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Plot: Sara busca una fuente de energía mediante un proyecto pagado con fondos de Exxon.

Aunque el proyecto
funciona un accidente transporta a un taino a nuestra era quien luego se enamora de Sara. Sara lucha contra la
multimillonaria Exxon quien cierra el proyecto luego busca la forma de devolver a Nabocao a su época. Quien al llegar
reconoce que los blancos no son dioses sino demonios.

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Capítulo 1

Las luces amarillas parpadean por los desolados pasillos. En el cuarto de control, el grupo de ingeniero se
encuentra inquieto. Revisan cada lectura. Sus voces parecen chocar unas con otras. --Capacidad 25%--, informa un
ingeniero, quien mira atentamente el tablero de instrumentos frente a él. --Radiación aun en 0%--, añade otro desde su
respectiva consola. Cual un eco en perfecta sincronización ---Temperatura 30o y estable--, anuncia otro. Algo inquieta,
Sara, la joven ingeniera a cargo, ordena se aumente la energía en un 10%. Un ingeniero, frente a un tablero de control, va
lentamente aumentando la energía. Nuevamente, cual segundero de un reloj, comienza las voces sincronizadas de los
ingenieros revisando cada lectura. --Capacidad 60%--, --Radiación continua en 0--, --La temperatura ha aumentado 5o.--.
La tención llena el lugar, una que casi se puede palpar. En los rostros se puede leer una mezcla de alegría y ansiedad. Es la
primera vez que logran que el reactor sobrepase el 50%, pero aun así no descartan otro fracaso. --Aumenten la energía en
otro 10%--, ordena Sara nuevamente. Mientras los instrumentos van indicando el progreso, se reinicia el recital de las
voces de los ingenieros. Uno de los ingenieros, eleva su voz anunciando el progreso, como quien proclama victoria: --
Capacidad 70%; 75%; 80%; 83% --. Los ingenieros concentra su atención en los instrumentos y las luces parpadean en
alocado ritmo. Sara observa la habitación continua a través del grueso vidrio de seguridad. Allí se encontraba el trabajo de
su vida y todas sus esperanzas.

La habitación era ocupada por una serie de arcos montados en una plataforma, que giraban entre sí a gran
velocidad, creando la ilusión de una gran esfera. En su base se podía ver el humo subiendo de las líneas congeladas que
trasportan el suministro del hidrogeno necesario para enfriar tan complejo sistema. Las luces del lugar iluminan cada
rincón de la habitación, y 4 cámaras de alta velocidad grababan todo cuanto ocurre en ella. Sara no podía arriesgarse a
perder ningún detalle. Los financiadores querían un informe de progreso y hasta ahora solo tenía un montón de registros
de fracasos. Esperaba que al grabar su progreso pudiera dar nuevo aliento al proyecto y así evitar que sea cancelado en
pocas semanas.

Una bola de energía comienza a formarse en el centro de los arcos. Una leve sonrisa comienza a dibujarse en el
rostro de Sara. Su rostro queda iluminado de esperanza, pero teme celebrar. Aunque ha avanzado, no quiere tener otra
decepción. De pronto suena la alarma. Se oyen pequeñas explosiones y centelladas iluminan la habitación. Comienza a
salir humo de entre los tableros y escucharse el restrillar de los cortos circuito. Las luces de los tableros parecen alocarse
mientras la bola de energía aumenta. Los ingenieros hacen esfuerzos por ajustar los flujos de energía mientras
monitorean los niveles de radiación. Las luces de los instrumentos parpadean cada vez más rápido. La líneas del
suministro de hidrogeno se agrieta, dejando escapar el frio líquido, transformándose en una gran nube que llena la
habitación del reactor. De pronto se oye un ruido profundo y sordo: “Ruuhfffftt”. Un destello de luz muy potente llena
ambas habitaciones. Todo queda en tinieblas. Un silencio aterrador llena la atmosfera. Todo el personal que inmóvil con
rostros llenos de espanto. El tiempo parece detenido. Todo está paralizado. El personal parecen maniquíes de un
escaparate. Se encienden las luces de emergencia y poco a poca la sala vuelve a tomar vida. La energía se va
restableciendo lentamente permitiendo que los tableros vuelvan a iluminarse. El acostumbrado “beeb” de los ordenadores
rompe el terrible silencio. La respiración vuelve y el corazón vuelva a latir…

De pie, con sus manos y su frente pegada al grueso vidrio, mirando al suelo con desconcierto, se encuentra Sara.
Camina hacia una de las consolas de control, tomando asiento lentamente, coloca sus manos sobre su rostro, mientras
apoya sus codos sobre el tablero. En su rostro se puede apreciar la fatiga de largas horas de trabajo. Sus ojos dejaban ver
las noches sin dormir. Su cabello, amarrado con una cinta y mal arreglado, deja ver el empeño puesto en este proyecto.
Desconcertada por el otro fracaso, se sumerge en profunda meditación. Durante 7 largos años ha estado trabajando en este
proyecto. Recuerda sus días de universitaria y sus sueños de librar al mundo de la adicción al combustible fósil. Los
innumerables desastres ambientales la han motivado a poner todo su empeño en el proyecto; y en pocas semanas todo…
todo podría estar perdido. Luego de unos minutos en este aparente estado auto hipnótico, se coloca enérgicamente de pie
y con un tono fuerte ordena: “Apaguen todo. Ya es tarde y mañana saldrá el sol nuevamente.”

El personal se va retirando lentamente uno a uno. Mientras algunos salen en sepulcral silencio, otros intercambian
ideas de cómo mejorar el sistema. Mientras algunos muestran el mismo desconcierto de Sara, los más jóvenes, salen
llenos de regocijo mezclado de asombro, maravillados de cuanto han avanzado. Con su mirada fija, que cual lanza,
atraviesa el grueso vidrio, Sara escucha las charlas de sus colegas. Voltea lenta mente su cabeza, mientras sigue con su
vista al último de ellos que sale de la habitación. Queda sola. Su vista vuelve a atravesar el vidrio, mientras observa
desvanecer el humo de hidrogeno de la habitación. Colocando su mano sobre su frente la desliza hacia atrás de su cabeza
sobres sus cabellos desgreñados, baja su rostro y como en un susurro dice: “Mañana será el día”. Con paso lento camina
hacia la puerta. Pone su mano sobre la manija, y mientras abre la puerta, vuelve a dar otra mirada, esta vez sus ojos
recorren toda la habitación como quien busca una respuesta. Apaga la luz y sale.

Todo quedó nuevamente en tinieblas. La habitación que momentos antes estuvo llena de vida, ahora se encuentra
fría y vacía. No se ve el parpadear de los controles. No se ve el centellar de las alarmas. Queda atrás el fuerte olor a
circuitos fundidos. Atrás queda solo un silencio que de vez en cuando es interrumpido por el ronroneo de los
ordenadores. Este silencio es aún mayor en la habitación continua. Debido al grueso del vidrio, el ruido de los
ordenadores no penetra el lugar. El que poco antes este estuvo inundado de luz, ahora yace en terrible oscuridad. Solo se
puede distinguir la pequeña luz roja de las cámaras que aún continúan grabando. De pronto un pequeño haz de luz, del
tamaño de un alfiler, resplandece. Pareciera que le declara la guerra a las tinieblas del lugar. El haz de luz aumente y
disminuye como quien forcejea en batalla. La lucha continua, y el haz de luz se convierte en un gran destello, pareciendo
ganar la batalla; … pero al final la luz sucumbe y las tinieblas retoman su espacio. Solo queda el invicto rojo parpadear de
las cámaras.

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Se abre la puerta de cedro, que cruje sobre sus goznes. Entra Sara con un maletín, su enorme cartera, su ordenador
portátil y unos cuantos cartapacios llenos de papeles. Deja caer el maletín, la cartera y los cartapacios sobre el viejo sofá.
Coloca el ordenador sobre la mesa de la cocina, donde aún se encuentra un envase con restos de comida china de “One
Ten Thai”. Aunque ya está avanzada la noche, el calor es sofocante. Va al baño y abriendo la llave del agua deja llenando
la tina. Regresa a la cocina y busca entre los gabinetes algo para comer. Todo está vacío. Abre la nevera. Solo queda un
pedazo de queso que parece suela de zapato viejo, medio vaso de cola y un pedazo de pizza fría. Se sienta en la mesa,
mientras va comiendo revisa sus correos electrónicos. --Solo más facturas--, se dice a sí misma, mientras cierra su
ordenador. Camina por el pasillo dejando su ropa en el trayecto que le lleva al baño, donde se sumerge en una refrescante
tina.

Mientras su cuerpo se hunde en las frescas aguas, cierra sus ojos. A lo lejos se oye las turbinas de un avión que
despega en la pista. Son poco más de las 9:00pm en la pequeña comunidad de la Base Ramey en Aguadilla y despega el
vuelo comercial de “FedEx” con destino Memphis. De vez en cuando el silencia de la calle Harrison es interrumpido por
la desconcertante “música de reggaetón” de algún auto que transita. Al principio, casi no podía dormir, pero luego de 7
años ni se percata de la música. Sin darse cuenta, Sara se sumerge en un profundo sueño, interrumpido por el resplandor
de las luces de la policía. Mira el reloj. Solo había estado dormida 10 minutos, pero le pareció que había sido horas. Sale
de la tina y viste una piyama larga. Se asoma por la ventana y logra ver a una patrulla estacionada frente a la casa
contigua. Por lo que alcanzó a oír, parece que algún indigente merodea por el lugar. Conoce que sus vecinos son algo
esquizofrénicos por lo que no presto más atención. Camina hacia el viejo sillón y tomando los cartapacios se dirige hasta
su habitación.

Pasando el baño, llega hasta la última puerta del angosto pasillo. La recamara parece pequeña debido al gran
armario de libros que se encuentra a la izquierda. Un escritorio con un ordenador se encuentra a la derecha. Esa pared está
repleta de dibujos y ecuaciones referentes a su proyecto. En el centro se encuentra la cama en cuya cabecera hay una
ventana que da a la parte trasera de la casa, un área poco iluminada. La suave brisa ondea las cortinas verdes que cuelga
sobre la misma. Se acomoda en la cama de forma que pueda revisar los datos de los portafolios. Revisa con detenimiento
cada hoja. Estaba segura que todos los cálculos eran correctos, pero, --¿qué pudo haber fallado?--. Esperaba encontrar
donde estaba el error. -- ¿Dónde estás? ¿Dónde estás?--, se preguntaba para sí misma. Al fin encuentra una pequeña
anomalía en sus cálculos que parece ser el problema. Retrocede en su mente cada detalle de lo sucedido en el laboratorio y
se da cuenta que todo fue ocasionado por las líneas de refrigerante. Convencida de que había encontrado la falla, hace la
corrección en sus anotaciones, apaga la luz y cae rendida de sueño.

La luz tenue de la luna llena la habitación. El cantar de los pocos coquíes es para Sara una canción de cuna.
Canción, que a diferencia del “bullicioso reggaetón, no pasa por inadvertido. A través de la ventana se oye el maullar de
un gato que sale asustado al oír el ruido de algo metálico que cae. Se oye el crujir de la ventana que lentamente se abre. Se
puede notar la silueta de una persona que con mucho cuidado penetra a la recámara. La tenue luz de luna no permite
distinguir bien el rostro. El movimiento de la cortina por el viento de vez en cuando permitían un poco más de luz. La piel
bronceada y sudada reflejaba los rayos de luna. Se va acercando a Sara, quien aún dormía profundamente sobre su lado
derecho. Un profundo suspiro departe de Sara detiene al sujeto. Sara, en profundo sueño, se da vuelta boca arriba. El
sujeto continúa acercándose. Un movimiento de las cortinas permite ver que la meno bronceada y sucia sostenía un
elaborado cuchillo de piedra. Se coloca sigilosamente sobre el cuerpo de Sara y acerca el cuchillo sobre su garganta. Sara
despierta al sentir el frio objeto sobre su cuello. Teme gritar. Teme que al tratar de pedir ayuda el presunto ladrón acabe
con su vida.

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