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En el Evangelio de estos dos días aparece Jesús

aclarando a sus discípulos lo que significa ese poco en


el que Él no estará, sus sufrimientos y los de la
comunidad, su paso hasta el Padre, su regreso a vivir
en la intimidad con sus creyentes. Usa una hermosa
comparación con los sufrimientos de la madre y el
gozo que acompaña el nacimiento de su hijo. Ojalá
que tengamos la fe y la certeza que es Jesús el que
cambia nuestro sufrimiento en gozo, aun en medio de
las persistentes tribulaciones.
Evangelio de Juan 16,16-23a
Vamos ahora a estudiar una perícopa que Xavier León
Dufour ha denominado “ver de nuevo a Jesús (16,16-
23a: «Un poco más y no me tendréis ante la vista;
luego todavía otro poco y me veréis». Entonces
algunos de sus discípulos se dijeron entre sí: «¿Qué es
lo que nos dice: 'Un poco más y no me tendréis ante la
vista; luego todavía otro poco y me veréis'? ¿y
también: 'Yo vuelvo al Padre'?». Decían, pues: «¿Qué
es ese 'un poco' del que habla? No sabemos lo que
quiere decir». Jesús conoció que querían preguntarle
y les dijo: «Buscáis entre vosotros a propósito de lo
que he dicho: 'Un poco más y no me tendréis ante la
vista; luego todavía otro poco y me veréis'. En verdad,
en verdad os lo digo: vosotros vais a llorar y a
lamentaros, mientras que el mundo se alegrará.
Vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se
convertirá en gozo. La mujer a punto de dar a luz
tiene tristeza, porque ha llegado su hora; pero cuando
ha dado a luz al niño, no se acuerda ya de su aflicción
por el gozo de que ha nacido al mundo un hombre. Así
pues, también vosotros tenéis ahora tristeza, pero de
nuevo os veré y vuestro corazón se alegrará, y vuestro
gozo nadie os lo quitará. Aquel día, ya no me
preguntaréis sobre nada»). Si la venida del Paráclito
asegura la existencia de los discípulos, deja a la
comunidad enfrentada con dos cuestiones. La primera
es la de su relación con Jesús: ¿no se corre el peligro
de establecer una separación entre el tiempo del
Espíritu y el tiempo de Cristo? La respuesta se nos da
en 16-23a: «Un poco más y no me tendréis ante la
vista; luego todavía otro poco y me veréis». Entonces
algunos de sus discípulos se dijeron entre sí: «¿Qué es
lo que nos dice: 'Un poco más y no me tendréis ante la
vista; luego todavía otro poco y me veréis'? ¿y
también: 'Yo vuelvo al Padre'?». Decían, pues: «¿Qué
es ese 'un poco' del que habla? No sabemos lo que
quiere decir». Jesús conoció que querían preguntarle
y les dijo: «Buscáis entre vosotros a propósito de lo
que he dicho: 'Un poco más y no me tendréis ante la
vista; luego todavía otro poco y me veréis'. En verdad,
en verdad os lo digo: vosotros vais a llorar y a
lamentaros, mientras que el mundo se alegrará.
Vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se
convertirá en gozo. La mujer a punto de dar a luz
tiene tristeza, porque ha llegado su hora; pero cuando
ha dado a luz al niño, no se acuerda ya de su aflicción
por el gozo de que ha nacido al mundo un hombre. Así
pues, también vosotros tenéis ahora tristeza, pero de
nuevo os veré y vuestro corazón se alegrará, y vuestro
gozo nadie os lo quitará. Aquel día, ya no me
preguntaréis sobre nada». A continuación, se tocará la
segunda cuestión: si el Espíritu prosigue la función de
Jesús de Nazaret, ¿cuál será la relación del Padre con
el creyente? La respuesta se dará en el desarrollo
siguiente (16,23b-27: “En verdad, en verdad os lo
digo, cualquier cosa que pidáis a mi Padre, os lo dará
en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en
mi nombre. ¡Pedid y recibiréis! Así vuestro gozo será
pleno. Os he dicho esto de forma enigmática. Llega la
hora en que no os hablaré ya de forma enigmática,
sino que os comunicaré abiertamente al Padre. Aquel
día pediréis en mi nombre; sin embargo, no os digo
que intervendré ante el Padre por vosotros, ya que el
Padre mismo os ama, porque vosotros me amáis y
tenéis fe en que yo he salido de junto a Dios”). Como
en 14,16-l8 (“y yo pediré al Padre y os dará otro
Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el
Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede
recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le
conocéis, porque mora con vosotros. No os dejaré
huérfanos: volveré a vosotros”), el texto sobre el
Paráclito va seguido inmediatamente de un anuncio
que se refiere a Jesús en su relación pospascual con los
discípulos. En 14,18 (“No os dejaré huérfanos:
volveré a vosotros”), la afirmación esencial era:
«Vengo a vosotros»; aquí Jesús dice: «Vosotros me
veréis» (16,16b). Las funciones del Paráclito antes
expuestas tenían la finalidad de manifestar la verdad
de Jesús a los discípulos y por medio de ellos al
mundo. La era del Espíritu es aquella en la que el
acontecimiento de la palabra no estará ya limitado por
el espacio ni por el tiempo. La coincidencia misteriosa
entre la venida del Espíritu y la presencia inmediata
del Hijo a los creyentes se sugiere aquí una vez más
por el encadenamiento del texto. Sin embargo, a
diferencia de 14,18 (“No os dejaré huérfanos: volveré
a vosotros”), lo que Jesús dice en 16,16 (“Un poco
más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro
poco y me veréis”) adquiere un tono enigmático.
Colocado narrativamente antes de la pasión, Jesús
anuncia a los discípulos la inminencia de dos periodos:
primero, el de no-ver, luego el de ver: «Un poco más y
no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco y
me veréis». Esta frase suscita un murmullo de protesta
entre los oyentes. La frase que no acaban de entender
se repite luego en sus labios, y luego una vez más en
labios de Jesús; de esta manera se pone de relieve el
anuncio, repetido tres veces, antes de darse su
interpretación. La interpretación se extiende del
versículo 20 (“En verdad, en verdad os digo que
lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará.
Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en
gozo”) al versículo 22 (“También vosotros estáis
tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará
vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá
quitar”) y termina con la afirmación de que, aquel día,
cesarán finalmente las preguntas de los discípulos
(versículo 23a: “Aquel día, ya no me preguntaréis
sobre nada”) [La mayor parte de los críticos opinan,
equivocadamente, que este desarrollo prosigue hasta el
versículo 24: “Hasta ahora nada le habéis pedido en
mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo
sea colmado”]. Para captar el sentido de la frase,
oigamos primero la explicación que se da de ella;
luego volveremos a estas palabras y al doble
«momento» (μικρὸν) del que hablan) EN VERDAD,
EN VERDAD OS LO DIGO: VOSOTROS VAIS A
LLORAR Y A LAMENTAROS, MIENTRAS QUE
EL MUNDO SE ALEGRARÁ. VOSOTROS OS
ENTRISTECERÉIS, PERO VUESTRA
TRISTEZA SE CONVERTIRÁ EN GOZO. LA
MUJER A PUNTO DE DAR A LUZ TIENE
TRISTEZA, PORQUE HA LLEGADO SU HORA;
PERO CUANDO HA DADO A LUZ AL NIÑO,
NO SE ACUERDA YA DE SU AFLICCIÓN POR
EL GOZO DE QUE HA NACIDO AL MUNDO
UN HOMBRE. ASÍ PUES, TAMBIÉN
VOSOTROS TENÉIS AHORA TRISTEZA, PERO
DE NUEVO OS VERÉ Y VUESTRO CORAZÓN
SE ALEGRARÁ, Y VUESTRO GOZO NADIE OS
LO QUITARÁ (Introducida por un doble «ἀμὴν», la
interpretación que da Jesús se centra en la
transformación de la alegría en gozo, que corresponde
al contraste no-ver/ver. Esta transformación se anuncia
dos veces (versículo 20: “En verdad, en verdad os
digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se
alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se
convertirá en gozo”; 22: “También vosotros estáis
tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará
vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá
quitar”) y se aclara por medio de una pequeña
parábola intermedia (versículo 21: “La mujer, cuando
va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su
hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se
acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un
hombre en el mundo”). La tristeza (λύπη) expresaba
en el versículo 6 (“Sino que por haberos dicho esto
vuestros corazones se han llenado de tristeza”) la
reacción de los discípulos ante el anuncio de la marcha
de Jesús; aquí, al ir introducida por los verbos «llorar»
y «lamentarse» que evocan el luto [Véase Jeremías
22,10: “No lloréis al muerto ni plañáis por él: llorad,
llorad por el que se va, porque jamás volverá ni verá
su patria”; Lucas 23,27: “Le seguía una gran multitud
del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban
por él”; Juan 11,31: “Los judíos que estaban con
María en casa consolándola, al ver que se levantaba
rápidamente y salía, la siguieron pensando que iba al
sepulcro para llorar allí”; 1 Tesalonicenses 4,13:
“Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia
respecto de los muertos, para que no os entristezcáis
como los demás, que no tienen esperanza”; véase
Juan 14,18: “No os dejaré huérfanos: volveré a
vosotros”: «huérfanos»], está provocada por la muerte
que ya ha sucedido. De hecho, frente a esta tristeza se
habla del gozo inauténtico del mundo que se imagina
haber tenido razón en el proceso planteado contra
Jesús y haberse desembarazado de aquel «aguafiestas»
[Lucas 23,2: “Comenzaron a acusarle diciendo:
«Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro
pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y
diciendo que él es Cristo Rey»”; véase 1 Reyes 18,17:
“Cuando Ajab vio a Elías le dijo: «¿Eres tú, azote de
Israel?»”]. Y, al revés, el gozo se convertirá en
patrimonio de los discípulos; aparece entonces la
paradoja: «Vuestra tristeza se convertirá en gozo».
Esta paradoja se había ido preparando desde antiguo.
Al interpretar los sufrimientos de Israel, los profetas
vislumbraron que la obra de Dios consistía en el
cambio radical del dolor del pueblo en gozo
imperecedero [Isaías 35,10: “Los redimidos de Yahveh
volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones, y
habrá alegría eterna sobre sus cabezas. ¡Regocijo y
alegría les acompañarán! ¡Adiós, penar y suspiros!”;
51,11: “Los redimidos de Yahveh volverán, entrarán
en Sión entre aclamaciones, y habrá alegría eterna
sobre sus cabezas. ¡Regocijo y alegría les
acompañarán! ¡Adiós, el penar y suspiros!”]; la vuelta
del destierro había sido a la vez una revelación y una
figura de este cambio. Según el primer discurso de
despedida, el acontecimiento pascual anticipó en la
existencia del creyente lo que aguardaba la esperanza
judía. El gozo del que habla Jesús es de esencia
escatológica: el discípulo pertenece a aquel que ha
franqueado las puertas de la muerte. Bajo este texto se
puede entrever el contraste entre el carácter inexorable
de la muerte, con la que se enfrenta todo ser humano, y
la certeza de la fe judía en que Dios, el Viviente,
aniquilará a la muerte: es el Dios de la liberación
[Véase Isaías 25,8: “consumirá a la Muerte
definitivamente. Enjugará el Señor Yahveh las
lágrimas de todos los rostros, y quitará el oprobio de
su pueblo de sobre toda la tierra, porque Yahveh ha
hablado”; Ezequiel 18,32: “Yo no me complazco en la
muerte de nadie, sea quien fuere, oráculo del Señor
Yahveh. Convertíos y vivid”; Sabiduría 1,13-15: “no
fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la
destrucción de los vivientes; él todo lo creó para que
subsistiera, las criaturas del mundo non saludables,
no hay en ellas veneno de muerte ni imperio del Hades
sobre la tierra, porque la justicia es inmortal”; Salmo
68,21: “Dios libertador es nuestro Dios; del Señor
Yahveh son las salidas de la muerte”; Cantar de los
Cantares 8,6: “Ponme cual sello sobre tu corazón,
como un sello en tu brazo. Porque es fuerte el amor
como la Muerte, implacable como el sheol la pasión.
Saetas de fuego, sus saetas, una llama de Yahveh”]. El
gozo devora de algún modo a la tristeza, la suprime: en
la comparación del versículo 21 (“La mujer, cuando
va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su
hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se
acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un
hombre en el mundo”), la mujer que ha dado a luz ya
no «se acuerda» de su sufrimiento anterior, designada
no ya por la palabra «tristeza», como al comienzo del
versículo, sino por θλῖψις (tribulación, aflicciòn), que
indica una «prueba» pasajera. Y el gozo prometido a
los discípulos es imposible de arrebatar (versículo 22:
“También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a
veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría
nadie os la podrá quitar”). La imagen de la
parturienta es muy oportuna para dar a comprender la
transformación que anuncia Jesús. Encierra una verdad
humana evidente, que se encuentra en la tradición
bíblica, en donde se ha convertido en una alegoría.
Ordinariamente, los dolores de la mujer en parto
evocan la situación dramática del pueblo antes de que
Dios intervenga [Isaías 13,8: “Se empavorecen,
angustias y apuros les sobrecogen, cual parturienta se
duelen. Cada cual se asusta de su prójimo. Son los
suyos rostros llameantes”; 26,17: “Como cuando la
mujer encinta está próxima al parto sufre, y se queja
en su trance, así éramos nosotros delante de ti,
Yahveh”; Oseas 13,13: “Dolores de parturienta le
asaltan, pero él es un hijo necio que no se presenta a
tiempo por donde rompen los hijos”; Miqueas 4,9-10:
“Y ahora, ¿por qué clamas? ¿es que no hay rey en ti?
¿Ha perecido tu consejero, que un espasmo te atenaza
cual de mujer en parto? Retuércete y grita, hija de
Sión, como mujer en parto, porque ahora vas a salir
de la ciudad, y en el campo morarás. Llegarás hasta
Babel, y allí serás liberada, y allí te rescatará Yahveh
de la mano de tus enemigos”; Marcos 13,19-20:
“Porque aquellos días habrá una tribulación cual no
la hubo desde el principio de la creación, que hizo
Dios, hasta el presente, ni la volverá a haber. Y si el
Señor no abreviase aquellos días, no se salvaría
nadie, pero en atención a los elegidos que él escogió,
ha abreviado los días”; 13,24: “Mas por esos días,
después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la
luna no dará su resplandor”; Mateo 24,21-22:
“Porque habrá entonces una gran tribulación, cual no
la hubo desde el principio del mundo hasta el presente
ni volverá a haberla. Y si aquellos días no se
abreviasen, no se salvaría nadie; pero en atención a
los elegidos se abreviarán aquellos días”]; en Isaías
66,7-10 (“Antes de tener dolores dio a luz, antes de
llegarle el parto dio a luz varón. ¿Quién oyó tal?
¿Quién vio cosa semejante? ¿Es dado a luz un país en
un solo día? ¿O nace un pueblo todo de una vez? Pues
bien: Tuvo dolores y dio a luz Sión a sus hijos. ¿Abriré
yo el seno sin hacer dar a luz - dice Yahveh - o lo
cerraré yo, que hago dar a luz? - Dice tu Dios.
Alegraos, Jerusalén, y regocijaos por ella todos los
que la amáis, llenaos de alegría por ella todos los que
por ella hacíais duelo”), el anuncio de un parto feliz
significa que Dios abrirá a Israel un paso hacia la vida.
En el nuevo testamento, Pablo se encarga de recoger
esta imagen: «La creación entera gime hasta hoy con
dolores de parto» (Romanos 8,22: “Pues sabemos que
la creación entera gime hasta el presente y sufre
dolores de parto”); y también el autor del Apocalipsis
en la visión grandiosa de la mujer y del niño
(Apocalipsis 12,1-6: “Una gran señal apareció en el
cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus
pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza;
está encinta, y grita con los dolores del parto y con el
tormento de dar a luz. Y apareció otra señal en el
cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez
cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas. Su cola
arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las
precipitó sobre la tierra. El Dragón se detuvo delante
de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su
Hijo en cuanto lo diera a luz. La mujer dio a luz un
Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con
cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y
hasta su trono. Y la mujer huyó al desierto, donde
tiene un lugar preparado por Dios para ser allí
alimentada 1.260 días”). ¿Encerrará también en Juan
un sentido oculto? Se han propuesto dos tipos de
alegorización. Según el primero, que está lejos de ser
aceptado por los críticos, se trataría del nacimiento del
mesías en el sentido de su entronización celestial, es
decir, de la muerte/resurrección de Jesús; la mujer
representaría en ese caso al pueblo de Dios [Además
de Apocalipsis 12,1-6 (“Una gran señal apareció en el
cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus
pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza;
está encinta, y grita con los dolores del parto y con el
tormento de dar a luz. Y apareció otra señal en el
cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez
cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas. Su cola
arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las
precipitó sobre la tierra. El Dragón se detuvo delante
de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su
Hijo en cuanto lo diera a luz. La mujer dio a luz un
Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con
cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y
hasta su trono. Y la mujer huyó al desierto, donde
tiene un lugar preparado por Dios para ser allí
alimentada 1.260 días”), se ha invocado un texto de
Qumrán: Himnos de Qumram (1QH 3,9-18: “como
una ciudad fortificada frente a sus enemigos. Estaba
presa de angustia como una parturienta en parto
primerizo, cuando de pronto le llegan los dolores y un
tormento atroz se hace sentir en ella, haciendo
contorsionarse a la que está encinta como lo que
crepita en el horno. Los hijos son llegados a los pujos
de la muerte. La que se hallaba encinta de un hombre
estaba atormentada por sus vehementes dolores, pues
entre sus angustias daba a luz un varón, y de entre las
penas del Sheol venía a la luz, del horno de la que
estaba encinta, un consejero admirable por su poder,
y un varón salía incólume de las angustias. Sobre la
que está encinta se precipitan ya todos los empujes y
los tormentos agudos. En el momento en que nacían
los hijos, el espanto cubría a las que estaban encintas.
En el momento en que se le daba a luz llegaban juntas
todas las amarguras al seno de la que estaba grávida.
Y la que esperaba una serpiente estaba sumergida en
duras penas, y los ataques del abismo se
desencadenaban con amenazas tremendas. Vacilaban
los fundamentos del muro, como una nave sobre la
superficie del mar; tronaban las nubes con tremendo
ruido, y todos los que yacían en el polvo estaban como
los que recorren los mares, porque había sido
aniquilada toda su sabiduría por el agitarse de las
aguas y el bramar del abismo y el surgir de las olas y
el mugir de las mareas. Las olas del mar resonaban
con espanto; parecía que se abrían el Sheol y el
Abaddón. Todas las flechas de la fosa le acompañaban
y hacían oír sus silbidos. Se abrían las puertas del
Sheol por obra de las intrigas de la serpiente. Las
puertas de la fosa se cerraban detrás de la que estaba
encinta de la iniquidad, y los batientes eternos detrás
de los espíritus de la serpiente”), que se referiría,
según algunos, a la generación del Mesías por obra de
la comunidad] o también a la madre de Jesús que
estuvo presente al pie de la cruz. La segunda hipótesis
toma en cuenta el término θλῖψις, utilizado para los
dolores de la mujer en parto, ya que designa
tradicionalmente las pruebas que precederán a la
intervención apocalíptica de Dios [Daniel 12,1: “En
aquel tiempo surgirá Miguel, el gran Príncipe que
defiende a los hijos de tu pueblo. Será aquél un tiempo
de angustia como no habrá habido hasta entonces
otro desde que existen las naciones. En aquel tiempo
se salvará tu pueblo: todos los que se encuentren
inscritos en el Libro”; Sofonías 1,14-15: “¡Cercano
está el gran Día de Yahveh, cercano, a toda prisa
viene! ¡Amargo el ruido del día de Yahveh, dará gritos
entonces hasta el bravo! Día de ira el día aquel, día
de angustia y de aprieto, día de devastación y
desolación, día de tinieblas y de oscuridad, día de
nublado y densa niebla”] o, en el nuevo testamento,
las que precederán a la llegada del Hijo del hombre
(Marcos 13,19-20: “Porque aquellos días habrá una
tribulación cual no la hubo desde el principio de la
creación, que hizo Dios, hasta el presente, ni la
volverá a haber. Y si el Señor no abreviase aquellos
días, no se salvaría nadie, pero en atención a los
elegidos que él escogió, ha abreviado los días”; 13,24:
“Mas por esos días, después de aquella tribulación, el
sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor”).
Juan le daría al llanto de los discípulos por la muerte
de Jesús el valor de las θλίψεις (tribulaciones) que
preceden al acto salvífico de Dios al resucitar a Jesús
[Esta alegorización, admitida por R. E. Brown, es
rechazada por R. Schnackenburg]. Pero este término se
repite en 16,33 (“Os he dicho estas cosas para que
tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación.
Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo»”) para hablar
de las aflicciones de los creyentes, que coexisten con
el gozo de la presencia del Hijo glorificado: ¿de qué
otro acontecimiento salvífico serían entonces un signo
premonitor? En realidad, los intentos de alegorización
destacan alguno de los diversos elementos del
versículo 21 (“La mujer, cuando va a dar a luz, está
triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha
dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el
gozo de que ha nacido un hombre en el mundo”) para
darle un valor que supera el sentido que tiene en el
texto. Pero, sobre todo, esto supone separar
artificialmente la comparación joánica de su aplicación
en el versículo 22 (“También vosotros estáis tristes
ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro
corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar”).
Como ha mostrado C. H. Dodd, el conjunto de los
versículos 21-22 (“La mujer, cuando va a dar a luz,
está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando
ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por
el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo.
También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a
veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría
nadie os la podrá quitar”) está emparentado con un
esquema que presentan los tres sinópticos [C. H. Dodd
remite a Marcos 13,34-35: “Al igual que un hombre
que se ausenta: deja su casa, da atribuciones a sus
siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero
que vele; velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo
viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media
noche, o al cantar del gallo, o de madrugada”; Mateo
24,43-44: “Entendedlo bien: si el dueño de casa
supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón,
estaría en vela y no permitiría que le horadasen su
casa. Por eso, también vosotros estad preparados,
porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo
del hombre”; Lucas 14,31-33: “O ¿qué rey, que sale a
enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y
delibera si con 10.000 puede salir al paso del que
viene contra él con 20.000? Y si no, cuando está
todavía lejos, envía una embajada para pedir
condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera
de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no
puede ser discípulo mío” y Lucas 17,4-10: “Y si peca
contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti,
diciendo: “Me arrepiento”, le perdonarás.» Dijeron
los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe.» El Señor
dijo: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza,
habríais dicho a este sicómoro: “Arráncate y plántate
en el mar”, y os habría obedecido.» «¿Quién de
vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y,
cuando regresa del campo, le dice: “Pasa al momento
y ponte a la mesa?” ¿No le dirá más bien:
“Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme
hasta que haya comido y bebido, y después comerás y
beberás tú?” ¿Acaso tiene que agradecer al siervo
porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo
vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue
mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho
lo que debíamos hacer»”], según el cual la aplicación
recoge alguna de las palabras de la parábola. En
nuestro texto, está claro que «tendréis tristeza»
corresponde a «tiene tristeza» y que «vuestro corazón
se alegrará» hace eco de la mención de la alegría de la
mujer. Por tanto, conviene leer la comparación en su
sentido obvio y dejarle su fuerza expresiva inmediata,
que es el paso de la tristeza al gozo. El gozo que se
anuncia es el fruto del reencuentro de los discípulos
con Jesús más allá de su muerte. En 14,19 (“Dentro de
poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me
veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis”)
Jesús había prometido: «Vosotros (me) veréis». Ahora
se utiliza una fórmula sorprendente: es Jesús el que
«verá» a los discípulos [Con ὁράω («ver», véase
16,16: “Un poco más y no me tendréis ante la vista;
luego todavía otro poco y me veréis”; 16,19: “Se dio
cuenta Jesús de que querían preguntarle y les dijo:
«¿Andáis preguntándoos acerca de lo que he dicho:
“Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco
me volveréis a ver?””), distinto de θεωρέω («tener
ante los ojos», véase 14,19: “Dentro de poco el mundo
ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo
vivo y también vosotros viviréis”; 16,10: “en lo
referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no
me veréis”; 16,16: “Un poco más y no me tendréis
ante la vista; luego todavía otro poco y me veréis”;
16,17: “Entonces algunos de sus discípulos
comentaron entre sí: «¿Qué es eso que nos dice:
“Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro
poco me volveréis a ver” y “Me voy al Padre”?»”;
16,19: “Se dio cuenta Jesús de que querían
preguntarle y les dijo: «¿Andáis preguntándoos
acerca de lo que he dicho: “Dentro de poco no me
veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver?””).
¿Hay algún matiz entre estos dos verbos, como parece
admitir C. Traets? R. Schnackenburg lo niega]. Si se
advierte que ya no se dice: «Yo vengo», como en
14,18 (“No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros”),
cabe pensar que Juan traspuso su venida a su mirada.
Este giro, único en el nuevo testamento, subraya que la
iniciativa del encuentro pertenece a Jesús. Situada
después de «Me veréis», evoca por otro lado una
reciprocidad: deja vislumbrar el gozo que el
evangelista no deja de atribuir al mismo Hijo por el
cumplimiento de su misión [Véase 4,36: “el segador
recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de
modo que el sembrador se alegra igual que el
segador”; 15,11: “Os he dicho esto, para que mi gozo
esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado”; 17,13:
“Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo
para que tengan en sí mismos mi alegría colmada”].
La mirada de Jesús puesta sobre los discípulos
suscitará su gozo. En los relatos de aparición pascual,
se subrayará esta reacción en los términos de 16,16
(“Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego
todavía otro poco y me veréis”): «Los discípulos se
llenaron de gozo al ver al Señor» (20,20) VUESTRO
GOZO NADIE OS LO QUITARÁ (El último
estiquio del versículo 22 (“También vosotros estáis
tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará
vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá
quitar”) manifiesta que el encuentro del Resucitado
con los suyos no se limita al día de pascua: lo mismo
que en el discurso fundamental, inaugura una
presencia mutua ilimitada en el tiempo. Esto significa
que «ver», para los discípulos, no significa solamente
una visión experimental, sino la inteligencia del
misterio de Cristo. Aunque el verbo «(no) quitar» es
aquí αἴρω (quitar) y no ἁρπάζω (arrebatar), esta
palabra hace eco en este lugar a la proclamación de
Jesús a propósito de los discípulos que le había dado el
Padre: «Nadie los arrebatará de mi mano...» [10,28:
“Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie
las arrebatará de mi mano”]. Allí se asegura a los
creyentes la seguridad escatológica, en virtud del
vínculo que los une a su Pastor; aquí el gozo que
suscitan el «ver» y el «ser visto» será imposible de
arrebatar. En las dos frases, el lenguaje que se utiliza
implica un horizonte de conflicto: la hostilidad
persistente del mundo) AQUEL DÍA, YA NO ME
PREGUNTARÉIS SOBRE NADA («Aquel día» se
refiere no al día final, sino al tiempo de la comunión
plena con el Hijo que comenzó en la pascua. La
certeza de su presencia hará que cesen las preguntas
inquietas. Así pues, aflora una vez más [Su insistencia
en Juan 16 confirma que este discurso se dirige a una
comunidad en apuros] el tema del preguntar, pero no
hay ninguna contradicción con el reproche inicial de
Jesús (versículo 5: “Pero ahora me voy a Aquel que
me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta:
“¿Dónde vas?””), ya que la perspectiva es distinta;
entonces, los discípulos se replegaban sobre sí mismos
como si no tuviesen esperanza o no se atreviesen a
preguntar a Jesús (versículo 19: “Se dio cuenta Jesús
de que querían preguntarle y les dijo: «¿Andáis
preguntándoos acerca de lo que he dicho: “Dentro de
poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis
a ver?””). Entonces la pregunta suponía mostrarle su
confianza, el deseo de seguir unidos a él. Ahora, con la
nueva visión pospascual de Jesús, ha llegado la
claridad. Este versículo da a entender la promesa del
Paráclito, el intérprete que lo enseñará todo (14,26:
“Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre
enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os
recordará todo lo que yo os he dicho” y 16,13-15:
“Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará
hasta la verdad completa; pues no hablará por su
cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará
lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá
de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que
tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo
mío y os lo anunciará a vosotros”). No implica de
ninguna forma una crítica a la búsqueda siempre nueva
del creyente, sino que subraya la transformación que
ha tenido lugar: todo es luminoso para el hijo de la luz.
A partir de la interpretación que hemos dado,
volvamos a la frase «enigmática» del versículo 16
(“Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego
todavía otro poco y me veréis”. Repetida en los
versículos 17: “Entonces algunos de sus discípulos
comentaron entre sí: «¿Qué es eso que nos dice:
“Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro
poco me volveréis a ver” y “Me voy al Padre”?»”;
19: “Se dio cuenta Jesús de que querían preguntarle y
les dijo: «¿Andáis preguntándoos acerca de lo que he
dicho: “Dentro de poco no me veréis y dentro de otro
poco me volveréis a ver?””) UN POCO MÁS Y NO
ME TENDRÉIS ANTE LA VISTA; LUEGO
TODAVÍA OTRO POCO Y ME VERÉIS (En el
exordio de los discursos de despedida (13,33: “Hijos
míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros.
Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los
judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir,
os digo también ahora a vosotros”) un corto plazo
(μικρὸν) caracterizaba al anuncio de la partida de
Jesús. Este recogía parcialmente una palabra dirigida a
los judíos: «Por un poco de tiempo (Ἔτι χρόνον
μικρὸν) estoy con vosotros y me vuelvo a aquel que me
ha enviado» (7,33). Amenazado con el arresto, Jesús
urgía a sus oyentes a comprometerse en su causa, ya
que el tiempo de su presencia se iba acortando.
Igualmente, en 12,35 decía: «Por poco tiempo (Ἔτι
μικρὸν χρόνον) todavía está la luz entre vosotros». En
estos dos textos de la vida pública, el breve plazo sirve
de advertencia, lo mismo que en los profetas [Oseas
1,4: “Yahveh le dijo: «Ponle el nombre de Yizreel,
porque dentro de poco visitaré yo la casa de Jehú por
la sangre derramada en Yizreel, y pondré fin al
reinado de la casa de Israel”; Isaías 10,25: “Porque
un poquito más y se habrá consumado el furor, y mi
ira los consumirá”; Jeremías 51,33: “Porque así dice
Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: La hija de Babel es
como era al tiempo de apisonarla; un poco más, y le
habrá llegado el tiempo de la siega”; véase Mateo
23,39: “Porque os digo que ya no me volveréis a ver
hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del
Señor!”]. A lo largo de los discursos de despedida,
este lenguaje deja de ser una advertencia para pasar a
ser una revelación: Jesús introduce a los suyos en el
misterio de su pascua. En 13,33 (“Hijos míos, ya poco
tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me
buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que
adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo
también ahora a vosotros”) anunció la inminencia de
la separación; en 14,19 (“Dentro de poco el mundo ya
no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo
y también vosotros viviréis”) abrió al encuentro
definitivo: «Todavía un poco de tiempo (ἔτι μικρὸν) y
veréis que yo vivo». La frase de 16,16 (“Un poco más
y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco
y me veréis”) recoge estos dos aspectos. Plantea
entonces el problema del lapso de tiempo que suponen
respectivamente los dos «momentos». Para el lector de
Juan, la respuesta es fácil: el primer plazo terminó con
la muerte de Jesús; el segundo, el día de pascua en
adelante. El resultado de los dos plazos es distinto,
como se subraya incluso en el empleo de dos verbos
diferentes [Los verbos ὁράω («ver») y θεωρέω («tener
ante los ojos»)]. Jesús se verá retirado de la vista de
los suyos - de ahí el tiempo de profunda tristeza (véase
16, 20: “En verdad, en verdad os digo que lloraréis y
os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis
tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”;
22: “También vosotros estáis tristes ahora, pero
volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y
vuestra alegría nadie os la podrá quitar”) - ; luego
Jesús será visto de nuevo - de ahí la transformación de
la tristeza en gozo (véase 16,20d: “vuestra tristeza se
convertirá en gozo”; 22: “También vosotros estáis
tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará
vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá
quitar”) -. Sin embargo, este volver a verlo se ha
interpretado a veces, no de la pascua, sino de la
parusía [Así san Agustín interpretó el segundo μικρὸν
del lapso de tiempo entre la muerte de Jesús y su
resurrección (Tratado sobre el Evangelio de San Juan
101,1: “Antes que se hubiera cumplido eso que dice,
estas palabras del Señor donde asevera: «Un poco y
ya no me veréis y de nuevo un poco y me veréis,
porque voy al Padre», para los discípulos eran tan
oscuras que, al preguntar entre sí qué significaba lo
que decía, confesaron que ellos lo desconocían
absolutamente. En efecto, el evangelio sigue: Dijeron,
pues, mutuamente de entre sus discípulos: «¿Qué
significa esto que nos dice: “Un poco y no me veréis y
de nuevo un poco y me veréis” y “porque voy al
Padre”?». Decían, pues: «¿Qué significa esto que
dice, “un poco”? Desconocemos de qué habla». En
efecto, lo que los turbaba es esto: que dijo: «Un poco
y no me veréis y de nuevo un poco y me veréis».
Porque en lo precedente no había dicho «un poco»,
sino que había dicho «Voy al Padre y ya no me
veréis», ciertamente les pareció que hablaba cual
claramente y sobre esto nada preguntaron entre sí.
Ahora, pues, lo que para ellos fue entonces oscuro y se
manifestó muy pronto, para nosotros es ya manifiesto,
evidentemente, ya que tras un poquito padeció y no le
vieron, de nuevo tras un poquito resucitó y le vieron.
Por otra parte, cómo ha de comprenderse lo que
asevera: «Ya no me veréis», lo expuse allí donde dijo:
«el Espíritu Santo acusará al mundo respecto a
justicia, porque voy al Padre y ya no me veréis», o
sea, que en adelante no verían mortal a Cristo: que
quiso que con ese vocablo, esto es, ya, se entendiera
esto, que no le verían más”), pero luego lo prolonga
hasta la parusía (101,6: “Estimo que también respecto
a esto se entiende mejor lo que más arriba está dicho:
Un poco y ya no me veréis y de nuevo un poco y me
veréis. En efecto, un poco es este entero espacio en
que pasa volando el siglo presente; por ende, idéntico
evangelista en persona dice en una carta suya: Es la
última hora. Y en verdad, por eso ha añadido:
«Porque voy al Padre», lo cual hay que referirlo a la
sentencia anterior, donde asevera: «Un poco y ya no
me veréis», no a la posterior, donde asevera: Y de
nuevo un poco y me veréis. En efecto, yendo al Padre,
iba a hacer que no le vieran. Y está dicho por esto: no
precisamente porque iba a morir y, hasta que
resucitase, iba a apartarse de las miradas de ellos,
sino porque iba a ir al Padre, cosa que hizo después
que resucitó y, tras haber vivido con ellos durante
cuarenta días, ha ascendido al cielo. Porque, pues, iba
a ir al Padre, a esos que entonces le veían
corporalmente y después no iban a verlo mortal cual
le veían cuando decía esas cosas, les asevera: Un
poco y ya no me veréis. En cambio, a toda la Iglesia
ha prometido lo que ha añadido: Y de nuevo un poco y
me veréis, como a toda ha prometido: He ahí que yo
estoy con vosotros hasta la consumación del mundo.
No retrasa el Señor la promesa: un poco y le veremos
cuando ya nada roguemos, nada interroguemos,
porque nada que desear quedará, nada que buscar se
ocultará. Este poco nos parece largo, porque aún está
activo; cuando se haya acabado, entonces nos
daremos cuenta de cuán poco ha sido. Nuestro gozo,
pues, no sea cual lo tiene el mundo acerca del que está
dicho: «El mundo, en cambio, gozará», ni empero
durante el parto de este deseo estemos tristes, sin
gozo, sino, como asevera el Apóstol, alegres con la
esperanza, pacientes en la tribulación, porque la
parturienta misma, a la que se nos ha comparado, por
la prole que muy pronto vendrá, se alegra más de lo
que está triste por el dolor presente”)]. En este caso,
el «momento» durante el cual será invisible Jesús (el
segundo μικρὸν) se extendería hasta el final de los
tiempos. Se han invocado varios datos en favor de esta
lectura: la mención de «aquel día» [16,23: “Aquel día
no me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os
digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi
nombre”; 16,26: “Aquel día pediréis en mi nombre y
no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros”;
véase Mateo 7,22: “Muchos me dirán aquel Día:
“Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu
nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos
muchos milagros?””; Lucas 10,12: “Os digo que en
aquel Día habrá menos rigor para Sodoma que para
aquella ciudad”], la imagen de la mujer parturienta,
relacionada muchas veces con el contexto
apocalíptico, y finalmente el hecho de que el verbo
ὁράω («ver») es utilizado en Marcos para la visión del
Hijo del hombre que viene sobre las nubes (Marcos
13,26: “Y entonces verán al Hijo del hombre que viene
entre nubes con gran poder y gloria”; 14,62: “Y dijo
Jesús: «Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado
a la diestra del Poder y venir entre las nubes del
cielo»”). Por otra parte, al final, Jesús dice: «En el
mundo tenéis aflicción. Pero ¡tened ánimo!»: así pues,
no cesarán las tribulaciones. La lectura propuesta
permitiría decir que los creyentes se encuentran
todavía en el no-ver y por tanto en la espera de que
acabe el segundo «momento». Estos argumentos son
muy débiles. Para «aquel día» en sentido escatológico,
el evangelista emplea siempre otra expresión: «el
último día» [Mientras que en 6,39-40: “Y esta es la
voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada
de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último
día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo
el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que
yo le resucite el último día”; 6,44: “Nadie puede venir
a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo
le resucitaré el último día”; 6,54: “El que come mi
carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le
resucitaré el último día”; 11,24: “Le respondió
Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección, el
último día»” y 12,48: “El que me rechaza y no recibe
mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que
yo he hablado, ésa le juzgará el último día”, se lee τῇ
ἐσχάτῃ ἡμέρᾳ (el último día), los discursos de
despedida hablan de ἐν ἐκείνῃ τῇ ἡμέρᾳ (14,20:
“Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y
vosotros en mí y yo en vosotros”; 16,23: “Aquel día no
me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo:
lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre”;
16,26: “Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo
que yo rogaré al Padre por vosotros”)]; la
comparación de la mujer no tiene por qué ser
alegorizada necesariamente; el verbo ὁράω (ver) es el
de las apariciones pascuales (20,18; “Fue María
Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al
Señor y que había dicho estas palabras”; 20,20:
“Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los
discípulos se alegraron de ver al Señor”; 20,25: “Pero
él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los
clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y
no meto mi mano en su costado, no creeré»”; 20,29:
“Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído.
Dichosos los que no han visto y han creído»”) y evoca
igualmente, en Juan, la presencia mística de Jesús
(16,16: “Un poco más y no me tendréis ante la vista;
luego todavía otro poco y me veréis”; 16,22:
“También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a
veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría
nadie os la podrá quitar”; véase 14,19: “Dentro de
poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me
veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis”);
finalmente, falta el verbo «venir», tradicional para
designar la parusía. A estas observaciones de
vocabulario se añaden dos datos: como en 14,18-19
(“Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero
vosotros si me veréis, porque yo vivo y también
vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo
estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros”),
el encuentro con Jesús se les promete sólo a los
discípulos; en 16,23-24 (“Aquel día no me
preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo: lo
que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta
ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y
recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado”) se les
invita a éstos a la oración de petición. ¿Y de qué
servirían a la comunidad un ver y un gozo que se dejan
para un futuro indeterminado? La comunidad a la que
se dirige el evangelista es la comunidad pospascual,
cuya fe se basa en el misterio del Hijo que ha dejado
su vida para tomarla de nuevo (10,17-18: “Por eso me
ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de
nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente.
Tengo poder para darla y poder para recobrarla de
nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre”).
La finalidad del discurso es recordar que «ver» vivo a
Jesús es para los creyentes una realidad actual. No se
trata solamente de «haber visto», ya que la experiencia
del ver no ha cesado con la ascensión, por hablar
según el esquema lucano de los cuarenta días. No se
refiere solamente a los acontecimientos sorprendentes
de pascua, sino a la certeza que resulta de ella: el
Glorificado está presente a los suyos para siempre. Es
un ver que da el Espíritu. Juan confirma esta relación
en el capítulo 20: es el día de pascua cuando el
Resucitado comunica el Espíritu santo a los discípulos
(20,22: “Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo»”). Pascua y Pentecostés
no son más que una sola cosa; la actividad del Espíritu
y la presencia a los creyentes del Hijo glorificado no
constituyen más que una sola realidad. Si el sentido
está claro en el contexto de los discursos de despedida,
¿por qué el anuncio del versículo 16,16 (“Un poco
más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro
poco y me veréis”) se presenta en los versículos
siguientes como oscuro? El marco narrativo
prepascual justifica ciertamente la incomprensión de
los oyentes; pero si Juan la destaca, es porque proyecta
en ella el malestar que estaba sufriendo la comunidad
de su tiempo. Los oyentes repiten el enunciado del
versículo 16,16 (“Un poco más y no me tendréis ante
la vista; luego todavía otro poco y me veréis”),
añadiendo otra palabra de Jesús: «me vuelvo al Padre»
(véase 16,10: “en lo referente a la justicia porque me
voy al Padre, y ya no me veréis”; 16,5: “Pero ahora
me voy a Aquel que me ha enviado, y ninguno de
vosotros me pregunta: “¿Dónde vas?””). Esta última
cita no es una glosa, sino que forma parte del enigma.
Los discípulos debieron comprender que el primer
breve plazo terminaba con la muerte de Jesús: ¿acaso
no se habían sentido desconcertados ante el anuncio de
su marcha (véase 16,5-6: “Pero ahora me voy a Aquel
que me ha enviado, y ninguno de vosotros me
pregunta: “¿Dónde vas?” Sino que por haberos dicho
esto vuestros corazones se han llenado de tristeza”)?
Era fácil establecer un vínculo con «un poco más y no
me tendréis ante la vista». Lo que desconcierta es la
afirmación de que volverían a verse dentro de poco
tiempo (véase versículo 18: “Y decían: «¿Qué es ese
“poco”? No sabemos lo que quiere decir»”). Esta
frase incomprensible ¿tendría alguna relación con el
destino final misterioso que Jesús había asignado a su
marcha al decir que se iba «al Padre» (16,10: “en lo
referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no
me veréis”)? Entendido simplemente de su muerte,
este segundo anuncio estaba de acuerdo con la
desaparición; pero ¿qué significaba entonces «al
Padre»? La comunidad destinataria del discurso sabe
muy bien que Jesús fue crucificado. A la luz de la
pascua, creyó en él. Pero no percibe signos tangibles
de su victoria: la incredulidad persiste a su alrededor
(véase versículos 8-9: “y cuando él venga, convencerá
al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a
la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al
pecado, porque no creen en mí” y 20: “En verdad, en
verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el
mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra
tristeza se convertirá en gozo”) y la aflicción se
prolonga indefinidamente: la de la ruptura que ha
tenido lugar con la Sinagoga, la que supone la
existencia cotidiana en este mundo. ¿Siente la
comunidad pesar más duramente con el tiempo la
ausencia de Jesús, replegándose sobre su desaliento?
Algunos, dentro de ella, han planteado la misma
pregunta de los discípulos en los versículos 17-18
(“Entonces algunos de sus discípulos comentaron
entre sí: «¿Qué es eso que nos dice: “Dentro de poco
ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a
ver” y “Me voy al Padre”?» Y decían: «¿Qué es ese
“poco”? No sabemos lo que quiere decir.»”): la falta
de comunicación constatada al comienzo del discurso
(16,5: “Pero ahora me voy a Aquel que me ha
enviado, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Dónde
vas?””) sólo se superará cuando Jesús interprete su
palabra y arroje un poco de claridad sobre el porvenir
de los discípulos. El texto de Juan se enfrenta con la
diferencia existente entre las esperanzas de los
creyentes, basadas en las promesas de salvación, y su
experiencia sin cambios de la condición terrena en lo
que tiene de decepcionante, de intolerable en muchas
ocasiones. Por eso, a diferencia del capítulo 14, no es
el acontecimiento pascual, como tal, lo que aquí se
anuncia; excepto el «yo os veré» del versículo 22b
(“volveré a veros y se alegrará vuestro corazón), todo
se dice a partir de la experiencia subjetiva de los
discípulos y domina el «vosotros»: de lo que se habla
es de su tristeza transformada en gozo. Y el cambio no
está en el curso exterior del mundo, sino en la mirada
que «ve». Este texto intenta devolver la confianza a la
comunidad y reavivar su fe, recordando el fundamento
de la existencia creyente: la presencia actual del
Glorificado para sus discípulos y su inteligencia del
misterio. En los versículos 16-22 (“«Dentro de poco
ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a
ver.» Entonces algunos de sus discípulos comentaron
entre sí: «¿Qué es eso que nos dice: “Dentro de poco
ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a
ver” y “Me voy al Padre”?» Y decían: «¿Qué es ese
“poco”? No sabemos lo que quiere decir.» Se dio
cuenta Jesús de que querían preguntarle y les dijo:
«¿Andáis preguntándoos acerca de lo que he dicho:
“Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco
me volveréis a ver?” En verdad, en verdad os digo
que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará.
Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en
gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste,
porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a
luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de
que ha nacido un hombre en el mundo. También
vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se
alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la
podrá quitar”) Jesús cumple la función que se le había
asignado al Paráclito en el discurso fundamental:
interpreta una palabra que había dicho y que no había
sido comprendida, haciendo que tome sentido en el
hoy de la comunidad. La actualización es evidente: en
los versículos 20-22 (“En verdad, en verdad os digo
que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará.
Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en
gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste,
porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a
luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de
que ha nacido un hombre en el mundo. También
vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se
alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la
podrá quitar”), el doble contenido del enigma no se
ilumina por la mención clara de la muerte/resurrección
del Hijo, sino por la tristeza que sienten los discípulos
y su transformación en gozo. Si Jesús en persona
interpreta y actualiza su palabra, es una manera joánica
de mostrar que el Espíritu está actuando y que en su
acción se hace presente el Resucitado. El Hijo que ha
llegado al Padre transforma desde dentro la existencia
de los que lo aman. Los versículos siguientes se
encargarán de aclararlo todavía más.

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