CUENTOS DEL JAPON VIEJO. No.6.
EL VIEJECITO QUE HACIA ager
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LOS ARBOLES SECOS.
NN cierto lugar, euyo-nombr
no hace al caso, vivia un
anciano matrimonio que tenia pues-
tos sus amorés en un perrito.
Un dia, eavando el ancianito en
‘uit sitio donde el perro habia es-carbado, se vié deliciosamente sor-
prendido al encontrar bajo tierra
una regular cantidad de monedas
de or,
Es de saber que en la casa ine
nediata vivia otro matrimonio de
ancianos; y éstos, que tenfan muy
mal corazén, verdes de envidia al
saber Ia buena fortuna de sus
bondadosos vecinos, pidieron que
obtuyieron, lo cual fué cosa fécil,
Jo Hevaron por un camino, anda
que te andards; pero el animalito
no escarbaba; hasta que ellos, im-
pacientes, le obligaron & hacerlo,fas, ya lo
supondréis,
Iugar de oro lo que eneontré
&
aun depésito inmundo de basura,
Furiosos por lo que juzgaron
burla, no siendo sino justo castigo
4 su avaricia, los viejos mataron
al perro y Io enterzazon al pie de
un pino joven que habla junto al
camino.
EI pino ; oh prodigio! crecié de
pronto desmesuradamente; y el
buen viejecito lo corté 6 hizo un
mortero de su madera. ¥ cuando
se puso 4 majar cebada en aquel
mortero, el grano empezé 6 fluir
del fondo, rebosando sin cesar,
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isiempre, siem-
pre, siempre
‘De nuevo el vecino malo sintié
enyidia y pldié prestado el mara-
villoso mortero para majar en él su
cebada; pero apenas traté de
hacerlo, vié que su grano
quedaba vano y
carcomido,lefia del _mortero, In
‘empleé en su horno.
El bondadoso y paciente vie-
jecito recogié un poco
de Ja ceniza en que
se habla convertido
su morters,
Y¥ arrojindola en las ramas de
los drboles sceos, consegula que
é&tos floreciesen por eneanto, aun
en lo mis erndo del invierno.
Aquella virtad obtuvo debida y
gencrosa recompénsa; ¢k principe
qne regia el pais premié con oro,plata y piezas de seda al anciano,
4 quien todos Hamaban “el vieje-
eito que hace floreer Jos drboles
secos.”
De nueva el vecino malo sintié
envidia, y quiso emular la mara:
| villosa virtud del buen viejecito.
Pero cuando arrojé un pufiade de
conim & las ramas de un arbol
seco, no s6lo éste no floreci6, sino
que algunas cenizas fueron volan-
do y se metieron en los ojos del
principe.Los cortesanos, ardiendo en in-
dignacién, gritaban: “,Qué inso-
encia es ésta t"; y cogiendo por su
cuenta al viejo, no hubo mano que
no le midiera Ins espaldas. — San-
grando, y con la cabeza Hena de
chichones, por milagro pudo el
triste criminal eseapar vivo. Cuan-
do su mujer le vid volver & lo
lejos, se dijo con satisfieeidn: “Por
Jo que veo, el principe ha recom-
pensado también & mi marido, pues-
to que viene vestido de pirpura.”
Mas el jabilo le duré bien poco;
“To gue ella Tiabia tomado por pér-
pura era Ta sangre que empapaba
Jas ropas del viejo. Este, vietima
de su avaricia, eay6 on cama para
no levantarse més.