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Taller de conectores:

Subraya los conectores que aparecen en el siguiente texto; escríbelos y determina


el tipo de relación que establecen en el texto. Es decir, especifica el tipo de
conector (adición, temporal, entre otros)

Conec
Tipo de
relación
Fuente: El Tiempo, Julio 31 de 2004

tor
EDITORIAL
¿Se está ganando la guerra?

La respuesta a la pregunta '¿Se está ganando


la guerra?', que congregó a un centenar de
expertos y altos funcionarios en un foro
convocado por varios medios de comunicación
en Bogotá, fue matizada y compleja. Como lo
es el balance de los dos años de la política de
seguridad democrática.

No por ser un lugar común son menos


contundentes las cifras que se consideraron
en el foro, convocado por Semana, Caracol
Radio, Caracol Televisión, EL TIEMPO y el
Pnud. En el primer trimestre de este año, los
secuestros se redujeron a la mitad de los de
igual período del 2002; de 34 masacres se
pasó a 19; se bajó a los niveles de ataques a
poblaciones de 1996; los atentados contra
torres, puentes y oleoductos cayeron en 64 por
ciento; la tasa de homicidios es la más baja en
18 años y el número de familias desplazadas
disminuyó casi a la mitad. El tránsito por
carretera en el 2003 aumentó 12 por ciento.
La coca sembrada es casi la mitad que la del
2000. La extinción de dominio por fin se aplica
en serio.

En el terreno militar hay avances claros. Las


Fuerzas Armadas están a la ofensiva y son la
institución en la que más confía la población.
Reclaman haber 'neutralizado' a 23.199
miembros de los grupos armados bajo este
gobierno. La sorprendente cifra equivale casi a
la de las Farc. Por primera vez en años, una
operación de gran envergadura busca penetrar
el territorio histórico de las Farc, con el Plan
Patriota. La Policía volvió a 168 municipios, y
20.403 soldados campesinos cuidan 450
pueblos. Más allá del debate de si las Farc han
sufrido una derrota estratégica o están
temporalmente replegadas, es un hecho que el
Estado ha recuperado la ofensiva.

El Gobierno se ha quedado corto a la hora de


reconocer que la primera semilla de la
seguridad democrática la sembró el presidente
Andrés Pastrana. Con todos los desatinos de
su proceso de paz, es innegable su esfuerzo
por el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas,
la ofensiva represiva contra el narcotráfico, el
sustancial apoyo norteamericano. La baja en
secuestros y homicidios son anteriores al
gobierno Uribe que, también es innegable, ha
mejorado los resultados. El más importante,
quizá, es la recuperación de la confianza de la
gente. Esta es la cara positiva del balance.

Sin embargo, un puñado de acciones de las


Farc, el proceso con los paramilitares, algunos
vacíos en la estrategia y señales preocupantes
sobre la sostenibilidad financiera de la política
de seguridad están en el otro lado de la
balanza.

Las Farc ejecutaron dos masacres, la de 34


campesinos en La Gabarra (Norte de
Santander), el 15 de junio -la peor durante
este gobierno-, y la de otros 9 en San Carlos
(Antioquia), el 10 de julio. Tres días antes, por
primera vez en mucho tiempo, habían atacado
cuatro municipios de Nariño. Y, el pasado 22,
emboscaron y mataron a 13 soldados en la vía
de Huila a Putumayo. Hechos puntuales de los
que no se deben sacar conclusiones
apresuradas, pero que no se habían
presentado con tal intensidad.

Los temores de que el proceso con los


paramilitares conduzca a una legitimación de
su control territorial y a la impunidad se
vieron reforzados por el aval del Gobierno a la
desafiante invitación que les hizo el Congreso.
Mientras el embajador de Estados Unidos la
calificaba de escandalosa, 21 congresistas
norteamericanos y el candidato demócrata
John Kerry expresaban su preocupación por
las continuas violaciones de los derechos
humanos, los nexos entre militares y
paramilitares y la lentitud de la Fiscalía para
investigarlos. Contrasta el show de los jefes
paramilitares en el Capitolio con el regaño del
vicepresidente Francisco Santos a la misión de
la OEA por no cumplir a cabalidad su tarea de
verificación del cese de hostilidades al que se
comprometió.

Aún es temprano, pero de persistir la


improvisación con los 'paras' y la actitud
contemplativa frente a sus violaciones del cese
de hostilidades, y de continuar asaltos y
emboscadas guerrilleras, la seguridad
democrática y el prestigio -y, por consiguiente,
la reelección- presidencial pueden quedar en
entredicho.

El Presidente sostuvo en el foro que en


Colombia no hay guerra sino una lucha contra
el terrorismo y el narcotráfico, y por la
democracia. Nunca han sido más claros los
vínculos de las Farc con el negocio de la droga,
así como su inclinación hacia el terrorismo.
Pero negar la existencia del conflicto no ayuda
a resolverlo: la guerra en Colombia es mucho
más compleja que una democracia inocente
enfrentando a un puñado de narcoterroristas.
Asumir esa realidad es básico para librarla con
éxito.

De allí las alertas lanzadas en el foro por


varios expertos. Medidas como las 'pescas
milagrosas' del Gobierno, como llamó uno de
los participantes a las redadas
indiscriminadas, trabajan contra un objetivo
vital en todo conflicto: ganarse los corazones
de la población local. Hasta ahora, ha sido
lento y poco eficiente el acompañamiento
institucional de las operaciones militares que
han ido copando espacios donde antes
predominaban los grupos armados ilegales y
donde nunca ha existido la presencia del
Estado. Las violaciones de los derechos
humanos, con todo lo que se han reducido,
siguen siendo alarmantes.

Además de lo cuestionable que resulta la


estrategia de fumigación de coca, escandaliza
la exigua atención que se presta al desarrollo
alternativo, componente esencial en las
guerras exitosas contra la droga en otras
partes del mundo. Con excepción de las 22 mil
familias que participan en el programa de
guardabosques, es ridículo el dinero del Plan
Colombia destinado a este rubro -decisivo en
la lucha por los corazones del campesinado
cocalero-. Paradójicamente, aunque hay
menos coca, por la reducción de los predios
hay más familias cultivadoras. Que el Estado
se las gane a punta de glifosato será
imposible.

La sostenibilidad de la ofensiva es también


objeto de preocupación. Aunque la ayuda
estadounidense se mantiene, la gravísima
situación fiscal, la dependencia de un
aumento de las tasas de interés
norteamericanas, el poco margen de maniobra
tributario y otros factores van a hacer muy
difícil sostener, a mediano plazo, el billonario
esfuerzo militar. La bomba social, además,
sigue intacta y activada. El Presidente aduce
que, sin seguridad, no hay crecimiento, y sus
contradictores dicen que la tasa actual de
crecimiento puede no ser sostenible.

Complejo balance. Esta administración ha


logrado un consenso bastante amplio de que la
seguridad es un componente indispensable de
cualquier solución -de allí, en parte, la
insistencia durante el foro en la necesidad de
que sea una política de Estado y no de una
administración en particular-. En lo que no lo
hay, como lo evidenció el evento, es en que es
igualmente importante encarar esto como lo
que es: un conflicto armado y no una simple
cruzada antiterrorista. Es, quizá, lo que le
hace falta a la seguridad para ser, de verdad,
democrática.

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