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Hiroue aguardó hasta que la mujer entró, se sentó y comenzó a tocar ociosamente el shami-
sen. Disfrutaba realmente de la música, y el sonido ocultaría su siguiente conversación de cual-
quier oyente entrometido que no debiese andar cerca.
No se movió ni una sola hoja cuando Shosuro Miyako apareció a su lado de repente. No estaba
vestida con la vestimenta clásica de un shinobi, pero el gris apagado de su jinbei se mezclaba per-
fectamente con la oscuridad. Hiroue ni siquiera sabía dónde había estado escondida. Ninguna
de las piedras, árboles ni arbustos parecía lo suficientemente grande como para esconder a una
mujer, por pequeña que fuese. Pero claro, no había sido entrenado para ello.
—¿Por qué la interrumpisteis? —preguntó Miyako—. No se acercaba nadie. Y estaba a punto
de decir algo acerca de su discípula.
Hiroue se encogió de hombros y giró levemente una de las clavijas para afinar el shamisen. —
Ya sabemos lo de su discípula. Se pelearon, y Satto se fue. Según los informes recientes, ahora está
muy bien situada en la jerarquía de la Tierra Perfecta en el norte. La gratitud de Kitsuki-san vale
más para mí que cualquier otro detalle adicional que hubiese podido aportar sobre una mujer a
la que no ha visto en años. Acabo de demostrar que soy un tipo curioso de Escorpión: un hom-
bre en el que puede confiar.
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Miyako ahogó una risa. Ella actuaba en las sombras mientras que Hiroue lo hacía a la luz,
pero eso no significaba que fuese más honorable que ella. —Entonces, ¿qué sentido tenía esto, si
no era para saber más sobre Satto?
—Se sospechaba que la desavenencia de Kitsuki-san con su alumna podía haber sido un
engaño, y que podría haber estado usando su dōjō para reclutar nuevos partidarios de la Tierra
Perfecta y entrenarlos para una revuelta. Si ese hubiera sido el caso, podría haber indicado que
los líderes del Clan del Dragón apoyaban en secreto a la secta —si se hubiese tratado de cual-
quier otro clan, Hiroue hubiera desechado la noción desde un principio. Los sermones de los
líderes de la secta cuestionaban los mismos cimientos del dominio de los samuráis, culpándolos
de los problemas cada vez mayores del Imperio. Pero la tolerancia Dragón hacia la excentricidad
con frecuencia los conducía en direcciones sorprendentes, y los campeones de su clan habían
dictado algunas órdenes inexplicables en el pasado. Hiroue no podía dejar pasar nada por alto,
no sin investigarlo primero.
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Esta vez, la investigación había conducido a un callejón sin salida. —Sonaba sincera —dijo
Miyako. Hiroue asintió—.Creo que lo era —o eso, o es una mentirosa lo bastante hábil como
para invitarla a dar clases a nuestros alumnos—. No excluye por completo el apoyo Dragón a la
secta, por supuesto, pero creo que se puede tachar a Kitsuki-san de la lista.
—¿Y ahora qué?
Hiroue puso una mano sobre las cuerdas del shamisen, silenciándolas. —Ahora... ahora
irás al norte.
Miyako era experta a la hora de quedarse quieta, pero esta vez se giró para mirarle. —¿Mi señor?
—Sabemos muy poco sobre esta secta, pero lo que sabemos me preocupa. Te voy a mandar a
las montañas. Disfrázate de campesina, Infíltrate en la secta y acércate lo más posible a sus líde-
res. Quiero saber cuáles son sus objetivos, y si tienen vínculos con el Clan del Dragón más allá de
que Satto se entrenara con Kitsuki-san —el Clan del Escorpión podría vender lo que descubriese,
u ofrecerse a eliminar la amenaza... o, si fuera necesario, provocar una chispa en el lugar preciso
para convertir esta montaña de madera en un gran fuego. Lo que mejor sirviera a sus propósitos.
Pero sólo si tenían más información.
Miyako hizo una reverencia, más profunda de lo que normalmente hacía. Su dicción empeoró
para adecuarse a la forma de hablar de un campesino. —Escucho y obedezco, su señoría.
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