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REVISTA LATINOAMERICANA DE LECTURA

ISSN 0325/8637 CODEN LVIDDG

AÑO 20
setiembre 1999
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GRACIELA MONTE S

De lo que
sucedió cuando
la lengua emigró
de la boca

Húmeda, carnosa, rosada, erizada de pezones


diminutos, a la vez recóndita y audaz, la lengua
es una avanzada del cuerpo sobre el mundo.
Hay algo inquietante siempre, incluso algo pro-
caz en el asomarse de este órgano más allá de la
frontera de los labios. Hasta algo obsceno, diría,
que es la palabra con que nombramos lo que se
muestra y suponemos que no debería ser mos-
trado (las vísceras, todos sabemos, no se mues-
tran). Una lengua que asoma provoca, escanda-
liza, que se lo pregunten, si no, a la buscona, o
al niño callejero, burlón y desafiante. Hecha pa-
ra saborear, lamer y deglutir, intensamente liga-
da a la materia, parece recordarnos siempre
nuestra animalidad y nuestros sentidos.
Y sin embargo la lengua es, también, la que
La autora es narradora, ensayista, editora habla. Los muchos y muy sutiles músculos que
y traductora argentina. Es una de las escritoras la atraviesan permiten que, en su arquearse,
más representativas de la literatura para niños aplanarse, ahuecarse, frotar, rozar, sopapear y
y jóvenes de América Latina.* cercar el paladar, los dientes y los labios, la len-
gua module el aire vibrante que sale por la bo- infinitamente variados, infinitamente determi-
ca en ruidos y sonidos que alimentarán la cara nados cuerpos con que la realidad se me hace
audible de nuestra señal humana: la palabra. Pe- presente, empezando por el mío propio. Es de-
ro como la palabra tiene, además de ese susten- cir que estos párrafos podrían haberse llamado
to material, hecho de impulsos de aire modula- también “¿Dónde está el cuerpo?” porque pre-
dos por sutiles y sabios rozamientos y vibracio- tenden explorar eso, el modo en que el cuerpo
nes de la carne, otra cara, la invisible, que es la encuentra o no el modo de hacerse presente en
que la convierte en lo que es –un signo–, y esa la palabra, y el cómo, a mi manera de ver, si los
cara está hecha de ideas, imágenes decantadas, cuerpos –el enigma– dejan de ocupar su sitio
pensamiento o espíritu, y no de músculos, de enigma, la construcción de sentido se desva-
membranas y hueso, resulta ser que la lengua, a nece.
la que comenzamos presentando como puro
cuerpo, húmeda sensualidad, avanzada de nues- Un doble enigma en realidad: cuerpo y
tras entretelas, termina por ser, en una metáfora tiempo. Los cuerpos no sólo están ahí –aquí–
vigorosa y trascendente, no sólo lo que es sino ocupando con contundencia mi espacio, sino
también lo que parece favorecer: el lenguaje. que están ahora, sujetos a la mudanza. Es más:
Lengua, lingua, langue, glossa, tongue, Zun - la mudanza es parte de su deslumbrante contin-
ge... A la vez cuerpo y alma. Con la lengua su- gencia. Los cuerpos tienen historia y eso los ha-
surramos y bramamos nuestras ideas. En la len- ce aun más determinados, más inasibles. Han
gua y con la lengua, auténtica frontera hecha de llegado a ser, y pueden dejar de ser, perecer,
saliva y espíritu, se construyen los sentidos. Y quebrarse, marchitar. Pero, mientras son, son
construir sentidos es la señal de lo humano. por completo y sin dudas, y eso quiere decir que
han triunfado sobre la nada. Un triunfo proviso-
Somos nuestro lenguaje. Significar es rio, precario, pero un triunfo. En eso, justamen-
nuestra actividad fundamental desde el comien- te, radica el asombro de lo real, en ese triunfo
zo. Y, si bien la palabra no es el único modo de provisorio sobre la nada.
construir sentido, como trataré de recordar en ¿Cómo construir un mundo a partir de esos
todo momento (a veces se construye sentido enigmas? Significando, generando sentido, in-
con un acto), no cabe duda de que, a lo largo de fatigablemente. Entre el cuerpo (contingente) y
nuestra historia, termina por ocupar casi por el tiempo (implacable) se instala el sentido, la
completo el territorio. Que era lo que decía palabra. Cuerpo, tiempo y palabra son los pro-
Wittgenstein: “Mi lenguaje es mi mundo, y, tagonistas del más humano de todos los dramas.
acerca de lo que no es lenguaje, se debe guardar Cuerpo, tiempo y palabra. Siempre en guerra.
silencio”. No porque no haya resto: el enigma Parecen estar persiguiéndose uno al otro, mor-
de la presencia viva de los cuerpos seguirá diéndose el rabo, girando a gran velocidad, ver-
siempre ahí, pero estará más allá del alcance de tiginosamente. Hasta la orilla de ese vértigo ha-
la palabra. La lengua, como parte de mi cuerpo, brá que allegarse para descubrir la trama.
forma parte de ese enigma mudo, y, como tal, es
puro silencio. Sin embargo, cuando la atraviesa Estoy hablando ahora: digo. Digo, con mi
el aire (el espíritu, dirían los griegos), la lengua lengua, palabras. Decir es una avanzada de mi
habla. cuerpo porque yo soy mi cuerpo, y mi lengua es
mi cuerpo, la sangre que circula por ella en es-
¿Por qué esta imagen algo surrealista –y al- te momento estará en mi yugular y luego en mi
go incómoda también por lo cruenta– de la len- corazón mucho antes de que termine el párrafo.
gua emigrando de la boca? Es un truco que me Pero lo que digo son palabras y la propia forma
hago a mí misma para obligarme a pensar la de la palabra que digo, a la que mi lengua se
cuestión desde el principio. Las imágenes vio- adapta, que, en el curso de mi historia personal,
lentas suelen servir para horadar la costra de lo he aprendido a preferir a otros sonidos, deja en
conocido. Con esta imagen de la lengua emi- ella –mi lengua, mi cuerpo– la impronta de la
grante, lo que se instala, como es natural, y lo palabra misma. Esas palabras hablarán acerca
que quiero yo instalar, es el cuerpo. Mi cuerpo de otros cuerpos o del mío propio, puesto que
y los cuerpos. Lo que está ahí y se me ofrece a son signos, pero al hablar de ellos los estarán
los sentidos, tremendamente evidente y, al mis- anulando; donde esté la palabra ya no estará la
mo tiempo, asombroso siempre. Los múltiples, cosa, ya que el signo es, en una de las defini- 3
ciones más ajustadas y bellas que se conozcan, van ocupando el sitio de nuestro propio lengua-
“la marca de una ausencia”. O sea, digamos je, nuestra capacidad para construir sentido a
(vertiginosamente), que el cuerpo es condición partir del sinsentido, y palabra a partir del silen-
de la palabra pero la palabra mata al cuerpo. Y cio. La imagen que me vuelve una y otra vez es
el tiempo, a su vez, matará a la palabra. Se pa- la de la celda. La lectura enclaustrada. Aislada
rece un poco al juego de piedra, tijera y papel. del trato directo con el enigma. De ahí la pre-
A medida que digo estoy dejando de decir. Mi gunta por los cuerpos. Preguntar por los cuer-
decir es temporal e irreversible, ésa es su fata- pos puede servir para plantear desde otro lado
lidad, porque lo dicho dicho está, y ya no se una cuestión a veces no bien meneada.
está diciendo, y cada cosa dicha mata irreme-
Mi pequeño recorrido de hoy tiene tres pa-
diablemente a lo que no se dijo y se podría ha-
radas. La primera se ocupa de lecturas muy cor-
ber dicho. Y el fluir de la palabra, al hacerme
póreas y sensuales, propias de gente sencilla. La
evidente el tiempo, me remite otra vez a la mu-
segunda, del salto a la escritura, que es cosa de
danza, a la nada que acecha detrás de todo ser,
gente que, a sabiendas, se complicó la vida. Y la
y entonces, de nuevo, a la deslumbrante fragi-
tercera, se asoma con alguna timidez al ciberes-
lidad de nuestro mundo y sus presencias. Los
pacio y los mundos virtuales, donde da la sen-
cuerpos (presencias vivas), el tiempo (lo fatal,
sación de que los lectores tienden a volverse ca-
la mudanza) y la palabra (los sentidos, los sig-
da vez más livianos y transparentes. La pregun-
nificados) mordiéndose el rabo. Y el vértigo
ta quiere ser, en cada caso, la misma: ¿dónde es-
sigue.
tá el cuerpo? o bien ¿dónde está el enigma? o
¿Demasiado filosófico para un congreso de bien ¿cómo afecta a la lectura el drama humano
lectura? No creo. Yo digo que filosofemos, filo- del cuerpo, el tiempo y la palabra?
sofar es sano. Me parece que algunas de nues-
tras peores flaquezas contemporáneas derivan
de la pereza, fomentada tal vez por la tecnolo- Primera parada:
gía, que nos hace huir del pensamiento filosófi- las palabras y las cosas
co tanto como del coraje moral (que tal vez, en
el fondo, sean lo mismo). Arrullados por un ex- En una etapa temprana de nuestra vida las pala-
ceso de información y de eficacia, conveniente- bras se nos ofrecían todavía como formando
mente encapsulados, nos cuesta despabilar parte de las cosas. Parecían exudar de los cuer-
nuestros prejuicios y ponernos a pensar todo de pos y de las situaciones, como los olores, la
nuevo. Propongo que filosofemos, al menos en temperatura de las superficies, los humores. No
el sentido en que filosofaban los viejos griegos, eran arbitrarias ni convencionales ni triviales.
viviendo y observando y preguntándose acerca Eran naturales, formaban parte del gran orga-
de eso que vivían y observaban. nismo de la realidad. Y nosotros reaccionába-
mos orgánicamente a ellas. Las tratábamos co-
Lo que sigue son apuntes. Parten de una in- mo a presencias vivas. Había palabras buenas y
tuición que gira en torno justamente al encapsu- palabras malas, palabras que deseábamos ar-
lamiento. A la merma de cuerpo y el exceso de dientemente y otras que detestábamos y tratába-
discurso de nuestro tiempo. Un progresivo mos de mantener alejadas de nosotros tapándo-
avance de la representación sobre la presencia nos los oídos con las manos. Como toda la rea-
viva, una resistencia a exponerse al enigma. Los lidad, eran contundentes y asombrosas. Y enig-
discursos ocupan todo el espacio, y van dibu- máticas, llenas de secretos. En nuestro afán por
jando circuitos por donde nos movemos, vivi- develar su significado les inventábamos paren-
mos. Ya no son en general grandes discursos tescos y vínculos que juzgábamos profunda-
–teorías políticas, cosmovisiones– como en mente causales y llenos de sentidos. La primera
otros tiempos, sino fragmentos, los pequeños vez que oí la palabra “finado” –en mi infancia y
discursos de los medios: anuncios, recomenda- en mi barrio y mi familia parecía más decoroso
ciones, interpretaciones, eslóganes, marcas de llamar al muerto así, “finado”– la asocié con
productos. Discursos donados que se interpo- “fino”, con “finito” –delgado–, y también con
nen, compactos, entre nosotros y los cuerpos, “final”, imaginé entonces a la muerte como un
incluso el propio –amortiguando su contunden- progresivo adelgazamiento de los cuerpos, un
4 cia y el asombro que deberían provocarnos– y volverse hilo y después nada.
Con eso quiero decir que yo ya leía (todos volver a nosotros por virtud de la palabra. De-
los niños leen mucho antes de que la letra entre cíamos “mar” o “¿te acordás cuando fuimos al
en sus vidas). Buscaba claves y construía senti- mar?” o “¿te acordás qué fría el agua del mar?”
do incansablemente, de manera que leía. El y se constituía el recuerdo, y de alguna manera
enigma de lo que estaba ahí y me sorprendía el mar volvía a estar con nosotros. En el mismo,
con su intensidad y su inexplicable contingen- e inverso, sentido, lo que deseábamos y no te-
cia –también las palabras– me impulsaba en esa níamos podía ser atraído hacia nosotros en vir-
actividad de lectura. Tout est langage –dice Fra- tud de la palabra. Hablábamos de la muñeca
náoise Dolto, igual que Wittgenstein–, todo es que codiciábamos y no tendríamos nunca, de
lenguaje, y con todo se construye sentido. Con quien se había ido y queríamos ver regresar.
el vaivén de una cortina hamacada por el vien- Con las palabras podíamos esperar. Tener espe-
to, el súbito gorjeo de un pájaro y el pequeño ranzas. Eran una red de pescador con la que
cólico que va y viene por el interior de su cuer- atrapábamos el pasado ya escurrido y el futuro
po, igual que la cortina, el recién nacido es ca- aún inalcanzable con la mano. Por otra parte,
paz, desde su cuna, de construir sentido. “Todo como manteníamos vivo el recuerdo de los
es lenguaje” no significa que todo pueda con- cuerpos que nos evocaban, nuestro cuerpo, a su
vertirse en palabras. Quiere decir, justamente, vez, respondía a ellas apasionadamente, las
que lo inexplicable (que siempre es lo más im- obedecía. Nos decían “mar” y volvíamos a sen-
portante de la vida) nos incita a construir senti- tir el grano de arena entre los dedos del pie, el
dos. Como podemos. A veces con movimientos olor de las algas, la inquietud del vientre cuan-
del cuerpo, con pequeños actos, con costum- do está a punto de ser alcanzado por la ola. Nos
bres. Luego, en gran medida, con palabras. Pe- contaban cuentos y, cuando la trama se encres-
ro sin terminar de despegarlas de las cosas. De paba, nos batía más el corazón, nos afloraban
manera que un olor, una textura, un color o un las lágrimas, se nos inflaba bruscamente la ve-
ruidito tenían una jerarquía equivalente a la de jiga y tal vez tuviésemos necesidad de salir co-
un signo formal en los enunciados –y los sabe- rriendo al baño para desahogarnos.
res– que construíamos de niños. Durante mucho
La palabra era poderosa, sin lugar a dudas,
tiempo los cuerpos seguirán ahí, y nosotros se-
y ocupaba un lugar cada vez más destacado en
guiremos teniendo la sensación de que pode-
nuestra vida. En el descubrimiento intelectual,
mos tocarlos con la punta de la lengua.
el vínculo personal, el juego. Teníamos fórmu-
Sin embargo, poco a poco, palabras y cuer- las rituales, nos gustaba que nos contasen una y
pos terminarían por distanciarse. El solo hecho otra vez el mismo cuento y no nos cansábamos
de poder evocar una misma palabra en momen- nunca del apasionante juego de señalar y nom-
tos distintos, independizándola del aquí y el brar: ¿esto? rueda, ¿esto? carro, ¿esto? agua.
ahora al que nuestro cuerpo, en cambio, parecía Prestábamos atención a los dichos de otros y
encadenado, le otorgaba a esa palabra un poder, podíamos reproducirlos. Podíamos mentir e in-
un vigor que nos hacía alimentar grandes ex- ventar cuentos. Buscar y dar explicaciones. Con
pectativas. Lo que habíamos tenido y ya no te- las palabras –de esa lengua que ahora empeza-
níamos –un paisaje de mar, por ejemplo– podía ba a tener visos de pacto comunitario– el mun-

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do se convertía cada vez más en nuestro mundo algo? Tal vez, pero sobre todo quería ser inmor-
corriente. Entre las muchas cosas que nombrá- tal, me parece. Gérard Pommier cuenta en su li-
bamos, nombrábamos también nuestro cuerpo, bro Nacimiento y renacimiento de la escritu-
que se nos volvía así un poco menos cuerpo, ra que durante muchos siglos los augures chi-
menos tremendo en su presencia voraz, acaso nos inscribieron sus caligramas en el fondo de
un poco más ajeno. Y domesticábamos el tiem- vasijas de bronce, donde ningún otro humano
po. Aprendíamos a decir “ya”, “todavía”, “aho- podría leerlos. Y mi hijo Diego –el mismo que
ra”, “ayer”, “mañana”. Hasta “nunca”, que pa- había cumplido un año en un párrafo anterior y
rece ser el borde mismo del enigma. Conservo en éste ya anda por los siete (ahí se ve el poder
como un tesoro el recuerdo del día en que mi hi- de la escritura)– solía escribir feroces y porme-
jo mayor, Santiago, que entonces tenía cinco norizados insultos contra su hermano mayor –el
años, se echó a llorar contra la puerta cuando se mismo que había descubierto la fugacidad de
fue el último de los invitados a la fiesta de cum- las cosas–, en venganza por alguna afrenta, y
pleaños de su hermano Diego porque “ya nunca escondía sus escritos en el fondo de los cajones.
nunca nunca más Diego iba a cumplir un año”, Tal vez no escribamos para comunicar sino pa-
era lo que decía en medio de su congoja. La pa- ra recordar, para mantener vivo lo que podría
labra nunca, tan terrible, lo ayudaba a entender afinarse y afinarse, como el “finado” de mi in-
esa sensación de fugacidad que había experi- fancia, y disolverse en la nada. Para derrotar a
mentado con violencia, tal vez por primera vez la muerte y al tiempo.
en su vida, y, a la vez, le señalaba el límite de lo
explicable, que es una de las formas más salu- En todo caso, lo cierto es que en la escritu-
dables de construir sentido. ra la palabra se atreve a más de lo que se había
atrevido nunca mientras fue palabra hablada. Su
independencia de los cuerpos es tal que ella
misma se constituye en cuerpo, en presencia.
Segunda parada: Cobra vida propia. Tiene algo de rebelión esta
las divinas marcas pirueta, algo propio de Lucifer y de Prometeo.
Mi mano ha escrito, pero lo escrito se indepen-
A las palabras se las lleva el viento. Supongo diza de mi mano. Muy diferente del habla, que
que puede haber sido eso lo que nos condujo sigue siempre ligada de alguna manera a mi
hasta la escritura. La piedra parece más perdu- cuerpo, al timbre de mi voz, a mi tragona y des-
rable. Lo dicho está y al momento siguiente ya vergonzada lengua. Lo escrito, aunque la grafía,
no está, es puro tiempo. La marca en la piedra si se trata de un manuscrito, recuerde su proce-
está y sigue estando. La palabra misma –o el ju- dencia, siempre está afuera de mí y me sorpren-
go de la palabra, mejor dicho: la significación– de, a menudo duda el escritor de ser el autor de
encarna en ella y se vuelve a su vez cuerpo só- lo escrito. El extrañamiento es instantáneo: en
lido y perseverante, menos fugaz que la voz, cuanto aparece la marca, el texto emigra a la
más capaz de derrotar al tiempo. Una conquista marca y deja de estar en mi cuerpo, ni siquiera
de la inmortalidad en cierto modo. Tal vez mi parece reconocerlo. Uno tiene la sensación de
cuerpo esté condenado a perecer, habrá dicho el que es la palabra la que habla. Pommier dice
pintor de búfalos de la cueva de Altamira, pero que hay pueblos que recomiendan a los mensa-
mis dichos (mi afán de cazador, mis esperanzas jeros llevar las cartas atravesadas por una lanza,
de capturar el mejor ganado de estas tierras, mis para asegurarse de que el mensaje no los dañe
sueños de hombre) van a perdurar en estas mar- durante el viaje. ¿Y quién no ha sentido aver-
cas que dejé en la piedra. Y entonces también sión por algún trozo de papel –una carta por
mi cuerpo vivirá, ya que con él y en él alenté ejemplo– que contenía una mala noticia o un
esos sueños. O sea que –me digo yo–, veinte agravio, y la ha escondido, la ha escupido o la
mil años antes de que Quevedo escribiera su es- ha hecho añicos para deshacerse de su mal in-
pléndido soneto de triunfo del amor sobre la flujo? En el fondo, toda la historia del libro se
muerte, ya pensaba el antiguo escritor de Alta- ha construido sobre esta fe en el poder corporal
mira, igual que él, “serán cenizas, mas tendrán de lo escrito. Acariciamos los lomos de los li-
sentido, polvo serán, mas polvo enamorado”, bros, nos los llevamos a la cama, los esgrimi-
porque de ese afán, de sus dichos, de su mundo, mos como armas en la mano, devoramos su
6 quedaría marca en la piedra. ¿Quería comunicar contenido. Algunos –en mi país los hubo– los
queman como a las brujas, esperando así anular papel y tijera. La escritura había buscado la in-
el poder que sus cuerpos contienen. mortalidad, y la lectura la devolvía al tiempo.
Con la escritura, nuestra vieja y eterna acti- La palabra había buscado liberarse del cuerpo,
vidad de búsqueda de claves y construcción de pero el cuerpo seguía siendo su condición, y so-
sentido se ensancha extraordinariamente. No bre él debía construirse. Al fin de cuentas ¿para
sólo podemos, como escritores, dejar asentadas qué se escribe y para qué se lee sino para tratar,
nuestras búsquedas y nuestros hallazgos –es de- infructuosamente, de penetrar el silencio de los
cir, nuestras lecturas–, y de esa manera embar- cuerpos? El científico que describe la rosa o el
carnos en empresas de sentido más complejas y poeta que quiere reinventarla, ambos, buscan
ambiciosas, sino que, como lectores, podemos acercarse hasta el borde de su muda y milagro-
compartir las búsquedas y los hallazgos de sa presencia. ¿Para qué escribir, para qué leer, si
otros, perplejarnos o deleitarnos con los univer- no para rodear con palabras los enigmas? Sin
sos de sentido que otros han construido y en- ese peso del cuerpo –y del tiempo, que es la
trarlos a formar parte del nuestro, es decir, rees- condición del cuerpo–, la palabra podrá chispo-
cribirlos. Prefiero hablar aquí de universos de rrotear un rato, pero acabará por extinguirse.
sentido y de significaciones, y no sólo de pala- “¿Qué es, después de todo, el lenguaje, incluso
bras, porque muchas de esas primeras marcas trastornado de mil maneras –se pregunta el poe-
sobre la piedra, el cuero o el papel (deliberada- ta Ives Bonnefoy– , junto a la percepción que se
mente me referí a las imágenes de las cuevas de puede tener directa, misteriosamente, de la agi-
Altamira, a los caligramas chinos) no eran el tación del follaje contra el cielo o del ruido del
equivalente a las palabras dichas, el escritor no fruto que cae sobre la hierba?”
parecía preocupado por reproducir el habla sino Podrá uno simular que el cuerpo no está, pe-
por dejar marcados los significados. El universo ro el cuerpo, tarde o temprano, vuelve por sus
de la significación es más grande, y mucho me- fueros. También en el universo de lo escrito, don-
nos explorado, que la palabra, como bien puede de todo parece hecho exclusivamente de palabras.
demostrar el arte. Conviene recordarlo cuando
la preocupación por el dominio de la técnica si- Para empezar, está el cuerpo en que la pala-
lábica suele oscurecer, en la enseñanza de la lec- bra ha encarnado. El sostén y el trazo, la contun-
tura y la escritura, esta búsqueda de sentido, que dencia de la piedra que contiene el epigrama, la
es lo único que justifica el esfuerzo. rugosidad o la lisura del papel en que está escri-
to el poema, el dibujo de las letras, las bellas ca-
Con la escritura aparece un lector nuevo. pitulares, las guardas, la imaginería que ilumina
Antes se leía la realidad básicamente. Uno se y a la vez –signo ella misma– allega memorias
sorprendía con ella, buscaba indicios y, esforza- de lo sensible, huellas de lo visto, oído, tocado.
damente, construía sentidos. Las palabras iban Me parece que Manguel, en su Historia de la
adquiriendo el valor de signos, pero seguían li- lectura, ha explorado con fruición y gran sen-
gadas a los que las pronunciaban. El acto de la sualidad esa erótica del libro. La edición, sobre
enunciación y el enunciado eran una y la misma todo los mejores sueños de los buenos editores,
cosa, algo sujeto, como mi propio cuerpo, al tienen mucho que ver con esta erótica, que no
aquí y al ahora, un acto único e irrepetible. Pe- sólo se complace en convertir en cuerpo la pala-
ro, de pronto, el enunciado se independizaba y bra sino también en poner ese cuerpo nuevo en
encarnaba en un cuerpo, por ejemplo un mensa- contacto con otros, o con el cuerpo social, la so-
je escrito con tiza en la piedra mientras uno va ciedad, que está hecha de cuerpos (no importa
camino al exilio: “Las ideas no se matan”. O cuántos discursos interpongamos para hablar de
una carta de amor. O un libro. Durante un tiem- ella), presencias, cada una con su espacio, su
po –días, años, siglos–, el enunciado se sosten- tiempo, sus infinitas determinaciones, su histo-
dría ahí –en la piedra, en el libro– como una po- ria, que el editor buscará maridar con los libros.
sibilidad, cifrado. Pero sólo volvería a ser, ple-
namente, en virtud de un nuevo acto de enun- Después, en segundo lugar, está el cuerpo
ciación, que es el que se da en la lectura y sólo que se construye con la palabra misma: la obra
en la lectura. En la lectura, un acto por lo me- y su contundencia. En ese sentido la poesía –la
nos tan milagroso como la escritura, si no más, dimensión poética de la palabra– es, de todas
el lector le presta su cuerpo y su tiempo al enun- las formas textuales, la más capaz de crear pre-
ciado, que vuelve así a ser enunciación. Piedra, sencia y lo más parecido a un ser viviente. Por 7
muchas razones. Porque apela a los sentidos, y que en la letra se leía: reflexiones, peripecias de
devuelve la memoria de lo sonoro –alitera, ru- los personajes, otros paisajes que se superpo-
ge, sisea, ulula, ritma, consuena y parece naci- nían a aquel sobre el que se desplegaba su con-
da para erotizar la lengua–. Porque genera imá- ciencia al levantar los ojos del libro y, sobre to-
genes –metáforas y ficciones– incesantemente. do, otro tiempo. El cuerpo, el tiempo y el libro.
Porque vuelve extraño el lenguaje y lo fisura de Piedra, tijera y papel.
mil modos, con lo que el enigma puede vislum-
brarse por entre las grietas. Por la mímesis de la
vida que siempre entraña: las historias, los per- Tercera parada:
sonajes, las sociedades, los objetos, los recuer- los mundos evanescentes
dos, los paisajes, los interiores, las situaciones,
los momentos históricos, los dialectos y las jer-
Los caracteres fluyen en la pantalla y se escu-
gas, los mitos. Y sobre todo por ese carozo de
rren como las palabras de la boca. Es imposible
materia inexplicable que contiene, porque en la
atraparlos por mucho tiempo. Tampoco parece
poesía hay un punto que siempre se escurre, que
haber nada irremediable allí. Es fácil volver
no está bajo el control del lector. A la nostalgia
atrás, cambiar de sitio, invertir el orden. O can-
del cuerpo, a la pregunta que se hace Steiner de
celarlo todo. De lo hecho durante todo un día
cómo recuperar la irrecuperable textura, el irre-
puede no quedar huella, ni siquiera una pila de
cuperable color, la irrecuperable presencia de la
papel arrugado. Y, si no hay cuerpo, uno tiende
rosa con la palabra “rosa”, el poeta responde
a pensar que no hay delito. Tampoco responsa-
con el poema, que se acerca amorosamente has-
bilidad por lo sucedido. Es posible que incluso
ta el borde de la rosa, de lo que, como decía
uno piense que no ha transcurrido el tiempo,
Wittgenstein, jamás podrá decirse, porque es
puesto que no hay mudanzas ni huellas materia-
pura presencia. La del poeta es la palabra que
les que lo atestigüen.
más cerca puede estar del silencio.
Como ventaja de esa volatilización de lo
La tercera arremetida del cuerpo en el uni- corpóreo, ese volverse “luz posible” y ensegui-
verso de lo escrito es la que llega con el lector da evanescencia, todo gana en velocidad, y en
mismo en la instancia de la lectura. Es en su alcance. La “luz posible” es rauda y ubicua,
cuerpo y en su tiempo, en el cuerpo y en el obediente, alada como los dioses mensajeros.
tiempo del lector, por vez única e irrepetible, Visito (virtualmente) las universidades de Mas-
que se producirá la alquimia: la potencia se vol- sachussetts y de Leipzig en el mismo día, en la
verá acto, la cifra, texto. Proust, que se ocupó misma tarde, con apenas minutos de diferencia.
como nadie de recuperar el tejido de que está Puedo leer, robarles o comprarles construccio-
hecha la vida que se escurre, dejó una memora- nes de sentido –palabras, imágenes– a las pági-
ble descripción de lectura, de esos círculos, esas nas web de diversos catedráticos especializados
capas sucesivas de la conciencia que el lector va en, digamos (que viene al caso), ontología. Pue-
desplegando y recogiendo en un vaivén ince- do hacerme oír por ellos. Y, ya que la “luz posi-
sante cuando lee un libro, y que van desde sus ble” responde a mis dedos, puedo simular ser
aspiraciones más profundas –sobre todo la quien no soy, fraguarme un disfraz, un avatar o
“creencia en la riqueza filosófica y la belleza “encarnación de la deidad”, como se suele decir
del libro que está leyendo, y su deseo de apro- volviendo al pensamiento religioso. También
piárselas, cualquiera sea el libro de que se tra- otros podrían engañarme y yo creer que visito la
te”– hasta el horizonte más lejano del paisaje en página de un catedrático mientras caigo enreda-
el que se pierde la mirada cuando la levanta de da en la trama de un hacker disolvente, que só-
la lectura. En el camino está el follaje del casta- lo pretende hacer saltar por el aire la confianza
ño debajo de cuya copa está leyendo, la textura que cifro en mi pantalla. Puedo chatear de ma-
de la hierba bajo sus ropas, la tibieza del aire, nera casual, intrascendente, con un amigo que
las campanadas de la iglesia que le marcan ca- no conoce mi cuerpo. Y mostrar de mí lo que
da tanto el tiempo, su mano, su mano en el li- quiero y sólo lo que quiero.
bro, la página impresa, la letra y –en virtud de
esa creencia en que estaba apropiándose de al- En cierto modo –como me dijo un joven,
go valioso, que, “como un puño siempre acti- muy sagaz y asiduo frecuentador del ciberespa-
8 vo”, dice Proust, gobernaba todo lo demás– lo cio,– “lo que muestro ahí adentro es mi alma”,
algún alma, más o menos genuina o de pura fic- constelaciones de posibilidades por las que na-
ción, prefabricada. Fueron las palabras que usó, vegar, y en las que es muy difícil buscar jerar-
con un dejo de ironía que no dejaba margen pa- quías, sentidos y opciones. El lector proustiano,
ra suponer que no sabía que las estaba usando: que perseguía la riqueza filosófica y la belleza, o
“ahí adentro” y “alma”. “Ahí adentro” supone el lector infantil que, recogiendo claves y seña-
un “acá afuera”, “alma” supone un “cuerpo”. les, construía un sentido que le servía para resol-
¿Será un regreso al platonismo, al viejo y se- ver paso a paso la vida, estaban acuciados. Per-
ductor mito de la caverna? En todo caso esa seguían algo. Un deseo, o un destino. En todos
apuesta tan fuerte de mi interlocutor me servía los casos la lectura –de los acontecimientos, las
para volver a plantear, un poco más dramática- personas, los lugares, su propia intimidad, las
mente, la misma pregunta que me había hecho palabras, los libros– era una forma de acción,
al pensar en las consecuencias de la irrupción servía para abrir una brecha y encontrar un rum-
de la escritura: ¿dónde está el cuerpo? ¿dónde bo. Nuestro ingreso al ciberespacio necesaria-
ha ido la lengua, emigrada ahora ya no sólo de mente va a ir modificando las cosas. La multipli-
la boca sino también de los otros cuerpos vica- cación de los mundos posibles –otros mundos,
rios, como el del libro? ¿Sería cierto que el nue- otros tiempos, otras identidades– no puede sino
vo lector no tenía tanta necesidad de su cuerpo? provocar un estallido y una fragmentación de
Y, de ser así, ¿cómo era su lectura? ¿Qué lo lle- esa vieja galaxia de sentido. Un mareo también,
vaba a leer? ¿Cuáles eran los enigmas que lo in- por la abundancia, la profusión de opciones, tal
quietaban? ¿Qué clase de registro de la lectura vez semejante al que, en el orden de los cuerpos,
hará el nuevo Proust de nuestros días? ¿O es encuentra el recién llegado al mundo. Para ir je-
que será impensable hoy un Proust porque ni el rarquizando las sensaciones y construyendo sen-
cuerpo ni el tiempo ni la lectura ni la perpleji- tido el recién nacido tiene por brújula a su pro-
dad en que nos sume la vida son ya cuestiones pio cuerpo, con su determinación de sobrevivir a
que den para largas novelas? ¿Qué clase de lec- toda costa, sus deseos, sus placeres y sus desgra-
tor se construye en el ciberespacio? ¿Es un lec- cias. ¿Cuál será la brújula que guiará al recién
tor semejante, diferente, complementario, com- nacido al ciberespacio para encontrar su sitio ahí
patible con el lector de libros? ¿Se lee en el sen- adentro? ¿Se contentará con dejarse flotar de po-
tido en que entendíamos leer en nuestras dos sibilidad en posibilidad sin elegir ninguna, sin-
paradas anteriores, como construcción del sen- tiendo que así anula el acontecer y el tiempo?
tido? Y, si es así, ¿cuál es el motor? ¿por qué en-
tramos a la red, por ejemplo? ¿Hay, como en el El segundo apunte tiene que ver, justamen-
caso de Proust, ese “puño firme”, esa creencia te, con la anulación del tiempo. Me dicen que,
en que hay algo valioso que atrapar en eso que en Internet, no hay día ni noche, como es natu-
se está leyendo? ¿O buscamos sobre todo hacer ral en un espacio que hace coincidir, en un mis-
pasar el tiempo evitando las consecuencias? mo tiempo, el tiempo de un australiano que, si
no tuviera los ojos fijos en la pantalla, podría
Sería tonto pretender dar respuesta a todas ver el sol asomando por su ventana y un perua-
estas preguntas, pero plantearlas parece bueno. no que, mientras chatea con su cibercolega aus-
De algún modo tenemos que salir de la encruci- traliano, lo podría ver caer hacia la noche. Tam-
jada entre el terror apocalíptico por la máquina poco hay rutinas diarias (desayuno, almuerzo,
y el estúpido y desmesurado entusiasmo por la cena, por ejemplo), ni días laborables y días fe-
máquina en que parece sumirnos el desarrollo riados. Ni invierno y verano con que marcar el
apabullante de los universos de computadora. paso del año. “Ahí adentro” no se envejece. Só-
lo el grosor de las memorias podría indicar que
Voy a apuntar apenas dos o tres ideas. Casi se ha vivido, y eso es una decisión personal, ya
todas nacieron al calor de los comentarios de un que todo archivo puede ser borrado.
par de muchachos muy jóvenes –el ya citado y
otro– para quienes el ciberespacio y su evanes- El tercer apunte se vincula con la diversi-
cencia son un medio tan natural y familiar co- dad. ¿Puede el “ahí adentro” competir en deter-
mo un espejo. La primera está referida a la vir- minaciones con el “aquí afuera”, “sentirse” co-
tualidad. “Virtual” significa “posible”. El cibe- mo realidad, producir contundencia y sorpresa
respacio es el reino de lo posible. Todo en él es y exigir respuesta y compromiso inmediatos?
multiplicación y alternativa. Constelaciones y Por ahora hay una notable uniformidad, que 9
empieza por los ciberusuarios, que suelen perte- claves. Si no hay enigma, no hay lectura. El lec-
necer a una misma clase social, y siguiendo por tor avanza con sus controles en el ojo o en la
las páginas web, que también son bastante ho- mano, pero si deja de haber algo fuera de su
mogéneas, tanto en su gráfica como en sus con- control, algo inquietante, pierde el anhelo. El
tenidos. Pero eso no quiere decir que no puedan enigma de la presencia viva de los cuerpos y su
crecer las determinaciones. La historia del cadá- contingencia, el mayor de todos, está siempre
ver computarizado es asombrosa, por ejemplo. ahí, palpitando detrás de cualquier teoría, cual-
Un condenado a muerte del estado de Texas, quier certeza. El lugar que ocupa el árbol, el ha-
una vez muerto, fue sometido a resonancia mag- macarse del follaje sobre mi cabeza, el modo en
nética y tomografía computada, luego congela- que la luz atraviesa el borde de una hoja –ésa en
do y cortado en 1878 fetas, y cada una de esas particular– a medida que la mece el viento, el
fetas digitalizada. La lectura del cadáver, que ruido que hace la ramita que cae al suelo, la
ocupa 15 gigabytes sirve para que los estudian- contundencia de la pared en que me apoyo, el
tes de medicina se familiaricen con el cuerpo gemido del perro, las humedades y tibiezas de
humano. Un anticipo de la virtualidad que vie- mi cuerpo, los olores, las cosquillas, los abra-
ne. No en vano los anunciantes de computado- zos, el pulsar de la sangre contra las arterias, el
ras y conexiones de Internet promocionan sus contraerse y dilatarse de los poros, el manar de
servicios con el eslogan “¡Un nuevo mundo!”. jugos, las descargas eléctricas de los nervios.
Ese enigma está. Es posible que nunca logre-
¿Se estarán modificando las condiciones
mos reducirlo a lenguaje –al menos al lenguaje
corporales mismas del “estar en el mundo”?
científico como lo entendía Wittgenstein–, y de-
¿Será ésta una culminación del camino virtual
bamos pasarlo en silencio. Pero está. Y todo
de la palabra y los cuerpos habrán sido reempla-
afán de sentido –toda lectura– derivará del
zados definitivamente por los textos? En el fon-
asombro y la perplejidad que nos envuelve al
do no es algo tan diferente de lo que nos sucede
constatar su presencia.
en la vida cotidiana de nuestro global mundo ur-
bano, donde los textos se interponen cada vez Si es verdad que la lectura está en crisis,
más entre nosotros y las presencias, ocultándo- como dicen que está –a pesar de que, ya hemos
nos su enigma. visto, los textos nos rodean por completo–,
¿no será que se nos perdió algo en el camino?
La lengua, tal vez, la carnosa, húmeda habla-
Fin del viaje: tres corolarios dora, nuestra bisagra entre el cuerpo y la pala-
para inquietar lo quieto bra. Es una pieza importante: deberíamos re-
gresar a buscarla. Nos podría ayudar en la ta-
UNO. Leer es construir sentido. Construir senti- rea de recuperar el enigma, de volver a poner-
do es lo que nos hace humanos, o sea rebeldes. nos frente a eso que no sólo está ahí –superan-
Aunque muchas veces infructuosa, esa apasio- do heroicamente la contingencia– sino que
nada persecución del sentido es nuestro sol, lo además, como decía Walter Benjamin, está de
que de veras nos da calor y nos ilumina. tal manera, con tamaña evidencia, que, cuando
lo miro, me mira.
DOS. No se lee sólo con palabras. Una ciudad,
con sus calles, su carácter, su diseño, es una lec-
tura. El modo en que se organiza una casa, la *Este texto fue presentado por la autora en el 4º
manera de poner la mesa y servir la comida, de Congreso Colombiano de Lectura y 5º Congreso La -
tender la ropa, de cosechar la uva, son lecturas. tinoamericano de Lectura y Escritura, organizados
Lo es la crianza que se le da al hijo. Acariciar un por el Comité Latinoamericano para el Desarrollo
cuerpo es un modo de leerlo, también lo es de la Lectura, de la Asociación Internacional de
Lectura y FUNDALECTURA de Colombia, acerca de
echarle una manta encima. El Guernica de Pi-
La formación de docentes, entre el 13 y el 16 de
casso es una lectura. A la inversa, algunos abril de 1999, en el marco de la Feria Internacional
amontonamientos de palabras no son ni generan del Libro de Bogotá. Este trabajo fue solicitado a la
lectura. autora para su publicación en LECTURA Y VIDA por la
TRES. Se lee a partir de un enigma. El lector an- Redacción de la revista.
da siempre atrás de un secreto, por encontrarlo Agradecemos a FUNDALECTURA la autorización
10 es capaz de meterse en líos y descifrar extrañas para reproducirlo.

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