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Charles Parain
1° Las relaciones sociales de producción están forjadas esencialmente en torno a la tierra, porque
reposan sobre una economía predominantemente agrícola.
3° A esta base económica corresponde toda una red de vínculos personales: una parte de los
trabajadores –la mayoría en las épocas de desarrollo típico- no gozan de una completa libertad
personal; no hay <<esclavitud>> (propiedad de la persona), sino <<servidumbre>> [vinculación del
campesino con su amo (homo propius), y más tarde con su explotación (adscribus glebae); pero
incluso entre los mismos señores, el sistema de propiedad está unido a una sistema de deberes
(sobre todo militares) para con la persona del superior.
De modo tal, el modo de producción feudal, es el sistema en el cual el trabajador agrícola, que ya no
es esclavo, se encuentra, sin embargo, sometido a toda clase de servidumbres extraeconómicas, que
limitan su libertad y su propiedad personal, de tal forma que, ni su fuerza de trabajo ni el producto
de su trabajo, se han convertido aun en simples objetos de intercambio libres, en verdaderas
mercancías.
Estas ideas marxistas constituyen una especie de clave: lo único que importa
son las relaciones de producción establecida en torno a la tierra; la jerarquía
feudal no pasa de ser una simple superestructura política. En consecuencia, es
"feudalismo" cualquier sistema en que el trabajador agrícola se encuentra
sometido a limitaciones que no son estrictamente económicas, "de tal forma que
ni su fuerza de trabajo, ni el producto de su trabajo, se han convertido aún en
simples objetos de intercambio libres, en auténticas mercancías" (p. 28).Es inútil
que solicitemos, como parecería lógico, pruebas documentales en favor de esta
afirmación. El marxismo no emplea otras pruebas que el testimonio de autoridad
de Marx y Engels, para quienes el feudalismo no es sino una de las etapas del
desarrollo social, cuyo motor es la lucha de clases. Y así como el capitalismo es
la fase en la que las relaciones de producción se basan únicamente en el salario,
también la anterior etapa tiene que tener una definición común. Escoge el
término feudalismo porque lo empleó Marx, que no conocía sino investigaciones
arcaicas y muy someras, y estaba influido además por el conocido error de la
Revolución francesa. Las investigaciones posteriores —mencionaré aquí dos
obras decisivas de las que se encuentra versión castellana: La sociedad feudal, de
Marc Bloch, y Qué es el feudalismo, de Ganshof (enriquecida esta última con el
complemento que Valdeavellano realizó sobre el caso español)— no pueden ser
tenidas en consideración: se silencian. La autoridad, en el marxismo, se impone a
la evidencia.
En cambio, podemos mostrarnos conformes con la idea de que "no hay que
creer que se produce una evolución continuada y unilateral del esclavismo
antiguo a la servidumbre y de la servidumbre a la libertad" (pp. 36-37). Pero ese
es precisa mente el reproche fundamental que puede hacerse a la interpretación
marxista: la Historia es compleja, y no puede ser sometida a dogmatismos
unilaterales. Tomemos el tema de las "comunidades aldeanas", al que Parain y
Vilar se refieren. La documentación medieval permite descubrir la existencia de
dos tipos de propiedad, unitaria o plural, en relación con las aldeas, desde la
época de las invasiones; los historiadores llaman a la primera "villicaria" y a la
segunda "vecinal". Es un modo de entenderse. Pero cuando en una aldea existen
varios propietarios (la legislación española llama a estos propietarios "hombres
buenos"), las zonas colindantes son de aprovechamiento común. Por excepción,
esto es algo que no se produce en Cataluña; por eso, mencionar los Usatges como
único y singularísimo argumento, resulta poco científico. Además, lo que Parain
y Vilar nos proponen es invertir los términos: aceptan la existencia de un ente
previo y plural, "comunidad aldeana" —inútil buscar esta expresión en
documentos de la época— porque necesitan, en apoyo de su tesis, establecer con
claridad que se produjo una degradación por efecto de la lucha de clases. Los
múltiples ejemplos que va revelando la documentación castellana, demuestran lo
contrario: primero están los propietarios y luego, poco a poco, se establecen las
relaciones jurídicas entre ellos.
Según Parain y Vilar, (en el libro no se dice dónde acaba y dónde empieza la
colaboración de cada uno), el feudalismo se desarrolla en tres fases: de formación
hasta el año 1000, de ascenso hasta mediados del siglo XII, de apogeo hasta
comienzos del XIV (pp. 39-43). Esta división, que es correcta, corresponde a lo
que los historiadores no marxistas sostienen, pero no a una estricta ideología
marxista, pues deja en el aire lo que ocurre entre el siglo XIV y la Revolución
francesa, tiempo muy largo, evidentemente. Según los historia dores no
marxistas, en el siglo XIV la nobleza "antigua", cuyo poder se asentaba sobre las
rentas de la tierra, dio paso a la "nueva" que se apoyaba en derechos
jurisdiccionales y rentas de la Corte. En otras palabras, sostienen que, después
del feudalismo, existe una época señorial.
En su apartado III, los autores de la ponencia ( pp. 43-46) retornan al
esquema rígido de Marx-Engels (cabe suponer que Parain vuelve a tomar la
iniciativa sobre Vilar) y contradicen lo antes manifestado al afirmar que "el
carácter fundamental de estas sociedades reside en las relaciones de producción
que se hallan en su base: propiedad del señor sobre la tierra y propiedad limitada
del señor sobre el campesino"(p. 43). Ninguna de ambas cosas se da, salvo raras
excepciones, en la baja Edad Media. En un señorío, el "señor" posee cierta
jurisdicción limitada, dentro de la ley, pero no es dueño de la tierra —
normalmente posee algunas propiedades dentro del señorío— ni mucho menos es
propietario de los campesinos.