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UN SAADÍ CONVERSO DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV:

D. FELIPE DE ÁFRICA, PRÍNCIPE DE FEZ Y DE MARRUECOS

A saadi converted during the reign of Felipe IV: D. Felipe of Africa,


prince of fez and Morocco

Aceptado: 01-04-10

Valeriano Sánchez Ramos*

RESUMEN
La política española en el Norte de África se basó en gran medida en intervenir en las cons-
tantes disputas dinásticas de sus monarcas, favoreciendo la discordia. A tal fin, la Corona hispana
generalmente fomentó la conversión de su pretendiente, generalmente bautizado con el nombre
del rey español que lo amparaba, y por apellido el reino del que eran soberanos o herederos o el
apellido de los monarcas españoles (Austria). Fueron muchos los príncipes conversos con estas
características los que vivieron en España, si bien fueron los marroquíes quienes ofrecieron mayor
número, especialmente los pertenecientes a la dinastía Saadí. Prácticamente llamados igual, Felipe de
África, la coincidencia cronológica de muchos de ellos dificulta distinguir a que rama de la familia
real apoyaba España, su periodo y por qué. Este trabajo presenta, a través de una documentación
inédita que se aporta en el apéndice, y con la debida contextualización histórica, al desconocido
don Felipe de África, príncipe heredero de los reinos de Fez y Marruecos, que vivió en España
bajo el apoyo de Felipe IV.
Palabras clave: Saadí, converso, Marruecos, Fez, política exterior, Felipe IV.

ABSTRACT
Spanish policy in Northern Africa basically relied on interfering in the constant dynastic
disputes of their monarchs, creating dissent. To this purpose, the Spanish crown encouraged the
conversion of the pretender, usually christened with the name of the Spanish king protecting him,
and adopting as his new surname the kingdom they were sovereigns or heirs, or the surname of
the Spanish kings (Austria). There were many converted princes with these features who lived in
Spain, mainly belonging to the Saadi dynasty. Most were called likewise, Felipe of Africa, so the
chronological coincidence of many of them is a difficulty when it comes to telling which branch of
the royal family was backed by Spain, the period and why. This work presents, through previously
unpublished documents available in the appendix, and duly contextualised in historic terms, the
unknown don Felipe of Africa, heir prince to the kingdoms of Fez and Morocco, who lived in Spain
under the protection of Philip IV.
Keywords: Saadi, convert, Morocco, Fez, foreign policy, Philip IV.

La historia de los reyezuelos norteafricanos amparados por la Corona espa-


ñola está por hacer. Al día de la fecha son muy pocos los trabajos monográficos a
los que recurrir, aún cuando las referencias a estos personajes son, digamos, que
relativamente frecuentes en la bibliografía referida a la política exterior hispana
en el área mediterránea. El amparo —por diferentes motivos— a estos soberanos

* Centro Virgitano de Estudios Históricos (valerio.sanchez@telefonica.net).

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extranjeros, marcó con su presencia un tono de color en el espectro social de la


época. Una peculiaridad resaltada, más si cabe, en los reinos peninsulares, en
donde las diferencias entre cristianos y musulmanes hacía llamativa y notable
su deambular. Sin embargo es en los albores del siglo XVI, conforme los Reyes
Católicos iban unificando las tierras peninsulares, cuando la política frente al
islam se acentuó, conllevando la instalación de nuevos monarcas. Este tema es
curioso, pues, a la vez que la religión católica iba definiendo un elemento clave
de su política exterior e interior, también aumentó el elenco de familias princi-
pescas islámicas que acabaron sus días en la península. Una de estas historias
se cruzó de lleno en nuestro camino, cuando en el año 2002 encontramos un
curioso documento notarial, fechado en Madrid en 1663 y referido a un don Felipe
de África, príncipe de Fez y Marruecos. Animados por darlo a conocer, como
solidaridad con aquellos historiadores dedicados a esta temática, comenzamos
a trabajarlo. Fue entonces cuando nos percatamos de lo mucho que queda por
esclarecer en este ámbito, como tendremos ocasión de ver.
Indagando en la producción científica que nos permitiera hacer la oportuna
contextualización del texto, encontramos que la historiografía tradicional recono-
ce por este apelativo a la vida de Muley Xeque, personaje que naciera en 1566
en el reino marroquí y quien fuera hijo del sultán Muhammad al-Mutawakkil
(1574-1576), soberano de Fez y Marruecos. Huido de su tierra por diferencias
con su primo Muley Moluc, la crisis política provocada aconsejó su refugio en
España, bautizándose en El Escorial y teniendo como padrino al rey Felipe II,
monarca que lo agasajó nombrándole Comendador de Santiago y Grande de
España de primera clase. Conocido popularmente como el Príncipe Negro, su
palacio estaba en la Corte a pocos metros de la iglesia de San Sebastián, esquina
con la calle Príncipe, nombre que recibe de éste. Afamado cortesano, Lope de
Vega le dedicó un soneto, y a él también se refiere Cervantes cuando en 1612
se trasladó a vivir en el número 18 de la calle Huertas, frente al palacio del
noble magrebí. Fiel a España, combatió en Flandes y Milán, ciudad ésta última
en la que en 1621 murió.
Dado que el heredero al trono marroquí falleció en el primer cuarto del
siglo XVII, nuestro documento no podía referirse al Príncipe Negro, sino a
otro de igual denominación y que desconocíamos. Esta cuestión no hizo sino
aumentar nuestra curiosidad: ¿Cuál podía ser este otro don Felipe de África
que, con idéntico nombre y titulación, aparecía en nuestra documentación? De
ser el mismo debería tener 97 años, y ello desharía lo escrito hasta este instante

. A partir del siglo XIX este edificio fue rehabilitado por los duques de Santoña y hoy lo
ocupa la Cámara de Industria y Comercio de Madrid.
. Su biografía más conocida es la de OLIVER ASÍN, José, Vida de don Felipe de África,
príncipe de Fez y Marruecos (1566-1621), Madrid, 1955.

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por su biógrafo, don Jaime Oliver Asín. Descartada esta opción por imposible,
continuamos profundizando en la escasa bibliografía existente, pero no encon-
tramos nada hasta el año siguiente, cuando se publicó un interesante estudio
francés que aportaba datos de otro don Felipe de África. Sin embargo nuestras
expectativas pronto se deshicieron, pues este príncipe tenía un origen tunecino,
aunque encajaba perfectamente en la cronología del documento que poseíamos .
No obstante su origen geográfico descartaba también esta posibilidad; de modo
que llegamos a dudar si era el documento que poseíamos el que no describía
correctamente al personaje. En todos los casos, y ante la falta de una producción
bibliográfica mayor, optamos por dejar pasar el tema hasta que la historiografía
diera un salto cualitativo en esta materia.
No sería hasta tres años después de nuestras últimas lecturas, cuando
encontramos una obra de Beatriz Alonso Acero, publicada en el 2006, que nos
puso sobre la pista cierta. Aún con una breve descripción, apuntaba entre la
pléyade de nobles musulmanes convertidos, a un príncipe magrebí de título,
nombre y cronología perfectamente identificable con la documentación que
manejábamos. Estábamos, pues, ante un príncipe saadí, uno de tantos que lle-

. Mahamed Chelebi había nacido en 1627 y era el hijo primogénito del Dey de Túnez Ahmad
Khuja, quien ejerció sus funciones entre 1640-1647, bajo el gobierno del bey Murad Pasha. Persona
de carácter, desde muy joven encontró serias divergencias con el pensamiento de su padre e, incluso,
con los hábitos sociales de su tierra. Así, a la edad de 16 años queda encandilado por la religión
cristiana inspirada por el lazarista Julián Guerín, quien lo catequiza. Y en 1645 muestra enérgicamente
su disconformidad con su progenitor por el matrimonio que concertó para casarlo con la hija del
pashá de Túnez. Cansado del dirigismo paterno, trató la huida del país con un renegado de la villa
de Trapani, Giuseppe Bartolla. La fuga se efectuó, bajo la excusa de realizar corso, en el primer
trimestre de 1646 en una pequeña embarcación con 8 soldados turcos, arribando la comitiva al puerto
siciliano de Mazara. Recibido el noble tunecino por el virrey, don Luis Fajardo Requesens y Zúñiga,
IV marqués de los Vélez, su entrevista sirvió para advertir la importancia de las posibilidades que
ofrecía para la política exterior española en el Norte de África. Sin esperar tiempo, el 24 de abril
este oficial regio le hizo saber todo lo acontecido a Felipe IV, monarca que no dudó en dar vía libre
al trato de favor que debía recibir el exiliado. Tras las instrucciones regias pertinentes, el virrey de
Sicilia trataría a Chelebi con el rango de príncipe, agasajándolo como tal. No en balde fue investido
con el hábito de Santiago y propuesto para ordenarlo caballero de la Orden de Malta. Conforme al
deseo del fugado de convertirse al cristianismo, el 6 de mayo recibió las aguas del bautismo —bajo
el padrinazgo del marqués de los Vélez— en la catedral de Palermo, recibiendo los nombres de
Felipe (en honor del rey) Pedro Fernando Ignacio, y por apellido del continente del que venía. A
partir de este instante se llamaría don Felipe de África, trasladándose a Madrid para entrevistarse
con el rey, donde sabemos que estuvo. En la Corte recibió la concesión real, conforme a su rango,
de una pensión para su sustento. Vid. BONNERY, Matthieu, “Un homme entre deux mondes: la
vie mouvementée de Don Philippe d´Afrique, prince de Tunis (1627-1686), Tiempos Modernos, 1
(mayo-septiembre de 2003), 34 pp. [Revista electrónica (http://tiemposmodernos.rediris.es )].
. Obra necesaria y de todo punto interesante, a la que remitimos: ALONSO ACERO, Beatriz,
Sultanes de Berbería en tierras de la cristiandad. Exilio musulmán, conversión y asimilación en a
Monarquía hispánica (siglos XVI y XVII), Madrid, 2006.

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garon a la península durante los siglos XVI-XVII, que terminó convirtiéndose


en territorio hispano. Ésta última información fue la que nos animó a publicar
el documento que poseíamos, añadiéndole la conveniente contextualización que
debe acompañarle, enriquecida —por otra parte— con los apuntes que habíamos
logrado reunir en nuestras indagaciones. El texto que sigue, estamos convenci-
dos, enriquecerá la desgraciadamente poco abundante biografía existente sobre
este periodo y tema.

1. La política de la discordia

La hospitalidad española con las diferentes familias reales musulmanas


fue algo común desde antaño, mucho más conforme la ampliación territorial fue
acercándose a tierras más meridionales y, en consecuencia, la sibilina diplomacia
iba tomando cuerpo en la política de la Corona. Las benignas capitulaciones
firmadas durante la guerra de Granada, por ejemplo, habían permitido la perma-
nencia de príncipes y nobles musulmanes, no siendo extraño verlos —incluido
al propio sultán granadino— deambular con toda libertad por la tierra. Muchos
de ellos se bautizaron y constituyeron linajes nobiliarios de primer orden que,
en ciertos casos, consiguieron señoríos y títulos de Castilla.
Bien es cierto que los Reyes Católicos buscaron en estos príncipes su co-
laboracionismo, entendiendo que era el mejor modo de someter a la población
y constituyendo, en el caso particular de las cabezas reales, un sutil y refinado
juego de secretos objetivos. La política de los soberanos hispanos en este sentido
se basaba en la división de la propia familia nasrí, procurando alejar del país
al sultán Muley Abdallah Boabdil. Por el contrario tuvieron gran cuidado en
atraerse a sus hermanos, los infantes S´ad y Nasr, bautizados con los nombres
de don Fernando y don Juan de Granada. Esta práctica era común también del
lado musulmán, pues el sultán de Granada también amparó a algunas familias

. Por todos ellos, destacaríamos al infante de Almería, Çidi Yahya al-Nayar (bautizado como
don Pedro de Granada-Venegas) cuya descendencia poseyó señoríos en el propio Reino de Granada
y cuya estirpe obtuvo el título de Marqueses de Campotéjar. Vid. SORIA MESA, Enrique, “De la
conquista a la asimilación. La integración de la aristocracia nazarí en la oligarquía granadina. Siglos
XV-XVII”, Áreas, 14 (1992), pp. 49-64.
. Tras las capitulaciones de 1492, residiría en la localidad almeriense de Codbaa (actual
Fuente Victoria), en donde fallecería su esposa, la sultana Morayma. Tras enterrarla, vendería todas
sus propiedades y en 1494 marcharía a Marruecos, amparado por el rey de Fez. Vid. GASPAR Y
REMIRO, Miguel, “Partida de Boabdil allende con su familia y principales servidores”, Revista del
Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, 2 (1912), pp. 58-59.
. LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, José Enrique, “Granada en el siglo XV : Las postrimerías
nazaríes a la luz de la probanza de los infantes Don Fernando y Don Juan”, Actas del V Coloquio
Internacional de Historia Medieval de Andalucía, Córdoba, 1988, pp. 599-641.

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reales del Norte de África. Es el caso de parte de la familia Meriní, depuesta


en 1465 por una revolución en Fez, y que ampararían los Nasrís en la figura del
príncipe heredero marroquí, Abbu Zayyan Ibn ´Abd al-Haqq ibn Abi Sa´id, que
tiempo después casaría con una hija de Muley Hassan.
La prolongación de la guerra de conquista al Norte de África dio conti-
nuidad a la vieja práctica que tan buenos resultados dio a los Reyes Católicos:
amparar/utilizar a los soberanos potencialmente útiles a su política por medio de
capitulación. El ejemplo perfecto es el heredero del reino de Fez, cuando tras
la caída granadina acompañó a su cuñado, el rey Boabdil, a su exilio marroquí.
Viendo lo difícil que era mantenerse en Marruecos reinando otra familia real, no
tardaría en abandonar a su sobrino y volver a Granada. Bautizado con el nombre
de don Fernando de Fez, su descendencia tuvo tratamiento de infantes de Granada
y fue respetada por la Corona de Castilla10. Posiblemente los monarcas hispanos
pensaban proteger a estos personajes en un claro sentido de, llegado el caso,
utilizarlos como recambio monárquico en tierras magrebíes. Dada la condición
especial de este personaje, los soberanos también pensaron en él para el fino
juego que realizaban con la casa real Nasrí. El alardeado y maquiavélico trato
dispensado a los hermanastros del depuesto Rey Chico, y también cuñados del
anterior príncipe sería la muestra más palpable. Bautizados como don Fernando
y don Juan de Granada, sus derechos sucesorios, como hijos del sultán Muley
Hacén, los convertían en punto esencial de posibles contingencias de reclama-
ción al trono de la Alhambra contra el propio Boabdil. Como era de esperar, los
monarcas españoles tuvieron buen cuidado en tratarlos como infantes, quedando
su descendencia bien castellanizada a través de enlaces con la nobleza castellana
de primera clase11.
Conocido es el uso que la política exterior hispana hizo de estos nobles,
bien para crear discordia en sus gobiernos, para someter a la población autóc-
tona dentro de la jurisdicción hispana, o para servirles de canje en un sin fin
de proyectos con otras potencias interesadas en el sector. Sea como fuere, la
historia de la conquista del litoral africano mediterráneo refiere la existencia de

. El sultán de Fez, padre de este personaje, era Abd al-Haqq ibn Abí Sa´id. Todo el análisis de
esta historia en RUBIERA MATA, María Jesús, “La familia morisca de los Muley-Fez, príncipes
meriníes e infantes de Granada”, Sharq al-Andalus, 13 (1996), pp. 161-164.
. Un breve análisis, al hilo de estudios de mayor calado, que deja entrever claramente esta
postura, en J. García Oro, “La cruzada del cardenal Cisneros: de Granada a Jerusalén”, Archivo
Ibero-Americano, 51 81991), pp. 553-766. TÉLLEZ ALARCIA, Diego, “El papel del Norte de África
en la política exterior hispana (ss. XV-XVI), en Tiempos Modernos, revista electrónica (http://tiem-
posmodernos.rediris.es ), 20 pp.
10. RUBIERA MATA, María Jesús, “La familia morisca…”, pp. 164-165.
11. Su árbol genealógico y su historia particular en SÁNCHEZ RAMOS, Valeriano, “Un rey
para los moriscos: el infante don Juan de Granada”, Sharq al-Andalus, 14-15 (1997-1998), pp. 285-
316.

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diferentes soberanos locales que fueron agasajados como huéspedes de honor de


la Corona. Recordaremos, entre ellos, al emir Abdallah, quien ayudó al conde
Pedro Navarro a tomar en 1510 Bugía, bautizándose en 1515 con el nombre de
infante don Fernando de Bugía12. Otra protección en esta fecha fue la dispensada
a Yahya, hijo y heredero del rey de Argel, Selim ben Tumí, asesinado aquel año
por Aruch Barbarroja. Una vez en la península, este príncipe se bautizaría en
la Seo de Zaragoza el 25 de octubre de 1518, recibiendo el nombre de Carlos
de Aragón13. La lista es más abultada y continuó a lo largo del siglo, resaltando
por su ferviente católicismo de Felipe II, quien amparó a diferentes príncipes.
De entre ellos sobresalen el hijo de Ahmad, último sultán de Túnez, bautizado
como don Carlos de Austria, quien se ordenó de fraile franciscano y fue ente-
rrado en 1601 en la iglesia de Santa María la Nueva, de Nápoles; o don Gaspar
Benimerín, descendiente de los Benimerines, también sepultado en la ciudad
napolitana, en concreto en la iglesia de Santa María de la Concordia14. O don
Carlos de África, hijo del rey de Tremecén —Muley Hacén—, a quien en 1582
el rey español le concedió el hábito de Santiago 15.
La práctica de protección hispana también se hizo extensible a personajes
importantes de sus estructuras de poder, convencidos que la información que
aportaban a cambio era provechosa. Uno de ellos fue Uruch Bech, embajador del
shah de Persia en España a principios del siglo XVII, y que se bautizaría con el
nombre de don Juan de Persia. Este personaje publicaría en 1604 en Valladolid
una obra muy interesante sobre la historia persa, que bien podía ayudar a entender
la política exterior hispana en Extremo Oriente en su lucha contra los turcos 16.
A éste y otros personajes es frecuente encontrarlos en la península con rentas
suculentas —regalo de la Corona— y convertidos al catolicismo bajo nombres
y apellidos, en muchos casos, de los monarcas hispanos. Su nómina es larga, al
igual que las historias particulares de cada uno de ellos, siempre bien conocidas
por la alta burocracia, atenta siempre a sacar partido de ellos.

12. Este personaje había sido desplazado del trono por su tío Abd-Er- Arman y posteriormente
se unió a los españoles para recuperarlo, estallando una guerra civil que finalmente le condujo a
venir a la península en 1515 y bautizarse con el nombre de don Fernando de Bugía. Vid. SÁNCHEZ
RAMOS, Valeriano, “Don Fernando, infante de Bugía, huésped del emperador”, Sharq al-Andalus,
18 (2003-2007), pp. 103-112.
13. Real Academia de la Historia (en adelanta R.A.H.), Salazar y Castro, A-17, f. 125.
14. CASTRIES, Henry de, “Trois princes marocains convertis au christianisme”, en Nouvelles
études nord-africaines et orientales. Memorial Henri Basset, Paris, 1928, t. I, pp. 143-150.
15. R.A.H., D-51, f. 21.
16. Era hijo de un cortesano y militar de la corte safaví del Shah Abbas. Vid. CUTILLAS FE-
RRER, José F., “Las relaciones de don Juan de Persia: una imagen exótica de Persia narrada por
un musulmá shií convertido al cristianismo a principios del siglo XVII”, Sharq al-Andalus, 16-17
(1999-2002), pp. 211-225.

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Por citar a uno estos musulmanes bautizados de utilidad regia, ilustrativo


al mismo tiempo de cuanto decimos, referiremos a don Felipe de Austria, un
converso al que conocía bien don Luis de Requesens de su etapa de servicio en
la armada. A la altura de finales de 1570, en pleno conflicto alpujarreño, Felipe
II quiso conocer mejor su trayectoria, ya que “…se dice que un don Felipe que
primero fue judío y luego moro y ahora cristiano, y anda en las galeras”. Todo
indicaba que ejercía de espía para los turcos en las galeras reales, trasladando
la información a este presidio norteafricano, desde donde se remitía a Cons-
tantinopla, en un momento delicado con la guerra morisca en pleno desarrollo.
No tardaría Requesens en contestar al soberano, relatando perfectamente lo que
sabía del caso, expresando lo siguiente:

...yo he recorrido mi memoria y no conozco allí ninguno de este nombre, sino a


don Phelipe de Austria, a quien Vuestra Magestad debe bien conoçer, que es un
arráez turco que vino a conbertirse a Toledo el año de 60. Y Vuestra Magestad le
ha hecho siempre merced, y tiene en las galeras buen entretenimiento, y muger y
hjjo que hatiende en Madrid. Y después de su conbersión a andado siempre en el
armada de don Álbaro de Baçán y don Juan de Mendoça y don Garçía de Toledo,
y con el señor don Juan [de Austria] y con don Sancho [de Leyva] y conmigo. Y
todos le hemos tenido en opinión de muy buen cristiano y buen soldado, y hecho
de él muy gran confianza en muchas cosas. Y no puedo persuadirme que sea éste
el que haze aquella traición, sino que sea otro que se aprovecha de su nombre.
Todavía se ha escripto a don Sancho para que lo averigue 17.

La duda de su conversión sincera y, desde luego, la lealtad en los servicios


a la monarquía, como vemos, fue siempre muy poco discutible. Las razones para
amparar a estos personajes, sin ningún género de duda, siempre eran cotejadas
y fidedignas para no errar; de forma que, salvando periodos tan sumamente
delicados como la guerra morisca, lo normal fue aceptar a estos conversos. De
esta forma, tanto en el último tercio del siglo XVI como en la centuria siguiente,
especialmente en los reinados de Felipe III y Felipe IV, la nómina de linajes
norteafricanos continuó acrecentándose. En la mente de todos estaba la táctica
de mantener enhiestas las reivindicaciones de estos príncipes, asegurando la
discordia en sus tierras de origen. Siempre atenta a los acontecimientos internos
de sus convecinos, la Corona española mantuvo esta vieja política internacional,
convencida que cosechaba buenos frutos. Entre los focos más importantes de
actuación durante la primera mitad del siglo XVII, estuvo Marruecos, un sul-
tanado cuya dinastía —la Saadí— mostraba su agotamiento. Producto de estas

17 Requesens a Felipe II. Padul, 4 de noviembre de 1570. Archivo General de Simancas, Cámara
de Castilla, leg. 2155, p. 4.

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crisis internas, fueron bastantes los príncipes marroquíes que acabaron sus días
en territorio hispano, entre ellos el personaje que nos ocupa.

2. La crisis del trono marroquí (primera mitad del siglo


XVII)

El 8 de octubre de 1603 moría en Fez Ahmad al Mansur el Dhakabi (el
Dorado), abriéndose en Marruecos, producto de las disputas entre sus sucesores,
un periodo de anarquía del que no se recuperaría18. La grave crisis de la dinastía
Saadí fue aprovechada por las potencias europeas para reivindicar intereses terri-
toriales o hacer valer sus derechos sobre el comercio de la zona, utilizando como
instrumento el apoyo a tal o cual pretendiente. Fruto de estas discordias fue la
desmembración del antiguo sultanato básicamente en dos ámbitos territoriales:
el de Fez, cuyo soberano, Muhamed el Shaikh II el Mammun (1603-1613), era
ayudado por España en su lucha contra su hermano Abu Fares, autoproclamado
rey de Marrakech. En los últimos años de la primera década del siglo XVII las
luchas de ambos monarcas entraron en una nueva fase, que es la que enmarca a
nuestro futuro personaje. Así, a principios de 1608, y desde la región del Sus,
un tercer hermano, Abu Zidán, lanza una nueva ofensiva que no sólo consigue
ocupar la ciudad de Marrakech sino destruir al ejército de Fez, provocando
que su sultán se refugie en Ceuta. Es en este instante donde comienza nuestra
historia.
El refugiado sultán de Fez pasó pronto a España, donde era denominado
como Muley Xeque. Desde el punto de vista diplomático, es posible que su
presencia fuese incómoda, ya que en este reino se encontraba desde hacía años
el legítimo heredero al trono marroquí, según el derecho europeo. Fruto de una
lucha dinástica de época anterior, otro Muley Xeque, personaje convertido al
cristianismo y bautizado con el nombre de D. Felipe de África, llevaba tiempo
protegido en la península. Sea como fuere, Felipe III vio en el recién destronado

18. El problema se inició por una disputa de poder. Así, al mismo tiempo que en Fez era entroni-
zado como nuevo sultán Mulay Zidan Abu Maali (1603-1627) (Mawlay Zaidan o Zaidan el Nasir),
su hermano Abu Fares Abdallah (Moulay Mafades), el 12 de octubre se proclamaba igualmente rey
en Marrakech (Mulay Abdul Abdallah Abu Faris). Es entonces cuando estallada una guerra entre
pretendientes, que lleva a este último soberano a enviar a su hermano Mohamad al Chaij al Mamun
(Muley Saij o Muhammed el Mamun) para atacar al soberano de Fez. Tras derrotarlo a principios
de 1604, este príncipe se autoproclamaba en Fez también sultán, enviando a Marrakech un ejército
para luchar contra Abu Faris. En febrero de 1607 este último rey era derrotado y se refugiaba en
la región del Sus, quedando su vencedor regentando la ciudad de Marrakech, si bien en febrero de
1608 un nuevo pretendiente, Mohamad ben Abdulmumin, logra expulsar al vendedor y hacerse dueño
de la ciudad. Es en esta situación de descomposición del poder territorial donde debemos enmarcar
nuestra historia.

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príncipe más posibilidades políticas que con el anterior; de modo que es llama-
tivo cómo aquel año el viejo converso marroquí se marchó a Italia, de donde
no volvería. Producto de las negociaciones mantenidas con la Corona, Muha-
med el Shaikh (el nuevo Muley Xeque), firmó el 9 de septiembre de 1609 unas
capitulaciones, por la cuales, a cambio de recibir ayuda española para volver a
entronizarse, entregaría Larache.
Mientras Muhamed el Shaikh (Muley Xeque) negociaba en la península las
ayudas, la guerra civil marroquí entró en un proceso complejo que, lógicamente,
terminaría por agravar la situación. En efecto, al poco de ser destronado por su
hermano Abu Zidán, éste no logra mantener el control efectivo del territorio
conquistado, volviendo a retroceder a sus posiciones de Marrakech. La retirada
de Fez fue posible en agosto de 1608, cuando el sobrino del sultán intruso, el
príncipe Abdallah al Mammun (hijo del rey refugiado en España), con apoyo
de los Cheraga y de su tío Abu Faris —el también destronado rey de Marrake-
ch— expulsó a las tropas invasoras de su tío Abu Zidán. No obstante, y un mes
después, el sobrino estrangulaba al tío que le ayudó, Abu Faris, quedando como
único dueño de la ciudad, a la espera de los refuerzos que traería su padre. Así
las cosas, en junio de 1610, y con apoyo del marqués de San Germán, Muhamed
el Shaikh II (Muley Xeque) volvía de España y se autoproclamaba sultán de Fez,
si bien el alcaide de Larache, al igual que los de las ciudades cercanas (Arcila y
Alkazarquivir), ofrecieron resistencia a su entrega 19. El artífice de esta oposición
fue el almocadén de Tetuán, Ahmed an Naqsis, receloso de los pactos alcanzados
con los españoles; dando lugar a que el repuesto rey tuviera que entablar una
guerra en este sector antes de tomar cualquier otro tipo de decisión 20. Aplastada
la plaza tetuaní, el rey de Fez, y conforme a lo pactado, hizo entrega el 21 de
noviembre de Larache, si bien tuvo que protestar a los españoles por refugiar en
Ceuta a la mujer e hijos del almocadén tetuaní que se le opuso, autoridad a la que
siguieron otros notables de aquella ciudad contrarios al soberano magrebí 21.
La cesión de Larache generaría contra el sultán repuesto nuevos levanta-
mientos en la región, aunque no lo suficientemente fuertes todavía como para
ser una amenaza, mucho menos por los problemas que padecía Marrakech y que
impedían apoyar a los alzados. En efecto, en el área sur del reino vecino había
estallado una revuelta dirigida por Abu Mayi, que obligó a Abu Zidán a negociar

19. El asesino del pretendiente fue Abu al-Lif, sobrino de Abu Faris. Vid. GARCÍA FIGUERAS
Tomás y LOULYA DE SAINT-CYR, Carlos, Larache, datos para su historia en el siglo XVII, Ma-
drid, 1973.
20. GOZALBES BUSTO, Guillermo, Los moriscos en Marruecos, Granada, 1992, p. 212.
21. El gobernador ceutí, marqués de Villarreal, fue el encargado de realizar los pactos con, al
menos, veinte pobladores. Entre los más destacados sobresalía Hamet Monfadal, quien se convertiría
con el nombre de Rafael de Meneses. Vid. GOZALBES BUSTO, Guillermo, Los moriscos…, p.
213.

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con franceses y holandeses nuevas ayudas22. La crisis en uno y otro reino se


agudizaría al año siguiente, producto de la mal consolidada soberanía de ambos
soberanos saadís, y que finalmente desencadenó turbulentos acontecimientos. Así,
en el reino de Fez se padecía algo parecido, pues a finales de mayo de 1611
una insurrección de los habitantes de la capital era aplastada brutalmente por los
Cheraga. El conflicto civil posterior dentro de la ciudad, producto de la división
en dos grupos —Andalusiyyin y Lamtiyyin— no hizo sino desequilibrar el poder
del gobernador, el príncipe Abdallah al Mammun23. Del otro lado, durante el
mes de mayo de 1612, la oposición a Mulay Zidán fue tal que el sultán se veía
obligado abandonar la capital y refugiarse en la ciudad de Safí 24.
La inestabilidad contra el poder regio de Fez pronto se trasladó también
a las cercanías de Tetuán, dado que el 2 de septiembre de 1612 era asesinado
el sultán Muhamed el Shaikh II, por conjura del iman Ahmad Ibn Abi Mahalli.
La muerte también de dos de sus hijos —los infantes Muley Driz y Muley Na-
zar— hizo peligrar la alianza española, ya que en Madrid se rumoreaba que el
magnicidio estaba organizado por el príncipe Muley Abdallah, hijo y hermano
de los asesinados25. Pronto se confirmó que no era así, ya que, tras entronizarse
en Fez el 21 de agosto de 1613, con el nombre de Abdallah Mohameh II, se
apresuró a pactar con España un nuevo tratado26. Sea como fuere, lo cierto es
que la situación descrita trasluce la enorme vulnerabilidad de los dos tronos
marroquíes por las agresiones internas y externas.
El nuevo sultán de Fez mantendría una guerra intermitente contra Marrakech,
si bien el más dañino de sus enfrentamientos fue contra su hermano, el príncipe
Mahammed Zaguda. La guerra civil interna, sumada al acercamiento que su tío
Abu Zidán hizo con el nuevo duque de Medina-Sidonia, pusieron en jaque a
Abdallah Mohameh II, quien en 1618 pedía asilo a Felipe III. Su presión era tal
que en 1619 su hermano logró imponerse y por un momento entrar en Fez, si
bien Zaguda no pudo derrotarle, refugiándose con su descendencia en Alcázar,
desde donde continuaría la lucha. Aquel año Zidán daba un giro en su alianza

22. CAILLE, Jacques, “Abassades et missiones marocaines aux Pays-Bas á l´époque des sultanes
saadiens”, Hesperis-Tamuda, IV (1963), pp. 38-39 y, del mismo autor, “Ambassades et missions
marocaines en France”, Hesperis-Tamuda, I (1960), pp. 40-45.
23. RODRÍGUEZ MEDINA, Fernando, Familias de Fez, Madrid, 1995, p. 109.
24. Uno de los barcos holandeses que transportaba sus bienes fue apresado por los españoles,
incautándole su biblioteca, cuestión que deterioró las relaciones de este sultán con sus aliados eu-
ropeos. Vid. IBN AZUZ, Mohamed, “La biblioteca de Mulay Zaidán en El Escorial”, Cuadernos de
la Biblioteca Española de Tetuán, 17-18 (1978), pp. 117-154.
25. BAUER LANDAUER, Ignacio, Papeles de mi archivo. Relaciones de África (Marruecos),
Madrid, s.f., II, pp. 15-19.
26. Parte de su interés se centró en recuperar la herencia de su padre, situada mayoritariamente
en Tánger y valorada, sólo la pedrería, en millón y medio de ducados

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un saadí converso durante el reinado de felipe iv 301

hispana y, confiando en los apoyos turcos y holandeses, atacaba La Mamora27;


de modo que Abdallah Mohamed II recuperaba la confianza española. Esta
seguridad externa, empero, no impidió que el sultán de Marrakech continuase
ganando terreno a su sobrino, fruto de la guerra que, aún en 1620, mantenía
contra su hermano. Finalmente, en 1623, el viejo xerife Zidán logró derrotarle,
reuniendo en su cabeza ambos reinos marroquíes, noqueando así el intervencio-
nismo hispano y favoreciendo los intereses de Francia y Holanda.
Durante el tiempo de vida que le quedó a Zidán, una de sus mayores pre-
ocupaciones fue tratar por todos los medios de favorecer a su estirpe, eliminando
a la rama familiar contraria. Pese a su persecución, sus sobrinos mantuvieron
enhiestos sus derechos sucesorios de la Casa de Fez: Abd el Malek II, que a
duras penas pretendió enarbolar el título de sultán como hijo del último xerife. Y
Muhammad Zaguda, tío del anterior que, refugiado en el sur, sostuvo su oposición
hasta la muerte de su sobrino, acaecida en 1626, fecha en la que se convirtió en
el único heredero de esta rama familiar. En estos oscuros años de la década de
1620 la Corona española intentó contactar con los sucesores del rey Mohamed
el Shaikh II, pero la crisis existente le hizo desistir; de manera que optó por
quedar expectante a los acontecimientos. Y no tardaría mucho en presentarse su
oportunidad, ya que el viejo Abu Zidán falleció el 17 de septiembre de 1627,
sucediéndole su hijo Abd el Malek III (Abdelmelique).
El nuevo rey trató por todos los medios de aniquilar la resistencia de la
rama familiar contraria, representada por su primo Mohamed Zaguda, quien
mantuvo una dura resistencia. Éste, al igual que hiciera antes, en 1629 solicitó
de Felipe IV socorros a cambio de colaboración, arribando su embajada el 18
de agosto a Valencia28. Pensamos que los contactos no debieron ser exitosos,
ya que Abd el Malek III mantuvo una política filohispana que finalmente hizo
decaer la causa. Esta fecha abre para la familia real de Fez un periodo de som-
bras, mucho más cuando el xerife fue asesinato en 1630 de un arcabuzado en el
camino de Mazagán. Le sucedió en 1631 su hermano Muley el Walid, enemigo
mortal de España que no dudó en cerrar sus puertos al comercio peninsular y
su acercamiento a otras potencias extranjeras 29. Este año abre verdaderamente la
puerta a la desintegración del reino, ya que los hermanos y herederos del sultán
fallecido optaron por el régimen de co-sultanato, perdiendo a partir de entonces
parte de su soberanía en varios territorios rebelados.

27. El 4 de abril de 1621 Felipe IV advertía al capitán don Diego de Escobedo, alcaide del Peñón
de Vélez de la Gomera y gobernador de La Mámora, del fin de la tregua con los holandeses y de las
contingencias militares que se derivarían. Para ver el cruce de correos y el pensamiento político del
momento, vid. el ya clásico artículo de RODRÍGUEZ VILLA, Ángel, “documentos sobre El Peñón
y La Mámora”, Boletín de la Real Academia de la Historia, 30 (1897), pp. 523-526.
28. R.A.H., Colección Salazar, I-49, f. 269.
29. ÁLVAREZ DE TOLEDO, Isabel Luisa, África versus América. En tiempo de los Austrias, p. 6.

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Si el co-sultanato era una sombra de lo que fue el reino, no menos lo sería


la guerra civil que estalló entre los hijos de Zidán, conflicto que a finales de
diciembre de 1635 produjo la primera salida de príncipes. Así, y bajo la tutela
del duque de Medina Sidonia, llegaba a Madrid uno de los sobrinos del sultán,
bautizado con el nombre de don Felipe Gaspar Alonso de Guzmán30. En 1636
moría asesinado El Walid, reinando en solitario su hermano Muhamed el Shaikh
III, pro-castellano; de tal modo que en 1637 agasajó a una embajada de Felipe IV
encabezada por el franciscano fray Nicolás de Velasco. Esta visita fue devuelta
en septiembre de 1640 con un embajador marroquí, recibido en el Puerto de
Santa María por el duque de Medina-Sidonia, y que regresando en octubre en
un barco fletado en Bonanza31. Su política interna, como era de esperar, fue la
de continuar imponiendo el régimen de terror, pues nada se sabe de la descen-
dencia del sultán asesinado y mucho menos de su parentela. Su gobierno abre
definitivamente la desintegración saadí, caracterizada por las constantes crisis
y las actuaciones desesperadas por consolidar la descendencia. Sin embargo su
jurisdicción no iba más allá de la capital en la que residía, debilidad política
que permitiría a España actuar nuevamente en la zona 32. Es en este ambiente,
lleno de abundantes revueltas, intrigas y traiciones —no exento de zonas libres
de cualquier control regio—, se enmarca la llegada a península en 1648 de uno
de los pocos supervivientes al magnicidio que siguió al asesinato en 1612 de
Muhamed el Shaikh II, último sultán esclarecido de la Casa de Fez. En concre-
to uno de sus nietos, y por tanto aspirante legal —mucho más que la rama de
Zidán— al trono magrebí.

3. La conversión de Muley Hamet, príncipe saadí

Nuestra historia comienza en 1612, cuando Muley Mahammed (conocido


también como Muhammad Zaguda) salvó milagrosamente la vida en 1612 del
terrible asesinato que segó la vida a dos de sus hermanos y a la de su padre,
Muhamed el Shaikh II, sultán de Fez. Al entronizarse su hermano Abdallah
Mohameh III, nuestro personaje se reveló en la región de Habt, reclamando sus
derechos al trono a su hermano. Su lucha tuvo éxito, ya que en 1619 llegó a entrar
durante unos días en Fez, si bien el soberano lo expulsó al poco, obligándole a
refugiarse en un área serrana. Muhammad Zaguda —a través de su secretario,
Çidi Ayad— a finales de aquel año entró en negociaciones con el predicador fray

30. Recibió los nombres del rey, del duque y del sacerdote que lo bautizó. Vid. ALONSO ACERO,
Beatriz, Sultanes de…, p. 106.
31. ÁLVAREZ DE TOLEDO, Isabel Luisa, África versus América…, p. 6.
32. JACQUES-MEUNIE, D., Le Maroc saharien des origines à 1670, París,1982.

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un saadí converso durante el reinado de felipe iv 303

Francisco Guerra, con objeto de alcanzar un pacto con los españoles. Desde su
refugio en Alcázar, expidió una carta el 8 de diciembre de 1619, proponiendo
al rey de España que “…por ymitar a mi padre, que aya gloria, en el amor que
tubo a la Majestad del rrei Felipe, e querido serbirle con Arçila”. Ocupado el
trono saadí —como lo esperaba— garantizaría que en dos meses se restaurarían
definitivamente las buenas relaciones con la península, dejando entrever también
alguna cuestión concreta sobre Tetuán y Salé33.
El gobernador de Larache, maestre de campo Pedro Rodríguez de Santiesteban,
remitió la propuesta de Zaguda a Madrid, haciendo énfasis en las posibilidades
que ofrecía este candidato. No obstante, el Consejo de Estado, en su consulta
del 25 de enero de 1620, no dio importancia a la oferta de Arcila, y ordenó a
Santiesteban que, con buenas maneras, dejase en vía muerta el asunto 34. Y no
iban descaminados los oficiales en no creer en esta rama familiar de os saadíes,
pues en 1623 Abdallah Mohameh III era derrocado, asumiendo su herencia su
hijo Abd el Malek II. Su actitud fue preservar su sucesión frente a la descen-
dencia de su tío Mohammed Zaguda, así como tratar de derrocar al sultán de
Marrakech para restablecer en su reino su soberanía. Sin embargo todo terminaría
en 1626, fecha en la que un victorioso Abu Zidán reunió ambas coronas en su
cabeza. Entronizado como sultán de Marruecos, impuso finalmente su estirpe en
la sucesión, permaneciendo los pocos miembros de la Casa de Fez escondidos
ante las persecuciones que siguieron. Sin embargo para estas fechas el nuevo
rey, Felipe IV, supeditó toda la política exterior a la Guerra de los Treinta Años,
relegando las relaciones marroquíes a un segundo plano 35.
La muerte de Abu Zidán, acaecida en 1627, abrió la puerta nuevamente
a la disidencia de la familia real de Fez, si bien Abd el Malek III también
combatió con dureza a sus opositores. Muhammad Zaguda finalmente no logró
imponerse a su primo, escondiendo a su primogénito, Muley Hamet, en unas
montañas remotas, preservando así sus derechos dinásticos. Este príncipe, criado
en las recónditas sierras, a la muerte, en 1630, de su primo Abd el Malek III,
capitalizó todos los derechos dinásticos para suceder en el trono, ya que el resto
de los hermanos del sultán comenzaron a disputarse la corona. La brutal guerra
civil que acompañó a los hijos de Zidán permitió albergar nuevas esperanzas a
la rama de Fez, quien, como biznieto del recordado Al-Mansur, prácticamente

33. GARCÍA-ARENAL, Mercedes, RODRÍGUEZ MEDINA, Fernando y EL TOUR, Rachid,


Cartas Marruecas. Documentos de Marruecos en archivos españoles (siglos XVI-XVII), Madrid,
2002, p. 386, documento 95.
34. GARCÍA-ARENAL, Mercedes, RODRÍGUEZ MEDINA, Fernando y EL TOUR, Rachid,
Cartas Marruecas….,pp. 141-142.
35. GÓMEZ VOZMEDIANO, Miguel Fernando y MARTÍNEZ TORRES, José Antonio, “«Entre
dos mundos». Las relaciones diplomáticas hispano-musulmanas durante la Edad Moderna: una breve
síntesis”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie IV, Historia Moderna, 21 (2008), p. 21.

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304 valeriano sánchez ramos

era el más inmediato y legítimo heredero a la sucesión de los saadíes 36. Durante
el reinado de El Walid (1631-1636) hubo cierta relajación, dada su política de
acercamiento a los españoles, si bien los seguidores de Muley Hamet continuaron
escondiéndole, dado que este príncipe pertenecía a una rama real contraria. Con-
vencidos que con el tiempo se reactivaría una política contraria, se mantuvieron
expectantes hasta la hora de salir a la luz. Sería entonces cuando establecerían
una firme alianza con España, única vía (que estimaban) para imponerse a la
rama reinante. El asesinado en 1636 el sultán y la subida al trono de su hermano
Muhamed el Shaikh III cierran definitivamente la ambigüedad con los españoles
por otra estrategia contraria. Es muy posible que este cambio político, sumado a
la guerra civil imperante, hiciera insostenible la supervivencia de Muley Hamet,
persuadiéndole para que se refugiase en España.
Muley Hamet llegó a la península de la mano del capitán de caballería
portugués Jorge Mendoza da Franca, caballero del Hábito de Cristo que logró
convencer con argumentos al marqués de Velada para que éste intercediese ante
la Corona37. Los contactos dieron el fruto deseado, ya que el príncipe fue hos-
pedado de inmediato en Getafe, bautizándose el 16 de octubre de aquel mismo
año. Adoptó el nombre de don Felipe de África, lo que posiblemente indique que
Felipe IV pudo ser su padrino38. Le acompañó en este viaje el alcaide Mohamed
Venrraya, quien en la segunda mitad del mes de noviembre de aquel año —una vez
consolidado el apoyo español— solicitaba ayuda de costa para traer a España a su
mujer y familia39. Reconocido con los títulos de príncipe de Fez y de Marruecos,
este personaje recibió apoyo económico y mantuvo cierta correspondencia con el
nuncio de Inocencio X, siendo destinado a servir al rey en Nápoles.
No era el primer príncipe converso que había en la península, pues tres años
antes había recalado también en tierras italianas un príncipe tunecino, bautizado
en Palermo con idéntico nombre: don Felipe de África (1627-1686). Junto a éste,
también se encontraba bajo el amparo de Felipe IV un príncipe Saadí contrario a
sus pretensiones, don Felipe Gaspar Alonso de Guzmán. Sin embargo su propio
nombre delataba que no mantenía, ante los ojos hispanos, la primacía en los
derechos dinásticos. Esta historia no hacía sino repetir hechos semejantes de otra
época, cuando, años antes, reprodujo semejante trayectoria el primer don Felipe
de África (1554-1621), quien se marcharía a Milán tras la llegada a España del
abuelo de nuestro personaje, el sultán Muhamed el Shaikh II. Era, pues, nuestro
don Felipe de África (Muley Hamet) el personaje más importante que la Corona
hispana dio en aquella fecha a su política marroquí.

36. ALONSO ACERO, Beatriz, Sultanes de…, p. 106.


37. Su memorial en R.A.H., Colección Salazar, E-16, ff. 80-88.
38. ALONSO ACERO, Beatriz, Sultanes de…, p. 107.
39. Ibidem, p. 166 nota 127.

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un saadí converso durante el reinado de felipe iv 305

Hasta aquí los pocos datos que se conocen de este personaje, razón de más
para añadir algunas notas al hilo de un análisis meditado de nuestro documento.
Por un informe de 1663, emitido por don Francisco Encinas, comisionado del
príncipe marroquí, sabemos que Felipe IV emitió dos cédulas a favor de don
Felipe de África, por las que le hacía merced de “…la cantidad de çient ducados
de alcançe al mes y otra de duçientos escudos al mes”. Sólo por la renta anual
de la primera cédula (1.200 ducados), nos permite aseverar que este personaje
tenía asegurada, y con decencia, su estatus de príncipe extranjero. Sin embargo,
como era usual en este tipo de numerario, no siempre la hacienda regia hacía los
libramientos de caja oportunamente, razón que explica las legítimas demandas
que condujeron a desarrollar los documentos que manejamos.
Pensamos que don Felipe de África debió defender en todo momento sus
derechos legítimos al trono saadí, si bien no se concreta una línea significativa
en la política exterior de Felipe IV que determine en qué consistió su estrategia.
No obstante, observamos cómo en el transcurso de los acontecimientos expe-
rimentados por Marruecos —cotejamos con los pocos datos disponibles sobre
refugiados marroquíes— que volvemos a detectar llamativos hechos. Uno de los
más notables tiene lugar en 1654, cuando moría asesinado el sultán Mohamed el
Shaikh III, magnicidio que abriría nuevas ilusiones en nuestro príncipe. Mucho
más por cuanto el hijo y heredero del sultán, Ahmad II el Abbas, a duras penas
mantenía sus prerrogativas. Es muy probable que nuestro príncipe albergara
la posibilidad de cambiar el rumbo de la historia de su país, enarbolando sus
reivindicaciones. Quizás haya que concatenar el hecho anterior con la llegaba a
España de otro noble marroquí, Mahamed, al que se hace descender del sultán
Abu Zidán, y que se bautizó con el nombre de don Baltasar de Loyola40, y que
muy bien pudo interpretar don Felipe como un giro de la Corona hispana.
Aún cuando don Baltasar Loyola no recibió en 1654 el tan llamativo nombre
de Felipe ni el apellido África —tan característico de los herederos al trono—,
su presencia debió incomodar a don Felipe de África, ya que la filiación del
nuevo converso —rama familiar contraria a la suya— iba en detrimento de sus
reivindicaciones. Además, la salida de su primo don Felipe Gaspar de Guzmán
para servir en Nápoles, ayudaba a entrever la potenciación de los derechos de
este príncipe frente a los de su primo. De ser así, se reproducía miméticamente lo
que ocurrió en 1610, cuando llegó a la península el sultán Muhamed el Shaikh, y

40. Hijo del príncipe Abd Alvahid Muhamed (hijo del sultán Muley Zidán), quedó desposeído
del trono cuando a la muerte de su abuelo, en 1628, el poder pasó al primo de su padre, el sultán
Abd al-Malik II. Como nieto del sultán Zidan, para esta rama familiar este personaje era el legítimo
heredero al trono de Fez y de Marrakech. Su conversión fue muy sonada he hizo publicar en 1669 a
Calderón de la Barca el auto titulado El príncipe constante. Vid. GARCÍA GOLDÁRAZ, Carlos, “Un
príncipe de Fez jesuita: Sceid Muhammad Atáis, en religión P. Baltasar Diego de Loyola de Mandes V
(1631-1667)”, Miscelánea Comillas: Revista de teología y ciencias humanas, 2 (1944), pp. 487-542.

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306 valeriano sánchez ramos

ésta coincidió con la salida a Milán del primer don Felipe de África. Sea como
fuere, lo cierto es que todo indica que la voz de nuestro príncipe de Fez se diluye,
tanto como para sufrir retrasos en el pago de su sustento, signo inequívoco de la
poca atención que se le presta en estas fechas. No obstante los acontecimientos
en el sultanato magrebí, y la propia trayectoria de su contrincante, pusieron a
don Felipe en una buena posición, como ahora veremos.
Don Baltasar de Loyola, a diferencia del príncipe de Fez, nada más
convertirse deseó ingresar en la Compañía de Jesús, orden eclesiástica que sí
suponía un grave inconveniente para su posible opción al trono marroquí. Al
poco de ordenarse marchó a Messina y Malta; de forma que nuevamente don
Felipe de África se convertía en el mejor instrumento político para la Monarquía
española. Llama la atención cómo se concatenan nuevamente los hechos, ya
que en 1659 moría asesinado el sultán Ahmad II el Abbas, extinguiéndose con
él no sólo esta rama familiar sino desapareciendo en el sultanato una cabeza
visible y significativa de estirpe real, a la que poder recurrir con garantías los
marroquíes. La única opción legítima de los saadíes —según el derecho— era
la de don Felipe de África, mucho más por cuanto la total anarquía que sufría
Marruecos permitía valorar, con cierto optimismo, un intervencionismo que
podría ser bien recibido por el pueblo. Así, por un informe de Juan Francis-
co Sáenz Vázquez, cajero de las reales arcas, sabemos cómo en el verano de
1660 —año siguiente al magnificio del último sultán marroquí—, don Juan
de Góngora, presidente del Consejo y Contaduría Mayor de Hacienda, ordenó
entregar al príncipe de Fez los 91.000 reales que se le adeudaban. Las entregas
las ejecutó Juan Vázquez, escribano perpetuo de la Tesorería General, quien el
28 de enero de 1661 envió a Francisco de Mansilla y a Francisco de Olmeda,
oficiales regios, para que llevasen el numerario en dos partidas: La primera, de
56.000 reales (en 1.000 doblones de a dos en escudos de oro), la “…entregaron
en mano propia al dicho señor príncipe de Fez”. Y la segunda, 35.000 reales (en
reales de a cuatro nuevos y de a ocho, y éstos a razón de 14 reales cada uno),
la abonaron al “…doctor don Nicolás de Orsay, clérigo presbítero, como otras
muchas veçes se le havían entregado otras muchas cantidades, como a persona
que avenía a su cassa i negoçios”.
De los pagos realizados aquel año de 1661, interesa el segundo, pues, según
Francisco de Mansilla, oficial mayor de las cartas de pago del tesoro, se realizó
a uno de los colaboradores de don Felipe, porque “…avía salido de esta Corte
el dicho señor príncipe, y haverse quedado el dicho doctor [Orsay] a el ajuste
de diferentes negoçios y dependencias que tenía el dicho señor príncipe”. La
pregunta está llamada a realizarse: ¿Dónde estaba don Felipe de África? ¿Aca-
so, deba conectarse con la fecha con un intento de príncipe de Fez de buscar
apoyos a su causa? El documento alude a la estancia de don Felipe de África
en la isla de Ibiza, no sabemos con qué objeto, bien en servicio de la Corona
o camino de Italia, aunque, por el contrario, otra posibilidad podía ser una ruta

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marítima de despiste. La duda razonable hace pensar que nuestro personaje bien
pudiera preparar algún traslado a Marruecos para entrevistarse con sus adeptos
antes de que un nuevo candidato surgiera. No en balde, por este tiempo Moulay
Mohammed Ben Chérif Alí, quien años antes se autoproclamó rey de Sijilmasa
(1640-1641), había logrado controlar la región de Tafilalet y daba pasos agigan-
tados por hacerse con el control del sultanato.
La documentación que presentamos apunta cómo, entre 1661 y 1663, la
administración real vuelve a normalizar la entrega de las rentas concedidas a don
Felipe de África. Más aún, aparecen cartas de recibo de entregas nuevas, así como
regalos y obsequios, que nada tienen que ver con pagos regulares. Así, Matheo
de Olmeda, comisario del tesoro, “…vio que el dicho Juan Bázquez le entregó
a el dicho doctor [Orsay] ocho mill reales de vellón en tres yerros de çintillo de
sombrero de diamantes, esmaltados en oro, ante el del contraste. Y que la restante
cantidad hasta los dichos ocho mill reales, uno se lo entregó diferentes piezas
de plata labrada y moneda de vellón a el dicho doctor. Y lo save todo lo dicho
por haver passado todo en su presencia”. Francisco Olmeda, también comisario
de la misma institución y testigo directo de lo sucedido, recordó, además, que
los “…ocho mill reales le devía el dicho Juan Bazquez a el señor príncipe del
resto de tres quentas que entre los dos tubieron”. Desde luego desconocemos
cuáles eran las “cuentas” particulares que tenían el príncipe de Fez y el escribano
real, pero, desde luego, eran obsequios valiosos no estipulados en las cédulas
reales. Mucho más enigmático resulta explicar porqué, si se trataba de negocios
particulares entre un funcionario y el príncipe, estas cantidades salían de la Te-
sorería Real. Llamativo es también que, de ser pagos oficiales, éstos no tengan
la razón o justificación, y mucho menos por qué las entregas se realizaron en
objetos —en concreto joyas— y no en dinero contante y sonante.
Junto a las dádivas anteriores, el cajero real, Juan Francisco Sáenz Vázquez,
en una actitud también bastante generosa, mandó “…a el dicho don Nicolás
Orsay para el dicho señor príncipe de Fez una scopeta, su corte de vestido de
paño de Olanda y felpa, para las bueltas del ferreruelo, que serían tres varas.
Que en todo ello no entró [tampoco] en quenta de las cantidades referidas”. Sin
entrar en más afirmaciones que las que pueden derivarse de la cita, estos ricos
y lujosos obsequios no sólo engalanaban a una persona principesca sino que
también lo pertrechaban con arma. Verdaderamente se estaba vistiendo a un rey,
cual si se tratase de uno de los muchos retratos velazqueños que nos representa
a la familia real española en un día de cacería por las sierras madrileñas. A
nuestro modo de ver, para 1663 nuestro don Felipe de África estaba vestido
con ricas telas, adornado con joyas valiosas y bien armado, acaso una medida
de la Corona para congraciarse con él o para prepararlo para alguna misión.
En todos los casos aquel año podía reconocerse visualmente a un príncipe, sea
en España o cualquier parte del mundo, incluida Marruecos. Tampoco sabemos
cual era este engalanamiento, si para asistir a cualquiera de los actos barrocos

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308 valeriano sánchez ramos

que deparaba la Corte española o para una puesta de largo en el Magreb. Nada
más aporta este documento.
Desconocemos cual fue la trayectoria vital de nuestro personaje, no así
la de su tierra y truncadas pretensiones. Al año siguiente de quedar saldadas
las cuentas de don Felipe, el 1 de agosto de 1664 moría en su país el cons-
tante Mohammed Ben Chérif, sucediéndole su hijo, Mulay Rachid inb Xerif,
quien, ocupando el norte y autoproclamándose sultán, daba el paso final a
la integración marroquí. A partir de este año, difícil resultaría intervenir en
Marruecos, mucho menos cuando en 1666 daba el golpe de gracia instando su
capital en Fez y liquidando brutalmente la crisis civil interna. Poco después,
en 1669, moría asesinado en Marrakech Karim el Hajj, el último líder de la
resistencia al nuevo poder. En el transcurso de tan cortos años había nacido
el linaje real Alauita, quedando lejos los ecos de la dinastía Saadí y de sus
crisis sucesorias, repletas de discordias y príncipes conversos. Comenzaba una
nueva historia que, como es obvio, se aleja de nuestra pretensión. Sirvan estas
líneas a vuela pluma para entregar estos materiales a quien desee profundizar
—y mejorar, desde luego— la memoria histórica que hemos pergeñado de este
peculiar príncipe; de los intereses españoles en la zona y, por su puesto, de su
contexto histórico.

Apéndice documental

Don Francisco de Ençinas, residente en esta Corte, en virtud del poder que tengo
del señor don Phelipe de África, príncipe de Fez y Marruecos, como más aya
lugar, paresco ante vuestra merced y digo que, estando en esta Corte el dicho
señor don Phelipe de África, le hiço Su Majestad merced de diferentes rentas,
y teniendo crédito de diferentes cantidades en las arcas reales y bolsillo de Su
Majestad, dio reçivo de una suma considerable a Juan Bázquez, cagero de las
arcas reales, y por quenta de la cantidad del reçivo le dio mill doblones y la
restante cantidad se la entregó al doctor don Nicolás de Orsay, su mayordomo,
y habiéndole pedido quentas en la ysla de Yviça de las cantidades que había
reçivido del dicho Juan Bázquez.
Y por quanto el derecho del dicho señor príncipe combiene haçer información de
las cantidades que le entregó el dicho Juan Bázquez al dicho doctor don Nicolás
de Orsay, pido y suplico a vuestra merced se sirva de mandar que se reçiva in-
formación de las cantidades que reçivió el dicho doctor don Nicolás de Orsay del
dicho Juan Bázquez, asi en dinero como en plata labrada, joyas y alajas. Y hecha
la dicha información autorizada y en pública forma, se me entregue un traslado o
más para usar de ellos como al derecho de dicho señor príncipe convenga sobre
que pido justicia y juro en forma este pedimento y para ello, etc.

Don Françisco de Ençinas Don Luis de Carretero y Monçon


(firma y rubrica) (firma y rubrica)

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un saadí converso durante el reinado de felipe iv 309

En la villa de Madrid a diez y ocho días del mes de febrero de mill y seisçientos
y sesenta y tres años, para información de lo conthenido en el pedimento de
presentasión de don Françisco de Ençinas, por el poder que tiene del señor don
Phelipe de África, príncipe de Fez, y el juramento en forma de derecho de Juan
Francisco Saenz Vazquez, caxero de las reales arcas del tesoro, que vive en la
calle de Santa Catalina, junto a San Ildefonso, el qual, después de haver jurado
por Dios Nuestro Señor y haçer una señal de cruz en forma de derecho y siendo
preguntado por el pedimento, dixo:

Que conoçe a el dicho señor don Phelipe de África, príncipe de Fez, y save que
tiene por merced de Su Majestad diferentes rentas y créditos de diferentes cantidades
de maravedíes en las arcas reales y bolsillo de Su Majestad, como son por dos
cédulas de Su Majestad por la cantidad de çient ducados de alcançe al mes y otra
duçientos escudos al mes entinados (sic) en dichas arcas para alimentos suios.
Y por quenta de ellos save este testigo que al dicho señor príncipe de Fez se le
libró en las dichas arcas por orden del señor don Juan de Góngora, presidente
del consejo y contaduría mayor de hacienda de Su Majestad, en veynte y çinco
de junio passado de seisçientos y sesenta, nobenta y un mill reales de vellón por
quenta de lo que se le devía de las dichas dos cédulas. De los quales otorgó dos
cartas de pago ante Francisco Vazquez, escribano perpetuo de la dicha tesorería
general, la una a cincuenta mill reales, su fecha en quatro de octubre de sesenta
y uno, y la otra de los cuarenta y un mill reales.
En veinte y ocho de henero de seisçientos y sesenta y dos años el dicho Françis-
co Vazquez dio de los quales dichos nobenta y un mill reales se le pagaron en
diferentes vias: los çinquenta i seis mill reales dellos en mill doblones de a dos
escudos de oro, contado cada uno a çinquenta y seis reales de vellón, que Françisco
de Mansilla y Françisco de Olmeda, los llevaron y entregaron en mano propia
al dicho señor príncipe de Fez. Y los treynta y çinco mill reales restantes a los
dichos noventa y un mill reales, se le entregaron de orden del dicho príncipe de
Fez a vuestra merced en reales de a ocho y sea quatro de nuebos a raçón de a
catorce reales cada real de a ocho de vellón, a el doctor don Nicolás de Orsay,
clérigo presbítero, como otras muchas veçes se le havían entregado otras muchas
cantidades, como a persona que avenía a su cassa i negoçios.
Y assí mismo este testigo le entregó a el dicho don Nicolás de Orsay. Dixo le
entregó ocho mill reales de vellón entre yerros de çintillo de sombrero de dia-
mantes, esmaltados con fe del contratante. El resto hasta los dichos nobenta y un
mill reales en plata labrada y moneda de vellón, los quales dichos ochenta y tres
mill reales se los devía este testigo a el dicho señor príncipe de Fez del resto de
diferentes quentas que entre los dos tubieron, que éste save por que pagó todo
de su mano y en presencia de Françisco de Mansilla y Françisco de Olmeda i
Matheo de Olmeda, que podrán deçir como passó lo susodicho, y que es la verdad,
so cargo del juramento que fecho tiene, en que se afirmó y lo firmó y más dixo
que dio este testigo a el dicho don Nicolás Orsay para el dicho señor príncipe de
Fez una scopeta, su corte de vestido de paño de Olanda y felpa, para las bueltas

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del ferreruelo, que serían tres varas. Que en todo ello no entró en quenta de las
cantidades referidas i lo dixo ser la verdad so cargo del dicho juramento. Y lo
firmó y dixo ser de hedad de cuarenta años.

Juan Françisco Saez Vazquez ante mi


Mathias de Santos
(firma y rubrica) (firma y rubrica)

En la dicha villa de Madrid, el dicho día, mes y año dichos, para más información
de lo referido, yo, el escribano, recibí juramento por Dios Nuestro Señor y a una
señal de cruz, en forma de derecho, de Françisco de Mansilla, oficial mayor de
las cartas de pago del tesoro, que vive en la calle de los panaderos, en cassas
de Juan Basquez, el qual, después de haver jurado y prometido deçir verdad, y
siendo preguntado por el pedimento, dixo:
Que conoçe a el señor don Phelipe de África, príncipe de Fez, conthenido en el
dicho pedimento, y save que por merced de Su Majestad tubo diferentes rentas y
créditos de diferentes cantidades de maravedíes en las arcas reales y bolsillo de
Su Majestad, como son por dos cédulas de Su Majestad, la una çient ducados de
renta al mes y otra duçientos escudos también al mes, consignados para alimentos
suyos en dichas arcas. Y save este declarante que por quenta dellos se le libró a el
dicho señor príncipe de Fez en las dichas arcas por orden del señor don Juan de
Góngora, presidente del consejo y contaduría mayor de hazienda de Su Majestad,
en veynte y çinco de junio passado de mill y seisçientos y sesenta, nobenta y un
mill reales de vellón, por quenta de lo que se le devía de las dichas dos çédulas.
Y save que dellos otorgó dos cartas de pago ante Françisco Vazquez, escribano
perpetuo de la dicha tesorería general, la una de ellas de zinquenta mill reales, su
fecha en quatro de otubre de seisçientos y sessenta y uno, y la otra de cuarenta y
un mill reales, cumplimiento a los dichos nobenta y un mill en reynte y ocho de
henero de mill y seiscientos y sesenta y dos. Assí mismo otorgada ante el dicho
Francisco Vazques, los quales dichos nobenta y un mill reales save se le pagaron
en diferentes días:
Los çinquenta y seis mill reales, dellos en mill doblones de a dos escudos de
oro, contados a raçón de çinquenta y seis reales de vellón, por haver este testigo
llevándoselos en compañía de Françisco de Olmeda a el dicho señor príncipe de
Fez, y se los entregaron en mano propia. Y que los treynta y cinco mill reales
restantes a los dichos nobenta y un mill se le entregaron a el doctor don Nicolás
de Orsay, clérigo presbítero, de orden que de voca dio el dicho señor príncipe
de Fez en reales de a ocho y de a quatro nuebos, a raçon cada real de a ocho
de a catorce reales de vellón, los quales le entregó el dicho Juan Françisco Sáez
Vázquez después que avía salido de esta corte el dicho señor príncipe, y haverse
quedado el dicho doctor a el ajuste de diferentes negoçios y dependencias que
tenía el dicho señor príncipe.
Y assí mismo save que el dicho Juan Françisco Sáez Vázquez le entregó a el
dicho doctor don Nicolás de Orsay ocho mill reales de vellón entre yerros de

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çintillo de sombrero de diamantes, esmaltado en oro, en fee del contraste. Y que


este testigo lo supo en su mano diferentes veçes y los contó y si se acuerda heran
treynta y siete diamantes en las dichas tres piezas. Y que el resto hasta los dichos
ocho mill reales se le entregó en diferentes piezas de plata labrada y moneda de
vellón, los quales dichos ocho mill reales save se los daría a el dicho príncipe de
Fez el dicho Juan Françisco Sáenz Vazquez del resto de diferentes quentas. Y lo
save por haver passado todo lo susodicho en su presençia. Y también que el dicho
Juan Françisco Sáenz Vázquez le dio a el dicho doctor para el dicho príncipe de
Fez un corte de vestido de paño de Olanda y como tres varas de felpa negra para
las bueltas del ferreruelo. Y una scopeta.
Y que lo dicho no entró en la quenta de las cantidades dichas. Y esto dixo ser la
verdad, so cargo del juramento que tiene fecho, en que se afirmó y ratificó. Y lo
firmó y dixo ser de hedad de treynta y çinco años, poco más o menos.

Francisco Mansilla ante mi


Mathias de Santos
(firma y rubrica) (firma y rubrica)

En la dicha villa de Madrid, el dicho día, mes y año dichos, para más información
de lo conthenido en el pedimento se presentó por testigo Matheo de Olmeda, comi-
sario del tesoro, que vive en la calle alta de Fuencarral, en cassas del convento de
San Phelipe, del qual, yo, el escribano, recibi juramento por Dios Nuestro Señor
y a una señal de cruz, en forma de derecho. Y aviéndole hecho y prometido deçir
verdad, siendo preguntado dixo:

Que conoçe muy bien a el señor príncipe de Fez conthenido en el pedimento, e que
save que por merced de Su Majestad tubo diferentes rentas y créditos de muchas
cantidades de maravedíes en las arcas reales y bolsillo de Su Majestad, como son
por dos cédulas de Su Majestad, y la una çient ducados de renta al mes y por otra
duçientos escudos, también al mes, destinados para alimentos suyos en dichas arcas.
Y porque este testigo save que por quenta dellos se le libró a el dicho príncipe
de Fez en las dichas arcas por orden del señor don Juan de Góngora, presidente
del conssejo y contaduría mayor de hazienda de Su Majestad, en veynte y çinco
de junio del año passado de mill seisçientos y sesenta, nobenta y un mill reales
de vellón por quenta de lo que se le devía de las dichas dos cédulas. Y save que
dellos otorgó dos cartas de pagó ante Françisco Vázquez, escribano perpetuo de
la dicha hacienda, que la una dellas de çinquenta mill reales de vellón, su fecha
de quatro de octubre del año passado de mill y seisçientos y sesenta y uno, y la
otra de cuarenta y un mill reales, cumplimiento a los dichos nobenta y un mill,
en veinte y ocho de henero de mill y seisçientos y dos, otorgada assí mismo ante
el dicho Françisco Vázquez.
Y que save que los dichos nobenta y un mill reales se le pagaron en diferentes
días, los çinquenta y seis mill reales dellos en mill doblones de a dos escudos
de oro, contados a raçon de a çinquenta y seis reales, en vellón cada uno, y que

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Françisco de Mansilla y Françisco de Olmeda se los llevaron a el dicho prínçipe


de Fez, y se los entregaron en su mano. Y save que los treynta y çinco mill reales
del resto a los dichos nobenta y un mill se le entregaron a el doctor don Nicolás
de Osbay, clérigo presbítero de orden, que de voca dio el dicho señor príncipe
de Fez en reales de a ocho y de a quatro nuebos, contados a raçón de a catorce
reales de vellón cada real de a ocho. Y éstos se los entregaron como a persona
que otras veçes se le havían dado otras muchas cantidades de orden del dicho
señor príncipe.
Y vio que el dicho Juan Bázquez le entregó a el dicho doctor ocho mill reales
de vellón en tres yerros de çintillo de sombrero de diamantes, esmaltados en
oro, ante el del contraste. Y que lo restante cantidad hasta los dichos ocho mill
reales, uno se lo entregó diferentes piezas de plata labrada y moneda de vellón
a el dicho doctor, los quales le devía a el dicho señor príncipe de Fez el dicho
Juan Vázquez del resto de diferentes quentas. Y lo save todo lo dicho por haver
passado todo en su presencia.
Y también vio que el dicho Juan Vázquez le dio a el dicho doctor para el dicho
señor príncipe de Fez una escopeta y un corte de vestido de paño de Olanda y
tres baras de felpa para las bueltas del ferreruelo. Y que lo susodicho no entró
en quenta de ninguna de las dichas cantidades.
Dixo ser la verdad, so cargo del juramento que fecho tiene, en que se afirmó y
ratificó. Y lo firmó y declaró ser de hedad de treynta años.

Matheo de Olmeda ante mi


Mathias de Santos
(firma y rubrica) (firma y rubrica)

En la dicha villa de Madrid a diez y ocho días del mes de febrero de mill y seis-
cientos y sesenta y tres años, para más información de la dicha presente información
y juramento en forma, pareçió Françisco de Olmeda, que ansí dixo llamarse y ser
de hedad de çinquenta y seis años, y que su ocupación es ser comisario de la real
caxa del tesoro, que vive en la calle de Santa Catalina, en cassas de Françisco de
Mansilla, y después de haver jurado, prometió deçir verdad, y siendo preguntado
al tenor del pedimento dixo:

Que conoçe a el señor don Phelipe de África, príncipe de Fez, y save que Su Alteza
tubo por merced de Su majestad, que Dios guarde, diferentes rentas y créditos, de
cantidades maravedíes en las reales arcas y bolsillo real, como son por dos çedu-
las, una de çient ducados de renta al mes y otra de duçientos escudos de renta al
mes, consignados en las arcas reales para alimentos de Su Alteza, el dicho señor
príncipe. Y por quenta dellas, save este testigo que el dicho señor príncipe se le
libró en dichas reales arcas, de orden del señor don Juan de Góngora, presidente
del consejo y contaduría mayor de hacienda, en veynte y cinco de junio passado
de seiscientos y sesenta, nobenta y un mill reales de vellón, por quenta de lo que
se le devía de dichas dos reales sédulas, de los quales dio dos cartas de pago ante

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un saadí converso durante el reinado de felipe iv 313

Françisco Vázquez, escribano de Su Majestad, y perpetuo de la tesorería general,


una de çinquenta mill reales,f echa en quatro de otubre pasado del año de seis-
cientos y senta y uno, y otra de cuarenta y un mill reales de vellón, en veynte
y ocho de henero de seiscientos y sesenta y dos. Y todos los dichos nobenta y
un mill reales se le pagaron en diferentes días, los çinquenta i un mill reales en
mill doblones de a dos reales, en oro condado cada uno a çinquenta i seis reales
de vellón. Que este testigo y Françisco de Olmeda los llevaron i entregaron en
mano propia a el dicho señor príncipe de Fez y los treynta y cinco mill reales,
cumplimiento a los dichos nobenta y un mill reales, se le dieron a el doctor don
Nicolas de Orbai, clerigo presbítero en reales de a ocho y de a quatro nuevo, a
raçon de a catorce reales cada real de a ocho, en vellón. De orden y de aboca
dio el dicho señor príncipe, como otras muchas veçes le avían entregado otras
muchas cantidades, por ser persona que andava a sus negoçios.
Y anssí mismo vio este testigo que Juan Bázquez, caxero, entregó del dicho don
Nicolás de Orsay, ocho mill reales de vellón en tres yerros de cintillo de sombrero
de diamantes, esmaltados, con fee del contraste de su balor i el resto, hasta los
dichos ocho mill reales, en plata labrada y moneda de vellón, los quales ocho
mill reales le devía el dicho Juan Bazquez a el señor príncipe del resto de tres
quentas que entre los dos tubieron.
Y ansí mismo vio que el dicho Juan Vázquez dio a el dicho doctor para el dicho
señor príncipe una scopeta y un corte de vestido de paño de Olanda i felpa para
las bueltas del ferreruelo, en un pedaço de corte de tres varas. Que esto entró
en la quenta del dinero arriba dicho. Save este testigo por que pasó lo dicho en
su presencia i de los demás que arriba van nombrados, porque lo vieron i es la
verdad.
Todo lo suso dicho publico y notorio, pública voz y fama, y lo podrán deçir más
muchas personas que lo vieron ser y pasar assí. Y lo que save para el juramento
que fecho tiene en que se afirmó y ratificó. Y lo firmó y que es de los dichos
çinquenta i seis años que arriba están dichos.
ante mi
Francisco de Olmeda Mathias de Santos
(firma y rubrica) (firma y rubrica)

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Abdallah Muley Xeque


Mutawakkil (Felipe de África) Josefa de África
(1574-1576) 1556-1621 monja
Abdallah al-Galib I
(1557-1574)
Muley Nazar
(† 1596)

Abd al Malik I
(1576-1578)
Muley Ismail
(en Constantinopla)
(a)
Hija de Agi Morato
(b)
Abd al Malik II
(1623-1626)
Hassan
Bajá de Argel
Abu Faris Abdallah Abdallah II Mohamed
(1603-1608) (1613-1623)
Mohamed el
Shaikh I SULTANES
Muley Hamet
(1549-1554 y DE FEZ Mohamed el Shaikh II D. Felipe de África
1554-1556) el Mamum
[1]

(1603-1608 y 1610-1613)
Mohamed Zaguda
(1619) y (1628)

Abd al Malik III


(1628-1630)
(a) Lela Horra
(*)
Muley el Salid ben Zidán
[3]
(1631-1636)
Ahmad al-Mansur
(1578-1603) (*)
Mohamed III el Asghar
(1636-1655)

(b) Lela Chabania Ahmad II el Abbas(*)


Zidán Abu Maali (1655-1659)
(1603-1613) y
[2]
SULTANES (1623-1627) Abd Aluahid Muhammed
DE
MARRAKECH Mahamet
(D. Baltasar de Loyola)
jesuita

LOS ÚLTIMOS SULTANES SAADÍES Y SUS


PRÍNCIPES CONVERSOS (1549-1659) hija D. Felipe Gaspar Alonso
de Guzmán

[1] Entre 1608-1610 residió en España con el nombre de Muley Xeque.


[2] Este último periodo también como Sultán de Fez, titulándose Rey de Fez y de Marruecos
[3] En su cabeza reune las dos coronas
(*) Cosultán

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