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Thubten Chodron
Editorial Albricias
Capítulo 11. Enfrentando al enemigo. Pp. 110-115
De hecho, un enemigo es más bondadoso con nosotros que el ser más compasivo
que podamos imaginar, por ejemplo el Buda. Esto puede sonar casi inconcebible:
“¿Qué quieres decir con que ni enemigo es más bondadoso conmigo que el Buda?
El Buda tiene compasión perfecta hacia todo el mundo. ¡El Buda no le hace daño
ni a una mosca! ¿Cómo puede mi enemigo, que es un estúpido, ser más
bondadoso que el Buda?”
Mi maestro me lo aclaró muy bien cuando fui asistente del director de un instituto.
El director -Sam- y yo no nos llevábamos nada bien. La combinación de una mujer
estadounidense independiente trabajando con un macho italiano creó algo
parecido a Los Álamos. Durante el día me enojaba con él y por la noche regresaba
a mi cuarto pensando: “Otra vez lo arruiné todo”, y para ayudarme sacaba la Guía
para el modo de vida del bodhisatva, de Shantideva. Al final dejé ese trabajo y me
fui a Nepal, donde vive mi maestro, Zopa Rimpoché. Estábamos sentados en la
azotea de su casa mirando los Himalayas, tan tranquilos y en calma, cuando
Rimpoché me preguntó: “¿Quién es más bondadoso contigo, Sam o el Buda?”
Pensé: “¡Tiene que estar bromeando! No hay comparación; es obvio que el Buda
es más bondadoso, pero Sam es otro asunto”, por lo que respondí: “El Buda, por
supuesto”.
Rimpoché me miró como diciendo: “¡Uff! Sigues sin entender”, y dijo: “Sam te dio
la oportunidad de practicar la paciencia. El Buda no. No puedes practicar la
paciencia con el Buda, y para llegar a iluminarte necesitas perfeccionar la cualidad
de la paciencia. Por lo tanto, Sam es más bondadoso contigo que el Buda”.
Me quedé ahí sentada, sin habla, tratando de digerir lo que Rimpoché había dicho.
Esperaba que él dijera algo diferente, como: “Sé que Sam es una persona difícil y
lograste muy bien aguantarlo todo ese tiempo”. Pero no, lo que me esperaba no
era ni consuelo ni elogios para mi ego. En lugar de eso, mi maestro me confrontó
con mi intolerancia. Lentamente, y con el paso de los años, el significado de lo que
dijo se ha ido aclarando y me ha cambiado. Ahora, cuando veo a Sam, aprecio lo
que aprendí de él y lamento que en ese tiempo no haya podido beneficiarme de
trabajar a su lado. Posteriormente, también he pensado que tal vez yo no era una
persona con la que resultara fácil trabajar.
Para evitar que el enojo surja como respuesta al daño también podemos
preguntarnos: “¿Es la naturaleza de esa persona lastimarnos?” En cierto modo
podemos decir que la naturaleza humana es maltratar a otros de vez en cuando.
Todos somos seres sintientes atrapados en la red de la existencia cíclica, de modo
que , por supuesto, nuestras mentes están oscurecidas por la ignorancia, el enojo
y el apego. Si esta es nuestra situación presente, ¿por qué esperar que nosotros
mismos o los demás estemos libres de concepciones erróneas y emociones
destructivas? Si una persona es dañina por naturaleza, enojarse con ella es inútil.
Es como si nos enojáramos con el fuego porque su naturaleza es arder. Esa es la
forma de ser del fuego; esa es la forma de ser de esa persona. Enojarse por ello
no tiene sentido ya que eso no puede alterar la causa de la herida.
Por otra parte, si una persona no es dañina por naturaleza, no tiene caso enojarse
con ella. Su comportamiento desconsiderado es superfluo, no es su naturaleza.
Desde la perspectiva budista, la naturaleza más profunda, incluso de la gente que
ha actuado de la manera más terrible, no es perjudicial. Ellos también poseen el
potencial puro del Buda, la naturaleza pura de su mente, que es su verdadera
naturaleza. Su comportamiento destructivo es como un nubarrón que
temporalmente oscurece el cielo claro. Ese comportamiento no es intrínseco a
ellos, de modo que ¿por qué sentirnos infelices enojándonos por lo que en
realidad no son ellos? Pensar de esta manera es sumamente útil.
El episodio que ocurrió hace unos años con Rodney King me aclaró este punto.
Pensé: “Si me hubieran criado como a King, quien iba manejando peligrosamente
rápido en una carretera para evitar ser detenido, probablemente habría actuado
como él. Si me hubieran criado como a los policías que lo golpearon, me habría
comportado como ellos. Si me hubieran criado como a los tenderos coreanos,
podría haber actuado de manera similar, y si hubiera vivido las circunstancias de
aquellos que se amotinaron, también habría hecho lo mismo. Cuando con
honestidad me observé, situándome bajo las condiciones apropiadas, pude haber
pensado como cualquiera de esas personas y hacer hecho cualquiera de esas
acciones. Por fortuna no he estado en esas situaciones, pero no estoy libre el
potencial de actuar como lo hicieron ellos. No puedo condenarlos altaneramente
como malvados si yo no he eliminado en mí las semillas de esas emociones y
comportamientos. Por esta razón, la compasión por nosotros mismos y por los
demás es esencial y apropiada.