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COL-e Coloquio de Antropología e Historia Regionales (31 : 2009 : Zamora, Michoacán)
El espacio en las ciencias sociales: Geografía, ínrerdisciplinariedad y compromiso I Martha Chávez Torres, Martín
Checa Artasu edirores.>- Zamora, Mich. : El Colegio de Michoacán, 2013
2 v. : il. ; 28 cm. -- (Colección Debates)

ISBN 978-607-8257-46-l Obra completa


ISBN 978-607-8257-48-5 Volumen II

l.Geografía Humana - Congresos


2.Ciencias Sociales - Congresos
3.Terrirorialidad Humana - Congresos

I.Chávez Torres, Martha, ed.


II.Checa Artasu, Martín, ed.

Ilustración de portada: Imagen satelital de Zamora, Michoacán, 2000. Arreglos de Marco Antonio Hernández Andrade y Marrha
Chávez Torres.

Patrocinado por:
© D. R. El Colegio de Michoacán, A. C., 2013 Fideicomiso "Felipe Teixidor
Centro Público de Investigación y Monserrat Alfau de Teixidor", 2013
Conacyr Calle Georgia 44, Col. ápoles
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Las Fuentes
59699 Zamora, Michoacán
publica@colmich.edu.mx

Este libro fue dictaminado por el Consejo editorial de El Colegio de Michoacán.

Impreso y hecho en México


Printed and made in México

ISBN 978-607-8257-46-1 Obra completa


ISBN 978-607-8257-48-5 Volumen II
EL VIAJE COMO INICIO DE LA REFLEXIÓN CULTURAL
COROGÉNESIS EN EL NUEVO MUNDO

Federico Fernández Christlieb1

Mucho se ha escrito sobre la relación entre los viajes y la geografía. Más aún, los viajes son vistos
generalmente como la sustancia de la que está hecha la geografía (Crang 2007; Matthews and Herbert
2008; Zusman et al. 2007). Pero, ¿qué es lo que realmente descubre el viajero en su experiencia?, ¿por
qué el viaje está en el centro de la reflexión geográfica? Según argumentaremos en este escrito, la res-
puesta es que en el viaje se descubre la diferencia, la alteridad. Es decir, el viaje es la constatación de
la existencia de otros lugares, lo cual implica descubrir otras gentes2 y otros ambientes naturales dife-
rentes a los nuestros. En esencia, se descubre que no todo es como lo nuestro. Así, el lugar es la noción
espacial clave para comprender la geografía (Tilley 1994; Tuan 1977). El mundo es una sucesión de
lugares y la geografía se ocupa de advertir sus características. El lugar, según Edward Relph, es donde
los humanos experimentan el mundo, es el espacio significativo para una comunidad humana (Relph
1976). Así, cada lugar es diferente y cada grupo humano experimenta en consecuencia el mundo de
manera también diferente. Los viajes permiten el intercambio de impresiones de lugar a lugar y de
gente a gente.
Si el fenómeno del viaje es parte esencial de la geografía, entonces también lo es el fenómeno
de la diferencia cultural que deriva de él. Esta diferencia entre culturas se manifiesta al menos de dos
maneras. La primera tiene que ver con la mirada del viajero, quien lleva consigo unos ojos adiestrados
sólo para ver ciertas cosas de acuerdo con su propia historia que se ha gestado en un lugar diferente;
así, aunque sólo vea vegetales, animales y minerales, el viajero está haciendo un ejercicio de filtra-
ción cultural; está seleccionando según sus propios códigos lo que observa. No todos los individuos
atienden a los mismos objetos ni establecen las mismas relaciones entre ellos aunque estén mirando
los mismos paisajes. La segunda manera en que se manifiesta con claridad la diferencia cultural con-
siste en las modificaciones que unos grupos humanos y otros realizan sobre el paisaje; el viajero en
su recorrido constata no sólo que el relieve o el clima hacen diferentes a los lugares desde su origen
natural, sino también que las otras gentes imprimen en el paisaje distintos rasgos que hacen singular al
ugar que el viajero visita. Cada lugar tiene marcas que lo distinguen: hay caminos puemes, canales,
campos cultivados, animales de crianza, casas, iglesias, calles ...

Investigador en el Instituto de Geografía UNAM, E-mail: fedfer@unam.mx


"Gentes", en plural, puede tomarse como sinónimo de pueblos. Según Corominas (1983: 296) el término viene de "gens" que significa ;;~- ·a ,
tribu, el pueblo de un país, comarca o ciudad".

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FEDERICO FERNÁNDEZ CHRISTLIEB

En este sentido, la cultura territorializada (ya sea en la mirada del viajero o en las modificacio-
nes que los pueblos realizan sobre el entorno) es fundamental para entender la geografía. Por más que
estudiemos el espacio, no hay geografía sin tomar en cuenta el enfoque cultural. En el presente escrito
trataremos de argumentar en este sentido siguiendo algunos testimonios redactados por viajeros euro-
peos que entraron en contacto con el Nuevo Mundo hacia finales del siglo XV y principios del XVI. Sin
embargo, proponemos al lector que imagine su propia experiencia contemporánea de viaje en el ánimo
de convencerse de que, la confrontación personal del viajero con otras culturas y con otros ambientes
es, en cualquier época, motivo de sorpresa. La capacidad de sorprenderse define al buen viajero y al
buen geógrafo. Partiendo de este planteamiento en el cual el viaje es el motor de la reflexión geográ-
fica, el objetivo final de este texto es definir lo que sucede -al paso del tiempo- cuando los viajeros
han alterado los lugares propios y los ajenos. Estas alteraciones hacen que se generen nuevos grupos
culturales y, en consecuencia, hacen que emerjan nuevos lugares que antes no existían. El proceso de
emergencia de nuevos lugares, aquí proponemos, ha de ser llamado corogénesís.

VIAJE Y CULTURA

La reflexión geográfica está hecha de viajes; el desplazamiento individual o colectivo es una condi-
ción para que exista. Su origen está en la curiosidad por saber qué hay detrás de la colina y más allá
del horizonte.3 El viaje nos permite percibir cosas diferentes a las que tenemos en el lugar de origen.
El viajero se detiene de cuando en cuando para descansar, para comer, para intercambiar lo que trae
en su maleta. Ahí mira cosas que le son familiares y cosas que son diferentes a todo lo que conoce.4
Siente gustos y desagrados. Hay imágenes, aromas y sabores nuevos pero también hay temores y
extravíos que nunca había sentido. En sus paradas, el viajero compara (De-Ita-Rubio 2005). Este
juego de comparaciones y a veces este estado en donde todo le es ajeno, evidencia un aquí y un
allá, evidencia la existencia de lo otro. La reflexión geográfica nace cuando el viajero se percata de
eso otro, de los otros lugares con sus otras personas, es decir, de la diferencia de culturas (Zusman
et al. 2007). Por eso, la geografía es cultural. Mientras más se aleja el viajero, más extraños son los
otros lugares, más ajenos son los otros objetos que hay en ellos y más diversas son las otras personas
que encuentra. Incluso habrá sitios en donde no entienda ni una sola palabra de lo que dicen los
demás, donde no sepa qué comer, cómo cubrirse de ese sol penetrante, con qué curarse una diarrea,
dónde conseguir agua potable o dónde dormir sin que lo aplaste una roca o lo devore alguna bestia
nocturna. Para viajar se necesita ser temerario y tener al menos un poco de plata, de manera que no
cualquiera puede viajar y, por consiguiente, no cualquiera puede activar una reflexión geográfica.
Sólo los afortunados. 5

3. Según Daniel Defoe (2008: 1), el viaje puede estar movido "por una desesperación o por una extremada ambición". Más adelante veremos cómo,
. en efecto, la ambición origina viajes de exploración y conquista. En cuanto a la desesperación en forma de exilio obligado, por ejemplo, puede
también suscitar reflexiones de tipo geográfico (Benedetti 1984).
4. La geografía es una disciplina cuyo análisis se apoya fundamentalmente en el sentido de la vista (Cosgrove 2002: 63-89). El viajero observa selectiva-
mente y, como dice Yi-Fu Tuan, es capaz de componer una imagen significativa desde su punro de vista estético, cosa que el nativo, el no viajero,
no puede.
5. Afortunados son los que tienen suerte (Cororninas 1983: 279), pero en este caso son también los que tienen dinero. Sin dinero -así sea poco- no
se puede viajar y tampoco se puede activar una reflexión científica o filosófica. Los científicos, y en particular quienes han obtenido de sus viajes
EL VIAJE COMO INICIO DEL', REFLEXIÓN CULTURAL

Todo viaje es un periplo, es decir, siempre tiene regreso.6 El caminante (el jinete, el marino, el
conductor) se detiene una vez o varias en otros lugares que no son como el suyo pero después de un
tiempo, cuando ya no tiene nada en las bolsas o cuando está harto de no entender la lengua o cuando
echa de menos a la persona amada, vuelve a casa; donde contará lo que vio de los otros, a los que son
como él. Ésta es una parte fundamental de la reflexión geográfica porque en ella participan también
los que no viajaron:7 platicará lo que cree haber visto aunque en algunos casos no tendrá referencias
para hacerlo. Y dirá a sus coterráneos frases como las siguientes:

Vi animales que se parecen a los nuestros pero mucho más grandes;


Traté con gente de vestimenta extraña;
Comí un platillo que sabe como a la mezcla de esto y aquello pero no sé qué tenía;
Sentí un calor que no creí que pudiera existir;
Subí y bajé cuestas entre miles de árboles rasposos de los que no hay por aquí;
Tuve sed;
Me pareció ser rechazado por esa gente de rasgos extraños pero a la vez me albergaron, me alimentaron y
me curaron cuando caí enfermo.8

Los que escuchan se forman una idea muy vaga e incompleta de la experiencia del viajero.
Algunos irán por ahí a contar lo que han entendido, y así, la idea de lo que hay detrás de la colina y
más allá del horizonte empieza a formarse colectivamente. Esa idea -más o menos distorsionada- ya
no es más propiedad del viajero sino ahora es del dominio público. Es una idea que, para ellos, ha
entrado al mundo conocido y, en consecuencia, ese mundo -el de su propia cultura- se ha ampliado.
Pero el viajero que despierta admiración también genera desconfianza. Ante los ojos de sus coterráneos
. -a no es el mismo (Islam 1996). Algo cambió en él. Quizá regresó más ufano, quizá más modesto. Y
decir verdad, también el viajero ve su pueblo con otros ojos. Lo ve más bonito o más feo según sus
uevos referentes. Valora costumbres que al partir despreciaba. Al volver habla con los mismos veci-
os pero ahora ve en ellos defectos que antes consideraba virtudes. Incluso se descubre aburrido ante
ia persona que amaba. El viaje lo ha transformado. Su viaje, sin embargo, también ha introducido
quietudes en algunos de sus coterráneos, ha sembrado curiosidades, ha, finalmente, desestabilizado
para siempre la calma apacible que reinaba en su lugar.
Los que no viajan no tienen posibilidad de comparar, de contrastar sus gustos con los de los
emás, de atravesar por nuevas experiencias. Para ellos, su lugar es la medida del mundo. Si acaso

información para comprender el mundo (pensemos en Marco Polo, Humboldt o Darwin), han sido por lo general hombres sin presiones econó-
micas. Por desgracia, la ciencia es una actividad abrumadoramenre masculina de quienes pertenecen a la "elite" (Relph 1981: 23; Cosgrove 1984: 4).
Bertrand Russell los llama "hombres educados" (Russell 1984: 522). No obstante, podemos mencionar viajeros que mendigaban, como lo fueron
muchos de los frailes que partieron de España hacia América y las Filipinas (Martínez 1999); en este caso, ser pobres por voluntad propia no les
quitaba ser al mismo tiempo hombres educados, afortunados.
Si bien muchos de los mapas realizados en la época que nos ocupa (consistentes en ir nombrando los puntos que se divisaban en la costa desde una
embarcación) fueron llamados "periplos", la palabra estrictamente refiere siempre a un viaje con regreso (Real Academia Española 2000).
Son los que no van pero disfrutan de las narraciones de los que sí fueron, leen sus relaros, los memorizan, pueden incluso recrearlos y dar cátedra
sobre ellos; son también quienes a veces logran comprender más agudamente las cosas que vio el viajero sin darse cuenca. Syed Manzurul Islam los
llama "viajeros sedentarios" (Islam 1996: viii). Agrega que "el modo sedentario de viaje se establece a sí mismo como una máquina de la alteridad".
Estas frases han sido tomadas, palabras más, palabras menos, de las cartas y narraciones de viaje respectivamente de: l. Cristóbal Colón en 1503
(1999:12); 2. Antonio de Ciudad Real en 1589 (1993: t. 1: 67) 3. Gonzalo Fernández de Oviedo en 1535 (1979); 4. José de Acosta en 1583 (2003) 5.
Amerigo Vespucci en 1500 (1986: 52) 6. Alvar Núñez Cabeza de Vaca en 1542 (2005) y 7. Cristóbal Colón en 1503 (1999: 9).

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el mundo no es como su lugar, poco importa. Los "nativos", como los llama Yi Fu Tuan, son por lo
general conservadores. Desean que el mundo -es decir, su lugar- permanezca de la manera que es, se
conserve, se eternice. El nativo "tiene una actitud compleja derivada de su inmersión en la totalidad de
su ambiente" (Tuan 1974: 63). No ve diferencias; no tiene posibilidad de comparar. En consecuencia,
recibe al viajero como un extraño, un extranjero, un forastero que no es bien visto. Si ambos logran
comunicarse y perder la desconfianza mutua, el mundo se amplía para los dos.
Los viajeros pueden ser clasificadosen cuatro categorías que, sin embargo, no se excluyen entre
ellas: los exploradores, los comerciantes, los militares y los predicadores. Veamos brevemente cada una
de ellas.

Los EXPLORADORES

El explorador es un viajero provisto de una poderosa curiosidad. Es el que se atreve a pasar del otro
lado de la cordillera simplemente para ver qué hay, a entrar en un pueblo desconocido, a comer algo
nunca antes probado, a comunicarse a señas con el extraño. Hay exploradores que se concentran en
observar y tratar de descifrar a las otras gentes y en ello está el origen de las ciencias humanas. Este
tipo de explorador es curioso de las costumbres de los otros y su deseo final e inconfesable es conver-
tirse precisamente en el otro. En la Nueva España del siglo XV1 tenemos el ejemplo de Bernardino de
Sahagún (1999),que si bien comenzó predicando una fe europea, terminó concentrado en compren-
der a los pueblos mesoamericanos. Pero el viajero de este tipo no sólo explora a los grupos humanos
asentados en un lugar sino también las características naturales del mismo. Se interesa por las plantas
y los animales, por el clima, por el suelo, por los astros que se miran desde el lugar al que ha llegado, y
en esta forma de procedimiento está el origen de las ciencias de la naturaleza. Gonzalo Fernández de
Oviedo (1979), Juan de Medina Plaza (1998 [1575]) y Francisco Hernández (2003 [c1578]) se cuentan
entre estos exploradores que siglos más tarde serán llamados naturalistas. Aunque ambos aspectos
-naturaleza y cultura- se presentan indisociados en los lugares que impresionan al viajero, podríamos
decir, para efectos prácticos, que todos estos visitantes son protocientíficos que interrogan a la natura-
leza y a las sociedades para tener una visión más amplia del mundo.José de Acosta (2003) por ejemplo,
hace la división explícita de sus observaciones en una "historia natural" y otra "moral" de las Indias.
También hay muchos de ellos donde sus testimonios describen naturaleza y sociedad sin distinción,
entre ellos: Juan de Grijalva (1993 [1518]) en 1518.

Los comerciantes

Uno de los impulsos mejor tipificados para emprender un viaje es el intercambio. Marco Polo, el
paradigmático viajero del siglo XIII era, antes que nada, comerciante (Bermúdez 1987). Comerciar ha
sido siempre un móvil para viajar. Históricamente, el intercambio se realizaba en especie. El viajero
sacaba de su maleta algo que canjeaba por otro objeto deseado: animales, vegetales y minerales han
sido siempre objeto de intercambio. El comercio y el viaje están tan unidos, que el término en inglés
travel ("viaje") proviene del término francés travail ("trabajo"); viajar quiere decir "trabajar en ventas
de un lado a otro" y, por tanto, con itinerario de regreso (Oxford 2002).

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EL VIAJE COMO INICIO DE LA REFLEXIÓN CULTURAL

Más aún, en francés la palabra marchand se emplea para dos cosas: para decir "vendedor"
y para decir "caminando". En México es usual que en los mercados, vendedores y compradores se
llamen uno al otro "marchante". Hoy en día, el viajero mercante es en realidad un gran exportador
que fleta buques o grandes camiones para trasladar sus bienes. El turista, por su parte, a su modesta
escala hace lo mismo: saca dinero de su bolsa y obtiene a cambio un servicio o un recuerdo que llevar a
casa. El llamado "descubrimiento de América" es un accidente ocurrido a un grupo de comerciantes.
En el siglo XV, los europeos buscaban denodadamente una ruta de navegación alternativa para evitar
el bloqueo que los musulmanes ejercían sobre el mediterráneo y sobre los caminos que conducían a
Asia. El objetivo era comerciar con especies (Dalby 2000, Keay 2006). En su afán por dar la vuelta al
mundo y llegar por la costa oriental asiática, se toparon con un gigantesco obstáculo al que llamaron,
con razón, "el Nuevo Mundo" (Kamen 2003). Más tarde, los comerciantes y los militares que llegan
a América no se diferencian mayormente entre ellos. Sin embargo, podemos encontrar rasgos de los
primeros en personajes como Cristóbal Colón (Colón 1999 [1503]).

Los militares

Cuando el comercio no se establece favorablemente, entonces se recurre a la guerra. El Imperio


Británico, por ejemplo, se construyó a partir de estas dos actividades que caían sobre un territorio
distante como las dos hojas de una tijera (Ferguson 2007, Ogborn 2008). El resultado de la mayoría
de las guerras es el establecimiento posterior de relaciones comerciales entre conquistadores y con-
quistados. Así sucedió recientemente en lrak, devastada por el bombardeo estadounidense e inglés
y por las sociedades comerciales que, del mismo origen que ahora, se establecen sobre sus ruinas. El
iglo XVl, momento en el que hemos centrado los ejemplos de nuestro análisis, es un siglo de gue-
rras de colonización emprendidas por España y Portugal (Kamen 2003). Entre los testimonios más
ilustrativos de la actividad militar para la conquista de Mesoamérica están las Cartas de Relación de
Hernán Cortés (1970) y los relatos de un soldado que ganó la reputación de historiador y cronista de
'cho episodio: Bernal Díaz del Castillo (1998). Pero la reflexión geográfica también recibe aportes
esgarradores de los vencidos. Miguel León Portilla (2005), ha sido uno de los pioneros en señalarlo,
ero existen muchos otros testimonios entre los que se cuenta la Crónica de Chac-Xulub-Chen
_ akuk-Pech 1993 [c1553]).

s predicadores

istóricamente, los predicadores se han hecho viajeros y han salido de su pueblo a difundir sus
eencias, por lo general, sobre temas que en su lugar pocos aceptan. Tal vez por eso se van a otros
o-ares y hablan de religión, de esoteria, de escatología, de ciencia, de cuentos, de arte. A Mesoamérica
aron predicadores por cientos agrupados en diversas órdenes mendicantes, todas ellas de filiación
· stiana. Las más importantes fueron las de los franciscanos, los agustinos y los dominicos (Baudot
O, Rubial-García 1989). Entre ellos, Vasco de Quiroga (1994) y Toribio de Benavente (1990) cono-
º como Motolinía.
Bartolomé de las Casas fue un gran viajero que desestimó la importancia del origen y del
tino en sus viajes. Para él, Europa y Mesoamérica fueron inicio y fin de sus desplazamientos, y en

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FEDERICO FERNÁNDEZ CHRISTLIEB

ados del océano predicó sus ideales y obtuvo eco de sus escuchas. Si bien en América comenzó
-. - credicar el evangelio cristiano, en Europa predicó el carácter humano de los indios y la vida se le
--:..e en defender su postura (Casas 1997 [1542]). En el ámbito artístico también viajó un pintor holandés
e radicó en México en la década de los años 1560: Simon Pereyns (Lorenzo-Macías 2000).
Estos cuatro tipos no incluyen al turista de nuestros días. El turista no es necesariamente un
viajero, aunque puede llegar a serlo. Los motivos principales de la actividad turística no son la curiosi-
dad por saber que hay detrás de la colina y más allá del horizonte, ni por sorprenderse de la diferencia
y de la alteridad. El turista moderno es un producto comercial. Prefiere encontrar su propia comida
en otros países, por remotos que éstos sean, dormir en el mismo tipo de habitación oliendo sábanas
que guardan el mismo aroma a detergente, escuchar su propia música, hablar su propio idioma. El
turista no es un relator de viajes y rara vez escribe. Cuando regresa no narra en el ánimo de despertar
una reflexión geográfica sino que prefiere enseñar fotografías y en la mitad de ellas aparece él mismo
con un edificio o un paisaje detrás. Por eso, aunque hay excepciones, el turista no es para nosotros un
viajero, aunque en este artículo aparezca en varias ocasiones.
Además de contar con plata y con atrevimiento, con curiosidad y con capacidad de obser-
vación, los cuatro tipos de viajero que mencionamos se caracterizan también por salir siempre de
un puerto que se encuentra en Europa. El viaje y la geografía son dos inventos europeos aunque
hoy en día podamos registrarlos en otras partes del mundo.9 La geografía y los viajes que hacemos
-digamos- los latinoamericanos, son en esencia productos de la cultura occidental. Son los euro-
peos quienes a partir del siglo XV salieron sistemáticamente de sus tierras a explorar, a conquistar, a
comerciar y a predicar. Ellos transformaron de esa manera prácticamente todos los demás lugares del
orbe. Modificaron las culturas que dominaron y alteraron los ambientes físicos que ocuparon. Hoy,
el mundo dominante y sus aspiraciones y valores son predominantemente occidentales.'? ¿Cómo
podríamos caracterizar los rasgos del europeo que llega a otros lugares? Syed Manzurul Islam ha
meditado sobre la novela Robinson Crusoe escrita por el inglés Daniel Defoe (2008) en 1719. Todo
mundo recuerda que el protagonista es un náufrago que sobrevive en una isla durante 28 años en
la desembocadura del Orinoco. Al llegar, el europeo asume que la isla es suya; más adelante se ate-
rroriza al ver huellas humanas y construye una empalizada, una verdadera fortaleza para protegerse.
Después rescata, adopta y, digamos, somete a un aborigen al que llama Viernes y lo emplea a su
servicio. El europeo sobrevive gracias a su empeño, su trabajo y su inteligencia (que se presume
como superior), y que le permiten domesticar la naturaleza hostil de la isla. La novela retrata las
aspiraciones europeas de principios del siglo XVIII que serán ejecutadas en África, Asia, América y
Oceanía. Islam (1996: 3), sin embargo, da en el clavo al criticar esa forma de asimilación de la isla
por parte del europeo concluyendo que "para Robinson, pese a haber cubierto grandes distancias
tanto en el océano como en tierra, nunca logra viajar a ningún lado". Hasta entonces, Robinson ha

9. De hecho, la noción de "cultura" también es un concepto occidental. Denis Cosgrove (1983: 1) señala que "no hay grupo humano que considere
el mundo donde vive como un producto cultural, excepto la burguesía occidental que creó el concepro de cultura".
10. La idea de que todo viaje tiene como punto de partida a Europa merece matices y aclaraciones. La forma actual de desplazarse, tanro del turista
como de los cuatro tipos de viajero mencionados es una concepción construida material e intelectualmente en Europa o, para ser más precisos.
en el Viejo Mundo, que además comprende al ámbito mediterráneo del este de Asia y del norte de África (Ibn Batuta por ejemplo). No obstante.
hay registros de viajeros previos a esa época, que pot ahora no nos atrevemos a analizar. Entre ellos, el monje chino Fa-Hian a finales del siglo P.
(Veme 1983) y el extraño caso de Cosmas Indicopleusres, viajero indio que describió y cartografió las topografías de los lugares mencionados en la
Biblia (Riestra Rodríguez 1993).

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EL VIAJE COMO INICIO DE LA REFLEXIÓN CULTURAL

llevado consigo su cultura y ha negado la existencia de otras, pero más tarde, su relación con la isla
• con Viernes va cambiando. "Robinson aprende a vivir la isla a costa de renunciar a su posición de
1

maestro sobre la tierra y sobre el otro hombre, respondiendo a las condiciones de éstos y convirtién-
dose en otro que ya no es él mismo" (Islam 1996: 10). Entre estas dos actitudes se han debatido los
europeos en su encuentro ante el mundo. Aunque el siglo XVI tiene ejemplos numerosos de ambas
posiciones, en este escrito, como se habrá advertido, hacemos hincapié en la segunda, aquella en
onde el viaje es comunicación. -
Cada vez que uno de los viajeros regresa, las preguntas se multiplican en torno a él. ¿Qué hay
á?, ¿cómo son las personas?, ¿cómo son los lugares? Las respuestas constituyen a veces descripciones
ritas que sirven para que otros estudiosos del lugar se formen una idea sobre los otros lugares y las
as personas (Islam 1996: viii). Las preguntas sobre lo otro también han sugerido preguntas sobre lo
opio. ¿Cómo somos nosotros?, ¿cómo es nuestro lugar? Lo que descubre el viajero en su periplo son
as culturas, pero como se ve, también descubre la propia.
La cultura propia es lo que lleva consigo el viajero cuando sale de su lugar: no se puede des-
ender de ella porque está hecha de palabras, de ideas, de costumbres, de gestos, de actitudes, de
eencias, de prejuicios. La trae por dentro y a menudo de manera inconsciente.11 La forma de cami-
' el idioma, sus hábitos alimenticios, sus temores, el modo de responder a los estímulos del clima
parte de la cultura. También lo son sus zapatos, su camisa, su navaja, su remedio para la tos, su
hila y todo lo que lleva inicialmente en ella, de suerte que la cultura está constituida de todo lo
e históricamente hay en el lugar en donde nació y creció el viajero; la cultura se compone de cosas
reriales e inmateriales. Pero al llegar a otro lugar, el viajero encontrará otros hábitos y otros objetos.
os ellos conformarán la cultura del otro. La cultura, dice Ivan Illich (1990: 81), sólo es visible para
recién llegado". Así, el viajero se maravilla o se horroriza con las cosas y las actitudes de los otros
do está fuera de casa, pero al regresar a su lugar de origen es capaz, como nadie, de ver su propia
ra. Más aún, los viajeros van modificando la cultura de los lugares, van generando mezclas en el
_11_... . isamiento, en las costumbres y en los bienes materiales. Tomemos en cuenta que muchos viajeros

an mudado y que su lugar de nacimiento ya no es su lugar de residencia.

diferentes motivos, los viajeros (que, recordemos, son a menudo comerciantes y también guerre-
se instalan en otros sitios ocupando tierras a las que llevan su propia cultura y, en cierta medida,
ezclan con la del otro. En un principio, el viaje transforma a las personas involucradas, esto es:
riajero, a los anfitriones que lo reciben y conversan con él y a quienes escuchan o leen sus relatos.
entrada pacífica a Tenochtitlan en noviembre de 1519 narrada tanto por Cortés (1970) como por
al Díaz (1998), es un excelente ejemplo de este primer encuentro entre dos culturas en donde

Desde el vientre materno, la cultura empieza a impregnarse: lo que come y bebe la madre y lo que la cansa o descansa incide en la formación del
- o. No me refiero a su formación fisiológica. El parto también es una experiencia cultural que puede dejar huella. Los primeros meses de vida en
que aprende a dormir de noche, a comer ciertos sólidos, a dar sonrisas y a exigir atenciones. Los años de la infancia son, quizá, decisivos en el
oldeado cultural. La sociedad en la que uno nace imprime en sus miembros una visión del mundo que difícilmente se transforma. El viaje, por
cieno, es una de las mejores formas de modificarla.
FEDERICO FERNÁNDEZ CHRISTLIEB

hay asombro mutuo. Pero a veces el panorama no es tan terso y los viajeros imponen su orden y
sus modos de manera violenta con un resultado en el que también se producen cambios en las per-
sonas: en el viajero que se impuso por la fuerza y en las personas sometidas. La entrada violenta a
Tenochtitlan en agosto de 1521 narrada por los mismos dos conquistadores es un ejemplo de esta otra
modalidad. Pero hasta ahí, los cambios operados en ese puñado de actores no son de importancia
propiamente geográfica. No son los individuos los que hacen la geografía. Tampoco son los geógrafos
o los viajeros. Éstos son, como hemos dicho, los iniciadores de la reflexión geográfica, pero el cambio
cultural sólo es tal si acontece a un grupo social. La geografía es cosa de pueblos, no de individuos
(Augé 2005, Claval 2003).
La conformación de diversos grupos culturales está dada por la misma existencia, como hemos
mencionado, de distintos lugares. El viajero los descubre pero es el emigrante quien los asimila. Si la
migración no es individual sino colectiva, si con el tiempo se forman en el nuevo lugar familias de
distinto origen formando una minoría, en ese momento podemos distinguir dos grupos culturales:
el de la gente autóctona (los naturales; los oriundos, los lugareños, los aborígenes, la mayoría) y el
de la gente inmigrada (los fuereños, los extranjeros, los diferentes, la minoría). Con las migraciones
colectivas, las culturas de distintos orígenes se mezclan, se con-funden. Pero en diversos momentos de
la historia y en distintas latitudes, la relación entre minorías y mayorías ha generado conflictos más o
menos intensos. Unas veces, las mayorías han dominado y reprimido a las minorías y otras veces las
minorías han explotado y controlado a las mayorías. En su interacción, estos actores se diferencian de
sus antecesores y generan nuevas corografías.
América se explica, en parte, por los cambios culturales que la han marcado. No se trata, como
a veces se ha simplificado, de un mestizaje en el que, por ejemplo, los americanos ponen su mitad y
los europeos la suya para formar una tercera "raza" que puede conservar rasgos de ambas o bien puede
crear manifestaciones originales de sí misma (Vasconcelos 2003 [1925]). El proceso en el que indivi-
duos de culturas diferentes interactúan y modifican sus propios hábitos es bastante complejo y, como
hemos dicho, no se circunscribe al episodio de un viaje o de varios, sino al contacto constante y dura-
dero que hace que buena parte de la gente que ha nacido en esas condiciones de cambio se defina de
manera diferente a la generación previa. Esto es, que en los hechos haya nuevos individuos agrupados
que ya no se identifican plenamente con la generación de sus padres y sus abuelos o, al menos, con los
grupos mayoritarios que pueblan un territorio. En la historia de las ciencias sociales se han utilizado
muchos términos diferentes para tratar de explicar el fenómeno, entre ellos: contacto cultural, inter-
cambio, transculturación, hibridación, interetnicidad, mestizaje o sincretismo.
La cultura es algo dinámico que siempre está transformándose y, por tanto, hay muchas,
muchísimas expresiones culturales distribuidas en el espacio y en el tiempo. Varios estudiosos de
diversas formaciones han llamado "etnogénesis" al proceso de generación de nuevas culturas (Boceara
1999; Hill 1996; Bychkova-Jordan 2003; Navarrete 2004; García Corona 2007). El término surgió en el
siglo XIX como una respuesta al concepto "raza" que no lograba explicar la dinámica entre etnias en
un mundo en donde los europeos se estaban expandiendo territorialmente mediante viajes de ocupa-
ción, colonización y subyugación de otros pueblos, principalmente en África y Asia. También sirvió
en el siglo XX a los estados de la esfera soviética para obviar el problema de la diferencia étnica de sus
miembros (Voss2008). Sin embargo, la actualización del término etnogénesis se da en Estados Unidos
en la segunda mitad del siglo pasado. Barbara Voss señala que los artículos pioneros en tal sentido

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EL VIAJE COMO INICIO DE LA. REFLEXIÓN CULTURA.L

fueron los de Lester Singer (1962) y William Sturtevant (1971), sobre diversas situaciones que tenían
lugar en la sociedad estadounidense. Sin embargo, el término se ha desarrollado mucho desde enton-
ces para analizar fenómenos análogos cuyo teatro ha sido fundamentalmente el continente americano
(Boceara 1999, Hill, 1996).
Las definiciones que todos estos autores han dado para el término, matizan o acentúan algu-
nos de los aspectos con los que el estudioso se aproxima al problema de la relación interétnica en cada
caso de estudio. Jonathan Hill, sin embargo, sintetiza estas definiciones diciendo que la etnogénesis es
la "emergencia histórica de un pueblo que se define a sí mismo con relación a su herencia sociocultural
y lingüística". Hill (1996: 15-18) agrega que la emergencia de un nuevo grupo social se da a menudo
mediante una "lucha por crear identidades duraderas en contextos generales de cambio radical y
discontinuidad", e inserta como parte de la definición la "conciencia histórica" que los pueblos tienen
sobre dicha lucha. Ello los hace actores de la cultura y no sólo receptores de los cambios externos.
Adicionalmente, la noción de etnogénesis provee al investigador de un puente metodológico para con-
tactar procesos globales con los lugares, es decir, con la escala local (Voss 2008). El también llamado
· encuentro de dos mundos" entre América y Europa ha sido uno de los laboratorios más fascinantes
y documentados de la etnogénesis y por eso hemos utilizado ejemplos de ese contacto que se acelera
en el siglo XVI.
El geógrafo ruso Lev Gumilev fue un tenaz estudioso de los procesos de etnogénesis. No sólo
ublicó estudios sobre varios casos en los que se generaron nuevos grupos étnicos sino que además
ropuso que dichos procesos tienen lugar preferentemente en ciertas áreas de la superficie terrestre.
eñaló que es necesario poner especial atención en las áreas de ecotono (Bychkova-Jordan et al. 2003),
decir, en aquellas zonas de transición ambiental en donde los habitantes tienen acceso a diferentes
ecosistemas, lo que hace a la zona especialmente atractiva tanto en términos económicos como cultu-
rales. En un mapa que publicó en 1993, Gumilev delineó las zonas del mundo en las que, antes de la
egada de los europeos a América, preferentemente "emergieron nuevos grupos culturales". El mapa
- e redibujado por Bella Bychkova-Jordan y, en el continente americano destacan, desde luego, las
zonas de Mesoamérica y de Los Andes, pero también, en el norte de América, la cadena frontal de las
ocallosas y la cuenca alta del Río Bravo (coincidente con lo que se conoce como Oasisamérica), así
romo la región de los Grandes Lagos (Bychkova-Jordan 2003). En Mesoamérica, como es sabido, la
iodiversidad favoreció el asentamiento de grupos humanos organizados que después fueron compli-
cando sus relaciones entre ellos. Creemos que la secuencia que debió ocurrir en las zonas de ecotono
consistió en que, por ser atractivas para los grupos humanos, éstos las prefirieron a las zonas desérticas
menos variadas. Cuando la población aumentó y se generaron contactos y conflictos, emergieron
uevos grupos culturales (Barrera Bassols 2003). La emergencia constante de nuevos grupos no se
aeruvo con la llegada de los españoles sino que, por el contrario, los nuevos ingredientes culturales
acelerado, desde entonces y hasta ahora, los procesos de etnogénesis (Hill 1996). Más aún, se
ía decir que hoy en día, las grandes concentraciones urbanas producto de la historia colonial, son
odos generadores de nuevos grupos. La variedad cultural, por ejemplo, en la ciudad de México es
casi imposible de catalogar y, si acaso uno se atreve a hacer una lista de los grupos que en ella existen,
tes de terminar ya han nacido nuevos grupos con nuevas identidades. La etnogénesis es un proceso
elerado y continuo.

451
FEDERICO FERNÁNDEZ CHRISTLIEB

En un principio, este proceso de generación de nuevas culturas parece condicionado a las dife-
rencias entre los ambientes naturales. La experiencia del viajero eslabona estos distintos ecosistemas
que son también distintos lugares formados de gente y de un medio físico particular. Así, lo físico y
lo humano entremezclados conforman los espacios que llamamos geográficos. Pero la etnogénesis no
se da en el aire sino que tiene lugar. Para que ocurra la gestación de nuevas manifestaciones culturales
debe haber un espacio, o, mejor dicho, a cada proceso etnogenético corresponde un lugar de caracte-
rísticas físicas. Esto lo saben muy bien los antropólogosque han insistido en la dimensión territorial de
la etnicidad (López Austin 1980; Sánchez Pérez 1989; Broda et al. 2001; Giménez 2003; Barabas 2003;
Bartolomé 2006; Castro Pérez 2006). En buena medida, las etnografías mejor realizadas son también
corografías.
La corografía es la disciplina que describe los lugares en los que se desarrolla la historia.'? Sus
raíces etimológicas griegas (latinizadas) son khóra y graphein. La primera de ellas es de capital impor-
tancia para la geografía cultural. René Ceceña (2005: 225), con el término khóra (léase esta transcrip-
ción latina: "jora"), hace referencia al-"lugar primero de determinación de un hecho histórico dado".
Esto significa que para que un hecho histórico se verifique, se necesita un lugar.13 Para efectos de este
artículo, podemos decir entonces que, para que la etnogénesis se haga realidad, se necesita un lugar
y ese lugar es creado simultáneamente por el grupo cultural que está emergiendo. En una relación
circular, el lugar crea al grupo que crea al lugar (Anderson and Gale, 1992). La creación del lugar se
hace con calidad de territorio y con dicho territorio el grupo se identifica; ahí basa su identidad.14 Por
ello, afirmamos que la etnogénesis siempre va acompañada de una corogénesis.15
La corogénesis es, pues, la emergencia de nuevos lugares. Por ahora no vamos a ejemplificar
con precisión este proceso sino que sólo vamos a hablar, en lo que queda de este escrito, de algunas
formas generales de corogénesis ocurridas en el Nuevo Mundo durante los primeros tiempos colonia-
les. Para ello será necesario dar contexto al momento en el que se producen. Es ineludible, por tanto,
recordar la consecuencia inmediata más importante de la llegada de los europeos a América, esto es:
la mortandad de ocho de cada diez personas por causa, fundamentalmente, de las epidemias (Cook
y Borah 1960).

12 Claudia Ptolorneo fue el primero en hacer la diferencia entre Corografía y Geografía, diciendo que mientras ésta se ocupaba del mundo como un
todo, aquella estudiaba los lugares que lo componían por sí mismos sin necesidad de atender a la globalidad (Prolemaus 1991). Es en los lugares,
es decir, a una escala local, donde se verifica la historia.
13. En nuestro curso con alumnos de Geografía Histórica solemos caricaturizarlo en los siguientes términos para hacer comprensible el asunto: -Un
hombre "A" se encuentra con su amigo "s" y le dice: -he visto a tu esposa con otro tipo. Apresurado y nervioso "s" le pregunta a "A": -¿dónde?
Si no hay respuesta, el evento podrá quedar en duda, pero si se responde con coordenadas lo suficientemente precisas, "s" estará convencido de
que el hecho "ha tenido lugar". Ese lugar es la khora a la que se referían los antiguos griegos.
14. Paul Claval (2003) ha descrito la manera en la que los grupos humanos producen estos espacios y para ello señala cuatro acciones: reconocerse en
el lugar, orientarse en él, nombrarlo, institucionalizarlo y apropiarse de él marcándolo. Así crean los humanos sus lugares, pero podríamos decir
que así crean los lugares a los grupos humanos.
15. El término que aquí proponemos, "corogénesís", no figura en ningún estudio geográfico al que nosotros hayamos tenido acceso. Sólo un término
análogo es utilizado en botánica en los idiomas inglés (chorogenesis) y alemán (chorogenese), para denotar la identificación de una nueva especie
vegetal en un área donde antes no se había detectado. Véase por ejemplo, Kholer (1985) y Khóler and Brückner (1990). Chorogenese también es
utilizado en textos en lengua griega transcritas en caracteres latinos, pero en ninguno de los tres casos hace referencia a la "emergencia de lugares".
Por otro lado, en la acuñación del término hemos preferido la raíz "khóros" a la de "topos" (como topografía), aunque ambas hagan referencia al
lugar. Como hemos dicho, sin embargo, en la primera se trata de un lugar donde acontece un hecho histórico, un proceso que le da significado
a ese espacio. Por último, la raíz "charos", en la geográfia moderna sólo ha sido utilizada para construir el término choréme a cargo del geógrafo
francés Roger Brunet (1992: 98) y acaso tiempo antes por Alfred Hettner para hablar de un "axioma corológico".

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EL VIAJE COMO INICIO DE LA REFLEXIÓN CULTURAL

La Mesoamérica que queda después de tan impresionante impacto demográfico es una


íesoamérica cuyo tejido territorial ha sido profundamente dañado. Muchas regiones tendrán e
"ecto problemas de integración y de organización para subsistir en el régimen colonial y, en particu-
' muchos lugares serán abandonados por los sobrevivientes, ya de manera voluntaria ya forzada para
· rmar nuevos asentamientos. La Nueva España será, pues, un virreinato fundado sobre innumerables
cesas de corogénesis.
La emergencia de nuevos lugares que no son indígenas ni tampoco son occidentales se registra
n claridad en la construcción de nuevos pueblos y ciudades. No es posible, en los párrafos que nos
edan, entrar al análisis de ningún caso, que, por lo demás, ya hemos tratado en otras publicacio-
(Fernández-Christlieb y García-Zambrano 2006). Baste por ahora mencionar que los españoles
idieron fundar para sí mismos y para los indígenas vencidos, centros urbanos desde los cuales
dieran administrar las diferentes regiones de la Nueva España. Por ahora nos conformamos con
endonar, por ejemplo, que las ciudades de Puebla, Tlaxcala o Cholula fundadas respectivamente
cia 1531, 1535 y 1537, fueron levantadas en tierras donde no había asentamientos prehispánicos de
vancia (Hirschberg 2000, Méndez-Sáinz 1988, Reyes-García 2000, Sullivan 1999). Se trata pues, de
ares que no existían y que emergieron cuando los viajeros se convirtieron en inmigrantes definiti-
s. Es Motolinía quien describe de una manera vívida la construcción de Puebla para los españoles
anos de los indios de Tlaxcala y Cholula (Benavente 1990 [1540]). Mientras que Puebla fue una
dad diseñada para acoger a los españoles que hasta entonces no eran beneficiarios de mercedes o de
comiendas, las ciudades de Cholula y de Tlaxcala fueron fundadas para concentrar a los indígenas
venientes de comunidades dispersas, es decir, de asentamientos que carecían de un patrón denso
cuanto a lo demográfico o lo urbano.
En las villas de españoles como Puebla de los Ángeles, la cultura de los viajeros que inmigran
ne una base europea pero su expresión territorial es americana. La primera constatación de esta
- mación es la estructura urbana en cuadrícula, ausente por lo general de las ciudades españolas
e las mesoamericanas (Terán 1997). La red de calles que se cruzan en ángulo recto caracteriza al
anismo hispanoamericano y dicho modelo aplica tanto para las ciudades de españoles como para
pueblos de indios (Chanfón-Olmos 1997, Kubler 1984, Sartor 1992, Scarpaci 2005). Respecto de
corogénesis en áreas que siguieron teniendo una organización de tradición indígena, la misma
ión de Puebla-Tlaxcala nos da ejemplos claros. Ha sido el historiador Bernardo García Martínez
ien mejor ha logrado explicar la generación de nuevos espacios en la Sierra Norte de Puebla,
el proceso de congregación que impulsaron las autoridades coloniales. Mientras que para las
munidades mesoamericanas su territorio podía tener límites vagos y carecer de un centro físico,
a los españoles la urbanización debía estar claramente delimitada y jerarquizada. Debía contar
n una sede de la administración civil y eclesiástica ubicada de preferencia en el centro de la traza
rbana (García-Martínez 2005). Como se sabe, muchos de los pobladores que sobrevivieron a las
• idemias fueron conminados a vivir en los nuevos asentamientos de geometría regular y para ello
vieron que adaptar espacialmente su cultura. En esta adaptación está el origen de la corogénesis
e experimentaron. Otros de los ingredientes que los historiadores han estudiado para hablar de
etnogénesis que tuvo lugar en los pueblos de indios y en las villas de españoles durante la época
colonial son la religión, la lengua, la cocina, el vestido y la tecnología (Bernand y Gruzinski 1996,
aring 1990, Lockhart 1992, Pastor 1999).

453
FEDERICO FERNÁNDEZ CHRISTLIEB

A una escala mucho mayor, podría decirse que toda América es resultado de un proceso
amplio y duradero en el que elementos europeos y autóctonos han entrado en combinación para gene-
rar nuevos grupos étnicos, y por consiguiente, nuevos lugares. Incluso, la invención de América, como
la ha llamado Edmundo O'Gorman, fue quizá la emergencia del espacio más grande que conozca
la historia en un lapso tan corto como el que va del primer viaje de Colón a la aceptación de que el
Nuevo Mundo entrara al imaginario europeo (Bernand y Gruzinski 1996, Frey 1995, Gómez 1992,
O'Gorman 1992, Zea 1983).

CONCLUSIÓN

En este escrito hemos comenzado revisando el fenómeno del viaje que permite el contacto entre
distintos lugares y que con ello despierta la reflexión geográfica. Ésta se genera al encontrar un esce-
nario distinto en donde el ambiente físico y la población que lo habita condicionan precisamente las
diferencias culturales. Lejos de caer en el determinismo geográfico que caracterizó algunos momentos
del siglo XIX, podemos afirmar que las culturas son distintas porque sus lugares son distintos. En la
segunda parte de este escrito hemos introducido el término "corogénesis"para hablar de lo que ocurre
cuando dos o más grupos culturales comienzan a convivir compartiendo espacios o creando conflic-
tos en sus relaciones territoriales. Hemos definido corogénesis como el proceso mediante el cual los
grupos culturales determinan nuevos lugares para sí.
El viaje individual es el inicio de una reflexión geográfica, pero los espacios geográficos no se
modifican sino hasta que se modifica toda una colectividad. Un grupo significativo de individuos
comienza a actuar de manera distinta influenciado por el medio o por nuevas ideas y nuevos objetos
que vienen de fuera, quizá traídos por los viajeros en su modalidad de exploradores, de militares,
de comerciantes o de predicadores, pero más a menudo en su versión de inmigrantes más o menos
permanentes. El caso de la presencia europea en el Nuevo Mundo nos ha permitido ilustrar estas
modificaciones.
América ha sido el escenario en donde, durante el siglo XVI, se dio posiblemente el proceso
más violento y más acelerado de corogénesis de los últimos tiempos. La concepción misma de un
mundo nuevo llamado "América" en honor a un viajero europeo, nos habla de esta invención a escala
continental. Sin embargo, la escala que más interesa a la geografía cultural, como se ha visto, no es
la global sino la corográfica, es decir, la local. Los lugares se crean por obra de los grupos culturales
que casi siempre lo hacen en respuesta a un momento y un espacio que les es adverso. Son respuestas
de afirmación propia aunque también son momentos de extremada lucidez colectiva. Hemos visto
pues, cómo el viaje inicia una reflexión cultural y cómo la coexistencia entre grupos distintos genera
nuevos lugares. En escritos futuros profundi2aremos sobre la segunda de estas ideas que puede servir
conceptualmente a la geografía cultural en el estudio de numerosos casos no sólo históricos, com
aquí hemos hecho, sino sobre todo contemporáneos.

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EL VIAJE COMO INICIO DE lA REFLEXIÓN CULTURAL

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