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Exposición del texto “La sociedad humorística”, correspondiente al autor Gilles

Lipovetsky

Por: Maria Camila Tamayo Arias


Instituto de Filosofía
Universidad de Antioquia
camila.tamayo@udea.edu.co

Introducción

En su libro “La era del vacío” Gilles Lipovetsky reúne un conjunto de ensayos que giran
en torno a un mismo diagnóstico social, histórico y humano que ha venido dibujándose.
Para comprender con mayor claridad el intento que lleva a cabo el autor al tratar de
instaurar una cierta categoría que logre dar cuenta de la totalidad de manifestaciones que
van haciendo presencia en su época, es de suma importancia esclarecer y hacer patente la
distinción entre dos períodos históricos cuyos rasgos definitorios están bien establecidos, y,
por tanto, su independencia como momentos concretos en el tiempo es bastante visible.

La época que se describe centralmente en la obra corresponde a un período histórico


denominado por Lipovetsky como postmodernidad. Para comprender dicho período es
fundamental establecer su vinculación íntima e inseparable con el período que se considera
inmediatamente precedente, la época moderna. En la época moderna se da el auge de
ciertos objetivos inscritos bajo la lógica de nociones y categorías como la revolución, el
entusiasmo por el porvenir, la universalidad en la búsqueda de ciertos fines humanos, el
predominio de la razón como medio de establecimiento y alcance de lo que se fija en
sociedad. La época postmoderna, por su parte, comporta ya un conjunto de manifestaciones
sociales que dejan ver la transición de aquellos valores modernistas a unos valores en los
cuales los objetivos antes fijados con base en el establecimiento de lazos humanos, de
deseos y aspiraciones generales a los que el individuo debía tender, se ven desplazados por
una atmósfera que representa y parece de hecho encarnar la instauración de un valor y un
sentido que prevalecerá en el tiempo: el individuo y su relevancia, entendido con relación a
un proceso de personalización singular y determinante. Lipovetsky, hace clara dicha
distinción histórica en el prefacio de su obra:
“Hasta fecha en realidad reciente, la lógica de la vida política, productiva, moral, escolar,
asilar, consistía en sumergir al individuo en reglas uniformes, eliminar en lo posible las
formas de preferencias y expresiones singulares, ahogar las particularidades idiosincrásicas
en una ley homogénea y universal, ya sea la «voluntad general», las convenciones sociales,
el imperativo moral, las reglas fijas y estandarizadas, la sumisión y abnegación exigidas por
el partido revolucionario: todo ocurrió como si los valores individualistas en el momento de
su aparición debieran ser enmarcados por sistemas de organización y sentido que
conjurasen de manera implacable su indeterminación constructiva. Lo que desaparece es
esa imagen rigorista de la libertad, dando paso a nuevos valores que apuntan al libre
despliegue de la personalidad íntima, la legitimación del placer, el reconocimiento de las
peticiones singulares, la modelación de las instituciones en base a las aspiraciones de los
individuos” (p.7, 1986).

Ahora bien, como en todo tipo de análisis y categorización histórica, es importante aclarar
que esta diferenciación no implica una separación y oposición tajante entre ambos períodos,
como si aquello que hace parte de una de las épocas estuviese netamente excluido de la
otra. Los esquematismos en este tipo de cuestiones son sumamente perjudiciales, sin
embargo, establecer unas ciertas distinciones es algo importante y, podría decirse, necesario
para efectuar análisis que permitan ver las gradaciones que se dan a través del tiempo y los
rasgos característicos de los distintos momentos identificables.

Para continuar con la entrada que hace Lipovetsky en la zona de la personalización, será
importante aclarar pues algunas de las características más relevantes de este proceso que
entra en escena. El proceso de personalización implica y contiene en su desarrollo distintos
valores que atañen a la preponderancia y dominación del punto de vista individual en los
distintos ámbitos sociales. Valores como el hedonismo, el narcisismo, la psicologización, el
placer, la proximidad, la comunicación, la responsabilidad individual, el ritmo cambiante
hacen presencia y son contundentes en medio del desarrollo constante de las distintas
relaciones sociales. Ya a partir de este conjunto de adjetivos que se le adjudican al proceso
de personalización, se puede entrever hacia donde tiende dicha relevancia del punto de vista
del individuo, pues si en un primer momento al introducir la noción del rescate del
individuo parece ser que se propende por un empoderamiento del poder de realización y
elección del sujeto, en últimas lo que en realidad hace presencia es la inmersión del ser
humano en una especie de relajación, placer, y ausencia de sentido y significación fuerte al
cual adherirse. Lipovetsky al referirse a dicho proceso lo describirá así:

“Así opera el proceso de personalización, nueva manera para la sociedad de organizarse y


orientarse, nuevo modo de gestionar los comportamientos, no ya por la tiranía de los
detalles sino por el mínimo de coacciones y el máximo de elecciones privadas posible, con
el mínimo de austeridad y el máximo de deseo, con la menor represión y la mayor
comprensión posible” (p. 6, 1986).

Ante esta cita, se da paso a un aspecto fundamental de dicha personalización: la variada


gama de elecciones de que hace gala el período posmoderno. El desarrollo de las
condiciones económicas dominantes que vienen haciendo presencia desde ya hace un buen
tiempo, posibilitan la configuración de una nueva relación con el sistema de producción y
sus inacabables elaboraciones disponibles para ser adquiridas. En este período lo distintos
individuos parecen entrar en una relación mucho más desenfadada, libre y dinámica con los
productos del modelo capitalista, parece instaurarse un mayor acceso y disponibilidad de la
producción económica. Se entra pues en el período que se ha denominado como
consumista. Todo esto, así descrito, parece ir en pro de auténticos valores individuales,
pues la elección humana parece erigirse como un poder que ha adquirido una gran
vigorosidad. Sin embargo lo que se halla allí cristalizado es una especie de yugo del
individuo a un marco de valores que dan paso y cabida incesante a una única cualidad
aniquilante: la pérdida de sentidos claros, la relajación, distención y efervescencia de un
continuo placer como modelo de vida. Entendiendo así lo que se oculta tras este período
histórico, el proceso de personalización y la llamada reivindicación de lo individual atañen,
en esencia, a una falsa creencia y sentimiento de elección auténtica. Esta relación
subyugante, y en apariencia auténtica, es descrita por Lipovetsky de la siguiente manera:

“…Sin embargo no es cierto que estemos sometidos a una carencia de sentido, a una
deslegitimación total; en la era posmoderna perdura un valor cardinal, intangible,
indiscutido a través de sus manifestaciones múltiples: el individuo y su cada vez más
proclamado derecho de realizarse, de ser libre en la medida en que las técnicas de control
social despliegan dispositivos cada vez más sofisticados y «humanos»” (p. 11, 1983).
En conclusión, y de manera paradójica, el sujeto siente y expresa la realización de su, así
llamada, autonomía, de su carácter individual más íntimo a partir de su implacable
subordinación a un sistema, que, en definitiva, va plenamente en contra de un auténtico
proyecto de expresión y florecimiento humano.

La sociedad humorística

Una de las características esenciales que identifica Lipovetsky como correspondiente a


dicha era postmoderna es la predominancia de un código y estilo humorístico en casi todas
las esferas de la sociedad. Como se verá más adelante este estilo humorístico no es gratuito
en un panorama social en el que hay una creciente tendencia hedonista y narcisista.

Lipovetsky postula que lo humorístico no se limita pues al ámbito estricto de aplicabilidad


con el que generalmente se asocia. Lo humorístico recorre el tejido social de manera
transversal, por lo que se sale de su mera categorización humorística y se inmiscuye con
valores de distinto corte, por ejemplo, valores de tipo ético, político, artístico, económico,
entre otros.

La tesis del autor a este respecto será pues la siguiente:

“Pero el fenómeno no puede ya circunscribirse a la producción expresa de los signos


humorísticos, aunque "sea al nivel de una producción de masa; el fenómeno designa
simultáneamente el devenir ineluctable de todos nuestros significados y valores, desde el
sexo al prójimo, desde la cultura hasta lo político, queramos o no. La ausencia de fe
posmoderna, el neo-nihilismo que se va configurando no es ni atea ni mortífera, se ha
vuelto humorística” (Lipovetsky, p. 136, 1986).

De la comicidad grotesca al humor pop

Lipovetsky se propone hacer una reconstrucción de los momentos más relevantes del
fenómeno humorístico que se han venido dando partiendo de la Edad Media. Es en el
desarrollo histórico del humor que el autor logra esbozar, que se puede comprender con
mayor claridad la singularidad de la era postmoderna humorística. Esta singularidad
consistirá en que la oposición rígida entre lo serio y lo no serio, lo cómico y lo ceremonial,
se difuminará, en tanto se mantiene, de acuerdo a la tesis dicha anteriormente, el hecho de
que el aspecto humorístico irrumpe en los distintos ámbitos reconocibles.

Se comienza por el humor enmarcado en la Edad Media. En dicho contexto el humor está
ligado con lo carnavalesco, y lo festivo. La característica central de este tipo de humor se
puede entender a través de la noción de “realismo grotesco”. Dicha noción expresa que
todo lo sagrado, ceremonioso, perteneciente a la ley, a la oficialidad, es parodiado y
ubicado en la materialidad grotesca, obscena y cotidiana de los distintos habitantes
comunes de las sociedades medievales. Allí, en esta parodia, en esta vulgarización de lo
que se ubica en un plano considerado superior, se produce el fenómeno humorístico. Esto
conlleva una carga simbólica para la época, pues en este proceso, de alguna manera se le da
muerte a lo ubicado en ese ámbito sagrado, estricto y oficial, para procurar una nueva
juventud, el inicio de una renovación.

Lipovetsky pasa inmediatamente a la edad clásica, en la cual, el humor es considerado ya


desde una perspectiva un poco más ilustrada. Ya no se trata de lo carnavalesco, cotidiano,
obsceno y burlesco, sino de la manifestación del humor a partir de la expresión de agudeza
e ironía. Lo cómico, no se trata pues de aquel proceso simbólico descrito sino que
representa un conjunto de rasgos eminentemente críticos, y se asocia en muchos casos a
géneros literarios que se instauran: la comedia clásica, la sátira, la fábula, la caricatura,
entre otros. El hecho de que en la época clásica lo cómico comporte un cierto grado de
ilustración y de capacidad intelectual por parte de los sujetos, de alguna manera da paso a
una especie de disciplina del humor, la cual implica que la reacción humorística no es ya
tan desbordada como en el tiempo carnavalesco, sino que va denotando una cierta
espiritualización e interiorización de lo humorístico, que tiende a lo calmo.

En este punto, Lipovetsky da entrada a lo cómico de su época, el cual, ya no se


caracterizará ni por el aspecto simbólico, ni por el aspecto crítico precedentes. El humor se
erigirá a partir de la categoría de lo lúdico. Así entendido, el humor se vuelca a una especie
de absurdo, de falta de significaciones fuertes y precisas, a un proceso en el que ya no
importa la crítica o la sátira dirigida de acuerdo a un conjunto de valores. Como bien
definirá el autor, se busca el mantenimiento y proliferación de una “atmósfera eufórica de
buen humor y de felicidad sin más” (p. 140, 1986).
Este absurdo en el que cae el humor encierra una falta de profundidad y búsqueda de fines
y sentidos elevados en la esfera humana, pues el humor “lejos de enmascarar un pesimismo
y ser la “cortesía de la desesperación”, se muestra “insustancial y describe un universo
radiante” (p. 140, 1986). El humor contemporáneo es pues “excitante, tonificante y
psicodélico, reclama un registro expresivo, cálido y cordial” (p. 140, 1986).

El estilo humorístico, en medio de su búsqueda de la pérdida de significantes rígidos, de su


desaprensión de normas coercitivas o de ideologías fuertes a las cuales asirse, muestra una
manera de presentarse y realizarse en la que la categoría humorística parece justificarse a sí
misma, a partir de un juego constante con las formas y los estilos. De esta manera, puede
entenderse por ejemplo la dimensión lingüística del humor, en la cual se despliega un juego
y experimentación constante con el lenguaje, que encierra de hecho una gran vacuidad,
pues de lo que se trata es de lograr una gran expresividad, de extremar la capacidad plástica
de la forma lingüística, a través de aspectos como su sonoridad, ortografía o tipografía.

Por otro lado, todo este ambiente humorístico genera una atmósfera que se podría calificar
de cool, apática, indiferente frente a lo que usualmente posee un grado de dramatismo y
seriedad inherente. Esto se expresa por ejemplo en la actitud de ciertos personajes de
algunas películas de la época, los cuales se conducen de acuerdo a una actitud indiferente,
poco seria frente a fenómenos y situaciones que deberían conllevar bastante preocupación.
Este héroe logra acometer sus objetivos a través de esta actitud desenfadada y apática.

En este estadio de humorismo y tranquilidad, una categoría como la violencia trata de ser
erradicada del panorama social. Esta erradicación implica que el hecho agresivo o violento
ya no implicará una reacción humorística, sino que, adquirirá un aspecto eufemístico, que
en muchos casos, niega su verdadera cualidad. Por otra parte, entendiendo la violencia con
relación a una cierta rigurosidad y disciplina de los hábitos y costumbres de los individuos,
el humor intervendría también en este dominio para tratar de relajar dichas actitudes
consideradas como rígidas en exceso.

De acuerdo a este proceso de personalización narcisista, el humor, como indica Lipovetsky,


visto desde el punto de vista del sujeto, se rige por una especie de ego o conciencia de uno
mismo a partir de la cual yo como sujeto produzco el fenómeno humorístico. Ya no se trata
tanto de un humor generado a partir de un momento espontáneo que expresa comicidad, o
de la burla de los vicios ajenos, sino de un constante narcisismo que termina por ser
humorístico.

Otro de los asuntos importantes para comprender la actitud general de los individuos en
esta sociedad humorística, es que se ha implantado un tipo de liquidación de la risa. Ya no
se presentan esos momentos intempestivos en los cuales la risa o carcajada hacía presencia.
El estallido espontáneo de risa y comicidad se apaga poco a poco, en tanto la sociedad se ve
invadida por una atmósfera sofocante de ritmos y sonoridades que acallan dichas
expresiones. Ejemplos de este acallamiento de la expresividad cómica se dan, por ejemplo,
a partir de una musicalidad fuerte en las discotecas, o de un tipo de música ambiente
constante y resonante en cada esquina.

La pérdida de dicha espontaneidad cómica, de una expresión más humana y vinculante, se


relaciona estrechamente con la actitud apática y cool anteriormente mencionada. Todo esto
parece desencadenar y subrayar fuertemente el amplio sentimiento de vacío que hace
presencia en las vidas de los distintos individuos. Lo que, generalmente, puede identificarse
como el impulso vital parece ir en picada en este tono general que se manifiesta. El
individuo se repliega sobre sí mismo, hace gala constante de su inequívoco narcisismo,
pierde posesión de los lazos humanos que generan unificación. Todo esto, queda bien
expresado por Lipovetsky en lo siguiente:

“Concentrado en sí mismo, el hombre posmoderno siente progresivamente la dificultad de


«echarse» a reír, de salir de sí mismo, de sentir entusiasmo, de abandonarse al buen humor.
La facultad de reír mengua, «una cierta sonrisa» sustituye a la risa incontenible: la «belle
époque» acaba de empezar, la civilización prosigue su obra instalando una humanidad
narcisista sin exuberancia, sin risa, pero sobresaturada de signos humorísticos” (p. 147,
1986).

Metapublicidad

La publicidad, para Lipovetsky, es un ámbito donde lo humorístico se expresa de manera


bastante contundente. En la siguiente cita se describe a qué alude esto:
“Probablemente sea la publicidad la que mejor explícita la naturaleza del fenómeno
humorístico: películas, vallas, anuncios renuncian poco a poco a los discursos sentenciosos
y austeros en favor de un estilo a base de juegos de palabras, de frases indirectas («Qué
bonitos ojos tienes», para una montura de gafas), pastiches (Renault Fuego: «El coche que
corre más deprisa que su sombra »), dibujos cómicos (monigotes Michelín o Esso),
grafismos sacados de los comics, paradojas («Mire, no hay nada que ver»: cintas adhesivas
Scotch), homofonías, exageraciones y amplificaciones divertidas, gags, en resumen, un
tono humorístico vacío y ligero en las antípodas de la ironía mordaz” (p. 147, 1986).

Un asunto esencial para comprender el fenómeno publicitario y sus implicaciones es el


hecho de que en esencia los códigos humorísticos inscritos allí no están ligados a una
ideología o a la expresión de una doctrina determinada. La publicidad se desvincula pues de
una sujeción fuerte a mensajes ideológicos. En una sociedad en la cual se trata de ostentar
la autonomía, la elección, el ámbito singular y privado del individuo, la expresión de
mensajes ideológicos a través de los cuales el sujeto se exterioriza y trata de hallar su
fundamento, no parecen ir de la mano con lo que se busca. En tanto la publicidad pierde
este carácter, pierde también la expresión clara de sentidos, y por tanto, es difícil
adjudicarle un criterio de verdad o falsedad, parece salirse de estas categorías, para no
quedar más que el juego, lo lúdico, el guiño.

La publicidad es designada por Lipovetsky como metapublicitaria debido a este carácter de


desvinculación, pues a pesar de que es claro que posee una dependencia del ámbito de
consumo y producción, y de que posee ciertos contenidos y mensajes específicos, termina
también por constituir una esfera autónoma, propia, en la que lo importante es el mensaje
circunscrito a la publicidad misma, lo que ella misma puede decir a partir de su
expresividad y manejo de las formas, es pues, metapublicitaria.

Como última anotación a este respecto, en tanto la publicidad se desembaraza del carácter
ilusorio e idiológico, propende entonces por una actitud activa y participativa del individuo
a quien se le muestra, este se convierte en alguien que opera en la creación de sentido de la
publicidad, deja de estar estático y sujeto a un conjunto de valores dominantes. Al menos
así es como aparenta ser el fenómeno publicitario.
La moda

En este punto, considero importante resaltar básicamente que la moda encierra como
fenómeno humorístico, esta especie de singularidad, de amplio abanico de opciones, de
expresión de la personalidad a través de lo que se usa. Como dirá Lipovetsky:

“Lo chic ya no consiste en la adopción del último grito, radica en guiñar el ojo, en la
independencia respecto a los estereotipos, en el look personalizado, sofisticado y
heteróclito para los tenores de la moda, banalizado “relax” para el hombre de la calle” (p.
151, 1986).

Proceso humorístico y sociedad hedonista

Como bien se ha venido viendo en la medida en la que la expresión humorística queda libre
pues de un código rígido, de un mensaje pesado y coercitivo, se da lugar a una especie de
aura detonante, psicodélica, que se vincula de manera totalmente consecuente con la
tendencia hedonista y psicologista de la época. El código humorístico, si bien está de
hecho vinculado a la sociedad consumista, no se reduce a este ámbito, pues para Lipovetsky
es esencial entender este fenómeno de una manera más amplia, lo cual queda implicado en
la siguiente cita en la que se habla de la imposición general del estilo humorístico:

“…Imposible explicarlo únicamente por el imperativo de vender, por los progresos del
diseño o de las técnicas publicitarias. Si el código humorístico se ha impuesto, se ha
propagado, es porque corresponde a nuevos valores, a nuevos gustos (y no solamente a los
intereses de una clase), a un nuevo tipo de individualidad que aspira al placer y a la
expansión, alérgica a la solemnidad del sentido después de medio siglo de socialización a
través del consumo” (p, 156, 1986).

Destino humorístico y edad “posigualitaria”

Los criterios, valores y parámetros que anteriormente se tenían y que eran dignos de un
respeto por parte de los sujetos, muchas veces terminan hoy en día por ser parte de las
burlas y del humor incesante. En la época descrita por el autor escenarios como lo político
y lo artístico encierran de manera fuerte y predominante esta tendencia humorística. En el
caso de lo político, las oposiciones partidistas, la afiliación a alguna corriente ideológica, no
representan más que una falta de seriedad y de compromiso, el inmersión en el humor
predominante. En el arte, distintos movimientos siguen este ritmo incesantemente
humorístico, en manifestaciones como las deconstrucciones cubistas, la fantasía surrealista,
la abstracción geométrica o expresionista, entre otras.

Por otro lado, el afán de expresión de lo individual lleva a que se creen múltiples redes de
reconocimiento a las que los individuos se afilian para encontrar un espacio de
identificación que ellos sienten como plena. Así se crean asociaciones de padres solteros,
de claustrofobos, de obsesos, calvos, entre otras. Lo interesante aquí es que sigue haciendo
presencia el tono humorístico, pues esta diferenciación creciente entre tantos rasgos
humanos que tratan de ganar un espacio, constituye un hecho que raya ya con lo absurdo y
lo jocoso.

En este amplio panorama de constante diferenciación, se ocasiona pues que haya una
pérdida de una identidad vinculante entre los seres humanos. El encuentro con el otro
encierra una cierta extrañeza, se le considera desde una óptica humorística basada en esa
relajación y hedonismo imperantes, cesa de haber un reconocimiento pleno.

Reflexiones Finales

Como conclusión, quisiera resaltar algunas características que considero que pueden
relacionarse de manera clara con la problemática del tiempo que viene siendo tratada en
clase a partir de la lectura de Debord. Si bien es cierto que en Lipovetsky no hay un
tratamiento explícito de la categoría del tiempo, a partir del establecimiento de un vínculo
entre lo propuesto por Debord y lo hallado en la obra “La era del vacío” se puede dilucidar
una forma de comprensión de lo temporal.

Se puede concluir que la actitud general de la sociedad descrita por Lipovetsky implica que
los individuos viven de acuerdo a una inmersión constante en el instante inmediato, hay una
falta de reflexividad que propicia dicha tendencia al placer y al hedonismo que parecen ser
inagotables. Este instante placentero, eufórico y narcisista en el que se pierde el sujeto
parece implicar una concepción cíclica del tiempo, en tanto hay una vuelta constante a
dicho momento anhelado, este placer y relajación constituye la cualidad imperante que se
repite y sustenta el proceso de personalización. En este sentido, en la sociedad postmoderna
se puede constatar una especie de actitud nihilista, bajo la cual los individuos viven por y
para el goce, se sumergen constantemente en él. No es un nihilismo que implique un grado
de conciencia, consiste simplemente en la actitud ya descrita. En la medida en la que se da
lo anterior, el sujeto parece vivir en perpetuo presente, se da una ausencia de una
conciencia histórica de lo precedente, y la falta de una conciencia prospectiva que permita
ir en búsqueda de ideales y valores claros. Por otro lado, es claro que en la era postmoderna
se está en posesión del saber que expresa el tiempo irreversible. Se sabe que los distintos
momentos que se suceden en el tiempo conllevan de por sí cierta cualidad de
irrecuperables, se sabe que el sujeto interviene en el tiempo a partir de su relación con la
base material que le sirve para producir y de sus distintas relaciones sociales. Sin embargo,
si bien hay un saber al respecto, lo que parece suceder de hecho, es que los individuos se
sumen a un tiempo cíclico sustentado a partir de ese goce irrefrenable. Esta sería pues la
relación que creo que puede establecerse con la categoría de lo temporal.

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