aclarando a sus discípulos lo que significa ese poco en
el que Él no estará, sus sufrimientos y los de la comunidad, su paso hasta el Padre, su regreso a vivir en la intimidad con sus creyentes. Usa una hermosa comparación con los sufrimientos de la madre y el gozo que acompaña el nacimiento de su hijo. Ojalá que tengamos la fe y la certeza que es Jesús el que cambia nuestro sufrimiento en gozo, aun en medio de las persistentes tribulaciones. Evangelio de Juan 16,16-23a Vamos ahora a estudiar una perícopa que Xavier León Dufour ha denominado “ver de nuevo a Jesús (16,16- 23a: «Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco y me veréis». Entonces algunos de sus discípulos se dijeron entre sí: «¿Qué es lo que nos dice: 'Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco y me veréis'? ¿y también: 'Yo vuelvo al Padre'?». Decían, pues: «¿Qué es ese 'un poco' del que habla? No sabemos lo que quiere decir». Jesús conoció que querían preguntarle y les dijo: «Buscáis entre vosotros a propósito de lo que he dicho: 'Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco y me veréis'. En verdad, en verdad os lo digo: vosotros vais a llorar y a lamentaros, mientras que el mundo se alegrará. Vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer a punto de dar a luz tiene tristeza, porque ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, no se acuerda ya de su aflicción por el gozo de que ha nacido al mundo un hombre. Así pues, también vosotros tenéis ahora tristeza, pero de nuevo os veré y vuestro corazón se alegrará, y vuestro gozo nadie os lo quitará. Aquel día, ya no me preguntaréis sobre nada»). Si la venida del Paráclito asegura la existencia de los discípulos, deja a la comunidad enfrentada con dos cuestiones. La primera es la de su relación con Jesús: ¿no se corre el peligro de establecer una separación entre el tiempo del Espíritu y el tiempo de Cristo? La respuesta se nos da en 16-23a: «Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco y me veréis». Entonces algunos de sus discípulos se dijeron entre sí: «¿Qué es lo que nos dice: 'Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco y me veréis'? ¿y también: 'Yo vuelvo al Padre'?». Decían, pues: «¿Qué es ese 'un poco' del que habla? No sabemos lo que quiere decir». Jesús conoció que querían preguntarle y les dijo: «Buscáis entre vosotros a propósito de lo que he dicho: 'Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco y me veréis'. En verdad, en verdad os lo digo: vosotros vais a llorar y a lamentaros, mientras que el mundo se alegrará. Vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer a punto de dar a luz tiene tristeza, porque ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, no se acuerda ya de su aflicción por el gozo de que ha nacido al mundo un hombre. Así pues, también vosotros tenéis ahora tristeza, pero de nuevo os veré y vuestro corazón se alegrará, y vuestro gozo nadie os lo quitará. Aquel día, ya no me preguntaréis sobre nada». A continuación, se tocará la segunda cuestión: si el Espíritu prosigue la función de Jesús de Nazaret, ¿cuál será la relación del Padre con el creyente? La respuesta se dará en el desarrollo siguiente (16,23b-27: “En verdad, en verdad os lo digo, cualquier cosa que pidáis a mi Padre, os lo dará en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. ¡Pedid y recibiréis! Así vuestro gozo será pleno. Os he dicho esto de forma enigmática. Llega la hora en que no os hablaré ya de forma enigmática, sino que os comunicaré abiertamente al Padre. Aquel día pediréis en mi nombre; sin embargo, no os digo que intervendré ante el Padre por vosotros, ya que el Padre mismo os ama, porque vosotros me amáis y tenéis fe en que yo he salido de junto a Dios”). Como en 14,16-l8 (“y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros. No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros”), el texto sobre el Paráclito va seguido inmediatamente de un anuncio que se refiere a Jesús en su relación pospascual con los discípulos. En 14,18 (“No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros”), la afirmación esencial era: «Vengo a vosotros»; aquí Jesús dice: «Vosotros me veréis» (16,16b). Las funciones del Paráclito antes expuestas tenían la finalidad de manifestar la verdad de Jesús a los discípulos y por medio de ellos al mundo. La era del Espíritu es aquella en la que el acontecimiento de la palabra no estará ya limitado por el espacio ni por el tiempo. La coincidencia misteriosa entre la venida del Espíritu y la presencia inmediata del Hijo a los creyentes se sugiere aquí una vez más por el encadenamiento del texto. Sin embargo, a diferencia de 14,18 (“No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros”), lo que Jesús dice en 16,16 (“Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco y me veréis”) adquiere un tono enigmático. Colocado narrativamente antes de la pasión, Jesús anuncia a los discípulos la inminencia de dos periodos: primero, el de no-ver, luego el de ver: «Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco y me veréis». Esta frase suscita un murmullo de protesta entre los oyentes. La frase que no acaban de entender se repite luego en sus labios, y luego una vez más en labios de Jesús; de esta manera se pone de relieve el anuncio, repetido tres veces, antes de darse su interpretación. La interpretación se extiende del versículo 20 (“En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”) al versículo 22 (“También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar”) y termina con la afirmación de que, aquel día, cesarán finalmente las preguntas de los discípulos (versículo 23a: “Aquel día, ya no me preguntaréis sobre nada”) [La mayor parte de los críticos opinan, equivocadamente, que este desarrollo prosigue hasta el versículo 24: “Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado”]. Para captar el sentido de la frase, oigamos primero la explicación que se da de ella; luego volveremos a estas palabras y al doble «momento» (μικρὸν) del que hablan) EN VERDAD, EN VERDAD OS LO DIGO: VOSOTROS VAIS A LLORAR Y A LAMENTAROS, MIENTRAS QUE EL MUNDO SE ALEGRARÁ. VOSOTROS OS ENTRISTECERÉIS, PERO VUESTRA TRISTEZA SE CONVERTIRÁ EN GOZO. LA MUJER A PUNTO DE DAR A LUZ TIENE TRISTEZA, PORQUE HA LLEGADO SU HORA; PERO CUANDO HA DADO A LUZ AL NIÑO, NO SE ACUERDA YA DE SU AFLICCIÓN POR EL GOZO DE QUE HA NACIDO AL MUNDO UN HOMBRE. ASÍ PUES, TAMBIÉN VOSOTROS TENÉIS AHORA TRISTEZA, PERO DE NUEVO OS VERÉ Y VUESTRO CORAZÓN SE ALEGRARÁ, Y VUESTRO GOZO NADIE OS LO QUITARÁ (Introducida por un doble «ἀμὴν», la interpretación que da Jesús se centra en la transformación de la alegría en gozo, que corresponde al contraste no-ver/ver. Esta transformación se anuncia dos veces (versículo 20: “En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”; 22: “También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar”) y se aclara por medio de una pequeña parábola intermedia (versículo 21: “La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo”). La tristeza (λύπη) expresaba en el versículo 6 (“Sino que por haberos dicho esto vuestros corazones se han llenado de tristeza”) la reacción de los discípulos ante el anuncio de la marcha de Jesús; aquí, al ir introducida por los verbos «llorar» y «lamentarse» que evocan el luto [Véase Jeremías 22,10: “No lloréis al muerto ni plañáis por él: llorad, llorad por el que se va, porque jamás volverá ni verá su patria”; Lucas 23,27: “Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por él”; Juan 11,31: “Los judíos que estaban con María en casa consolándola, al ver que se levantaba rápidamente y salía, la siguieron pensando que iba al sepulcro para llorar allí”; 1 Tesalonicenses 4,13: “Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen esperanza”; véase Juan 14,18: “No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros”: «huérfanos»], está provocada por la muerte que ya ha sucedido. De hecho, frente a esta tristeza se habla del gozo inauténtico del mundo que se imagina haber tenido razón en el proceso planteado contra Jesús y haberse desembarazado de aquel «aguafiestas» [Lucas 23,2: “Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey»”; véase 1 Reyes 18,17: “Cuando Ajab vio a Elías le dijo: «¿Eres tú, azote de Israel?»”]. Y, al revés, el gozo se convertirá en patrimonio de los discípulos; aparece entonces la paradoja: «Vuestra tristeza se convertirá en gozo». Esta paradoja se había ido preparando desde antiguo. Al interpretar los sufrimientos de Israel, los profetas vislumbraron que la obra de Dios consistía en el cambio radical del dolor del pueblo en gozo imperecedero [Isaías 35,10: “Los redimidos de Yahveh volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones, y habrá alegría eterna sobre sus cabezas. ¡Regocijo y alegría les acompañarán! ¡Adiós, penar y suspiros!”; 51,11: “Los redimidos de Yahveh volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones, y habrá alegría eterna sobre sus cabezas. ¡Regocijo y alegría les acompañarán! ¡Adiós, el penar y suspiros!”]; la vuelta del destierro había sido a la vez una revelación y una figura de este cambio. Según el primer discurso de despedida, el acontecimiento pascual anticipó en la existencia del creyente lo que aguardaba la esperanza judía. El gozo del que habla Jesús es de esencia escatológica: el discípulo pertenece a aquel que ha franqueado las puertas de la muerte. Bajo este texto se puede entrever el contraste entre el carácter inexorable de la muerte, con la que se enfrenta todo ser humano, y la certeza de la fe judía en que Dios, el Viviente, aniquilará a la muerte: es el Dios de la liberación [Véase Isaías 25,8: “consumirá a la Muerte definitivamente. Enjugará el Señor Yahveh las lágrimas de todos los rostros, y quitará el oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra, porque Yahveh ha hablado”; Ezequiel 18,32: “Yo no me complazco en la muerte de nadie, sea quien fuere, oráculo del Señor Yahveh. Convertíos y vivid”; Sabiduría 1,13-15: “no fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes; él todo lo creó para que subsistiera, las criaturas del mundo non saludables, no hay en ellas veneno de muerte ni imperio del Hades sobre la tierra, porque la justicia es inmortal”; Salmo 68,21: “Dios libertador es nuestro Dios; del Señor Yahveh son las salidas de la muerte”; Cantar de los Cantares 8,6: “Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello en tu brazo. Porque es fuerte el amor como la Muerte, implacable como el sheol la pasión. Saetas de fuego, sus saetas, una llama de Yahveh”]. El gozo devora de algún modo a la tristeza, la suprime: en la comparación del versículo 21 (“La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo”), la mujer que ha dado a luz ya no «se acuerda» de su sufrimiento anterior, designada no ya por la palabra «tristeza», como al comienzo del versículo, sino por θλῖψις (tribulación, aflicciòn), que indica una «prueba» pasajera. Y el gozo prometido a los discípulos es imposible de arrebatar (versículo 22: “También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar”). La imagen de la parturienta es muy oportuna para dar a comprender la transformación que anuncia Jesús. Encierra una verdad humana evidente, que se encuentra en la tradición bíblica, en donde se ha convertido en una alegoría. Ordinariamente, los dolores de la mujer en parto evocan la situación dramática del pueblo antes de que Dios intervenga [Isaías 13,8: “Se empavorecen, angustias y apuros les sobrecogen, cual parturienta se duelen. Cada cual se asusta de su prójimo. Son los suyos rostros llameantes”; 26,17: “Como cuando la mujer encinta está próxima al parto sufre, y se queja en su trance, así éramos nosotros delante de ti, Yahveh”; Oseas 13,13: “Dolores de parturienta le asaltan, pero él es un hijo necio que no se presenta a tiempo por donde rompen los hijos”; Miqueas 4,9-10: “Y ahora, ¿por qué clamas? ¿es que no hay rey en ti? ¿Ha perecido tu consejero, que un espasmo te atenaza cual de mujer en parto? Retuércete y grita, hija de Sión, como mujer en parto, porque ahora vas a salir de la ciudad, y en el campo morarás. Llegarás hasta Babel, y allí serás liberada, y allí te rescatará Yahveh de la mano de tus enemigos”; Marcos 13,19-20: “Porque aquellos días habrá una tribulación cual no la hubo desde el principio de la creación, que hizo Dios, hasta el presente, ni la volverá a haber. Y si el Señor no abreviase aquellos días, no se salvaría nadie, pero en atención a los elegidos que él escogió, ha abreviado los días”; 13,24: “Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor”; Mateo 24,21-22: “Porque habrá entonces una gran tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta el presente ni volverá a haberla. Y si aquellos días no se abreviasen, no se salvaría nadie; pero en atención a los elegidos se abreviarán aquellos días”]; en Isaías 66,7-10 (“Antes de tener dolores dio a luz, antes de llegarle el parto dio a luz varón. ¿Quién oyó tal? ¿Quién vio cosa semejante? ¿Es dado a luz un país en un solo día? ¿O nace un pueblo todo de una vez? Pues bien: Tuvo dolores y dio a luz Sión a sus hijos. ¿Abriré yo el seno sin hacer dar a luz - dice Yahveh - o lo cerraré yo, que hago dar a luz? - Dice tu Dios. Alegraos, Jerusalén, y regocijaos por ella todos los que la amáis, llenaos de alegría por ella todos los que por ella hacíais duelo”), el anuncio de un parto feliz significa que Dios abrirá a Israel un paso hacia la vida. En el nuevo testamento, Pablo se encarga de recoger esta imagen: «La creación entera gime hasta hoy con dolores de parto» (Romanos 8,22: “Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto”); y también el autor del Apocalipsis en la visión grandiosa de la mujer y del niño (Apocalipsis 12,1-6: “Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz. Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas. Su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz. La mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono. Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada 1.260 días”). ¿Encerrará también en Juan un sentido oculto? Se han propuesto dos tipos de alegorización. Según el primero, que está lejos de ser aceptado por los críticos, se trataría del nacimiento del mesías en el sentido de su entronización celestial, es decir, de la muerte/resurrección de Jesús; la mujer representaría en ese caso al pueblo de Dios [Además de Apocalipsis 12,1-6 (“Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz. Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas. Su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz. La mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono. Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada 1.260 días”), se ha invocado un texto de Qumrán: Himnos de Qumram (1QH 3,9-18: “como una ciudad fortificada frente a sus enemigos. Estaba presa de angustia como una parturienta en parto primerizo, cuando de pronto le llegan los dolores y un tormento atroz se hace sentir en ella, haciendo contorsionarse a la que está encinta como lo que crepita en el horno. Los hijos son llegados a los pujos de la muerte. La que se hallaba encinta de un hombre estaba atormentada por sus vehementes dolores, pues entre sus angustias daba a luz un varón, y de entre las penas del Sheol venía a la luz, del horno de la que estaba encinta, un consejero admirable por su poder, y un varón salía incólume de las angustias. Sobre la que está encinta se precipitan ya todos los empujes y los tormentos agudos. En el momento en que nacían los hijos, el espanto cubría a las que estaban encintas. En el momento en que se le daba a luz llegaban juntas todas las amarguras al seno de la que estaba grávida. Y la que esperaba una serpiente estaba sumergida en duras penas, y los ataques del abismo se desencadenaban con amenazas tremendas. Vacilaban los fundamentos del muro, como una nave sobre la superficie del mar; tronaban las nubes con tremendo ruido, y todos los que yacían en el polvo estaban como los que recorren los mares, porque había sido aniquilada toda su sabiduría por el agitarse de las aguas y el bramar del abismo y el surgir de las olas y el mugir de las mareas. Las olas del mar resonaban con espanto; parecía que se abrían el Sheol y el Abaddón. Todas las flechas de la fosa le acompañaban y hacían oír sus silbidos. Se abrían las puertas del Sheol por obra de las intrigas de la serpiente. Las puertas de la fosa se cerraban detrás de la que estaba encinta de la iniquidad, y los batientes eternos detrás de los espíritus de la serpiente”), que se referiría, según algunos, a la generación del Mesías por obra de la comunidad] o también a la madre de Jesús que estuvo presente al pie de la cruz. La segunda hipótesis toma en cuenta el término θλῖψις, utilizado para los dolores de la mujer en parto, ya que designa tradicionalmente las pruebas que precederán a la intervención apocalíptica de Dios [Daniel 12,1: “En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran Príncipe que defiende a los hijos de tu pueblo. Será aquél un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces otro desde que existen las naciones. En aquel tiempo se salvará tu pueblo: todos los que se encuentren inscritos en el Libro”; Sofonías 1,14-15: “¡Cercano está el gran Día de Yahveh, cercano, a toda prisa viene! ¡Amargo el ruido del día de Yahveh, dará gritos entonces hasta el bravo! Día de ira el día aquel, día de angustia y de aprieto, día de devastación y desolación, día de tinieblas y de oscuridad, día de nublado y densa niebla”] o, en el nuevo testamento, las que precederán a la llegada del Hijo del hombre (Marcos 13,19-20: “Porque aquellos días habrá una tribulación cual no la hubo desde el principio de la creación, que hizo Dios, hasta el presente, ni la volverá a haber. Y si el Señor no abreviase aquellos días, no se salvaría nadie, pero en atención a los elegidos que él escogió, ha abreviado los días”; 13,24: “Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor”). Juan le daría al llanto de los discípulos por la muerte de Jesús el valor de las θλίψεις (tribulaciones) que preceden al acto salvífico de Dios al resucitar a Jesús [Esta alegorización, admitida por R. E. Brown, es rechazada por R. Schnackenburg]. Pero este término se repite en 16,33 (“Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo»”) para hablar de las aflicciones de los creyentes, que coexisten con el gozo de la presencia del Hijo glorificado: ¿de qué otro acontecimiento salvífico serían entonces un signo premonitor? En realidad, los intentos de alegorización destacan alguno de los diversos elementos del versículo 21 (“La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo”) para darle un valor que supera el sentido que tiene en el texto. Pero, sobre todo, esto supone separar artificialmente la comparación joánica de su aplicación en el versículo 22 (“También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar”). Como ha mostrado C. H. Dodd, el conjunto de los versículos 21-22 (“La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar”) está emparentado con un esquema que presentan los tres sinópticos [C. H. Dodd remite a Marcos 13,34-35: “Al igual que un hombre que se ausenta: deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada”; Mateo 24,43-44: “Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre”; Lucas 14,31-33: “O ¿qué rey, que sale a enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con 10.000 puede salir al paso del que viene contra él con 20.000? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío” y Lucas 17,4-10: “Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: “Me arrepiento”, le perdonarás.» Dijeron los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe.» El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: “Arráncate y plántate en el mar”, y os habría obedecido.» «¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: “Pasa al momento y ponte a la mesa?” ¿No le dirá más bien: “Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?” ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer»”], según el cual la aplicación recoge alguna de las palabras de la parábola. En nuestro texto, está claro que «tendréis tristeza» corresponde a «tiene tristeza» y que «vuestro corazón se alegrará» hace eco de la mención de la alegría de la mujer. Por tanto, conviene leer la comparación en su sentido obvio y dejarle su fuerza expresiva inmediata, que es el paso de la tristeza al gozo. El gozo que se anuncia es el fruto del reencuentro de los discípulos con Jesús más allá de su muerte. En 14,19 (“Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis”) Jesús había prometido: «Vosotros (me) veréis». Ahora se utiliza una fórmula sorprendente: es Jesús el que «verá» a los discípulos [Con ὁράω («ver», véase 16,16: “Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco y me veréis”; 16,19: “Se dio cuenta Jesús de que querían preguntarle y les dijo: «¿Andáis preguntándoos acerca de lo que he dicho: “Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver?””), distinto de θεωρέω («tener ante los ojos», véase 14,19: “Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis”; 16,10: “en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no me veréis”; 16,16: “Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco y me veréis”; 16,17: “Entonces algunos de sus discípulos comentaron entre sí: «¿Qué es eso que nos dice: “Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver” y “Me voy al Padre”?»”; 16,19: “Se dio cuenta Jesús de que querían preguntarle y les dijo: «¿Andáis preguntándoos acerca de lo que he dicho: “Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver?””). ¿Hay algún matiz entre estos dos verbos, como parece admitir C. Traets? R. Schnackenburg lo niega]. Si se advierte que ya no se dice: «Yo vengo», como en 14,18 (“No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros”), cabe pensar que Juan traspuso su venida a su mirada. Este giro, único en el nuevo testamento, subraya que la iniciativa del encuentro pertenece a Jesús. Situada después de «Me veréis», evoca por otro lado una reciprocidad: deja vislumbrar el gozo que el evangelista no deja de atribuir al mismo Hijo por el cumplimiento de su misión [Véase 4,36: “el segador recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador”; 15,11: “Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado”; 17,13: “Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada”]. La mirada de Jesús puesta sobre los discípulos suscitará su gozo. En los relatos de aparición pascual, se subrayará esta reacción en los términos de 16,16 (“Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco y me veréis”): «Los discípulos se llenaron de gozo al ver al Señor» (20,20) VUESTRO GOZO NADIE OS LO QUITARÁ (El último estiquio del versículo 22 (“También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar”) manifiesta que el encuentro del Resucitado con los suyos no se limita al día de pascua: lo mismo que en el discurso fundamental, inaugura una presencia mutua ilimitada en el tiempo. Esto significa que «ver», para los discípulos, no significa solamente una visión experimental, sino la inteligencia del misterio de Cristo. Aunque el verbo «(no) quitar» es aquí αἴρω (quitar) y no ἁρπάζω (arrebatar), esta palabra hace eco en este lugar a la proclamación de Jesús a propósito de los discípulos que le había dado el Padre: «Nadie los arrebatará de mi mano...» [10,28: “Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano”]. Allí se asegura a los creyentes la seguridad escatológica, en virtud del vínculo que los une a su Pastor; aquí el gozo que suscitan el «ver» y el «ser visto» será imposible de arrebatar. En las dos frases, el lenguaje que se utiliza implica un horizonte de conflicto: la hostilidad persistente del mundo) AQUEL DÍA, YA NO ME PREGUNTARÉIS SOBRE NADA («Aquel día» se refiere no al día final, sino al tiempo de la comunión plena con el Hijo que comenzó en la pascua. La certeza de su presencia hará que cesen las preguntas inquietas. Así pues, aflora una vez más [Su insistencia en Juan 16 confirma que este discurso se dirige a una comunidad en apuros] el tema del preguntar, pero no hay ninguna contradicción con el reproche inicial de Jesús (versículo 5: “Pero ahora me voy a Aquel que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Dónde vas?””), ya que la perspectiva es distinta; entonces, los discípulos se replegaban sobre sí mismos como si no tuviesen esperanza o no se atreviesen a preguntar a Jesús (versículo 19: “Se dio cuenta Jesús de que querían preguntarle y les dijo: «¿Andáis preguntándoos acerca de lo que he dicho: “Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver?””). Entonces la pregunta suponía mostrarle su confianza, el deseo de seguir unidos a él. Ahora, con la nueva visión pospascual de Jesús, ha llegado la claridad. Este versículo da a entender la promesa del Paráclito, el intérprete que lo enseñará todo (14,26: “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” y 16,13-15: “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros”). No implica de ninguna forma una crítica a la búsqueda siempre nueva del creyente, sino que subraya la transformación que ha tenido lugar: todo es luminoso para el hijo de la luz. A partir de la interpretación que hemos dado, volvamos a la frase «enigmática» del versículo 16 (“Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco y me veréis”. Repetida en los versículos 17: “Entonces algunos de sus discípulos comentaron entre sí: «¿Qué es eso que nos dice: “Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver” y “Me voy al Padre”?»”; 19: “Se dio cuenta Jesús de que querían preguntarle y les dijo: «¿Andáis preguntándoos acerca de lo que he dicho: “Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver?””) UN POCO MÁS Y NO ME TENDRÉIS ANTE LA VISTA; LUEGO TODAVÍA OTRO POCO Y ME VERÉIS (En el exordio de los discursos de despedida (13,33: “Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros”) un corto plazo (μικρὸν) caracterizaba al anuncio de la partida de Jesús. Este recogía parcialmente una palabra dirigida a los judíos: «Por un poco de tiempo (Ἔτι χρόνον μικρὸν) estoy con vosotros y me vuelvo a aquel que me ha enviado» (7,33). Amenazado con el arresto, Jesús urgía a sus oyentes a comprometerse en su causa, ya que el tiempo de su presencia se iba acortando. Igualmente, en 12,35 decía: «Por poco tiempo (Ἔτι μικρὸν χρόνον) todavía está la luz entre vosotros». En estos dos textos de la vida pública, el breve plazo sirve de advertencia, lo mismo que en los profetas [Oseas 1,4: “Yahveh le dijo: «Ponle el nombre de Yizreel, porque dentro de poco visitaré yo la casa de Jehú por la sangre derramada en Yizreel, y pondré fin al reinado de la casa de Israel”; Isaías 10,25: “Porque un poquito más y se habrá consumado el furor, y mi ira los consumirá”; Jeremías 51,33: “Porque así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: La hija de Babel es como era al tiempo de apisonarla; un poco más, y le habrá llegado el tiempo de la siega”; véase Mateo 23,39: “Porque os digo que ya no me volveréis a ver hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”]. A lo largo de los discursos de despedida, este lenguaje deja de ser una advertencia para pasar a ser una revelación: Jesús introduce a los suyos en el misterio de su pascua. En 13,33 (“Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros”) anunció la inminencia de la separación; en 14,19 (“Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis”) abrió al encuentro definitivo: «Todavía un poco de tiempo (ἔτι μικρὸν) y veréis que yo vivo». La frase de 16,16 (“Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco y me veréis”) recoge estos dos aspectos. Plantea entonces el problema del lapso de tiempo que suponen respectivamente los dos «momentos». Para el lector de Juan, la respuesta es fácil: el primer plazo terminó con la muerte de Jesús; el segundo, el día de pascua en adelante. El resultado de los dos plazos es distinto, como se subraya incluso en el empleo de dos verbos diferentes [Los verbos ὁράω («ver») y θεωρέω («tener ante los ojos»)]. Jesús se verá retirado de la vista de los suyos - de ahí el tiempo de profunda tristeza (véase 16, 20: “En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”; 22: “También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar”) - ; luego Jesús será visto de nuevo - de ahí la transformación de la tristeza en gozo (véase 16,20d: “vuestra tristeza se convertirá en gozo”; 22: “También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar”) -. Sin embargo, este volver a verlo se ha interpretado a veces, no de la pascua, sino de la parusía [Así san Agustín interpretó el segundo μικρὸν del lapso de tiempo entre la muerte de Jesús y su resurrección (Tratado sobre el Evangelio de San Juan 101,1: “Antes que se hubiera cumplido eso que dice, estas palabras del Señor donde asevera: «Un poco y ya no me veréis y de nuevo un poco y me veréis, porque voy al Padre», para los discípulos eran tan oscuras que, al preguntar entre sí qué significaba lo que decía, confesaron que ellos lo desconocían absolutamente. En efecto, el evangelio sigue: Dijeron, pues, mutuamente de entre sus discípulos: «¿Qué significa esto que nos dice: “Un poco y no me veréis y de nuevo un poco y me veréis” y “porque voy al Padre”?». Decían, pues: «¿Qué significa esto que dice, “un poco”? Desconocemos de qué habla». En efecto, lo que los turbaba es esto: que dijo: «Un poco y no me veréis y de nuevo un poco y me veréis». Porque en lo precedente no había dicho «un poco», sino que había dicho «Voy al Padre y ya no me veréis», ciertamente les pareció que hablaba cual claramente y sobre esto nada preguntaron entre sí. Ahora, pues, lo que para ellos fue entonces oscuro y se manifestó muy pronto, para nosotros es ya manifiesto, evidentemente, ya que tras un poquito padeció y no le vieron, de nuevo tras un poquito resucitó y le vieron. Por otra parte, cómo ha de comprenderse lo que asevera: «Ya no me veréis», lo expuse allí donde dijo: «el Espíritu Santo acusará al mundo respecto a justicia, porque voy al Padre y ya no me veréis», o sea, que en adelante no verían mortal a Cristo: que quiso que con ese vocablo, esto es, ya, se entendiera esto, que no le verían más”), pero luego lo prolonga hasta la parusía (101,6: “Estimo que también respecto a esto se entiende mejor lo que más arriba está dicho: Un poco y ya no me veréis y de nuevo un poco y me veréis. En efecto, un poco es este entero espacio en que pasa volando el siglo presente; por ende, idéntico evangelista en persona dice en una carta suya: Es la última hora. Y en verdad, por eso ha añadido: «Porque voy al Padre», lo cual hay que referirlo a la sentencia anterior, donde asevera: «Un poco y ya no me veréis», no a la posterior, donde asevera: Y de nuevo un poco y me veréis. En efecto, yendo al Padre, iba a hacer que no le vieran. Y está dicho por esto: no precisamente porque iba a morir y, hasta que resucitase, iba a apartarse de las miradas de ellos, sino porque iba a ir al Padre, cosa que hizo después que resucitó y, tras haber vivido con ellos durante cuarenta días, ha ascendido al cielo. Porque, pues, iba a ir al Padre, a esos que entonces le veían corporalmente y después no iban a verlo mortal cual le veían cuando decía esas cosas, les asevera: Un poco y ya no me veréis. En cambio, a toda la Iglesia ha prometido lo que ha añadido: Y de nuevo un poco y me veréis, como a toda ha prometido: He ahí que yo estoy con vosotros hasta la consumación del mundo. No retrasa el Señor la promesa: un poco y le veremos cuando ya nada roguemos, nada interroguemos, porque nada que desear quedará, nada que buscar se ocultará. Este poco nos parece largo, porque aún está activo; cuando se haya acabado, entonces nos daremos cuenta de cuán poco ha sido. Nuestro gozo, pues, no sea cual lo tiene el mundo acerca del que está dicho: «El mundo, en cambio, gozará», ni empero durante el parto de este deseo estemos tristes, sin gozo, sino, como asevera el Apóstol, alegres con la esperanza, pacientes en la tribulación, porque la parturienta misma, a la que se nos ha comparado, por la prole que muy pronto vendrá, se alegra más de lo que está triste por el dolor presente”)]. En este caso, el «momento» durante el cual será invisible Jesús (el segundo μικρὸν) se extendería hasta el final de los tiempos. Se han invocado varios datos en favor de esta lectura: la mención de «aquel día» [16,23: “Aquel día no me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre”; 16,26: “Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros”; véase Mateo 7,22: “Muchos me dirán aquel Día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?””; Lucas 10,12: “Os digo que en aquel Día habrá menos rigor para Sodoma que para aquella ciudad”], la imagen de la mujer parturienta, relacionada muchas veces con el contexto apocalíptico, y finalmente el hecho de que el verbo ὁράω («ver») es utilizado en Marcos para la visión del Hijo del hombre que viene sobre las nubes (Marcos 13,26: “Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria”; 14,62: “Y dijo Jesús: «Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo»”). Por otra parte, al final, Jesús dice: «En el mundo tenéis aflicción. Pero ¡tened ánimo!»: así pues, no cesarán las tribulaciones. La lectura propuesta permitiría decir que los creyentes se encuentran todavía en el no-ver y por tanto en la espera de que acabe el segundo «momento». Estos argumentos son muy débiles. Para «aquel día» en sentido escatológico, el evangelista emplea siempre otra expresión: «el último día» [Mientras que en 6,39-40: “Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día”; 6,44: “Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día”; 6,54: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día”; 11,24: “Le respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día»” y 12,48: “El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día”, se lee τῇ ἐσχάτῃ ἡμέρᾳ (el último día), los discursos de despedida hablan de ἐν ἐκείνῃ τῇ ἡμέρᾳ (14,20: “Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros”; 16,23: “Aquel día no me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre”; 16,26: “Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros”)]; la comparación de la mujer no tiene por qué ser alegorizada necesariamente; el verbo ὁράω (ver) es el de las apariciones pascuales (20,18; “Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras”; 20,20: “Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor”; 20,25: “Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré»”; 20,29: “Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído»”) y evoca igualmente, en Juan, la presencia mística de Jesús (16,16: “Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco y me veréis”; 16,22: “También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar”; véase 14,19: “Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis”); finalmente, falta el verbo «venir», tradicional para designar la parusía. A estas observaciones de vocabulario se añaden dos datos: como en 14,18-19 (“Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros”), el encuentro con Jesús se les promete sólo a los discípulos; en 16,23-24 (“Aquel día no me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado”) se les invita a éstos a la oración de petición. ¿Y de qué servirían a la comunidad un ver y un gozo que se dejan para un futuro indeterminado? La comunidad a la que se dirige el evangelista es la comunidad pospascual, cuya fe se basa en el misterio del Hijo que ha dejado su vida para tomarla de nuevo (10,17-18: “Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre”). La finalidad del discurso es recordar que «ver» vivo a Jesús es para los creyentes una realidad actual. No se trata solamente de «haber visto», ya que la experiencia del ver no ha cesado con la ascensión, por hablar según el esquema lucano de los cuarenta días. No se refiere solamente a los acontecimientos sorprendentes de pascua, sino a la certeza que resulta de ella: el Glorificado está presente a los suyos para siempre. Es un ver que da el Espíritu. Juan confirma esta relación en el capítulo 20: es el día de pascua cuando el Resucitado comunica el Espíritu santo a los discípulos (20,22: “Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo»”). Pascua y Pentecostés no son más que una sola cosa; la actividad del Espíritu y la presencia a los creyentes del Hijo glorificado no constituyen más que una sola realidad. Si el sentido está claro en el contexto de los discursos de despedida, ¿por qué el anuncio del versículo 16,16 (“Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco y me veréis”) se presenta en los versículos siguientes como oscuro? El marco narrativo prepascual justifica ciertamente la incomprensión de los oyentes; pero si Juan la destaca, es porque proyecta en ella el malestar que estaba sufriendo la comunidad de su tiempo. Los oyentes repiten el enunciado del versículo 16,16 (“Un poco más y no me tendréis ante la vista; luego todavía otro poco y me veréis”), añadiendo otra palabra de Jesús: «me vuelvo al Padre» (véase 16,10: “en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no me veréis”; 16,5: “Pero ahora me voy a Aquel que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Dónde vas?””). Esta última cita no es una glosa, sino que forma parte del enigma. Los discípulos debieron comprender que el primer breve plazo terminaba con la muerte de Jesús: ¿acaso no se habían sentido desconcertados ante el anuncio de su marcha (véase 16,5-6: “Pero ahora me voy a Aquel que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Dónde vas?” Sino que por haberos dicho esto vuestros corazones se han llenado de tristeza”)? Era fácil establecer un vínculo con «un poco más y no me tendréis ante la vista». Lo que desconcierta es la afirmación de que volverían a verse dentro de poco tiempo (véase versículo 18: “Y decían: «¿Qué es ese “poco”? No sabemos lo que quiere decir»”). Esta frase incomprensible ¿tendría alguna relación con el destino final misterioso que Jesús había asignado a su marcha al decir que se iba «al Padre» (16,10: “en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no me veréis”)? Entendido simplemente de su muerte, este segundo anuncio estaba de acuerdo con la desaparición; pero ¿qué significaba entonces «al Padre»? La comunidad destinataria del discurso sabe muy bien que Jesús fue crucificado. A la luz de la pascua, creyó en él. Pero no percibe signos tangibles de su victoria: la incredulidad persiste a su alrededor (véase versículos 8-9: “y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al pecado, porque no creen en mí” y 20: “En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”) y la aflicción se prolonga indefinidamente: la de la ruptura que ha tenido lugar con la Sinagoga, la que supone la existencia cotidiana en este mundo. ¿Siente la comunidad pesar más duramente con el tiempo la ausencia de Jesús, replegándose sobre su desaliento? Algunos, dentro de ella, han planteado la misma pregunta de los discípulos en los versículos 17-18 (“Entonces algunos de sus discípulos comentaron entre sí: «¿Qué es eso que nos dice: “Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver” y “Me voy al Padre”?» Y decían: «¿Qué es ese “poco”? No sabemos lo que quiere decir.»”): la falta de comunicación constatada al comienzo del discurso (16,5: “Pero ahora me voy a Aquel que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Dónde vas?””) sólo se superará cuando Jesús interprete su palabra y arroje un poco de claridad sobre el porvenir de los discípulos. El texto de Juan se enfrenta con la diferencia existente entre las esperanzas de los creyentes, basadas en las promesas de salvación, y su experiencia sin cambios de la condición terrena en lo que tiene de decepcionante, de intolerable en muchas ocasiones. Por eso, a diferencia del capítulo 14, no es el acontecimiento pascual, como tal, lo que aquí se anuncia; excepto el «yo os veré» del versículo 22b (“volveré a veros y se alegrará vuestro corazón), todo se dice a partir de la experiencia subjetiva de los discípulos y domina el «vosotros»: de lo que se habla es de su tristeza transformada en gozo. Y el cambio no está en el curso exterior del mundo, sino en la mirada que «ve». Este texto intenta devolver la confianza a la comunidad y reavivar su fe, recordando el fundamento de la existencia creyente: la presencia actual del Glorificado para sus discípulos y su inteligencia del misterio. En los versículos 16-22 (“«Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver.» Entonces algunos de sus discípulos comentaron entre sí: «¿Qué es eso que nos dice: “Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver” y “Me voy al Padre”?» Y decían: «¿Qué es ese “poco”? No sabemos lo que quiere decir.» Se dio cuenta Jesús de que querían preguntarle y les dijo: «¿Andáis preguntándoos acerca de lo que he dicho: “Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver?” En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar”) Jesús cumple la función que se le había asignado al Paráclito en el discurso fundamental: interpreta una palabra que había dicho y que no había sido comprendida, haciendo que tome sentido en el hoy de la comunidad. La actualización es evidente: en los versículos 20-22 (“En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar”), el doble contenido del enigma no se ilumina por la mención clara de la muerte/resurrección del Hijo, sino por la tristeza que sienten los discípulos y su transformación en gozo. Si Jesús en persona interpreta y actualiza su palabra, es una manera joánica de mostrar que el Espíritu está actuando y que en su acción se hace presente el Resucitado. El Hijo que ha llegado al Padre transforma desde dentro la existencia de los que lo aman. Los versículos siguientes se encargarán de aclararlo todavía más.