Sunteți pe pagina 1din 9

:: portada :: EE.UU.

::

02-05-2018
Las armas de fuego en la vida cotidiana
Matar a tiros al conejo de Pascua
Frida Berrigan
TomDispatch
Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García

Crecer con la amenaza de la violencia omnipresente

Introducción de Tom Engelhardt

Para los fabricantes de armas de fuego ha sido un año terrible. Después de que sus ventas cayeran
un 27,5 por ciento en los primeros nueve meses de presidencia de Donald Trump, la venerable
Remington ha presentado una solicitud de quiebra (sus directivos esperaban que la victoria de
Hilary Clinton en 2016 asegurara un estallido en la compra de armas de fuego). Y Remington no es
la única. Las ventas se han deteriorado en toda la industria de las armas. El stock de armas de la
empresa está decayendo, los beneficios han caído, se ha iniciado la guerra de precios y las deudas
corporativas están en aumento. Según las comprobaciones de antecedentes para la compra de
armas de fuego, el primer mes de 2018 ha sido el peor enero desde 2012 (¡las 2.030.530 armas
registradas ese mes disminuyeron en 500.000 en enero de 2016!). La "depresión Trump" en acción.

Los buenos viejos tiempos de los fabricantes de armas de fuego -ya sabéis, los tiempos en que un
keniata musulmán estaba en la Casa Blanca y un número importante de incendiarios congresistas
demócratas se disponían a cerrarle el grifo para siempre a la compra de armas de fuego en Estados
Unidos mediante unas leyes draconianas- hace mucho tiempo que han pasado. Reina la Asociación
Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés); los republicanos controlan el Congreso; Trump
gobierna; las leyes de control de las armas de fuego son algo propio de una galaxia lejana, muy
lejana, y en el mundo todo está seguro, a salvo y bien.

O, planteado de otra manera, aquello que frecuentemente aparecía como comprar un arma por el
"temor" ya no da solidez a la industria. Una señal de esto: en el pasado, los tiroteos masivos (el
revuelo mediático que les rodeaba) eran el mejor aliciente para comprar más armas. Esas
comprobaciones de antecedentes (que dan una buena medida de la venta de armas de fuego), por
ejemplo, crecieron un 50 por ciento después de Sandy Hook, un 43 después de la matanza de San
Bernardino y un 40 después de la masacre en el club nocturno Orlando Pulse. Pero después de la
carnicería en Las Vegas del pasado octubre, en la que perecieron 58 personas y hubo varios
centenares de heridos, disminuyeron en un 13 por ciento en comparación con octubre de 2016. E
incluso la reciente escabechina en la escuela de Parkland, el debate sobre las armas que esta
suscitó y las manifestaciones de jóvenes que le siguieron no parecen haber ayudado a aumentar la
venta (al menos hasta estos últimos días).

page 1 / 9
Entonces, el miedo y las armas. Después de que Obama fuera elegido presidente y los demócratas
entraran al Congreso se triplicó, la producción de armas de fuego en este país (y se duplicó la
importación); mientras tanto, según estudios recientes, los hombres blancos que encajaban con
cierto perfil -"preocupado por su capacidad de proteger a su familia, inseguro de su ubicación en el
mercado laboral y acosado por miedos raciales"- hicieron acopio de armas rompiendo récords. Un
arma de fuego, como informó uno de los estudios, les da la sensación de poseer una fuerza de
orden en un mundo caótico", pese a que es mucho más probable que esos hombres usen el arma
en su propia casa para matarse o para asesinar o herir a un familiar en lugar de a un ladrón, un
intruso o cualquier otra persona.

Pensad en un país lleno de armas de fuego en unas cantidades que deberían dejarnos helados,
unas armas que a veces tienen la capacidad de herir gravemente como solo sucede en la guerra,
no en nuestra casa. Después imaginad el miedo que en este país ha crecido desenfrenado en los
últimos años y leed la reflexión que hace Frida Berrigan, colaboradora habitual de TomDispatch,
desde su condición de madre, de hija de unos famosos pacifistas que se manifestaron contra la
violencia y el armamento de todo tipo, y de un alma relativamente sana en un país en guerra
consigo mismo.

--ooOoo--

Las armas de fuego en la vida cotidiana

Las armas de fuego. En un país en el que hay más de 300 millones de ellas, un país que hace poco
tiempo ha sido testigo de una sucesión de manifestaciones para acabar con las matanzas en
tiroteos, uno podría pensar que podría haber algo más de experiencia con ellas.

Casualmente, en mi vida solo una vez tuve un arma de fuego en mis manos; incluso la disparé.
Creo que fue cuando cursaba décimo grado y estaba enamorada de un scout a quien le encantaba
recrear situaciones bélicas de otros tiempos. En los fines de semana, él y sus amigos acampaban
en las afueras de la ciudad, se quitaban el reloj pulsera para penetrar en el espíritu de la guerra de
1812 y se vestían con la ropa interior y los uniformes hechos en casa. Justamente, un fin de
semana, yo estaba con ellos. De algún modo, mis padres pacifistas se habían dado de baja al
permitir que su hija pasara un día con quienes representaban acciones de guerra. Alguien me
prestó una capa de la época -marrón, de lana que picaba- que me iba muy mal. Las mujeres y las
chicas pasamos una hora retorciendo trozos papel de periódico con pólvora negra. Yo bromeé
diciendo que el papel de periódico no era de época -era del Baltimore Sun, de la semana anterior-
pero nadie se rió.

Un hombre vino con un arma larga -una antigüedad- apoyada en el hombro para recoger algunas
"balas"; es posible que él viera en mi rostro el terror que me producían las armas de fuego.

page 2 / 9
-¿Quieres probarla? -me preguntó.

-Sí, claro -le dije, dando un traspié y levantando la capa; yo trataba de actuar como si nunca
hubiese llevado un distintivo con los rifles rotos de los pacifistas de la Liga Contra la Guerra en la
ropa que me ponía cada día. Cuando cogí el pesado fusil con mis pequeñas manos, sentí la
adrenalina en mi cuerpo. El hombre me mostró la posición en que debía ponerme, cómo debía
apuntar y disparar. No había balas, solo mis rollos de papel con pólvora, pero el ruido fue terrible.
Pegué un grito y a punto estuve de dejar caer el arma.

Y eso fue todo: el comienzo, el desarrollo y el final de mi historia de amor con las armas de fuego;
duró menos de un minuto. Aun así, hubo un hormigueo en mis manos durante toda la tarde, y el
olor de la pólvora estuvo en mi pelo durante varios días.

¿Tiene usted armas de fuego?

En estos momentos, uno de cada cuatro estadounidenses tiene un arma de fuego o vive en una
casa en la que hay alguna. Entonces, es muy raro que ese día del final de los ochenta yo viera por
primera vez un arma de fuego de verdad. Crecí en la zona céntrica de Baltimore, caracterizada por
los problemas sociales. Trabajé en comedores populares y casas de acogida para personas sin
techo en toda la Costa Este y me he hospedado en docenas de casas de los Trabajadores Católicos
de todo el país - Providence, Camden, Syracuse, Detroit, Chicago, Los Angeles- todas ellas en
barrios "duros". Viví en Red Hook, Brooklin en mitad de los noventa, antes de que tuviera que pagar
cuatro dólares por un café o un bollo de calabacín en la calle de Van Brunt, antes de que en el
barrio hubiera un Ikea o un Fairway. Todas esas comunidades difíciles, esos lugares en las que el
presidente Trump imagina constantes "matanzas estadounidenses" y nunca he vuelto a ver un
arma de fuego.

Aun así, era obvio que la gente tenía cantidades sorprendentes de armas y las utilizaba de todas
las formas -destructivas- posibles. Con la sensación de que estaban por todas partes más allá de mi
imaginación, mi marido y yo empezamos a preguntar a los padres de los compañeros de nuestros
hijos si tenían armas de fuego cuando nos encontrábamos con ellos. Fue después de una
conversación con el padre de un compañero de clase de mi hijastra Rosena. El hombre nos
telefoneó para planear la visita de su hijo después de la escuela. Hablamos de la logística y las
alergias alimentarias; entonces, hizo una pausa. "Ahora, lo siento si esto os suena entrometido",
dijo, "pero siempre lo pregunto: ¿tenéis armas de fuego en casa?". En su voz había tanta
incomodidad como determinación.

Casi me atraganté al decirle, "¿No sabe quién soy?" En algunos sitios extraños, mi apellido
-Berrigan- sigue siendo sinónimo de pacifismo activo y básica oposición a la violencia y las armas
de todo tipo, incluso las nucleares. Pero probablemente ese señor ni siquiera conocía mi apellido y,
de haberlo conocido, tal vez no le habría dicho nada. Él solo quería estar seguro de que su hijo no
estaría en peligro; me sentí muy agradecida de que me lo preguntara, en lugar de suponer -sobre la
base de nuestro Volvo, nuestra ropa de tiendas de segunda mano, nuestro sencillo estilo de vida-

page 3 / 9
pudiera no estarlo en nuestra casa.

-Ya sabe cómo son los niños -me dijo después de que yo le asegurara que en nuestra casa no
entraba un arma-, ellos se meten en todo.

Y la razón que tiene: los niños se meten "en todo"; sin duda alguna, es así como muchos de ellos
acaban con una pistola en la mano o balas en el cuerpo.

-¿Les pregunta usted a todos si tienen armas de fuego? -inquirí a mi vez.

Me contestó que sí lo hacia y que si le respondían afirmativamente les preguntaba si esas armas
estaban guardadas bajo llave, si las balas estaban en otro sitio aparte; en fin, todo eso.

-Le agradezco mucho. Creo que nosotros debemos empezar a hacer lo mismo -le dije al acabar la
conversación. Y, ciertamente, desde entonces lo he hecho.

Con todo lo incómodo que puede resultar, es una cuestión que vale la pena plantear ya que dos
millones de niños de este país viven en casas en las que las armas de fuego no están guardadas
según criterios de seguridad. En lo que va de este año, 59 niños han resultado heridos en algún
accidente con armas de fuego. En nuestro gran país, el promedio es que cada 34 horas un niño se
encuentra involucrado en algún tiroteo accidental, a menudo con consecuencias trágicas.

El argumento clásico de la Asociación Nacional del Rifle, "las armas de fuego no matan personas;
son las personas las que matan a otras personas" toma un sesgo mucho más cruel cuando se habla
de un niño de siete años que mata accidentalmente a su hermano de nueve años con un revolver
que encontraron mientras jugaban en una casa deshabitada vecina en Arboles, Colorado.

Dos semanas después de haber aprendido esta nueva habilidad de la vida parental en este nuevo
siglo nuestro, mi marido Patrick telefonea a una madre para arreglar un encuentro nocturno de
Rosena. Le escucho mientras trata de aclarar la cuestión de las armas de fuego. De sus respuestas,
presumo que la señora está reconociendo que ellos tienen alguna. Después hay un largo e
incómodo silencio que parece formar parte de la conversación antes de que Patrick diga finalmente,
"Bueno, muy bien; gracias por ser tan sincera. Entiendo lo que me dice".

Patrick cuelga y me mira: "Tienen armas para cazar y protegerse, pero están bajo llave y
escondidas", me dice. "La señora dice que los niños nunca han intentado coger las armas, pero
comprende lo peligrosos que es eso" (en la voz de ella, él había notado un pedido de disculpas,

page 4 / 9
vergüenza y preocupación de que debido a las armas pudiera no haber encuentro infantil).

Hice un gesto que quería decir, creo que Rosena no debería ir, y él respondió diciendo que pensaba
que sí debería ir. Entonces, tuvimos una larga conversación con Rosena sobre lo que debía hacer y
decir en el caso de que viera un arma de fuego. Ella fue a la fiesta y se lo pasó muy bien. Una
lección de manejo de situaciones, de confianza en nuestra hija y de alivio... las armas no
aparecieron. Y nosotros supimos algo más de nuestros vecinos y nuestra comunidad.

Cualquier cosa puede ser un arma de fuego

A mi hijo Seamus, de cinco años, una familia amiga le regaló una cesta de Pascua. Por supuesto, se
alegró mucho con las golosinas e inmediatamente cogió el conejo de peluche, pero se puso loco de
contento con lo que él llamó su nuevo "revólver de zanahoria". Nada que ver con un arma de
juguete; era una canastilla que lanzaba una pequeña bola cuando se apretaba un botón.

La idea de ese juguete era que cogieras la bola, la pusieras otra vez y volvieras a lanzarla. Peo no
fue ese el juego que los niños jugaron. Muy pronto empezaron a lanzarse la bola uno al otro. Casi
inmediatamente, la pequeña Madelaine, de cuatro años, empezó a acusar:

-¡Mamá, Seamus me está disparando con su revólver de zanahoria!

-Mamá, mamá -respondió él rápidamente-, es un juguete de mentira; no es un juguete de verdad.

Seamus hacia ruidos con la boca y ponía las manos como si sostuviera una auténtica arma de
juguete prohibida. Para él eso era una diferencia importante. El 24 de marzo, Seamus había estado
en la Marcha por la Vida en Boston y había gritado como el que más cantando "¿Qué queremos?
¡Control de las armas! ¿Cuando lo queremos? ¡YA!" durante cuatro horas.

Durante la marcha, él observó que los policías que dirigían el tránsito y el paso de la multitud
llevaban una pistola en el cinturón.

-Ahí hay un arma de fuego, mamá, -no paraba de señalar-; ese policía tiene una pistola, mamá.

Una y otra vez, él notaba los medios pensados para matar; cuatro días después de ese gran
desahogo de la militancia juvenil por el control de las armas de fuego, Stephon Clark fue fusilado en

page 5 / 9
el jardín de su abuela en Sacramento, California. Los policías que le dispararon estaban buscando a
alguien que había estado rompiendo las ventanillas de varios coches en el barrio y, en la oscuridad,
dispararon 20 veces hacia donde estaba Clark. La autopsia independiente reveló que había sido
alcanzado por ocho balas, la mayoría en la espalda. Resultó que él no llevaba más que un teléfono
móvil, que evidentemente los agentes de policía lo confundieron con una barra, y que no les habría
hecho daño desde tan lejos, incluso si lo hubiese usado como un arma.

Es posible que, del mismo modo que mi hijo de cinco años ve una, los policías vieran una pistola.
Seamus puede convertir un palo o casi cualquier otra cosa -incluso esa cestilla- en un "arma de
fuego"; es evidente que también eso puede hacer la policía. Hay agentes que han matado a
hombres negros o a jóvenes que tenían una pipa, una lanza de manga de riego, un cuchillo... y sí,
incluso una pistola de juguete.

¿Cuál es el origen de la violencia?

Parkland (17 muertos, 14 heridos). Newton (28 muertos, 2 heridos).Columbine (15 muertos, 12
heridos). En estos momentos, los tiroteos en escuelas son tratados como una parte estructural de
nuestra vida. Se han convertido en un aspecto más de la arquitectura escolar, la formación
administrativa, la planificación de la seguridad y la financiación de la ciudad y del estado. La
expectativa de que ocurra algo terrible en las escuelas define la forma en que los niños de tres o
cuatro años son introducidos en su cultura. Hoy en día, parte de la orientación de estos pequeños
implica los ejercicios habituales llamados "protegerse en el sitio" y "escuela segura".

En el preescolar de mi hija, se les dice que deben esconderse de los mapaches feroces, esos
animales merodeadores, hombres o jóvenes blancos faltos de afecto que deambulan por las aulas
con un arma de fuego. Como progenitores, debemos hacer algo más que aceptar ciegamente que
esos traumáticos ejercicios están preparando a nuestros hijos para lo peor y ayudándoles a
sobrevivir. Los niños son unos seres pequeños y vulnerables, y ahí fuera hay incontables peligros,
tienen una posibilidad en 600 millones de morir en un tiroteo en su escuela. Pero a nuestro hijo le
ponemos mucho más en peligro si, por ejemplo, escribimos un mensaje de texto en el móvil
mientras conducimos después de haberle recogido a la salida de la escuela.

Después de cada episodio de violencia en una escuela -o en el mundo de los adultos: una iglesia,
un club nocturno, un concierto, un cine, un teatro o un lugar de trabajo como el Centro Regional
Interior de San Bernardino, o las oficinas centrales de Youtube- se suscita una catarata de "¿por
qué?". Los entendidos examinan la historia del violento agresor (salvo en el caso de Youtube, casi
siempre es un muchacho varón), sus traumas y todo aquello que se podría llamar su salud mental.
Hacen conjeturas sobre sus inclinaciones políticas, su odio racial y sus antecedentes étnicos. La
búsqueda del porqué puede llevar a retorcidas elucubraciones sobre conducción temeraria
combinada con rock duro, o videojuegos nihilistas, o acoso endémico -todas ellas muy bien podrían
ser factores presentes en el impulso de matar a un número importante de personas desprevenidas-
pero nunca avanzan ni profundizan lo suficiente.

page 6 / 9
Hay dos preguntas que con demasiada frecuencia quedan sin respuesta: ¿De dónde llegan las
armas? ¿Cuál es el origen de la violencia?

En este país se fabrican y se venden armas de fuego de todo tipo y tamaño en extraordinarias
cantidades, muchas más de las que puede absorber legalmente nuestra tierra saturada ya de ellas;
así, miles de armas de fuego se mueven en el mercado semiclandestino y el negro. La realidad de
este comercio se pone de manifiesto en México, donde el 70 por ciento de las armas de fuego
incautadas en delitos cometidos entre 2009 y 2014 resultaron ser ‘Made in El Norte*’. Se estima
que en nuestro país hay unos 300 millones de armas de fuego, lo que nos sitúa, por lejos, en el
primer puesto mundial en la propiedad de armas; sería impensable que muchas de ellas se
utilizaran para la "caza". Son armas de guerra diseñadas para herir gravemente los miembros de un
ser humano -solo eso-, como el fusil de asalto AR-15 que Nikolas Cruz, de 19 años, compro
legalmente y empleó en su nefasto e indiscriminado tiroteo de Parkland.

En otras palabras, este país es un ‘cuerno de la abundancia’ lleno de armas de fuego que -seamos
francos- no tienen absolutamente nada que ver con la Segunda Enmienda [de la Constitución de
Estados Unidos].

¿Cuál es el origen de la violencia? Más arriba compartí con vosotros mi experiencia con las armas
de fuego. Bien, permitidme que agregue a ello mi inexperiencia con la violencia. No sé qué es
reaccionar en una fracción de segundo ante alguien que viene hacia mí con malas intenciones ni
huir en una circunstancia así. Nadie jamás se ha acercado a mí con una pistola o un cuchillo, o una
pipa, o una barra, o algo parecido, en plan de ataque. Y me considero afortunada por eso. En un
país en el que -solo en 2016- 14.925 personas murieron en un suceso violento con armas de fuego
y otras 22.938 utilizaron una para quitarse la vida, poder contarlo es algo importante.

Aun así, sé que soy fruto de la violencia (como también lo es, en mi propia familia, el impulso de
manifestarnos para ponerle un freno): la violencia del privilegio de ser blanca, la violencia del
colonialismo estadounidense, la violencia propia de una superpotencia global como es Estados
Unidos... y eso no es algo desdeñable. Es mucho más fácil condenar a un descerebrado asesino
múltiple que crecer en un mundo permanentemente amenazado por una violencia omnipresente.

Poder tiene que ver con no tener que decir "lo siento", jamás; con no tener que rendir cuentas,
jamás. Y eso raramente es solo una cuestión de agentes de policía disparándoles a hombres negros
y jóvenes; tiene que ver con la forma en que este país se ha protegido del oprobio internacional
mediante su milmillonario estado de seguridad nacional, unas fuerzas armadas que no tienen
reparo alguno en dividir el mundo en siete "comandos" de Estados Unidos y un enorme arsenal
nuclear capaz de destruir completamente este planeta.

Y no penséis que algo de esto es apenas una reflexión suscitada por la ampulosidad y brutalidad de
Trump. La misma sensación de impunidad a nivel global estaba en la base de la cortés objetividad
de Barack Obama, la heredada ignorancia de George Bush hijo, la afectada sencillez de Bill Clinton,
la patricia elegancia de George Bush padre, el aura de cinematográfico encanto de Ronald Reagan

page 7 / 9
y la versión sureña de lo mismo propia de Jimmy Carter. Estamos hablando de unos sistemas de
armas diseñados para producir una dimensión del terror inimaginable para los asesinos émulos de
Nikolas Cruze, Dylann Roof y Adam Lanza de todo el mundo.

¡Y ni siquiera hacen que nuestro entorno sea más seguro! Tanto dinero, tanto saber y tanto poder
destinados al diseño y la disponibilidad de armas de destrucción masiva y, como país, continuamos
siendo sorprendentemente vulnerables. Al fin y al cabo, en las escuelas, los hogares, las oficinas y
los barrios de todo el país, somos asesinados por nuestros hijos, nuestros amigos, nuestros
amantes, nuestros agentes de policía, nuestros puentes y carreteras en ruinas y nuestros
ferrocarriles en mal estado. Y después, por supuesto, ahí están todas esas armas de fuego, unas
armas hechas para matar. Incontables armas.

Entonces, ¿qué es en realidad lo que nos hace más seguros? Después de todo, en teoría, la gente
compra ese poder de fuego que de otro modo solo emplearía en una guerra y promete lealtad a la
maquinaria de guerra estadounidense corriendo detrás de una quimérica seguridad. Y aun así, a
pesar de la clásica frase de la Asociación Nacional del Rifle -"La única forma de parar a un mal tipo
que viene con un arma de fuego es con un buen tipo con una arma de fuego"-, ¿estamos realmente
más seguros en una nación inundada de ese batiburrillo de armas para -en estado de pánico
elemental- comprar algunas armas de fuego más? ¿Están de verdad mis hijos avanzando hacia una
vida mejor cuando hacen esos ejercicios de acurrucarse en un rincón de un aula a oscuras muertos
de miedo por la invasión de unos "mapaches" enfurecidos?

¿No pensáis acaso que la verdadera seguridad nada tiene que ver con que nos armemos hasta los
dientes contra los demás -es decir, alejarnos del otro- sino con que nos unamos a ellos en la red de
mutualidad que durante miles de años ha dado cohesión a las pequeñas y grandes sociedades? ¿No
pensáis acaso que estaríamos mucho más seguros y mucho menos aterrorizados si admitiéramos y
compartiéramos nuestra abundancia relativa para resolver las necesidades de los demás? En un
mundo tan lleno de armas y miedos, ¿no debería nuestra seguridad involucrar la confianza y el
valor, y ser siempre -para mejor- esta una tarea de nunca acabar?

En lo que mí concierne, estoy abordando esa tarea de nunca acabar en todas las formas posibles:
con mis vecinos, mi ciudad, mi marido y, sobre todo, con mis hijos, educándolos sobre las marcas
que deja la violencia y diciéndoles que todas esas armas solo nos conducen al infierno, sin
proporcionar jamás la seguridad que prometen.

* En castellano en el original. (N. del T.)

Frida Berrigan , colaboradora habitual de TomDispatch , escribe en el blog Little Insurrections


para WagingNonviolence.org , es autora de It Runs In The Family: On Being Raised By Radicals
and Growing Into Rebellious Motherhood ; ella vive en New London, Connecticut.

page 8 / 9
Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/176411/

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al


autor, al traductor y Rebelión como fuente de la misma.

page 9 / 9

S-ar putea să vă placă și