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LA FINALIDAD DEL EVANGELIO DE

JUAN
La finalidad general (20:39, 31)

Juan había hecho una cuidadosa selección entre tantas «señales» y añade ahora: «astas
empero se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios: y para que
creyendo, tengáis vida en su nombre.» Esta finalidad se expresa según la terminología de
este Evangelio, pero se aplica igualmente a los sinópticos. pues todos los Evangelistas
seleccionaron incidentes de entre los innumerables de la vida de Cristo, con el fin de
demostrar que Jesús era el Mesías. el Hijo de Dios, fuente de toda bendición y salvación.

La finalidad específica

Al propósito indicado en 20:31, hemos de añadir el del «texto clave» del Evangelio que se
halla en 1:14: «Y el Verbo llegó a ser carne, y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de
verdad: y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre». Juan habla como uno de los
testigos-apóstoles, y sus palabras en I Juan 1:14 nos hacen saber que él y sus compañeros
no sólo contemplaron la gloria del Verbo encarnado, sino que también recibieron la
comisión de declararla, con el fin de que otros entrasen en plena comunión con el Padre y
el Hijo. El Evangelio se escribió, pues, para complementar la labor de los Evangelistas
anteriores por presentar a Cristo como el Verbo eterno, Creador y Fuente de vida, quien se
dignó hacerse «carne», o sea, asumir una perfecta naturaleza humana, a través de la cual,
como Dios-Hombre en la tierra, había de dar a conocer el Ser y la obra de Dios hasta donde
los hombres pudiesen recibir estos raudales de luz celestial. Tan perfectamente llevó a cabo
su cometido que en la víspera de la Pasión dijo a Felipe: «El que me ha visto ha visto al
Padre» (14:9).

La finalidad apologética

En la época de la redacción del Evangelio el gran peligro interno que amenazaba a la Iglesia
era el error del docetismo, relacionado con los principios del gnosticismo. Falsos
enseñadores corno Cerinto declaraban que el Cristo no era hombre real, sino que sólo
aparecía como tal a los ojos de sus contemporáneos, Cerinto enseñaba que el «Cristo»
descendió sobre el hombre Jesús en su bautismo, para abandonarle en la Cruz. Los
gnósticos, mezclando algunos elementos cristianos con lo que pasaba por ser «ciencia» en
aquella época (y era una especie de teosofía), postulaban muchos intermediarios entre el
Dios que era espíritu puro, y la creación material. El mal residía, según ellos, en la materia.
Pretendían una «gnosis» (ciencia) mística, al margen de las Escrituras. Es evidente que este
Evangelio con su énfasis tanto sobre la humanidad de Cristo como sobre su Deidad, y que
señalaba al Verbo creador encarnado como único Mediador, constituía el mejor antídoto
posible al veneno de los errores gnósticos.
La finalidad doctrinal

Las revelaciones que el Cristo resucitado concedió al apóstol Pablo habían preparado el
terreno para una presentación más doctrinal de la persona, y la obra de Cristo. No
hablamos de una revaloración, pues los «valores» son únicos y constantes en este caso,
presentes y visibles desde el principio, pero sí de una nueva visión del significado del
Advenimiento. La armonía entre todos los Evangelios es perfecta, y la nueva presentación,
por reconocer la anterior, prescinde de muchos detalles históricos con el fin de ampliar la
cristología, y sacar a luz consecuencias doctrinales más cumplidas de la vida y la obra de
Cristo.

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