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sacó de su camisa, porque no tenía más que una sola ca-

La tortuga gigante misa, y no tenía trapos. La había llevado arrastrando por- Dicho esto, cortó enredaderas finas y fuertes, que son — ¡Qué tortuga! —dijo el ratón—. Nunca he visto una tor-
Horacio Quiroga
que la tortuga era inmensa, tan alta como una silla, y pe- como piolas, acostó con mucho cuidado al hombre encima tuga tan grande. ¿Y eso que llevas en el lomo, qué es? ¿Es
saba como un hombre. de su lomo, y lo sujetó bien con las enredaderas para que leña?
Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires, y es- no se cayese. Hizo muchas pruebas para acomodar bien la
taba muy contento porque era un hombre sano y trabaja- La tortuga quedó arrimada a un rincón, y allí pasó días y escopeta, los cueros y el mate con víboras, y al fin consi- — No —le respondió con tristeza la tortuga—. Es un hom-
dor. Pero un día se enfermó, y los médicos le dijeron que días sin moverse. guió lo que quería, sin molestar al cazador, y emprendió bre.
solamente yéndose al campo podría curarse. Él no quería entonces el viaje.
ir, porque tenía hermanos chicos a quienes daba de comer; El hombre la curaba todos los días, y después le daba gol- — ¿Y adónde vas con ese hombre? —añadió el curioso
y se enfermaba cada día más. Hasta que un amigo suyo, pecitos con la mano sobre el lomo. La tortuga, cargada así, caminó, caminó y caminó de día y ratón.
que era director del Zoológico, le dijo un día: de noche. Atravesó montes, campos, cruzó a nado ríos de
La tortuga sanó por fin. Pero entonces fue el hombre quien una legua de ancho, y atravesó pantanos en que quedaba — Voy... voy... Quería ir a Buenos Aires —respondió la po-
— Usted es amigo mío, y es un hombre bueno y trabajador. se enfermó. Tuvo fiebre, y le dolía todo el cuerpo. casi enterrada, siempre con el hombre moribundo encima. bre tortuga en una voz tan baja que apenas se oía—. Pero
Por eso quiero que se vaya a vivir al monte, a hace mucho Después de ocho o diez horas de caminar, se detenía, des- vamos a morir aquí, porque nunca llegaré...
ejercicio al aire libre para curarse. Y como usted tiene mu- Después no pudo levantarse más. La fiebre aumentaba hacía los nudos, y acostaba al hombre con mucho cuidado,
cha puntería con la escopeta, cace bichos del monte para siempre, y la garganta le quemaba de tanta sed. El hombre en un lugar donde hubiera pasto bien seco. — ¡Ah, zonza, zonza! —dijo riendo el ratoncito—. ¡Nunca
traerme los cueros, y yo le daré plata adelantada para que comprendió entonces que estaba gravemente enfermo, y vi una tortuga más zonza! ¡Si ya has llegado a Buenos Ai-
sus hermanitos puedan comer bien. habló en voz alta, aunque estaba solo, porque tenía mucha Iba entonces a buscar agua y raíces tiernas, y le daba al res! Esa luz que ves allá, es Buenos Aires.
fiebre. hombre enfermo. Ella comía también, aunque estaba tan
El hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al monte, lejos, cansada que prefería dormir. Al oír esto, la tortuga se sintió con una fuerza inmensa, por-
más lejos que Misiones todavía. Hacía allá mucho calor, y — Voy a morir —dijo el hombre—. Estoy solo, ya no puedo que aún tenía tiempo de salvar al cazador, y emprendió la
eso le hacía bien. levantarme más, y no tengo quien me dé agua, siquiera. A veces tenía que caminar al sol; y como era verano, el marcha.
Voy a morir aquí de hambre y de sed. cazador tenía tanta fiebre que deliraba y se moría de sed.
Vivía solo en el bosque, y él mismo se cocinaba. Comía Gritaba: ¡agua!, ¡agua!, a cada rato. Y cada vez la tortuga Y cuando era de madrugada todavía, el director del Jardín
pájaros y bichos del monte, que cazaba con la escopeta, y Y al poco rato la fiebre subió más aún, y perdió el conoci- tenía que darle de beber. Zoológico vio llegar a una tortuga embarrada y sumamente
después comía frutos. Dormía bajo los árboles, y cuando miento. flaca, que traía acostado en su lomo y atado con enreda-
hacía mal tiempo construía en cinco minutos una ramada Así anduvo días y días, semana tras semana. Cada vez deras, para que no se cayera, a un hombre que se estaba
con hojas de palmera, y allí pasaba sentado y fumando, Pero la tortuga lo había oído, y entendió lo que el cazador estaban más cerca de Buenos Aires, pero también cada día muriendo. El director reconoció a su amigo, y él mismo fue
muy contento en medio del bosque que bramaba con el decía. Y ella pensó entonces: la tortuga se iba debilitando, cada día tenía menos fuerza, corriendo a buscar remedios, con los que el cazador se
viento y la lluvia. aunque ella no se quejaba. A veces se quedaba tendida, curó enseguida.
— El hombre no me comió la otra vez, aunque tenía mucha completamente sin fuerzas, y el hombre recobraba a me-
Había hecho un atado con los cueros de los animales, y lo hambre, y me curó. Yo le voy a curar a él ahora. dias el conocimiento. Y decía, en voz alta: Cuando el cazador supo cómo lo había salvado la tortuga,
llevaba al hombro. Había también agarrado vivas muchas cómo había hecho un viaje de trescientas leguas para que
víboras venenosas, y las llevaba dentro de un gran mate, Fue entonces a la laguna, buscó una cáscara de tortuga — Voy a morir, estoy cada vez más enfermo, y sólo en Bue- tomara remedios, no quiso separarse más de ella. Y como
porque allá hay mates tan grandes como una lata de kero- chiquita, y después de limpiarla bien con arena y ceniza la nos Aires me podría curar. Pero voy a morir aquí, solo, en él no podía tenerla en su casa, que era muy chica, el direc-
sene. llenó de agua y le dio de beber al hombre, que estaba ten- el monte. tor del Zoológico se comprometió a tenerla en el Jardín, y
dido sobre su manta y se moría de sed. Se puso a buscar a cuidarla como si fuera su propia hija.
El hombre tenía otra vez buen color, estaba fuerte y tenía enseguida raíces ricas y yuyitos tiernos, que le llevó al Él creía que estaba siempre en la ramada, porque no se
apetito. Precisamente un día que tenía mucha hambre, por- hombre para que comiera. El hombre comía sin darse daba cuenta de nada. La tortuga se levantaba entonces, y Y así pasó. La tortuga, feliz y contenta con el cariño que le
que hacía dos días que no cazaba nada, vio a la orilla de cuenta de quién le daba la comida, porque tenía delirio con emprendía de nuevo el camino. tienen, pasea por todo el jardín, y es la misma gran tortuga
una gran laguna un tigre enorme que quería comer una tor- la fiebre y no conocía a nadie. que vemos todos los días comiendo el pastito alrededor de
tuga, y la ponía parada de canto para meter dentro una pata Pero llegó un día, un atardecer, en que la pobre tortuga no las jaulas de los monos.
y sacar la carne con las uñas. Al ver al hombre el tigre lanzó Todas las mañanas, la tortuga recorría el monte buscando pudo más. Había llegado al límite de sus fuerzas, y no po-
un rugido espantoso y se lanzó de un salto sobre él. Pero ACTIVIDADES
raíces cada vez más ricas para darle al hombre, y sentía día más. No había comido desde hacía una semana para
el cazador, que tenía una gran puntería, le apuntó entre los no poder subirse a los árboles para llevarle frutas. llegar más pronto. No tenía más fuerza para nada.
dos ojos, y le rompió la cabeza. Después le sacó el cuero, 1-IDENTIFICAR:
tan grande que él solo podría servir de alfombra para un A-PERSONAJES PRINCIPALES Y SE-
El cazador comió así días y días sin saber quién le daba la Cuando cayó del todo la noche, vio una luz lejana en el
cuarto. CUNDARIOS.
comida, y un día recobró el conocimiento. Miró a todos la- horizonte, un resplandor que iluminaba el cielo, y no supo
dos, y vio que estaba solo, pues allí no había más que él y qué era. Se sentía cada vez más débil, y cerró entonces los
B-MOMENTOS MÁS IMPORTANTES DE
— Ahora —se dijo el hombre—, voy a comer tortuga, que la tortuga, que era un animal. Y dijo otra vez en voz alta: ojos para morir junto con el cazador, pensando con tristeza LA HISTORIA
es una carne muy rica. que no había podido salvar al hombre que había sido 2-DESCRIBIR ESPACIOS FÍSICOS
— Estoy solo en el bosque, la fiebre va a volver de nuevo, bueno con ella. 3-SELECCIONAR UN PERSONAJES Y DESCRIBIR
Pero cuando se acercó a la tortuga, vio que estaba ya he- y voy a morir aquí, porque solamente en Buenos Aires hay SUS CARACTERÍSTICAS
rida, y tenía la cabeza casi separada del cuello, y la cabeza remedios para curarme. Pero nunca podré ir, y voy a morir Y sin embargo, estaba ya en Buenos Aires, y ella no lo sa- 4-ELABORAR UNA HISTORIETA A PARTIR DEL
colgaba casi de dos o tres hilos de carne. aquí. bía. Aquella luz que veía en el cielo era el resplandor de la CUENTO ANALIZADO.
ciudad, e iba a morir cuando estaba ya al fin de su heroico
A pesar del hambre que sentía, el hombre tuvo lástima de Pero también esta vez la tortuga lo había oído, y se dijo: viaje.
la pobre tortuga, y la llevó arrastrando con una soga hasta
su ramada y le vendó la cabeza con tiras de género que — Si queda aquí en el monte se va a morir, porque no hay Pero un ratón de la ciudad —posiblemente el ratoncito Pé-
remedios, y tengo que llevarlo a Buenos Aires. rez— encontró a los dos viajeros moribundos.
dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y for-
Las ruinas circulares perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma planeta y emprendió la visión de otro de los órganos princi- mas del universo: el hijo ausente se nutría de esas dismi-
Jorge Luis Borges
que mereciera participar en el universo. pales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. nuciones de su alma. El propósito de su vida estaba col-
El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un mado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo
Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio A las nueve o diez noches comprendió con alguna amar- hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren
la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero gura que nada podía esperar de aquellos alumnos que ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hom- computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos re-
a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que bre lo soñaba dormido. meros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le habla-
venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los pri- ron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de
que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, meros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó brusca-
donde el idioma zend no está contaminado de griego y ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y mente las palabras del dios. Recordó que de todas las cria-
donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño turas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía
gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probable- sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amane- que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al
mente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las car- cer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo medi-
nes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el re- quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, ce- le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los nú- tara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo
cinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que trino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los menes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la
tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su des- proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación in-
Ese redondel es un templo que devoraron los incendios an- brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al conocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La comparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos
tiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y po- que ha procreado (que ha permitido) en una mera confu-
recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hom- tro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también sión o felicidad; es natural que el mago temiera por el por-
pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro bre, un día, emergió del sueño como de un desierto vis- un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le re- venir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo
que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y coso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió veló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo por rasgo, en mil y una noches secretas.
durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y
de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que re- noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prome-
quería su invencible propósito; sabía que los árboles ince- abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; ape- suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y tieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga se-
santes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas nas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, ve- el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le quía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro;
de otro templo propicio, también de dioses incendiados y teadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservi- ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la
muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. bles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas encía de los leopardos; luego las humaredas que herrum-
Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio braron el metal de las noches; después la fuga pánica de
pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quema- desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos
le advirtieron que los hombres de la región habían espiado ban los viejos ojos. despertó. siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron
con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio
magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapi- Comprendió que el empeño de modelar la materia incohe- El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que fi- cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un
dada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas. rente y vertiginosa de que se componen los sueños es el nalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego com-
más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apar- prendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absol-
El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí so- todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho tarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, verlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego.
brenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con in- más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inun-
tegridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo in- daron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humilla-
mágico había agotado el espacio entero de su alma; si al- inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había quietaba una impresión de que ya todo eso había aconte- ción, con terror, comprendió que él también era una apa-
guien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes cido... En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos riencia, que otro estaba soñándolo.
rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El
Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque que había malgastado el delirio. Abandonó toda premedi- hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.
era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñado- tación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho
res también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez
necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día,
pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única ta- esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experi-
rea de dormir y soñar. tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses pla- mentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con
netarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre pode- cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer -y tal
Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fue- roso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo en-
ron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el que latía. vió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a
centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes
templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que
las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos si- cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo hu- se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido
glos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo mano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, total de sus años de aprendizaje.
precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía
cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansie- con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atesti- Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los
dad y procuraban responder con entendimiento, como si guarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la
adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos án- figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal eje-
a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo in- gulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el cutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas
terpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos
vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una
Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una des- -¿Estás seguro? Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran
Casa Tomada treza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de
Julio Cortázar Asentí.
manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La
una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban cons- puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la co-
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua tantemente los ovillos. Era hermoso. -Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir cina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos
(hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa en este lado. poníamos a hablar en voz más alta o Irene cantaba cancio-
liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El come- nes de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza
nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y dor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy po-
toda la infancia. grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira ha- rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un cha- cas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando torná-
cia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza leco gris; a mí me gustaba ese chaleco. bamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se po-
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde nía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para
era una locura pues en esa casa podían vivir ocho perso- había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living Los primeros días nos pareció penoso porque ambos ha- no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche,
nas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se bíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que que- cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba
levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta ríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, esta- en seguida.)
a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cancel daba al living. De manera que uno entraba por el ban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de
cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche
no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba
Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa pro- que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pa- cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza. hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la
funda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mante- sillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez
nerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda -No está aquí. en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo
no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca
mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra.
llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy otro lado de la casa. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente
años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y
silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clau- Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó
que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vi- el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo
sura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media
víamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íba- casi al lado nuestro.
nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esqui- por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos
mos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la lim-
vos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y
pieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los mue- No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice
para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, no- ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia
bles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe
sotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene co-
a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos,
que fuese demasiado tarde. cinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos que-
el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los
porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los
mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpe- damos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos
tas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela
de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes -Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de
y se suspende en el aire, un momento después se deposita
en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo de comida fiambre. las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían
de nuevo en los muebles y los pianos.
creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro
labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para lado, soltó el tejido sin mirarlo.
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin
tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero
circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormi-
medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección -¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútil-
torio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió
tejía un chaleco y después lo destejía en un momento por- de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el mente.
poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta
que algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas,
enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al
el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era -No, nada.
codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el
forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a más cómodo. A veces Irene decía:
comedor o en la biblioteca. El sonido venía impreciso y
comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pe-
con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo -Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo sos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo
aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las libre- de trébol?
tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que
rías y preguntar vanamente si había novedades en litera- traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de
tura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Ar- Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo
la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello
gentina. golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de
de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco em- alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré
puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para pezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.
Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo
más seguridad.
Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y
hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, (Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en se- con la casa tomada.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta guida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o pa-
pero cuando un pullover está terminado no se puede repe- con la bandeja del mate le dije a Irene:
tirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la pagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta.
cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudo-
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del
Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no nes que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormi-
fondo.
tuve valor para preguntarle a Irene qué pensaba hacer con torios tenían el living de por medio, pero de noche se escu-
ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses chaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, to-
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a ser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del
velador, los mutuos y frecuentes insomnios.
VIEJO CON ÁRBOL Y ahí, debajo del árbol, fue a tirarse el Soda cuando aquello que él le mostraba—. Bueno… Eso, eso es la —¿Qué cobró? —balbuceó indignado.
decidió dejarle su lugar a Eduardo, que estaba de su- escultura…
Roberto Fontanarrosa
plente, al sentir que no daba más por el calor. Era ve- —¿Cobró penal? —abrió los ojos el viejo, incrédulo.
rano y ese horario para jugar era una locura. Casi las El Soda adelantó la mandíbula y osciló levemente la Dio un paso al frente, metiéndose apenas en la can-
A un costado de la cancha había yuyales y, más allá,
tres de la tarde y el viejo ahí, fiel, a unos metros, mi- cabeza, aprobando dubitativo. cha—. ¿Qué cobrás? —gritó después, desaforado.
el terraplén del ferrocarril. Al otro costado, descampado
rando el partido. Cuando Eduardo entró a la cancha —
y un árbol bastante miserable. Después las otras dos —Vea usted —el viejo señaló ahora hacia el arco con- El Soda lo miró atónito. Ante el grito del viejo parecía
casi a desgano, aprovechando para desperezarse—
canchas, la chica y la principal. Y ahí, debajo de ese trario, al que estaba por llegar un córner— el relumbrón haberse olvidado repentinamente del penal injusto, de
cuando levantó el brazo pidiéndole permiso al referí, el
árbol, solía ubicarse el viejo. intenso de las camisetas nuestras, amarillo cadmio y la derrota inminente y del mismo calor. El viejo estaba
Soda se derrumbó a la sombra del arbolito y quedó
bastante cerca, como nunca lo había estado: el viejo no una veladura naranja por el sudor. El contraste con el lívido mirando al área, pero enseguida se volvió hacia
Había aparecido unos cuantos partidos atrás, casi al
había cruzado jamás una palabra con nadie del equipo. azul de Prusia de las camisetas rivales, el casi violeta el Soda tratando de recomponerse, algo confuso, incó-
comienzo del campeonato, con su gorra, la campera
cardenalicio que asume también ese azul por la trans- modo.
gris algo raída, la camisa blanca cerrada hasta el cuello
El Soda pudo apreciar entonces que tendría unos se- piración, los vivos blancos como trazos alocados. Las
y la radio portátil en la mano. Jubilado seguramente, no —…¿Y eso? —se atrevió a preguntarle el Soda, seña-
tenta años, era flaquito, bastante alto, pulcro y con manchas ágiles ocres, pardas y sepias y Siena de los
tendría nada que hacer los sábados por la tarde y se lándolo.
sombra de barba. Escuchaba la radio con un auricular mulos, vivaces, dignas de un Bacon. Entrecierre los
acercaba al complejo para ver los partidos de la Liga.
y en la otra mano sostenía un cigarrillo con plácida dis- ojos y aprécielo así… Bueno… Eso, eso es la pintura.
Los muchachos primero pensaron que sería casuali- —Y eso… —vaciló el viejo, tocándose levemente la go-
tinción.
dad, pero al tercer sábado en que lo vieron junto al la- Aún estaba el Soda con los ojos entrecerrados cuando rra—… Eso es el fútbol.
teral ya pasaron a considerarlo hinchada propia. Por-
—¿Está escuchando a Central Córdoba, maestro? — al viejo arreció.
que el viejo bien podía ir a ver los otros dos partidos ACTIVIDADES
medio le gritó el Soda cuando recuperó el aliento, pero
que se jugaban a la misma hora en las canchas de al —Observe, observe usted esa carrera intensa entre el
siempre recostado en el piso. El viejo giró para mirarlo.
lado, pero se quedaba ahí, debajo del árbol, siguiéndo- delantero de ellos y el cuatro nuestro. El salto al uní- 1-IDENTIFICAR:
Negó con la cabeza y se quitó el auricular de la oreja.
los a ellos. sono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el braceo A-PERSONAJES PRINCIPALES Y SE-
—No -sonrió. Y pareció que la cosa quedaba ahí. El amplio en busca del equilibrio… Bueno… Eso, eso es CUNDARIOS.
Era el único hincha legítimo que tenían, al margen de la danza… B-MOMENTOS MÁS IMPORTANTES DE
viejo volvió a mirar el partido, que estaba áspero y em-
algunos pibes chiquitos; el hijo de Norberto, los dos de LA HISTORIA
patado-. Música -dijo después, mirándolo de nuevo.
Gaona, el sobrino del Mosca, que desembarcaban en El Soda procuraba estimular sus sentidos, pero sólo 2-DESCRIBIR ESPACIOS FÍSICOS
el predio con las mayores y corrían a meterse entre los -¿Algún tanguito? —probó el Soda. veía que los rivales se venían con todo, porfiados, y 3-SELECCIONAR UN PERSONAJES Y DESCRIBIR
cañaverales apenas bajaban de los autos. que la pelota no se alejaba del área defendida por De SUS CARACTERÍSTICAS
—Un concierto. Hay un buen programa de música clá- León. 4-ELABORAR UNA HISTORIETA A PARTIR DEL
—Ojo con la vía -alertaba siempre Jorge mientras se sica a esta hora. CUENTO ANALIZADO.
cambiaban. —Y escuche usted, escuche usted… —lo acicateó el
El Soda frunció el entrecejo. Ya tenía una buena anéc- viejo, curvando con una mano el pabellón de la misma
—No pasan trenes, casi -tranquilizaba Norberto. Y era dota para contarles a los muchachos y la cosa venía lo oreja donde había tenido el auricular de la radio y entu-
verdad, o pasaba uno cada muerte de obispo, lenta- suficientemente interesante como para continuarla. Se siasmado tal vez al encontrar, por fin, un interlocutor
mente y metiendo ruido. levantó resoplando, se bajó las medias y caminó des- válido—… la percusión grave de la pelota cuando bota
pacio hasta pararse al lado del viejo. contra el piso, el chasquido de la suela de los botines
—¿No vino la hinchada?-ya preguntaban todos al lle-
sobre el césped, el fuelle quedo de la respiración agi-
gar nomás, buscando al viejo-. ¿No vino la barra —Pero le gusta el fútbol —le dijo—. Por lo que veo. tada, el coro desparejo de los gritos, las órdenes, los
brava?
alertas, los insultos de los muchachos y el pitazo agudo
El viejo aprobó enérgicamente con la cabeza, sin dejar del referí… Bueno… Eso, eso es la música…
Y se reían. Pero el viejo no faltaba desde hacía varios de mirar el curso de la pelota, que iba y venía por el
sábados, firme debajo del árbol, casi elegante, con un aire, rabiosa. El Soda aprobó con la cabeza. Los muchachos no iban
cierto refinamiento en su postura erguida, la mano de-
a creerle cuando él les contara aquella charla insólita
recha en alto sosteniendo la radio minúscula, como —Lo he jugado. Y, además, está muy emparentado con con el viejo, luego del partido, si es que les quedaba
quien sostiene un ramo de flores. Nadie lo conocía, no el arte —dictaminó después—. Muy emparentado. algo de ánimo, porque la derrota se cernía sobre ellos
era amigo de ninguno de los muchachos.
como un ave oscura e implacable.
El Soda lo miró, curioso. Sabía que seguiría hablando,
—La vieja no lo debe soportar en la casa y lo manda y esperó. —Y vea usted a ese delantero… —señaló ahora el
para acá -bromeó alguno.
viejo, casi metiéndose en la cancha, algo más alte-
—Mire usted nuestro arquero —efectivamente el viejo
rado—… ese delantero de ellos que se revuelca por el
—Por ahí es amigo del referí —dijo otro. Pero sabían señaló a De León, que estudiaba el partido desde su
suelo como si lo hubiese picado una tarántula, mesán-
que el viejo hinchaba para ellos de alguna manera, mo- arco, las manos en la cintura, todo un costado de la
dose exageradamente los cabellos, distorsionando el
deradamente, porque lo habían visto aplaudir un par de camiseta cubierto de tierra—. La continuidad de la nariz
rostro, bramando falsamente de dolor, reclamando his-
partidos atrás, cuando le ganaron a Olimpia Seniors. con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de
triónicamente justicia… Bueno… Eso, eso es el teatro.
los muslos. La tensión en los dorsales —se quedó un
momento en silencio, como para que el Soda apreciara El Soda se tomó la cabeza.

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