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ADIÓS A HEIDEGGER.

IN MEMORIAM FRANCO VOLPI

En plena guerra mundial el filósofo alemán Martin Heidegger, afiliado al par-


tido nacionalsocialista desde el 1 de mayo de 1933 y militante hasta que acabó
la contienda, preparó para el semestre de invierno de ese curso (1941–42) un
monográfico con el título La metafísica de Nietzsche. Lo podemos encontrar en
el Nietzsche, vol. II, publicado en España en el año 2000 y cuya traducción está
basada en la edición alemana de 1961, edición “hecha” por el propio filósofo.
Al respecto, la investigación de Emmanuel Faye (Heidegger. La introducción del
nazismo en la filosofía, 2009 en español) ha demostrado tal cúmulo de falsifi-
caciones, añadidos y sustracciones respecto del original que parece mentira.
Este trabajo de Faye es demoledor de las esperanzas filosóficas que se tenían
puestas en el pensamiento heideggeriano como “salvador” de la crisis de Occi-
dente; incluido tanto el problema (del ser técnico) del cambio climático como
la apertura a un verdadero “humanismo” de los pueblos frente a la aberrante
abstracción de unos ilustrados Derechos Universales del Hombre. Pero, ¿y su
nazismo?; ¿y su defensa de Hitler como el futuro del pueblo alemán de hoy
(1933) y de mañana?; ¿y su público y filosófico elogio del partido nazi que lleva
a cabo en la Introducción a la metafísica de 1935 y repite ¡en 1953! añadiendo
—entre paréntesis—que la grandeza del nazismo hay que encontrarla en el con-
tacto del hombre con la técnica moderna? A diferencia de Platón, a propósito
del cual casi todos coincidimos en lo difícil (y absurdo) que sería pensar en su
República al margen de la política; por ejemplo, no querer ver cierta relación
entre los tres tipos de alma y la estructura jerárquica de la sociedad de las
Ideas, o bien, creer que la crítica a los sofistas nada tiene que ver con la Atenas
proyectada por Pericles para una sociedad más libre y justa. Sin embargo, en
el caso de Heidegger esto no cuenta. Debemos, se sigue exhortando, olvidar el
nazismo de Martín y concentrarnos en la profundidad filosófica de Heidegger.
Pues bien, en La metafísica de Nietzsche y punto cuarto: El superhombre, afirma
el gran pensador lo siguiente: “Lo clásico de este darse forma del hombre
que se toma a sí mismo en sus manos consiste en el simple rigor de simpli-
ficar todas las cosas y todos los hombres en algo único: el incondicionado
dar poder a la esencia del poder para el dominio sobre la tierra. Las condiciones

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de este dominio, es decir, todos los valores, son puestos y llevados a efecto
por medio de una completa “maquinalización” de las cosas y por medio de la
selección del hombre”. Esta brillante idea concluye con la siguiente exigencia
jurídica: “Sólo cuando la subjetividad incondicionada de la voluntad de poder
se ha convertido en la verdad del ente en su totalidad es posible, es decir,
metafísicamente necesaria, la institución [Prinzip. Cursiva de Heidegger] de
una selección racial [Rassenzüchtung], es decir, no la mera formación de razas
que crecen por sí mismas sino la noción de raza que se sabe como tal. [Así
como la voluntad de poder no es pensada de modo biológico sino ontológico,
así tampoco la noción nietzscheana de raza tiene un sentido biologista sino
metafísico]” (Heidegger 2000a, pp. 249 y 250). Lo que va entre corchetes es un
añadido para la edición de 1961. Es muy posible que alguien le señalara al filó-
sofo que la idea era muy fuerte: seguir defendiendo la selección racial después
de la guerra. Yno pocos investigadores se siguen aferrando ahí para demostrar
las bondades que Heidegger ocultaba ante los nazis desde su resistencia espir-
itual. Pero están completamente equivocados o, como afirma George Steiner,
“ya prefieren seguir ciegos”. En efecto, si Heidegger hubiera dejado la selec-
ción racial en manos de Darwin hubiera sido expulsado de la universidad no
por judío, obviamente, sino por profesar una ciencia liberal, la biología, que
aún nos sigue recordando la contingencia del ser humano frente a esa volun-
tad de poder del “destino histórico” del ser.
No le pido al lector que se rompa la cabeza intentando resolver este prob-
lema. Pero, dirá un comerciante, un abogado, una doctora, una agente de
tráfico, una periodista, ¿y qué tiene que ver la ontología y la metafísica con
la selección racial? Creo que los que nos dedicamos a esto tenemos la obli-
gación de dar la cara en vez de mirar hacia otra parte como si no hubiera
pasado nada. Pero, todo lo contrario, nos atrincheramos en nuestros impeca-
bles y lineales curricula porque, aunque amantes de la sabiduría, el ensayo de
autocrítica está muy bien siempre que lo hagan otros. Este, desde luego, no es
el lugar; sin embargo, fue gracias a un excelente comentario de Mario Vargas
Llosa a los libros de Víctor Farias y Hugo Ott por lo que el gremio despertó, si
no del sueño dogmático, al menos del cómodo silencio académico imperante.
El escritor sencillamente, nada más y nada menos, centraba el problema que
los propios filósofos no estábamos dispuestos a discutir: “¿Debemos aceptar,
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so pena de ser considerados unos inquisidores, esa cesura infranqueable entre


el hombre y la obra? ¿No hay, pues, relación entre lo que un filósofo piensa
y escribe y lo que hace? ¿Es la excelencia intelectual una suerte de salvocon-
ducto que exime de responsabilidades morales? Parece que sí, por lo menos
en nuestro tiempo. Y algunos consideran que esto es una gran conquista del
espíritu, pues impermeabilizar la filosofía (o la literatura o el arte) de la moral
es garantizarle la libertad, abrirle las puertas de la renovación permanente,
inducirla a todas las audacias. Pero ¿y si fuera al revés? ¿Si disociar de esa man-
era tan tajante lo que leemos de lo que hacemos, fuera quitar todo valor de
uso a la palabra escrita y apartarla de la experiencia común, ir empujándola
cada vez más fuera de la vida, hacia la frivolidad o el juego irresponsable? Tal
vez esa actitud tenga mucho que ver con la terrible devaluación que en nuestra
época experimentan las ideas, con lo poco que significa hoy la filosofía para
el común de las gentes (pese a haber tantos profesores de filosofía) y con los
puntos que a diario pierden los libros en la batalla que tienen entablada con
las imágenes de los medios” (“Führer Heidegger”).
Pero es que, en el caso de Heidegger, esa cesura se ha vuelto imposible de
seguir defendiendo. La relación que junta a la “metafísica” y “ontología” con
la “selección racial” es inherente a la obra. Es decir, que su forma de actuar
política es una consecuencia de su propia interpretación de la metafísica y
ontología. En la “Introducción” a La metafísica de Nietzsche nos explicó cuál es
la metodología en la que se basa para interpretar de esta forma a Nietzsche. Y
escribió: “El intento siguiente sólo puede pensarse y seguirse desde la experi-
encia básica de Ser y tiempo” (Nietzsche, vol. II, p. 211). Es el propio filósofo quien
une la necesidad legislativa de una selección racial —que el III Reich ya lleva
a cabo desde el Führerprinzip de 1933 y culmina con las Leyes de Nuremberg
de 1935—con la idea nietzscheana del Übermensch (el superhombre). Y ahora
ya no valen discusiones bizantinas sobre el primer o cuarto Heidegger; ni si
se adecua correctamente su interpretación con lo que decía Nietzsche en el
§218 de El caminante y su sombra, vol. II. No, nuestro problema está en que lo
que parecía mentira es verdad: el holocausto tiene su propia filosofía de la
existencia y se encuentra en la obra maestra del, dicen, mayor pensador del
siglo XX .
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¿Por qué a Franco Volpi? Por su lucidez y valentía. Su última conferencia


dada en Santiago de Chile en 2008, un año antes de morir atropellado en
su bicicleta, lleva el título de Goodbye Heidegger! Mi Introducción censurada a los
Beiträge zur Philosophie. En lo que algunos ya han denominado como un ataque
último de lucidez, este gran conocedor de Heidegger hace un ensayo de
autocrítica y desvela, desde las propias filas heideggerianas, el secreto a voces:
“Heidegger rechaza la racionalidad moderna con el mismo gesto sometido
con el que reconoce su dominio, protesta contra la ciencia que “no piensa” en
sus límites, demoniza a la técnica fingiendo aceptarla como destino, elabora
una visión catastrófica del mundo, arriesga tesis geopolíticas al menos aven-
turadas —Europa amordazada entre americanos y bolcheviques—avivando el
mito greco-germánico de lo originario que hay que reconquistar. También sus
geniales experimentaciones se encogen y adoptan cada vez más el aspecto de
funambulismos, incluso de vaniloquios. Su uso de la etimología se revela abu-
sivo (Varro docet). La convicción de que la verdadera filosofía puede hablar úni-
camente en griego antiguo y en alemán (¿y el latín?) se muestra hiperbólico.
Su celebración del rol del poeta, una sobrevaloración. La esperanza puesta
por él en el pensamiento poetizante, una ilusión piadosa. Su antropología de
la Lichtung, en la que el hombre tiene la función de pastor del Ser, una prop-
uesta inacatable e impracticable. Enigmático no es tanto el pensamiento del
último Heidegger, sino más bien, la admiración servil y a menudo carente de
espíritu crítico que se le ha tributado y que ha producido tanta escolástica”
(Actas del I Congreso Internacional de Fenomenología y Hermenéutica, p. 62).
Heidegger, “el druida de los nazis” (la expresión es de P. Bourdieu), nos
embaucó haciendo pasar por filosofía lo que no es ni puede serlo: expli-
caba a sus alumnos de Friburgo y otras universidades alemanes, así como en
Roma en 1936, y haciendo gala de su grandeza especulativa como el mayor
ventrílocuo del siglo XX , que el sometimiento nacionalsocialista del pueblo
alemán (sometimiento querido por numerosos intelectuales) a la racionali-
dad técnico-burocrática con la que la voluntad de poder producía tanto el
“final” de la filosofía como la total “despersonalización” de los seres humanos
al servicio del “arquetipo”, en realidad no era una esclavitud que ponía en
marcha la selección racial y a nivel mundial, sino el “destino” impreso en el
propio “ser” de Alemania como “pueblo metafísico”. Y, de ahí, que la selección
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racial no fuera biologicista sino una consecuencia geopolítica de la experien-


cia ontológica de Ser y tiempo.

Referencias
Actas del I Congreso Internacional de Fenomenología y Hermenéutica, Universidad Andrés
Bello, Santiago, 2008.
Faye, E., 2009, Heidegger. La introducción del nazismo en la filosofía, Akal, Madrid.
Heidegger, M., 2000a, La metafísica de Nietzsche, Ediciones Destino, Barcelona.
————, 2000b, Nietzsche, 2 vols., Ediciones Destino, Barcelona.
Nietzsche, F., 2003, El caminante y su sombra, 2 vols., EDIMAT, Arganda del Rey.
Vargas Llosa, M., 1993, “Führer Heidegger”, El País, Madrid, 5 de septiembre.

JULIO QUESADA MARTÍN


Instituto de Filosofía
Universidad Veracruzana
Universidad Autónoma de Madrid

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