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Caracteres Generales del Feudalismo

Charles Parain

1° Las relaciones sociales de producción están forjadas esencialmente en torno a la tierra, porque
reposan sobre una economía predominantemente agrícola.

2° Los trabajadores tienen derechos de usufructo y de ocupación de la tierra, pero la propiedad de la


misma pertenece a una jerarquía de señores que no poseen la disposición absoluta del suelo, pero
que, en cambio, cada uno de ellos tiene derecho de recoger prestaciones, fijadas por la costumbre,
sobre el producto o sobre la heredad de sus inferiores.

3° A esta base económica corresponde toda una red de vínculos personales: una parte de los
trabajadores –la mayoría en las épocas de desarrollo típico- no gozan de una completa libertad
personal; no hay <<esclavitud>> (propiedad de la persona), sino <<servidumbre>> [vinculación del
campesino con su amo (homo propius), y más tarde con su explotación (adscribus glebae); pero
incluso entre los mismos señores, el sistema de propiedad está unido a una sistema de deberes
(sobre todo militares) para con la persona del superior.

De modo tal, el modo de producción feudal, es el sistema en el cual el trabajador agrícola, que ya no
es esclavo, se encuentra, sin embargo, sometido a toda clase de servidumbres extraeconómicas, que
limitan su libertad y su propiedad personal, de tal forma que, ni su fuerza de trabajo ni el producto
de su trabajo, se han convertido aun en simples objetos de intercambio libres, en verdaderas
mercancías.

Parain establece, como punto de partida para todo el tema, el esquema


marxista clásico: son las "relaciones sociales de producción", ligadas
esencialmente a la tierra, las que de terminan las relaciones entre los hombres
que, en el sistema feudal, ya no son de esclavitud, sino de servidumbre o de deber
(pp. 25-26). Todo historiador que maneja documentos sabe que este
planteamiento es falso, porque la tierra fue tan sólo un medio —y no el único—
que se empleó en el feudalismo para remunerar servicios que eran honorables, de
vasallos. La servidumbre, en cambio (término muy impreciso que se utiliza para
definir situaciones varias de los cultivadores, tales como la encomendación, el
precario, el colonato, los juniores y collazos, etc.), constituye una derivación del
antiguo sistema romano, que resultó suavizado cuando se fue aceptando la
dignidad del hombre proclamada por el Cristianismo.

Parain reconoce, de hecho, que la palabra feudalismo resulta poco adecuada,


porque, a su juicio, el feudo no desempeñó el papel fundamental (p.27). Pero se
atiene a la conclusión de los historiadores marxistas, los cuales afirman que no es
necesario que exista feudo para que haya feudalismo. En síntesis, el contenido
que se atribuye al término "feudalismo" no se basa en la realidad del feudo y del
vasallaje, como parecería lógico, sino en la caracterización ideológica acuñada
por Marx. De acuerdo con este postulado, son los historiadores de profesión,
encerrados en un "peligroso formalismo", los que se equivocan de medio a medio
al intentar obtener la definición del feudalismo a partir de lo que el feudo es.

Estas ideas marxistas constituyen una especie de clave: lo único que importa
son las relaciones de producción establecida en torno a la tierra; la jerarquía
feudal no pasa de ser una simple superestructura política. En consecuencia, es
"feudalismo" cualquier sistema en que el trabajador agrícola se encuentra
sometido a limitaciones que no son estrictamente económicas, "de tal forma que
ni su fuerza de trabajo, ni el producto de su trabajo, se han convertido aún en
simples objetos de intercambio libres, en auténticas mercancías" (p. 28).Es inútil
que solicitemos, como parecería lógico, pruebas documentales en favor de esta
afirmación. El marxismo no emplea otras pruebas que el testimonio de autoridad
de Marx y Engels, para quienes el feudalismo no es sino una de las etapas del
desarrollo social, cuyo motor es la lucha de clases. Y así como el capitalismo es
la fase en la que las relaciones de producción se basan únicamente en el salario,
también la anterior etapa tiene que tener una definición común. Escoge el
término feudalismo porque lo empleó Marx, que no conocía sino investigaciones
arcaicas y muy someras, y estaba influido además por el conocido error de la
Revolución francesa. Las investigaciones posteriores —mencionaré aquí dos
obras decisivas de las que se encuentra versión castellana: La sociedad feudal, de
Marc Bloch, y Qué es el feudalismo, de Ganshof (enriquecida esta última con el
complemento que Valdeavellano realizó sobre el caso español)— no pueden ser
tenidas en consideración: se silencian. La autoridad, en el marxismo, se impone a
la evidencia.

Este mismo criterio de autoridad (Engels, L. Feuerbach y el fin de la


filosofía clásica alemana; Marx, El Capital) es utilizado en el tercer punto de la
primera ponencia, para sentar varios principios: el modo de producción feudal
significa un progreso respecto a Grecia y Roma, y no a la inversa, como
pretendió "el materialismo mecanicista del siglo XVIII", que tenia "una
concepción antihistórica de la Historia" (p. 28); fue un sistema basado en la
"pequeña explotación agrícola" y apoyado en avances técnicos como el molino
de agua, el lagar y el horno de pan; su resultado fue, sin embargo, que los "me
dios de producción acabaron estando en manos del señor".

Ahora bien, cuando los racionalistas de la Ilustración afirmaban la


superioridad greco-romana, no estaban pensando en medios, modos ni relaciones
producción, sino simplemente en que Aristóteles, Platón, Sócrates, el arte clásico
del Partenón o de Policleto, el teatro de Sófocles y de Plauto, etc., l es parecían
exponentes de una civilización superior a la medieval. Puede ser que en algunos
aspectos se equivocasen, pero se sorprenderían si se vieran acusados de defender
la superioridad del sistema latifundista romano sobre el propio de la época
feudal. Tampoco fue nunca el feudalismo un sistema económico; ejerció
influencia sobre las relaciones económicas, nada más. Todos los historiadores
actuales están de acuerdo en sostener que inició un proceso de liberación del
hombre, porque al acentuar los aspectos jurídicos y personales en las relaciones
humanas, redujo los males que se derivan de cualquier estructura que fuese
simplemente económica.

— La segunda ponencia, Evolución del sistema feudal europeo, en la que


Parain contó con la posterior intervención de Pierre Vilar, se da como establecido
ya que existe un "sistema económico, que puede llamarse feudal" (p. 31). Hay
que advertir que se trata de una afirmación no probada, sino establecida como
dogma en virtud de la autoridad indiscutible que se atribuye a los fundadores del
marxismo. Como las circunstancias sociales e históricas varían según los países,
Parain aconseja separar, para su análisis, cada modelo.

En un trabajo fundamental, En torno a los orígenes del feudalismo, Claudio


Sánchez Albornoz ha demostrado, con gran abundancia de documentos y de
datos, de qué modo el feudalismo nace de una sociedad romana cuando
desaparecen los resortes de autoridad y se necesita establecer vínculos que la
sustituyan. Parain y Vilar desconocen, acaso, esta aportación decisiva: para ellos
toda la verdad se contiene en la obra de Engels, La ideología alemana, construida
un siglo antes "con la documentación accesible a su época". En ella se dice que
por no existir "una clase verdaderamente revolucionaria"(p. 32), los bárbaros que
se instalaron en el Impero romano "restablecieron un campesinado libre
organizado en comunidades de aldea" (p. 33). Hace ya mucho tiempo que ningún
historiador se atreve a mencionar las famosas "markengenossenschaften" que
nacieron a impulsos de un germanismo exagerado, si bien en la Unión Soviética
es aún doctrina oficial que en los "gorods" anteriores a la Rusia de Kiev existía
una especie de comunismo primitivo.

En otras palabras, lo que la ponencia trata de establecer es el principio de


que cuando se desintegra una sociedad clasista, tiende a rebrotar el comunismo,
que es natural en el hombre. Sólo que, en el caso del feudalismo medieval, los
conquistadores se erigieron en clase social dominante y acabaron sometiendo a
las hipotéticas comunidades de aldeanos a su opresión.

La guerra fue el instrumento normal que arruinó al campesinado libre y


proporcionó al mismo tiempo a la clase social opresora, la nobleza, la
oportunidad de apoderarse de los medios de producción. Procediendo entonces
de acuerdo con la segunda ley del materialismo dialéctico, Parain y Vilar afirman
que la nobleza necesitó generar cada vez más servidumbre para poder crecer, y
esta servidumbre se convirtió en su enemiga más poderosa. Como la realidad
demuestra lo contrario, los autores recurren al procedimiento de invertir los
términos en que la investigación se sitúa, haciendo de los casos excepcionales
(remensas catalanes, campesinos de Pomerania) el modelo normal, y a la inversa.
Por esta razón, afirman que en América "los encomenderos eran designados por
la poderosa monarquía española o por sus agentes" (p. 36), cuando sucedió lo
contrario.

En cambio, podemos mostrarnos conformes con la idea de que "no hay que
creer que se produce una evolución continuada y unilateral del esclavismo
antiguo a la servidumbre y de la servidumbre a la libertad" (pp. 36-37). Pero ese
es precisa mente el reproche fundamental que puede hacerse a la interpretación
marxista: la Historia es compleja, y no puede ser sometida a dogmatismos
unilaterales. Tomemos el tema de las "comunidades aldeanas", al que Parain y
Vilar se refieren. La documentación medieval permite descubrir la existencia de
dos tipos de propiedad, unitaria o plural, en relación con las aldeas, desde la
época de las invasiones; los historiadores llaman a la primera "villicaria" y a la
segunda "vecinal". Es un modo de entenderse. Pero cuando en una aldea existen
varios propietarios (la legislación española llama a estos propietarios "hombres
buenos"), las zonas colindantes son de aprovechamiento común. Por excepción,
esto es algo que no se produce en Cataluña; por eso, mencionar los Usatges como
único y singularísimo argumento, resulta poco científico. Además, lo que Parain
y Vilar nos proponen es invertir los términos: aceptan la existencia de un ente
previo y plural, "comunidad aldeana" —inútil buscar esta expresión en
documentos de la época— porque necesitan, en apoyo de su tesis, establecer con
claridad que se produjo una degradación por efecto de la lucha de clases. Los
múltiples ejemplos que va revelando la documentación castellana, demuestran lo
contrario: primero están los propietarios y luego, poco a poco, se establecen las
relaciones jurídicas entre ellos.

Según Parain y Vilar, (en el libro no se dice dónde acaba y dónde empieza la
colaboración de cada uno), el feudalismo se desarrolla en tres fases: de formación
hasta el año 1000, de ascenso hasta mediados del siglo XII, de apogeo hasta
comienzos del XIV (pp. 39-43). Esta división, que es correcta, corresponde a lo
que los historiadores no marxistas sostienen, pero no a una estricta ideología
marxista, pues deja en el aire lo que ocurre entre el siglo XIV y la Revolución
francesa, tiempo muy largo, evidentemente. Según los historia dores no
marxistas, en el siglo XIV la nobleza "antigua", cuyo poder se asentaba sobre las
rentas de la tierra, dio paso a la "nueva" que se apoyaba en derechos
jurisdiccionales y rentas de la Corte. En otras palabras, sostienen que, después
del feudalismo, existe una época señorial.
En su apartado III, los autores de la ponencia ( pp. 43-46) retornan al
esquema rígido de Marx-Engels (cabe suponer que Parain vuelve a tomar la
iniciativa sobre Vilar) y contradicen lo antes manifestado al afirmar que "el
carácter fundamental de estas sociedades reside en las relaciones de producción
que se hallan en su base: propiedad del señor sobre la tierra y propiedad limitada
del señor sobre el campesino"(p. 43). Ninguna de ambas cosas se da, salvo raras
excepciones, en la baja Edad Media. En un señorío, el "señor" posee cierta
jurisdicción limitada, dentro de la ley, pero no es dueño de la tierra —
normalmente posee algunas propiedades dentro del señorío— ni mucho menos es
propietario de los campesinos.

En el apartado IV, como si de nuevo cambiara la pluma de mano, se vuelve a


exponer correctamente la crisis del siglo XIV. Pero se concluye con un ajuste
exclusivo al dogma: "la mayor tentativa revolucionaria del pueblo alemán (?),
constata Engels, termina con una derrota vergonzosa y con una opresión
momentáneamente redoblada" (p. 48).

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