poder
comprender las relaciones entre nuestras actividades culturales, una de las
cuales es la ciencia. Similar es la crítica que lanzan contra la escuela francesa
de Bruno Latour y Michel Callon, que se embarcan en la tarea de tomar al pie
de la letra otro de los puntos del programa fuerte, el de la simetría. La simetría
de la sociología del conocimiento científico tradicional es para la escuela
francesa profundamente asimétrica, y abogan por un tratamiento simétrico del
mundo social y natural, y de los actantes humanos y no humanos. El resultado
es, según Collins y Yearley, filosóficamente radical, pero básicamente
conservador en la práctica, como en el caso anterior, ya que nos deja sin
fundamento para desafiar la autoridad científica. Y la prescripción, una vez

40
más, consiste en el tipo de "realismo social" (consciente de su ingenuidad
filosófica) que Collins y Yearley preconizan. Su argumentación es
fundamentalmente pragmática: puede que no haya, efectivamente, suelo
realmente firme, pero si queremos explicar el mundo natural, debemos recurrir
al mundo social. Este es el único enfoque que creen de cierta utilidad para
abordar los problemas de las intersecciones entre las prácticas científico-
tecnológicas y otros ámbitos socioculturales: autoridad de los expertos, sistema
educativo, transferencia de tecnologías al tercer mundo, seguridad pública,
problemas ecológicos… (Collins y Yearley, 1992b: 383).

Collins y Yearley parecen entender, pues, que una de las funciones del
sociólogo del conocimiento científico consiste en proporcionar al no experto los
instrumentos y la posibilidad de intervención en asuntos científico-tecnológicos
de trascendencia social. Y esto es lo que Collins y Pinch se proponen como
objetivo en su libro El Golem (1993), donde defienden una comprensión pública
de la ciencia que no se limite a la alfabetización científico-tecnológica de los
ciudadanos, sino a la alfabetización respecto a las complejas interacciones
entre expertos, políticos, medios de comunicación y público en general. El
propósito de su libro es, entonces, el de "transformar la comprensión pública
del papel político de la ciencia y la tecnología" (1993: 145) revelando el
funcionamiento interno de la ciencia.

El realismo social que Collins y sus colaboradores prescriben está en


consonancia con el realismo social que también prescriben algunas autoras
feministas como Hilary Rose (1994), especialmente desde la tradición de la
epistemología del punto de vista. Su postura, como la de Collins, tiene una
motivación pragmática: la de escoger la táctica más apropiada para sus
objetivos y descartar estrategias metodológicas estériles en relación a los
mismos. Esta priorización del realismo social reconoce su propias limitaciones:
la necesidad de que la atención al "uso" de la práctica del estudioso de la
ciencia debe prevalecer sobre la espiral de la deconstrucción y la relativización.
Collins y Rose razonan del mismo modo: el posmodernismo relativista resulta
atractivo y sugerente, pero no podemos seguirlo hasta el final porque nos
debilita para defender nuestras posiciones. Se trata de una "falta de coraje",
según Grint y Woolgar (1995), común a posturas constructivistas y feministas.
Para ellos, la audacia epistemológica de la escalada relativista no obstaculiza
el compromiso sociopolítico, sino que, más bien, puede ponerse a su servicio;
no lleva a la inacción, sino al reconocimiento de la capacidad de cambio.

Un segundo debate se ha desarrollado en las páginas de Social Studies of


Science a propósito de la opción entre compromiso y neutralidad que debe
enfrentar el análisis de las controversias contemporáneas sobre ciencia y
tecnología. Frente a la apología que Scott, Richards y Martin hacen del
compromiso en los estudios sobre ciencia, bajo el supuesto de que sus análisis
proporcionan apoyo a la parte más débil (o sin menos recursos de alistamiento,
como diría Latour) en una controversia científica, Collins se decanta por la
neutralidad como objetivo, pese a ser un "gesto vano" en la medida en que sus
propios análisis de la empresa científica muestran que la neutralidad puede no
ser metodológicamente alcanzable: "incluso si se cree que toda contribución a
un debate científico es, de una u otra manera, política, la mejor reacción es

41
ignorarlo" (Collins, 1996: 233). Como en el debate del gallina epistemológico,
Collins recurre una vez más a un argumento pragmático para evitar un exceso
epistemológico o metodológico que se derivaría del seguimiento fiel de sus
propias prescripciones para el análisis de la ciencia. Optemos por los análisis
simétricos, pero respetemos la asimetría natural/social para poder asentarnos
sobre algún suelo seguro. La ciencia es política, pero mantengámoslas
separadas para poder sostener que la fuerza de nuestro enfoque radica en su
"cientificidad".

En este sentido, aun cuando Collins parezca contradecirse al defender la


implicación ciudadana en los asuntos científico-tecnológicos que les afectan, en
el primer debate, y rechazar el compromiso explícito en el segundo, sus
argumentaciones son consecuentes si, como parece suponer, el
reconocimiento de la no neutralidad (que hace equivaler a la defensa del
compromiso) supone que no hay diferencia entre el discurso y la práctica de la
ciencia y la política, lo que significaría una vez más pérdida de la potencia
crítica y la renuncia a su norma metodológica de la simetría. Dos "gestos
vanos" (el realismo social y la "costura" entre ciencia y política, o la
compartimentalización metodológica del mundo) para un mismo propósito, pero
que se asientan sobre supuestos problemáticos.

Las soluciones a la polémica que proponen el resto de los participantes tratan,


de una u otra forma, de trascender el dilema que subyace a las dos
controversias (la del gallina epistemológico y la de la política de la SCC): la
aparente incompatibilidad entre el radicalismo epistemológico y el radicalismo
social, desafiando los supuestos de Collins. Pels defiende posiciones "situadas,
parciales y comprometidas en un sentido político-epistemológico", Ashmore
sugiere una combinación de los dos radicalismos, Richards insiste en la
necesidad de contextualizar los propios análisis de SCC, Wynne ataca el marco
del debate y la cosificación de intereses e identidades sociales; Jasanoff
sacude también los cimientos de la polémica proponiendo sustituir las
controversias como lugar de análisis por la "coproducción de orden científico y
político"; Mol, Mesman y Singleton intentan mostrar en la práctica de casos de
estudio que el radicalismo epistemológico no tiene por qué estar reñido con el
compromiso sociopolítico (Richards y Ashmore, 1996). Son todas soluciones
que, en términos generales, tienden a rechazar el supuesto implícito de Collins
de que el analista, al renunciar a su neutralidad, deba renunciar al mismo
tiempo a la fuerza de su propia argumentación.

La propuesta de Brian Wynne (1996), por ejemplo, constituye una salida al


problema del tipo mencionado. Wynne considera que tanto Collins como
Martin, Richards y Scott cosifican a los actores sociales y las posturas
enfrentadas en una controversia científica. El modelo de la controversia como
lugar ideal para estudiar los mecanismos de elaboración de la ciencia
contribuiría a esta comprensión estática de las partes en conflicto, que ignora el
carácter abierto, cambiante y problemático de actores e intereses. A través de
dos ejemplos de controversias ambientales: la oposición ecologista a la energía
nuclear y los debates científicos sobre las estimación del efecto invernadero,
Wynne defiende la construcción mutua de lo natural y social (y la artificialidad
de la frontera entre ambos) y un uso de la reflexividad que nos permita

42
problematizar los valores e identidades de los sujetos, y evitar esa cosificación
que no hace justicia al carácter dinámico, contingente y condicional de las
identidades de los actores y sus valores, empobreciendo, por tanto, el análisis.
Desde esta postura, el analista de la ciencia no puede pretender tomar un
posición "a priori" de compromiso con la parte más débil en los conflictos (como
Martin, Richards y Scott postulan), porque la caracterización de las posturas y
las atribuciones de poder no son fijas e inmutables. Pero tampoco, como
defendería Collins, puede adoptar, ni siquiera como gesto vano, una posición
de neutralidad, que implicaría la existencia de un lugar privilegiado y
equilibradamente neutral desde el que contemplar las batallas entre dos
bandos estables y unidimensionales, un lugar que no existe. El énfasis en la
situación (Haraway, 1991) o la posicionalidad (Alcoff, 1988) y la negociación
entre múltiples identidades, son otras valiosas propuestas feministas en línea
con el enfoque de Wynne.

Referencias

Alcoff, L. (1988), "Cultural Feminism vs. Poststructuralism: The Identity Crisis in


Feminist Theory", Signs13/3.

Ashmore, M. (1996), "Ending Up On the Wrong Side: Must the Two Forms of
Radicalism Always Be at War?", Social Studies of Science 26: 305-322.

Collins, H.M. (1991), "Captives and Victims: Response to Scott, Richards and
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44
Tecno-optimistas y tecno-pesimistas
Hace 40 años, C.P. Snow (1964) denunciaba la separación creciente entre el
mundo de los humanistas y el mundo de los científicos. Snow, científico y
novelista, era perfectamente consciente, desde su posición privilegiada a
caballo entre los dos ámbitos, del desconocimiento y el desprecio con el que
unos y otros se relacionaban. Los humanistas, monopolizadores de la "cultura",
tomaban a los científicos como irresponsables fanfarrones. Los científicos, por
su parte, acusaban a los humanistas de pesimistas inútiles. Una división
curiosa, puesto que hace más de cuatro siglos hubiera sido impensable
entender la ciencia separada del humanismo, ya que ambas constituían un
único afán intelectual: el de la comprensión del mundo. Snow culpaba de esta
oposición antinatural a la educación, cada vez más especializada, que
convertía lo que era un solo empeño en dos edificios cuya construcción
conjunta acababa resultando imposible.

Ya de lleno en el siglo XXI, el diagnóstico de Snow sigue tan vigente como


entonces. Las "ciencias" y las "letras" constituyen a menudo vocaciones
separadas y sin intersección, y la especialización creciente, junto al
impresionante crecimiento del conocimiento en todos los campos, convierte en
hercúlea la tarea de estar al tanto, siquiera someramente, de mundos que no
son el nuestro. Al mismo tiempo, el mestizaje entre las dos culturas es hoy en
día también una tarea más urgente, si cabe, de lo que lo ha sido en cualquier
otro momento de la historia. Mientras la ciencia y el humanismo se desarrollan
una a espaldas del otro, los problemas acuciantes de nuestro mundo requieren
la participación conjunta de científicos y humanistas para su resolución.

A menudo ocurre también que a ambos lados de la persistente pero difusa


frontera que separa las dos culturas florecen actitudes opuestas respecto a la
importancia que la ciencia y la tecnología tienen para nuestras sociedades
contemporáneas. La actitud del científico, o del tecnocientífico, suele ser la del
optimismo triunfante: la ciencia y la tecnología son las tablas de salvación de la
humanidad. Ya sea el hambre en el mundo, los problemas ambientales, las
enfermedades, los riesgos tecnológicos o la pobreza, son todos ellos asuntos
para los que debemos buscar respuestas en la ciencia y la tecnología. La
ciencia y la tecnología representan el progreso, y gracias a ellas tenemos
técnicas médicas más avanzadas, comunicaciones más inmediatas y
sofisticadas, medios de transporte más rápidos y seguros, métodos más
baratos de producir alimentos o políticas económicas más justas. Por otra
parte, el humanista sucumbe a veces a la tentación tecno-pesimista,
argumentando que la ciencia y la tecnología han creado desigualdades y
catástrofes, y están poniendo en peligro el futuro de nuestro mundo y la
especie humana. Por supuesto, ni todos los científicos son "tecno-optimistas" ni
todos los humanistas son "tecno-pesimistas".

La actitud "tecno-optimista" puede rastrearse hasta siglos XVI y XVII, al calor


de las nuevas promesas traídas por la revolución científica. La nueva Atlántida
de Francis Bacon (1626) es uno de los ejemplos más representativos de este
nuevo espíritu. En la Casa de Salomón, los científicos trabajan para beneficio
de la humanidad, no solamente ideando formas perfectas de gobierno, sino

45
también dominando las fuerzas de la naturaleza. Este optimismo se reproduce
de manera especialmente significativa al finalizar la Segunda Guerra Mundial,
cuando Vannevar Bush (1945) redacta su informe "Ciencia, la frontera
inalcanzable", donde la metáfora utilizada, la de la conquista del oeste, apunta
en esta ocasión a una frontera a la que nunca se llega. Mientras el avance
hacia el oeste en la colonización del territorio de los actuales Estados Unidos
tenía como meta natural el océano Pacífico, el avance de la ciencia no tiene fin
(Sarewitz, 1996), diría Bush. La utopía conductista de B.F. Skinner, Walden
Dos (1948), podría considerarse otra de estas muestras de tecno-optimismo
triunfal, un mundo feliz en este caso logrado gracias a los principios del
condicionamiento operante aplicados por expertos psicólogos encargados del
gobierno y la organización social.

La tecnofobia tiene también una larga historia. Pese a las realidades y


promesas de la ciencia y la tecnología en relación con la mejora de las
condiciones de vida, su acelerado desarrollo ha traído también algunos riesgos
a menudo imprevisibles. Algunos sectores de la humanidad, además, han
sentido estos peligros como promesas, no de utópicos mundos felices, sino de
auténticas pesadillas. Los luditas en el siglo XIX destruían la maquinaria textil
temiendo que la mecanización de la producción trajera consigo la
deshumanización y la pérdida de puestos de trabajo. Intelectuales como Ortega
o Heidegger también criticaron la deshumanización implicada por la tecnología.
En los años 60 y 70, grupos sociales de ciudadanos y científicos denunciaron
los riesgos de la ciencia y la tecnología para el medio ambiente (movimiento
ecologista), la paz en el mundo (lucha contra la carrera de armamentos) o la
igualdad entre los seres humanos (crítica a los determinismos biológicos).
Luditas de finales del siglo XX, como el famoso terrorista Unabomber, conciben
la creciente tecnologización de nuestro mundo como un elemento indeseable
para la humanidad. Y, en la actualidad, desde Jeremy Rifkin a Jürgen
Habermas, por ejemplo, pensadores de corrientes y enfoques diversos critican
los potenciales peligros del desarrollo de la emergente tecnociencia
biotecnológica: sus riesgos sociales y sus peligros morales.

A un lado de la barrera que separa estos otros dos mundos, el de los tecnófilos
radicales del de los tecnófobos extremos, en uno la ciencia y la tecnología se
conciben como benefactoras, al otro como perversas. Ambas tesis opuestas,
sin embargo, coinciden en un punto central en el que consiste también su
principal debilidad. Al pensar sobre la ciencia y la tecnología desde el punto de
vista de sus efectos sobre las sociedades y las vidas humanas, asumen
implícita o explícitamente la tesis de la autonomía de la tecnología y, asociada
a ella, la del determinismo tecnológico. Es decir, tanto si pensamos que la
tecnociencia es la solución como si pensamos que es el problema, estamos
pasando por alto el hecho de que es un producto humano, y otorgándole una
autonomía con respecto a sus creadores que es la que produce consecuencias
incontrolables sobre nuestras formas de vida. Ciertamente, es a menudo
claramente imprevisible conocer de antemano cuáles serán las consecuencias
de las investigaciones básicas. Los pioneros de la investigación sobre campos
electromagnéticos en el siglo XIX, por ejemplo, poco podrían prever que uno de
sus frutos tecnológicos, la televisión, se iba a convertir en un elemento clave de
la cultura a finales del siglo XX. Por otra parte, sin embargo, la mayor parte de

46
la investigación que se hace hoy en día es "investigación estratégica", esto es,
investigación estratégicamente dirigida hacia algún objetivo concreto o el
desarrollo de determinada tecnología. Las diferencias en distribución de
recursos entre distintas áreas de la tecnociencia y los cambios que esta
distribución sufre al hilo de la historia constituyen un claro ejemplo de la
canalización social de los procesos tecnocientíficos, y un argumento en contra
de unas tesis fuertes de la autonomía de la tecnología y el determinismo
tecnológico (véase Sarewitz, 1996).

La tecnociencia, por tanto, tiene consecuencias sobre las vidas humanas, pero
una cara igualmente importante de la relación entre la ciencia, la tecnología y la
sociedad es el modelado social que tiene lugar durante sus procesos de
construcción. En la medida en que atendamos a estos procesos, así como a los
intereses y eventualidades que contribuyen a que adopten las formas que
damos por supuestas, estaremos reuniendo argumentos que nos proporcionen
una imagen de la ciencia y la tecnología más ajustada y más realista. En esa
nueva imagen, las bondades o maldades achacables a la tecnociencia no lo
son de forma natural o inherente, sino a través de las fuerzas, intereses y
valores que hayan desencadenado determinadas preguntas, ciertos desarrollos
tecnológicos o algunas aplicaciones de los mismos. Puesta en duda en
paréntesis la tesis del determinismo tecnológico, podemos recuperar la
posibilidad de intervenir sobre el desarrollo de la ciencia y la tecnología y sus
consecuencias sociales.

Referencias

Bacon, F. (1626), "La Nueva Atlántida", en: Utopías del Renacimiento, Madrid:
FCE, 1990.

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47
Sarewitz, D. (1996), Frontiers of Illusion: Science, Technology, and the Politics
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Snow, C.P. (1964), Las dos culturas y un segundo enfoque, Madrid: Alianza,
1974.

48
Autonomía de la tecnología y determinismo
tecnológico
El tema de la autonomía de la tecnología y el determinismo tecnológico ha
dividido a la comunidad de investigadores CTS. Por una parte, desde CTS
como "movimiento" se apuntaban los efectos perniciosos de un crecimiento
tecnológico descontrolado sobre sociedades sometidas. Según la conocida
metáfora de Langdon Winner (1986), las tecnologías tienen el poder de
transformar nuestros modos de vida y de hacernos caminar sonámbulos a
través de los procesos de reconstrucción tecnológica de nuestras existencias.
Las tecnologías tienen génesis ligadas a contingencias humanas, sin embargo,
en cierto momento alcanzan un punto de no retorno y su desarrollo se convierte
en autónomo respecto a sus creadores (síndrome de Frankenstein), de tal
modo que esclavizan y someten los destinos humanos. Existen a nuestro
alrededor abundantes ejemplos de esta esclavitud tecnológica: los recientes
caos producidos por caídas de los sistemas de electricidad en Estados Unidos
o Italia, la capacidad de una inusitada afluencia de tráfico para colapsar una
ciudad y causar víctimas, o las transformaciones radicales que las nuevas
tecnologías de la información y las comunicaciones están introduciendo en las
vidas de usuarios, las relaciones internacionales y el comercio mundial son
algunos ejemplos de cómo los destinos humanos están de algún modo
irreversiblemente guiados por desarrollos tecnológicos que han terminado por
imponerse a expectativas, deseos y voluntades.

Los enfoques "académicos" de CTS, sin embargo, subrayan que la ciencia y la


tecnología son actividades sociales, y rechazan la idea del determinismo
tecnológico sustituyéndolo en algunas versiones por alguna forma de
"determinismo social", especialmente en las corrientes constructivistas. El
"determinismo social" tiene la ventaja de que, al defender las posibilidades de
incidir sobre el desarrollo tecnológico y, por tanto, sobre sus efectos en
nuestras formas de vida, permite una vía de escape de las interpretaciones
más pesimistas de la idea del "determinismo tecnológico". Como productos
humanos que son, las tecnologías, incluso aquellas que en apariencia son más
autónomas, están de hecho dirigidas y guiadas por factores rastreables en
intereses, voluntades o eventualidades humanas. Sacar estos factores a la luz,
haciéndolos explícitos, se entiende como la estrategia más efectiva para poder
incidir sobre su control.

Langdon Winner (2001a) ha escogido volver sobre el tema del determinismo


tecnológico en su contribución al libro en el que Stephen H. Cutcliffe y Carl
Mitcham tratan de clarificar la naturaleza de CTS y apuntar desarrollos futuros.
Winner, en otro de sus finos análisis, señala la ironía que supone el hecho de
que, mientras en el mundo académico han triunfado las nociones de
"construcción social" o "modelado social" de las tecnologías, el mundo "ahí
afuera" sufre más que nunca las consecuencias de su "modelado tecnológico"
y determinación tecnológica. Quizá el ejemplo más evidente sea el del
desarrollo de la informática: "la tecnología acelera rápidamente y hay que estar
al día" son las palabras de S. Brand en la revista Wired. Y esto lo saben bien
los millones de usuarios de ordenadores que se las ven y se las desean para

49
no perder el tren de esta rápida aceleración. Economistas, políticos y teóricos
de las TIC señalan el desarrollo de estas tecnologías como el evento que
marcará el futuro de la humanidad en el nuevo milenio: transformaciones que
afectarán desde la vida íntima a las relaciones internacionales. Para Winner, la
literatura académica sobre elección, democratización, construcción social de la
tecnología es voluntarista e ingenua, hecha de espaldas a una cruda realidad
en la que las opciones disponibles son realmente escasas.

Otros autores, como Lars Fuglsang (2001) han buscado un camino intermedio
diferenciando entre estadios del desarrollo de una tecnología. Al principio, la
tecnología será flexible y susceptible de control y "modelado social". Pero a
partir de cierto punto, adquirirá "momentum" y vida propia, haciéndose cada
vez más complicado incidir sobre su desarrollo y derivando en la fase de
"difusión" en algún tipo de "determinismo tecnológico" más o menos fuerte. No
hay que olvidar, no obstante, que el "momentum" para Thomas Hughes (1987)
no significa autonomía y, por tanto, determinismo. Las tecnologías logran para
Hughes inercia, pero siguen sometidas a las fuerzas externas (como intereses
invertidos) que sostienen su mantenimiento.

Es similar la propuesta de Wiebe Bijker (2001) de reconciliar los enfoques


constructivistas con la politización de la comprensión de CTS como
movimiento. Según Bijker, mostrar la flexibilidad interpretativa de los artefactos,
es decir, argumentar su maleabilidad y contingencia, es crucial para
fundamentar una "política de la tecnología". Así y todo, los artefactos pueden
ser más o menos pertinaces e inflexibles, dependiendo del punto de su
desarrollo que consideremos y de nuestra posición como actores frente a ellos.

Referencias

Bijker, W. E., T. P. Hughes y T. Pinch (eds.) (1987/1999), The Social


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History of Technology, Cambridge, MA: MIT Press.

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Cutcliffe y Mitcham (2001), pp. 35-50.

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et al. (1987).

López Cerezo, J. A. y J. M. Sánchez Ron (eds.) (2001), Ciencia, tecnología,


sociedad y cultura en el cambio de siglo. Madrid: Biblioteca Nueva.

50
Winner, L. (1986), La ballena y el reactor. Barcelona: Gedisa, 1987.

Winner, L. (2001a), "Where Technological Determinism Went", en: Cutcliffe y


Mitcham (2001), pp. 1-18.

Winner, L. (2001b), "Dos visiones de la civilización tecnológica", en: López


Cerezo y Sánchez Ron (2001), pp. 55-65

51
Winner frente a Woolgar: dos tradiciones
enfrentadas
El debate entre Steve Woolgar y Langdon Winner nos sirve para colocar los
términos de la polémica entre las tradiciones académica y activista en CTS. La
aplicación a la tecnología de las estrategias del constructivismo social
desarrolladas para el análisis de la ciencia habría tenido para Winner (1993)
consecuencias indeseables, al desviar la atención de los aspectos realmente
relevantes de la influencia de la tecnología sobre la sociedad. Esta denuncia de
Winner puede entenderse en términos generales como una crítica a todo el
programa de la construcción social de la ciencia y la tecnología (SCOT). En
particular, Winner denuncia cuatro puntos clave en los que sus objetivos se
separan de los de los constructivistas.

En primer lugar, Winner critica el desinterés de la sociología del conocimiento


por los efectos de las elecciones tecnológicas (y científicas) sobre la sociedad,
precisamente el punto central de sus propios análisis. La aplicación a la
tecnología del programa de investigación de la sociología del conocimiento
científico, interesado en explorar los orígenes del conocimiento, habría tenido
como resultado que también en el caso del fenómeno tecnológico el foco se
sitúe en los orígenes y dinámica de la innovación tecnológica.

Otra de las debilidades que Winner señala en los análisis de los


constructivistas sociales es la estrategia metodológica consistente en la
identificación de los grupos sociales relevantes que participan en el proceso de
definición de los problemas tecnológicos, la búsqueda y estabilización de
soluciones, etc. El problema es, precisamente, que se dejan de lado los grupos
no relevantes, es decir, aquellos que no tienen la oportunidad de participar en
la construcción de conocimiento o artefactos tecnológicos.

Un tercer problema lo constituye su estrechez de miras a la hora de considerar


los factores que influyen sobre la dinámica del cambio tecnológico. Winner
critica a los constructivistas por centrarse únicamente en las necesidades
inmediatas, intereses, problemas y soluciones de grupos específicos, sin tener
en cuenta los factores culturales, intelectuales o económicos de mayor alcance
que actúan sobre la tecnología mediante su influencia sobre las estructuras
sociales en sentido amplio (el programa fallido de la macrosociología del
conocimiento científico de la Escuela de Edimburgo).

La última crítica se refiere al relativismo de los análisis constructivistas,


propiciado por el supuesto de la flexibilidad interpretativa de los artefactos
tecnológicos, afirmaciones de conocimiento, datos… Según Winner, el
relativismo confiere un carácter ideológicamente conservador al

52
constructivismo, ya que impide emitir juicios de valoración de los desarrollos
tecnológicos. De este modo, si todas las posibles interpretaciones de un
artefacto o una teoría científica son igualmente válidas, no disponemos de
ningún criterio para oponernos a las desigualdades e injusticias que la ciencia y
la tecnología puedan promover, lo que equivale a contribuir al mantenimiento
del statu quo.

Foto: Langdon Winner

Así pues, Winner considera que si bien es importante analizar cómo se


construyen la ciencia y la tecnología, es más relevante explorar qué podemos
hacer para favorecer la democratización de los proyectos y sistemas científico-
tecnológicos; Woolgar, por su parte, recela ante cualquier postura que vaya
más allá del plano descriptivo para pretender erigirse en juez moral. Para
Winner, el relativismo epistémico y el relativismo moral van de la mano
componiendo una actitud perversa, mientras que para Woolgar, las
adscripciones de privilegio epistémico y moral resultan sospechosas.

Algo similar ocurre con la polémica entre acerca de cuál es la postura que debe
tomar el sociólogo del conocimiento científico respecto a sus casos de estudio:
compromiso o neutralidad (Collins 1991; Scott et al., 1990). Lo que subyace a
esta polémica es el horror de Harry Collins y muchos otros a mezclar
compromiso con ciencia, lo que los muestra atados (aunque sea como "gesto
vano", en la expresión de Collins) a una concepción epistemológica según la
cual existe un punto de vista privilegiado, no condicionado, capaz de garantizar
la neutralidad del analista.

En todas las polémicas señaladas encontramos la intersección entre dos


problemas y sus diferentes soluciones. Uno de ellos se refiere a los objetivos
de CTS, donde las opciones van desde la mera descripción de los procesos de
conformación de la ciencia y la tecnología hasta objetivos sociopolíticos
concretos. En el otro problema se enfrentan distintas concepciones del
conocimiento científico y la posibilidad de privilegio epistémico. Cuando el
análisis de la ciencia y la tecnología entendido como independiente de
cualquier objetivo sociopolítico se combina con la posibilidad de acceso a la
realidad no contaminada por la situación del analista, se suscitan las críticas
desde las posiciones epistemológicas tradicionales, o la postura de la
neutralidad del analista defendida por Harry Collins (salvando las grandes
diferencias entre ellas). El objetivo descriptivo, en combinación con una postura
en la que se cuestione la posibilidad de privilegio epistémico, resulta en
relativismos radicales, como los defendidos por Woolgar o Latour. Sin
embargo, cuando el análisis de la ciencia y la tecnología se entiende ligado a
determinados objetivos sociopolíticos, la negación de la posibilidad de privilegio
epistémico supone un importante obstáculo para la consecución de los mismos,
de ahí la resistencia de Langdon Winner a seguir el camino marcado por los
constructivistas.

No obstante, muchos autores exploran caminos intermedios. En su conferencia


plenaria al ser nombrado Presidente de la Society for Social Studies of Science
en 2001, Wiebe E. Bijker, por ejemplo, hace una defensa clara y rotunda del

53
"compromiso" del investigador CTS. Apelando a la trascendencia de la cultura
tecnológica actual, Bijker reclama el papel de CTS en la democratización de
esta cultura y la necesidad de que los investigadores CTS asuman el rol de
"intelectuales públicos". No es de ningún modo casual que Bijker se haya
iniciado en el movimiento holandés sobre ciencia y sociedad a mediados de los
años 70, un movimiento centrado en la proliferación nuclear, los riesgos de
terrorismo biológico y nuclear..., es decir, en los peligros para las sociedades
de una ciencia y tecnología descontroladas. Bijker, sin embargo, al contrario
que Langdon Winner y otros representantes del sector comprometido de CTS
sobre todo en Estados Unidos, encuentra claramente fructíferos los desarrollos
en sociología del conocimiento científico desarrollados a partir del Programa
Fuerte de Edimburgo, pese a sus críticas al "agnosticismo" que la agenda de
investigación en estudios sobre ciencia manifiesta respecto a cuestiones
políticas y sociales relacionadas con las implicaciones de sus hallazgos acerca
de la naturaleza de la empresa tecnocientífica y de la cultura tecnocientífica. La
idea de los investigadores en CTS como "intelectuales del nuevo milenio" de
Bijker combina de forma que reconoce difícil el trabajo académico serio con su
función de "ingenieros sociales" en temas como la ciencia y la tecnología para
el desarrollo, la democratización o la sostenibilidad de las sociedades.

Referencias

Bijker, W. E. (2003), "The Need for Critical Intellectuals", Science, Technology,


and Human Values 28/4.

Collins, H.M. (1991), "Captives and Victims: Response to Scott, Richards and
Martin", Science, Technology, and Human Values 16/2: 249-251.

Scott, P., E. Richards y B. Martin (1990), "Captives on Controversy: The Myth of


the Neutral Social Research in Contemporary Scientific Controversies",
Science, Technology, & Human Values 15/4: 474-494.

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Constructivism and the Philosophy of Technology", Science, Technology &
Human Values 18.

54
CTS Como ámbito interdisciplinario de estudio
Una de las grandes ventajas de los estudios CTS es la interdisciplinaridad a la
hora de abordar las cuestiones relacionadas con la ciencia y la tecnología. Del
mismo modo que resulta difícil ofrecer una definición unitaria y comprehensiva
de en qué consiste CTS, también resulta igualmente complicado delimitar
quiénes son sus practicantes. Según Susan Cozzens (2001), el "problema
CTS" es ubicuo en nuestras vidas, ya que la ciencia y la tecnología se han
convertido en elementos clave en gran parte de los grandes problemas de
nuestro tiempo: la degradación ambiental, las guerras, la salud, la pobreza...
Sin embargo, las personas implicadas en la "respuesta CTS", los que perciben
los problemas y están involucrados en la búsqueda de soluciones, son muchos
más de los que pondrían una pegatina de "CTS" en su coche, dice Cozzens, o
de los que se presentarían como aspirantes a una plaza de perfil "CTS" en una
universidad o un centro de investigación, podríamos añadir. De la "respuesta
CTS" se ocupan ONGs, asociaciones de ingenieros y científicos sensibilizados
y comprometidos, políticos, periodistas, educadores, ciudadanos
responsables... y, por supuesto, también aquellas personas de los ámbitos
académicos que se sienten identificadas con la etiqueta y se encargan más de
comprender, analizar y proponer, que de llevar a la práctica las acciones
necesarias para solucionar los problemas. En condiciones ideales, ambos
grupos, los que analizan el problema y los que actúan para resolverlo, deberían
cooperar en aras de una mejor comprensión de las interacciones ciencia-
tecnología-sociedad y una mayor eficacia de las actuaciones. En la práctica,
estas cooperaciones funcionan de forma limitada.
Entre los practicantes de CTS en el mundo académico hay una amplia variedad
de orígenes disciplinarios que enriquecen enormemente el tratamiento de los
problemas relacionados con la ciencia y la tecnología. En los últimos treinta
años se han producido un buen número de "fertilizaciones cruzadas" entre
instrumentos conceptuales y metodológicos de las distintas disciplinas
involucradas en CTS. Sociólogos e historiadores de la ciencia, por ejemplo, han
reunido esfuerzos para ofrecer "reconstrucciones sociológicas" de episodios
históricos. Del mismo modo, los filósofos han colaborado con sociólogos e
historiadores en intentar dilucidar los mecanismos mediante los cuales los
factores contextuales inciden sobre contenidos teóricos y su aceptación.
Sociólogos de la ciencia y sociólogos de la tecnología han descubierto cómo
"beneficiarse mutuamente" gracias al programa de "construcción social de la
ciencia y la tecnología" propuesto por Wiebe Bijker y Trevor Pinch.
Economistas de la innovación se han aliado con sociólogos e historiadores de
la tecnología para proponer nuevos modelos que den cuenta de la innovación
tecnológica. Especialistas en ciencia política y en comunicación interactúan con
filósofos, antropólogos o psicólogos en el estudio de la percepción y
comunicación de riesgos...
Comienzan también a ofrecerse programas de formación "interdisciplinar",
doctorados y maestrías, lo que es una buena manera de superar los apegos
disciplinares y fomentar el aprovechamiento mixto de metodologías y teorías.

55
Mapa de disciplinas CTS, según Susan Cozzens (2001)

No obstante, y pese a todos los esfuerzos interdisciplinares, la división entre las


disciplinas sigue siendo un listón difícil de superar, y la identidades en gran
medida definidas por el marco de la formación. La pervivencia de las disciplinas
se encuentra en la variedad de metodologías, enfoques, preguntas de
investigación, objetivos.... No existe en CTS un conjunto de conceptos y
metodologías comunes que unifiquen el campo. Aunque la falta de
homegeneidad no tiene necesariamente connotaciones negativas, Cozzens
interpreta como un fallo esta dispersión y desunificación, defendiendo las
ventajas que tendría contar con un "núcleo común" que fuera el fundamento de
una auténtica "postdisciplinariedad" en el campo. No ha de entenderse, no
obstante, que su ideal de unificación no admita la diversidad: la mirada que
defiende Cozzens es la que busca las complementariedades y comunalidades
entre los diversos enfoques, frente a la que se empeña a subrayar desacuerdos
o a imponer un paradigma único eliminando la competencia. De este modo,
considera que las relaciones entre los ámbitos de la investigación, la educación
y la política serían más fructíferas.

Referencia

Cozzens, S. (2001), "Making Disciplines Disappear in STS", en: S. H . Cutcliffe


y C. Mitcham (eds.) (2001), Visions of STS. Counterpoints in Science,
Technology, and Society Studies. Albany, NY: State University of New York
Press.

56
Perspectivas futuras de CTS
¿Qué es en definitiva CTS? Desde los años 70 se han sucedido esfuerzos
encaminados a la formalización y profesionalización del campo de estudios
sobre ciencia, tecnología y sociedad: programas de doctorado, departamentos
universitarios, institutos de investigación, revistas, sociedades profesionales...
Todo ello trata de crear espacios para un tipo de investigación para la que a
menudo es difícil encontrar un lugar en la rígida división disciplinar de gran
parte del trabajo académico. 30 años después de los primeros esfuerzos CTS,
una de las principales sociedades del campo, la Society for the Social Study of
Science (4S), fundada en 1975, crea una comisión para debatir sobre el futuro
de CTS con varios temas sobre la mesa que reflejan la evolución reciente y las
actuales tensiones de este ámbito de estudio.

Uno de los temas se refería a la necesidad de abrir un debate sobre el nombre


mismo de la asociación. Si las 4S trata de consolidarse como la asociación más
representativa del campo CTS, declarar que su objetivo es el "estudio social de
la ciencia" deja fuera ámbitos como los de la tecnología y la medicina, que
constituyen parte central de las preocupaciones de aquellos que se definen
como practicantes de CTS. Ampliar el objeto de estudio parece un requisito
indispensable si se pretende representar la realidad de CTS. Adjetivar además
como "social" el tipo de análisis realizado choca con las tendencias más
recientes en las que se defiende la "co-producción" de naturaleza y sociedad,
de tal modo que lo "social" no puede erigirse en explicación de lo "natural". La
evolución del campo de estudios sobre ciencia y tecnología hacía necesario
plantearse la posibilidad de este cambio de denominación. La idea del cambio,
sin embargo, fue rechazada, no tanto por inapropiada como por mantener un
nombre ya conocido y reconocido, ampliando, no obstante, la descripción de
las tareas que se inscriben dentro de la sociedad: "El propósito fundamental es
reunir a aquellas personas interesadas en la compresión de la ciencia, la
tecnología y la medicina, incluyendo la forma en la que se desarrollan e
interactúan con sus contextos sociales".

Otro de los retos a los que se enfrenta la renovación de las 4S es el de la


globalización. Aunque CTS, como empresa académica y como movimiento
social, nace en países de lengua inglesa, el estudio social de la ciencia y la
tecnología ha ido adquiriendo un ímpetu creciente en todos los rincones del
mundo: Asia, el este de Europa o los países iberoamericanos son algunos de
los focos de este interés renovado por la ciencia y la tecnología en la periferia.
El tradicional desarrollo de CTS en los países occidentales ha tenido como
consecuencia, sin duda alguna, sesgos en las teorías y los casos de estudio
abordados. Comprender la ciencia y la tecnología en sus contextos sociales
implica, inevitablemente, estudiar los procesos de desarrollo histórico, las
políticas científico-tecnológicas y las peculiaridades propias de los países no
occidentales. Las 4S se compromete a facilitar la incorporación de académicos
periféricos y la promoción de los estudios sobre regiones específicas.

Quizá uno de los debates de más trascendencia de los que tienen lugar dentro
de CTS es el relacionado con la disyuntiva entre compromiso y neutralidad.
Aunque CTS se ocupa a menudo de cuestiones relacionadas con la política de

57
la ciencia y la tecnología, de temas de valores, ética, raza, género, o, de un
modo general, del modo en el que la ciencia y la tecnología inciden sobre
nuestras formas de vida, esta comprensión crítica de los fenómenos estudiados
no se refleja en la implicación directa de los expertos en CTS en política
científica, o en el desarrollo de propuestas normativas que promuevan la
justicia, la democracia y el desarrollo a través de la ciencia y la tecnología. Uno
de los propósitos para el futuro de las 4S es el de promover la implicación
política fomentando la discusión sobre cuestiones éticas y valorativas,
centradas en temas urgentes de las agendas públicas, a través de simposios,
paneles, sesiones plenarias en los congresos, números monográficos o
secciones especiales en las revistas del área, etc., etc. El esfuerzo por
aprovechar los conocimientos adquiridos en el estudio de la ciencia y la
tecnología en sus contextos para problemas socialmente relevantes ha de ser
complementado también con el acercamiento a científicos, tecnólogos,
ingenieros, comunicadores y políticos relacionados con la ciencia y la
tecnología.

El comité también se ocupó de cómo mejorar la legitimación y el prestigio de


CTS, proporcionando mejores oportunidades de empleo para los nuevos
doctores formados en programas interdisciplinares; así como la búsqueda de
nuevas fuentes de financiación.

Todos estos temas indican algunos cambios y tendencias dentro del campo.
Tratándose de un ámbito multidisciplinar, en el que concurren multitud de
enfoques, metodologías, fines y objetivos, CTS nunca ha tenido una identidad
bien definida. Oscilando entre movimiento de denuncia social y empresa
académica de análisis del fenómeno científico-tecnológico, ha tenido que luchar
por encontrar un espacio propio. Una de las estrategias de esta búsqueda ha
sido la de tratar de delimitar CTS como campo de trabajo académico
políticamente neutral, absteniéndose de implicarse en debates o denuncias que
parecerían obstaculizar el trabajo intelectual serio. No obstante, la intensa
relación con las investigaciones desde una perspectiva de género o
medioambiental, por ejemplo, choca frontalmente con la pretendida neutralidad.
Asistimos en la actualidad a un intento de abandonar la torre de marfil en la que
algunos especialistas en CTS se habían voluntariamente confinado esperando
de este modo alcanzar reconocimiento académico para enfrentarse de nuevo
con problemas prácticos, toma de partido y adquisición de compromisos.

Referencia

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Análisis de algunos de los aspectos más característicos de la cultura
tecnológica: noción de progreso tecnológico, modelado social de la tecnología,
el papel de los expertos y del público en las controversias y políticas públicas
sobre tecnología... Se completa con el análisis de dos casos de estudio: el Plan
Delta en Holanda y el ensanche de Barcelona. Una heterogénea combinación
de perspectivas filosóficas y sociológicas.

Biagioli, M. (ed.) (1999), The Science Studies Reader. Nueva York/Londres:


Routledge.

El historiador de la ciencia Mario Biagioli recoge una de las más significativas y


ambiciosas antologías de artículos en el campo de los estudios sobre ciencia.
Se incluyen también algunos textos sobre tecnologías.

Cutcliffe, S. H. y C. Mitcham (eds.) (2001), Visions of STS: Counterpoints in


Science, Technology and Society. Albany, NY: State University of New York
Press.

Colección de artículos editada por dos de los principales representantes de la


rama activista de CTS en Estados Unidos. Varios autores discuten algunos de
los retos de futuro para CTS: las tensiones del campo, la convergencia entre
las ramas activista y académica, el problema del determinismo tecnológico, el
papel de los estudios de género...

González García, M. I., J. A. López Cerezo y J. L. Luján López (1996), Ciencia,


tecnología y sociedad. Una introducción al estudio social de la ciencia y la
tecnología. Madrid: Tecnos.

Introducción a los estudios CTS: contextualización histórica, tendencias y


enfoques. Se completa con algunos casos de estudio ilustrativos.

González García, M. I., J. A. López Cerezo y J. L. Luján López (eds.) (1997),


Ciencia, tecnología y sociedad: lecturas seleccionadas. Barcelona: Ariel.

Colección de artículos representativos de las principales áreas temáticas de


CTS: sociología del conocimiento científico y de la tecnología, política científica,
economía del cambio técnico, estudios de género...

Ibarra, A. y J. A. López Cerezo (2001) (eds.), Desafíos y tensiones actuales en


ciencia, tecnología y sociedad. Madrid: Biblioteca Nueva.

Selección de textos centrados en las tensiones entre CTS entendida como


campo de trabajo académico y CTS entendida como movimiento social.

Jasanoff, S., G. E,. Markle, J. C. Petersen, T. Pinch (eds.) (1995), Handbook of


Science and Technology Studies, Thousand Oaks, CA: Sage.

Se trata de la antología más amplia del campo CTS, cubriendo una gran
diversidad de temas. Una buena selección de autores que presenta,
fundamentalmente, panorámicas de sus campos de estudio.

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López Cerezo, J. A. y J. M. Sánchez Ron (2001) (eds.), Ciencia, tecnología,
sociedad y cultura en el cambio de siglo. Madrid: Biblioteca Nueva.

Colección de ensayos por autores de muy diversas procedencias geográficas y


disciplinares acerca de los problemas a los que se enfrenta la ciencia y la
tecnología contemporáneas.

Solís, C. (1994), Razones e intereses. Barcelona: Paidós.

Un análisis riguroso, documentado e iluminador de los enfoques en sociología


del conocimiento científico. Incluye una selección de textos de algunos de los
autores más representativos.

Winner, L. (1986), La ballena y el reactor. Barcelona: Gedisa, 1987.

Todo un clásico de la crítica política de la tecnología por uno de los autores


más carismáticos del activismo CTS.

Enlaces
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Contiene muchos artículos sobre teoría del actor-red.
http://www.comp.lancs.ac.uk/sociology/research/resalph.htm#law

Página personal de Langdon Winner, con artículos on-line.


http://www.rpi.edu/~winner/

Página personal de Bruno Latour, con artículos on-line.


http://www.ensmp.fr/~latour/

Revista electrónica de la Society for the Philosophy of Technology (SPT)


http://scholar.lib.vt.edu/ejournals/SPT/spt.html

Gran cantidad de artículos y libros sobre CTS del investigador australiano Brian
Martin en su página web.
http://www.uow.edu.au/arts/sts/bmartin/pubs/sts.html

Español

“Sala de lectura” virtual del CTS+I de la OEI. Gran cantidad de artículos en


todas las áreas de CTS.
http://www.campus-oei.org/salactsi/

Página de la Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología, Sociedad e


Innovación, publicación on-line.
http://www.campus-oei.org/revistactsi/index.html

69
Selección de enlaces sobre CTS, incluyendo muchos artículos sobre temas
diversos, recopilada para el Ministerio de Educación español.
http://www.cnice.mecd.es/enlaces/cientecsoc.htm

70

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