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Sobre definiciones
Qué son las naciones no es asunto fácil de dilucidar. Y eso que,
en principio, cuando se trata de definiciones, las cosas deberían
P
estar claras: el protocolo normal recomienda precisar unas con-
diciones individualmente necesarias y conjuntamente suficientes
ermítanme comenzar enmarañando el campo. que identifican a las entidades que queremos caracterizar y solo
Cuando los nacionalistas hablan de nación, ¿en a ellas. Definimos “proletariado” como “personas que, carentes
qué piensan exactamente? ¿En un conjunto de indi- de propiedad, se ven obligadas a vender su fuerza de trabajo”. La
viduos que comparten ciertos rasgos culturales o definición nos permite reconocer un conjunto de individuos que
étnicos? ¿En quienes, compartiéndolos, además, tie- cumplen los requisitos y, a partir de ahí, con los conceptos claros,
nen conciencia de compartirlos? ¿En quienes creen podemos conjeturar teorías, por ejemplo, sobre la lucha de clases
que los tienen, con independencia de si realmente los tienen? ¿En como motor de la historia. En otros casos, podemos elaborar defi-
quienes, además de todo lo anterior, en todas sus posibles combina- niciones, pero no encontrar referentes. Así, podríamos hablar de
ciones, incluidas las que se refieren a la veracidad de sus creencias, “elefaratón” como “animal de tronco de elefante y cabeza de ratón”.
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La definición es clara pero inútil, porque no designa a nadie. Otras el caso de nuestro “elefaratón”. No es una situación excepcional.
veces la definición es precisa, nos permite reconocer un referente Ejemplos de ello serían “Dios” o “centauro” o, más cercanamente,
inequívoco, pero ayuda poco a levantar teorías y explicaciones, ciertos conceptos propios de la folk science, de la ciencia ingenua,
a entender el mundo. Por ejemplo, si acuñamos el concepto de intuitiva (y falsa), con la que nos manejamos en la vida, como
“pelimpar” para designar “individuo que tiene un número impar “raza”, “salida del Sol”, “alma”, “esencia” o “el otro mundo”. Mediante
de cabellos”, podremos, perfectamente, identificar, con un poco estos, los humanos nos entendemos, pero, como se entienden los
de paciencia, a los pelimpares, aunque, ciertamente, no se sabe astrólogos o los teólogos medievales: incluso permiten dilucidar
muy bien para qué nos serviría ese concepto, qué suceso, proceso o conversaciones pero de nada sirven cuando se trata de obtener
acontecimiento podríamos explicar con su ayuda. Por el contrario, conocimiento de cómo es el mundo. Si nos interesa conocer la
con el concepto “calvo”, por ejemplo, podemos entender las inso- realidad, esa situación es casi peor, porque nos conduce a falsos
laciones de determinados individuos en el desierto. problemas o a malas soluciones de problemas reales. Por ejemplo,
El caso de las naciones resulta particularmente complicado. al común hábito de la reificación, de creer que puesto que tenemos
Desde luego, las naciones están lejos de ser clases naturales, con- una palabra hay una cosa que esa palabra designa (e incluso, por lo
juntos ontológicamente reales, como los quarks o, si nos ponemos mismo, que cabe una “teoría” que lo explica), como sucede con la
menos exigentes, los elementos de la tabla periódica. Ni a los racis- palabrería de los homeópatas (energías, etc.). En esos territorios
tas más delirantes se les ocurre defender esa idea. Incluso con más pantanosos se mueven quienes sostienen que cabe una teoría de
modestia, tampoco parece haber manera de fijar unos requisitos que la enfermedad, que abarca desde gripes, brazos rotos, depresiones,
nos permitan calificar a un grupo como nación, como distinto de cólicos. Algo de eso hay en el asunto de las naciones, pero antes es
otros grupos humanos como ciegos, calvos, marineros, psicópatas, de justicia revisar las ideas básicas de nación en circulación.
trekkies, mormones, socios del Real Madrid, apaches o jubilados
alemanes en Mallorca. Las naciones nacionalistas
Sea como sea, y puesto que esas definiciones, tan impecables, Porque, por supuesto, definiciones de nación no faltan.1 Excluidas
escasean incluso en la mejor ciencia, quizá es mejor explorar otras las que intentan designar a las naciones políticas, la nación francesa,
posibilidades. Hay dos que tampoco conducen a puerto. No parece “la organización política que administra un territorio determinado
que nos encontremos ante una idea imprecisa de una realidad clara y está dotada de los medios coactivos necesarios para la realización
(que invitaría a seguir investigando, como sucede con muchas enfer- de sus tareas”, las definiciones habituales de los nacionalistas se
medades caracterizadas por sus síntomas antes de dar con el agente manejan en dos variantes: la étnica-objetiva y la voluntaria-sub-
causal, como fue, por ejemplo, el caso del SIDA antes de relacionarlo jetiva. La primera entiende la nación como un “conjunto de seres
con el VIH) o, al revés, ante una idea clara de una realidad imprecisa humanos que comparten rasgos culturales (lengua, religión, cos-
(conocimiento inequívoco de una realidad “objetivamente” vaga, tumbres, rasgos físicos, códigos de conducta y valores)”. Se trata
susceptible incluso de formalización mediante la teoría de conjun- de una definición que se sitúa en el terreno, en el punto de vista,
tos borrosos, como sucede con “belleza” o “romanticismo”). Otra
posibilidad que merece alguna vuelta es que, en realidad, estemos 1 Cf. El exhaustivo inventario de J. Álvarez Junco en su trabajo incluido en J. Álvarez Junco, F.
Requejo y J. Beramendi, El nombre de la cosa: debate sobre el término “nación” y otros conceptos
ante una idea clara de darle una realidad inexistente, como era relacionados, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2005.