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Tulio Ortiz
(coordinador)
Departamento de Publicaciones
Facultad de Derecho
Universidad de Buenos Aires
IBN 978-950-
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por escrito del editor.
Imagen de tapa: Mural del Salón Azul de la Facultad de Derecho de la UBA, obra de
la profesora Zulma Gacía Cueva, acrílico sobre pared cóncava de 9 x 3 m. Describe la
historia de la Facultad a través de los siglos y muestra los distintos edificios que ocupó.
Se realizó en el marco de los festejos por los 60 años del edificio actual de la Facultad.
Impreso en Argentina
Decana
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Vicedecano
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Claustro de profesores
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Alberto Bueres / Enrique N. Zuleta Puceiro / Esteban Centanaro /
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Consejeros Titulares
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Consejeros Suplentes
Diego Cortese / Leandro Mutchinick / Carlos Plaza /
Camilo Alejandro López
Departamento de Publicaciones
Directora: Mary Beloff
Subdirector: Sebastián Picasso
Secretario: Andrés Heim
Prefacio ................................................................................................ 9
Tulio Ortiz
Tulio Ortiz
“Esta debe ser una Casa… de dirección del alma de los habitantes
del país, de confianza en sus destinos, de saber dirigente y de sana
preparación para el gobierno”.
(Estanislao Zeballos, al asumir como Decano
de la Facultad de Derecho en 1919).
los intentos frustrados (casi todos sus nombres están en el art. 35 de la Cons-
titución Nacional).
El Estado moderno argentino se consolida hacia 1880, dado que por
entonces se articulan los tres elementos constitutivos (territorio, poder y
población) en forma definitiva, superando el escollo que hasta entonces había
hecho naufragar los intentos anteriores (Ferns, 1970; Floria y García Belsun-
ce, 2009).
Aun el observador menos cuidadoso podrá notar que los Estados premo-
dernos precedentes dispusieron de posibilidades que los hubieran tornado
viables llegando incluso a sancionar, en su afán constructivo, normas funda-
mentales (algunas con el nombre de Constitución), que reunían los requisitos
formales sistémicos, aplicables a las más conocidas Cartas Magnas del mundo
de aquél entonces.
Cuando nace la Universidad de Buenos Aires (Halperín Donghi, 1962;
Cutolo, 1969; Lascano, 1981; Pestalardo, 1913; Quesada, 1921, Ortiz, 2004)
no existía el Estado nacional organizado. El primer intento llamado Provin-
cias Unidas de Sud América había fracasado por diversas causas y cayó junto
al Directorio, en la batalla de Cepeda, arrastrando al Congreso que había
declarado la Independencia. Se daba por entonces, una suerte de mosaico de
provincias, entre autónomas y soberanas, que si bien reconocían pertenecer a
un origen común, lejos estaban aún de poder instituir un Estado único. En
ese marco surge la Universidad de Buenos Aires, lógicamente, como ente
provincial. Ese sería su estatus por casi sesenta años, tiempo durante el cual
se sucedieron los gobiernos de Rivadavia, Rosas, las luchas civiles, la sanción
de la Constitución de 1853, la Secesión argentina, la segunda Cepeda, Pavón,
la Guerra del Paraguay y, finalmente, la Guerra Civil de 1880, al cabo de la
cual la Provincia cedió la Ciudad de Buenos Aires y, por carácter accesorio,
la Universidad, que se nacionalizaría. O sea, durante buena parte de una larga
y sustancial parte de nuestra historia la UBA fue una institución local. Desde
ahí sus hombres no solo la contemplaron sino que también la protagonizaron.
Para fines del siglo XIX la evolución sociopolítica de Europa produjo
condiciones que fueron propicias para la fijación definitiva de los elementos
del postergado Estado Moderno (Agulla, 1999; Bauman, 1999; Grondo-
sas dieron vida al llamado “Programa del 80” que, a más de un siglo, haciendo
una retrospectiva, se destaca por múltiples logros y algunas falencias.
Pero la clase política debió encauzarse a través de un partido político que
aglutinara voluntades, dirimiera jefaturas y proyectara en la acción el plan
que la animaba. Este partido se llamó en el caso argentino, Partido Autono-
mista Nacional o Partido Nacional, (algunos los llaman los “conservadores”)
que gobernó, con matices, hasta la transición de los tiempos del Centenario.
Desde luego, no se trató de un partido en el sentido moderno del término
sino que más bien respondía a la tipificación de lo que podemos denominar
partidos premodernos o tradicionales en cuanto a que sólo significan un colectivo
destinado a ocupar el poder o mantenerse en él, unido por intereses comunes,
ambiciones, pretensiones más o menos ideales y sobremanera, por lo que Ma-
quiavelo llamaba la “virtu”, como cualidad inherente al militante de la política.
Cabe recordar que nuestro país conoció partidos políticos desde sus oríge-
nes, ya sea que se los ubique a principios del siglo XIX como en los tiempos
fundacionales españoles (Ortiz, 1981). No sólo me estoy refiriendo a Unitarios
y Federales, sino también a Porteños y Provincianos, Morenistas y Saavedristas y
anteriormente a Carlotistas y Juntistas, y quizás, remontándome a tiempos
primigenios a Beneméritos y Confederados. Desde luego que después de Caseros
la lista sigue con Crudos y Cocidos, Mitristas y Alsinistas, para nombrar sólo
a aquellos con protagonismo en Buenos Aires y zona de influencia. Todos
responden a la caracterización que hemos referido y asociados (en tiempos
anteriores a la Consolidación) en “clubes” políticos de vagos propósitos y
fuertes personalismos aglutinantes.
Los antecedentes inmediatos del PAN se remontan al año 1874. El Par-
tido Nacional de Avellaneda, surgido a raíz de los comicios de 1874 como
expresión de los intereses provincianos, se impone sobre el candidato porteño.
Mitre, aduciendo el fraude cometido en el segundo semestre de ese año, en-
cabezó una revolución militar que fracasó y que dejó a los mitristas excluidos
de la política hasta la Conciliación del año 1877 (Míguez, 2011). Este Partido
Nacional se fusionará con el Partido Autonomista de la provincia de Buenos
Aires, ya fallecido Alsina, y entonces en julio de 1880 nacerá el Partido Au-
tonomista Nacional.
zaba a escribirse desde los aledaños de Moreno 350 (la primera sede de la
Facultad de Derecho, construida por Pedro Benoit). No en vano en la Junta
Revolucionaria de 1890 tenía fuerte presencia la gente de la Facultad de De-
recho, como la hubiera tenido en el futuro gobierno que hubiera desplazado
a Juárez Celman (Ortiz, 2011).
Otro tanto podemos decir de la existencia de los hombres de Derecho en
las presidencias de Yrigoyen y de Alvear. En larga enumeración que obvia-
mos, pero que tiene figuras descollantes como Pelagio Luna, Francisco Beiró,
Carlos Becú, Domingo Salaberry, José Salinas, Carlos J. Rodríguez, Honorio
Pueyrredón, Pablo Torello,4 José P. Tamborini, Vicente Gallo, Leopoldo Melo,
José N. Matienzo, Rafael Herrera Vegas, Víctor Molina, Antonio Sagarna,
Roberto M. Ortiz, Tomas Le Bretón5 y tantos otros que ocuparon gobiernos
provinciales y múltiples puestos de responsabilidad política y jurídica.
Hasta aquí los hechos. ¿Pero hay alguna explicación para este protago-
nismo?, ¿fue obra del azar?
Entiendo que para intentar una respuesta, al menos conjetural, sería útil
considerar, por lo menos, dos puntos. El primero atañe al hecho de que los
egresados de la Facultad de Derecho fueron capacitados para ocupar estos
roles en función de la finalidad que la imbuía, cual era la de no formar me-
ros profesionales técnicamente solventes, sino también dirigentes políticos y
sociales tal como hemos visto anteriormente (Ortiz, 2011). Vale decir que es
consecuencia exitosa de la propuesta fundacional.6
4. Durante la primera presidencia de Yrigoyen (1916-1922), ocho de los trece ministros, eran
egresados de la Facultad de Derecho.
5. Durante la presidencia de Alvear (1922-1928), siete sobre catorce ministros.
6. A los quince presidentes de la Nación que cursaron en la Facultad de Derecho de la UBA
(Avellaneda, Luis Sáenz Peña, Uriburu, Quintana, Figueroa Alcorta, Roque Sáenz Peña, de la
Plaza, Yrigoyen, Alvear, Ortiz, Castillo, Frondizi, Alfonsín, Rodríguez Saá y Duhalde) habría
que agregar a los que fueron presidentes de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y aquí
deberíamos recordar que fue presidida en trece ocasiones por egresados de la Facultad de Derecho
de la Universidad de Buenos Aires y cuyos nombres debemos recordar:
Francisco de las Carreras (1863-70); José A. Barros Pazos (1877); José Benjamín Gorostiaga
(1878-87); Benjamín Victorica (1887-92); Antonio Bermejo (1905-29); Roberto Repetto
(1932-46); Tomás Darío Casares (1947-49); Felipe Santiago Pérez (1949); Benjamín Villegas
gencia excluida, tal vez por obra de algún acuerdo obtenido por Perón y los
dirigentes que rodeaban a los doctores José Arce,10 Ramón Carrillo, Carlos
Lascano y Lucio Moreno Quintana, personajes totalmente compatibles con
los anteriores en gustos, estilos y jerarquía. Queda para el futuro intentar
dilucidar esta conjetura.
Pasemos a analizar lo anterior. En primer lugar sostuve que habían re-
cibido, en su formación, el objetivo de convertirse en clase dirigente de una
sociedad europea, enclavada en América del Sur, surgida después de Caseros
y que tras diversos avatares se consolidó definitivamente hacia 1880, inician-
do un derrotero que, infaliblemente, la llevaría a paragonarse con los países
del viejo continente más adelantados como Francia e Inglaterra, en donde
jugarían las variables del capitalismo liberal en una República cerrada, al
principio y abierta, finalmente.
Esto surge de la ideología subyacente al relato histórico primigenio que
surgió de dos hombres vinculados a la Facultad de Derecho, Vicente F. Ló-
pez y Bartolomé Mitre; el primero, egresado del antiguo Departamento de
Jurisprudencia y el segundo, miembro de la denominada Academia que la
gobernó desde 1874 (en que fue creada la Facultad por Decreto provincial
de marzo de ese año) y hasta su muerte en 1906 (el mismo año que se dicta
un nuevo sistema de gobierno de las facultades en virtud de los movimientos
reformadores de 1903 y 1904 (Ortiz y Scotti, 2011).
Pero antes de hablar del relato histórico, algunas consideraciones previas
a fin de explicitar el concepto de historia lineal al que hicimos referencia ante-
riormente y que puede facilitar la comprensión del preconcepto político que
subyacía en las creencias de aquellos tiempos. Lo cual, a su vez, es previa a la
ordenanzas que llenaran de muebles el gigantesco edificio. Lo cierto es que en agosto de 1949
la Facultad de Derecho ya estaba de hecho habilitada pues lo recibió con todos los honores y
en clima de inauguración a Hans Kelsen. La inauguración oficial fue el Día de la Primavera
del mismo año, presidida por Perón y Evita.
10. Luna sostiene, quizá con razón: “Así, nunca se había lanzado contra la oligarquía (…). En
cambio, pactó con algunos de sus prohombres: Con José Arce, por ejemplo, jefe de una de
las fracciones de la oligarquía profesoral, a cuyos amigos entregaría, en 1946, el manejo de la
Universidad…” (Luna, 1975, 183/84).
idea misma de la historia, (que puede referirse tanto a una sucesión pautada
de sucesos pasados como a lo que sobre ellos se dice o se escribe). Es decir,
los hechos tales como ocurrieron o los hechos tales como se cuenta de ellos;
distinción ésta muy lógica desde el punto de vista de una gnoseología realista
pero muy discutida por los idealistas extremos para los cuales, en definitiva,
la realidad es lo que los hombres perciben, conciben y transmiten de ella a
través de un discurso oral o escrito, que, aducen los más extremos, es lo que
en definitiva cuenta.
Si se acepta un realismo moderado no puede haber discusión ya que para
poder hablar de historia, como sucesión de hechos del pasado, lo que primero
hay que admitir es que existe una línea de tiempo que une lo que ha dado en
llamarse el pasado como aquello que está en la memoria. No hay otra forma
de concebir lógicamente la recuperación de los hechos del pasado por parte
de un sistema que esté ubicado en el presente. Como no hay más remedio que
visualizar esa línea de tiempo como una semirrecta que tiene su origen a la
izquierda de nuestra visualización y su sentido o escape hacia la derecha, (todo
ello convencionalmente, por supuesto, pues nada, salvo el sentido común,
impide dibujar la flecha saliendo desde la derecha en dirección a la izquierda).
Ahora bien, cómo se explica que esa trayectoria convencional, que visua-
lizamos de izquierda a derecha, no lo sea en sentido contrario (tal vez quepa
afirmar que la dirección de lectura de este parágrafo da respuesta satisfactoria
al interrogante, al menos en un primer momento.11 Sin entrar a inquirir si esa
línea es una semirrecta infinita (como le ocurre al propio Universo einstenia-
no), o bien vuelve sobre sí misma, en cuyo caso el tiempo no sería una línea
sino un círculo. En otras palabras, el tiempo sería cíclico como los antiguos
estoicos creían, al igual que varias civilizaciones desaparecidas (Elíade, 1972).
Ahora bien, es cierto que la linealidad del tiempo es una creencia de la
civilización judeocristiana que se impuso sobre ideas contrarias existentes en
la filosofía grecorromana. Ese gran filósofo de la historia que fue San Agustín
11. Lo que es tan convencional como poner el Norte “arriba” y el Sur “abajo”, cuando en rigor
de verdad en el Universo esas referencias no existen dado que son meros recursos operativos de
los pequeños seres humanos acostumbrados a tomarse ellos mismos como punto de referencia,
quizá como una de las tantas milenarias estrategias de supervivencia de la especie.
explicó que era incongruente con una idea salvífica la vieja noción cíclica del
tiempo. Por ende, la garantía de supervivencia intelectual de la escatología
cristiana depende de esta imagen de un tiempo lineal.
Doctrina que no fue impugnada por la Ilustración que, por el contrario,
se sirvió de ella para cimentar la idea del progreso indefinido (Nisbet, 1980)
que supone necesariamente, que la historia no se repite, sino que asciende
indefinidamente. O sea que Las Luces fueron herederas del Cristianismo en
esta idea básica del devenir (aunque no acepten la idea de una Edad de Oro
en el pasado a la que, por el contrario, la colocan en el futuro, amén de otras
divergencias profundas que sería ocioso tratar).
El progresismo cree, como artículo de fe, que a cada etapa la sucede otra
que está en un peldaño superior (conforme a una escala de valores preesta-
blecida), por ende, necesita imperiosamente admitir la visión lineal, la flecha
del tiempo.
Claro que a esta altura cabe preguntarse si este presupuesto del progre-
sismo es científicamente verificable, o sea, si la idea de la flecha del tiempo
es algo más que una mera creencia, prejuicio o, en el mejor de los casos, una
hipótesis cultural de nuestra civilización.
No obstante, creo que razonablemente puede admitirse, al menos a esta
altura del conocimiento humano, que hay bases objetivas razonables para
sostener la linealidad del tiempo.
El primer argumento se basa en la conocida como la Segunda Ley de la
Termodinámica que describe un fenómeno universal cual hecho es que los
sistemas organizados tienden a pasar a estados de desorganización, cada vez
mayores. Esto le da un carácter irreversible a los procesos que se suceden uno
tras otros sin repetirse.12
12. Asimov (1973) Atribuye el descubrimiento de la ley a Rudolf Julius Emmanuel Clausius
(1822-1888) quien llamó a esta razón “entropía”. En el universo “la energía se elevaba invaria-
blemente y la disponibilidad de energía para convertirse en trabajo decrecía con paso seguro”,
afirma Asimov, para luego agregar: “Esta descripción dramática del final de todas las cosas,
se llamó ‘la muerte del universo’, aunque su validez, agrega el autor “no es tan segura ahora
como lo fue hace un siglo”, p. 327.
13. Cabe preguntarse aquí si esta sucesión de hechos o información ha desaparecido para siempre
o si se conserva en alguna parte del universo y habría forma de recuperarla alguna vez.
14. “Los filósofos redujeron tanto el ámbito de sus indagaciones que Wittgenstein, el filósofo más
famoso de este siglo, dijo: ‘la única tarea que le queda a la filosofía es el análisis del lenguaje’.
Qué distancia desde la gran tradición filosófica desde Aristóteles a Kant” (Hawking, 1995,
223).
que el hombre es un ser histórico que nace y se hace dentro del devenir del
tiempo, que todo lo que toca lo transforma. Si el objeto cultural es producto
del devenir, es inexcusable aprehenderlo a través de su historia.
Si bien es cierto que el histórico no es el único método de conocimiento
certero, su utilización nos preserva, asimismo, de cierta característica de la
posmodernidad consistente en quedarse en un mero presente, huyendo del
relato histórico. Este hecho, tan lamentado por Vattimo (que hablaba con
dolor del reemplazo de los grandes relatos por pequeñas historias15 –juicio
muy cierto por lo que se aprecia a partir del aventurerismo periodístico– co-
merciales en boga).
Hobsbawn (1995, 13) deplora el tiempo que le tocó vivir en cuanto: “La
memoria histórica ya no estaba viva (...) la destrucción del pasado, o más bien
de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del
individuo con la de las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más
característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX. En su mayor
parte, los jóvenes, hombres y mujeres, de ese final de siglo crecen en una
suerte de presente permanente sin relación orgánica alguna con el pasado del
tiempo en el que viven.”
Palabras que hago mías.
Las “culturas de simultaneidad”, tal como las denomina Tierno Galván16
están desplazando a las culturas históricas tradicionales. Los que reemplazan
una cultura por otra son quienes, sin preocupación por el pasado, sustitu-
yen el sistema genético o de sucesión por el de simultaneidad. Es lo que
Montserrat (1975, 652) llama la mentalidad de la admisión. “Lo que alrededor
nuestro sucede, nuestra propia vida, es admitido sin mayor tensión o crítica.
La contemplación de las cosas como un hecho admitido, que llevan en sí
mismo su génesis y justificación, define al occidental moderno”. Significó
ello nada menos que una especie de presentismo o actualismo o inmersión en lo
instantáneo exitoso. Así el tiempo es vivido como una seriación instanteneísta
15. Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna. Bar-
celona, España, 1998, pp. 15-16.
16. Tierno Galván, Enrique, Tradición y modernismo, Madrid, Tecnos, 1962.
de discontinuidades. “Vivimos hoy una época inversa que, cual pionero, vaticinó
Tierno Galván en 1960. Las mentalidades analítico-contemplativas sucedie-
ron a las genéticas. El pasado dejó de explicarlo todo para ser desplazado por
la estrategia presentista y permisiva del bricolaje. El imperio de la sucesión
fue conquistado por el de la simultaneidad”. Una especie de zapping que salta
de un vacuo a otro.
En palabras de Tierno Galván “El pasado no genera y condiciona el pre-
sente, sino al contrario, el presente determina el sentido cultural del pasado.
La minoría ilustrada no estudia el proceso histórico para explicarse y analizar
su situación, elige de la reserva histórica, engrana los hechos según conviene
a sus intereses actuales. Junto a esta actitud, la más generalizada, se da la
especialización analítica, sin pretensiones genéticas, que estudia un hecho
o conjunto de hechos en sus relaciones internas, sin buscar sus relaciones
de causación lineal.” (Tierno Galván, 1962, 166). Agregando a continuación:
“a las culturas más desarrolladas de la actualidad se las podría llamar culturas
de simultaneidad”.
Finalmente, en esta exposición de las funciones del relato histórico en-
contramos a la historia en su función de legitimadora del Poder Político. Ello
ocurrió notoriamente en los tiempos de la III República Francesa desde 1870 a
1914 (que tantos paralelismos guarda con el Estado moderno argentino, a par-
tir de 1880), en cuanto a la utilización de medios como la educación pública,
el servicio militar obligatorio, una literatura que puede ser llamada “canóni-
ca”, música nacional y, sobre todo, la enseñanza de la historia como medio de
conformación del Estado Nación (podemos citar –en la historia de Francia–
como paradigma al manual de Lavisse, en cuanto modelo de un mecanismo de
unificación del discurso histórico sobre el pasado común de Francia).17
El relato histórico legitima los regímenes políticos como afirmaba Renan
en su clásico libro, (Renan, 1957). Cabe recordar, así, el caso de los repu-
17. “Pero un terreno en particular que ayudó a crear la comunidad imaginaria de la France: la
historia, o de manera más específica, la enseñanza de la historia. Durante ese período el único
libro de texto de historia, el Lavisse, fue elaborado en diferentes ediciones para sucesivos grupos
de edad y niveles escolares y prescripto para todos los alumnos de todas las escuelas francesas,
tanto en Francia como en sus colonias...”. (Smith, 2000, 185).
18. Recordaba Montaigne: “las leyes toman autoridad del uso y aplicación. Es peligroso remon-
tarse a su nacimiento, porque se engrandecen y ennoblecen a medida que van entrando en
vigor como los ríos a medida que avanzan. Si los siguiéramos hasta su origen hallaríamos una
fuentecilla insignificante que se enorgullece y fortifica al envejecer. Si buscamos a ese famoso
torrente de la ley, lleno de dignidad, honor y reverencia, las veríamos tan livianas y frágiles”
(Montagne, 1984, II-227).
19. González, Joaquín V. El juicio del siglo, publicado originariamente en el diario La Nación del
25 de mayo de 1910.
20. López, Vicente F., Manual de la historia argentina, Buenos Aires, La cultura argentina, 1920.
Con prólogo de Carlos Ibarguren.
21. Su referente, por propia confesión, fue Lord Macaulay de quien tomó el estilo vibrante, colo-
rido y audaz de sus descripciones, en donde la imaginación reemplazaba el dato concreto que
faltaba.
22. Ob. cit. “Prefacio”, (XIII). Aquí López adhiere a la tesis de un organismo que tiene en potencia
todos sus atributos, desde el mismo momento de su concepción. Inscritos en una especie de
código genético y con leyes de desarrollo que lo lleva a crecer en determinada dirección. O sea
que nuestro país estaba en potencia desde los primeros tiempos. Se desarrolló, por ende, y no
fue construido.
23. La expresión “colonial” era usual en López y es propia de su época. Levene, años después, desa-
rrollaría, con otros, aquello de que “Las Indias no eran colonias” basado en el análisis normativo
del Derecho Indiano en que, en efecto, al menos en la época de los Habsburgo, consideraban
estas tierras como “Reinos” de los Reyes de Castilla y Aragón. Se trata de una de las típicas
discusiones planteadas a partir de que se parta o no de premisas puramente formales como lo
eran las sustentadas por el notable complejo normativo indiano que, por lo demás, solía no
cumplirse aunque se “acataba” la autoridad de la cual emanaba.
24. Ob. cit. “Prefacio”, (XV). Sin duda el determinismo no es total en la medida en que se conjuga
con la responsabilidad de los argentinos, parece sugerir el autor.
25. Ob. cit. (XVI). “El mundo” era Europa donde, presupone López, existe una evolución hacia el
progreso ineluctable. Ello, cree, Europa lo quiere para todos los países. A continuación elabora
una profesión de fe que conjuga al ciudadano y al productor, campo e industria, donde se ve
la influencia de Saint Simon, (lo cual no es extraño para alguien que integrara la llamada Ge-
neración del 37, a quienes precisamente, José Ingenieros en La evolución de las ideas argentinas,
llamara “los saintsimonianos argentinos”.
26. Ob. cit. (XVII). Aquí se ve que el proceso de civilización o europeización va de la mano con
la inmigración de ese origen.
27. El hecho de que para entrar en estas guerras los “Reinos de Indias” nunca fueron consultados, es
una de los tantos argumentos que esgrimen quienes niegan tal carácter a las colonias que desde
luego padecían sus consecuencias como lo demuestran, a guisa de meros ejemplos, los casos
de los cambios de dueño de Colonia del Sacramento o bien de las Invasiones Inglesas causadas
por una de las tantas guerras sostenidas entre el declinante Imperio Español y su desafiante,
Inglaterra.
28. Ob. cit. (XX). Aquí López se convierte en un positivista economicista que reconoce este fac-
tor como constitutivo del territorio argentino, ya en los tiempos españoles. Lo cual llevaría
a la conclusión de que el país que actualmente se llama República Argentina habría estado
preconfigurado desde tiempos remotos y que tal formato es debido a los factores económicos,
dentro de los cuales las aduanas tendrían singular relevancia (que es la opinión de Vicente
Cutolo (1948), contrariamente a lo que sostienen los constructivistas que rechazan esta hipó-
tesis, tal como Romero (2004). Finalmente es notable la reivindicación del contrabando que
realiza López pues, a pesar de usar la palabra ilegítimo, no vacila en afirmar que por él surgió
el “sentimiento enérgico de su propio derecho y también de su poder” (opinión que también
parece sostener Cutolo en la obra mencionada).
29. Ob. cit. (LVI). El deseo del historiador se cumplió al menos por varias décadas, su Manual y el
famoso Grosso (vulgata del anterior) son testimonio de ello. También surgieron continuadores
que, aun refutándolo, lo reconocieron, menos que a Mitre, como uno de los fundadores de la
historiografía argentina. Hoy, si vivieran percibirían un panorama menos alentador, fecundo en
oportunistas, periodistas de la historia (aunque estos tienen antecedentes de casi medio siglo),
e instrumentadores políticos del pasado.
Con respecto a la educación, que era el otro pilar, junto a la política inmi-
gratoria, González también es muy claro, por momentos brutal. “Había que
realizar –dice– por la escuela dos portentosos milagros: cambiar en el vino
exquisito de la ciencia nueva, el agua estancada de los claustros, sacristías y
doctrinas de la Colonia; y a la masa oscura y ociosa del los campos, nacida y
proliferada después de la revolución, inducirla a buscar la escuela, hacérsela
amar” (González, 1910, 174). Pero con un imperturbable sentido elitista
sostiene: “Escuelas comunes para el pueblo y colegios secundarios para las
clases medias, como ruta para una cultura más alta, fue en todas las épocas
una aspiración ardiente en todos los hombres que llegaban a las funciones
públicas” (González, 1910, 170).
En el plano de la “cultura más alta” las ideas principales –vertidas con
mayor sutileza– continuaban la misma línea. Tras la Reforma de 1918 el
primer Decano elegido bajo las nuevas ideas, Estanislao Zeballos,33 dirigió
significativas palabras en el acto de asunción como Decano de la Facultad de
Derecho al año siguiente (Zeballos, 1919).
Dirigiéndose a un público numeroso que colmaba el amplio Salón de
Actos de la calle Moreno, dijo:
33. La elección de Zeballos (egresado en 1874) no es arbitraria. Como estudiante había encabezado
el primer movimiento reformista habido en la UBA en 1871 (Ortiz, Scotti, 2011) que fuera
precursor del de 1903. Por otra parte fue uno de los más distinguidos profesores en la Facultad
de Derecho, sin dejar de mencionar su poderoso paso por la Cancillería argentina y su vastísima
obra jurídica y cultural.
34. Se refiere al movimiento reformista iniciado en 1903/1904 en la FDCS de la UBA que daría
origen a importantes transformaciones precursoras de la Reforma del 18 (Ortiz, Scotti, 2011).
35. Zeballos, 1919.
ese ideal, se desea sinceramente atraer. Así –y solo así– lograremos54 formar el
alma nacional futura, amplia, hermosa, fraternal, y llena de generosos anhelos:
es por eso que la Universidad tiene una alta y hondísima responsabilidad en
el momento actual y me complazco en creer que se da de ello perfecta cuenta.
Espero, por lo tanto, no morir sin haber saldado a esa última transformación
de nuestra instrucción superior” (Ibíd., 179,180).
Conclusiones
El Estado Moderno argentino en sus dos primeras etapas tuvo como
protagonistas y hacedores a hombres e ideas emergentes de la Facultad de
Derecho de la UBA. Esto se debió, por un lado, al objetivo de formar una
clase dirigente, y a su conformación mental adecuada a una visión histórica
ideológica legitimadora del régimen político, no solo en cuanto a su origen,
sino también en lo que atañe a sus fines. Esta fue su principal característi-
ca y virtud, razón suficiente de su éxito en las dos primeras transiciones y,
conjeturamos, a su fracaso en la tercera transición que no los tendría como
protagonistas sino como ausentes y aún como impugnantes. Aunque admito
que, en rigor de verdad, esto sería, desde el punto de vista científico, una
hipótesis que debemos someter a verificación, más adelante.
Bibliografía
Agulla, Juan Carlos, Globalización y agonía de la sociedad nacional, Buenos
Aires, Editorial de Belgrano, 1999.
Asimov, Isaac, Enciclopedia Biográfica de Ciencia y Tecnología: La vida y la obra
de 1197 grandes científicos desde la antigüedad hasta nuestros días, Buenos
Aires, Emecé, 1973, ed. revisada.
Bauman, Zygmund, La Globalización: consecuencias humanas, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, 1999.
1. Introducción
La Universidad de Buenos Aires desde su creación durante el gobierno de
Martín Rodríguez, por decreto del 9 de agosto de 1821, no tuvo autonomía
directiva ni económica, ya que su presupuesto quedó supeditado al general de
la provincia, no obstante que existían propiedades y rentas afectadas al sostenimiento
de los estudios. Así, esta institución fue una rama administrativa que se añadió
a las ya existentes, de acuerdo con la tendencia centralizadora del Ministerio
de Gobierno encabezado por Bernardino Rivadavia.1
La inauguración de la Universidad se realizó en el templo de San Igna-
cio el 12 de agosto a las cuatro de la tarde con la asistencia del gobernador,
ministros, autoridades eclesiásticas, civiles, militares y los catedráticos del
establecimiento.2 Poco después se creó el Departamento de Jurisprudencia e
inició sus funciones en marzo de 1822, pero recién en 1823 se reglamenta-
ron los requisitos de ingreso. Entre los años 1822 a 1824, el rector Antonio
* Docente de Historia del Derecho Argentino. Facultad de Derecho. UBA y Facultad de Ciencias
Jurídicas. USAL.
1. Ramallo, Jorge María, 2004, p. 69.
2. Piccirilli, Ricardo, 1948, pp. 301-302.
2. Vida universitaria
Durante su primer gobierno, Rosas no había tomado ninguna medida de
importancia respecto de la Universidad. Ésta conservaba su estructura ante-
rior, tal como venía funcionando hasta entonces. Pero cuando asumió Juan
José Viamonte, realizó una reforma universitaria por una comisión integrada
por Valentín Gómez, Diego Zavaleta y Vicente López y Planes.
En cuanto al Departamento de Jurisprudencia con las modificaciones
vigentes desde el 1° de marzo de 1834, comprendía las siguientes asignatu-
le encargó llevara una carta a su madre donde expresaba: “Antes que pasar por
infamias semejantes, me voy, me dice, y ahora a las oraciones me embarco,
ya tengo arreglado todo; por supuesto que con disfraz y valido de oficiales de
un buque de guerra extranjero”.20
Según Jorge María Ramallo en los tres primeros años del segundo go-
bierno de Rosas, la Universidad desarrolló sus actividades sin inconvenientes,
pero el grave conflicto a que se vio sometido el país determinó la adopción de
serias medidas que perturbaron su funcionamiento, sin que por ello tuviese
que cerrar sus puertas un solo día.21
Después de la caída de Rosas, el ministro de Instrucción Pública Vicente
Fidel López realizó una investigación para conocer la desorganización docente
y administrativa de la Universidad. Como resultado se comprobó la ruina
del establecimiento y que se había permitido a alumnos provenientes de
colegios privados la aceptación de certificados falsos para acceder al título
de Bachiller. La Universidad había expedido títulos que no existían como el de
Doctor en Derecho Canónico y en ambos Derechos, sin exigirse en algunos
casos exámenes generales.22
Academia que detesto, que abomino con todas las fuerzas de mi alma, y a la
cual es necesario que entre a perder mis mejores horas de paseo, a ver la cara
frailuna de Medina, a ser mártir en fin; para salir luego un mal abogado y no
hacer nada”.29
4. 1. Derecho Comercial
Dalmacio Vélez Sársfield, quien fue profesor de Economía Política hasta
principios de 1829, en que renunció, tuvo influencia sobre las tesis de Lucas
González Peña, “Utilidad del comercio libre” (1829) y José Barros Pazos,
quien en 1831 rindió su tesis “La libertad del comercio es útil a la prosperi-
dad de las Naciones” con la clasificación de “sobresaliente”.35
El tribunal examinador estaba presidido por Paulino Gari y formaban
parte del mismo Lorenzo Torres, Mariano Guerra y Lucas G. Peña. Su padri-
no de tesis era Gorgonio Dulce y tuvo por “replicantes”a Eduardo Lahitte y
Manuel Belgrano.
4. 2. Codificación
Otras tesis presentadas se preocupaban por la codificación, como la de
Santiago Viola, “Pensamiento sobre el sistema de codificación” (1838), donde
sostuvo: “Un código nacional es la primera exigencia de nuestra patria, y la
adquisición de este código, la misión grandiosa que nos pertenece”. Viola era
un personaje extravagante, rico y dandy, ligado a los jóvenes de 1837 por el
generoso recibimiento que les brindaba en su excelente biblioteca.37
La misma idea fue repetida por otros abogados como Manuel L. Acosta,
Bernardo de Irigoyen y Antonio Cruz Obligado en sus respectivas tesis de 1837
a 1850. Manuel L. Acosta en su tesis “Breve revista de los defectos de nues-
tra legislación; o disertación sobre la necesidad de corregir nuestro código”
(1839), destacaba la necesidad de la reforma de la legislación española en
nuestro país. Consideraba que esa legislación nunca había sido promulgada
para el pueblo argentino, al no identificarse con el idioma de las colonias, y
que por lo tanto había devenido en un código inútil.38
Bernardo de Irigoyen postulaba la reforma legislativa en su tesis “Diser-
tación sobre la necesidad de reformar el actual sistema legislativo” (1843).
Decía que la mejor legislación “es la más adaptable al carácter del pueblo a
que se destina; así es que dos legislaciones opuestas pueden formar la felicidad
de los dos pueblos a que se han dado, si son conformes a los sentimientos e
ideas de cada uno”.39 Las leyes españolas eran caducas e Irigoyen lo expresaba
así: “En tanto nosotros vivimos aún regidos por leyes nacidas en la oscuridad
de atrasados siglos, formadas por hombres que no conocían los principios de
una verdadera jurisprudencia contradictorias muchas veces entre sí, y propias
de la anarquía feudal de España”.40
Antonio Cruz Obligado en su tesis “Investigaciones sobre la naturaleza
filosófica del Derecho” (1850), coincidía con las aseveraciones de Acosta e Iri-
goyen. Sostuvo: “la República Argentina tiene necesidad de un nuevo sistema
de codificación que ponga en armonía las leyes positivas con los principios y
necesidades actuales de la nación”.41
4. 3. Derecho Sucesorio
En las tesis sobre la situación sucesoria del cónyuge se reveló una posición
decididamente contraria a las disposiciones vigentes.42 Gregorio Alagón en
su “Disertación sobre los modos universales de adquirir, por Derecho Civil”
(1834), al tratar los modos de adquirir, consideraba que no era adaptable a los
nuevos tiempos el viejo ordenamiento legislativo establecido “para un pueblo
que la España quería conservar a perpetuidad en la esclavitud y en las tinie-
blas de la ignorancia”. Afirmaba que ello demandaría una gran e importante
reforma que sería “la obra de algunos años”.43
No compartía la opinión de Alagón, Fortunato Zorraindo en su Diserta-
ción (1835), quien destacaba que los vínculos que nos unían con España, en
sangre, idioma y legislación, se restablecerían pronto, en forma paulatina,
sin precipitaciones.44
La tesis de José María Costa, “Sucesiones ab intestato”, fue sostenida el
29 de julio de 1830 bajo la dirección de Pedro Somellera y publicada en la
Revista Jurídica y de Ciencias Sociales en 1900. Según Candioti “tampoco hay
4. 4. Derecho Penal
Ante la opinión revisionista y contraria a la generalizada en ese tiempo,
de aberración a lo español, Francisco Solano Antuña en “Tesis sobre la confis-
cación de los bienes en los crímenes de lesa-patria” (1834), manifestaba: “soy
de opinión que las doctrinas y teorías que en materia de jurisprudencia tienen
el mayor séquito en la culta Europa, no pueden adaptarse en la actualidad,
y de un modo absoluto entre nosotros; del mismo modo que las doctrinas
recibidas y generalizadas allá, en economía política, son muchas veces y en
muchos casos inaplicables aquí, por razones que de todos son conocidas”.46
Miguel Cané en su tesis “Disertación sobre las penas” (1835), después
de mencionar los requisitos jurídicos de la legítima defensa, niega que el
fundamento del castigo pueda hallarse en la legítima defensa de la sociedad.
César Beccaria, es sin duda, el referente primordial en orden a la eliminación
de los castigos extraordinarios, de la tortura y de los procedimientos secretos,
en defensa de las penas legalmente establecidas.47
4. 5. Abogados
Eduardo L. Acevedo ponderaba los elementos que necesitaba un abogado
para su formación, asimismo destacaba el valor de la Ideología y del Derecho
Natural. Consideraba en su tesis Disertación sobre los abogados (1836) la utili-
dad de la historia para que “le sirva de experiencia al que le falte, y le enseñe
al mismo tiempo las causas que han motivado las leyes de que se ocupa” y la
necesidad de conocer, además de los cuerpos legales, “los usos y costumbres
de los lugares en que ejerza su profesión”.48
4. 6. Derecho Internacional
En 1833 el estudiante Miguel Irigoyen presentó su tesis “Los ministros
públicos de las naciones extranjeras son útiles en todas repúblicas”, trabajo
que fue impreso y que constituyó una respuesta al tesista Ángel López a quien
le valió el castigo del gobierno. Irigoyen destacó la utilidad de los ministros
extranjeros, sean embajadores o ministros religiosos y la necesidad de ga-
rantizarles la inmunidad civil y penal. En clara referencia a López, Irigoyen
escribió: “No ha faltado quien considere arriesgada la permanencia de los
ministros públicos. Temen que corrompan a los ciudadanos y los aficionen a
sus soberanos con perjuicio de la república, fomentando en ellos partidos…
pero este argumento es a nuestro juicio de muy poca importancia”.49
4. 8. Derecho Constitucional
Destaca Levaggi que nuestra forma federal de gobierno no obedeció a la
influencia del constitucionalismo norteamericano. El partido federal en su
pobreza doctrinaria, sí intentó adoptar la Constitución de Filadelfia en el or-
den nacional, aunque en ningún caso, ni antes ni después de 1827, con reales
posibilidades de aplicación. La fórmula federal elaborada por la generación de
1837, primera auténticamente argentina, tuvo menos en cuenta el ejemplo
estadounidense que la constitución real del país, que había ido desarrollando
en forma empírica sus instituciones nacionales.52
Hubiera sido interesante conocer la tesis de Juan María Gutiérrez in-
titulada “Disertación sobre los tres poderes públicos legislativo, ejecutivo
y judicial”, presentada a la Universidad de Buenos Aires el 31 de mayo de
1834, que permanece inédita. El original de la tesis, que forma parte del
tomo 2° de la “Colección Marcial Candioti” de la Biblioteca Nacional, ha
desaparecido.53
Tesis de jurisprudencia54
1829
Correa, Carlos. “El homicidio involuntario, y cometido por defenderse
no debe ser castigado”.
González Peña, Lucas. “Utilidad del Comercio libre”.
1830
Costa, José María. “Sucesiones ab intestato”.
Gaete, Romualdo S. “Los delitos y medios de prevenir y curar el mal
de los delitos (Varias proposiciones)”.
Orma, Fermín. “La guerra en muchos casos es lícita y necesaria a las
naciones”.
1831
Barros, José. “La libertad de comercio es útil a la prosperidad de las
naciones”.
Boado, Luis. “La sucesión legítima y testamentaria son las dos maneras
de suceder en los bienes de otro”.
Cuesta, Celedonio de la. “Es lícito a la sociedad constituirse en algunos
casos en estado de requerir sus derechos y defenderlos por la fuerza de
las armas”.
Denis, Manuel. “Usura est prohibita jure divino, possitivo et naturali (De-
recho Canónico)”.
Gramajo, Prudencio. “La ciencia económica es necesaria a los particu-
lares e indispensable a los gobiernos”.
López, Ángel. “La pena de muerte no es proporcional a los delitos que
con ella se castigan”.
López, Nemesio. “Las penas no son proporcionales a los delitos”.
Ruano, Agustín G. “El lugar que ocupa en las sucesiones según la
escala que actualmente nos rige, la mujer, el fisco y los hijos legítimos
es contrario a la presunción de mayor afecto, base en que se fundan las
sucesiones ab intestato”.
Torres, Eustaquio. “Necesidad y conveniencia de la inmunidad de los
Ministros Públicos aun en los casos criminales”.
Valencia, Miguel. “La desigualdad política se opone a las leyes natu-
rales, a los progresos de la civilización y a la felicidad de los hombres”.
Zorrilla, José. “La base fundamental de la forma de nuestros testamen-
tos es conforme al principio de utilidad adoptado por los legisladores
modernos”.
1832
Aberastain, Antonino. “Beneficio de la restitución in integrum”.
Arca, Fernando del. “Nunca debe usarse arbitrariamente la pena de
muerte.”
Carabia, Bernabé. “La pena capital es útil y por consiguiente necesaria
en muchos casos”.
1833
Carreras, Francisco de las. “Vindicación de los bienes dotales de la
mujer una vez disuelto el matrimonio”.
Irigoyen, Manuel. “Los ministros públicos de las naciones extranjeras
son útiles en todas las repúblicas.
1834
Agüero, Eusebio. “Sobre obligaciones (sosteniendo varias tesis sobre
los tres derechos)”.
Alagón, Carlos. “Modos universales que establecen las leyes entre no-
sotros para adquirir el domicilio de las cosas”.
Antuña, Francisco Solano. “Confiscación de los bienes en los crímenes
de lesa patria”.
Avellaneda, Marco M. “Pena de muerte”.
Gutiérrez, Juan María. “Sobre los tres Poderes públicos: Legislativo,
Ejecutivo y Judicial”.
Mansilla, Manuel. “La ley que pone tasa al interés del dinero debe
derogarse expresamente”.
Morón, Olegario. “Tutela y tutores”.
Paz, Marcos. “Sobre la pena de muerte”.
Reyband, José M. “La pena de muerte es útil en muchos casos; por
consiguiente no debe abolirse”.
1835
Cané, Miguel. “Origen y cura del mal de los delitos”.
Costa, Laureano. “La pena de confiscación general de bienes establecida
en varias leyes españolas es injusta”.
Eguía, Carlos. “Derecho de gracia y remisión de las penas”.
García de Zúñiga, Pedro. “Sobre la ley 10 de Toro”.
Gascón, Mariano. “Obligación de los extranjeros de alistarse en las
milicias donde residen”.
Pirán, Antonio M. “La servidumbre que el marido concede a otro
tercero sobre los bienes raíces inestimados de su esposa no vale sin el
consentimiento de ésta”.
Rodríguez Peña, Demetrio. “El tráfico de negros es una violación de
los principios de la justicia, está en oposición con la religión revelada,
es inicuo, y el baldón de las naciones que lo ejercen”.
Somellera, Andrés. “Libertad de cultos”.
Zorraindo, Fortunato. “No conviene a las repúblicas de América apre-
surar el reconocimiento de su independencia enviando embajadores a la
corte de Madrid”.
1836
Acevedo, Eduardo L. “Los abogados”.
Álvarez, Eduardo. “De Sacramentis (Derecho Canónico)”.
Arias, Fernando. “Ignorancia del derecho”.
O´Gorman, Patricio. “Preeminencias políticas de los ministros públicos”.
Pérez, José Roque. “Privilegios que otorgan las leyes a las mujeres
casadas”.
Sarratea, Mariano de. “Efectos civiles que produce el juramento con-
firmatorio”.
1837
Carrasco, Benito. “No puede excluirse a la madre de la legítima de su
hijo por la sustitución pupilar expresa”.
Esteves Saguí, Miguel. “Necesidad indispensable de que se expresen
los motivos y razones que se han tenido en vista para pronunciar las
sentencias”.
Fuente, Enrique de la. “La ley 10 de Toro”.
Islas, Ildefonso. “Contra la confiscación de los bienes en los crímenes
de lesa patria”.
López, Vicente Fidel. “Leyes porque deben arreglarse los efectos civiles
del matrimonio”.
Martínez, Claudio. “El fiador no se libra de la obligación de la fianza
por la prórroga del término que el acreedor concede al deudor sin su
consentimiento”.
Peralta, Vicente. “Derechos hereditarios de la mujer en la sucesión ab
intestato del marido”.
Quiroga de la Rosa, José. “El derecho es la esencia del autor de las co-
sas, la base de la naturaleza o de la creación y el alma de la humanidad”.
Rufino, Felipe. “Contra la pena capital”.
Rodríguez Peña, Jacinto. “Donación entre vivos”.
Salas, Basilio. “Sucesión de los hijos naturales”.
Tejedor, Carlos. “Renuncia de gananciales de la mujer y del marido”.
1838
Bavío, Isidoro. “Interpretación de las convenciones”.
Beascochea, Mariano. “Consecuencia de la potestad eclesiástica y secular
en asuntos del matrimonio”.
Carballido, Marcelino. “Derechos hereditarios de los hijos naturales”.
Corta, Juan José. “Prescripción”.
Fernández Agüero, Tomás. “Nulidad de la fianza otorgada por la mu-
jer casada al marido”.
Méndez, Luis. “Institución de jurados”.
Viola, Santiago. “Pensamiento sobre el sistema de codificación”.
1839
Acosta, Manuel L. “Defectos de nuestra legislación o disertación sobre
la necesidad de corregir nuestro código”.
Corvalán, Rafael. “Los primeros tiempos del derecho hasta la funda-
ción de Roma”.
Irigoyen, Miguel. “Influencia civilizadora del cristianismo”.
1840
Narvaja, Patricio T. “Abolición de la pena capital”.
1841
Aguilar y Bustamante, Ventura. “Beneficio de la restitución in in-
tegrum”.
Coronel, Felipe. “No puede excluirse a la madre de la legítima de su
hijo impúber por la sustitución pupilar expresa”.
González, Severo. “Servidumbre de los esclavos”.
Irigoyen, Manuel B. “La restitución in integrum”.
1842
Parras, Pedro Celestino. “Derecho de establecer impedimentos diri-
mentes del matrimonio” (tesis canónica).
Parras, Pedro Celestino. “Los bienes dotales”.
1843
Agrelo, Emilio A. “El menor de 18 años casado puede administrar sus
bienes y los de su mujer menor”.
Cordero, Fernando Cruz. “Abolición de las penas arbitrarias en defecto
de plena prueba contra el acusado”.
Elizalde, Rufino J. de. “Validez de las donaciones entre ascendientes
y descendientes legítimos”.
García, Ildephonso. “Et eclesiae, et principum esse statuere impedimenta, quoe
matrimonium dirimant” (tesis canónica).
1844
Aguirre, Marcelino. “Sobre la ley de reservación de bienes impuesta
por las partidas al contraer segundas nupcias”.
Castro, Antonio M. de. “Necesidad y utilidad de la prescripción en las
acciones civiles como en las criminales”.
Escalada, Manuel M. “Autoridad de la cosa juzgada”.
Gorostiaga, José Benjamín. “Derechos hereditarios de los ascendientes
legítimos”.
López, Nicasio. “Extensión de la jurisdicción eclesiástica. Sus choques
con la civil, y línea de demarcación ente ambas” (tesis canónica).
Luque, Mateo J. de. “Supremacía del Romano Pontífice” (tesis canó-
nica).
Martínez, Víctor. “La prórroga de término prefijado en la obligación
acordada entre el deudor principal y el acreedor principal y el acreedor
sin noticia del fiador, liberta a éste de su responsabilidad secundaria”.
1845
Acosta, José Antonio. “El deudor a quien se le ha formado concurso
y pendiente aún su juicio, puede renunciar una herencia legítima o
testamentaría”.
Cabral, Eulogio. “Pena de muerte”.
Cazón, Daniel M. “El padre no puede gravar la legítima de sus des-
cendientes”.
Molinas, Nicanor. “Influencia que las costumbres ejercen en la legis-
lación”.
Obligado, Pastor S. “Derechos hereditarios de los hijos naturales y
espúrios”.
Pico, Juan. “Donaciones intervivos entre marido y mujer”.
1846
Álvarez, Juan José. “Los clérigos pueden hacer testamento de los bienes
adquiridos intuito ecclesiae tuta conscientia”.
García, Manuel. “Toda ley que viola los derechos para corregir los abu-
sos es viciosa, es el germen de los más peligrosos desórdenes sociales”.
Zeliz, Félix S. de. “Las hipotecas tácticas o legales, y las especiales”.
1847
Gascón, José. “No puede el abrogante invocar la obligación a favor
del abrogado”.
Gascón, Manuel. “Donaciones intervivos”.
Insiarte, Adolfo. “Sucesiones”.
Niklison, Francisco J. “Navegación de los ríos interiores”.
1848
Anchorena, Tomás. “Derechos de la Iglesia sobre impedimentos del
matrimonio”.
Aneiros, Federico. “Derechos del soberano en materia de religión”.
Carranza, Eduardo. “Los actos hechos contra lo que ordenan las leyes
son válidos siempre que no los hagan expresamente o sean contrarios al
orden público”.
Costa, Eduardo. “Capacidad para testar por razón de la situación de los
bienes y del domicilio del testador”.
González Moreno, Estanislao. “Sobre beneficio de la restitución in
integrum”.
Larroque, Alberto. “El hombre que dejase a su mujer y se casase con
otra comete adulterio con ésta” (tesis canónica).
Majesté, Francisco. “En materias mixtas, en casos dudosos, en que las
dos potestades: civil y eclesiástica con igual derecho intervienen, deberá
decidir el poder soberano”.
Navarro Viola, Miguel. “La familia y la propiedad es la base de la
sociedad”.
Ocampo, Eusebio. “Obligación de los padres de alimentar a los hijos”.
Paz, Manuel Fernando. “El error de derecho en los contratos”.
Piñero, Osvaldo. “Toda sociedad da nacimiento a una persona civil
independiente de los socios que la forman”.
Rosas, Indalecio. “El hijo natural instituido heredero por su padre es
preferido a los ascendientes legítimos de éste”.
Seguí, Francisco. “Autenticidad de los libros santos” (tesis canónica).
Vayo, José María. “El nieto no está obligado al pago de las deudas
contraídas por su padre fallecido, con los bienes que hereda del abuelo”.
1849
Conde, Nicolás L. “Derechos hereditarios de los sobrinos nietos”.
Elizalde, Francisco de. “Capacidad que tienen los hijos legítimos de
un argentino condenado en rebeldía a la pena de muerte para heredar a
sus parientes paternos en los bienes existentes en este país”.
García, Juan Agustín. “Sobre derechos hereditarios de la mujer casada”.
Isla, Tomás de. “Derecho de la esposa a los gananciales”.
Lagos, José M. “Sobre sociedad particular de capital e industria”.
Lapido, Octavio. “Lo edificado por un tercero, de buena fe, en un suelo
hipotecado, por su dueño, queda también hipotecado por la deuda”.
Larroque, Alberto. “El fundamento del Derecho Civil es la ley natural”.
Monguillot, Juan F. “Las transacciones de objetos litigiosos no pueden
reincidirse por lesión”.
Olaguer Feliú, Miguel. “Los contratos celebrados por un administra-
dor cuyo término exceda al que la ley prefija para su administración, no
son obligatorios al propietario”.
Ugarte, Marcelino. “Derecho de un extranjero domiciliado en país
extranjero que tiene bienes en el nuestro para disponer de ellos por
última voluntad”.
Urquiza, Diógenes J. de. “Extinción de la fianza por la prórroga conce-
dida por el acreedor al deudor sin el consentimiento del fiador”.
Victorica, Benjamín. “Los efectos del bloqueo”.
1850
Almeyra, Francisco Justo. “La sustitución pupilar”.
Anchorena, Juan. “Prescripción de derechos ejecutivos por acción
personal derivados de vales o escrituras privadas”.
Belaustegui, Pedro de. “Donaciones”.
Boneo, José. “Servidumbres”.
Carreras, Antonio de las. “Autoridad de cosa juzgada”.
García Fernández, Miguel. “Violación de la neutralidad por una nación
que reconoce ad perpetum la independencia de un miembro rebelado de
otra”.
1851
Casal, Gumersindo. “Leyes a que debe conformarse el que resta en país
extranjero”.
Garrigós, Francisco. “El derecho de representación en línea colateral,
no pasa del tercer grado”.
Heredia, Alejandro M. “Sobre tentativa de crimen”.
López, José Francisco. “Responsabilidad del fiador”.
Méndez, Ángel. “Donaciones intervivos”.
Ocantos, José A. “Supremo patronato argentino”.
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4. Ibíd. p. 165. En rigor, el “primer deslinde entre la moral y el derecho” concierne a la distinción
entre aquélla y el “derecho público” y procede de la diferencia entre la ética y la política, que
aquéllos inicialmente formularon. Pero como la distinción entre el derecho privado y la moral
quedaba aún por hacerse, esta última venía a identificarse en esta etapa con aquel derecho.
Aunque esta identificación fuera “en la práctica […] una función casi inconsciente de la socie-
dad y el Estado, en la especulación y la teoría tropezabase siempre con dificultades dialécticas
y hasta con insuficiencia intelectual”.
5. Ibíd., p. 165.
6. Ibíd., p. 165. En realidad, los romanos llegaron primero a distinguir también el “derecho
privado” de la ética y por eso todo el derecho positivo, público y privado, fue concebido por
ellos como “un ius o derecho político” cuya sanción correspondía, o bien al Estado, o bien a las
“autoridades sociales”. Mientras la “ética ideal”, caracterizada por la falta de “sanción jurídica”,
excluía toda identidad con ese “ius”, éste a su vez comprendía, como “derecho práctico”, tanto
al derecho público como privado”. Ibíd., p. 166.
7. Ibíd., p. 165.
8. Ibíd., pp. 165-166. En otras palabras, la diferencia que los romanos hacían de la moral respecto
del derecho, no excluía la definición en los términos de Ulpiano, o sea la diferencia del derecho
positivo de las normas éticas.
“toda norma ética”.9 Podemos decir, por tanto, que una de las características
de la teoría del derecho romano, que presentaba también la noción de Celso y
era incluso subrayada en el concepto desenvuelto por las Institutas de Justinia-
no, es que si consideramos su identificación con “toda norma ética”, entonces
la conclusión sería que el derecho no difería de la moral.10
Pero consideremos ahora el enunciado “La infracción a los grandes prin-
cipios de la ética escapa unas veces a la acción de las autoridades sociales y el
Estado, y otras no”.11¿Se puede decir lo mismo de las infracciones sancionadas
que de las no sancionadas? Bunge afirma: “Cuando escapa, el principio es pu-
ramente moral; cuando, en cambio, esa infracción puede y debe ser reprimida
y castigada por las autoridades sociales, es jurídico”.12 Llega a decir, además,
que mientras “la ética nos da principios generales y absolutos que deben
regir nuestro fuero interno y traducirse en todos nuestros actos externos”,13
el “derecho sólo se ocupa de estos actos externos cuando importan una trans-
9. Ibíd., p. 166. En rigor, la distinción romana entre la moral y el derecho no excluía empero el
concepto de la definición de éste en términos que abarcara “toda norma ética”.
10. Ibíd., p. 166. La definición celsiana del “Derecho o la justicia como ars boni et eaqui” y las
“paráfrasis y diferencias” de Justiniano en las Institutas, en el sentido de que “iusris preacepta
sunt haec: honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere”, eran muchísimo más amplias
que las de Ulpiano. Abarcaban, “por consiguiente, con mayor razón toda norma ética”. Ibíd.,
p. 166. Pero luego de esta noción común, nuevamente insiste Bunge en diferenciar “categó-
ricamente” la moral del derecho, en cuanto “hay […] algo singular” en éste, que lo separa de
aquélla y que consiste en “su forma y sus procedimientos o exteriorizaciones”. Ibíd., p. 166.
11. Ibíd., p. 166 He aquí el criterium bungeano por el que, mientras las reglas provistas de sanción
para el caso de incumplimiento tienen la propiedad de jurídicas, la falta de ese carácter hace
de ellas normas morales o cuyo “principio es puramente moral”.
12. Ibíd., p. 166. La frase es de raíz kantiana y claramente opuesta a la distinción de Christian
Thomasius (1655-1728), Fundamenta iuris naturae et Gentium ex sensu comuni deducter (1705), I,
cap. V, 21, entre la moral y el derecho basada en el carácter interno o externo de la obligatio:
“Obligatio iuri correspondens semper externa est, metuens coactionem aliorum hominunm”.
13. Ibíd., p. 167. La alusión a los “actos externos” y a la transgresión perjudicial como definitoria del
“derecho” reintroduce, sin embargo, en esta parte, la distinción de Thomasius según la cual,
mientras el derecho, que se refiere a lo justo (iustum), asegura la paz externa, como la política,
cuyo principio es el decoro (decorum) propende a las acciones medias, la moral, regulada por el
principio de lo honesto (honestum), sólo se ocupa de las acciones buenas y su cometido es por
eso alcanzar la paz interna. Thomasius (1705) I, cap V, 25: “Fluit ex dictis, quod quae homo faci
ex obligatione interna et regulis honesti et decori, quod quea homo faci ex obligateione interna et regulis
honesti et decori, dirigantur a virtute in genere et ab iis homo decatur virtuosus, non iustus; quae vero facti
ex regulis iusti seu obligatione externa, diriguntur a iustitia et ab eiusmodi actionibus dicitur iustus”.
14. Cgr. Bunge, ob. cit., p. 167.
15. Ibíd., p. 167.
16. Ibíd. pp. 168-169: “Como la ética abarca la moral y el derecho, se ha pretendido dividirla en
estas dos partes considerando a cada una de ellas más o menos autónoma y excluyente de la
otra. Tan radical división es sin duda falsa, puesto que, de cualquier modo que se estudie el
problema, siempre lo que es jurídico es moral. En el lenguaje común se entiende por ‘moral’,
ora toda la ética, ora especialmente la parte no jurídica de la ética. Querer dar otras interpre-
taciones a la palabra y al concepto de la moral es apartarse del lenguaje común y hasta de la
realidad científica, dado que la norma ética ha sido originariamente, y sigue siendo, moral y
jurídica. No hay pues verdadera contraposición entre la moral y el derecho. En todo caso, uno
y otro término manifiestan distintos aspectos de un mismo fenómeno sociológico, la ética”, de
modo tal que “muchas veces […] [está] la moral respecto del derecho en relación de lo genérico
a lo específico. Quede así refutado el empeño de ciertas escuelas especulativas en contraponer
la moral al derecho”.
requiere “de los demás: “La libertad de un individuo termina donde principia
la del otro” (libertas hominis desinitubi libertas alterius incipit).21
Aquí la “idea de este contenido”, en el que “palpita siempre el senti-
miento de la libertad”, significa simplemente lo mismo, “en el fondo”, que
se expresa en “muchas definiciones que se han dado sobre el derecho”. En
opinión de Bunge, todas ellas son expresión de “lo que común y general-
mente se llama libertad humana”. Más exacta que las de Gottfried Wilhelm
Leibniz (1646-1716) (“perfeccionamiento de la sociedad humana”), Tren-
delenbourg (“la realización del bienestar”), Heinrich Ahrens (1808-1875)
(“desenvolvimiento armonioso de la persona”), Kapoustine (“mantenimiento
y […] desenvolvimiento del orden moral”) y Wladimir Soloviev (1853-1900)
(“conciliación de la libertad y la igualdad”), es la recordada fórmula de Geor-
ge Jellinek, “un minimum de ética”, y más definida la de N. M. Korkunov
(1853-1902) (“normas de la delimitación de los intereses”), “aunque este
autor no llega a determinar clara y categóricamente cuál es el verdadero con-
tenido del derecho”. Por lo tanto, pienso que Bunge se ocupa del concepto
del derecho fundamentalmente a través de aquel uso de la palabra, referido
a la “forma y […] efecto de […] aquellas normas éticas cuya transgresión
puede ser reprimida por las autoridades sociales”, y que, en cuanto a su “con-
tenido”, sostiene: “es el de la libertad de todos y cada uno de los miembros
de la colectividad social”.22
inconciliable con ese principio, que regula las acciones humanas definibles
como políticas.24
Ahora bien, la identificación bungeana del derecho con las “infracciones
sancionadas” y de la moral con las “no sancionadas”, señalada en el apartado
anterior, encuentra confirmación no solo en la teoría expuesta por Thomasius
en su Fundamenta iuris naturae et Gentium, sino en lo que podríamos caracte-
rizar como rechazo positivista a la teoría de Kant sobre el particular. Ni el
contenido de la obligatio ni la forma en que ésta se impone determina diferen-
cia alguna entre la moral y el derecho, en la visión kantiana de las relaciones
entre aquélla y éste. No es la coacción como fuerza lo que para el filósofo
de Königsberg en el derecho obliga, sino que en éste, a diferencia de lo que
ocurre con la moral, en la que la obligación se impone por “el motivo de
obrar”, este “motivo” puede ser diverso de “la misma idea de la obligación”.
Es el motivo de obrar, no la coacción determinante de éste, lo que diferencia
al derecho de la moral en Kant.25
“unívocos”, especialmente los “universales como son los géneros y las especies”,
permite contemplar las normas jurídicas como diversas de las morales por
una particularidad que se añade al género y consiste en la sanción. Ella es,
por lo tanto, la determinación agregada al genus para formar, como differentia
specifica, las species.27
Ahora bien, al llegar a este punto, para comprender el genus correspon-
diente a esta univocidad universal, el lector ha de recurrir a lo que para Bunge
son “las primeras normas éticas, que abarcan indefinidamente todo derecho
y toda moral”.28 Tanto más es lícito este procedimiento y útil, en cuanto
el mismo Bunge considera “aplicables a la ética” los “principios biológicos
generales” y reduce lo que llama “orientación ética” a una “capacidad heredi-
taria” determinante de la comprensión de “la moral social”;29 si los principios
derivados de la “capacidad ética hereditaria” se resuelven en normas jurídicas,
esto hace de ellas una de las especies del género, pero lo que estas normas son
y lo que define a las morales no provienen de otra cosa que de lo que “se llama
conciencia moral” y resuelve la differentia specifica en el hecho de la sanción.30
Esto quiere decir que la teoría bungeana de la relación entre la moral y
el derecho excluye toda definición en términos analógicos de la predicación
común a unas y a otras variedades de normas. En la analogía de atribución
intrínseca, que sería aquella a la que se opondría la predicación de Bunge,
el término aplicado a las reglas morales significa que la forma no solo co-
rresponde a éstas, contempladas como “analogado principal”, porque no se
halla únicamente en este “analogado”, sino en todos los “inferiores”, o sea en
todos los demás llamados “secundarios”, cuya propiedad como tales es la de
subordinarse al “principal”, precisamente porque la “forma” se halla en ellos
no “principalmente”, sino “por orden” a aquél.31 La diferencia se manifiesta de
un modo vistoso en el breve concepto jellinikiano del derecho como “minimum
de ética”: mientras este “minimum” representa lo que en la ética es precisa-
mente la “orientación ética” procedente de la “capacidad hereditaria”, lo demás
es en él representado por la coerción; se diría que la falta de ésta no excluye
la raíz biológica que aquel “minimum” también manifiesta en las normas no
definibles como jurídicas y que son las morales o sea aquellas que se resuelven
en el concepto de la moral.
30. Ibíd., pp. 150-151: “Pienso que sólo la herencia de muchos abuelos sociables capacita al indi-
viduo para comprender la moral social. Pienso que la educación o experiencia ética y jurídica
no hace más que desarrollar en forma de ‘‘caracteres adquiridos’ la capacidad ética hereditaria”
precontenida en los gérmenes del individuo. Por esto he podido explicar la exactitud de la ética
racionalista de Kant relacionándola a la herencia psicológica del filósofo, a su larga experiencia
ancestral, o sea de ascendientes que profesaran la ética grecolatina y cristiana. Mi concepto de
que su método introspectivo es un verdadero método retrospectivo, si no encuadra dentro de
las afirmaciones absolutas de ciertos neodarwinistas, es posible en la teoría original del mismo
Darwin y es muy lógica en la tendencia de los neolamarckianos”.
31. Cgr. Hellin, 1946, p. 21.
escuela de derecho natural del siglo XVIII, que con Thomasius se clarifica,
desde la perspectiva del iluminismo (Aufklarung), ‘una primera distinción’
basada en la atribución ‘de un carácter absolutamente negativo’ a las reglas de
derecho que determinaría ‘nuestros deberes respecto de nuestros semejantes’
precisamente mediante la prescripción negativa de no hacer determinadas
cosas. Desde este punto de vista, ‘la regla fundamental del derecho es enton-
ces’ la bíblica de ‘No hacer a los demás aquello que no quieres que se haga a
ti mismo’” (Quod tibi non bis fieri, alteri ne fecerit).37
Esto significa, en contraposición con el derecho, que la moral se define
positivamente mediante la fórmula según la cual la regla es “Hazte a ti mis-
mo lo que quieras que los demás se hagan a sí mismos” (Quod vis, ut alii sibi
faciant, tute tibi facies). Ahora bien, está claro que Bunge prescinde del pre-
cepto del derocum, inherente a la política y por eso diverso el correspondiente
derecho, o sea a lo iustum, tanto como de la regla de lo honestum: “Haz a los
demás aquello que querrías que los demás te hicieran a ti” (quod visu t alii tibi
faciant, tu ipsis facies), salvo por lo que respecta a esta última dicotomía, a la
que se refiere destacando el carácter impropio de sus fórmulas y su similitud esencial
con “la teoría formal del derecho expuesta sintéticamente por Kant”. 38
Podemos decir, por lo tanto, que Bunge resume la dicotomía del autor
de Fundamenta iuris naturae ex sensu comuni deducta inn quibus ubique secernentus
37. Cgr. Bunge, 1905, pp. 169-172. A tal determinación se refiere Bunge después de caracte-
rizar positivamente el primer ensayo distintivo entre la moral y el derecho formulado por
Thomasius, recusando la atribución de este autor “al derecho (de) las reglas” cuyo “carácter
absolutamente negativo […] prescribe no hacer alguna cosa y determina al mismo tiempo
nuestros deberes respecto de nuestros semejantes”.
38. Ibíd., p. 170. Pero es evidente que aunque Bunge diferencia a Thomasius de Kant, también
es cierto que las ideas del primero no fueron en absoluto negadas por el autor de la Kritik
der reinen Vernunft. Ahora bien, cuando la diferencia entre la moral y el derecho se considera
desde la perspectiva en que este último filósofo lo hizo, siguiendo a Pufendorf, y así se aclara
aquella diferencia entre la obligación que uno y otro supone en relación con “el motivo del
obrar”, que Kant identifica con la obligación misma en la moral y extiende también a cualquier
“otro motivo que la misma idea de la obligación” en el derecho, se nos aparece el sentido en
el cual Bunge concibe las similitudes entre Thomasius y Kant, en torno a las relaciones entre
la moral y el derecho. Kant, 1785, p. 22 y ss. Welzel, 1951, IV, 1; Das Gesinungsmomentim
Recht, p. 293, ss.
(1785) todo lo que Bunge nos ha dicho concierne a lo que llama “su método
introspectivo” y que redefine como “verdadero método retrospectivo”.40
Ahora bien, si esto es cierto, vemos al instante que la consideración que
de la doctrina kantiana sobre el derecho hace Bunge no concierne tanto al
apriorismo de su imperativo categórico cuanto a una confusión, en la que él
mismo me parece incurre, respecto al carácter constitutivo de toda y no sola-
mente de aquella parte de la realidad no definible como fenoménica sino como
nouménica en Kant. A causa de esta opinión suya de que todo el apriorismo
kantiano es constitutivo y de que “su procedimiento introspectivo […] [es], en
mérito de la herencia psicológica, un sistema indirectamente retrospectivo”.41
40. Ibíd., p. 151. La redefinición procede, en rigor, de la consideración del apriorismo kantiano o
de los “conocimientos llamados a priori”, caracterizados por Ernest Haeckel (1834-1919) como
“adquiridos a posteriori y […] [provenientes], en último análisis, de la experiencia”. Aunque
más cerca en este punto del intelectualismo que del kantismo, como mediación entre los ex-
tremos del racionalismo y el empirismo, la postura de Bunge, más contraria al primero que el
segundo, se resuelve en un empirismo sensualista que redefine “la ética racionalista” de Kant
en términos de su relación con la tesis de la “capacidad hereditaria” como determinante de la
“orientación ética”: “Conocimientos son [los] que provienen originariamente de percepciones
puramente empíricas, y que derivan, por consiguiente, de experiencias puramente sensuales,
pero que tienen de particular el haber sido adquiridos por una serie de generaciones; ellos
parecen constituir, en las generaciones finalmente producidas, nociones independientes, inna-
tas, adquiridas a priori. Todas estas nociones llamadas innatas han sido formadas a posteriori en
nuestros antepasados animales; después, poco a poco, se han ido convirtiendo en nociones a
priori”. No hay pues diferencia esencial entre los conceptos racionales y los conceptos experimen-
tales. La experiencia ancestral determina a aquellos; a éstos, la experiencia individual. Todavía
debe agregarse que en las nociones a priori también interviene la experiencia individual como
una simple continuación de la hereditaria; en las nociones a posteriori o individualmente expe-
rimentales interviene asimismo la experiencia de nuestros antepasados como causa anterior de
nuestra propia capacidad de experimentadores”. Ibíd., pp. 151-152.
41. Ibíd., p. 64: “Ahora sería el caso de preguntarse […] si [la] nueva tendencia criticista y raciona-
lista avanza en el camino de la verdad positiva sobre la antigua tendencia puramente empírica,
siendo sin duda ambas más o menos especulativas y metafísicas, más o menos idealistas… Me
parece que no cabe duda al respecto: aunque de un carácter idealista bastante más acentuado,
el criticismo de Kant sabe vincular los fenómenos entre sí con mayor lucidez y realidad que el
empirismo de Grotius y Puffentdorf. Es que, en verdad, los nuevos criticistas no lo sacan
todo de la razón como pretenden; debe reconocerse que las verdades que suponen innatas son
muchas veces, o casi siempre, producto de la experiencia humana. Hay que reconocer que su
procedimiento introspectivo suele ser, en mérito de la herencia psicológica, un sistema indirec-
tamente retrospectivo; cuanto esos filósofos creen revelado por la razón no es entonces más que
las predisposiciones que la estirpe, que la experiencia ancestral ha grabado en sus espíritus…”
42. Ibíd., p. 171.
43. Ibíd., p. 172. Con todo, esta inexactitud no excluye “la idea” de un “contenido” en el derecho
cuyas dos partes son la libertad “positiva”, que es “la libertad del individuo”, y “las limitacio-
nes” de esa misma libertad, definible como “negativa” en cuanto aquéllas tienen por fin que
ésta “no obstaculice la de las demás”. Ibíd., p. 171.
Por lo tanto, Bunge no opone reparo alguno a la idea de que en las dos “partes”, o sea la “po-
sitiva” y la “negativa” de su contenido palpite “siempre el sentimiento de la libertad”. Este
es poco más o menos el concepto de Leibniz, 1704, (1646-1716), III, cap. I y I, cap. II, cuya
definición del derecho cita Bunge con la de otros autores, como Ahrens, Kapoustine, Soloviev,
etc., todas las cuales incluyen “diversas fórmulas, aspectos o resultados de lo que común y
generalmente se llama la libertad humana”. Ibíd., p. 172.
45. Ibíd., p. 173: “La psicología positiva enseña que la conciencia es una adquisición posterior
de las especies vivas. Sus primeros movimientos y reacciones debieron ser tan inconscientes
como los del feto o el recién nacido, dado que el desarrollo ontogenético reproduce la evolución
filogenética. Los precursores del hombre procederían pues por actos reflejos o semirreflejos, e
instintivos o semiinstintivos. La conciencia clara de esos actos, siempre reacciones respecto del
medio, ha ido adquiriéndose gradualmente con su uso o repetición continua durante muchas
generaciones.”
46. Ibíd., p. 176. Las “reacciones respecto del medio” en que consiste la “conciencia clara” de los
“actos” humanos es una adquisición gradual por el “uso o repetición continua” a través del
siciones, lo que desea decirnos ante todo Bunge es que hay una parte en este
proceso caracterizado por un crudo materialismo, del que no está excluido
el mismo derecho romano antiguo, y cuyas características distintivas son los
“actos reflejos o semirreflejos” y los “instintivos” o “semiinstintivos”.47
Pero hay un aspecto al que confiere una gran importancia en este parágra-
fo y que expresa diciendo que puesto que “las normas jurídicas son reacciones
coercitivas, en su origen material y hasta reflejas”,48 ellas son “anteriores a la
moral, que es como una depuración e idealización de la ética”.49 Por lo tan-
to, es evidente que la tesis de Bunge a este respecto se resuelve mediante la
proposición que afirma que “las primitivas normas éticas debieron ser, en su
forma, sus efectos, su objeto y su contenido, normas jurídicas”.50
tiempo. Ahora bien, “la causa determinante” de aquéllas ha sido a su vez “sin duda psicológi-
camente una sensibilidad vaga y rudimentaria, un principio de sensaciones de placer y dolor,
que la evolución haría luego pasar de lo subconsciente a lo consciente, atravesando poco a poco
lo que Herbart ha llamado el “umbral de la conciencia” (Schwelle des Bewusstsein).”
47. Ibíd., p. 173: “Los juicios dirimidos en virtud del Derecho Consuetudinario, las leyes primeras
y su interpretación son esfuerzos naturales, como originarios por el incremento de la cultura,
para hacer pasar los principios de la costumbre a un grado mayor de consciencia y voluntad.
Así el Derecho, que nace y crece espontáneamente, independiente de la conciencia, a guisa
de un organismo dentro del organismo social, tiende luego a adquirir conciencia y voluntad,
como todos los seres orgánicos en su evolución ascendente hacia la complejidad y el perfec-
cionamiento. A esta evolución gradual llamo, tomando una expresión hoy generalizada, el
crecimiento espontáneo del Derecho”.
48. Ibíd., p. 177: “La idea categórica del objeto de las primitivas reacciones reflejas adquierese
por una larga y repetida experiencia. Si acercamos distraídos la mano al fuego, retiramosla
prontamente con un movimiento espontáneo, y sólo después de retirada nos apercibimos que ese
movimiento tenía por fin evitarnos una quemadura. Tales debieron ser las primeras acciones
humanas: movimientos reflejos cuyo significado utilitario iba a revelar más tarde la experiencia.”
49. Ibíd., p. 177: “Sin duda alguna estas normas son anteriores a la moral, que es como una depura-
ción e idealización de la ética. En tal sentido, la cuestión planteada debe resolverse admitiendo
que el derecho es anterior a la moral, que la moral es ya una forma más evolucionada de las
primeras normas jurídicas. En una palabra, las primitivas normas éticas debieron ser, en su
forma, sus efectos, su objeto y su contenido, normas jurídicas. Formóse así primero una estricta
y práctica cantidad mínima de ética, el derecho, para desarrollarse y diversificarse poco a poco,
bien que conservando la base originaria, en una cantidad ideal y máxima, la moral”.
50. Ibíd., p. 177. Así, pues, resuelve Bunge la cuestión de “la anterioridad del derecho o la moral”,
a propósito de lo cual se pregunta, sin reservas: “cuál de ambos fue producido o creado antes
que el otro”. Y responde: “Nosotros hemos visto que las normas éticas son principios de la
conducta al propio tiempo morales y jurídicos; luego, la moral y el derecho debieron surgir
conjuntamente… Pero, en realidad, la moral implica generalizaciones y abstracciones que
seguramente no pudo alcanzar el hombre primitivo”. Ibíd., p. 177.
51. Ibíd., pp. 177-178 “Precisando mejor la cuestión tenemos que las primeras normas jurídicas
debieron ser penales. La razón es obvia: las normas éticas se produjeron manteniendo el orden
o la cohesión social de las agrupaciones primitivas, y los delitos son la primera manifestación
material contra la sociabilidad. Luego, esas normas reprimirán ante todo los delitos en sus
primitivas formas materiales: el robo y el homicidio. El robo y el homicidio dentro de la
agrupación o el clan, se entiende. En cambio, el robo y el homicidio de los extraños podría
ser acción no sólo lícita sino benemérita, es decir, de conveniencia social instintivamente
aceptada y comprendida”. El “crecimiento espontáneo” del Derecho representa, desde este punto
de vista, el desarrollo del “minimum de ética” en que consiste la primera manifestación de ésta
llamada jurídica. La teoría supone que no existe “contraposición entre la moral y el derecho”
(p. 168), sino un “orden biológico y cronológico de generación de las normas éticas”, cuyas
fases son pues: “normas jurídicas penales, normas religioso-penales, normas religioso-políticas
y políticas, normas de derecho privado, normas morales”. Por lo tanto, “más que conjetural es
positiva esta serie de etapas de la evolución ética”, comprobada por “la marcha ascendente del
derecho antiguo, sobre todo en el indio y el romano” (p. 178).
52. Ibíd., p. 178. En rigor, “las normas puramente morales fueron […] las últimas en constituirse,
puesto que exigen ya una mentalidad desarrollada, capaz de intensas generalizaciones y abs-
tracciones”.
aquellas estuvieran dadas por las “penales”,55 está, como es natural, comple-
tamente en desacuerdo con la visión trascendente del bien. Pero me parece
que en muchas partes de su argumentación inmanentista, particularmente
en lo que dice de “las ideas religiosas”, confunde la moral primitiva con una
metafísica derivada del propio positivismo. Naturalmente, esto conlleva otra
confusión entre los dos sentidos correspondientes a lo que se llama metafísica.
En la medida en que la afirmación inmanentista de la moral quiere decir algo
tan discutible empíricamente como su afirmación trascendentalista; tanto
una como otra afirmación es incompatible con la tesis empírica que ha estado
sosteniendo. Pero en la medida en que quisiera decir solamente que “el orden
biológico y cronológico de generación de las normas éticas” no es necesaria-
mente un orden ontológico, estaría en cambio utilizando el concepto de aquel
orden en un sentido completamente diferente del inmanentista, y afirmando
algo contrario a la sucesión empírica de “normas jurídicas penales, normas
religioso-penales, normas religioso-políticas y políticas, normas de Derecho
Privado, normas morales”.56 Ahora bien, me parece que no es este último el
punto de vista de Bunge.
Me parece que es manifiesta e irremediablemente materialista su bio-
logismo. Estoy tan seguro de que es materialista como de que es también,
naturalmente, determinista, y que cuando afirma “esta serie de etapas de la
evolución ética”, no afirma que ella solamente sea “conjetural” sino “positi-
va”, y que este último carácter excluye cualquier consideración ontológica
diferente de la ética, sea contemplada como derecho, sea vista desde la pers-
pectiva de la moral.
En cuanto concierne a las fases de ese “crecimiento”, que son también ma-
nifestación de la “evolución ética” del derecho, el tratamiento de la cuestión
se resuelve en el concepto de una primera subespecie de las normas jurídicas
que son las “penales”, en cuanto primeras normas éticas que “se produjeron”
para mantener “el orden o la cohesión social” alterada por el delito como
“primer[a] manifestación material contra la sociabilidad”.
La legitimidad de tales normas tiene lugar, de ordinario, “dentro de la
agrupación o el clan”; pero esta regla admite excepciones, que se agrupan
corrientemente bajo la fórmula del “robo y el homicidio de los extraños”. En
este supuesto se trataría de una “acción no sólo lícita sino benemérita, es decir,
de conveniencia social instintivamente aceptada y comprendida”.61
Este aspecto del problema ético de la conducta no llama, de ordinario,
la atención porque, en rigor, si se trata de lo que no está sometido a sanción
es extremadamente raro el caso de que ello se considere delito; sin embargo,
para una teoría a fondo y completa de las ideas de Bunge sobre el particular,
merece ser considerado.
El propio Bunge ofrece, si no me equivoco, elementos para sostener no
tanto la licitud jurídica cuanto la moralidad misma de la acción: aludo a la
expresión suya que atribuye a ella aquel carácter superior, que es induda-
blemente el de “benemérita”, y además a la otra, que califica su ejecución
como socialmente conveniente; aquí, si no me equivoco, juega el argumento a
fortiori mejor que la analogía, puesto que la dignidad o simplemente la con-
veniencia es un maius en comparación con la licitud. Por otra parte, la acción
de cualquiera en favor del clan responde sin duda a los fines que la misma
incriminación o lo que es contrario a él se propone. Una misma acción, por
tanto, debe ser considerada no tanto como regulada por una norma jurídica
que adquiere carácter moral cuando concierne a “extraños”, del cual la propia
comunidad se sirve, como se sirve de lo que es conveniente para ella, sino
como una norma jurídica que prohíbe hacer en un caso y que prohíbe no hacer
en el otro, cuya prohibición implica en los dos casos la sanción inherente a la
acción y a la omisión, respectivamente.
para mejorar su estado”. Mas nadie pretendería afirmar que Bunge sostiene
que el Derecho Consuetudinario no es derecho, aunque corresponda a una eta-
pa que él mismo no vacila en considerar, como se ha visto repetidamente,
histórica. Además, creo que Bunge da a entender que de un modo semejante
la proposición expresable con la afirmación “El pueblo se mira en el espejo
que crea”, equivale a una proposición no acerca de la inconsciencia misma, sino
sobre la consciencia de un estado que debe ser cambiado. Da a entender que
este cambio deriva en realidad del pensamiento del pueblo sobre su derecho, y
que este pensamiento equivale a la consciencia de la necesidad de su cambio.
Parecería, por lo tanto que, como pasa con nuestros órganos, de los que
recién nos acordamos cuando “nos duelen”, “el pueblo tiende […] a equili-
brarse atacando el “viejo derecho” “llevado por sus instintos utilitaristas, por
las reacciones del placer y del dolor”. Lo que, parece, Bunge quiere decir con
“la lucha por el derecho estalla”, es una proposición que se podría expresar con:
la existencia de “una fracción conservadora a la que convenga ese derecho”,
opera como causa del estallido.72
Lo que yo no tengo muy claro es qué se quiere decir al afirmar que el Con-
trato Social, cuya “teoría de la soberanía popular […] [da en 1789] al pueblo
la clave que buscaba”, “es creación indirecta del pueblo mismo” ni, por lo
tanto, qué se quiere decir al afirmar que él es, “en fin, […] el resumen de la
tendencia reaccionaria”. Bunge nos dice, en verdad, que, una vez propalado
su contenido, “ya tiene el pueblo el nuevo Derecho con que sustituir al viejo
y consuetudinario”. Pero aunque creo que el significado de esta afirmación
puede resultar algo más claro que el de la expresión “El nuevo Derecho enseña
a todos y cada uno sus derechos”,73 aún me parece bastante oscuro. No entien-
do claramente qué quiere decir al afirmar: “un derecho es siempre un poder
garantido por el Derecho”. Del ejemplo que pone de la Revolución Francesa,
como “caso interesantísimo de […] lucha” entre un sector conservador al que
conviene el mantenimiento del “viejo Derecho” y “el pueblo” que lo ataca,74
o historiografía jurídica, “nos presenta otra clase de luchas, del todo consciente y voluntarias,
cuyo objeto es cambiar el derecho”. Ibíd., p. 179.
Se comprende que “el Derecho Consuetudinario” correspondiente a la fase inicial prehis-
tórica implica así como “una determinada situación político-económica”, también que “el
pueblo […] [viva] bajo esa situación sin apercibirse mucho de ello: “El derecho funciona en
el organismo social sin que éste lo recuerde, como en el organismo humano el hígado o los
riñones…” Pero es diverso el estado de cosas de la conciencia cuando la misma “situación
político-económica sea un buen día verdaderamente penosa para el pueblo”, en comparación
con el estado de cosas en el que ella no es objeto de atención por este mismo pueblo, en orden
al tránsito de la prehistoria a la historia. Verdaderamente, el cambio se produce y, sobre todo, da
lugar al progreso del Derecho cuando “el pueblo se acuerda de las funciones antes inconscientes
de su Derecho Consuetudinario, y busca el modo de cambiarlo para mejorar su estado”. Ibíd.,
p. 179.
Para afirmar las características biológicas de esta evolución del Derecho, se vale Bunge nueva-
mente del símil orgánico diciéndonos: “Recién piensa que tiene riñones o hígado […] porque
le duelen (sólo cuando nos duelen nos acordamos de nuestros órganos internos)”. Ibíd., p.
179. Los presupuestos del “cambio”, de la mismísima transformación de los estados de cosas
representadas por el comienzo de la historia del derecho son “los instintos utilitaristas”, “las
reacciones del placer y el dolor” por medio de las cuales “el pueblo tiende […] a equilibrarse
atacando el viejo Derecho”. Ibíd., p. 180.
78. Ibíd., p. 182.
79. Ibíd., p. 183: “En la historia del Derecho político argentino hay un ejemplo muy claro de
este proceso educativo de la lucha por el derecho. Durante las guerras civiles llamadas de la
“organización nacional” combaten dos tendencias, la unitaria y la federal. Triunfa la federal,
constituyéndose las provincias en estados federales. Pero la Constitución Nacional da al poder
federal el derecho de “intervenir” en los gobiernos provinciales cuando se altere allí la forma
republicana de gobierno. En las primeras “intervenciones” tuvo que mandar el gobierno nacio-
nal al “interventor” con un batallón del ejército; de otro modo no hubiera sido acatado. Pero,
después de varios casos históricos, los pueblos provinciales acabaron por educarse en el nuevo
Derecho político; comprendieron que el gobierno nacional tenía la fuerza… Y en las últimas
Pero no estoy muy seguro de que Bunge afirme que la “evolución pro-
piamente dicha procede en una serie de ‘reacciones por contrastes’ que sean
necesariamente equivalentes a las que ‘prodúcense’ en los organismos, “al pa-
sar de una a otra edad”,80 pero deduzco de varios indicios que debe ser ésta su
opinión. De ser así, una de las cosas que más interés tendría en señalar sobre el
análisis de la proposición expresada en esas palabras sería que Bunge, cuando
las escribió, usó la palabra “herencia, en el Derecho Consuetudinario”,81 con
Por lo tanto, “decir que el proceso típico de la lucha por el derecho implica siempre una nueva
educación es”, incuestionablemente, “aceptar que el proceso de esa lucha consiste en un pasaje
de lo consciente-voluntario a lo inconsciente-involuntario”. Ibíd., pp. 174-175 y 183.
82. Ibíd., p. 184.
83. Ibíd., p. 184.
84. Ibíd., p. 179.
85. Ibíd., p. 182.
al Derecho “triunfa por completo”. Diría que “el principio que prima respeta
las supervivencias de los demás y en cierto modo acata las tradiciones del de-
recho local y el derecho romano modernizado”.86 También diría, a propósito
del derecho consciente y del derecho inconsciente, que representan los estados de
cosas en que el tránsito de uno a otro se resuelve en la “evolución natural”
dada por el proceso en que la lucha por el derecho consiste, si bien creo que
esta evolución no opera únicamente mediante el paso de lo “inconsciente
involuntario a lo consciente voluntario”.87 ¿Cuál puede ser la forma nueva
de esta evolución?
Pienso que ello se puede plantear aludiendo a lo que Bunge llama, con
razón, “evolución inversa”, evolución que es de distinto tipo de la definible
como involución, porque ésta es regresiva, mientras que la inversión en que se
resuelve la lucha por el derecho es el pase de lo consciente-voluntario a “lo
88
inconsciente-involuntario”.
Me parece que esta teoría no es ambigua. A mi entender, el menos, sig-
nifica que “toda atención, que es el summum de la consciencia”, se resuelve en
una práctica institucionalizada de lo alcanzado deliberadamente como noción
por ella. La historia del derecho político argentino demuestra este proceso
con las provincias intervenidas para garantizar la forma republicana alterada
por el desorden imperante en ellas, hasta suprimir de ellas toda alteración.
Sin embargo, es cierto que todo derecho supone un “crecimiento espontáneo”
y hasta un “sexo”, asociable al “fenómeno” cuando es “el […] conservador”,
porque en la mujer “prima la ley de la herencia”, mientras que “el sexo mas-
culino”, porque es revolucionario, es el sexo “de la evolución” o en el que
“prima la ley” de ésta, por tanto, podemos decir que “la herencia, en el derecho
consuetudinario, es una acumulación que se opera gradualmente”, y que “el
derecho-organismo crece y se desarrolla”. De un modo opuesto, pienso que
está claro que “La evolución propiamente dicha procede en una serie de reac-
ciones por contrastes”. Ahora bien, aunque en “los organismos prodúcense
tales reacciones, al pasar de una a otra edad”, raramente “tienen la violencia
ha sido creada por Dios, aunque ella “se conduce u ‘opera’ con arreglo a la
causa efficiens”.
Ahora bien, si Bunge se hubiera referido a la causa finalis solo con respecto
a la obra creadora de Dios y hubiera excluido a ésta de las regularidades de
la naturaleza creada, entonces sería claramente innecesaria su alusión a “las
ciencias naturales contemporáneas” como rectificadoras del error de atribuir
a las dominadas por el teleologismo una finalidad al desenvolvimiento de su
objeto y, por tanto, considerar sus “hechos” en términos no legaliformes o
vinculados por conexiones nómicas, sino estrictamente teleológicos. No solo
por esto, sino también por otras cosas, pienso que emplea estas palabras en
un sentido tal que la proposición expresada por ellas no implica un teleo-
logismo exclusivamente teológico. Además, pienso que la proposición que
expresa por medio de ellas se puede expresar con más claridad con las pala-
bras “La ‘naturaleza orgánica’ discurre, como su creador, con arreglo a fines”.
Pienso que por lo que respecta a esta proposición, que representa el “error
teleológico” al que se refiere Bunge no solamente en este parágrafo de su libro,
está clarísimo que no implica un punto de vista coincidente con la visión de
las “ciencias Naturales contemporáneas” y, por eso, favorable a la búsqueda
“siempre [de] la causa efficiens de los hechos y los fenómenos”. Está clarísimo
que si Bunge se hubiera referido a una teleología teológica en su proposición
principal, habría de ser falso o contradictorio este punto de vista con su crítica
no solamente del teleologismo en los dominios de las ciencias naturales sino
en el campo de la ciencia del derecho. Si el “error teleológico” de que nos
habla Bunge aparece o se manifiesta también en las “ciencias sociales, y sobre
todo en las […] jurídicas”, se sigue que él reina necesariamente en las natu-
rales y que en todos los casos es una manifestación de “los viejos prejuicios
metafísicos…”.111 Supondré que ésta es la proposición que Bunge pretende
expresar (de manera impropia, según creo) con las palabras “considerar la
naturaleza orgánica como obra premeditada de un Ser que procede con arre-
glo a un plan”. Supondré que pretende afirmar de los hechos humanos tanto
como de los naturales lo mismo que niega respecto de la obra del creador de
la “naturaleza orgánica”.
El siguiente aspecto sobre el que creo que podría haber alguna duda se
refiere a cómo emplea Bunge las palabras “causa efficiens”. Supondré que las usa
de tal manera que solo se puede decir verdaderamente que un hecho p implica
otro q, si también se puede decir verdaderamente que el hecho p se sigue de q,
y que la afirmación de que q no desaparece si p falta, no solo es falsa sino tam-
bién contradictoria con la noción de p como condición necesaria y suficiente
para la producción de q. En consecuencia, el significado con el que aquí se usa
“causa efficiens, no es el que algunos autores describirían como el significado
especial conferido a p como condición suficiente pero no necesaria de q, y al
que de ordinario se refieren por medio de la expresión compuesta “complejo
de causas suficientes que pueden producir alternadamente el mismo efecto”.112
Esto es así, porque este significado especial es tal que, suponiendo que no
ocurra que p tenga lugar, se sigue que no se puede afirmar verdaderamente
que q no ocurrirá. Pienso que está claro que Bunge no emplea aquí “causa
efficiens” con este significado especial. De ser así, sería falsa evidentemente su
afirmación de la “causalidad” que supone “el orden de sucesión positiva” pro-
pio de la llamada por él mismo “ley de causalidad” “de los fenómenos sociales”.
De acuerdo, es cierto que Bunge considera esta ley como “ley de las cuatro fases
de los fenómenos sociales”113 y, en consecuencia que sostiene que la explicación
causal de ellos solo tiene lugar mediante la consideración de su causa no
solo como operativa ab extrinseco sino como “necesaria” y, por eso, como causa
sine qua non. No me cabe duda de que Bunge usa aquí “causa efficiens” no en
este sentido especial, sino en el sentido que la palabra tiene ordinariamente
cuando se la emplea para designar la “causa indispensable” y por eso la define
como “requisite cause”.114
Un segundo aspecto que parece requerir alguna explicación es el uso que
hace Bunge de la expresión “complejidad de las causas eficientes”. Entiendo
que emplea aquí la expresión “complejidad” de tales causas en el sentido que
creo más natural; a saber: significa “complejidad” la calidad de lo que abraza
varias cosas y, por eso, varias causas. En otras palabras, afirma que esta variedad
causal estaría dada no tanto por la concurrencia con ella de una cierta “vague-
dad de los factores psicológicos” cuanto por la consideración de esta “vaguedad”
como determinante de la misma “complejidad” causal. Pero, si dice esto, su
afirmación es lógicamente equivalente a la afirmación de que la referida varie-
dad explica las dificultades existentes para la determinación de la “causa sine
qua non” de los fenómenos sociales. ¿Mas qué se quiere decir al afirmar que
tales dificultades impiden la determinación causal en términos de la “causa
efficiens” y no de la “causa finalis”? Si hablamos de que las dificultades son la
causa de la indeterminación causal, debemos de estar empleando “variedad
causal” en un sentido definible en términos no de la inexistencia de una “causa
sine qua non” sino de la imposibilidad de establecer ésta por “la vaguedad de
los factores psicológicos”.115
Creo que está suficientemente claro en qué sentido se puede decir que
esta “vaguedad” determina la indeterminación causal en términos de la “causa
efficiens”. Decir que esta indeterminación deriva de la imposibilidad gnoseoló-
gica de descubrir la “causa efficiens de los hechos y fenómenos” que constituyen
el subiectum scientiae de la ciencia del derecho y no solamente la sociología, no
significa ni más ni menos que lo siguiente: cualquiera que afirme la idea de
la “complejidad de las causas eficientes” dará una definición correcta de lo
que se quiere decir con el enunciado relativo a ellas como “campo fecundo
para los viejos prejuicios metafísicos”116 si o solo si por tal “complejidad” se
entiende la referida dificultad para el descubrimiento de la “causa efficiens”
inherente a los fenómenos de que se trata. Mas al decir que quien afirme que
el enunciado en cuestión no significa otra cosa que la negación de toda base
científica a la sustitución de la “causa efficiens” por la “causa finalis” dará una
definición correcta de lo que significan las conexiones nómicas de los fenó-
menos involucrados en la relación establecida por ellas, decimos dos cosas
distintas sobre la misma relación.
Decimos que lo que se afirma acerca de ellas significa el reconocimiento
de la imposibilidad de formular un enunciado legaliforme explicativo de la
doble condicionalidad suficiente y necesaria inherente a la “causa efficiens”
como “causa sine qua non”; pero no que pueda decirse con propiedad que
al afirmar eso está dando una definición de la causa en cuestión como pro-
piamente final. Ambas cosas son ciertamente distintas, ya que no se puede
decir, ni mucho menos, que todo fenómeno social, por el hecho de serlo,
conlleva a un indeterminismo apropiado para su definición en términos de
una explanación teleológica. También es verdadera la afirmación de que este
último tipo de explanación no implica necesariamente la negación de toda
base científica y positiva a la construcción respectiva y, sin embargo, quien haga
tal afirmación no dará una definición del mismo tipo que la brindada por
Bunge. Por otra parte, la afirmación que este último hace en relación con el
tipo de explanación definible como teleológica no significa ni más ni menos
que la identificación de toda teleología con “los viejos prejuicios metafísicos”
inherentes no sólo a la consideración teleológica metafísica sino también teoló-
gica de la realidad implicada en el punto de vista que considera “la naturaleza
orgánica como obra premeditada” de Dios.
Será necesario que digamos más tarde algo sobre el problema de las con-
diciones que debe satisfacer un enunciado explicativo teleológico para que se
le pueda considerar propiamente una demostración científica y no teleológica
del explanandum. Por el momento, sólo quiero dejar claro que supondré que
cuando Bunge dice “error teleológico” se compromete con dos afirmaciones:
(a) que la proposición relativa a este “error” no significa ni más ni menos que
una proposición que afirma que toda explanación teleológica es una falacia
tanto sobre la “finalidad divina” atribuida a “los fenómenos” cuanto sobre la
“finalidad humana” inherente a los de este carácter; (b) que quien afirma el
“error teleológico” puede decirse que da una definición que supone que todos
los explanables en términos del modelo nomológico deductivo de Carl G.
Hemple,117 puesto que el enunciado que afirma el “error teleológico” es ver-
dadera, una definición correcta del significado de la proposición mencionada.
117. Cfr. Hempel, Carl G., “Explanation on Sciencies and History”, en The Philosophy of Science
(1968), Oxford University Press, Londres (compilador P. H. NIDDITCH), § 2; “Aspect of
Scientific Explanation”, en Aspects of Scientific Explanation and other Essays in the Philosophy of
Science (1965); “Deductive-Nomological vs. Statistical Explanation”, en Minnesota Studies in
the Philosophy of Science, vol. III (1962).
¿Pero qué quiere decir Bunge al afirmar que si bien el teleologismo “im-
plica conceptos falsos acerca del origen y la naturaleza del derecho, no tanto
respecto a su desarrollo histórico y actual? Este problema me ha dejado te-
rriblemente perplejo. Mas pienso que puedo vislumbrar algo que quizá haya
querido decir, y que encaja con otras afirmaciones suyas. Si quisiese decir que
el imperio de la “causa efficiens” corresponde al “derecho […] en su origen”,
mas no a éste en la actualidad, afirmaría simplemente que Bunge expresa una
proposición autocontradictoria, y por tanto solo necesitaría decirnos cuáles
son las propiedades del nuevo derecho que, según él, diferiría del primitivo,
para que nosotros comprendiésemos perfectamente su punto de vista y dis-
cutiésemos si es verdadero o no. Pero lo que afirma es que él no ha querido
significar con sus proposiciones relativas al derecho en su origen que éste fuera
tan inconsciente “como la materia inorgánica, sino solo que […] él [debía]
carecer de la conciencia finalista del hombre histórico, o sea de lo que general-
mente se llama ‘conciencia’ en psicología”. Lo que quiere decir se hace más
sencillo si consideramos cuáles son, según él, los dos tipos de significado de
la “conciencia finalista” en cuestión. Dice que el “derecho histórico” representa
una continuación del primitivo caracterizado por la “actividad de nuestros
antepasados animales”, y que el no advertir este hecho “es precisamente lo que
constituye la sustancia del error teleológico en jurisprudencia”.125 También
nos dice que si “las escuelas teológicas y clásicas lo llevan a grado extremo, y
acaso ninguna más que las teorías racionalistas de fines del siglo XVIII”, no
se puede negar al mismo tiempo que la “escuela histórica inicia […] [inme-
diatamente después] una primera reacción positiva”.126
En consecuencia, cuando dice que “lo que generalmente se llama ‘con-
ciencia’ en psicología” corresponde a la noción de “la conciencia finalista del
hombre histórico”, quiere decir al parecer que esta correspondencia no se
refiere a un acto nuevo teleológico abruptamente configurado como punto de
partida de “desarrollo histórico” del derecho. Siendo “las primitivas normas
jurídicas” diversas de “la materia inorgánica”, el teleologismo extremo de las
“teorías racionalistas” dieciochescas, al negar la continuidad del “hombre histó-
que, aunque “mas o menos vaga y nebulosa”, con todo se resuelve en una
“finalidad utilitaria” y por eso en una teleología eudemonista contraria a
toda teología y no solamente a una visión teleológica de las normas sobre
la conducta humana. Es falso, naturalmente, que su visión opuesta a la tesis
del llamado “error teleológico” signifique la afirmación de este mismo error
que supondría la atribución de la “causa finalis” al derecho primitivo; es pre-
cisamente la negación de él. Pero tampoco el punto de vista contrario a esta
causa implica la afirmación de la “causa efficiens” como determinante. Esta es
la razón por la que habría que rechazar cualquier opinión en el sentido de
que la tesis defendida por Bunge sobre este particular en su Teoría del Derecho
(Principios de Sociología Jurídica) se resuelve en un punto de vista mecanicis-
ta extremo. Su negación de toda teleología teológica y su afirmación de la
“aquiescencia experimental” en que consiste el sometimiento de los hombres a
las normas jurídicas como derivada de “una adaptación todavía sin conciencia
y sin voluntad determinantes”132 no necesariamente implica la exclusión de
la “causa finalis”.
Pero nada hay en lo expuesto en el apartado sobre “El error teleológico en la
ciencia jurídica” que implique la negación de la tesis causalista. Todas las pro-
posiciones formuladas en su discurso sobre el señalado “error” son de tipo que
definiría como “cuasi teleológico”. Y ex hypothesi, ninguna proposición del tipo
definible como teleológico habría de ser verdadera con respecto a la afirmación
central de que “el hombre crea las normas jurídicas por simples movimientos
casi reflejos, sin darse cuenta de su alcance, su objeto ulterior, su finalidad social”,133
ya que esta afirmación está más próxima a la idea de las conexiones nómicas
que a las de una explanación práctica contradictoria con ella.
Bibliografía
Bunge, Carlos Octavio, Teoría del Derecho (Principios de Sociología Jurídica),
1905.
Introducción
Lisandro de la Torre, figura política indiscutible de la primera mitad
del siglo XX, tuvo en su larga trayectoria parlamentaria una coherencia en
su pensamiento y accionar poco común. Algunos historiadores de las ideas
políticas de ese período lo tenían como un político de escasa relevancia hasta
su decidida actuación en el Senado de la década infame en la defensa de una
política nacional del comercio de las carnes y su denuncia contra los manejos
corruptos de los frigoríficos extranjeros en las exportaciones de carnes. Cuan-
do de la Torre asume una bandera que algunos consideraron que pertenecía al
campo nacional contra la denominada “oligarquía” y “el imperialismo” se lo
erige en el “fiscal de la patria” Se piensa que este político de origen liberal y
en algunos casos considerado conservador, había dado una vuelta de página a
su biografía política primigenia, y por ello debía ser rescatado, ahora sí, para
las páginas doradas de la historia nacional.
Lisandro de la Torre tuvo un origen en la política en el naciente Partido
Radical, asumió incluso una actitud “revolucionaria”, no es otra su actuación
luego de graduado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos
Aires al adherir a la Unión Cívica. Lideradas por Leandro N. Alem y Aristó-
bulo del Valle, su adhesión a las acciones revolucionarias las justificaba de esta
* Doctor de la Universidad de Buenos Aires. Profesor Consulto de Teoría General del Derecho
y Filosofía del Derecho, UBA.
La tesis universitaria
Volviendo sobre su tesis sobre el Régimen Municipal, el Capítulo I lleva
como título: “Las Instituciones Municipales: su importancia y su influencia
sobre la constitución social”, allí adelanta como hipótesis que las ciencias
sociales de ese siglo habían avanzado en cuestiones como la de la libertad,
el parlamentarismo y el Estado. Considera que la cuestión municipal no ha
sido olvidada y se encontraba ligada a todas esas cuestiones vitales como la de
cualquiera de los problemas políticos. Pensaba el autor que convenía amoldar
el Estado a las exigencias esenciales a la comuna, que la consideraba como un
organismo completo.
Entendía que el régimen comunal más cercano a los individuos sería el
reflejo de la libertad y autonomía futura de la República Argentina. Ello,
consideraba, estaba consagrado en la Constitución Nacional. Ella establecía
que las provincias debían asegurar el régimen municipal. Este sistema ase-
gura que la asociación de todo centro de población aspira al bienestar general
sin que aparezca el aspecto político, estaba implícito que la asociación tenía
derecho a exigir en determinados aspectos su independencia del Estado.
Conservar caminos, sostener la escuela o construir cementerios no era
parte, históricamente, de la estructura del Estado, como tampoco de su or-
ganización política. Los cambios que luego devinieron tenían la finalidad de
alcanzar la mayor perfección política. La democracia, sostenía De la Torre,
está obligada a fomentarla y alejarla de los avatares de la política del Estado.
Pues cuando el Estado le confiere funciones políticas, simultáneamente se
debilita su existencia al someterlas a su tutela con la caída de la libertad y el
sometimiento al poder central.
De la Torre en este trabajo nos entrega una cita del Dr. Lucio V. López
que resulta de absoluto interés. Decía el autor de la cita:
“Ha transcurrido más de medio siglo desde el día en que fuera uniforme-
mente aceptada la Constitución Argentina, y es doloroso comprobar que los
frutos cosechados en el campo del sufragio son escasos. Gobiernos electores
se han interpuesto sin cesar entre las urnas y el pueblo y, al final de la larga
experiencia nos encontramos en plena bancarrota democrática, sin partidos,
sin programas, sin hábitos orgánicos en el pueblo”.
lúcida, suponía quizás con razón que era indispensable la policía comunal.
Pues creía que esa policía sería una autoridad más respetuosa de los derechos
individuales, más prudente y pacífica que aquellas policías militarizadas que
esparcen inquietud en las campañas y más en épocas electorales. Daba como
ejemplo de la pertinencia de su propuesta, cómo funcionaban en Estados
Unidos, en Inglaterra y en Australia, sociedades democráticas y organizadas.
Dos aspectos resalta el tribuno, el primero, la necesidad de que sean las legis-
laturas las que tengan la iniciativa de legislar y que se vede al Ejecutivo tal
posibilidad, y sería colegislador solo con el poder de veto. En segundo lugar,
instaurar formas de referéndum e iniciativa popular, excluyentes del veto del
Ejecutivo. ¿Que opinaba sobre el régimen municipal en las provincias? Esto
decía:
“La policía y la justicia de paz, esos dos factores principales de todo proceso
electoral, dependen del Poder Ejecutivo; los cargos públicos se proveen todos
por nombramientos directos de los gobernadores y se renuevan a capricho. La
Honorable Cámara sabe que en estos momentos el Partido Radical, triunfan-
te en Santa Fe, renueva en masa y sin sumario empleados administrativos con
veinte años de servicios, empleados que, muchos de ellos, no han intervenido
nunca en política, y recompensa con esos puestos a amigos o a partidarios
que no tienen otros títulos ni otros merecimientos”. Seguía diciendo: “ (…)
El Estado se apodera de rentas que son esencialmente municipales; y desapa-
rece así la independencia financiera de las comunas y su poder de iniciativa,
aumentando en cambio, la preponderancia del poder central, de quien de-
penderá, casi en absoluto satisfacer o no las necesidades locales que exigen
gastos de consideración…”
con impuestos a las rentas de las comunas2, podría afirmarse que De la Torre
pensaba en una democracia participativa que provenía de abajo, del propio
pueblo, pero con un alto grado de racionalidad. La participación en la vida de
las comunas le parecía una forma de extinguir el caudillismo, de reemplazarlo
por líderes políticos que formaran parte de estructuras políticas de partidos
organizados. Pero advertía sobre el desvarío que significaría que un partido en
el poder se perpetuara usando su influencia en detrimento de sus adversarios.
La centralización de las policías locales en manos de los gobernadores era para
De la Torre la herramienta más fuerte para perpetuarse en el poder, se requería
un cambio, ese cambio no era otra cosa que delegar la policía a las comunas.
La cultura política de nuestro país debía llegar a una etapa superior y ello
sería cuando se lograra la libertad electoral. Esa libertad electoral solo podría
lograrse en plenitud si las instituciones provinciales alcanzaban una organi-
cidad institucional que suponía la no “exclusión funesta” de las oposiciones.
Quizás haya sido la propuesta laicista de esa Constitución la que haya pro-
vocado las reacciones de los sectores religiosos y clericales que influyera en
la decisión del gobernador. Así opina Larra (2003) en el pequeño prólogo
que hace al jugoso debate parlamentario que generara Lisandro de la Torre
como diputado por la minoría demoprogresista de Santa Fe en la Honorable
Cámara de Diputados de la Nación. Algo similar, pero que culminó con un
golpe de Estado mediante una pueblada, le ocurrió a Nicasio Oroño con su
proyecto laicista cuando fue gobernador del la Provincia de Santa Fe. En un
caso, un gobernador anula la reforma constitucional, en el otro caso, oposito-
res políticos y contrarios a la línea secularizadora de Oroño, gestan su caída.
Un autor como Loris Zanatta (1996) califica a Lisandro de la Torre como
uno de los liberales más coherentes de la política argentina quien se vio obli-
gado, por defender principios y convicciones, a enfrentarse con la Iglesia. El
mismo De la Torre muestra su extrañeza y explica este enfrentamiento de
manera singular frente al atropello de lo que consideró la declaración de ilega-
lidad decretada por el gobernador radical, futuro candidato a Vicepresidente
de la Nación, muchos años después. Esto decía De la Torre:
doctor Montes de Oca y del doctor González Calderón. El decreto del Poder
Ejecutivo de Santa Fe se apoyaba en un estudio que lo acompañaba, desarrolla-
do por el doctor Manuel Augusto Montes de Oca. Aseguraba De la Torre que
ese dictamen influía en el juicio público con el argumento de autoridad: “El
doctor Montes de Oca lo ha fundado, el doctor Montes de Oca lo considera
constitucional.” En verdad, De la Torre afirma, y en el debate lo reconoce el
Dr. González Calderón, que ellos no se habían pronunciado sobre las faculta-
des para anular la Constitución por parte del gobernador Mosca. Montes de
Oca, en su dictamen había reeditado una opinión de González Calderón en
la cual le negaba a la Convención Constituyente facultades implícitas para
prorrogar el plazo de sus sesiones, pero de ninguna manera ello facultaba
al gobernador a actuar de hecho ya que la cuestión debía ser deferida a la
Legislatura. La Convención Constituyente había prorrogado el plazo de sus
sesiones, más allá de los noventa días fijados por la Legislatura, y no había
razón, según De La Torre, para que el gobernador por las vías de hecho
denegara la licitud de la reforma.
El punto central era de esta manera, si la Convención Constituyente tenía
facultades implícitas para prorrogar sus sesiones, González Calderón y Montes
de Oca sostenían que no. Pero admitían que la Legislatura Provincial tenía
facultades implícitas para determinar el plazo de duración de la Convención
Constituyente. Los argumentos de De La Torre:
“(…) ¿Qué se entiende, señor Presidente, por facultades implícitas? Son las
que necesita esencialmente un cuerpo para llenar sus funciones para las que
ha sido creado. Son facultades limitadas por la esfera de acción de las otras
entidades que van a ser afectadas por su ejercicio; como todo sistema de go-
bierno es ante todo una coordinación de derechos, de deberes y de funciones
(…)” “¿Es esencial, para que una reforma constitucional se realice, que la
Legislatura tenga la facultad exclusiva de fijar el término de duración de las
sesiones de la convención? No es esencial”. Para De la Torre sí es esencial que
la Convención Constituyente pueda continuar funcionando el tiempo necesa-
rio para realizarla. Resume su pensamiento así: “He ahí resuelto el conflicto:
prevalece la facultad que salva la existencia del cuerpo y cumplimiento de la
voluntad popular; cede la que lo llevaría al fracaso”.
“Esto es dice –Paschal–(sic), aun los poderes implícitos están sujetos a con-
diciones importantes cuando son usados como medios para llevar a ejecución
poderes o derechos; deben ser llevados a ejecución de manera de no perjudicar
a otros y como relacionados o subordinados a estos: que cuando los poderes
implícitos o medios usados llegan a ponerse en contacto con los poderes im-
plícitos o medios usados por otros poderes en ejecución de poderes o derechos
investidos en ellos, el menos importante debe ceder al más importante, lo
conveniente a lo útil y ambos a la salud y seguridad, porque es conveniente
hacerlo así”.
3. John Alexander Jameson, The constitutional convention. New York, Scribner, 1867.
había prorrogado por sí las sesiones que tenían un plazo determinado fijado
por la Legislatura. De la Torre cita como ejemplo el caso de la Provincia de
Tucumán, cuya constitución –vigente en la época del debate– había sido el
resultado de una prórroga de las sesiones. Se advierte en la posición de De
la Torre una postura cercana al ejercicio de una democracia cuyas decisiones
no deben estar sujetas a revisión judicial, cuestión en disputa actualmente.
Aprueba el fallo de la Corte Suprema de Pensilvania con las siguientes pala-
bras: “(…) las constituciones votadas por el pueblo, no pueden ser objeto de
controversias ante el Poder Judicial, doctrina luminosa y racional que impide
el caos y que impide también a un grupo de magistrados tendenciosos, como
ha ocurrido en Santa Fe, malograr la voluntad del pueblo”.
Llamativamente, De la Torre señala más adelante: “(…) Y en aquel ma-
nifiesto –se refiere al manifiesto de su partido- se citó otro antecedente que es
notable, por la seguridad del concepto jurídico que revela en la administra-
ción, en la magistratura y en el pueblo de los Estados Unidos y que forma
un doloroso contraste con lo ocurrido entre nosotros, donde la inconsciencia,
la arbitrariedad y el servilismo conmueven todos los días las bases de la or-
ganización nacional” y más adelante con una retórica vibrante afirma: “En
presencia de antecedentes tan copiosos y expresivos ¿cómo han podido excla-
mar los doctores González Calderón y Montes de Oca, tan jactanciosamente,
al sostener la preeminencia absoluta de las legislaturas sobre las convenciones:
‘esta es la verdadera doctrina’. ¿La doctrina de quién? La doctrina de nadie”.
Y luego de citar una serie de precedentes que desvinculaba cada vez más a las
legislaturas –Poder Legislativo– de las convenciones –Poder Constituyente–
en los Estados Unidos, en la República Argentina, dice: “(...) una convención
constituyente elegida por el pueblo es desconocida, no ya por la Legislatura,
sino por el gobernador, nada más que por tener a su servicio el sable de los
vigilantes.” En su perseverante ofuscación contra el gobierno radical, en el
que en su seno había nacido a la política, De la Torre culmina esa parte de su
exposición con una frase de este tenor: “¿Constituirá este hecho inaudito un
nuevo triunfo glorioso de la regeneración radical? Así será, pero es un nuevo
triunfo de la arbitrariedad sobre el derecho, y de la barbarie sobre la civiliza-
ción”. “El diario de sesiones registra (¡Muy bien! ¡Muy bien!)”.
“Dueña hoy de sus destinos la humanidad, que tantos siglos se sintiera apri-
sionada por ataduras autocráticas, marcha libremente hacia concepciones
nuevas y justas de vida. No puede avanzar como debiera, sin sobresaltos,
porque la detienen o la arrastran alternativamente dos opuestos fanatismos:
el maximalismo sangriento que la empuja hacia delante, y el ultra conser-
vadurismo estrecho que la tira para atrás. No es fácil determinar cuál de los
dos sea un peligro más serio para la marcha del mundo”.
A modo de conclusión
Progresismo y laicismo son dos de las vertientes esenciales del ideario
del llamado Tribuno de la República. Hombre culto, instruido, erudito, co-
nocedor profundo de las necesidades de su país. Iracundo en la polémica,
pero honesto, sin dobles intenciones, convencido de sus ideas, propugnaba
una democracia evolutiva. Siempre atento a las necesidades de aquellos que
consideraba postergados, pero sin apelar a expresiones demagógicas. No se
consideraba un abanderado de las causas nobles, muy por el contrario con-
fiaba de manera esencial en la opinión pública. No consideraba honesto en
política apelar a la manipulación de las masas, que por esos años comenzaba
a enseñorearse en las tribunas políticas de los países que culminarían en regí-
menes autocráticos. No estaba en su ánimo alcanzar los más altos cargos de la
nación, si para ello había que recurrir a transigir con proyectos autoritarios, o
influir sin ideas programáticas en sectores vulnerables a los discursos emoti-
vos que no apelan a la reflexión sino más bien a lo que consideraba intereses
subalternos.
Bibliografía
Torre, Lisandro de la, Obras de Lisandro de la Torre, Buenos Aires, Hemisferio,
1954. 6 tomos.
Introducción
Un Estado moderno consolidado, tal el nuestro en los años 1880, compor-
tó desde otros aspectos tener, por parte de sus mentores y gestores, una idea
concreta del ciudadano procurado. Para ello la educación jugó un rol central.
En este artículo nos adentraremos en el mundo de la educación en su primera
instancia formativa, esto es, la primaria. A través de un interesante debate que
se desarrolló en el seno del Primer Congreso Pedagógico Internacional quedó
plasmada una idea central del momento aludido: la formación del ciudadano
habría de comenzar en y con su escolarización. Esto es, entonces, la alfabeti-
zación y la socialización –funciones principales de la institución educativa:
escuela primaria– harían de pilares para la con-formación del individuo en
su ejercicio de derechohabiente a través de su formación en el conocimiento
del derecho.2
1. Este trabajo ha sido presentado en un artículo en colaboración para la revista electrónica del
Instituto de Investigaciones Jurídicas y Sociales A. L. Gioja. (en edición)
* Doctoranda en Derecho Político, FD, UBA. Auxiliar docente Teoría del Estado, FD, UBA.
Miembro adscripta al Instituto de Investigaciones Jurídicas y Sociales, Dr. Ambrosio L. Gioja,
FD, UBA. Miembro proyecto Ubacyt, 002010010002.
2. Nos encontramos en la primera instancia de esta investigación, de allí la finalidad, la presen-
tación del corpus y las reflexiones en torno a ella.
Desarrollo
Durante la primera semana de diciembre de 1881 se decretó la realización
del primer congreso pedagógico de nuestro país. La convocatoria se debía a
Domingo Faustino Sarmiento y Julio A. Costa. El marco lo daba la Exposi-
ción continental de la industria considerado un momento más que propicio
para la discusión y reflexión del sistema educativo argentino en tanto se apro-
vecharía la llegada de diversas personas y personalidades de diversos ámbitos
de tal manera que quedaría abierto el camino para el intercambio de ideas
y trabajo de análisis y reflexión en procura de aportar mejoras al sistema de
educación argentino. Chile y Uruguay serían aquellos que se destacarían en
su presencia y participación.
3. La Biblioteca Nacional del Maestro ha digitalizado la colección en cuya virtud a través de sus
tres volúmenes se puede encontrar la colección completa, web site: http://www.bnm.me.gov.ar
4. Alió, Agustín Mariano (1871-1874), Rector del Colegio del Uruguay (actual Colegio Superior
del Uruguay Justo José de Urquiza), institución educativa argentina, creada por el General
Justo José de Urquiza, el 28 de julio de 1849, primero en el país de carácter laico y gratuito.
5. Berra, Francisco A., abogado y educador. Introduce en Buenos Aires la teoría de la pedagogía.
Fue Director Nacional de Escuelas.
6. de Pena, Carlos María, (Durazno, Uruguay, 1852 - E. U. A. 1918). Licenciado en Jurispru-
dencia en la Universidad de la República. Político, Ministro de Estado, diplomático y docente
universitario uruguayo.
7. Urien, Carlos María, (1855-1921), escritor y abogado argentino. Una de sus principales obras
es Geografía argentina: estudio histórico, físico, político, social y económico de la República Argentina,
escrita en colaboración con Ezio Colombo.
8. Ramírez, Carlos María (San Gonzalo, Brasil, 1847 - Montevideo, 1898), licenciado en juris-
prudencia, periodista, ensayista, narrador y político.
9. Uriarte, Gregorio, autor de Estudios Históricos Sobre la Instrucción Primaria y Secundaria en la
República Argentina.1896.
10. Vásquez Acevedo, Alfredo, (8 de julio de 1844, Buenos Aires - 23 de julio de 1923, Monte-
video). Estudios primarios en Buenos Aires, licenciado en jurisprudencia y político uruguayo.
11. Escalante, Wenceslao, (Santa Fe, 28 de septiembre de 1852 - Buenos Aires, 1912). Abogado
(UBA). Profesor de Filosofía del Derecho, UBA. y Ministro de Hacienda de la Argentina.
Congreso Pedagógico12
“(...) Dr. Berra.- Se recomienda, –para el caso que sea posible– la enseñanza
del derecho civil, del derecho penal, de la economía política y de la pedago-
gía. Esta condición –para el caso que sea posible– parece que debiera hacer
innecesaria toda discusión, puesto que si no es posible nada se enseña. Sin
embargo se discute; y ya que se discute, vamos a discutir.
12. Transcripción de la versión digitalizada por la Biblioteca Nacional del Maestro de la Colección
El monitor. Título: Congreso Pedagógico: continuación, véase nro. 58 en El Monitor de la
Educación Común. Buenos Aires, Consejo Nacional de Educación, 1884. - Año 3, nº 59 (mayo
1884), p. 609-618, [en línea] htpp://www.bnm.me.gov.ar [Consulta agosto 2011].
Acaso mas de una se haya peguntado: Pero ¿con la pedagogía quieren hacer
maestros de todo el mundo? A esto que parece estraño, yo respondería afir-
mativamente. Si, señor, maestros á todo el mundo!
La razón es la siguiente: ¿Por qué aprende pedagogía el maestro de escuela?
¿Cuál es la razón de que tanto se les exija el conocimiento de esta asignatura?
La razón no es otra que esta: Que sepa instruir bien á sus alumnos, y, sobre
todo que sepa educarlos bien, porque es evidente que el que no sabe, el que
no tiene conocimientos pedagógicos, el que no sabe cómo se instruye ó como
se educa, no puede instruir ni educar bien.
Ahora, el maestro y la maestra no son mas que delegados del padre y de la
madre. Vienen á ejercer en la escuela las funciones que el padre y la madre
deben ejercer en su casa, desde que tienen un hijo, desde el día que nace,
porque el niño se educa desde el día que nace.
Y si se acepta, como debe aceptarse, como un axioma, que las primeras im-
presiones de la infancia son las que vienen á determinar el carácter futuro de
las personas, desarrollándose gradualmente debido á un impulso que reciben
desde el primer momento, compréndese cuán transcendental función, en
el orden de la sociedad y de la familia, es la que desempeñan la madre y el
padre, que deben educar a un hijo desde que lo tienen.
Si para los maestros y maestras es absolutamente indispensable el conoci-
miento de esta ciencia, lo es mucho mas para el padre y la madre, sobre todo
para la madre, cuya acción es continua respecto de su familia.
De esta manera que la ciencia pedagógica no debe ser materia de estudio
voluntario: debe ser materia obligatoria para todo el mundo, porque todo el
mundo está llamado á ser padre ó madre, aunque excepcionalmente no lo sean.
El resistirse, y creo que la resistencia es excepcional, acusa, en mi opinión,
no conocer bastante bien cuales son los bienes prácticos de todo programa.
Nunca se instruye por el gusto de instruir, nunca se educa para que esa ins-
trucción y esa educación vengan á reflejarse, á traducirse en hechos en la vida
constante de las personas.
Por eso los programas deben ser eminentemente positivos y prácticos, y por
eso deben preferirse las ciencias mas practicas, los conocimientos mas necesa-
rios en el orden ordinario de la sociedad, y es indisputable que si hay ciencias
que tengan esos caracteres, que los acusan todos, son la economía política y
la pedagogía, y en segundo lugar las nociones de derecho civil y penal.
Yo no quiero hacer cuestión con la Comisión sobre si esas materias deben ser
obligatorias o no. Mi opinión es que sí; Pero, puesto que ella se ha espedido
haciendo una simple recomendación, para el caso que sea posible, yo acato
el proyecto, y creo que el Congreso se adherirá.
Así, pues, voy á terminar mi pequeña disertación, expresando mi pensamien-
to último: si llegase á saberse que esto se ha propuesto y no se ha aceptado
por la unanimidad de todos los presentes, sería algo que nos afectaría en el
concepto público.
He dicho.”
“El Dr. Urien.- Indudablemente, es muy conveniente que todos los indi-
viduos de la sociedad tengan nociones de derecho; pero por mi parte, no
quisiera dar lugar á que se desarrollaran mil errores en la inteligencia de los
niños, por gente que no sabe explicar materias que no entiende, como un
profesor que, explicando economía política decía: ‘La moneda es una pieza
de metal cilíndrica, que sirva para comprar y pagar’.
Estas son las nociones que se van á enseñar!
Así serán los principios de derecho civil y criminal!”
niños, debe ser gradual, correspondiéndose sus ramos, como los anillos de
una cadena, los unos á los otros, de tal manera que si en un programa de
instrucción primaria invadimos la enseñanza superior, violamos los princi-
pios de la pedagogía moderna, a cuyo amparo hemos dictado todas nuestras
anteriores declaraciones.
Y no se diga que vamos á aplicar los sistemas modernos, que son conocidos
de todos los que se consagran á la ciencia pedagógica.
La Francia ha dado este paso, pero es posible que tenga que retroceder algun
dia, como ha hecho con otras instituciones, por no estar todavía preparado
el terreno para recibirlas.
No es preciso que adoptemos las cosas á su tiempo y lugar, que se siembre
la semilla en el terreno propio, adecuado. La naturaleza no dá saltos: lo han
dicho los mas grandes pensadores de la humanidad: va marchando paulatina-
mente; y empeñarse ahora en poner en un programa de instrucción primaria,
la última palabra de la ciencia, seria precipitarnos para tener que retroceder.
Es irregular, no está en el orden de la época, por lo cual insisto en que debe
votarse en contra de la Comisión, que propone algo muy buen, muy seductor,
pero irrealizable hoy día.”
“Artículo primero
La enseñanza primaria comprende:
La instrucción moral y cívica.
La lectura y la escritura;
La lengua y los elementos de la literatura francesa;
La geografía, particularmente la de Francia;
La historia, particularmente la de Francia hasta nuestros días;
Algunas lecciones frecuentes de derecho y de economía política.
Los elementos de las ciencias naturales físicas y matemáticas, sus aplicaciones
a la agricultura, a la higiene a las artes industriales, trabajos manuales y uso
de las herramientas de las principales actividades;
Los elementos del dibujo, del modelado y de la música;
La gimnasia
Para los varones, los ejercicios militares;
Para las mujeres, los trabajos con aguja.
El artículo 23 de la ley del 15 de marzo de 1850 queda abrogado.”14
13. Bocandé, F. B.y Benoît Lévy, Edmond, Manuel pratique pour l’application de la loi sur l’instruction
obligatoire, contenant le résumé des débats parlementaires, le commentaire de la loi, les circulaires, arrêtés
et décrets relatifs à son application et une table alphabétique détaillée avec une préface par M. Jean
Macé, París, Cerf, 1882. [en línea] http://catalogue.bnf.fr/ark:/12148/cb301166496 [Consulta:
marzo 2012]
14. [en línea] http://dcalin.fr/textoff/code_education.html#3128 [Consulta marzo 2012]
Con esto observamos que una de las principales diferencias entre uno y
otro artículo y con esto de leyes, viene a ser la inclusión de impartir ciertas
nociones de derecho que incluye la ley de 1882. O sea que a más de la ins-
trucción y/o educación cívica per se que adquiere el carácter de obligatoria se
agrega el derecho y economía política en ciertas nociones.
Ahora bien, en un trabajo de Bocandé y Benoît (1882)15 en torno a rea-
lizar un análisis e interpretación de esa nueva ley nos encontramos que la
agregación de la necesidad de hacer conocer conceptos básicos, específica-
mente, de derecho habría sido entendido como elemento llamado a reforzar
los conocimientos cívicos en los educandos. Citamos:
“¿Qué nos piden? ¿La definición de instrucción cívica? ¡Como si fuera una
novedad! Yo establecí en la primera deliberación cuán inofensiva era esta
novedad y al mismo tiempo cuán necesaria. Mostré al Senado que no se trata
de ninguna empresa contra la consciencia política de las familias sino de una
tentativa, que se puede encontrar incluso tardía en nuestro país de sufragio
universal, en vista de comenzar desde la primera edad la educación del futuro
elector o del futuro ciudadano, es lo mismo. Es, en efecto, un futuro elector,
porque es un futuro ciudadano y hallo legítimo, como ya tuve el honor de
expresarlo, encontrar como una política esencialmente conservadora la de no
permitir a esta masa de niños, de jóvenes inteligencias para las cuales toda
la alimentación intelectual está restringida únicamente al periodo escolar,
a menudo a una delgada parte del período escolar, dejarlos sin nociones de
Patria, sin nociones sobre el gobierno, sin nociones sobre la Constitucion,
sin nociones sobre la sociedad.
No es una respuesta, es una declaración que les doy; declaración superflua,
porque ya la hice en la última deliberación y aquí solo la renuevo; el Gobier-
no entiende por instrucción cívica un conjunto de nociones descriptivas de
nuestras instituciones. Se cree que en un país con sufragio universal los prin-
cipios del derecho cívico dados bajo esta forma elemental forman parte de
las materias obligatorias de la enseñanza primaria. No obstante, el Gobierno
siempre se opondrá a lo que bajo pretexto de instrucción cívica, degenera en
por las normas de las esferas civil y penal. Y allí la importancia que el niño
formándose como ciudadano ya adquiriera a temprana edad las bases del orde-
namiento jurídico existente. De tal manera se reforzaría la idea de nación pero
en su valor de perduración. Continuaría por el tipo de convivencia adoptado
e informado y formador de los nuevos y jóvenes ciudadanos.
Proseguimos con la citación del debate.
“Pide la palabra.
El Dr. Uriarte.- Señor Presidente: hubiera deseado no tomar la palabra, y
esta era mi resolucion ántes de la votación que ha tendido lugar; sin embargo,
reabierto el debate, aprovecho la oportunidad de ponerme de acuerdo con la
Comision, que quizá iba á suponer en mi el atrevimiento que pueda haber
manifestado en otras ocasiones, poniéndome en pugna con ella.
Pero ya que se han conciliado algunos términos, voy á oponer algunas obser-
vaciones á las que acaba de hacer el doctor Alió relativamente á las materias
incluidas en el ultimo artículo.
Desde luego se parte de un principio falso, y es de que únicamente debe-
mos atenernos á lo que existe y no á lo que puede existir. El Congreso no se
reúne para sancionar todo aquello que ya está sancionado por la práctica y la
experiencia, porque entonces no avanzaría absolutamente nada. El Congreso
se reúne para corroborar en cierta manera los adelantos de la pedagogía y los
sistemas mejores de educación, para señalar los rumbos que hagan progresar
esos sistemas, y al mismo tiempo todo lo que á su jurisdicción se refiere.
De manera que si en la actualidad no se enseña economía política (en el
concepto de los señores que se oponen), y aun suponiendo que no se enseñe
economía política ni derecho civil ni penal, en las escuelas, eso no quiere
decir que en lo sucesivo no deba enseñarse ó no convenga; y hé aquí por qué
me veo en el caso de repetir lo que se ha dicho ya: el Congreso por medio de
ese artículo manifiesta una aspiración, y todas las aspiraciones van al porve-
nir; pero es necesario para que se realicen que junto con la aspiración vaya
el deseo y sobre todo el esfuerzo; y ese esfuerzo no se consagrará mientras
no se acepten disposiciones análogas á la que acaba de combatir el Dr. Alió.
Decia además el Dr. Alió que para exigir la enseñanza del derecho civil y
penal y de la economía política sería menester reformar los planes de ense-
DECLARACIONES DEL
CONGRESO PEDAGÓGICO INTERNACIONAL
________________
I- IV (…)
V.
Sobre programas de enseñanza y principios de su distribución en las
escuelas comunes.
________________
primera
Los programas de enseñanza común deben ajustarse á un sistema gradual y
uniforme.
segunda
Las materias de enseñanza deben distribuirse en ocho grados, de manera
que cada grado corresponda á los adelantos que un niño de inteligencia y
aplicación ordinarias pueda hacer en un año escolar.
tercera
Son materias indispensables de enseñanza común las siguientes: lecciones
sobre objetos, lectura, música, gimnasia, dibujo, escritura, aritmética, moral,
gramática, composición oral y escrita, con nociones generales de estilo y de
las formas más comunes de producciones literarias, geografía política, física
y astronómica, instrucción cívica, historia nacional, nociones de historia na-
tural, de filosófica é higiene, de física, de química, de geometría y álgebra,
de teneduría de libros y de historia universal.
Las escuelas de niñas comprenderán también la costura, el corte y la econo-
mía doméstica; y las rurales, lecciones de ganadería y agricultura.
cuarta
Habría, además, conveniencia, siendo posible, en que se dieran en los últi-
mos grados de la escuela algunas nociones muy sencillas de pedagogía, de
economía política y de principios de derecho civil y penal. (…)”
_________________
Conclusiones
El debate traído al presente nos llama a una extensa reflexión en los diver-
sos ámbitos de la realidad de un Estado: el educativo, el jurídico, el político,
el cultural, el científico, el formativo, etc. Por ello, en cuanto a su riqueza
y valor, la finalidad perseguida en este articulo ha sido la de presentarlo y, a
partir de aquí, comenzar a abordarlo desde sus diversas manifestaciones. No
cabe duda de que este debate concentra no solamente nociones educativas
cuanto un conjunto de ideas y mentalidades de la época en proyección.
Lo primero que destacamos es el hecho de que los miembros intervinien-
tes tuvieran procedencias diversas. Con esto la discusión acaecida giró en
torno a una cartografía, en sentido estricto, regional: la rioplatense. Desde
este punto de vista se inscribe, este debate y sus declaraciones, en una histo-
riografía rioplatense de la educación del siglo XIX.
Otro punto que destacamos es el de la formación de los congresales.
Todos, de un modo u otro, estuvieron consustanciados con la política y la
conformación de los programas de Estado del momento. Cada uno de ellos
ocupó cargos de relevancia en la escena política local de sus Estados.
De la discusión surge con claridad el objetivo último perseguido por cada
uno de los integrantes del Congreso pedagógico: la formación del y de un
ciudadano. A este ciudadano se lo asume en su calidad de derechohabiente
pero con un criterio, en un cierto sentido, innovador cual es que la formación
sirva de marco protectorio en relación a la convivencia en sociedad. Ya no es el
derecho per se el que lo protegerá cuanto la formación en ese o esos derecho/s
lo/s que lo hará/n.
En esto la educación es concebida como formativa y no informativa y/o
prescriptiva. El ser prepondera ante el deber ser. Y esto porque se sigue el es-
píritu de nuestra Constitución que antes de estar basado en la prohibición,
se basa en la libertad.17
17. Resulta interesante la exposición que en otro pasaje del Congreso se hace sobre el concepto de
prohibición y no prohibición, sustentado en el espíritu que quedó plasmado en la Constitución
de 1853. Ver: Volumen I. Colección El Monitor en línea http: //www.bnm.gov.ar
Bibliografía
Avellaneda, Nicolás, Escuela sin religión. [en línea] http://www.bnm.me.gov.ar
[Consulta: marzo 2012]
Brouard, Eugène, 1901, Essai d’histoire critique de l’instruction primaire en
France: de 1789 jusqu’à nos jours, monographie imprimée, vol. 1 (VIII-360
p.). París, Hachette. Bibliothèque nationale de France, département Phi-
losophie, histoire, sciences de l’homme, 8-R-17542. [en línea] <http://
catalogue.bnf.fr/ark:/12148/cb301657912 > [Consulta: marzo 2012]
CODE DE L’ÉDUCATION [en línea] <http://dcalin.fr/textoff/code_education.
html#3128 > [Consulta: marzo 2012)
De Vedia, Juan M., “Los programas de las escuelas públicas”, Conferencia
en El Monitor de la Educación común, Buenos Aires. Consejo Nacional de
Educación, 1895, pp. 289-300. [en línea] <http://www.bnm.me.gov.ar>
[Consulta: marzo 2012]
Goyau, Georges, L’école d’aujourd’hui. París, Perrin, 1899-1906, 2 vol.
VII-413, XXVI-428 p. Série 2, Bibliothèque nationale de France, dépar-
tement Philosophie, histoire, sciences de l’homme, 8-R-16208 (2), [en
línea] <http://catalogue.bnf.fr/ark:/12148/cb305302410> [Consulta:
marzo 2012]
Gutiérrez, José María y Salvador Diez Mori, “Actas de las sesiones del
consejo nacional de educación”, en El Monitor de la Educación común, Bue-
nos Aires. Consejo Nacional de Educación, 1895, p. 405-424 [en línea]
<http://www.bnm.me.gov.ar/cgi-bin/wxis.exe/opac/?IsisScript=opac/
bibdig.xis&dbn=MONI&ver_form=2>
[Consulta: marzo 2012]
Laboulaye, Édouard, La liberté d’enseignement et les projets de loi de M. Jules
Ferry, París, Larose, 1880. Bibliothèque nationale de France, 8-Ld4-7171
[en línea] <http://catalogue.bnf.fr/ark:/12148/cb340473306> [Consulta:
marzo de 2012]
Ley de educación común 1420/1884, [en línea] < http://www.bnm.
me.gov.ar/e-recursos/medar/historia_investigacion/1880_1910/politi-
cas_educativas/ley_1420.php> [Consulta. marzo 2012]
I. Introducción
Nos proponemos efectuar en este ensayo una aproximación a la revista La
Biblioteca, editada por Paul Groussac, publicada entre los años 1896 y 1898
como icono cultural argentino en los tiempos de la consolidación del Estado
ya que intentaremos navegar por el exterior e interior de este privilegiado
espacio cultural de y para la intelligentsia de la época.
En similitud, en estos breves párrafos que sólo constituyen un apunte
inicial y señalan algunos caminos posibles –en carácter de estudio introduc-
torio que no pretende agotar la temática ni ser un punto de llegada, sino más
bien un punto de partida– ahondaremos en este ámbito de desarrollo cultural
* El presente trabajo es una versión sintética de una investigación llevada a cabo en el marco de
una beca UBACyT, categoría Estímulo.
** Estudiante de abogacía de la Facultad de Derecho (UBA). Becario de investigación UBACyT
(Estímulo 2010). Ayudante alumno de Teoría del Estado (Cátedra Ortiz) y Contratos Civiles
y Comerciales. Secretario del Seminario Permanente de investigación y docencia sobre La
Historia de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Miembro del Seminario
permanente de investigación sobre La Problemática de los Daños en la Sociedad Actual. Miembro
de equipo UBACyT. Correo electrónico: martintesta@derecho.uba.ar
1. Groussac, 1896, p. 8.
2. Coincidiendo con el investigador permanente –y señor Vicedirector– del Instituto de In-
vestigaciones Jurídicas y Sociales “Dr. Ambrosio L. Gioja”, Prof. Emérito Dr. Tulio Ortiz,
entendemos que en todo trabajo de índole humanística las hipótesis teóricas están sometidas
a una continua revisión; esto es así en virtud de que el conocimiento o la teoría se van constru-
yendo a medida que se avanza en el análisis de los datos. (Ortiz, 2008, De la Globalización…,
pp. 129-164).
3. Groussac, 1896, p. 6.
4. “Ha sido Groussac un arquitecto perspicaz y laborioso de nuestro nacionalismo. Su vida y su
obra son claro ejemplo de civismo constructor, de fervor intelectual y de asepticismo laico.
En medio de la corriente de sensualidad y oportunismo en cuyo blando oleaje naufragaron
tantos hombres valiosos de su generación, él supo mostrarse erguido, enhiesto, irradiando luz
de pensamiento y dignidad espiritual. […]. Noble espíritu que defendiendo nuestro derecho
sobre las Malvinas, nos auguró un destino de hegemonía espiritual y realización de humana
plenitud, cuyo sentido y anhelo debe penetrar íntimamente, como ideal de superación en toda
mente argentina”. Palabras tomadas del Homenaje a Paul Groussac que le hiciera el senador
–Decano, Consejero Directivo y Profesor Suplente de la Facultad de Derecho– Alfredo L. Palacios
en su alegato ante el Parlamento, sosteniendo el derecho de la Argentina a la soberanía de las
Islas Malvinas. (Palacios, 1934, p. 137-138). En este sentido, es dable destacar que es menos
conocido el hecho de que fuera precisamente Paul Groussac uno de los primeros en defender
públicamente los derechos de la Argentina sobre las Islas Malvinas a través de la publicación
(en su versión original en francés) en los Anales de la Biblioteca Nacional, pp. 401-579, tomo
VI, dedicada a la República Argentina, en marzo de 1910, la cual fuera traducida por decisión
del Parlamento Nacional, a iniciativa del propio Alfredo L. Palacios, mediante Ley 11.904,
del 26/9/1934 (Groussac, 1936). Dos copias de este ejemplar traducido integran el patrimonio
cultural de la Facultad de Derecho; se encuentran a disposición en el ámbito de la Biblioteca del
Instituto de Investigaciones Jurídicas y Sociales “Ambrosio L. Gioja”, como así también en el
acervo de la Biblioteca Central.
5. Según Eujanian, al respecto de Groussac podríamos decir que “[…] se forjó en pocos años un
destino a fuerza de voluntad y talento, pero también, de un afrancesamiento cuyo solo acento
provocaba rápidamente el respeto de los argentinos” (Eujanian, 1997, p. 13).
12. Es dable destacar que una colección completa –y en muy buen estado– compuesta por sus
ocho tomos integra el patrimonio cultural del Instituto de Investigaciones Jurídicas y Socia-
les “Ambrosio L. Gioja”, siendo adquirida gracias a un subsidio de investigación científica y
tecnológica otorgado al Proyecto UBACyT D008 y donada al referido Instituto por el Profesor
Tulio Ortiz. Al presente, la colección se encuentra disponible en la Sala Jiménez de Asúa, como
puede apreciarse a través del catálogo de la biblioteca [en línea] http://bibgioja.derecho.uba.
ar/site/php/index.php
13. Ortiz, 2006, Estado posmoderno y…, p. 3. En este sentido, coincidimos con el referido autor,
quien sostiene que “los fenómenos histórico-políticos sólo existen en la medida en que sean
objeto de un relato”. En definitiva, “todo relato consiste en un discurso que integra una suce-
sión de acontecimientos de interés humano en la unidad de una misma acción”. (Ortiz, 2003,
La Globalización…, p. 18).
parte de los Estados más críticos, tales como Italia y España, cuyos gobiernos favorecían la emi-
gración como válvula de escape de los sectores menos favorecidos, propiciando su asentamiento
y evitando una superpoblación castigada por el sino maltusiano. Por otro parte, la evolución
tecnológica permitió que se expandiera la red de ferrocarriles y de telégrafos, lo cual creó una
infraestructura no solo útil para el traslado de personas, mercaderías y de información sino
también para un mejor control del territorio por el gobierno central, inclusive para el rápido
desplazamiento de las fuerzas armadas que a éste respondían. Sumado a lo anterior estaba el he-
cho de la aplicación de modernas armas de repetición, tales como la ametralladora a partir de las
revueltas de López Jordán constituidas en temibles frente a las lanzas o arcaicos trabucos de los
tiempos hispánicos. Por vez primera el poder central contaba con medios técnicos que, a partir
de entonces, tornarían al Estado en algo técnicamente imbatible, hecho que aprenderían, a alto
costo, diversas disidencias de los siglos XIX y XX cuando osaron enfrentarlo. Pero, además de
las condiciones externas favorables y la modernización de las armas fue necesaria la existencia
de una clase política que, con claros objetivos y medios idóneos, concretara la transición hacia
un Estado moderno consolidado. La idea de clase política es ineludible aún en los regímenes
democráticos y casi inevitables cuando, como en aquellos tiempos, la idea de democracia era
muy diferente de la actual, hablándose en todo caso de “república” por encontrársela a aquella
asociada a los desbordes revolucionarios franceses. La única cuestión al respecto era saber si en
su seno se permitiría una circulación permanente de sus miembros y que lograra objetivos que
estuvieran más allá de la vida de sus protagonistas. Para entonces tales requisitos se cumplieron
y un grupo de hombres con ideas claras y precisas dieron vida al llamado “Programa del 80”
que, a más de un siglo haciendo retrospectiva se destaca no solo por sus logros sino también
por sus falencias […]”. (Ortiz, 2011, Las Transiciones políticas…).
26. Como bien afirma Ortiz: “La Facultad de Derecho no sólo conformó pensadores y estadistas,
sino también grandes escritores”. (Ortiz, 2011, Facultad de Derecho…, p. 36).
27. Borges dijo en su sepelio (1952): “Yo por aquellos años lo imité hasta la transcripción (…) Yo
sentía: Macedonio es la metafísica, es la literatura. Quienes lo precedieron pueden resplandecer
en la historia, pero erran borradores de Macedonio, versiones imperfectas y previas. No imitar
ese canon hubiera sido una negligencia increíble”. (Ortiz, 2011, Facultad de Derecho…, p. 36).
31. Maeder, ob. cit. Este autor tiene en cuenta para el ordenamiento generacional las pautas se-
ñaladas, entre otros, por Ortega, las cuales luego en 1970 serían desarrolladas por Perriaux J.
y, oportunamente, complementadas –a la luz de las leyes históricas de Arnold Toynbee– por
Ortiz. (Maeder, 1962; Perriaux, 1970; Ortiz, 1977).
32. Como desarrolla Maeder: “Valga la referencia para encontrar ejemplos de ello, en el juicio que
le mereció el libro de E. J. Weigel Muñoz, Lecciones de Filosofía General, o sus artículos sobre el
realismo literario de E. Zola o la violenta anglofobia, puesta de manifiesto en su trabajo sobre
el litigio anglo-venezolano”. (Maeder, 1962, p. 10; Groussac, 1896, pp. 618-629; Groussac,
1897, pp. 313-324, 1897; Groussac, 1896, pp. 452-487; Groussac, 1896, pp. 144-160, 1896,
entre otros).
33. Groussac, 1898, pp. 244-245.
34. Groussac, 1898, p. 248.
VII. Conclusión
Teniendo en cuenta su carácter de hito cultural, podemos concluir que la
revista La Biblioteca consistió en un movimiento (o mejor dicho, un progra-
ma) tan amplio como moderno, llevado a cabo en tiempos de globalización
y destinado al porvenir de la nación.
Este movimiento contó con la participación, en especial, de distinguidos
referentes, estudiantes, profesores y graduados de la época de la Facultad de
Derecho.
En este navegar, las distintas historias y diferentes relatos contenidos en la
revista son un buen instrumento de análisis para recorrer, conocer y descubrir
un estado moderno en su etapa de consolidación.
A modo de cierre, coincidimos en que la protagonista de aquel momento
fue, una vez más, la Facultad de Derecho, a través de sus hombres, sus luchas
y sus ideas.
Bibliografía
Abós, Álvaro, Macedonio Fernández, la biografía imposible, Buenos Aires, Plaza-
Janes, 2002.
Agulla, Juan C., Globalización y agonía de la sociedad nacional, Buenos Aires,
Ed. de Belgrano, 1999.
Ardissone, Elena, Bibliografía de Índices de publicaciones periódicas argentinas,
Buenos Aires, Instituto Bibliotecario de la Universidad de Buenos Aires,
1984.
Bruno, Paula, “Paul Groussac y La Biblioteca (1896-1898)”, en Hispamérica.
Revista de literatura, número 94, 2003, pp. 87-94.
___________, Paul Groussac: un estratega intelectual, Buenos Aires, Fondo de
Cultura Económica, Universidad de San Andrés, 2005.
___________, “Paul Groussac en la cultura”, en Revista Criterio, nro. 2321,
noviembre de 2006 [en línea] <http://www.revistacriterio.com.ar/cultu-
ra/paul-groussac-en-la-cultura> [Consulta: marzo de 2012].
Año Suceso
2
sola cátedra, de modo que, desde esa fecha hasta bastante después de la batalla de Caseros,
el Plan de Estudios Jurídicos de la Universidad de Buenos Aires era el siguiente: Derecho
Civil, Natural y de Gentes y Derecho Canónico. En el año 1852 figuran ya en el presupuesto
universitario, cátedras de Derecho Mercantil, Criminal y Economía Política, que no llegaron
a dictarse. En 1855 un decreto del gobierno incluye en el presupuesto cátedras de Derechos
Constitucional Administrativo, Militar y Medicina Legal.
El presupuesto de 1857 incluye Derecho Civil, Natural y de Gentes, Canónico, Internacional
Privado, Criminal, Mercantil y Economía Política pero hasta 1863, en que comienza a dictarse
Derecho Romano, la carrera de Abogacía sigue con las dos únicas cátedras que se dictaban
en 1852, por lo que hubo que esperar hasta el año 1865 que entrara en vigencia la primera
verdadera transformación. En el año 1872 se incluye la cátedra de Procedimientos.
3. Ortiz, 2004, pp.14-15.
4. Para conocer más sobre el funcionamiento en conjunto entre la Universidad de Buenos Aires
y la Academia de Jurisprudencia, ver Ortiz, 2004, p. 12.
del Consejo y así comienza el escrito del acta: “(…) bajo la presidencia del
Dr. Quintana (…)”5.
Refiriéndonos estrictamente al Plan de Estudios, es importante saber
que, a partir de aquí, es donde se establecen los grados diferenciados de
“Doctor en Jurisprudencia” y “Licenciado en Jurisprudencia”, en palabras
del Dr. Moreno; el primero un título científico y el segundo uno meramente
técnico.
Queda establecido que el plan consta de catorce materias para el docto-
rado.
Nace aquí la materia de Derecho Administrativo, emancipándose de
la materia de Derecho Constitucional, gracias a la pericia y buen tino del
Dr. Moreno.
Finalmente, el día 8 de mayo de 1875, se llegó a la versión final del Plan
de Estudios, tanto para el grado de Doctor como para el de Licenciado.
1° año
“Introducción general al estudio del Derecho”
“Derecho Civil”
“Derecho Romano”
“Derecho Comercial”
2° año
“Derecho Civil”
“Derecho Romano”
“Derecho Comercial”
“Derecho Canónico”
3° año
“Derecho Civil”
“Derecho Constitucional”
“Derecho Penal”
4° año
“Derecho Civil”
“Derecho Administrativo”
“Procedimientos Civil y Penal”
“Derecho Internacional”
5° año
“Derecho Internacional”
“Procedimientos Civil y Penal”
“Medicina Legal”
6° año
“Legislación comparada”
“Economía Política”
“Filosofía del Derecho”
Desde el art. 6 hasta el fin del capítulo I, fue aprobado sin más alteración que
la supresión del idioma italiano entre las lenguas vivas que pueden optar los
estudiantes de preparatorios, a propuesta del Dr. Quintana, atento a la facilidad
de su estudio. (…)
Hasta aquí, podríamos decir que hemos ubicado el Primer Plan de Es-
tudios de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Sin
embargo, es necesario destacar que la Facultad que nosotros hoy conocemos,
es una Universidad Nacional, con un gobierno autónomo pero dependiente
del presupuesto educativo nacional. Éste no era el caso de la Facultad que
estamos analizando, pues como hemos dicho y confirmado, era una institución
provincial, dependiente del Tesoro de la Provincia de Buenos Aires. Es recién
en 1881, luego de que el año anterior se federalizara la Ciudad de Buenos
Aires, cuando se nacionaliza la Universidad.
Planteado esto, retomamos los conceptos del Dr. Tulio Ortiz, que cui-
dadosamente ha planteado la periodización de la historia de la Facultad de
Derecho en once etapas, que van desde 1814 hasta la actualidad, de las cuales
a los efectos de este trabajo, tomamos las primeras: la etapa “Prefacultad” que
va desde el año 1814 a 1874 y la segunda etapa denominada “Fundacional”
entre los años 1874 a 1885. Si consideramos la segunda etapa, es acerta-
do detenerse en el año 1885, puesto que fue el año de la sanción de la Ley
Avellaneda (Ley 1597), y debemos convenir que alrededor del año 1880 se
consolidaba el Estado argentino6.
r Plan 1875
r Plan 1879
r Plan 1884
Planes de Estudio para obtener el grado de Doctor en Jurisprudencia y poder actuar como
Abogado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires
Primer año
Segundo año
Tercer año
Derecho Canónico
Derecho Penal Derecho Canónico
Economía Política
Cuarto año
Los profesores
La Facultad, de inmediato, pasó a ocuparse del capítulo II “De los pro-
fesores y método de enseñanza”. Con motivo del artículo 11 que establece
Quinto año
Sexto año
Legislación comparada
(única Cátedra creada Legislación Comparada
s/ Acta 6, 13 de abril de 1875)
Total de Materias
21 21 19
que, “La enseñanza en las ciencias jurídicas y sociales será desempeñada por
profesores titulares y agregados, nombrados en la forma que determinen
los artículos siguientes”. El Dr. Esteves Seguí propuso que se diga profesor
“sustituto” en lugar de “agregado”. El Dr. Moreno sostuvo que la palabra
“sustituto”, en ese artículo, no determinaba con claridad y exactitud la idea
que la Comisión había tenido al dividir a los profesores de esa manera; que si
se aceptaba esa indicación, esos profesores únicamente podrían dictar cursos
cuando el profesor titular no lo hiciese mientras que, lo que se ha querido es
que, a pesar del ejercicio de los profesores titulares, los agregados enseñasen
también, en los casos en que por el crecido número de estudiantes que cursen
una sola materia sean necesarias dos aulas.
El art. 13, modificado a instancias del Dr. Quintana, quedó de esta forma:
“Para ser profesor se requiere haberse graduado como Doctor en la Univer-
sidad de Buenos Aires; y a partir del momento en que haya seis profesores
agregados, la elección del profesor titular sólo podrá recaer en uno de ellos”.
Sin embargo, tratándose de una persona que se hubiera hecho notable en
alguna rama de las ciencias jurídicas o sociales, por sus trabajos y escritos,
podrá ser elegido como profesor titular en la forma que expresa el art.12.
El art. 15, a propuesta del Dr. Moreno, proponía que la Facultad dictase
un reglamento que normara cómo los profesores debían dictar sus clases. El
Dr. Goyena y el Dr. Pinedo no estuvieron de acuerdo con esta idea y expu-
sieron que: “(…) debe dejarse al catedrático la más amplia libertad en sus
exposiciones, siempre que, completando sus programas, se expresen con la
claridad y precisión requerida para la mejor inteligencia del asunto y com-
prensión de los alumnos”. Finalmente, se modificó el artículo.
Los profesores podrían escribir un texto para enseñar sus lecciones y ci-
tarlo como a cualquier otro autor. Otra cuestión obligatoria era redactar el
programa de la materia y entregarlo a la Facultad para su consideración en el
mes de febrero de cada año.
Los alumnos
El capítulo III del reglamento se tituló “De los alumnos”. Tendrían carác-
ter de tales los que en tiempo hábil y legalmente hayan recibido matricula 9 y
la hayan hecho registrar por el respectivo profesor. Para ingresar a los estudios
de Jurisprudencia debían rendir los exámenes exigidos. Más adelante se lee,
que sólo se otorgaría matrícula de primer año a aquel aspirante que tuviere
certificado de Bachiller de los Colegios Nacionales o extranjeros reconocidos
y que hubieren cursado sus estudios preparatorios de duración anual en la
Facultad de Humanidades y Filosofía.10 Ya en 1879, se establecía que los
estudios preparatorios consistirían en la aprobación del examen final de tres
materias con contenido filosófico e histórico, más la aprobación del examen
de un idioma libre que no podía ser el italiano.
Para permanecer en clase en calidad de oyente, se reglamentó que era
necesario contar con un boleto especial a los fines de mantener el orden y
evitar cualquier inconveniente.
En cuanto a los exámenes, había dos clases: los parciales y los generales.
Los primeros, según reglamento, durarían una hora y debían estar presentes
tres profesores. Para los segundos, se exigía la presencia de cinco profesores.
El número de examinadores de la Comisión podía integrarse con los miem-
bros honorarios de la Facultad y con profesores agregados, y en su defecto con
abogados de la matrícula.
En el art. 57 se adoptó la siguiente redacción propuesta por el Dr. Quinta-
na: “Además del examen oral, tendrá lugar una prueba escrita, que consistirá
9. En el Acta 4 del 10 de marzo de 1875 (Presentes: Quintana, Esteves Seguí, Obarrio, More-
no, Goyena) se dio cuenta de una solicitud presentada por los estudiantes de Jurisprudencia
en la que manifiestan la imposibilidad en que se hallan de continuar sus estudios, en razón
del aumento del importe de la matrícula, y pidiendo en consecuencia, “una resolución de la
Facultad que subsane el mal que les ocasiona”. Se acordó que este asunto pase al Consejo, que
es quien ha fijado el derecho de las matrículas a que se refieren los recurrentes. Esto nos hace
comprender que estudiar Derecho en la rebautizada Facultad de Derecho no era accesible,
incluso para mucha de la gente “bien” que asistía o pretendía asistir a sus aulas.
10. Funcionó hasta 1884, año en que se comienza a dictar la cátedra de Filosofía del Derecho en
la Facultad.
Esa misma noche, los doctores Obarrio y Goyena, pidieron que se recon-
siderara el art. 5 y presentaron una nueva distribución de las materias para
el doctorado en la forma en que a continuación se consigna y que finalmente
la Facultad aceptó:
1° año 4° año
2° año 5° año
3° año 6° año
r Derecho Civil
r Derecho de Gentes
r Derecho Constitucional
r Economía Política
r Derecho Romano
r Derecho Canónico
r Procedimientos
r Derecho Comercial y Penal
La tesis de Pestalardo
En 1913 Agustín Pestalardo escribía en su Tesis doctoral12 “Alberdi,
cuya inteligencia sintetiza con tanta claridad y precisión este momento de
la historia argentina13, nos ha dejado expuesto en un documento interesante
mucho de lo que la sociedad de entonces reclamaba, quizás sin saberlo, de
una escuela de Ciencias Jurídicas. Me refiero a la carta que desde Valparaíso
le dirigió, el 16 de abril de 1950, a don Lucas González y en la que se ocupa
de los estudios convenientes para formar a un abogado con arreglo a las nece-
sidades de la sociedad sudamericana. (…) la verdad es que la carta de Alberdi
interpretaba con fidelidad una buena parte de las necesidades argentinas en
esta materia. ¿Opinaba lo mismo que él la Universidad? De ningún modo.
Se trataba de fuerzas contrarias. Ella, como ha dicho con razón Juan Agustín
García no era amiga de estas originalidades: le gustaba la enseñanza libresca
del texto traducido o malamente imitado y no concebía otra ciencia que la
formada, impresa y aceptada por la crítica”.
“(…) Llega enseguida la Constitución de la provincia de Buenos Aires de
1873, y con ella la libertad de enseñanza asegurada por completo y la organi-
zación federativa de la universidad. (…) El Departamento de Jurisprudencia
pasó así a ser la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, con su constitución
autónoma dentro de la Universidad. Para proveer a las necesidades de la nueva
organización, la facultad dictó en 1875 un reglamento, que estableció un
nuevo plan de estudios, dividiendo en seis años la enseñanza”.
De nuestro primer plan, Pestalardo nos advierte sin cita de fuente: (…)
“De todo ello no quedaron sino dos innovaciones: la Introducción General al
Estudio del Derecho, dictada desde 1876, y el Derecho Administrativo (de
creación antigua), enseñado alternativamente con el Constitucional. El plan
se reduce a cinco años y los títulos de Abogado y Doctor se otorgan al mismo
tiempo. Ni la cátedra de Medicina Legal, ni la de Legislación Comparada,
ni la de Filosofía del Derecho se dictaron, ni jamás se expidieron diplomas
12. Pestalardo, Agustín (1914), Tesis presentada en el mes de julio de 1913 a la Facultad de De-
recho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires para optar al grado de Doctor en
Jurisprudencia.
13. Se refiere a la mitad del siglo XIX.
La tesis de Cossio
En 1933 Carlos Cossio escribe un libro denominado El plan de estudios
de Abogacía en la Facultad de Derecho de Buenos Aires. El ilustre jurista titula
al capítulo III de la obra como “El plan de estudio de Alberdi”, del cual
transcribiremos algunos párrafos a fin de dejar clara su posición. “El espíritu
argentino, desde la caída de Rosas hasta hoy, vive de Alberdi, numen de la
pasada generación histórica. Esto es particularmente ignorado y exacto res-
pecto a la idea educacional de la Facultad de Derecho de Buenos Aires y, en
consecuencia, a la función social impuesta por aquella”. Seguidamente, el
autor pasa a reconstruir la historia de la facultad a partir de las obras de Piñero
y Bidau (1889) y también de la de Pestalardo, quien es citado en algunas
oportunidades. Así menciona las asignaturas que recomienda Alberdi para
formar un abogado en Sudamérica14.
14. Alberdi, Juan Bautista (1886), carta escrita por el abogado Alberdi a un joven compatriota
suyo, estudiante de Derecho de la Universidad de Turín, en Italia.
r Derecho Administrativo
r Derecho Canónico
r Derecho Civil Teórico y Práctico (Derecho español vigente)
r Derecho Comercial (con particular importancia al Derecho Marítimo)
r Derecho Indiano
r Derecho Internacional Privado
r Derecho Internacional Público
r Derecho de Legislación Comparada (se exige por lo menos Derecho
r Civil y Derecho Comercial franceses)
r Derecho Minero
r Derecho Patrio (sancionado después de la Revolución)
r Derecho Penal (Derecho español vigente)
r Derecho Político
r Derecho Romano
r Derecho Rural
Cossio continua: “No solo la idea de este plan de estudio, sino el Plan
mismo, con alteraciones bien insignificantes y con el agregado precedente
del economismo de Bentham, es el actualmente vigente en la Facultad (…)”.
Luego de precisar algunos términos, prosigue determinante: “(…) el prag-
matismo alberdiano no se limita al pragmatismo jurídico, cuya perfección
vendría de un estudio técnico, sino que es ampliamente un pragmatismo
social: Alberdi tenía presente que sólo los hombres familiarizados con el
Derecho podían organizar el país; se los necesitaba para secundar la obra de
los grandes estadistas. De la escuela de Derecho tenían que salir no sólo abo-
gados y jueces, sino también pensadores; políticos y parlamentarios; literatos
y pedagogos; ministros y directores de empresas económicas; historiadores y
maestros de todas las etapas educacionales; jefes de reparticiones públicas y
diplomáticos. Esto necesitaba el país y la escuela de Derecho estaba en condi-
La tesis de Levaggi
El Profesor Levaggi (2010) nos advierte que el Plan de estudios del art. 5°
del Reglamento de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales no se corres-
ponde con el denominado “Plan Alberdiano”, sino que encuentra su origen
en un proyecto de plan de estudios francés. Y concluye: “El Reglamento de
1875 de la rebautizada Facultad de Derecho y Ciencias Sociales –ex Depar-
tamento de Jurisprudencia– preveía el dictado de las siguientes asignaturas:
1° año: Introducción General al Estudio del Derecho o Enciclopedia Jurídica,
Derecho Civil, Derecho Romano y Derecho Internacional; 2° año: Derecho
Civil, Derecho Comercial o Penal, Derecho Romano y Derecho Internacional;
3er año: Derecho Civil, Derecho Comercial o Penal y Derecho Canónico; 4°
año: Derecho Civil, Derecho Constitucional, Derecho Penal o Comercial,
Procedimientos Civiles y Penales; 5° año: Procedimientos Civiles y Penales,
Medicina Legal y Derecho Administrativo; 6° año (doctorado): Economía
Política, Legislación Comparada y Filosofía del Derecho”.
O sea, que la Universidad de Buenos Aires estableció en su plan varias
materias que no formaban parte del Plan de Alberdi. A saber: Medicina Le-
gal; Procedimientos; Introducción General al Estudio del Derecho; Filosofía
del Derecho y Economía Política. En cambio, no adoptaba de Alberdi, en
ese entonces, sino bastantes años después, Derecho Minero; Derecho Rural
y Derecho Internacional Privado, que eran las asignaturas presuntamente
originales de su propuesta.
“Comparando el plan bonaerense de 1875 con el del ministro Salvandy,
para París se comprueba que todas las materias del primero, salvo Medicina
Legal, estaban en el segundo, junto a dos más: Derecho Marítimo e Historia
de los Tratados. Esta evidencia lleva a pensar que el verdadero modelo de
Buenos Aires fue el proyecto ministerial francés”.
Algunos referentes
El siguiente cuadro muestra quienes fueron los hombres que dictaron
como profesores titulares las asignaturas de aquel primer plan de estudios,
que no solo eran abogados porteños de una clase social de elite, sino que ade-
más eran los dirigentes políticos y sociales de su época y encargados de formar
las mentes de los noveles abogados. El espíritu y formato de este Plan se ha
mantenido hasta 1985. Es decir, logró cumplir ciento diez años formando
ideólogos y líderes en nuestro país.
plan 1875
Profesor titular n
acta 7 y 8. fojas 12 y 16.
Primer año
Introducción general al Estudio Desde 1876 la dictó Juan José Montes
1
del Derecho de Oca
Derecho Civil José María Moreno 2
Antes Vicente Fidel López.
Derecho Romano
En este plan, Pedro Goyena y Osvaldo 3
Magnasco
Derecho Comercial Manuel Obarrio 4
Segundo año
Cuarto año
Derecho Civil José María Moreno 12
Derecho Administrativo Manuel Estrada 13
Derecho Internacional Federico Pinedo 14
Quinto año
Bibliografía
Alberdi, Juan Bautista, “Carta sobre los estudios convenientes para formar
un abogado con arreglo a las necesidades de la sociedad actual en Sud
América”, en Obras completas, Buenos Aires, 1886, tomo III, pp. 343-353.
Cossio, Carlos, El plan de estudio de Abogacía en la Facultad de Derecho de Buenos
Aires, Buenos Aires, Rosso, 1933.