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18 DE ABRIL DE 2008

Interés personal

Por Alberto Benegas Lynch (h) (/autor/alberto-benegas-lynch-h)

Hay una muy extendida idea de que lo valioso para el ser humano es entregarse a otros,
renunciar a si mismo y no actuar en base al interés personal. Esto, además de constituir un
imposible, sería sumamente perjudicial porque significaría la extinción de la especie
humana.

Es un imposible porque todo, absolutamente todo lo que hacemos y decimos es debido a


nuestro interés personal. Si no tuviéramos interés no lo haríamos ni diríamos lo que
decimos. La Madre Teresa de Calcuta tenía interés en la salud de los leprosos y Al Capone
tenía interés en el éxito de sus asaltos y crímenes. La diferencia entre una buena y una mala
persona reside en el objeto de su interés. El objeto podrá ser sublime o ruin pero el interés
personal siempre está presente.

Erich Fromm explica con razón que “El fracaso de la cultura moderna no radica en el
individualismo, no en la idea de que la virtud moral es lo mismo que la búsqueda del interés
personal, sino en el deterioro del significado del interés personal; no en el hecho de que la
gente está demasiado interesada en su interés personal, sino en que no está lo
suficientemente interesada en su persona; no en el hecho de que son demasiado egoístas,
sino que no se quieren lo suficiente”. En otros términos, el problema reside en que no
cuidan lo suficiente su alma, que, según el asceta San Pedro de Alcántara, es la tarea
primordial del ser humano.

En este contexto, está completamente tergiversada la idea del amor al prójimo bajo la
absurda pretensión que debe eclipsar el amor propio. El que no se ama a sí mismo no es
capaz de amar a otro puesto que el fin, la meta y la satisfacción de amar reside en el sujeto
que ama. Santo Tomás de Aquino lo explica bien en la Suma Teológica: “Amarás a tu
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prójimo como a ti mismo, por lo que se ve que el amor del hombre para consigo mismo es
como un modelo del amor que se tiene a otro. Pero el modelo es mejor que lo modelado.
Luego, el hombre por caridad debe amarse más a si mismo que al prójimo”.

Las acciones desinteresadas no tienen sentido ni pueden tener lugar. Constituye una
tautología insistir en que nuestras acciones las llevamos a cabo porque al sujeto actuante le
interesa proceder en ese sentido. En esta misma línea de pensamiento, dos de los mas
conspicuos representantes de la Escuela Escocesa se refirieron a las acciones dirigidas a
ayudar a otros. Adam Smith ha escrito que “Por mucho que se suponga es el egoísmo de un
hombre, hay evidentemente algunos principios en su naturaleza que lo interesan en la
suerte de otros, lo cual le proporciona felicidad aunque no saque provecho de ello, como no
sea el placer de verlo” y Adam Ferguson concluye que “Por su parte, el término benevolencia
no es empleado para caracterizar a las personas que no tienen deseos propios; apunta a
aquellas cuyos deseos las mueven a procurar el bienestar de otros”.

Lo interesante e importante de la sociedad abierta es que, cada uno, al perseguir su interés


personal, sirve a los demás como un medio para la propia satisfacción. Hoy aparecen
numerosos predicadores de las mas diversas denominaciones religiosas, escritores,
profesores universitarios y políticos de una hipocresía digna de mejor causa que alaban la
renuncia individual en pos de lo colectivo con lo que se perjudica gravemente la condición
de terceros, especialmente de los más necesitados, al tiempo que se tuerce la naturaleza de
las cosas. Tal como ha escrito el Padre Ismael Quiles “ser para renunciar a ser es una
estupidez”. Por su parte, Israel M. Kirzner explica en sus múltiples obras que el interés
personal es el motor de todo el proceso de mercado y es lo que hace posible la cooperación
social en la sociedad abierta.

Sin duda que la contradicción en términos denominada “estado benefactor” ha hecho mucho
por perjudicar y arruinar esa cooperación social y degradar la noción de caridad (puesto que
la beneficencia no aparece cuando se recurre a la fuerza para disponer coactivamente el
fruto del trabajo ajeno). En un libro que publiqué en coautoría hace diez años (En defensa
de los más necesitados, Buenos Aires, Editorial Atlántida) demostrábamos como con
anterioridad a la irrupción del Leviatán a través del antedicho “estado benefactor”,
portentosas obras filantrópicas de montepíos, cofradías, asociaciones de inmigrantes y todo
tipo de entidades de beneficencia se ocupaban de los aspectos más variados de aquellos que
por diversos motivos no podían mantenerse y atender su vivienda, alimentación, salud y
educación.

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En esta materia debe subrayarse que el altruismo es un imposible ontológico ya que hacer el
bien a los demás a costa del propio bien carece por completo de sentido: el bien a los demás
no es a costa del propio bien sino, como queda dicho, debido al propio bien.

Actualmente, una marcada tendencia apunta a la disolución del individuo para subsumirse
en una especie de conglomerado amorfo en el que no solo se afecta la capacidad de
autorrealización de cada uno sino que, como es insostenible la situación por sus propios
cauces, irrumpe el consabido jefe que impone por la fuerza a los demás aquello que “en
realidad les conviene”. La contracara de la libertad es la responsabilidad. No tengamos la
arrogancia y la soberbia de ser mas que Dios y dejemos que cada persona siga el camino que
considere conveniente, siempre y cuando no se lesionen derechos de otros a proceder de la
misma manera.

Alberto Benegas Lynch (/keywords/alberto-benegas-lynch)


Individualismo (/keywords/individualismo)

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