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Autor: Pablo Vernola
“La hierba se seca y las flores se marchitan, pero la palabra de nuestro Dios permanece
para siempre”. Isaías 40:8, NTV.
1. El lugar de la Palabra
El trabajo con niños y adolescentes requiere de nosotros distintas aptitudes e implica
una variedad de situaciones y actividades en las que nos vemos involucrados: abrazos,
bromas, palabras de amor y afirmación, juegos, escucharlos, contenerlos, enseñarles
valores y un “etcétera” casi hasta el infinito.
La gran pregunta que es válido que nos hagamos es ¿y cuál es la diferencia en lo que
hacemos? ¿En qué aspectos de nuestra tarea reconocemos algo distinto a lo que hacen
los niños en un jardín, en la escuela, en una colonia de vacaciones, en un club de
barrio? Una de las grandes diferencias está en la Palabra: como maestros, líderes y
pastores de niños y adolescentes estamos llamados a influir en ellos desde la Palabra.
El texto de Isaías muestra que muchas cosas son pasajeras, pero que es la Palabra de
Dios la que permanece para siempre. Por lo tanto, siempre que la sembramos en las
vidas de las personas, permanece. Isaías agrega más adelante en cuanto a la palabra
de Dios: “Lo mismo sucede con mi palabra. La envío y siempre produce fruto; logrará
todo lo que yo quiero, y prosperará en todos los lugares donde yo la envíe.” Isaías
55:11, NTV.
Es por todo esto que te propongo un recorrido a lo largo de este capítulo para que
juntos encontremos algunas herramientas para enseñar la Palabra de tal manera que
se logre un impacto en la vida de aquellos que la aprenden y van profundizando cada
vez más en su discipulado y seguimiento de Jesús.
2. Hacer discípulos desde la Palabra
Hacer discípulos desde la Palabra es mucho más que dar una clase de “escuelita
dominical”. La Escuela Dominical fue, y sigue siendo en muchos casos, un medio
fundamental para la formación bíblica en muchas congregaciones, pero los desafíos
que nos presentan los niños y los adolescentes de hoy, las necesidades de la sociedad y
los nuevos desafíos en torno a la misión de la iglesia hacen que debamos preguntarnos
cómo debemos encarar la tarea educativa de la iglesia en general y con los niños y
adolescentes en particular.
La pregunta, por lo tanto, no es si debemos enseñar la Biblia sino por qué y para qué,
quiénes deben hacerlo, cuándo, cómo y qué debemos hacer al enseñarla. A
continuación intentaremos ir respondiendo a cada uno de estos interrogantes.
La causa es la misión
¿Debemos enseñar la Biblia? Sin ninguna duda, enseñar la Biblia es parte de la misión
de la iglesia, pero claramente NO es su finalidad última. El evangelio según Mateo
termina con el relato conocido popularmente como “La Gran Comisión”. Jesús
resucitado se reúne con sus discípulos en un monte de Galilea y los envía con una
misión clara: “vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que
les he mandado a ustedes.” (Mateo 28:19b-20a, NVI). La misión que Jesús encomienda
a sus discípulos (y por lo tanto a su iglesia) es a “hacer discípulos”, discipular. Y ese
discipulado debía contener dos acciones complementarias: “bautizar” (símbolo de la
conversión, fruto de la tarea evangelizadora) y “enseñar”. La enseñanza no es un fin en
sí mismo, sino un medio para el fin último de nuestra misión como iglesia: hacer
discípulos.
Eims, Leroy. El arte perdido de discipular. El Paso, Editorial Mundo Hispano, 2016.
Medaura, Julia Olga. Una didáctica para un profesor diferente. Buenos Aires, Editorial
Hvmanitas, 1994.
Shafer, Barry. Cómo enseñar la Biblia con creatividad. Miami, Editorial Vida, 2012.