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El hartazgo de Morgana

Morgana Vargas Llosa abrió el pasado martes en Madrid una exposición


sobre la vida de los humildes campesinos del alto Perú. Fotógrafa desde
hace más de veinte años, trabajó en EL PAÍS hasta su regreso a su país.
Ella nació en Barcelona, hija de Patricia Llosa y de Mario Vargas Llosa. La
notoriedad de su padre, premio Nobel de Literatura, convierte a la fotógrafa
en un arma habitual de las redes sociales y otros medios, analógicos y
digitales, que hurgan en la vida de los otros con ocurrencias y otros dimes y
diretes, habitualmente sin otras confirmaciones que la existencia de otros
rumores a los que dan crédito sin citar fuentes. Su viaje a España (que
continúa ahora por Andalucía, donde hace otros trabajos fotográficos) la ha
convertido otra vez en pasto de esas llamas, en forma de reportajes o
rumores sobre la vida privada de su familia que ella ha querido atajar con
sus propias palabras y con un comunicado que firma su padre, Mario Vargas
Llosa.

Así quiso contar a EL PAÍS su hartazgo la hija del Nobel: “No suelo contestar
artículos ni noticias que salen en la prensa rosa española. Sin embargo, me
informan que hoy este tipo de prensa ha llegado a una bajeza que
sobrepasa los límites. Aquí les dejo un comunicado de mi papá para zanjar
de una vez las mentiras que difunden con total impunidad ciertos medios:
´Debido a las informaciones falsas que circulan, les pido por favor que
dejen fuera de especulaciones a mi familia, que nada tiene que ver con las
elecciones que yo hago en mi vida. Mario Vargas Llosa”.

Juan Cruz

EL PAIS. 27/10/2016
Acoso escolar
La brutal agresión en el patio de un colegio a una niña de ocho años que
acabó en el hospital con múltiples lesiones ha hecho aflorar un grave
problema presente en los centros educativos. La violencia, física y psíquica,
en el seno de los colegios es una realidad, e intentar ignorarla, ocultarla o
minimizarla no es la solución. Solo asumiendo que los menores son objeto
de vejaciones y palizas por parte de sus propios compañeros será posible
poner freno a un fenómeno que debería escandalizar a todos, empezando
por padres y profesores.

Es inadmisible que en casos como el denunciado estos días en Palma de


Mallorca no fueran los responsables del colegio quienes dieran la voz de
alerta. Al fin y al cabo, era en sus instalaciones donde la niña fue arrojada
al suelo y pateada repetidamente por un grupo de alumnos de entre 12 y
14 años (inimputables penalmente) a cuenta de una riña por un balón de
fútbol al término del recreo.

[…]

Detectar comportamientos que pueden derivar en acoso es una obligación


de la que la comunidad escolar no puede abdicar. Su deber no es ocultarlos
o intentar que no trasciendan, sino todo lo contrario: ponerlos en
conocimiento de las familias, la policía y la Fiscalía.

Tampoco los padres pueden desentenderse y endosarles a los profesores


toda la responsabilidad. Las competencias son ineludiblemente colegiadas.
Es un principio básico que la educación ha de ser una tarea compartida y el
proceso de aprendizaje y de socialización de los niños se debe conjugar en
dos ámbitos irrenunciables: el hogar y la escuela. De poco sirve aplicar una
férrea disciplina en un entorno si en el otro domina una completa dejadez.
Instrumentos como los consejos escolares son esenciales para que padres y
profesores actúen coordinadamente y transmitan a los niños valores cívicos
de tolerancia y respeto.

Tan necesario como reforzar esa cultura de la educación compartida es


adoptar medidas preventivas y diseñar protocolos de actuación en los
colegios, un plan de formación específica al profesorado y una guía para
padres y alumnos. Es preciso también aplicar el Plan para la Convivencia y
Mejora de la Seguridad en los Centros Educativos y sus Entornos, ratificado
por los Ministerios de Educación e Interior en 2007. Conocer la dimensión
del problema, a través del prometido registro estatal de acoso, es la mejor
manera de atajarlo. Pero además de voluntad política, hace falta dotarlo de
medios para que funcione eficazmente.

El País

13/10/2016
La calle es de los jóvenes... pobres

Cada año, apenas llega el buen tiempo, se plantea el conflicto nocturno


entre jóvenes vocingleros y vecinos protestones. En el fin de semana, desde
casi media tarde hasta las luces del amanecer, ciertas plazas y zonas se
llenan de multitud de chicos y chicas, cada vez más jóvenes, que toman
posesión de ellas y las convierten en lugar de reunión. A medida que van
bebiendo van hablando más alto y algunos, los que tienen mal vino, pasan
a hostilizar a los transeúntes, vandalizar puerta y ventanas y otras
diversiones de la noche cutre. A los vecinos que les toca tan particular
movida les molesta, además, quedarse con los restos del festín en forma de
basura y ese olor a evacuaciones callejeras que suele quedarse prendido en
el ambiente bastantes horas después de que la limpieza municipal trate de
remediar el destrozo. ¿Tiene ésto algún arreglo? Pues, de momento,
bastante poco. Los jóvenes que no tienen dinero para ir a lugares cerrados
aspiran, por lo menos, a marcharse lejos de sus lugares habituales y se
enganchan allí donde comerciantes de la noche pobre les venden mercancía
para la diversión al alcance de sus bolsillos. Los menos pudientes del mundo
sureño llevan siglos beneficiándose de los espacios abiertos, un privilegio
que concede el buen clima a quien no tiene medios para otra cosa. Es un
escenario donde encuentran solidaridad generacional, oportunidades de
espontaneidad y de permisividad que su entorno propio no siempre les
concede. Los vecinos que protestan, al fin y al cabo, no son sus propios
vecinos, sus propias familias y ello les permite pasar de ellos o permitirse la
eventual confrontación violenta.

Pero caben remedios puntuales. Los ayuntamientos podrían contribuir a la


conciliación instalando y renovando contenedores y papeleras, que suelen
brillar por su ausencia o son también vandalizados e instalando retretes,
aunque sean portátiles. El uso de las vías públicas para el esparcimiento
nocturno no puede criminalizarse pero tampoco se puede abandonar la
protección de los afectados. Es también una cuestión generacional. Los
habitantes de las zonas antiguas suelen ser personas mayores que no
entienden los modos de la juventud, especialmente de la menos
escolarizada, la peor tratada por el mercado de trabajo que tiene, como
único horizonte de desahogo, esas noches de ruido, litrona y camaradería.
Cada uno se divierte como sabe y como puede.

Alberto Moncada 14.10.2016


Un posible resumen sería el siguiente:

Alberto Moncada da cuenta del conflicto nocturno entre unos jóvenes que buscan oportunidades de
espontaneidad y de permisividad que su entorno no les concede, y unos vecinos que sufren las
consecuencias de sus actos (no sólo griterío, sino además los restos de todo tipo del festín). Asimismo,
los comerciantes obtienen beneficios de estas fiestas.

Dicho conflicto es más bien una cuestión generacional, puesto que no puede criminalizarse el uso de las
calles para el esparcimiento público ni tampoco dejar desprotegidos a los afectados. Por ello, considera
que cualquier solución al conflicto no puede ir más allá de las condiciones de higiene de la zona y es
condescendiente con la juventud al reconocer su modo de recreación.

b) Organiza las anteriores ideas claves en un esquema y haz lo siguiente:

 Identifica la progresión temática

Si el tema del que se parte es el conflicto nocturno entre jóvenes y vecinos, y las ideas que siguen ( ver
las ideas destacadas en el texto o esquema siguiente ) son la información o rema que se va aportando
del mismo, podemos considerar que se trata de una progresión temática constante.

Tema: el conflicto nocturno entre jóvenes vocingleros y vecinos protestones

Ideas (Remas):

R1: ciertas plazas y zonas se convierten en lugares de reunión multitudinaria

R2: acciones de los jóvenes

R3: las consecuencias de estas acciones

R4: las causas de la multitud de gentes en las zonas

R5: la indiferencia y la eventual confrontación violenta

R6: remedios para favorecer la conciliación generacional

R7: Tesis: El uso de las vías públicas para el esparcimiento nocturno no puede criminalizarse pero
tampoco se puede abandonar la protección de los afectados. Es también una cuestión generacional

 Explica la estructura de la información

Este texto que hemos analizado es expositivo-argumentativo y en él hay una tesis u opinión del autor
sobre el tema tratado. Para averiguar la estructura en este tipo de textos debemos partir de localizar la
tesis. Como ésta se halla al final, en el último párrafo, consideraremos que Alberto Moncada ha
estructurado la información en la manera inductiva o sintetizante.

c) Identifica todos los recursos que garantizan la cohesión del texto.

Mera reiteración léxica, sinónimos, antónimos, deixis, anáfora y catáfora, conectores

La calle es de los jóvenes... pobres

Cada año, apenas llega el buen tiempo, se plantea el conflicto nocturno entre jóvenes vocingleros y
vecinos protestones. En el fin de semana, desde casi media tarde hasta las luces del amanecer, ciertas
plazas y zonas se llenan de multitud de chicos y chicas, cada vez más jóvenes, que toman posesión de
ellas y las convierten en lugar de reunión. A medida que van bebiendo van hablando más alto y algunos,
los que tienen mal vino, pasan a hostilizar a los transeúntes, vandalizar puerta y ventanas y otras
diversiones de la noche cutre. A los vecinos que les toca tan particular movida les molesta, además,
quedarse con los restos del festín en forma de basura y ese olor a evacuaciones callejeras que suele
quedarse prendido en el ambiente bastantes horas después de que la limpieza municipal trate de
remediar el destrozo. ¿Tiene ésto algún arreglo? Pues, de momento, bastante poco. Los jóvenes que no
tienen dinero para ir a lugares cerrados aspiran, por lo menos, a marcharse lejos de sus lugares
habituales y se enganchan allí donde comerciantes de la noche pobre les venden mercancía para la
diversión al alcance de sus bolsillos. Los menos pudientes del mundo sureño llevan siglos
beneficiándose de los espacios abiertos, un privilegio que concede el buen clima a quien no tiene
medios para otra cosa. (Elipsis nominal: “ese mundo sureño”)Es un escenario donde encuentran
solidaridad generacional, oportunidades de espontaneidad y de permisividad que su entorno propio no
siempre les concede. Los vecinos que protestan, al fin y al cabo, no son sus propios vecinos, sus propias
familias y ello les permite pasar de ellos o permitirse la eventual confrontación violenta.

Pero caben remedios puntuales. Los ayuntamientos podrían contribuir a la conciliación instalando y
renovando contenedores y papeleras, que suelen brillar por su ausencia o son también vandalizados e
instalando retretes, aunque sean portátiles. El uso de las vías públicas para el esparcimiento nocturno
no puede criminalizarse pero tampoco se puede abandonar la protección de los afectados. Es también
una cuestión generacional. Los habitantes (vecinos) de las zonas antiguas suelen ser personas mayores
que no entienden los modos de la juventud, especialmente de la menos escolarizada, la peor tratada
por el mercado de trabajo que tiene, como único horizonte de desahogo, esas noches de ruido, litrona y
camaradería. Cada uno se divierte como sabe y como puede.

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