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LA GENERACIÓN NOVECENTISTA

La prosa de José de la Riva Agüero


Mientras que muchas de las figuras que hemos presentado en líneas anteriores traían un legado del
siglo anterior para desembocar en las corrientes del presente, iban gestándose ya nuevas generaciones en
los primeros años de nuestro siglo, dirigiéndose la primera de ellas dentro del idealismo novecentista, cuya
más alta caracterización es el Ariel del uruguayo Rodó, y capacitándose sus mantenedores para la
investigación y para la difusión de altos valores culturales. Los novecentistas en el Perú -influencia de Rodó
y viajes a Platón- manejan una prosa elegante y ahondan muy particularmente en las raíces de nuestra
historia, con el antecedente de la técnica y la actitud positivista, modificada por una nueva vuelta al
idealismo. La historia del Perú tiene, en aquellos años, su guía en Carlos Wiesse, y sobre él y su obra
continuarán los estudios del presente siglo.
José de la Riva Agüero, nacido en 1885, habrá de ser tal vez la figura más importante de este
movimiento. Forjado en un ambiente universitario, lector de Michelet, de Taine y de los positivistas, pero
también de los literatos o historiadores clásicos, admiraría la erudición y el sentido moral de la historia de
Tito Livio, y por otra parte seguiría las imperecederas huellas que en el campo de la investigación crítica
había dejado, en el siglo XIX, Marcelino Menéndez y Pelayo. Su erudición, su talento interpretativo y su
afirmación idealista, se manifiestan ya claramente en la tesis que presentaría para optar el grado de
Bachiller en la Facultad de Letras y que habría de aparecer editada con el título de Carácter de la Literatura
del Perú Independiente.
El mismo estudio de las figuras tradicionales de nuestra historia, dentro de la tendencia clasicista y
exhaustiva de Menéndezy Pelayo, lo llevaron a la composición de su tesis para el doctorado, que titularía:
La Historia en el Perú. El enjuiciamiento de los cronistas, el repaso de los historiadores de la Emancipación
y de la República, pusieron a Riva Agüero en el camino historiográfico del que puede decirse que es el
primer representante de las nuevas tendencias que se manifiestan en el siglo veinte.
En un sinnúmero de ensayos, discursos, prólogos a obras históricas, puede apreciarse, luego, la vasta tarea
de Riva Agüero, con análisis metódico de las fuentes y persistente erudición puntillosa, aunque todo esto no
vaya en contra de una artística expresión y de una clara exposición de los hechos. Por una parte, estudiaría
a Garcilaso, sobre el que habría de pronunciar memorable

discurso, donde plantea las condiciones clásicas y americanas del Inca, que ya había esbozado en su
Examen de la Primera Parte de los Comentarios Reales. Por otra, a Palma, a quien ha de ded: ;ar nutridas
páginas, y encabezará la edición que sobre el tradicionista hiciera la "Sociedad Amigos de Palma", con
ocasión del centenario de su nacimiento. Ya también, acerca de los poetas peruanos del período clasicista
colonial, con estudios particulares sobre Amarilis, sobre Mexía y sobre Hojeda, algunos de los cuales
aparecerán en la colección de sus Discursos Académicos que publicaría en 1935. Asimismo, destacan sus
ensayos sobre Pedro Peralta y sobre Hipólito Unanue. En el terreno internacional están sus estudios sobre
Goethe; sobre literatura francesa: o sobre Sarmiento, mostrando el vasto campo de sus conocimientos y la
fácil versatilidad con que trataba los temas literarios e históricos. Sólo que, con frecuencia, la pasión
oscureció la imparcialidad de su crítica, que no llegó a calar con hondura la personalidad del gran escritor
alemán; ni tampoco llegó a sentir la poesía simbolista. También en su crítica de la literatura peruana hemos
señalado algunos de sus visibles defectos: su escasa sensibilidad para la poesía y la facilidad con que, en
cambio, recoge lo que de tradicional hay en Palma y lo que de combativo e intelectual hay en González
Prada. Además, y esto no puede dejar de señalarse en él, la posición adoptada claramente, en los últimos
años, de grupo, de clase, de miembro de una elite -tal como lo pretendía su maestro Rodó, a pesar de su
férvído sentido democrático- fue creando cortapisas a su obra y encasillándola dentro de líneas francamente
cerradas que no permitieron el airamiento de la ideas y el imparcial sentido que debía caracterizar al crítico
literario. De todos modos, tiene un enfoque que sólo podría parangonarse con González Prada.
De especial Importancia dentro de su obra creadora están sus Paisajes Peruanos. Francisco García
Calderón, dice de ellos:
En Paisajes Peruanos llega al fastigio el talento de Riva Agüero. Al releer estas páginas he recordado al
pintor y escritor Eugenio Fromentin. Parece que José hubiera usado el pincel para notar los más tenues
juegos de la luz y la sombra, para fijar similitudes y contrastes, que hubiera estudiado botánica y geología
con alma de poeta. Marida con admirable acierto, el paisaje, la historia, la leyenda. Todo está allí: la
presencia titánica de los Andes, la sonrisa de los valles costeños y la severidad de la puna, el dulce quechua
y el áspero aimará, los elementos telúricos, las fuerzas históricas, la sierra grave, dura, esquiva, la costa
bullidora, holgazana, frívola e ingeniosa; la altanería de las casonas blasonadas, la pobreza y el misterio de
los moradores indígenas: los padres ríos trasmutados en dioses, corno en Homero;la montaña en que,
como en la floresta de Kipling, se escucha rumor del Génesis y centuplican antiguos gérmenes, su virtud
germinadora; los páramos, los desiertos sobre los cuales impera un sol implacable como el dios de Israel o
de Mahoma. Renán escribió que el desierto era monoteísta. Sin esas descripciones acabadas no hubieran
sido posibles el libro importante de Héctor Velarde, sobre arquitectura peruana, el primoroso diario de viaje:
Costa Sierra y Montaña de Aurelio Miró Quesada, los hermosos recuerdos evocadores de Luis Alayza paz
Soldán
Se trata de una obra clave en el campo del ensayo. Paisajes Peruanos ha sido base, como lo dice
Francisco García Calderón, de muchos otros estudios y de capítulos de prosa literaria del Perú
contemporáneo. Según César Pacheco Vélez, "marca la plenitud de su talento literario y contiene las más
vibrantes meditaciones sobre el destino histórico del Perú: la sierra redescubierta por él ante la mirada
cosmopolita y europeísta de la elite costeña; el indio, sin cuya salvación, dice, el Perú se hunde; el Cusco
como expresión sincrética de nuestro ser nacional; las circunstancias funestas que determinan nuestra
disgresión territorial en la gesta emancipadora; el pretorianismo republicano, la crisis de la clase dirigente, la
necesidad imperiosa de conciliar en la conciencia de los peruanos las dos grandes herencias culturales que
han forjado el país".El propio Pacheco Vélez, repitiendo a Porras Barrenechea, opinará - calurosamente-
que Paisajes Peruanos es a nuestro país lo que el Facundo de Sarmiento para la Argentina.
Jiménez Borja diría que "Riva Agüero encabeza una generación, cuyo significado consiste en elevar
la seriedad de los estudios, en difundir la cultura europea, prestigiar la Universidad con Investigaciones y
cátedras y ofrecer a su patria preocupación sin exasperaciones apocalípticas". Pero ya Mariátegui había
señalado que era el suyo un "positivismo conservador" y que "el rasgo más característico de la generación
apodada futurista es su pasadísmo". Y añade: "El pasadismo de la generación de Riva Agüero no constituye
un gesto romántico de inspiración meramente literaria. Esta generación es tradicionalista pero no romántica.
Su literatura, más o menos teñida de modernismo, se presenta por el contrario como una reacción contra la
literatura del romanticismo... se caracteriza espiritual e ideológicamente por un conservatismo positivista".
Los biógrafos apasionados de Riva Agüero no han podido dejar de señalar que trabajó con una
técnica de investigación deficiente, que se dispersó por su afición política, radicalmente conservadora en los
últimos años, y que no construyó una síntesis orgánica de la historia peruana. Pero añaden, como Pacheco
Vélez, que "en su prosa de aliento poético está la evocación, la interpretación y la inteligencia de nuestra
historia, con criterios en veces polémicos pero siempre sugestivos". Riva Agüero murió en 1944, y dejó
como interesante legado un Instituto dentro de la Universidad Católica, que lleva su nombre, para las
investigaciones históricas y literarias, al que ha podido dejar la herencia de su nutrida biblioteca y sus
copiosas fuentes de información.

Francisco García Calderón

Otro de los altos exponentes de la generación novecentista es Francisco García Calderón, nacido al
mundo intelectual bajo el signo de Ariel, como Riva Agüero y entusiasmado, asimismo, por un afán
investigador dentro de la tendencia que dio en llamarse universitaria. Formado también en las comunes
lecturas juveniles de Michelet, de Taine, de Pascal y de Menéndez Pelayo, así como de Renán, su obra se
vio dirigida en todo momento por el pensamiento de Rodó y a través de él, Shakespeare y Renán le dieron
en Ariel la clave de una tremenda pugna entre el pragmatismo y el idealismo. Estos estudios preliminares
fueron después ampliados en el campo de las ciencias políticas y sociales, sin olvidar su afición por las
bellas letras y su devoción artística. Fueron saliendo así libros como La creación de un Continente, El
Perú Contemporáneo, Profesores de idealismo y, sobre todo, su obra de mayor envergadura: Demo-
cracias Latinoamericanas.
Afirma en esta obra la "americanidad" diferente de lo latino y lo ibérico: tiene fe en la fuerza plasmante del
continente, pero desconfía del disolvente individualismo hispanoamericano y propugna la independencia
económica. A pesar de la igualdad que proclaman las Constituciones de América - dice- el indio está
sometido a la implacable tiranía de las autoridades locales, el cura, el juez de paz, el cacique. De modo que
no obstante las influencias de los orígenes de la independencia, las democracias continúan siendo
"españolas". En la misma obra trata también de la unidad latinoamericana. Propugna el americanismo latino;
cree que nuestros países pueden recibir de Europa, mejor que de Estados Unidos, los elementos de la
cultura: defiende la unidad moral de los peruanos, la conservación de su genio histórico y dice que con ella
podrá salvarse la herencia latina de siglos.
La idea central de Francisco García Calderón consiste en que América es un continente virgen en
donde podría realizarse el "milagro griego" de que hablaba Renán, pero que hace falta, para ello, renovarlos
ideales del Nuevo Mundo. Balancea esa actividad político social con su fervor por Bergson, su amor
manifiesto por la lectura de los clásicos grecolatinos y su inquieto afán por la literatura contemporánea tanto
del Perú como de Francia.
En realidad resultó un desadaptado persiguiendo tenazmente, después de muchos años de haberse
superado ese momento político, la constitución de países democráticos, dirigidos por elites intelectuales.
Soñaba con ser un hombre en un mundo libre, donde por una mecánica ideal dirigiera una aristocracia del
pensamiento a un pueblo feliz. En los últimos años de su vida, pronunció un discurso sobre José de la Riva
Agüero, que publicaría en 1949 con el subtítulo de Recuerdos y donde afloró magnífico y emocionado su
evidente talento literario. Murió en Lima, después de haber pasado la mayor parte de su vida en Francia, en
1953.51
Ventura García Calderón
Ventura García Calderón, nacido en 1887, revisó el proceso de nuestra literatura en su libro Del
romanticismo al modernismo y más tarde habría de continuar infatigablemente sus estudios y su crítica
literaria en su ensayo sobre La Literatura Peruana, que culminaría en la proficua tarea de presentación de
"Biblioteca de Cultura Peruana", con prólogo y notas suyas, que apareció editada en París en 1938, bajo los
auspicios del Gobierno del Perú.
Por otra parte, Ventura García Calderón habrá de ser una de las figuras representativas del cuento peruano
en los comienzos del presente siglo. Aunque sus personajes no tengan un definido carácter nacional, los
acontecimientos y el ambiente pertenecen a nuestra realidad geográfica: en ellos, Ventura García Calderón
ha manejado, con indudable eficacia, la técnica del cuento en el impacto preciso y en la supresión de
elementos circunstanciales que no contribuyan directamente al clímax y al desenlace dé este género de
narración. Ya sea "El Alfiler", "Coca" o "La venganza del cóndor", son muestras ejemplares de aquella
técnica y, además, ejemplo del estilo un tanto abarrocado, pero humano y caliente, que caracteriza a este
otro García Calderón que es uno de los maestros del cuento peruano en el momento de su desarrollo.
Los cuentos de La Venganza del Cóndor - su obra más representativa en este género- son relatos que
parecen erguirse ante nosotros con la muerte, la sangre, el gesto airado, la expresión, diríamos, ritual, de
ceremonial o de purificación por el dolor, la agonía, el final de una existencia. Una tendencia del
modernismo que se había ya patentizado en un vigoroso narrador, como es el uruguayo Horacio Quiroga;
un elegante lenguaje que encierra un sino de crueldad, de altanería o de desgracia; pero, a la vez, cierta
presencia dibujada del lugar que sirve de marco o escenario al hecho mismo, que viene a ser como un
lanzazo ante los ojos del lector.
El lenguaje expresivo se llena de "peruanismos". No sólo los términos indígenas de taita, guagua,
tambo, poncho, cancha, puna, quena, huaca, killa, coca, ojota, topo, chimbadores, chacchar, chicha, huaro,
entre otros muchos que las más veces pone en cursiva; sino también el modo de usar el castellano: "anoche
mismito agarró y se murió la niña Grimanesa"... "el sombrero de jipijapa"; el "aconchavarse" que emplea en
muchas partes; la presencia del gallo "ajiseco"; el regionalismo convertido en motivo artístico, como en
aquel pueblo que a Jesús por ser rubio le llaman "Bermejo".
El sentimiento de la justicia propia aparece en el citado cuento "El Alfiler", donde, por otra parte, la
prosa se muestra en su transición a los modelos de este siglo: "La bestia cayó de bruces agonizante"... "por
el obeso balcón de cedro asoma la cabeza fosca del hacendado"... "las oleosas crenchas"... Un extraño y
fuerte adjetivar como en los poetas modernistas a lo Herrera Reissig o a lo Lugones; un relatar impresionista
que pasa del modernismo al posmodernismo lugareño y localista. También el sentimiento de una justiciera
venganza - sin la soberanía patriarcal y feudal de "El Alfiler"- asoma en "Coca" nítidamente, en medio de
ese trazar dibujeante del paisaje. Y otro tipo de venganza asomará en "La llama blanca", donde la presencia
mágica, misteriosa de aquélla, rediviva, destruye al incomprensivo dueño de la hacienda: "Mientras el amo
se moría repitiendo en voz baja el nombre de la llama blanca, sus servidores le miraban el semblante lleno
de manchas rojas y chamuscadas, como las heridas de un revólver de buen calibre". Es un típico ejemplo
del cuento fantástico. Otras veces la venganza no llega, pero queda como una ancha orla de coraje, de
actitud enhiesta, de provocación al destino como en el hermoso cuento "Murió en su ley".
En otros, mostrará la sociedad aristócrata-burguesa de Lima, como en "Chamico"; o nos presentará
el ambiente de la selva - a más del descrito de los Andes- para otros relatos angustiantes y coloristas con su
estilo evidentemente barroco y tendiente a lo fantástico.
Dentro de la evolución del cuento peruano hacia una manifestación nuestra, que va a tener su
representante más importante en Abraham Valdelomar, hay tres caminos evidentemente importantes de los
que nacen aún los actuales narradores del Perú: García Calderón, López Albújar y Valdelomar. En Ventura,
por encima del falso acento folclórico, hay una literatura noblemente lograda y con perfiles propios, donde la
leyenda o el paisaje peruanos -vistos desde fuera- se trasmutan en elementos de valor estético universal. Y
a la inversa: a su europeizante visión le dio una nota de efectivo peruanismo dentro de una obra fecunda en
descubrir nuestros valores. El escritor argentino Manuel Gálvez decía que: "fue en su tiempo el primero
entre los cuentistas de lengua castellana". Y otro argentino, el crítico y maestro Enrique Anderson Imbert:
que su obra narrativa resulta "una excelentemente escrita literatura regional". El mexicano Torres Bodet
señalaría que en ella había una enseñanza de "luz y brevedad" con "el misterio sensual y colérico de
nuestros trópicos". Y César Vallejo exclamaba: "lo tengo entre los maestros de todos los tiempos del
idioma". Maestría que se aprecia en varios de los cuentos de su colección La venganza del cóndor, como
hemos podido apreciar a leerla.
La producción de Ventura García Calderón abarca los más variados aspectos del cuento, la critica literaria,
el ensayo, la prosa poética.
Su inicial libro Del romanticismo al modernismo es una contribución al estudio de nuestra literatura,
aunque olvida -lo que ha sido lógicamente censurado- algunas importantes figuras por excesivo rigor o
pasión. También con vacíos está la valiosísima colección de Biblioteca de Cultura Peruana, realizada bajo
su dirección y donde puso mucho de la erudición que le había servido para otras publicaciones sobre el
Perú, que cumplió en el extranjero.
Entre los libros de ensayos habría por citar otros muchos que muestran su predilección por el tema
hispanoamericano, como Semblanzas de América, Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Los mejores
cuentos americanos, entre los que corre preferencialmente la veta peruana, señalada en los tres títulos
que enunciáramos primeramente o en sus estudios sobre Ricardo Palma, La Perricholi, Vale un Perú. Su
interés por el lenguaje se ofrece en El nuevo idioma castellano. Su preocupación poética apenas si se
esboza en Cantilena. Pero su prosa se muestra en crónicas, donde él fuera diestro, como el conjunto de
Frívolamente, al inicio de sus actividades de escritor, o Aguja de Marearen la etapa de su madurez
intelectual. Y por supuesto en el cuento, donde hemos visto su producción principal de La Venganza del
Cóndor, a la que habría que añadir otros títulos como Dolorosa y desnuda realidad y Color de Sangre.
En todo esto dejó una huella por seguir para los críticos y para los creadores de la literatura peruana, que en
general continúan remisos a reconocerla, aunque fuera candidato al premio Nobel, presentado por valiosos
escritores hispanoamericanos radicados en Europa.

Víctor Andrés Belaunde


Nacido en 1883, fue un Inquieto espíritu que oscilaba entre la filosofía, la so ciología y la literatura; o
más bien las combinaba, dirigidas al final por un pensamiento cristiano que sucedió en los años de la
Primera Guerra a su espíritu liberal y positivista. Su vocación literaria y su temperamento de dirigente in -
telectual lo llevaron a una oratoria expresiva, de amplios períodos ciceronianos. Su interés por la cultura se
refleja con elocuencia en la persistente tarea de la revista Mercurio Peruano, que continuaba editando hasta
su muerte.
Ya vimos cómo predominaba en esa generación del 900 un sentido histórico unido a una interpretación
sociológica de la realidad. Belaunde publica en su juventud Peruanidad, en 1903; El Perú Moderno y los
Modernos Sociólogos, en 1908; y luego, volviendo la mirada hacia las fuentes de la nacionalidad, se
dedica a estudiar Los Mitos Amazónicos y el Imperio Incaico. Esta preocupación por el Perú, con una
metodología extraída del positivismo europeo, e inspiración de la crítica española precursora del 98, coloca
a Belaunde en la iniciación de toda una literatura histórico-sociológica, con mayor intuición emotiva que la
de su compañero generacional Riva Agüero. Esa misma emocionada presentación de un intento de
interpretación de la realidad peruana animan sus discursos de incorporación al Instituto Histórico y de
apertura del año universitario de 1914 en la Universidad de San Marcos, donde acentúa su preocupación
por la Crisis Presente. Ya ha señalado Pacheco Vélez, en un ensayo citado, que allí cobra vida el
pensamiento de Belaunde con respecto a la organización política y social del Perú, con un "certero
diagnóstico", que concluye con aquello que se convierte en lema de su generación: "¡queremos patria!"...
Morigerado su criterio y ya impreso por sus convicciones religiosas, Belaunde insiste, sin embargo, en el
fondo de su pensamiento Inicial al llevar a cabo su valioso ensayo La Realidad Nacional, que resulta una
interpretación diferente y conservadora frente a los Siete Ensayos de Mariátegui, aunque esté animado de
un igual afán de encontrar ana solución a los problemas peruanos. Ampliando la esfera de su pensamiento
al campo hispanoamericano es que publicó en Estados Unidos su libro sobre Bolívar y el pensamiento
político de la revolución hispanomericana. Dice Pacheco Vélez: "Belaunde no es por dedicación y oficio
un historiador, pero la historiografía peruana contemporánea no se concibe sin su mensaje esclarecedor".'
El propio Belaunde, al editar sus Meditaciones Peruanas.-, en 1963, que comprende escritos y discursos
entre 1912 y 1918 sobre el Perú, señala en el prólogo que en ellos está su crítica a una realidad donde
predominan la injusta condición de la clase media y de la tributación, la explotación indígena, los males de la
plutocracia costeña y del caciquismo parlamentario, la "alienación de la universidad y la profunda
desorientación de la conciencia pública". "Me apena pensar - añade- que conservan todavía una actualidad
lacerante".
Las Memorias que Belaunde fue publicando resultan, por otra parte, una esclarecedora fuente del
pensamiento y de la actitud de él y de su generación. Murió en 1966; y a su fallecimiento ha surgido una
vasta bibliografía sobre su vida y su obra.
Tal vez si habría que completar el cuadro de la prosa del 900 con la tarea de Julio C. Tello, en el campo
etnológico y arqueológico del Perú, que ha despertado también toda una vía de penetración en el estudio de
nuestro país; con la erudición del P. Rubén Vargas; y con el ensayista literario, histórico y geográfico Luis
Alayza y Paz Soldán. Todos ellos han sido ampliamente citados y comentados en el mencionado ensayo de
César Pacheco Vélez .
LOS POETAS DEL NOVECIENTOS

Al lado de esos escritores representativos de la corriente idealista, en un vuelco del positivismo y del
radicalismo finiseculares, hay un conjunto de poetas que conjugan el modernismo con los motivos de
nuestra literatura, con serenidad no exenta del dejo melancólico del segundo momento rubendariano,
vaciado primordialmente en moldes simbolistas.

José Gálvez
Nacido en Tarma, en 1885, José Gálvez recoge el sentido peruanista de la generación del 900 y
suaviza, por otra parte, la nota grandilocuente de Chocano. Si sustenta la tesis de orillar, de una vez por
todas, la literatura nacional, no descuida la lectura de Verlaine -Jardín Cerrado- y después de su triunfal
Canto a la Juventud ostenta graves meditaciones frente a los ocasos, junto a las notas coloristas de su
"Caballo de Paso". Es ameno, confidencial. Se diría a veces Palma, a veces Luis Benjamín Cisneros, si no
marcara la modernidad de su estilo en la frase corta y, en la sutil observación que obedece a la generación
novecentista. Gálvez inició su producción poética con la colección de poemas que tituló Bajo la Luna y que
recogiera su producción de los años 1905 a 1908:
Mi canción era triste y mi voz se alargaba,
mientras mi pobre madre sonreía y lloraba.
Sus lágrimas caían, mi canción era triste,
todo, todo ha pasado, ya nada de eso existe...

Y repite constantemente el tema de la tristeza en "Sólo una vez la vi"; o en:

Calma.
Paz.
En lo lejano
vibra temblando una queja,
que viene, se va, se aleja
con la tristeza de un piano...

La apasionada lectura juvenil de Juan Ramón Jiménez llevó a Gálvez a la pícara aventura de
escribir cartas a aquél como si fuera Georgina Hübner -de inventarla propiamente, aunque ella era
efectivamente una niña, hermana de un compañero de oficina-, a fin de conseguir, mediante un diálogo
lírico-epistolar, libros y pensamientos del autor predilecto. Epistolario que culmina en la necesidad de
eliminar la superchería mediante la supuesta muerte de la amada limeña que lleva a Juan Ramón a
componer la sentida manifestación elegíaca que tituló: "Georgina Hübner en el cielo de Lima". Tras esta
inspiración juanramoniana estaban Verlaine y los simbolistas franceses presidiendo el tono lírico de Gálvez.
Fue en aquel mismo año de 1908 que Gálvez obtuvo el resonante éxito popular-estudiantil de su
Canción a la Juventud, que fuera coreada y repetida más tarde como "himno estudiantil americano". Al año
siguiente, 1909, Gálvez obtiene el triunfo de los Juegos Florales organizados por la Municipalidad de Lima
con sus poemas presentados: "Canto a España" y "Reino Interior". El primero, de aliento épico y con
entonación tradicional, ubica a Gálvez dentro de su generación. En el segundo hay fuerza imaginativa y
persistencia musical, que recuerda la influencia tan señalada de Juan Ramón Jiménez en los primeros años
de su actividad poética. Gálvez continuó luego en Jardín Cerrado la nota de tristeza sosegada, de
melancólica puesta de sol, donde estará otra vez al lado de Jiménez. Después se irá acentuando el viraje de
la poesía de Gálvez hacia los motivos típicamente peruanos, "la procesión", "las acequias", "los bueyes", "la
jazminera"; y ya con estampas claramente folclóricas como la "marinera", "el caballo de paso" y las
"mulizas" tarmeñas:
Y tú, paisana, corea
mi apagada melodía
para que en tus labios sea
ilusión y poesía

Es tal vez "La Jazminera" un poema que exhibe definitivamente su nueva posición de "estampa
local", rodeada de cierta dulce entonación, donde el poeta aplica su buen gusto a un tipo de poesía que, a
pesar de ser "anecdótica", no está lejos de la vena lírica. Es éste un camino muy seguido en la poesía de
comienzos de siglo. El ejemplo es claro:

jazmínera aromada con el aromo sano


del ñorbo, del tumbito y la flor del manzano,
oliente a la casera mixtura, y a la buena
ropa que se guardaba en vetusta alacena.

Ella traía el dejo de[ jardín fragancioso


que, cerca a las portadas, guardaba el rumoroso
recuerdo de una Lima de albercas y emparrados
con cenadores blancos y senderos dorados.

Traía a los hogares la bondad campesina


en su aroma del huerto y en su voz cantarina,
su pregón se alargaba cual romántico alerta,
era como el engarce de la casa y la huerta,
y al llegar con la noche los otros pregoneros,
sus últimos Jazmines se volvían luceros.. .

Y junto con aquél, el "Pianito Ambulante" que "con gracia inexperta / el recuerdo lejano de un vals
lento despierta / como puede una espina recordar una rosa"... Y el descriptivo color de su "Marinera", y el
giro de "la cometa" "que por el hilo sube / sube, sube / a encaramarse en el pulmón / maravilloso de una
nube..." Y, por último, su "Caballo de Paso" que "camina como un conquistador".
Ese mismo espíritu nacional unido a la combinación épico-lírica de su Canto a España, dentro de
una nueva manifestación de la oda pindárica, llevó a Gálvez a componer su Canto Jubilar a Lima: "Oh,
ciudad milagrosa /de raro hechizo y de lisura fina, / que esconde con rebozo de neblina /su gracia recatada
y misteriosa..." Este canto fue recitado por el propio Gálvez en la Velada Oficial del Centenario de Lima, en
enero de 1935. Importante es, en este sector épico de Gálvez, la "Oda pindárica a Grau".
Al lado de su poesía, su prosa se manifiesta primero en una novela corta, titulada La Boda, que
tiene un dejo poético modernista; y luego en las crónicas evocadoras de Una Lima que se va, Estampas
limeñas, Calles de Lima y meses del año. El mundo limeño del novecientos aparece recogido a través de
esas páginas coloristas donde asoman ingenuamente los recuerdos de la niñez mezclados a emocionadas
nostalgias de la adolescencia y juventud, personajes, calles, juegos, espectáculos, actividades estudiantiles,
culturales; todo se ve reflejado dentro de grandes cuadros en que se muestra Lima como un eje y centro de
tradición peruana. Gálvez acompaña el dato y el recuerdo con el efluvio de una prosa sencilla e insinuante.
Estas evocaciones del pasado, para las que Gálvez poseía una espontánea inclinación, pasaron de los
relatos periodísticos de Una Lima que se va a las narraciones más artísticamente concebidas que forman
sus Estampas Limeñas y en las que no hay propiamente un dejo conservador, aunque suspira por el
pasado, sino una franca afirmación de nacionalismo y un brochazo de pintor colorista en el que aún perdura
la emoción de la poesía impresionista de sus primeros años. Entre las callejas de sus estampas y frente a
los patios empedrados de las casonas viejas, musita las suaves cantilenas de sus primeros poemas, como
"Serenata", donde la emoción es sólo susurro de tristeza y desvanecimiento del modernismo fuerte y
plástico de Chocano. Es un representante del tradicionalismo novecentista. Pero Mariátegui exceptuaba a
Gálvez de la clasificación de pasadista conservador y colonialista, con que había bautizado a los otros
miembros de su generación. Sostenía que el suyo era un pasadismo integral y romántico; y que palpitaba en
él cierto dejo mestizo con la presencia de la raza prehispánica "cuya tradición aúrea bien merece un
recuerdo y cu¬yas ruinas imponentes y misteriosas nos subyugan y nos impresionan". Con relación a esto
mismo, Mariátegui traía a colación la tesis de Gálvez, Posibilidad sobre una genuina literatura nacional, que
fue otro de los interesantes aportes que ofreció a nuestra actividad literaria, tratando de encontrar un cauce
a la inquietud reinante en su época por adoptar una actitud artística.67
José Gálvez fue, también, maestro universitario y dirigente cultural de gran arraigo popular. Murió en
febrero de 1957, cuando ejercía la Presidencia del Senado de la República; y su entierro constituyó una
extraordinaria expresión de la simpatía que había despertado su figura, último represen¬tante de una
inocente bohemia de tertulia de café y feliz exponente de un tipo de catedrático que irradiaba simpatía y
emotividad entre sus alumnos de Literatura y entre sus contertulios.

ALBERTO URETA
Alberto Ureta es el tercero de los poetas representativos de esta generación, junto a JOSÉ GÁLVEZ, a
quien ya vimos anteriormente, aunque propiamente escapa al signo tradicional e historicista. Está
agrupado a ella más por amistad o contemporaneidad, que por afinidad literaria: nació en 1885. Pero su
poesía fue apartándose de los otros dos, en un permanente llamado a la triste serenidad, con un constante
tono que oscila entre la mansedumbre cristiana y el "no hacer" oriental. Hay una aspiración a pensar
calladamente, a respirar zumos de nostalgia. En él se da más definitivamente el lenguaje poético de los
otros posmodernistas del continente, en que se vuelve a los originales simbolistas, pero con un viraje a la
poesía "pensada": 'Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje..." "Huye de toda forma y de todo
lenguaje / que no vayan acordes con el ritmo latente / de la vida profunda..." "Mira al sapiente búho ..." "...su
inquieta/ pupila, que se clava en la sombra, interpreta / el misterioso libro de silencio nocturno..." González
Martínez había lanzado en ese soneto la proclama de los "posmodernistas".
En 1911, Alberto Ureta publicaba Rumor de Almas, con "noches encanta¬das", con la "saudade, flor
de melancolía", envolviendo al poeta en "su blanda suavidad de frescura"; con cirios que se perfilan en
alcobas siniestras, mientras las rosas perfuman la blancura de "la adorada muerta". Indudablemente que
Ureta había acertado un camino poético.
Un signo nuevo presidía esta poesía sutil, dulcemente triste, sabiamente dicha con palabras
precisas y cuidadosamente escogidas:
Yo sé que en tus tristezas hay algo que sonríe como sonríe
como el oro de la tarde en la sombra...
...y que bajo la cifra de tu nombre el viajero
ha dejado una frase de amor en tu ventana...

El alma de las flores del jardín ha volado


y el jardín de mí alma se ha quedado s in flores...
Con esos mismos caracteres aparecen en Ureta poemas eufónico-religiosos que hemos dicho utilizara
Domingo Martínez Luján:
Yo he visto en un convento de nobles claustros góticos
el sombrío desfile de sus monjas profesas
de manos sublimadas y semblantes neuróticos,
como una ronda triste de cautivas princesas...
Yo he tenido un instante éxtasis visionarios,
y he visto, como en sueños, no sé qué cementerio,
donde sus muertos vagan bajo blancos sudarios."

En este mismo libro de poemas aparece : Romero del Ideal que, naciendo del sentimiento filo-cristiano y
“pensativo” del Rubén de El Canto Errante y del “Poema de Otoño”, va a desembocar en la motivación
poética de Amado Nervo y de Gabriela Mistral:

Romero del Ideal : larga y estéril


jornada de dolor has emprendido.
Tus sandalias se han roto en la marchita
aridez del camino...
...que está tu alma gris, como la arena
eternamente gris de los caminos...

Ya no preponderan los sonetos ni los versos alejandrinos, sino que surgen versos libres en que se
mezclan endecasílabos con heptasílabos, como en la lira o en la silva españolas. O también versos de arte
menor: octosílabos, hexasílabos o pentasílabos, en una búsqueda de sencillez expresiva, de limitación o
acortamiento del ritmo:
Tu jardín de rosas
es un jardín de almas...
Tú tenías un corazón blanco de candidez...

Y se suceden "Medita el paisaje", "El alma en tus ojos", "Las Horas se han dormido", "Canciones ingenuas",
etc., que dicen del camino lírico que se estaba abriendo Ureta. Su segunda colección de poemas, publicada
en 1917, fue titulada El Dolor Pensativo, términos con que se resumían las características de su poesía:
doliente por un lado, y cuajada de pensamientos hilvanados y dichos artísticamente. De vez en cuando, al
lado de la influencia rubendariana, la presencia de González Prada levemente asomaba detrás de un giro
del lenguaje:

Se quema el tiempo sin cesar. Las horas


caen hechas ceniza,
y ruedan al abismo de la nada las dichas y las penas confundidas...
...un recuerdo muy tenue que se esfuma
y un puñado de tiempo hecho ceniza.

Al lado de aquella lectura parnasiana, aparecen contradictoriamente El Eclesiastés y la poesía escéptica y


negativa del persa Omar Khayyam:

Aquél que pasa sin mirar las cosas


e ignora adónde ha de llegar al fin,
¡qué bien ha de dormir sobre las rosas ajadas del festín!...

Tu amor es como una de esas viejas consejas...


Aún me queda la fe que nunca muere,
y también el recuerdo...

¿No es verdad que es mejor no saber del amor,


ni pensar?... ¡y dormir! ...

El otoño, estación propicia de la melancolía postrera de Rubén y muy propicia al tono “juanramoniano"
asoma constantemente en Ureta, y terminará - más tarde- en algunas estancias de Neruda de los primeros
libros. Puede verse al respecto: "Nos sentaremos en el mismo banco" o "El otoño ha cubierto de hojas
secas las cosas..."

Nos sentaremos en el mismo banco


de las horas pasadas.
Será otoño, y el cielo estará turbio,
y habrá en el parque una doliente calma...
El otoño ha cubierto de hojas secas las cosas;
hondo dolor emana del paisaje en el prado
y el día languidece, mientras lloran las rosas
sus lágrimas de seda sobre el parque olvidado...

La obsesión de un pensamiento director, de la vida que piensa dentro de nosotros mismos, panteísmo
literario diluido en hermosas palabras de fatalismo, de dulce renunciamiento, es en verdad el leit motiv de su
obra:
Algo piensa en mí mismo que no soy yo. Sorprendo
un discurrir extraño, doloroso y profundo,
que susurra muy bajo de cosas que no entiendo,
como si fuera el eco misterioso del mundo...

Las Tiendas del Desierto y Diario íntimo, publicados en 1933, y Elegías de la Cabeza Loca, en
1937, son las producciones de una segunda etapa de Ureta, en que, por encima de los intentos de
modificación, está el mismo lenguaje, la misma melancólica expresión: -"la sombra en alas de la sombra";
"sed contenida de amor triste"; "hojear de la vida" y un lento caminar de árboles mustios de grandes
paisajes y de rosas blancas-, que hace recordar aquellos versos en que "todo estará lo mismo" y, sin
embargo, se sentirá que falta "el alma de las cosas viejas", "cuando había más luz en el paisaje" y cuando
tenía "color la primavera". El poeta - en un álbum- querrá bajar al jardín" de su alma, pero encontrará "sus
flores ya marchitas".
Francisco Bendezú ha estudiado en dos tesis, presentadas a la Universidad de San Marcos, la palabra y la
experiencia poética de Ureta, con los títulos de: "El vocabulario de Alberto Ureta" y "La personalidad poética
de Alberto Ureta". Allí se puede confirmar cómo estuvo siempre fiel a determinado lenguaje y a una lírica de
la soledad, del otoño y especialmente de un "doloroso pensamiento". Al lado de este poetizar, básico en la
historia literaria peruana de este siglo, está el crítico - autor, por ejemplo, del ensayo sobre el poeta Carlos
Augusto Salaverry-, y el profesor y diplomático de sensibilidad lírica, que llevó a todos sus cargos una grave
preocupación literaria. Ostentó siempre una digna vejez prematura, marcada por silencios constantes. Tras
su efectiva tristeza sonrió en su ancianidad "el oro de la tarde en la sombra". Murió Ureta en 1966.

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