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Charles Sanders Peirce

(Cambridge, Massachusetts, 10 de septiembre de 1839 - Milford, Pensilvania, 19 de abril de1914)


Filósofo, lógico y científico estadounidense, considerado el fundador del pragmatismo y el padre
de la semiótica moderna.
La familia Peirce estaba bien conectada en el mundo académico y en los círculos científicos. Sus
padres Sarah y Benjamin Peirce, profesor de astronomía y matemáticas en Universidad Harvard.
Su padre, era un distinguido profesor en Harvard y el más respetado matemático de los EEUU de
entonces. Charles se crió en medio de contactos muy firmes con figuras prominentes del
ambiente universitario e intelectual. Era visto como un prodigio en ciencia y filosofía, y era aún
más brillante que su padre en matemáticas.
Hombre preocupado por la educación de sus hijos, Benjamín Peirce procuró al pequeño Charles
una sólida formación científica y filosófica. Quiso también educarle en el buen gusto y pensó que
uno de los caminos era adiestrarle en la cata de vinos. Charles fue un buen alumno y terminó
aficionándose a la ciencia, a la filosofía y al buen vino. A esto último quizá demasiado.

Hay que advertir, sin embargo, que todo ello no le fue suficiente para triunfar en la vida, que
era, probablemente, lo que perseguía su padre. En la misma Universidad de Harvard se gradúa en
química y, una vez terminados sus estudios, ingresa, por indicación de su padre, en el servicio
geodésico de los Estados Unidos. Publica numerosos artículos científicos y un libro sobre
observaciones astronómicas: Photometric Researches (1878). Con anterioridad, Peirce tenía ya tal
prestigio que a los veintiocho años había ingresado en la American Academy of Arts and Sciences
y, diez años más tarde, en la National Academy of Sciences.

A pesar de estos prometedores comienzos, su vida no sería la de un triunfador ; nunca logró tener
una posición académica permanente a causa de su difícil personalidad (tal vez maniaco-
depresiva), y del escándalo que rodeó a su segundo matrimonio después de divorciarse de su
primera mujer, Melusina Fay. Desafortunadamente para Peirce, su independencia de
pensamiento, que en un inicio era admirada, se convirtió luego en un severo impedimento para
su éxito. En parte esto se debía a los tiempos. Ya que, como James Feibleman ha señalado, con
la expansión de los EEUU y el desarrollo de las grandes ciudades, Nueva Inglaterra, y sobre todo
Boston y Cambridge, se volvieron cada vez más insulares y conservadoras, aumentando el temor a
la originalidad y al genio. Peirce fue frustrado en cada intento, y sólo por un gran esfuerzo de
voluntad fue capaz de alcanzar algunas de las promesas que exhibió cuando era joven.
Desarrolló su carrera profesional como científico en la United States Coast Survey (1859-1891),
trabajando especialmente en astronomía, en geodesia y en medidas pendulares. Desde 1879
hasta 1884 fue profesor de lógica a tiempo parcial en la Universidad Johns Hopkins. Tras retirarse
en 1887, se estableció con su segunda mujer, Juliette Froissy, en Milford (Pensilvania) donde
murió de cáncer después de 26 años de escritura intensa y prolífica. No tuvo hijos.

Un detalle curioso; para los hispanoparlantes no deja de ser sorprendente que desde 1890 Peirce
añadiera un "Santiago" a su nombre y utilizara con alguna frecuencia para su firma la de "Charles
Santiago Sanders Peirce".

Un aristócrata deseoso de ser entendido

Pese a lo que pudiera parecer, contemplar su biografía es más parecido a asistir a la historia de
un fracaso, pues, de ser un niño prodigio aupado y protegido por su padre 7, Peirce pasó —tras la
muerte de éste— al desempleo y la miseria 8. En 1884 fue despedido bruscamente de la Johns
Hopkins y en 1891 terminó su contrato con el Coast Survey. Así con todo, desde 1887 —en que se
retiró junto a su segunda mujer— hasta su muerte en 1914, publicó una cantidad asombrosa de

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definiciones para diccionarios y reseñas de libros y trabajó afanosamente para desarrollar su
propio sistema filosófico en incontables ensayos, la mayoría sin publicar.

En uno de esos artículos, “Guessing”, escrito alrededor de 1907 y publicado póstumamente en


un journal elaborado por estudiantes de Harvard 9, Peirce se propuso exponer sus ideas acerca
del conocimiento humano. Para ello, reunió algunas opiniones que ya había expresado en una
serie de artículos publicados en el Journal of Speculative Philosophy hacía casi cuarenta años, le
añadió el relato de una experiencia personal acaecida en un barco e incluyó un resumen no-
técnico de un experimento llevado a cabo con un antiguo alumno suyo. Con todo ello, Peirce
pretendía defender “la existencia de una capacidad humana espontánea, instintiva para adivinar
la hipótesis correcta” 10. Pero, sobre todo, quería hacerlo de una manera divulgativa.

Y es que, ciertamente, de cara al público, la figura de Peirce es oscura y no muy accesible.


Incluso hay autores como Rorty que le describen como un “brillante, críptico y prolífico hombre
universal [polymath], cuyos escritos son muy difíciles de reunir en un sistema coherente” 11. Sin
embargo, Peirce deseaba ser entendido por el hombre corriente y, es más, “sabía cómo
popularizar; lo sabemos por sus artículos en el Popular Science Monthly, The Nation y otros
periódicos. Pero estos eran intencionadamente escritos populares” 12. Por eso, en muchos de
estos artículos populares, o bien Peirce se dirigía en primera persona y con mucha delicadeza al
lector (reader) o bien llenaba sus escritos de largos ejemplos ilustrativos.

Otra dificultad a la hora de comprender su pensamiento quizá resida en que Peirce era sobre
todo un lógico, y en sus textos más importantes contínuamente aparecen términos como
“eventualmente”, “concebiblemente”, “posiblemente”… Es decir, da toda la sensación de que
está hablando de mundos posibles y lejanos más que del mundo real, actual, de cada día. Pero
esto no pasa de ser una mera sensación, pues para él, la lógica era el estudio de los métodos y
sobre todo el estudio de los métodos de la ciencia experimental, no de la ciencia posible. En ese
sentido, la lógica “conecta” al hombre con la realidad, porque la lógica tiene que ver con los
razonamientos que quieran ser correctos, es decir, con los razonamientos que estén abiertos a la
verdad, cuya búsqueda es el objetivo último de la ciencia 13.

De la miseria al reconocimiento
Tras el fracaso en la Universidad de Johns Hopkins, Peirce permaneció en el servicio geodésico
hasta 1889. Había recibido una pequeña herencia y creyó que podría dedicarse a la culminación
de su obra lógica, de la que tenía previsto publicar doce volúmenes. Sus proyectos fueron un
fracaso: el dinero se acabó pronto y la publicación no llegó a realizarse. Por lo demás, no se
había distinguido nunca por ser ahorrador. Ya en 1880 se había visto obligado a vender su
biblioteca de lógica, en la que había logrado reunir obras de gran valor, incluidos algunos
incunables. Trató de aliviar la situación mediante recensiones de libros para varias revistas (The
North American Review, The Nation, The Monist) y la colaboración en obras como The Century
Dictionary y el Dictionary of Psychology and Philosophy; dio de nuevo algunas conferencias en el
Lowell Institut y en Harvard. Pero, como puede comprenderse, no eran trabajos que pudieran
sacarlo de apuros. La situación de Peirce y su mujer se hizo tan penosa como para llegar al
hambre y al frío.

Estaba además su difícil carácter. Ni sus amigos se libran de su crítica. A William James, por
ejemplo, le aconseja que aprenda a pensar. A James, que había intentado ayudarle por todos los
medios, recomendándole a distintas universidades, procurándole medios materiales
personalmente a través de una suscripción entre amigos y antiguos alumnos. A pesar de todo,
como suele ocurrir en muchas ocasiones, en el fondo de su corazón reinaba la ternura. Los
últimos diez años de su vida firmaba Charles Santiago Sanders Peirce, añadiendo la traducción
española de James a su nombre.

El 19 de abril de 1914 un cáncer terminó con su vida. Su segunda mujer, que había soportado con
él las numerosas calamidades, vendió todos sus manuscritos a la Universidad de Harvard. La

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edición empezó a ser preparada por Ch. Hartshorne y P. Weiss. Los seis primeros volúmenes
aparecieron entre 1931 y 1933 con el título de Collected Papers. En 1958 aparecieron otros dos
editados por W. Burks. Sin embargo, la primera recopilación publicada fue una serie de artículos,
titulada Chance, Love and Logic; fue preparada por Morris R. Cohen y apareció en 1923. Sus
escritos matemáticos, editados por C. Eisele, aparecieron en 1976 con el título Elements of
Mathematics. Su interesante correspondencia con lady Welby fue recogida por Ch. S. Hardwick
en Semiotics and Significs, aparecido en 1977.

Al final de su vida le cupo la satisfacción de comprobar que sus teorías empezaban a ser
comprendidas. Aparte de James estaba gente como Royce, Mead y Dewey. De todos, fue este
último quien más supo apreciarlas. Sus elogios llegaron hasta considerarle el filósofo más original
de los tiempos modernos. Sin embargo, el conocimiento de la obra de Peirce no era fácil.
Los Collected Papers tardaron en aparecer y su manejo no resulta cómodo. A esto hay que añadir
las dificultades de su terminología y su propio estilo.

No debe extrañar, pues, la tardanza con la que, sobre todo en Europa, ha llegado el
reconocimiento. Para muchos europeos especialistas en filosofía o semiótica, Peirce era un autor
al que citaba Morris. Pero el reconocimiento llegó por fin y, a partir de los años sesenta, han
empezado a surgir multitud de estudios sobre su obra en Italia, Francia, Alemania y los países
nórdicos.

La obra de Peirce no sólo aparece como el punto de partida de una "filosofía transformada", sino
como una de las vías de superación de las dificultades con las que ha topado e1 desarrollo de la
semiótica. Es además un buen interlocutor para la filosofía hermenéutica o para el
deconstruccionismo, tan de moda no ya en Europa, sino en los Estados Unidos. Mientras tanto, en
España, si nos atenemos a las publicaciones, es un perfecto desconocido: algunas traducciones
realizadas hace años en Argentina (Aguilar, Nueva Visión), algún extracto de tesis doctoral como
el de Antonio Tordera (Valencia, Fernando Torres Editor, 1978) Y poco más. Va siendo hora de
que también aquí, aunque sea tarde una vez más, suene su hora.

http://www.unav.es/gep/Articulos/CastanaresHistoriaMarginacion.html

Obra y valoración crítica


La importancia de Peirce como pensador no fue desconocida en su tiempo. Entre sus amigos y
admiradores estaban reconocidos filósofos como William James, Josiah Royce y John Dewey y el
renombrado matemático y lógico Ernst Schröder. Después de una corta estadía en la Universidad
Johns Hopkins como profesor de tiempo parcial en Lógica (1879-1884) y luego de una jubilación
forzosa y prematura en el Servicio Geodésico de los Estados Unidos (United States Coast and
Geodetic Survey) donde estaba encargado de experimentos sobre gravedad y el funcionamiento
del péndulo, Peirce no consiguió nunca más un trabajo estable. Pasó un tercio de su vida
luchando para sobrevivir y una buena parte de sus escritos de esos años los redactó por dinero.
Entre estos se incluyen artículos para revistas, periódicos, contribuciones para diccionarios y
enciclopedias y traducciones (principalmente del francés y del alemán). En este sentido también
hubo un buen número de artículos filosóficos redactados para satisfacer las expectativas y las
instrucciones de los editores.

Durante un lapso, que se inicia alrededor de 1890, la vida de Peirce estuvo acaparada por el
fracaso de las posibilidades de convertirse en un hombre rico. Al inicio del siglo XX, comenzó a
lamentarse por los escasos logros alcanzados en publicaciones que comprendieran su programa de
filosofía y sus descubrimientos en matemáticas y lógica. Fue después de veinte años de su
muerte, y sólo cuando el Departamento de Filosofía de la Universidad de Harvard sacó a la luz la
colección de sus escritos, que los académicos comenzaron a advertir la importancia y profundidad
de su pensamiento. En 1936, Alfred North Whitehead describiría a los Estados Unidos como un

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centro filosófico valioso, identificando a Charles S. Peirce y a William James como los fundadores
del renacimiento norteamericano. “De estos hombres”, dijo Whitehead, “William James es el
análogo a Platón y Peirce a Aristóteles”.

El interés en Peirce ha crecido enormemente en los últimos años y el incremento de su


importancia sigue avanzando. Su trabajo en lógica, álgebra y gráfica matemática ha comenzado a
ser visto como sustantivo tanto por su impacto histórico como por la importancia en la fortaleza
de su investigación. Hilary Putnam expresó su sorpresa acerca de los descubrimientos “tanto más
dado que es familiar en la lógica moderna reconocer que el mundo lógico actual está construido a
partir de los esfuerzos de Peirce y sus discípulos”, y W. V. Quine ubica a la lógica moderna a
partir de “la emergencia de la teoría general de la cuantificación surgida de Peirce y Frege”. Más
recientemente, John Sowa demostró de qué manera el sistema gráfico lógico (sus gráficos
existenciales) perfeccionan más que otros desarrollos la representación del discurso, y en
general, el estudio del lenguaje, y él empleó los gráficos como un fundamento lógico para su
propia concepción, “que combina la lógica de Peirce con la investigación sobre las redes
semánticas en la inteligencia artificial y en lingüística computacional”.

Más en general, el trabajo de Peirce en filosofía, ha llevado a un considerable resurgimiento en


todo el mundo por el interés en su obra. Esto se demuestra en el creciente número de libros y
artículos sobre Peirce, por la creciente referencia a sus ideas y por el testimonio de respeto de
filósofos como Karl Popper que ven en Peirce a “uno de los más grandes pensadores de todos los
tiempos”. Finalmente, en la rapidez del crecimiento de los estudios acerca de la semiótica.

Peirce es universalmente conocido como uno de los fundadores, y para algunos autores como el
fundador, su teoría de los signos está entre la que es más frecuentemente estudiada y examinada
sistemáticamente como una teoría fundacional. La importancia de la semiótica para todas las
disciplinas que tienen que ver con la representación (entre ellas la epistemología, la lingüística,
la antropología, las ciencias cognitivas e incluso las disciplinas artísticas) está comenzando a ser
reconocida. En 1989 en las Conferencias Jefferson, Walker Percy sostuvo que la ciencia moderna
sería radicalmente incoherente no sólo cuando buscara comprender las cosas y los organismos no
humanos y el cosmos mismo, sino también cuando buscara comprender al hombre, no al hombre
fisiológica, neurológica o en su caudal sanguíneo, sino si lo buscara comprender sólo man qua
man, el hombre en tanto su peculiaridad humana, - pero salvar esta situación Peirce ideó su
teoría de los signos, que lo condujo al diseño de un plan para una ciencia coherente de la
actividad humana que aún debe ser completada.

Peirce desarrolló un temprano interés en la filosofía, particularmente en los escritos de Kant y en


la lógica formal, pero su trabajo lo condujo a la ciencia experimental, especialmente dos ciencias
con una base matemática importante: la astronomía y la geodesia.
Su primer libro, Investigaciones Fotométricas (1878), fue el resultado de varios años de
observaciones astronómicas en el observatorio de la Universidad de Harvard. Incluyó también el
catálogo de Ptolomeo de las estrellas, una traducción que hizo Peirce del manuscrito de la
Biblioteca Nacional de París. Sus publicaciones y monografías en geodesia son aún consideradas
como clásicos de este campo. Fue especialista en geodesia en el departamento de los Estados
Unidos de investigación de las costas y los campos desde el inicio de sus treinta años, luego
trabajó durante un tiempo como ingeniero químico consultor para la Compañía Saint Lawrence
Power. Pero a lo largo de su vida, su preocupación estuvo orientada a la ciencia, mantuvo un
programa contínuo de investigación en filosofía y lógica.

Brindó una serie de conferencias en diferentes instituciones desde mediados de los años 1860
hasta después de iniciado el siglo XX, desde 1879 a 1884, enseñó lógica en la Universidad Johns
Hopkins que es la primera auténtica universidad de los Estados Unidos. Cuando a fines de 1880
escribió una serie de definiciones para el Century Dictionary, no había dudas acerca de su
entusiasmo por el modelo de Hopkins que lo llevó a definir “universidad” como “una asociación
de hombres que se reúnen con el propósito de estudio, que confiere grados que son reconocidos
como válidos a través de todos los países, es fundada y privilegiada por el Estado, para que la

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gente reciba una orientación intelectual y resuelva los problemas teóricos que les presenta el
desarrollo de la civilización”. La definición fue tema de una anécdota referida por John Jay
Chapman: Peirce escribió la definición de Universidad en el Century Dictionary. La llamó una
institución dedicada a los propósitos del estudio. Le escribieron señalándole que su posición había
sido que una universidad era una institución dedicada a la instrucción. El contestó que si tenían
esa concepción estaban profundamente equivocados, que una universidad no tuvo y nunca había
tenido que ver con la instrucción y que hasta que no se dejara de lado esta idea no podría existir
universidad en ese país.

En su tiempo, Peirce fue una figura internacional mucho más que lo que se conoce en general.
Visitó Europa cinco veces entre 1870 y 1883, y aunque viajó como científico – para deslizar
péndulos y comparar los pesos y medidas europeas con los estándares norteamericanos – se
encontró con famosos matemáticos y lógicos como así también con científicos, incluyendo a De
Morgan, Jevons, Clifford y Herbert Spencer. Peirce mantuvo correspondencia con académicos y
también con Schröder, Cantor, Kempe, Jourdain, Victoria Lady Welby y otros. Así las cartas
enviadas a Lady Welby sobre semiótica fueron conocidas ocasionalmente por C. K. Ogden quien,
con I. A. Richards, publicó algunas de ellas en su clásico El significado del significado. El amigo
de Wittgenstein, F. P. Ramsay se impresionó gratamente con esas cartas y en su revisión del
Tractatus, señaló que Wittgenstein podría haber sacado más provecho de la distinción entre tipo
(tipo) y ejemplar (token).

Charles Peirce fue un pensador extraordinariamente prolífico y su obra destaca por su amplitud y
extensión. Peirce publicó dos libros, Photometric Researches (1878) y Studies in Logic (1883), y
un gran número de artículos en revistas de diferentes áreas. Sus manuscritos, una gran parte de
ellos sin publicar, ocupan cerca de 80.000 páginas. Entre 1931 y 1958 se ordenó temáticamente
una selección de sus escritos y se publicó en ocho volúmenes con el nombre de Collected Papers
of Charles Sanders Peirce (generalmente citado por volumen [punto] párrafo, en la forma
"CP x.y"). Desde 1982, se han publicado además algunos volúmenes de Writings of Charles S.
Peirce: A Chronological Edition (volumen [dos puntos] página: "W x:y"), que aspira a alcanzar
treinta volúmenes.

La concepción filosófica de Peirce es compleja de sintetizar. Comprende un número de diferentes


pero interrelacionadas teorías y doctrinas, cada una de las cuales podría ser materia de un texto
solo, como de hecho ha ocurrido.

William James reconoció a Charles Peirce como fundador del pragmatismo. El pragmatismo, como
Peirce lo describía, puede entenderse como un método de resolver confusiones conceptuales
relacionando el significado de concepto alguno con un concepto de las concebibles consecuencias
prácticas de los efectos de la cosa concebida (CP 8.208) — las implicaciones imaginables para la
práctica informada. El significado de un concepto es general y consiste no en los resultados
individuales hechuales (factuales) mismos sino en el concepto general de los resultados que
ocurrirían.

Sin ninguna duda, esta teoría no guarda ninguna semejanza con la noción vulgar de pragmatismo,
que connota una burda búsqueda del beneficio así como la conveniencia política. En cambio, el
pragmatismo de Peirce es un método de experimentación conceptual, hospitalario para la
formación de hipótesis explicativas, y propicio para el uso y la mejora de la verificación.

Típico de Peirce es su interés en la formación de hipótesis explicativas como fuera de la


alternativa fundacional habitual entre el racionalismo deductivista y el empirismo inductivista,
aunque Peirce fue un lógico matemático2 y un fundador de la estadística.3
Entre las características más peculiares de las teorías de Peirce están su pragmatismo (o
“pragmaticismo”, como lo llamó después), un método para dejar de lado las confusiones
conceptuales relacionando el significado a las consecuencias; la semiótica, su teoría de la
información, representación, comunicación y el incremento del conocimiento; el idealismo

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objetivo, su tesis monista sobre la materia como un espíritu agostado (effete mind) (con el
corolario que la mente es inexplicable en términos de mecanismos); el falibilismo, la tesis que
ningún investigador puede reclamar con absoluta seguridad el haber alcanzado la verdad, porque
una nueva evidencia o información puede llegar que cuestionará el sistema de creencias
afectando incluso a los más incuestionables; el tiquismo, la tesis que el azar opera realmente en
el universo; el sinequismo, la teoría que prevalece continuamente y que la presunción de
continuidad es de una importancia metodológica enorme para la filosofía y, finalmente, el
agapismo, la tesis que sostiene que el amor o la compasión, tienen una influencia auténtica en el
mundo y, en resumen, es “el gran mecanismo de evolución del universo”. Las últimas tres
doctrinas son parte de la cosmología evolutiva comprehensiva de Peirce.

Además de este conjunto de teorías, hay aún otra barrera para una caracterización sencilla de la
filosofía de Peirce, señalada por la referencia a Darwin. La filosofía de Peirce no consiste en un
conjunto de doctrinas estáticas, pensadas y escritas de una vez para siempre; su desarrollo a lo
largo de más de cincuenta años de vida académica representa apropiadamente su motivación
darwiniana. No sólo él se pensó a sí mismo como desarrollando una filosofía evolutiva; uno que
incluye a la humanidad como parte del desarrollo evolutivo natural del mundo, sino que sus
escritos ilustran su especial dedicación al principio del crecimiento evolutivo. Peirce estuvo
abierto, siempre abierto, a las revelaciones de la experiencia y estuvo preparado para cambiar
adecuadamente sus teorías. Algunas de ellas cambiaron dramáticamente en el curso de su vida;
íntimamente todo cambió en un sentido u otro. Uno no se puede enfrentar a la filosofía
consistente de los escritos de Peirce sin ignorar momentos conflictivos.

Una tendencia que algunos comentaristas de Peirce pasan por alto como rasgo de su pensamiento
que le trajo mayor confusión. Este punto fue destacado dramáticamente por el filósofo Arthur F.
Bentley de Indiana: “Lo que uno dice en 20 años, de lo que uno dice en otro tiempo, debe
estudiarse como un suceso-en-proceso... Peirce no tiene un vocabulario post-jamesiano
modernizado para los comportamientos. Tropezaba y volvía... se puede mostrar a Peirce como
todo tipo de cosas. Pero tomar el flujo completo del desarrollo de Peirce, sus ensayos de 1869
como actuales; sus relaciones lógicas – su definición sobre los conceptos en 187(8) Sci Monthly; su
esfuerzo final con relación a la lógica funcional nadie lo menciona, etc. Tiene un éxito en
desarrollo. Es uno de los más grandes éxitos entre todos.
Peirce es también considerado como el padre de la semiótica moderna: la ciencia de los signos.
Más aún, su trabajo —a menudo pionero— fue relevante para muchas áreas del conocimiento,
tales como astronomía, metrología, geodesia, matemáticas, lógica, filosofía, teoría e historia de
la ciencia, semiótica, lingüística, econometría y psicología. Cada vez más, ha llegado a ser objeto
de abundantes elogios. Popper lo ve como “uno de los filósofos más grandes de todos los
tiempos”. Por lo tanto, no es sorprendente que su trabajo y sus ideas acerca de muchas
cuestiones hayan sido objeto de renovado interés, no sólo por sus inteligentes anticipaciones a los
desarrollos científicos, sino sobre todo porque muestra efectivamente cómo volver a asumir la
responsabilidad filosófica de la que abdicó gran parte de la filosofía del siglo XX.

La filosofía de Peirce incluye:

 un sistema pervasivo de tres categorías (primero, calidad de sentimiento; segundo, reacción,


resistencia; tercero, representación, mediación) (CP 1.545–559, 5.66–81, 88–92);
 la creencia de que la verdad es inmutable y es a la vez independiente de las opiniones parti-
culares (falibilismo) y capaz de ser descubierta (ningún escepticismo radical) (CP 5.388–410);
 la lógica, como la semiótica formal, 4 sobre signos, sobre argumentos, y sobre los métodos de
investigación (CP 1.180–202) —incluyendo el pragmatismo filosófico (que él fundó)-, también
una doctrina de sentido común crítico (CP 5.438–63, 497–525), y el método científico;

En la metafísica:

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 el realismo escolástico (CP 5.93–101, 8.208),
 la creencia en Dios (CP 6.452–85), la libertad (CP 6.35–65), y, a lo menos, una forma
atenuada de inmortalidad (CP 7.565–78, 6.519–21),
 un idealismo objetivo (pero no absoluto ni Kantiano) (CP 6.7–34), y
 la creencia en la realidad de lo continuo y de tres cósmicos factores y principios evolucio-
narios: el azar absoluto (espontaneidad), la necesidad mecánica, y el amor creativo ( CP 6.
278–317).
En la obra de Peirce, el falibilismo y el pragmatismo pueden parecer que funcionan algo así como
el escepticismo y el positivismo, respectivamente, en las obras de otros. Sin embargo, para
Peirce, el falibilismo se equilibra con un anti-escepticismo y es una base para creer en la realidad
del azar absoluto y de la continuidad (CP 1.141–75), y el pragmatismo somete a uno a la creencia
anti-nominalista en la realidad de lo general (CP 5.429–35).

Sin embargo, Charles S. Peirce no debería ser considerado principalmente como filósofo o como
lógico, sino como científico, tanto por su formación como por su carrera profesional. Sus informes
a la Coast Survey son un testimonio notable de su experiencia personal en el duro trabajo de
medir y obtener evidencias empíricas. Una mirada a esos informes oficiales o a sus Photometric
Researches producidos en los años 1872-1875 proporciona una vívida impresión de trabajo
científico sólido. Como escribió Max Fisch, «Peirce no era meramente un filósofo o un lógico que
ha estudiado cuestiones científicas. Era un científico profesional con todo derecho, que llevó a su
trabajo las preocupaciones del filósofo y del lógico».

Aunque Peirce fue un filósofo sistemático en el sentido tradicional de la palabra, su obra aborda
los problemas modernos de la ciencia, la verdad y el conocimiento a partir de su propia
experiencia como lógico y científico experimental que trabajaba en el seno de una comunidad
internacional de científicos y pensadores. Aunque realizó importantes contribuciones a la lógica
deductiva, Peirce estaba principalmente interesado en la lógica de la ciencia y, más especial-
mente, en lo que llamó abducción (como complemento a los procesos de deducción e inducción),
que es el proceso por el que se genera una hipótesis, de forma que puedan explicarse hechos
sorprendentes. Peirce consideró que la abducción estaba en el corazón no sólo de la investigación
científica sino de todas las actividades humanas ordinarias.

Una dificultad en el estudio de Peirce es que la interpretación del pensamiento de Peirce ha


provocado durante años un amplio desacuerdo entre los estudiosos peirceanos, debido en parte a
la presentación fragmentaria y caótica de su obra en los Collected Papers y en parte a su ir
contracorriente. El hecho es que Peirce no es un filósofo fácil de clasificar: algunos lo
consideraron un pensador sistemático, pero con cuatro sistemas sucesivos, otros lo vieron como
un pensador contradictorio, o como un metafísico especulativo de tipo idealista. Sin embargo, en
años más recientes ha comenzado a ganar aceptación general una comprensión más profunda de
la naturaleza arquitectónica de su pensamiento y de su evolución desde sus primeros escritos en
1865 hasta su muerte en 1914. En la última década todos los estudiosos peirceanos han
reconocido claramente la coherencia básica y la sistematización del pensamiento de Peirce.
Es difícil brindar un desarrollo satisfactorio del conjunto de su evolución filosófica. Con los años,
los académicos han descripto los pasos clave en su vida intelectual de diferentes maneras. Para
brindar alguna estructura cronológica a estos estudios Max Frisch dividió la actividad filosófica de
Peirce en tres períodos:

1. El Período de Cambridge (1851-1870), desde su conferencia de lógica de Whately a su informe


sobre la lógica de los relativos;
2. El período cosmopolita (1870-1887), el tiempo de su trabajo más importante como científico,
cuando viajó extensamente por Europa, por los Estados Unidos y por Canadá; y
3. El período Arisbe (1887-1914), desde su mudanza a Milford, Pennsylvania, hasta su muerte; la
más larga y -filosóficamente- más productiva etapa.

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Gérard Déladalle ha asociado estos períodos más directamente con la actividad filosófica de
Peirce y les dio nombres más figurativos.

1. “Abandonando la cueva” (1851-1870), el período de evolución del pensamiento inicial con su


crítica a la lógica kantiana y el cartesianismo;
2. “El eclipse del sol” (1870-1887), el período dominado por su descubrimiento de la lógica
moderna y del pragmatismo; y
3. “El sol se pone en libertad” (1887-1914), el período de encuentro de la semiótica con la
fenomenología basada en su lógica de relaciones y su descubrimiento de la metafísica
científica, el punto de coronación de su logro filosófico.

Una perspectiva algo diferente de los principales pasos del desarrollo de Peirce es propuesto por
Murray Murphey, quien asocia cada una de las llaves de Peirce a un cambio del pensamiento con
importantes descubrimientos en lógica. Identifica cuatro fases principales:

1. La fase kantiana (1857-1865/66);


2. La fase que inicia con el descubrimiento de la irreductibilidad de las tres figuras silogísticas
(1866-1869/70);
3. La fase que inicia con el descubrimiento de la cuantificación y
4. El establecimiento de la teoría (1884-1914).

Probablemente el desarrollo más significativo en la vida intelectual de Peirce fue la evolución de


su pensamiento desde su cuasi-nominalismo e idealismo inicial a su amplia y firme conclusión
realista. A causa de las variantes que existen en torno a estas doctrinas, unas pocas selecciones
de las definiciones dadas en el Century Dictionary ayudarán a mostrar sus concepciones en estos
términos:

 Nominalismo: 1. La doctrina que asegura que nada es general salvo los nombres, como
hombre, caballo, no representan nada en su generalidad acerca de las cosas reales, son
meras convenciones para hablar de algunas cosas inmediatas, o como mucho, necesidades del
pensamiento humano; individualismo.

 Idealismo: 1. La doctrina metafísica que sostiene que lo real es la naturaleza del


pensamiento; la doctrina que sostiene que toda la realidad está en su naturaleza psíquica.

 Realista: 1, un lógico que sostiene que las esencias de las clases naturales tienen algún modo
de ser en la realidad de las cosas; en este sentido se distingue de un realista escolástico;
opuesto al nominalismo. 2. Un filósofo que cree en la existencia real del mundo externo como
independiente de todo pensamiento acerca de él, o, por lo menos, del pensamiento de algún
individuo o de un conjunto de individuos.

Peirce también definió “ideal-realismo” como “una doctrina metafísica que combina los
principios del idealismo y del realismo”. Como una variante de este término, definió el ideal-
realismo de su padre como “la opinión que la naturaleza y el pensamiento tienen tal comunidad
como para impartir a nuestras suposiciones una tendencia hacia la verdad, mientras que, al
mismo tiempo, requieren la confirmación de la ciencia empírica”.

La larga tensión entre nominalismo y realismo en la propia vida intelectual de Peirce es el


testamento de la importancia general que le asignaba; en síntesis, si alguna cuestión puede
expresarse por Peirce como el asunto más importante de su tiempo, esa cuestión es la de decidir
entre estas dos doctrinas. Peirce acuerda en esto con el antiguo escolástico Francis Ellingwood
Abbot, que en 1885 escribió que “tan lejana era la vieja batalla entre Nominalismo y Realismo
desde el fin del siglo XV que está en la profundidad actual, subyace al problema de los
problemas, de su correcta solución depende el desarrollo de la filosofía misma en los tiempos
futuros”. Para Peirce, como para Abbot, el significado del éxito de esta “batalla” no estaba

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limitada a la técnica filosófica: pues la cuestión del realismo y del nominalismo tiene sus raíces
en las técnicas de la lógica, sus ramificaciones alcanzan a nuestra vida. La cuestión acerca de si
el género humano tiene alguna existencia salvo como individuos, es la cuestión de si hay algo más
digno, rico e importante que la felicidad individual, las aspiraciones individuales y la vida
individual. Si los hombres realmente tienen algo en común, entonces la comunidad debe ser
considerada como un fin en sí misma, y si ello es así, cuál es el valor relativo de los dos factores
es la cuestión práctica fundamental en relación con cada institución la constitución de cual
tenemos el poder para influir.

Según Fisch, el progreso de Peirce hacia el realismo comenzó temprano y fue gradual, pero hubo
pasos que se pueden dividir. Peirce dio su primer paso deliberado en 1868 cuando en su segunda
publicación de sus series sobre la cognición, se declara a favor del realismo. Aunque este paso
marca sólo un pequeño cambio en el pensamiento de Peirce – la introducción del “largo
recorrido” hacia su teoría de la realidad – es importante, ya que lo conduce al fin del período de
confianza en el nominalismo.

El segundo paso deliberado fue en 1871, cuando en la revista de Berkeley nuevamente se declara
a favor del “realismo de Duns Scoto” y reconoce que el realismo esta orientado temporariamente
hacia el futuro mientras que el nominalismo está orientado hacia el pasado. Fisch señala que esta
segunda declaración llegó, cuando luego de un período de intenso estudio del escolástico, Peirce
se convirtió en un agudo conocedor de los escritos de Duns Scoto.

Peirce alcanzó el tercer paso a mediados de 1872 cuando, en el Club Metafísico de Cambridge,
presentó primero su pragmatismo en el que el significado de las concepciones está referido a la
experiencia futura: “Así decimos que el tintero encima de la mesa es pesado. Y, ¿qué queremos
decir con eso? Sólo significa que si el sostén es removido se caerá al piso... De este modo... el
conocimiento de la cosa que existe todo el tiempo, existe sólo en virtud del hecho que cuando
una cierta ocasión llega una idea cierta aparecerá en la mente”. Pocos meses después, Peirce
escribió que “ningún conocimiento... tiene una significación intelectual por lo que es en sí
mismo, sino sólo por los efectos que provocará sobre otros pensamientos. Y la existencia de una
cognición no es algo actual, sino que consiste en que, bajo ciertas circunstancias, algún otro
conocimiento puede tener lugar”. Pero la maduración definitiva de la doctrina llegó en 1878, en
la segunda de sus “Ilustraciones acerca de la Lógica de la Ciencia”, con la segunda famosa versión
de la máxima pragmática: “considera qué efectos que podrían tener consecuencias prácticas
soportables, entonces tenemos el objeto de la concepción que tenemos. Entonces, nuestra
concepción de estos efectos está en el todo de nuestra concepción del objeto”. Fisch se detiene
al enumerar los pasos hacia el realismo en 1872, y divide el resto del desarrollo de Peirce en dos
períodos, el Período pre-Monista (1872-1890) y el período Monista (1891-1914). Sintetiza los
factores clave del primer período como sigue:

Los principales desarrollos en el período pre-Monista cuyos efectos en el realismo de Peirce


aparecerán en el período Monista son su pragmatismo; su trabajo acerca de la lógica de las
relaciones y sobre las tablas de verdad, los índices y la cuantificación, los resultados de la
reformulación de sus categorías, su trabajo y el de Cantor y Dedekind sobre los números
transfinitos, la aparición en 1885 del provocativo libro de Royce y Abbot, y, al final de la etapa,
una fresca revisión de la historia de la filosofía a partir de los propósitos de definición de
términos filosóficos para el Century Dictionary.

En el período pre-Monista, un paso que tuvo una importancia especial para el desarrollo filosófico
de Peirce fue su reconocimiento, con la ayuda del estudiante O. H. Mitchell de Johns Hopkins, de
la necesidad de índices en su álgebra de lógica. Peirce reconoció la necesidad de índices para las
notaciones adecuadas para la completa representación del razonamiento porque había llegado a
comprender la importancia de fijar el pensamiento con relación a situaciones actuales. “El
mundo actual”, decía, “no puede ser distinguido del mundo de la imaginación por una
descripción. De allí la necesidad de los pronombres y los índices”. Fisch señala que la
incorporación de Peirce de índices en su sistema lógico llevó a una reformulación de su teoría de

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los signos y de su teoría general de las categorías. Fue entonces que reintrodujo la tricotomía
ícono-índice-símbolo y las reformuladas categorías de denotación de tres clases de caracteres
(singular, dual y plural), que la asoció con tres clases de hechos: “el hecho acerca de un objeto,
el hecho acerca de dos objetos (relación), el hecho acerca de varios objetos (hecho sintético)”.

Al final del período pre-Monista, Peirce se aproximó hacia un más robusto realismo, una etapa
relacionada con su reconocimiento de la necesidad de índices. Esta fue la aceptación, en 1890,
de la haecceities de Scoto –la realidad de la actualidad o de la segundidad. Peirce no podía
ignorar más la presencia de la realidad “Outward Clash”. Con la aceptación de la realidad de los
segundos, Peirce accedió a conocer el modo de ser que diferencia lo individual de lo general, y
aisla sus categorías de los hechos: cualidades qualia, relaciones y signos.

El período Monista comenzó con la publicación de una serie de escritos, en cada una de estas
series y en otros escritos del período, continuó desentrañando los antecedentes nominalistas y
algunos elementos idealistas de su filosofía. Peirce alcanzó el momento decisivo hacia el realismo
en 1897. Fisch ilustró claramente este gran momento contrastando dos pasajes, uno de enero de
1897 en donde revisa el tercer volumen del álgebra y la lógica de los relativos de Schroeder y
otro de la carta de 18 de marzo de 1897 a William James. En enero Peirce escribió: “En principio
definí lo posible como aquello que brinda un estado de información (real o ficticia) de lo que no
sabemos que es verdadero.

Pero esta definición hoy me parece sólo una frase rebuscada que, por medio de dos negativos,
conduce a un anacoluto”. Dos meses más tarde le escribió a James: “Lo posible es un universo
positivo, y dos negaciones se suceden para fijar, pero eso es todo”. Peirce entonces añadió la
posibilidad como un tercer modo de ser – y, al hacerlo, se rindió a la teoría de la probabilidad de
inspiración de Mill y completó su esquema de las categorías.

Para sus categorías en su forma de terceridad (sentimiento o signos de primeridad, sentido de


acción y reacción, o signos de segundidad, y sentido de aprendizaje o mediación o signos de
terceridad) y en su forma de segundidad (qualia, o hechos de primeridad, relaciones o hechos de
segundidad y signos o hechos de terceridad), Peirce ahora añade que lo que podría llamarse sus
categorías ontológicas, sus categorías en su forma de primeridad: primeridad, o el ser de la
posibilidad de la cualidad positiva; la segundidad, o el ser del hecho actual y la terceridad, o el
ser de la ley que gobierna los hechos en el futuro.

Peirce era entonces, en 1897, lo que Fisch llama una realista de “tres categorías”. Aceptó
tempranamente la realidad de los terceros, el universo de los pensamientos o los signos. Este
universo era la única realidad que el idealista Peirce había admitido hasta alrededor de 1890
cuando aceptó la realidad de los segundos, el universo de los hechos (influido por Scoto).
Finalmente, en 1897 amplió su realismo evolutivo para aceptar la realidad de los primeros, el
universo de la posibilidad (influido por Aristóteles). Reconociendo la significancia de estas etapas
para el crecimiento de su pensamiento, Peirce ahora se caracterizó a sí mismo como “un
aristotélico del sector escolástico, próximo al escotismo, pero yendo mucho más lejos en la
dirección del realismo escolástico”.

Un paso más allá del período Monista debería ser mencionado, ya que arrima dos aspectos
centrales del pensamiento de Peirce: su pragmatismo y su semiótica. En esta tercera serie,
iniciada en 1905, Peirce buscó probar su doctrina del pragmatismo (pragmaticismo), y en el curso
de su trabajo alrededor de la prueba tejió sus dos grandes teorías y las convirtió en una doctrina
unificada. Concluyó que su semiótica pragmática se vincula al realismo, así una prueba del
pragmatismo es, en este sentido, una prueba de realismo, y esto lleva al pragmático a suscribir la
doctrina de una real Modalidad, incluyendo la Necesidad real y la Posibilidad real.

Aunque Peirce era consciente de que por lo menos algunos de los pasos descriptos más arriba
eran obstáculos en su desarrollo no los vio como que introducían en nuevos sistemas de
pensamiento. Según Murphey, Peirce vio cada fase de su pensamiento sólo como una revisión de

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un único sistema arquitectónico y siempre preservó lo que pudo de su fase anterior. Su filosofía
debe ser vista como “una casa que es permanentemente reacondicionada”.

Algunos académicos no han aceptado la unidad en el pensamiento filosófico de Peirce. Thomas


Goudge, en particular, argumentó que “las ideas de Peirce forman naturalmente dos grupos de
carácter opuesto y esta es una reflexión del hondo conflicto que conforma su pensamiento” y
esta oposición es el resultado de su conflictiva relación con el naturalismo y el
trascendentalismo. Por “naturalismo” Goudge tiene en mente la filosofía científica más o menos
en un sentido positivo, una filosofía que pone el análisis lógico en un pedestal y evita la
especulación. El trascendentalismo, por otra parte, disminuye el análisis lógico a favor de la
construcción metafísica, abrazando la especulación y lo arquitectónico. Peirce el naturalista
tendió al nominalismo, mientras que el Peirce trascendentalista tendió al realismo. Fue el lado
naturalista de Peirce el que se aproximó al pragmatismo, mientras que el Peirce
trascendentalista se aproximó al intuicionismo. Goudge encuentra que el naturalismo de Peirce
era una tendencia firme que lo guió en sus investigaciones en lógica formal, semiótica,
metodología científica, fenomenología y crítica metafísica, mientras el débil trascendentalismo
es “más aparente en su perspectiva en cosmología, ética y teología”.

Goudge descubrió lo que se puede reconocer como dos Peirce’s, pero el descubrimiento
académico más importante es que la tensión no es tan grande como se pensó. La filosofía de
Peirce es amplia y sutil y parece ser capaz de acomodar resultados que parecerían incompatibles
en un sistema estrecho de pensamiento. Lo mejor que se puede hacer es señalar la arquitectura
básica de la filosofía de Peirce y mirar la unidad que a pesar de todo mantiene.

Para Peirce, como para Kant, la lógica era la llave de la filosofía. Declaró que cuando tenía
veinte años, después de la lectura de los Elementos de Lógica de Whately, él ya no pudo más
pensar en nada que no fuera un ejercicio de lógica. El estudio de lógica en Peirce no estaba
limitado a la teoría formal del razonamiento deductivo o los fundamentos de las matemáticas,
aunque hizo importantes contribuciones a ambas. Cuando estudiaba el profesorado en física en
Johns Hopkins (antes de ser profesor part-time en lógica), escribió al presidente Daniel C. Gilman
que el era un lógico que buscaba conducir ese departamento y que había aprendido física en su
estudio de lógica. “Los datos para las generalizaciones de la lógica son los métodos especiales de
las diferentes ciencias”, señaló, y para penetrar esos métodos el lógico debe estudiar las
diferentes ciencias en profundidad”.

Pero no era sólo como una teoría del razonamiento o como una crítica de los métodos que la
lógica era importante para la filosofía. “La filosofía”, dice Peirce, “busca explicar el universo en
su extensión, y mostrar qué hay de inteligible y razonable el él. Está por lo tanto encargada a
desentrañar la noción (un postulado que sin embargo puede no ser completamente verdad) que el
proceso de la naturaleza y el proceso del pensamiento son similares”.

Ya sea completamente verdadero o no, si la filosofía busca explicar el universo en su extensión, y


si nuestras explicaciones presuponen una organización racional del universo – que, por otra parte,
podría ser explicable en su totalidad. Entonces estamos, en efecto, dedicados a la tesis que el
proceso de la naturaleza es (o es como) un proceso racional. La lógica, en consecuencia, tiene
más que un valor heurístico para la filosofía. Es importante sostener en la mente que cuando
Peirce se nombra a sí mismo como un lógico – el primero y quizás la única persona que tiene una
ocupación ubicada como lógico – no está pensando en sí mismo como un técnico lógico como un
lógico que ve la lógica como la fundación deductiva de las matemáticas.

Aunque sus variadas contribuciones a la técnica lógica – incluyendo su axiomatización de los


números naturales en 1881, su teoría de la cuantificación en 1885 y la introducción del análisis de
la verdad-funcional, y su vida – un largo desarrollo de la lógica de las relaciones- tiene
considerable importancia para la fundación de las matemáticas, su preocupación principal era
construir una teoría adecuada de la ciencia y una teoría objetiva de la racionalidad. Su
concepción general de la lógica era más próxima a la filosofía moderna de la ciencia, junto con la

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epistemología y la lógica filosófica, que a la matemática lógica actual. En sus años posteriores,
Peirce prestó una gran atención a la clasificación y a las relaciones de las ciencias y llegó a
asociar mucho de lo que hoy se llamaría matemáticas lógicas con las matemáticas; la lógica, por
otra parte, llegó a considerarla como una ciencia normativa referida a la perfección intelectual
y, su mayor desarrollo es coextensivo con la semiótica que constituye el auténtico meollo de la
filosofía.

La filosofía de Peirce es enteramente sistemática – alguno puede llegar a decir que es sistemática
en exceso. Lo central para este sistema es la idea que ciertas concepciones son fundamentales en
relación a otras, éstas se vinculan con otras y así sucesivamente; de este modo es posible analizar
varios sistemas teóricos (nuestras ciencias) en una dependencia jerárquica. En la cima de esta
jerarquía (o en la base si vemos una escalera de concepciones) encontramos un conjunto de
categorías universales, una idea que Peirce comparte con muchos de los más grandes pensadores
incluyendo Aristóteles, Kant y Hegel. Las categorías universales de Peirce son tres: primeridad,
segundidad y terceridad. La primeridad es lo que es independientemente de cualquiera otra. La
segundidad es lo que es relativo a algo más. La terceridad es lo que es que está como intermedio
entre otros dos. En opinión de Peirce, todas las concepciones incluso los niveles más
fundamentales pueden reducirse a estos tres.

Esta teoría de las categorías, en su forma más abstracta, pertenece a las matemáticas que están
en el pináculo de las ciencias. Peirce siguió a su padre al definir a las matemáticas como la
ciencia que deduce las consecuencias de las hipótesis – de lo que es dado – pero hay algo más que
esto. La matemática es la ciencia del descubrimiento que investiga el reino de los objetos ideales
(entia rationis). Es el matemático el que primero descubre la fundamentación de la triada
cuando descubre que las relaciones monádicas, diádicas y triádicas son irreductibles, mientras
que las relaciones de cualquier grado mayor que las tríadas pueden ser expresadas en
combinaciones de relaciones triádicas. Esto es lo que se conoce como la tesis reduccionista de
Peirce.

Las matemáticas no presuponen a ninguna otra ciencia pero son el presupuesto de todas las otras
ciencias. Después de las matemáticas viene la filosofía, que tiene tres ramas principales: la
fenomenología, las ciencias normativas y la metafísica – dependiente de otro modo en orden
inverso. No sorprendentemente, las categorías de Peirce hacen su aparición en cada una de las
partes de la filosofía (como deben si son categorías universales). Explica estos temas en las cinco
series de conferencias acerca del pragmatismo que dio en Harvard en 1903:

“La filosofía tiene tres grandes divisiones. La primera es la fenomenología, que simplemente
contempla el universo de los fenómenos y discierne la ubicuidad de los elementos, Primeridad,
Segundidad y Terceridad, junto quizás con otra serie de categorías. La segunda gran división es la
Ciencia Normativa, que investiga las leyes universales y necesarias de la relación de los
Fenómenos respecto de los Fines, esto es, quizás, la Verdad, la Rectitud y la Belleza. La tercera
gran división es la Metafísica que lleva a comprender la Realidad de los Fenómenos. Ahora bien,
la Realidad es un asunto de la Terceridad en cuanto Terceridad, o sea, en su mediación ente la
Segundidad y la Primeridad”

Antes de dar esta división, Peirce advirtió al público: “Ahora voy a formular una serie de
afirmaciones que van a sonar salvajes, pero que apuntan a lo que es esencial para el
pragmatismo.

Las tres divisiones de la filosofía están directamente relacionadas con las categorías. En relación
con los elementos universales de los fenomena en su carácter fenoménico inmediato, la
fenomenología trata de los fenomena como primeros.

Aquí las categorías aparecen como categorías fundamentales de experiencia (o conciencia):

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 La primeridad es el elemento monádico de experiencia usualmente identificado con el
sentimiento.
 La segundidad es el elemento diádico identificado con el sentido de acción y reacción.
 La terceridad es el elemento triádico identificado con el sentido de aprendizaje o mediación
como en el pensamiento o semiosis.

Acerca de las leyes de relación de fenomena con sus fines, las leyes normativas tratan de los
fenomena como segundos. Las tres ciencias normativas – estética, ética y lógica – estuvieron
asociadas con tres tipos de bondad: la estética del bien (la estética considera “aquellas cosas
cuyo fin son alcanzar las cualidades del sentimiento”), la ética del bien (la ética considera
“aquellas cosa cuyo fin descansa en la acción”), y la lógica del bien (la lógica considera “aquellas
cosas cuyo fin es representar algo”). Las ciencias normativas corresponden a las tres categorías y
son dependientes entre sí, nuevamente en orden inverso, la Lógica o semiótica, por su parte,
tiene tres ramas: la gramática especulativa, la crítica y la retórica especulativa. (A veces Peirce
les da diferentes nombres).

La Gramática Especulativa estudia cuál es el requisito para la representación de cualquier tipo;


es el estudio de la “condiciones generales de los signos como signos” (CP 1.444). La Crítica es la
ciencia formal de la verdad de las representaciones; es el estudio de las referencias de los signos
respecto a sus objetos. La Retórica Especulativa estudia cómo se transmite el conocimiento;
debería llamarse la ciencia de la interpretación. (Estas tres ramas corresponden más o menos a la
tríada de sintáctica-semántica y pragmática de Carnap, que tomó de Charles Morris quien la tomó
probablemente de Peirce).

Las tres ciencias normativas son seguidas de la metafísica la tercera y última rama de la filosofía.
La tarea general de la metafísica es “estudiar las formas más generales de la realidad y de los
objetos reales”. Para comprehender la realidad de los fenomena, esto es para tratar los
fenomena como representado algo que es inherente a la mente independiente, la metafísica
trata de fenomena como terceros. La lógica (semiótica), la ciencia normativa que precede
inmediatamente a la metafísica, da estructura a las investigaciones metafísicas que están, no
sorprendentemente, referidas a las divisiones triádicas. Entre estas encontramos la posibilidad, la
actualidad, el destino; el azar, la ley, el hábito; y el pensamiento, el asunto y la evolución.

Las teorías metafísicas más típicas de Peirce son su idealismo objetivo y su cosmología evolutiva.
En “La Arquitectura de las Teorías” Peirce caracterizó al idealismo objetivo como sosteniendo
que “la materia es espíritu agostado (effete mind), espíritu que se ha convertido hide-bound con
el hábito. Según esta doctrina, el espíritu es pensamiento que perdió muchos de los elementos de
espontaneidad a través de la adquisición de hábitos que tomaron de las leyes que gobiernan la
naturaleza dependiente que se atribuye a la sustancia material. Es la teoría inteligible del
universo, según Peirce, un monismo (o como lo llama, un neutralismo) que mira a la ley psíquica
como primordial y a la ley física como derivada y especial.

La amplia cosmología evolutiva de Peirce es más difícil de caracterizar brevemente. Algunos


consideran que esta es la parte más débil de su trabajo; W. B. Gallie la llamó el “elefante
blanco” de la filosofía de Peirce. Pero otros ven la cosmología de Peirce como el preludio de la
física cosmológica contemporánea. Debería recordarse que, según Peirce, parte del propósito de
la filosofía es explicar el universo en su extensión. En este punto es un continuador de los
primeros filósofos griegos. En todo caso la historia cosmológica de Peirce se puede reseñar de la
siguiente manera.

En el comienzo no había nada. Pero esta nada primordial no era nada de un espacio vacío, era la
nada absoluta, la nada característica de la ausencia de toda determinación. Peirce describió este
estado como “la indeterminación completa y la potencialidad sin dimensiones”, que puede
caracterizarse como libertad, azar y espontaneidad.

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El primer paso en la evolución del mundo es la transición de la indeterminación y la falta de
dimensión potencial a la potencialidad determinada. La agencia en esta transición es el azar o la
pura espontaneidad. Este nuevo estado es un mundo platónico, un mundo de puros primeros, un
mundo de cualidades que son meras eternas posibilidades. Hemos pasado, decía Peirce, de un
estado de nada absoluta a un estado de caos.

Hasta este punto en la evolución del mundo, todo lo que tenemos es posibilidad real, primeridad;
nada es aún real – no hay segundidad- Sin embargo, la posibilidad o la potencialidad del caos, es
la misma actualización, y el segundo gran paso en la evolución del mundo es que en el mundo de
la actualidad emerge del mundo platónico de las cualidades. El mundo de la segundidad es un
mundo de hechos y sucesos cuyo ser consiste en la mutua interacción de las cualidades
actualizadas. Pero el mundo aún no incluye la terceridad o la ley.

La transición a un mundo de terceridad, el tercer gran paso en la evolución cósmica, es el


resultado de la tendencia a adquirir hábitos, es la tendencia inherente en el mundo de los
sucesos. Peirce le gustaba ilustrar con los dados y un mazo de cartas la ocurrencia de los eventos
singulares, si su mera ocurrencia establece una tendencia, sin embargo, la re-ocurrencia de
eventos de este tipo, puede llevar a uniformidades de escala mayor, y a la emergencia de todas
las uniformidades, de tiempo y espacio a la materia física e incluso a las leyes de la naturaleza
que pueden explicarse como el resultado de la tendencia universal a habituarse. Peirce veía esta
rendición del azar y la libertad ante el hábito y la ley como el crecimiento tendiente a una
concreta razonabilidad. Aunque a veces veía el fin de la historia marcado por la cristalización del
pensamiento que se había convertido completamente en el gobierno de la ley y sin ningún residuo
de espontaneidad (la verdadera razonabilidad concreta), también alcanza a pensar que algún
elemento de libertad y originalidad persistirán en un universo que ha alcanzado un estado de
equilibrio entre la ley y el azar.

Esta es un esquema parcial de algunas de las teorías y doctrinas características de la metafísica


de Peirce, la tercera y última división de la filosofía. No toma en cuenta el papel de la semiosis o
el poder del amor en la evolución del cosmos ni distingue entre los diferentes modos de evolución
que caracterizan el pensamiento más avanzado de Peirce. (En su clasificación de las ciencias, la
filosofía es seguida por las ciencias especiales, como la física y la psicología, luego por las
ciencias de la revisión y, finalmente, por las ciencias prácticas como las pedagógicas).

El sumario precedente brinda sólo un esquema del sistema filosófico de Peirce, pero debería
bastar para dar un sentido de su amplitud y unidad. Cuando se lo ve en su totalidad, la filosofía
de Peirce puede caracterizarse de distintas formas, pero siempre se ve como una filosofía
científica. Esto da cuenta de su carácter empírico y de su adhesión a la metodología científica o
experimental. Ciertamente es apropiado llamar a la filosofía de Peirce una filosofía empírica y a
su propio pensamiento pragmático como de un auténtico positivismo. Pero Peirce no debería ser
visto como a menudo lo es, como un positivista.

Peirce afirmó muy enfáticamente que “la experiencia es sólo nuestra maestra”, y por lo tanto
debe ligarse a la tendencia del empirismo clásico. Aún rechaza la doctrina de la tabula rasa,
reclamando que “no hay ni pizca del principio en el vasto reservorio de la teoría científica que se
haya extendido de ninguna otra fuente que no sea el poder de la mente humana para originar
ideas que sean verdaderas”. Pero este poder de originar ideas es débil, dice Peirce, y “las
verdades a menudo se desplazan en un caudal de nociones falsas”. La experiencia nos permite
“filtrar” las ideas falsas, “posibilitando a la verdad esparcirse en su poder corriente”.

La devoción de Peirce por las ciencias y las matemáticas, su énfasis en el método científico, y sus
máximas pragmáticas (que suenan bastante como un principio de verificación) ciertamente
sugieren una afinidad entre el pragmatismo y el positivismo. A finales de 1905, explicó el
propósito de su pragmatismo en un sentido que parece compartir a qué remite el positivismo
significante:

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Servirá para mostrar que casi cada proposición de la metafísica ontológica es ya basura sin
sentido – una palabra que es definida con otras palabras y ellas por otras, sin que nunca se pueda
alcanzar una concepción verdadera, o más es una caída absurda; así de todo ese descarte que
permanecerá de la filosofía habrá series de problemas que se pueden investigar por métodos
observacionales de las ciencias verdaderas.

La máxima pragmática puede tomarse como un examen de nuestras concepciones, nuestras


teorías que están referidas a la experiencia o que son sólo parte de los juegos del lenguaje. Pero
así como hay algunos puntos en común entre pragmatismo y positivismo, hay importantes
diferencias, especialmente en la insistencia de Peirce sobre el realismo y en la legitimación del
razonamiento abductivo y en su rechazo a una marcada demarcación entre el lenguaje de
observación y el lenguaje teórico.

La filosofía de Peirce se llama a veces filosofía pragmática, donde se toma al pragmatismo más
que como una teoría del significado o un método de análisis de las concepciones. Combina la
vertiente de Peirce del empirismo con el método científico y el proceso de orientación del
evolucionismo darwiniano – junto al giro teleológico aristotélico – en un amplio programa
filosófico. Es una filosofía en la que el propósito aparece para tomar el sitio en Peirce que tiene
la intencionalidad para Brentano. La marca de la inteligencia, en la perspectiva de Peirce, es el
propósito, y el propósito está siempre vinculado a la acción. El pragmatismo de Peirce puede
verse entonces como una filosofía práctica: “Los elementos de cada concepto entran en el
pensamiento lógico por la puerta de la percepción y salen por la puerta de la acción propositiva;
y cualquiera que no pueda mostrar su pasaporte en alguna de estas dos puertas deberá ser
arrestado y desautorizado por la razón”.

El pragmatismo, sin embargo, se centra en el propósito intelectual, que podría parecer que
acompaña sólo una parte del conjunto de una semiótica posible. Consecuentemente, el
pragmatismo puede ser estrechado o aplicado a sólo una parte de la teoría de Peirce de los
signos. Quizás es mejor describir su filosofía como una filosofía semiótica. Pero, ¿es una
semiótica realista o idealista? Es alternativamente, la elección depende de quien hace la
elección.

Según David Savan, Peirce es un idealista semiótico. Distingue entre dos formas de idealismo
semiótico: una variada mezcla que sostiene que cualquiera de las propiedades, atributos o
catacterísticas de cualquiera cosa que existe depende del sistema de signos, representaciones o
interpretaciones a través de las cuales significan y una firme variedad que sostiene la existencia
de todo depende de los sistemas de signos, representaciones e interpretaciones que se proponen
para referirse a ello. Savan sostiene que Peirce es una mezcla de semiótico con idealista.

Según Thomas Short, por otra parte, Peirce es un realista semiótico. La decisión de etiquetar a
Peirce de un modo u otro parece reflejar la relativa importancia que se le da a los diferentes
elementos de la relación del signo, y a menudo parece ser una cuestión de énfasis más que una
divergencia de doctrina. Dado que él se aproxima cada vez más –explíticamente- a un definido
realismo, podría parecer más apropiado seguir a Short y llamar a Peirce una semiótico realista –
especialmente en la medida en que ello refleja su admonición pragmática que nuestras
concepciones carecen de significado a menos que tengan referencia a algo que está por fuera del
intelecto: “es necesario que un método se funde por el cual nuestras creencias pueden ser
determinadas por nada humano, pero por alguna permanencia externa – por algo sobre el cual
nuestro pensamiento no tenga efecto”.

Es interesante considerar si la filosofía de Peirce podría estar mejor representada en su


definición de padre del idealismo-realismo, que “combina los principios del idealismo y
realismo”. La teoría de Peirce de los signos, más que ninguna otra de sus teorías, es la que más
llamó la atención en los años recientes. Fue un crecimiento de diversos factores e influencias
incluyendo, quizás primariamente, su estudio de y la reacción de Schiller pero especialmente
Kant; su estudio de la lógica, sobre todo las lógicas de Morgan y Boole (y también las de

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Aristóteles y los lógicos medievales); su reacción frente a Darwin y la idea de evolución, y
finalmente, la creciente abstracción en matemáticas, quizás especialmente el desarrollo de la
topología y la geometría no euclídea. A partir de todas estas influencias Peirce adquirió nuevas
perspectivas y nuevas direcciones que lo llevaron a caminos nunca antes transitados.

Más que ninguna otra cosa, fue su descubrimiento que su concepción del signo podía resolver
algunos problemas filosóficos que lo convencieron de la importancia de resolver el problema de
los signos. Luego de rechazar ciertas restricciones kantianas acerca de lo que podían o no ser
representado, él se dedicó a sostener una investigación acerca de la representabilidad, y estudió
entre otras cosas, las concepciones de Dios, la matemática infinita, la totalidad, inmediatez y
necesidad.

Como resultado de estas investigaciones Peirce desarrolló dio forma a sus ideas semióticas, y con
el añadido de ciertas concepciones fenomenológicas (quizás tomas de Schiller) llegó a la
conclusión que “toda conciencia es signo de conciencia” y que estudiando signos uno se
encuentra “con cualquier cosa que pudiera ser un tema de tratamiento y preocupación
filosóficos”. Creyendo que en semiótica tenía un mejor fundamento para la filosofía que en la
epistemología tradicional, Peirce trabajó expandiendo su investigación hacia una teoría general
de los signos, y luego, considerando que el universo debe ser visto como un universo de signos (o
semiosis) para ser posible, construyó un marco semiótico para sus trabajos filosóficos mayores.

Concepción triádica del signo

Frente a la concepción dualista que tiene su origen moderno en el lingüista Ferdinand de


Saussure, para Peirce las palabras, los signos, no son sólo lo que está en nuestro discurso en lugar
de las cosas, sino que, sobre todo, signo es «lo que al conocerlo nos hace conocer algo más» ( CP,
8.332, 1904). Esto supone un contraste con los filósofos de la Edad Moderna, pues tanto
racionalistas como empiristas sostuvieron que tenemos un conocimiento directo e infalible de
nuestros propios pensamientos, y en ese conocimiento fundaron tanto la ciencia como la
autonomía moral del individuo.

Desde sus primeros escritos Peirce rechazó tajantemente tanto el dualismo cartesiano como la
tesis de Locke de que todo pensamiento era percepción interna de ideas. El ariete de toda su
reflexión es la comprensión de la estructura triádica básica que conforma la relación lógica de
nuestro conocimiento como un proceso de significación.
En su forma más abreviada, la teoría de los signos de Peirce puede describirse de la siguiente
manera. Un signo es algo que está en lugar de algo para algo. Lo que el signo está en lugar de es
su objeto, lo que está para quien es su interpretante. La relación con el signo es
fundamentalmente triádica: elimina ya el objeto o el interpretante y aniquila el signo. Esta era la
clave de la perspectiva semiótica de Peirce, y lo que lo diferencia de la mayoría de las teorías de
la representación que tratan de dar sentido a los signos (representaciones) que se relacionan sólo
a los objetos.
La función representativa del signo no estriba en su conexión material con el objeto ni en que sea
una imagen del objeto, sino en que sea considerado como tal signo por un pensamiento. En
esencia, el argumento es que toda síntesis proposicional implica una relación significativa, una
semiosis (la acción del signo), en la que se articulan tres elementos:

1) El signo o representamen (que es el nombre técnico que emplea Peirce), es «algo que está
para alguien en lugar de algo bajo algún aspecto o capacidad. Se dirige a alguien, esto es,
crea en la mente de esa persona un signo equivalente o quizá un signo más desarrollado. Ese
signo creado es al que llamo interpretante del primer signo. Este signo está en lugar de algo,
su objeto. Está en lugar de algo no en todos sus aspectos, sino sólo en relación con alguna idea
a la que a veces he llamado la base (ground) del representamen» (CP 2.228, c.1897).

2) El objeto es aquello por lo que está el signo, aquello que representa.

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3) El interpretante es el signo equivalente o más desarrollado que el signo original, causado por
ese signo original en la mente de quien lo interpreta. Se trata del elemento distintivo y
original en la explicación de la significación por parte de Peirce y juega un papel central en
toda interpretación no reduccionista de la actividad comunicativa humana. Este tercer
elemento convierte a la relación de significación en una relación triádica —frente a todo
dualismo cartesiano o estructuralista post-saussureano—, pues el signo media entre el objeto y
el interpretante, el interpretante relaciona el signo y el objeto, y el objeto funda la relación
entre el signo y el interpretante.

Todo signo es un representamen. Representar es la operación más propia del signo, es estar en
lugar del objeto «como el embajador toma el lugar de su país, lo representa en un país
extranjero». Representar es «estar en una relación tal con otro que para un cierto propósito es
tratado por una mente como si fuera ese otro. Así, un portavoz, un diputado, un agente, un
vicario, un diagrama, un síntoma, una descripción, un concepto, un testimonio, todos ellos
representan, en sus distintas maneras, algo más a las mentes que los consideran» (CP 2.273,
1901).

Pensar es el principal modo de representar, e interpretar un signo es desentrañar su significado.


El representamen no es la mera imagen de la cosa, la reproducción sensorial del objeto, sino que
toma el lugar de la cosa en nuestro pensamiento. El signo no es solo algo que está en lugar de la
cosa (que la sustituye, con la que está en relación de «equivalencia»), sino que es algo mediante
cuyo conocimiento conocemos algo más. Al conocer el signo inferimos lo que significa. El
representamen amplía así nuestra comprensión, de forma que el proceso de significación o
semiosis llega a convertirse en el tiempo en un proceso ilimitado de inferencias. Por ello los
signos no se definen sólo porque sustituyan a las cosas, sino porque funcionan realmente como
instrumentos que ponen el universo al alcance de los intérpretes, pues hacen posible que
pensemos también lo que no vemos ni tocamos o ni siquiera nos imaginamos.

Las personas o intérpretes son portadores de interpretantes, de interpretaciones. El signo crea


algo en la mente del intérprete, y ese algo creado por el signo, ha sido creado también de una
manera indirecta y relativa por el objeto del signo. En este sentido, puede decirse que la
aportación capital de Peirce consiste en poner de manifiesto que, si se acepta que los procesos
de significación son procesos de inferencia, ha de aceptarse también que la mayor parte de las
veces, esa inferencia es de naturaleza hipotética («abductiva» en terminología de Peirce), esto
es, que implica siempre una interpretación y tiene un cierto carácter de conjetura. Nuestra
interpretación es siempre falible, esto es, puede ser siempre mejorada, corregida, enriquecida o
rectificada.
Cuando su teoría evolucionó, llegó a distinguir entre diferentes clases de objetos e
interpretantes. Cada signo tiene dos objetos, un objeto dinámico, “el objeto realmente eficiente
pero no como objeto inmediatamente presente”, y un objeto inmediato, “el objeto como signo
que lo representa”. Y cada signo tiene tres interpretantes, un interpretante final (o lógico) que
es el “efecto que debería producirse en la mente por el signo después de un desarrollo suficiente
de pensamiento”, un interpretante dinámico, que es el efecto “realmente producido en la
mente”, y un interpretante inmediato que es el “interpretante representado o significado en el
signo”.

Cualquier signo dado, sólo revela parcialmente su objeto dinámico y esa revelación parcial
constituye su objeto inmediato. De modo similar, el interpretante final de un signo es el
resultado de (o es lo que resultaría de) una historia de la interacción semiótica con un objeto
dinámico dado, mientras que el interpretante dinámico es el efecto que el signo realmente
produce (en un tiempo determinado), y el interpretante inmediato es la significación inmediata
del signo independiente de toda historia previa que comprenda a su objeto. Peirce propone la
división en diferentes signos de acuerdo con este análisis de la estructura de los signos. Si
consideramos la naturaleza de un signo dado (el fundamento del signo), se encontrará que es

17
intrínsecamente una cualidad (un cualisigno), una cosa existente o suceso (un sinsigno), o una ley
o hábito (un legisigno).

Si consideramos la relación del signo con su objeto dinámico, encontraremos que es como su
objeto (un ícono), que tiene una conexión real, existencial con su objeto (un índice), o que está
relacionado con su objeto por una convensión o hábito (un símbolo). Si consideramos la realción
del signo con su interpretante final – como el signo es interpretado – aparecerá como signo de
posibilidad (rhema), como signo de existencia actual (decisigno) o como signo de una ley
(argumento). Dado que cada signo es algo en sí mismo, tiene una relación con su objeto y
representa a su objeto de alguna manera, estas divisiones pueden utilizarse para vincular a otras
clasificaciones de signos que hacen más distinciones que la mayoría de las otras teorías.

Empleando estas tres divisiones triádicas de los signos, como a menudo Peirce lo hizo, se derivan
diez clasificaciones de signos útiles para los propósitos analíticos. Por ejemplo, se puede
identificar una paleta de pintura (como un signo de color) como un cualisigno-icónico-remático,
un weathervane como un sinsigno-indexical-dicente, un nombre propio como un legisigno-
indexical-remático. Pero, infortunadamente, como se sabe cuando se trata de trabajar con las
clases de Peirce, no es tan fácil como se pudiera creer y la teoría tiene también cierta
ambigüedad.

El hecho es que, Peirce no estableció exclusivamente la clasificación de estos diez tipos de signos
sino que desarrolló una clasificación más compleja basada más en los diez que en las tres triádas.
En este posterior análisis Peirce consideró estas tres divisiones como la naturaleza de los objetos
inmediatos (descriptivos o indefinidos; designativos o singulares; y copulativos o generales) y la
naturaleza de la certeza afrontada por el intérprete (abducente o asegurado por el institnto;
inducente o asegurado por la experiencia; y deducentes o asegurados por la forma o el hábito).
Conestas diez divisiones, Peirce estaba en condiciones de aislar sesenta y seis distintas clases de
signos y, por lo tanto, eliminar la mayor parte de la ambigüedad de su clasificación abreviada.
Pero Peirce nunca completó esta parte de su teoría general, y la naturaleza precisa y el orden de
las diez tricotomías subsiste como un problema importante para los teóricos de la semiótica.

Este esquema de la teoría de los signos de Peirce se centró en la gramática especulativa que
considera en “qué sentido y cómo puede haber una proposición verdadera o falsa y cuáles son las
condiciones generales a las que el pensamiento o los signos de cualquier clase deben conformarse
para afirmar cualquier cosa”. El filósofo que se concentra en esta rama de la semiótica investiga
la relación representación (singos), busca trabajar las condiciones necesarias y suficientes para
representar, y clasifica los diferentes tipos posibles de representación. La Gramática Especulativa
se presenta a menudo como si fuera la totalidad de la semiótica de Peirce, quizás porque es
donde se encuentran algunas de sus más conocidas tricotomías.

La segunda rama de la semiótica, la crítica lógica, es “la ciencia de las condiciones necesarias
que permiten alcanzar la verdad”. Es una parte de la lógica... que, fijando tales premisas como
que cada afirmación es verdadera o falsa, y no ambas, y que algunas proposiciones pueden
reconocerse como verdaderas, los estudios de las partes constitutivas de los argumentos y
producen una clasificación de los argumentos. Por medio de esta clasificación de argumentos “los
que son malos son arrojados en una división y los que son buenos en otra, estas divisiones son
definidas por marcas reconocibles incluso si no son conocidas si los argumentos son buenos o
malos”. Para completar la tarea, la crítica “tiene que dividir los buenos argumentos con marcas
reconocibles por las diferentes órdenes de validez y tiene que afrontar la medida de la fortaleza
de los argumentos. Así, además de investigar las condiciones de verdad en general, el filósofo
que se concentra en la crítica investigará las divisiones de razonamiento de Peirce en abducción,
inducción y deducción (y las correspondientes teorías de lógica abductiva, deductiva e inductiva).
Mucho de lo que se ha hecho en la lógica tradicional corresponde a la crítica, como mucho de lo
que tiene que ver con la lógica filosófica, especialmente la tópica que concierne a la verdad y la
referencia.

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La tercera rama de la semiótica es la Retórica Especulativa, es el estudio de las condiciones de
necesidad de la transmisión de significados por medio de signos de mente a mente, y de un
estado de mente a otro. Más suscintamente, estudia las condiciones de desarrollo y crecimiento
del pensamiento. El centro para el filósofo que estudia esta rama es la relación entre las
representaciones y la interpretación de los pensamientos (o interpretaciones). Mientras que la
crítica es la ciencia de las condiciones necesarias para alcanzar la verdad, la Retórica
Especulativa es la ciencia de las condiciones generales para alcanzar la verdad. Peirce a menudo
enfatizó en el estudio de los métodos de razonamiento como las cuestiones principales de la
retórica especulativa, y a veces sugirió que esta rama de la lógica podría llamarse mejor
“metodéutica”. Cuestiones de significado e interpretación dominan esta rama, y puede ser que el
pragmatismo, como una teoría del significado o de la investigación, pertenezca aquí. Así puede
considerarse al estudio de la hermenéutica, algo que el mismo Peirce sugirió, aunque con
referencia a la hermenéutica de Aristóteles.

El análisis de la relación del signo en Peirce como una relación triádica motivó mucho de su
concepción filosófica. Su insistencia en que cada interpretante se relaciona con el objeto a través
de la mediación de un signo constituye una negación de la intuición; ya que la intuición requiere
una relación diádica directa entre un interpretante y su objeto – de alguna manera conocemos
algo acerca de un objeto (una persona, un estado, o cualquier otra cosa) sin la intervención de un
signo. No hay buenas razones para suponer que tenemos una facultad, como Peirce sostuvo en su
primer estudio acerca de la cognición. (E incluso, en un sentido diferente, Peirce nos da una
teoría precisa de la intuición. Con un llamado a la intuición y a su creencia en que estamos en
armonía con la naturaleza a través de siglos de desarrollo evolutivo – de modo que somos
encarnaduras de los principios naturales – Peirce sostiene, siguiendo a su padre, que tenemos una
inclinación hacia la verdad, una tendencia a adivinar correctamente. Pero esta es un tipo
semiótico de intuición que soporta el signo peirciano del tres).

¿Pero, cómo hace un objeto para determinar su interpretante a través de la mediación de un


signo? Según Peirce, el objeto dinámico, el realmente eficiente pero no inmediato objeto
presente, es el objeto que de algún modo determina al singo a través del signo mediado
determinando al interpretante. ¿Cómo puede un objeto que es externo al signo (el objeto
inmediato es el objeto interno) ser una fuerza determinante dando forma al interpretante? Hay
que tener en cuenta que estos aspectos para preguntarse acerca de cómo los objetos (o el mundo
externo) puede determinar el pensamiento.

Cada signo representa a un objeto (de algún modo u otro) para un interpretante. El interpretante
es, o ayuda a ser, un hábito que “guía” nuestras acciones futuras (y presentes), o el pensamiento
con respecto al objeto en cuestión, o el objeto como la unidad en cuestión. Si el interpretante es
falso respecto del objeto, nuestra conducta no será (o puede no ser) exitosa – la realidad se
arreglará sin nosotros. Hasta que nuestros interpretantes (nuestras ideas o hábitos intelectuales)
están en completo acuerdo con sus objetos impediremos confrontaciones no esperadas con una
realidad resistente. En este sentido, el objeto real determina o forma nuestro pensamiento
nuestra reserva de hábitos intelectuales.

¿Esto convierte a Peirce en un semiótico realista? Parecería que sí. No sólo el pensamiento
representa al mundo, lo representa en un cierto sentido: principalmente, la forma en que es
obligado a representar al mundo por la resistencia del mundo al error. Seguramente este es un
tipo de realismo. Y es una forma semiótica de pragmatismo que, como lo señala Christopher
Hookway, “supone explicar como una realidad independiente puede condicionar nuestras
opiniones a través de la percepción”.

Pero esta no es la historia completa. Hay otras formas de vivir en el mundo, el intelecto no nos
restringe a un único camino. Hay más para el intelecto que la mera representación de los objetos
externos: hay planes, propósitos e ideales, todos pueden fijarse en hábitos intelectuales que
predeterminan nuestra futura conducta. Y por supuesto, la futura conducta formará el mundo
porvenir. Lo que es interesante acerca de la perspectiva de Peirce es que nosotros como

19
individuos, como humanidad, tenemos medida para controlar nuestros hábitos intelectuales.
Tenemos que elegir. Podemos deliberadamente, a través del esfuerzo, cambiar nuestros hábitos
intelectuales – lo que significa que podemos cambiar nuestras mentes: y ello significa que
tenemos alguna medida de control de cuáles de los posibles futuros se puede presentar. Quizás
esto es semiótica idealista pero, si es así, es un idealismo compatible con la semiótica realista.

La inclusión del interpretante como fundamental en la relación del signo muestra que todo
pensamiento es en alguna medida una cuestión de interpretación. Todo pensamiento avanzado
emplea símbolos de una manera o de otra, y por lo tanto es una convención. Desde el punto de
vista de Peirce, entonces, todo el pensamiento avanzado depende de la participación de uno en
una comunidad semiótica o lingüística. El detenimiento de Peirce en la importancia de la
comunidad era un tema común a lo largo de su obra y va creciendo en importancia en la medida
en que llega a advertir la importancia de la convención para la semiosis. Peirce recurre a la
comunidad de participantes con relación a su teoría de la verdad, y ve la identificación con la
comunidad como fundamental para el avance del conocimiento (el fin de la más importante
semiosis) y, también, en el avance de las relaciones humanas. La teoría de la investigación
semiótica de Peirce es a veces vista como un “socialismo lógico”, una visión sostenida por la
provocativa cita que sigue:

“Aquí, entonces, está la cuestión. El evangelio de Cristo dice que el progreso proviene de la
unión de su individualidad en acuerdo con sus vecinos. Por otra parte, la convicción en el siglo
XIX es que el progreso se da en virtud de cada individuo que se esfuerza por sí mismo con todo su
poder y le pone el pie a su vecino cuando tiene la posibilidad de hacerlo. Esto puede ser llamado
con exactitud el Evangelio de la Codicia.

Este sentimiento expresado aquí es similar a los que en la perspectiva de Peirce acerca de la
significación de la cuestión del nominalismo-realismo acerca de la vida. Claramente, la marca del
realismo es opuesta no sólo al nominalismo sino también al “evangelio de la codicia” (o a lo que
es a veces llamado “materialismo craso”).

Concepción de la ciencia

Las afirmaciones de Peirce sobre la naturaleza de la actividad científica tienen una sorprendente
continuidad con las discusiones contemporáneas en epistemología, metodología y filosofía de la
ciencia, sobre todo por el énfasis que puso en el carácter social y comunitario de la ciencia. Sin
duda, algunas de las manifestaciones de su absoluta confianza en el progreso científico resultan
hoy en día anacrónicas. Peirce era un hombre del siglo XIX y, en consonancia con el espíritu de su
época, tenía una fe casi religiosa en la capacidad de la ciencia para descubrir la verdad. En este
sentido, Peirce era un firme defensor de una aproximación científica a la filosofía. Es más, en
cierto modo Peirce quería transformar la filosofía en una ciencia estricta, hacer de la filosofía
una “filosofía científica”, no sólo en los ámbitos de la lógica y la epistemología, sino de manera
más urgente y necesaria en metafísica y cosmología.

Hoy en día esa pretensión puede parecer anticuada, e incluso ridícula, propia de los filósofos del
pasado o del positivismo más crudo e intransigente. Esta actitud científica ha motivado que
Peirce, a diferencia de otros pragmatistas como William James o F. C. S. Schiller, fuera visto con
simpatía e incluso admiración por parte de muchos pensadores de la tradición de la filosofía
analítica. Sin embargo, aunque en alguna ocasión denominara al pragmatismo como una filosofía
proto-positivista (EP 2:339, 1905), sería más que inexacto decir que Peirce fue un
filósofo positivista en sentido estricto. En primer lugar, una de las lecciones que más vivamente
aprendió del devoto espíritu unitario de Harvard, —del que su padre, Benjamin Peirce, fue
incansable promotor— era la idea de reconciliar ciencia y religión. Este es, efectivamente, un
impulso central en toda la obra de Peirce que a menudo ha pasado desapercibido por los autores
que sostienen una lectura naturalista de la máxima pragmática y del método científico. De

20
hecho, para Peirce la investigación científica es la actividad religiosa por excelencia, puesto que
su objeto es, sencillamente, la búsqueda apasionada y desinteresada de la verdad (CP 1.234,
1901).

Peirce adoptó un concepto muy amplio de ciencia que no quedaba restringido a las ciencias
entendidas como ciencias de laboratorio. Para él la ciencia no consiste ni única ni principalmente
en una colección de hechos o métodos, ni siquiera en un conjunto sistemático de conocimientos;
se trata de una actividad social. Esto es, la ciencia es una investigación auto-controlada,
responsable y auto-correctiva llevada a cabo por hombres y mujeres reales bajo un mismo
principio de cooperación con vistas a un fin muy particular: la consecución de la verdad ( CP 7.87,
1902; cfr. EP 2:459, 1911). En otras palabras, la ciencia es un “proceso vivo” encarnado en un
grupo de investigadores y animado por un intenso deseo de averiguar cómo son las cosas
realmente (CP 1.14, c.1897), por “un gran deseo de aprender la verdad” (CP 1.235, 1902). De
hecho, dirá Peirce, “el deseo de aprender” es el más importante requisito de la ciencia y la
primera regla de la razón (CP 1.135, c. 1899). Este requisito viene de la mano de otro precepto
que, según Peirce, debería escribirse en todas las paredes de la ciudad de la filosofía: “no
bloquear el camino de la investigación” (CP 1.135, c. 1899). De acuerdo con su experiencia como
científico entrenado en las salas de laboratorio, Peirce quería hacer de la filosofía una ciencia
alejada tanto del diletantismo literario como de la filosofía académica tradicional, a la que
consideraba animada por un espíritu dogmático y racionalista.

Pero esto no suponía reducir, como hacía el positivismo, todos los modos de conocimiento al
conocimiento científico, sino que indicaba simplemente la necesidad de abordar los problemas
filosóficos con una actitud experimental. Es decir, con un talante comunicativo y abierto a la
revisión continua, a la necesaria corrección que implican tanto la discusión pública con los
colegas como el contraste con la experiencia en el proceso de investigación científica. Esta
actitud, que Peirce denominó falibilismo, era una consecuencia necesaria de su rechazo radical
del fundacionalismo característico de la filosofía moderna, que consideraba encarnada de modo
prototípico en la figura de Descartes. En concreto, Peirce criticó muy duramente el repliegue de
la filosofía moderna hacia el interior de la conciencia, el recurso a la introspección como garantía
del conocimiento y la idea de intuición, entendida como aquella cognición no determinada por
cogniciones previas. En su rechazo del espíritu escolástico, el cartesianismo había hecho
del cogito la fuente última de la certeza, así como el eslabón fundante de todo el edificio del
conocimiento, entendido como una cadena de razonamientos que se deducen de ese fundamento
o principio necesario. Como consecuencia, el individuo y su conciencia constituían, en última
instancia, la única garantía de la ciencia y el conocimiento racional. Para Peirce esto era una
"filosofía de sillón", meramente especulativa y alejada del modo en que realmente trabajan los
científicos. Para Peirce la ciencia era, en gran medida, el trabajo cooperativo y comunitario de
hombres y mujeres trabajando en intercomunicación, corrigiéndose unos a otros en un proceso
continuo de revisión de hipótesis, que conduciría a una opinión final encarnada en una comunidad
ideal de investigadores.

De igual modo, la duda metódica era para Peirce un modo insincero de acercarse a los problemas
del conocimiento, pues no tenía en cuenta que los seres humanos estamos siempre enmarcados
en un proceso activo y dinámico de corrección y adquisición de nuevas creencias. En este
proceso, la duda es una irritación, una insatisfacción real producida por la resistencia que la
realidad impone sobre determinadas creencias previas debido a una situación nueva que desafía
el conjunto de hábitos acumulado por la experiencia. La duda es, por tanto, un catalizador para
la puesta en marcha de nuevas creencias que permitan controlar esa situación inestable y, por
tanto, proporcionan al agente de disposiciones firmes para actuar. Como dice Peirce, no se puede
dudar a placer. La duda cartesiana es una duda artificial, una “duda de papel” ( CP 5.445, 1905).
En definitiva, no podemos pretender dudar en la filosofía de aquello de lo que no dudamos en
nuestros corazones (CP 5.265, 1868).

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Cosmología evolutiva y razonabilidad
Peirce no eludió las cuestiones metafísicas. Aunque en ocasiones se ha querido hacer de él un
positivista por su énfasis en el método científico que parte de la experiencia, por su devoción a
las matemáticas y por su formulación de la máxima pragmática, que suena a principio de
verificación, no puede ocultarse sin embargo que en la obra de Peirce existe una atención a los
problemas metafísicos y cosmológicos tradicionales. Lejos del rechazo típico del positivismo hacia
esos problemas, Peirce trató de afrontarlos desde su propia perspectiva, de un modo nuevo y
creativo.

Para Peirce, el universo es una mente en constante evolución, igual que lo está la mente
humana. Peirce se oponía a una filosofía mecánica y determinista y sostenía que hay tres
elementos que se combinan en la evolución del universo: el azar, la ley y la formación de hábitos
a través del amor, siendo éste último el motor principal que unifica a los otros dos. Peirce afirma
en un misterioso texto de 1893 que el amor considerado desde un punto de vista superior, tal y
como según él hace San Juan, puede considerarse como la fórmula evolutiva universal. El amor,
afirma Peirce, reconociendo gérmenes de amabilidad en lo odioso los lleva gradualmente hacia la
vida y los hace amables. Ese es para Peirce el tipo de evolución que reclama el principio de
continuidad (sinejismo), que preside el universo y que para él era más un principio regulativo que
una doctrina metafísica última y absoluta.

El ser humano está inmerso en el universo que evoluciona y tiene su propia tarea dentro de él, la
de ir encarnando la razonabilidad a través de la abducción, convirtiendo en razonables las
acciones y pensamientos en los ámbitos en los que puede desarrollar su autocontrol. La Razón es
un ideal de naturaleza evolutiva, lo único admirable por sí mismo y no por ningún motivo ulterior,
afirma Peirce. Esa es la tarea creativa que el hombre tiene ante sí: hacer que crezca la
razonabilidad en el universo de distintas maneras, y al hacerlo estamos siendo parte de la tarea
de la creación. Escribe Peirce: «Estamos todos poniendo nuestros hombros en la rueda para un fin
que ninguno de nosotros puede más que vislumbrar —ese en el que las generaciones están
trabajando. Pero podemos ver que el desarrollo de las ideas encarnadas es en lo que consistirá»
[CP 5.402, 1878]. La antropología de Peirce adquiere aquí tintes religiosos. Perseguir el ideal de
la razonabilidad a través de sus acciones permite al hombre participar en la creación y le
confiere la capacidad de transformar la faz de la tierra. El ser humano se convierte a través de la
conducta deliberada en uno de los agentes naturales de la evolución, forma parte del universo,
que Peirce ve como una manifestación del poder creador de Dios, como una gran obra de arte, un
poema, «un gran símbolo del propósito de Dios» [CP 5.119, 1903], e interactúa con él:

La creación del universo, que no tuvo lugar durante una cierta semana atareada, en el año
4004 A. C., sino que está sucediendo hoy y nunca se acabará, es este mismo desarrollo de
la Razón. (…) Bajo esta concepción, el ideal de conducta será ejecutar nuestra pequeña
función en la operación de la creación echando una mano para volver el mundo más
razonable en cualquier momento; como se dice vulgarmente, ‘depende de nosotros’
hacerlo [CP 1.615, 1903].

Cada persona puede elegir entonces promover lo mejor que pueda el crecimiento de la
razonabilidad concreta en el mundo y así completarse a sí misma, o puede decidir actuar
perversamente y tener éxito en destruirse a sí misma, haciendo que sus acciones sean cada vez
menos “humanas”.

Por qué Peirce es importante


Además de todas las teorías y líneas de pensamiento explicadas anteriormente, Peirce hizo
también importantes contribuciones en lógica: estableció los fundamentos de la lógica de
relativos, modificó radicalmente, amplió y transformó el álgebra booleana, inventó la cópula de
inclusión, dos nuevas álgebras lógicas, dos nuevos sistemas de grafos lógicos, descubrió la
conexión entre la lógica de clases y la lógica proposicional, fue el primero en dar el principio
fundamental para el desarrollo lógico de las matemáticas e hizo importantes aportaciones a la

22
teoría de la probabilidad [Weiss 1934: 400]. Peirce ha sido considerado también como el primer
psicólogo experimental de los Estados Unidos.

Peirce fue capaz de enfrentarse de un modo nuevo a algunas de las cuestiones filosóficas
tradicionales. Sus teorías más características son el resultado de posiciones filosóficas opuestas
combinadas de una manera original: se adhirió a la metodología de las ciencias experimentales y
al realismo escolástico en la línea de Duns Escoto, al tiempo que rechazaba el racionalismo de
Descartes y el nominalismo e individualismo de los empiristas británicos. Participó brillantemente
en la comunidad científica de su época, aspiró a una efectiva conciliación entre ciencia y
religión, defendió la índole sistemática e independiente de la metafísica y se interesó por los
problemas centrales del ser humano, aquellos relativos a la ciencia, la verdad y el conocimiento
[Fisch 1986: 1-2]. Como sucede con los grandes pensadores, sus ideas trascienden un momento
histórico concreto o un ámbito determinado, y muchos puntos de sus teorías conectan con las
cuestiones y experiencias más profundamente humanas. Muchos piensan que Peirce es un filósofo
del siglo XIX para el siglo XXI, pues en sus textos se contienen algunas claves decisivas que
pueden posibilitar la superación del naturalismo cientista dominante en la filosofía norte-
americana contemporánea para abrirse decisivamente a una reflexión cabalmente metafísica
enraizada en la mejor tradición filosófica y en la efectiva práctica científica.

En qué consiste tener ideas claras


Peirce, como los demás miembros del club, pertenecía a la elite cultural de Nueva Inglaterra, que tenía en
Harvard su centro de atracción. A esta elite hay que atribuir la paternidad del pragmatismo y su aplicación.
Determinar la influencia que en el nacimiento de esta escuela -más bien movimiento- tuvieron la filosofía
kantiana, la ciencia experimental, el darwinismo y -más próximas a los miembros del grupo- las teorías
evolucionistas de Chauncey Wright o la concepción de la creencia de Alexander Bain, resulta difícil. Todos
ellos son ingredientes y puntos de referencia del movimiento, aunque no influirían por igual en todos sus
miembros. Prueba de ello es la interpretación que con el tiempo hace cada uno de los "principios
fundacionales". El desacuerdo entre Peirce y James llevaría al primero a utilizar el término "pragmaticismo"
para distanciarse de la interpretación del segundo.

Si concedemos credibilidad a lo que Peirce expone en los artículos citados al principio -y no conozco razones
que lo desaconsejen-, el problema fundamental que ocupa las discusiones del club es un problema
epistemológico. En realidad, el punto de partida es la revisión de los principios cartesianos. Desde esta
perspectiva, el pragmatismo se presenta como un «discurso del método» anticartesiano.

Los reproches dirigidos a Descartes son múltiples y afectan a cuestiones fundamentales. Pero lo que más
parece irritar a Peirce del cartesianismo es el modo de concebir la claridad y la distinción de las ideas. La
claridad cartesiana no es más que "familiaridad"; y en modo alguno la familiaridad puede constituir un criterio
de certeza.

En la revisión del concepto de claridad jugó un papel destacado la definición que Alexander Bain dio de la
creencia: "aquello a partir de lo cual un hombre está preparado para actuar". El pragmatismo, en cuanto
método que tiene el objetivo de "cómo hacer claras nuestras ideas", no es más que un corolario de esta
definición.

Todo pensamiento conduce siempre a una creencia, y la creencia, como viene a decir Bain, entraña el
establecimiento de hábitos o reglas para la acción. Es el hábito, y no otra cosa, lo que constituye el criterio de
distinción entre unas ideas y otras. El problema se resuelve, en último término, con la distinción de los
hábitos: "Lo que el hábito es depende de cuándo y cómo nos hace actuar. En lo tocante al cuándo, cualquier

23
estímulo para la acción se deriva de la percepción; respecto al cómo, el propósito de toda acción es producir
algún resultado sensible" (Collected Papers, 5.400). Por consiguiente, la distinción real entre ideas se basa en
algo tangible y práctico. El problema de cómo hacer claras nuestras ideas se reduce a la aplicación de la
siguiente regla pragmática: "Consideremos qué efectos, que pudieran tener concebiblemente repercusiones
prácticas, concebimos que tiene el objeto de nuestra concepción. Entonces nuestra concepción de esos
efectos es la totalidad de nuestra concepción del objeto" (C. P., 5.402).

Los ejemplos del mismo Peirce vienen en nuestra ayuda a la hora de interpretar correctamente una regla que,
aparte de ser principio fundamental del pragmatismo, es una perla escogida del estilo atormentado de su
autor. ¿Qué significa decir que una cosa es dura? Decir de una cosa que es dura supone decir que no será
rayada por otras muchas sustancias. Por tanto, mientras no sean sometidas a prueba, no existe diferencia
alguna entre una cosa dura y otra blanda. Podríamos plantearnos la cuestión en los siguientes términos: ¿es
falso decir de un diamante que no ha sido tocado que es blando, o que todos los cuerpos duros permanecen
blandos hasta que son tocados y que entonces su dureza aumenta con la presión hasta que son rayados? No
existe falsedad en estas expresiones. Simplemente, si las aceptáramos, modificaríamos nuestra forma de
hablar y adoptaríamos otra, engorrosa y un tanto descabellada. Preguntar qué ocurriría en circunstancias que
no se dan, no es inquirir sobre hechos, sino sobre la "disposición" de los hechos. En cambio, definir la dureza
en los términos expresados más arriba, es una cuestión de hechos y no de disposición de los hechos. En
conclusión: no hay distinción de significados tan sutil que no tenga consecuencias prácticas.

Como en el caso de Descartes, el problema de la claridad de las ideas conduce al problema de la realidad.
Hay, sin embargo, una importante diferencia: se ha evitado el solipsismo sin necesidad de recurrir a
maniobras dialécticas extrañas. Lo real es independiente de lo que alguien pueda pensar que es. En eso se
opone a lo ficticio. La realidad consiste en los peculiares efectos sensibles que producen las cosas que
participan de ella. Estos efectos son las creencias. Pero, ¿cómo llegar a tener creencias verdaderas?
Estamos ya ante el problema del método.

Históricamente, dice Peirce, han llegado a constituirse cuatro métodos: el de "tenacidad", el de "autoridad", el
"apriórico" o "metafísico" y el experimental o científico. Sólo el último es válido. La razón es ésta: permite
llegar a acuerdos que, por otra parte, son inevitables. El método experimental termina arrastrando al científico
no a donde él quiere, sino a una meta predestinada. Los procesos de investigación científica, con tal que se
prolonguen suficientemente, darán solución a aquellos problemas a los que se apliquen. Esa meta
predestinada, esa opinión final que "será abrazada" por la comunidad de investigadores, es lo que Peirce
entiende por verdad, y el objeto representado en esa opinión, la realidad. Resulta así que la realidad es
independiente, no del pensamiento en general, sino de lo que tú o yo podemos pensar de ella. El criterio no
es, como en Descartes, algo individual, sino social.
http://www.unav.es/gep/Articulos/CastanaresHistoriaMarginacion.html

Referencias

1. "Peirce", en el caso de C. S. Peirce, siempre rima con la palabra en idioma Inglés "terse", y
así, en la gran mayoría de dialectos, se pronuncia exactamente igual que la palabra en
idioma Inglés "purse": Véase "Note on the Pronunciation of 'Peirce'", The Peirce Project
Newsletter, Vol. 1, Nos. 3/4, Dec. 1994, Eprint. (El ingles hablante normal, viéndolo escrito
"Peirce", por error asume que se pronuncia como "Pierce", como "Pirs" en Español).
2. Houser, Nathan, Don D. Roberts, and James Van Evra, eds. (1997), Studies in the Logic of
Charles Sanders Peirce, Bloomington, Indiana: Indiana University Press.
3. Hacking, Ian (1990), The Taming of Chance, Cambridge University Press.

24
4. Peirce, C. S. (escrito 1902), Application to the Carnegie Institute, Memoir 12 (en inglës)
(Joseph M. Ransdell, editor).

Bibliografía

Puede verse una completa bibliografía peirceana, tanto en inglés como en castellano, en la
dirección: http://www.unav.es/gep/bibliopeirceana.html
1. BARRENA, S. y NUBIOLA, J., Charles Sanders Peirce, en FERNÁNDEZ LABASTIDA, F. – MERCADO,
J. A. (editores), Philosophica: Enciclopedia filosófica on line, URL: http://www.philosophica.info/
archivo/2007/voces/peirce/Peirce.html
2. Barrena, Sara, La razón creativa: crecimiento y finalidad del ser humano según C. S. Peirce,
Rialp, Madrid, 2007.
3. Brent, James. Charles Sanders Peirce. A Life, edición revisada y ampliada. Bloomington, IN:
Indiana University Press, 1998.
4. Debrock, Guy. "Peirce, a Philosopher for the 21st Century. Introduction", Transactions of the
Ch. S. Peirce Society 28 (1992), pp. 1-18. Un artículo introductorio que explica bien por qué
la filosofía de Peirce es relevante para nuestro tiempo.
5. Hookway, Christopher. Peirce. London: Routledge & Kegan Paul, 1985. Una explicación
general muy buena de la obra de Peirce como precursor de la filosofía analítica
contemporánea.
6. Nubiola, Jaime y Fernando Zalamea. "Peirce y el mundo hispánico. Lo que C. S. Peirce dijo
sobre España y lo que el mundo hispánico ha dicho sobre Peirce". Pamplona: Ediciones
Universidad de Navarra, 2006.
7. Parker, Kelly A. The Continuity of Peirce's Thought. Nashville, TN: Vanderbilt
University Press, 1998.
8. Peirce, Charles S. Collected Papers of Charles Sanders Peirce, vols. 1-8, C. Hartshorne, P.
Weiss y A. W. Burks (eds). Cambridge, MA: Harvard University Press. Edición clásica de los
escritos de Peirce. Se trata de un trabajo fundamental que, no obstante, adolece de ciertos
criterios de selección temática, no cronológica, que dificultan la comprensión de la unidad y
la coherencia de la obra de Peirce. Citado en el texto como CP, seguido del número de
volumen y parágrafo.
9. Peirce, Charles S.: El pragmatismo. Encuentro. ISBN 9788474909081., 2008
10. Peirce, Charles S. The Essential Peirce, 2 vols., N. Houser et al (eds.) Bloomington, IN:
Indiana University Press, 1992-1998. Una excelente edición de los trabajos filosóficos de
Peirce más relevantes. Las introducciones a los dos volúmenes, escritas por Nathan Houser,
son la mejor presentación breve de Peirce. Citado en el texto como EP, seguido del número
de volumen y página.
11. Percy, Walker. Signposts in a Strange Land, P. Samway (Ed.). New York: Farrar, Straus &
Giroux, 1991, pp. 271-291. Una introducción para no filósofos.

Peirce; La verdad y el público

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Juan Pablo Serra
Publicado en: La Torre del Virrey. Revista de
Estudios Culturales. Nº 2, 2006/2007, pp. 51-54
http://comunicacion.idoneos.com/index.php/335515
Si nos ciñéramos a la Historia, diríamos que Charles Sanders Peirce fue un notable científico del
siglo XIX, conocido sobre todo por sus trabajos sobre la oscilación del péndulo y la observación de
las estrellas, en los que acertó a refinar los métodos de medición geodésicos y astronómicos
existentes en la época 1. Si nos ciñéramos a lo que él quiso ser, entonces sin duda afirmaríamos
que fue un lógico, disciplina que estudió desde niño 2 y a la que se adelantó en el tiempo con su
lógica de relativos y la teoría de los cuantificadores. Y, si atendemos a la amplitud temática de
su obra, tendríamos que convenir en que fue un filósofo en el sentido más clásico del término,
pues estuvo interesado en prácticamente todos los campos del saber e intentó establecer un
sistema propio de pensamiento 3.

La recepción de su obra en el ámbito intelectual a partir de la década de 1970 fue un tanto


extraña, en el sentido de imponerse antes en su relevancia (gracias a los elogios de Bertrand
Russell, Karl Popper, Karl-Otto Apel, Umberto Eco, Hilary Putnam, Walker Percy…) que en su
conocimiento 4. No obstante, todavía en vida, le fueron reconocidas sus aportaciones a la lógica
matemática (así lo manifestaba, por ejemplo, el matemático español Ventura Reyes y Prósper en
un artículo de 1891 5) e incluso llegó a aparecer bajo la profesión de “logician” a partir de la
sexta edición de la guía Who’s Who in America (1910-1911). Posteriormente, ya a finales del siglo
XX, fue su teoría del signo lo que más fama le ha dado, seguramente porque, como afirma
Castañares, el verdadero conocimiento de Peirce “se ha producido, o bien desde la semiótica, o
bien cuando la semiótica ha alcanzado una cierta madurez” 6.

Adivinar o abducir

“Guessing” está dividido en dos partes. En la primera, Peirce explica cómo formamos opiniones
que aciertan a explicar lo que ocurre. En la segunda, intenta demostrar que tenemos una especie
de instinto para adivinar las cosas. Comienza el artículo igualando “conocimiento” con forjarse
expectativas:

Nuestro conocimiento de cualquier tema nunca va más allá de coleccionar observaciones y formar
algunas expectativas semi-conscientes, hasta que nos encontramos confrontados con alguna
experiencia contraria a esas expectaciones (CP 7.36, c. 1907). El conocimiento empieza con la
percepción, que proporciona datos, y continúa con la formación de creencias acerca de lo que
sucede; estas, a su vez, establecen hábitos de acción para vérselas con el mundo (CP 5.398,
1878). Uno no duda ni de la percepción ni de la creencia subsecuente hasta que las expectativas
que teníamos se ven defraudadas por alguna sorpresa, que es el modo en que la experiencia nos
enseña (CP 5.51, 1903). Ello nos lleva a formular una nueva hipótesis con la que intentar
comprender y explicar la nueva situación. Pues, como escribe Nubiola, “nuestras creencias son
hábitos y en cuanto tales fuerzan al hombre a creer hasta que algo sorprendente, alguna nueva
experiencia externa o interna, rompe ese hábito. El fenómeno sorprendente requiere una
racionalización, una regularización que haga desaparecer la sorpresa mediante la creación de un
nuevo hábito” 14.

Este proceso, que Peirce denominó “abducción”, consiste siempre en suponer que los hechos
sorprendentes que hemos observado son sólo una parte de un sistema más grande de hechos, el
cual (…) tomado en su totalidad, presentaría un cierto carácter de razonabilidad que nos inclina a
aceptar la conjetura como verdadera, o algo parecido” (CP 7.36, c.1907). Si la deducción explica
y la inducción evalúa, en la abducción suponemos que un hecho sorprendente es un caso de una
regla general (CP 2.624, 1878). Mediante la imaginación, en la abducción somos nosotros los que
introducimos esa regla general o situación más amplia que explicaría el hecho sorprendente
observado. La abducción es, por tanto, un tipo de inferencia cuya conclusión es siempre una

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hipótesis (CP 2.96, c.1902) o una conjetura, algo probable, pero es precisamente el carácter
plausible o razonable de esa hipótesis la que lleva a aceptarla y no su probabilidad efectiva
(CP 2.102, 1903). Abducir es adivinar 15, y es el único razonamiento que genera nuevo
conocimiento, porque añade a los datos de la percepción una explicación plausible (MS 692,
1901).

En “Guessing”, Peirce propone el ejemplo de alguien que entra en una habitación por primera
vez y ve, proyectado desde detrás de un gran mapa, tres cuartos de un fresco de Rafael. El
espectador tiende a olvidar el hecho sorprendente de que falta una parte del fresco porque una
explicación surge de manera natural, como un flash del entendimiento (CP 5.181, 1903): el mapa
está tapando un cuarto del fresco 16. De esta manera, “una inferencia interesante, simple y
completamente aceptada tiende a ocultar todo reconocimiento de las premisas complejas y no-
interesantes de las que fue derivada” (CP 7.36, c.1907). El espectador podría formarse varias
hipótesis de por qué sólo está observando tres cuartos de fresco, pero acepta la hipótesis más
simple, porque es “la Hipótesis más simple en el sentido de más fácil y natural, aquella que el
instinto sugiere” (CP 6.477, 1908).

Para Peirce, estamos continuamente adivinando. Es más, “todo conocimiento nace de la hipótesis
y, aunque toda hipótesis sea esencialmente falible (…), es el único camino que puede llevarnos a
la verdad” 17. Incluso si tenemos algún conocimiento previo, hay un punto del razonamiento que
sigue siendo creativo. Peirce sugiere en “Guessing” otro ejemplo: esta vez, el hecho
sorprendente es la conducta de un hombre, que tendemos a explicar suponiendo la creencia de
ese hombre que causó tal conducta. Si no conocemos a esa persona, cualquier creencia que
afirmáramos que explica su conducta sería tan buena como cualquier otra. Pero, si la conocemos,
aún tenemos que adivinar su estado de creencia, sólo que entre un número menos de casos o
hipótesis (CP 7.37, c.1907). Si llevamos estas consideraciones al terreno de la ciencia, para
Peirce no hay duda de que ésta se ha construido a base de proposiciones que fueron adivinadas
entre varias posibilidades (CP 7.38, c.1907), pero no de una manera azarosa o fortuita, ya que
“la mente humana, habiéndose desarrollado bajo la influencia de las leyes de la naturaleza, por
esa razón naturalmente piensa un poco siguiendo el modelo de la naturaleza” ( CP 7.39, c.1907).
El que seamos capaces de producir hipótesis correctas se explica por una especial afinidad entre
nuestras capacidades cognoscitivas y la naturaleza, de tal manera que como nuestras mentes se
han formado bajo la influencia de fenómenos regidos por las leyes de la mecánica, determinadas
concepciones que entran en estas leyes quedaron implantadas en nuestras mentes; de ahí que
nosotros fácilmente adivinemos cuáles son esas leyes. Sin tal inclinación natural, teniendo que
buscar a ciegas una ley que se ajuste a los fenómenos, nuestra probabilidad de encontrarla sería
infinita (CP 6.10, 1891).

De hecho, lo que a Peirce le sorprende de la actividad científica es que alcance la explicación


verdadera tras un número pequeño de intentos. Para producir hipótesis, hay que asumir que los
hechos se pueden racionalizar y, además, que el hombre puede racionalizarlos (CP 7.219, c.1901)
porque tiene una capacidad casi instintiva de conjeturar correctamente. Pretender que el
científico acierta por casualidad equivale a renunciar a toda explicación 18. Así lo expresa Peirce
en la sexta de las Lecciones sobre el pragmatismo de 1903:

Considérese la multitud de teorías que habrían podido ser sugeridas. Un físico se topa con un
fenómeno nuevo en su laboratorio. ¿Cómo sabe si las conjunciones de los planetas nada tienen
que ver con él o si no es quizás porque la emperatriz viuda de China ha pronunciado por
casualidad hace un año, en ese mismo momento, alguna palabra de poder místico, o si estaba
presente un genio invisible? Piensen en los trillones de trillones de hipótesis que habrían podido
hacerse, de las cuales sólo una es verdadera; y sin embargo, al cabo de dos o tres conjeturas, o a
lo sumo una docena, el físico atina muy de cerca con la hipótesis correcta. Por azar no habría
sido verosímil que lo hiciera en todo el tiempo que ha transcurrido desde que se solidificó la
tierra (CP 5.172, 1903). Por último, Peirce explica esta peculiar conexión de la mente con los
fenómenos del universo mediante una anécdota real que le ocurrió en 1879 cuando le robaron un
valioso reloj durante un viaje a Nueva York en un buque de vapor. Al darse cuenta de la pérdida,

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mandó subir a cubierta a todos los mozos y conversó brevemente con ellos. Al no encontrar
ningún indicio de quién era el ladrón, decidió hacer una conjetura sobre quién podía ser, “no
importa si no tienes ninguna razón, debes decir de quién pensarás que es el ladrón” (MS 687, 11,
c.1907). Y habiendo establecido una conjetura “toda sombra de duda había desaparecido. No
había ninguna autocrítica” (MS 687, 11, c.1907), esto es, aceptó la hipótesis que menos
complicaciones le causaba y se dejó guiar por ella. El camarero negó la acusación, pero Peirce
contrató a un detective y, al final, recuperó el reloj de la persona a la que había acusado pese a
no tener ninguna evidencia. “Peirce concluía que debía haber recibido indicios subconscientes
durante su conversación con el mozo, que lo llevaron a alcanzar la conclusión correcta” 19, de
modo que, aún sinsaberlo, pudo conjeturar correctamente. Es la única manera de explicar,
pensaba Peirce, que los hombres tuvieran “alguna intuición de qué ocurre en las mentes de sus
compañeros” (CP 7.40, c.1907).

La naturaleza inferida del conocimiento

En la primera parte de “Guessing”, Peirce ha adelantado una conjetura de cómo funciona el


conocimiento y la ha explicado con varias hipótesis y ejemplos. Pero, en la segunda parte, Peirce
da un paso más allá e intenta demostrar que hay una causa verdadera que produce conjeturas
que, la mayor parte de las veces, aciertan a dar la explicación correcta de los fenómenos. Para
ello, trae a colación un experimento llevado a cabo entre 1883 y 1884 junto con Joseph Jastrow
mientras estaba en la Johns Hopkins 20. Ambos querían rebatir la teoría de los umbrales mínimos
de percepción de Fechner. Este fisiólogo sostenía que por debajo de ciertas magnitudes mínimas
de estimulación, el ser humano no “percibe” o, en todo caso, si percibe, no es capaz de
discriminar sensaciones o estímulos. Es decir, que si a una cantidad de sonido X se la disminuye
en una cantidad mínima, por ejemplo X - 0,01 o se la aumenta en X + 0,01, el sujeto es incapaz
de notar la diferencia.

Peirce se oponía a esta idea pues, para él, resultaba inaceptable que el ser humano empezara a
percibir a partir de un cierto umbral. Si hay algo constante en el pensamiento de Peirce, es la
insistencia en la continuidad que hay entre unos pensamientos y otros, entre unas percepciones y
otras o —como había escrito al principio de su carrera— entre unas cogniciones y otras. Si
existiera algo así como un “umbral”, eso supondría que hay un punto en el que el hombre, por así
decir, “empieza” a conocer. Para Peirce no hay tal punto, porque todos los pensamientos son
signos, que provienen de otros pensamientos-signos y que, a su vez, alumbran nuevos
pensamientos. Pero es que, además, aceptar la existencia de un “umbral” conlleva que hay
campos de la experiencia —aunque sea infinitesimalmente considerada— que son incognoscibles
y, para Peirce, todas las regiones de la experiencia son campos de experiencia posible.

En el experimento —que, dicho sea de paso, es hoy admitido como el inicio de la psicología
experimental— a un sujeto se le aplica presión y, según lo que diga un naipe elegido
aleatoriamente, a esa misma presión se añade o resta una cantidad mínima. El sujeto debía decir
si notaba tal cambio. Si Fechner estuviera en lo cierto, como la cantidad variada es infinitesimal,
el sujeto no percibiría conscientemente ese cambio, de manera que las respuestas que diera
serían totalmente aleatorias (50% de aciertos y 50% de fallos). Lo que Peirce observó es que hay
una tendencia ligeramente mayor a acertar (3 sobre 5). Un resultado que da nueva razón para
creer que captamos lo que está pasando en la mente de otro en gran medida por sensaciones tan
débiles que no somos plenamente conscientes de tenerlas, y no podemos dar una explicación de
cómo llegamos a nuestras conclusiones sobre tales asuntos (CP 7.35, 1884).

Lo que, en definitiva, estaba demostrando es que todo conocimiento es inferencial, que no hay
intuiciones puras, sino que —de alguna manera— todo conocimiento viene de otro. Es una idea
que ya había sostenido en las Cognition Series, una serie de tres artículos publicados entre 1868 y
1869. Al final de “Cuestiones acerca de ciertas facultades atribuidas al hombre”, Peirce ataca la
idea de que haya cogniciones no determinadas por otras cogniciones y usa el ejemplo del
triángulo invertido que se sumerge gradualmente en el agua. La superficie del agua va dejando
líneas horizontales en distintos momentos según se sumerge el triángulo.

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Supongamos que las líneas simbolizan la viveza de cada cognición y que cada línea determina la
siguiente según se va sumergiendo: cuanto más larga es la línea, más viva es la cognición del
objeto. Lo que se encuentra es que es imposible encontrar dos líneas entre las cuales no se
puedan trazar más líneas. Es decir, que el conocimiento se auto-funda y, por así decirlo, no hay
un primer conocimiento que no venga mediado por otros. Nunca se alcanza lo incognoscible.
Ciertamente, se podría argumentar que el vértice es lo incognoscible no-mediado. Pero el vértice
es un punto, no una línea, y vendría a ser no una cognición sino el objeto mismo —que está fuera
de la conciencia, en la realidad— al que se refieren las cogniciones. En el momento en que se
mete el triángulo en el agua, ya aparecen las líneas. Es decir, que en el momento en que hay
conocimiento, ya hay sucesión de cogniciones (CP 5.263, 1868).

Inferencia y verdad
Peirce concluye “Guessing” comparando la capacidad de adivinar con la capacidad de los pájaros
para volar e incluyendo este instinto abductivo dentro del arte de la investigación:
“habitualmente obtenemos de las observaciones fuertes insinuaciones de la verdad, sin ser
capaces de especificar cuáles fueron las circunstancias observadas que conducían a dichas
insinuaciones” (CP 7.46, c.1907). La abducción, es decir, la habilidad para formar hipótesis, es la
única manera de acceder a la verdad, que es “la propiedad de aquellas hipótesis que serían
creídas si la investigación [sobre ellas] continuara hasta donde pudiera llegar con provecho” 21.
Pero ello supone asumir que la mente humana es afín a la verdad, en el sentido de que en un
número finito de conjeturas iluminará la hipótesis correcta. (…) Porque la existencia de un
instinto natural para la verdad es, al final, la tabla de salvación de la ciencia (CP 7.220, c.1901).
Para Peirce, la ciencia es “una entidad histórica viva” (CP 1.44, c.1896) y “un cuerpo de verdad
creciente y vivo” (CP 6.428, 1893), que va madurando a base de los aciertos y errores de los
investigadores en el tiempo. La verdad estaría al final de la investigación, sería aquella creencia
en la que forzosamente convergería la comunidad de investigadores, la opinión final que es
irrebatible. La hipótesis de que existe este punto final es lo único que da sentido a la sucesión de
hipótesis que se aproximan a él. Y es, como dice Peirce, la tabla de salvación de la ciencia. (Juan
Pablo Serra es doctorando de Filosofía en la Universidad de Navarra)

http://www.unav.es/cryf/peirceverdadypublico.html

Notas

 (1) K. L. Ketner, “Charles Sanders Peirce. Introduction”, en J. H. Stuhr (ed.), Classical American
Philosophy, Oxford University Press, Nueva York, 1987, pp. 14-18.

 (2) Su “encuentro” con la lógica lo describe en una conocida carta a Lady Welby fechada el 23 de
diciembre de 1908. Allí cuenta que vio el libro del arzobispo Richard Whately Elements of Logic (1831)
en la habitación de su hermano mayor James, lo leyó y desde aquel día “nunca he podido estudiar nada
(…) sino como un estudio de semiótica” (en C. S. Hardwick, Semiotic and Significs: The Correspondence
between Charles S. Peirce and Victoria Welby, Indiana University Press, Bloomington, 1977, pp. 85-86,
ver también p. 77).

 (3) C. Hookway, voz “Peirce, Charles Sanders (1839-1914)”, en E. Craig (ed.), Routledge Encyclopedia
of Philosophy, Routledge, Londres, 1998, vol. 7, pp. 269-270.

 (4) J. Vericat, “Introducción”, en J. Vericat (ed.), Charles S. Peirce. El hombre, un signo, Crítica,
Barcelona, 1988, p. 15.

 (5) V. Reyes y P rósper, “Charles Santiago Peirce y Oscar Howard Mitchell”, en El Progreso Matemático,
2/18 (1892), pp. 170-173

29
 (6) W. Castañares, “Ch. S. Peirce. Historia de una marginación”, en Revista de Occidente, 1987 (71), p.
136.

 (7) Cf. L. Menand, El club de los metafísicos, Destino, Barcelona, 2001, p. 162: “[Peirce] empezó su
carrera bajo la tutela de su padre, y durante el resto de su vida consideró que su propia obra era una
ampliación y extensión de lo que había hecho aquél”.

 (8) E, incluso, a perder su orientación en la vida, tal como afirma J. Brent en la que es la biografía
canónica de Peirce, Charles Sanders Peirce: A Life, Indiana University Press, Bloomington, 1998, p. 132.

 (9) C. S. Peirce, “Guessing”, The Hound and Horn, II/3 (1929), 267-282. Aquí se toma como referencia,
por una parte, el extracto de dicho artículo que aparece en C. Hartshorne, P. Weiss y A. W. Burks
(eds), Collected Papers of Charles Sanders Peirce, 8 vols., Harvard University Press, Cambridge, 1931-
1958, 7.36-48, c.1907 (citado como CP, seguido del número del volumen y parágrafo y año del texto). Y,
por otra parte, el manuscrito “Guessing”, conservado en la Houghton Library de Harvard (citado
como MS, seguido del número del manuscrito y el año que corresponde al texto, según la numeración de
R. Robin, Annotated Catalogue of the Papers of Charles S. Peirce, University of Massachussets Press,
Amherst, 1967).

 (10) S. Barrena, “Introducción”, en C. S. P eirce, Un argumento olvidado en favor de la realidad de


Dios, Cuadernos de Anuario Filosófico, 34 (1996), Pamplona, p. 44.

 (11) R. Rorty, voz “Pragmatism”, en Routledge Encyclopedia of Philosophy, vol. 7, p. 633.

 (12) P. Skagestad, The Road of Inquiry, Columbia University Press, Nueva York, 1981, p. 15.

 (13) C. S. Peirce, “La naturaleza de la ciencia”, en Anuario Filosófico, XXIX/3 (1996), p. 1437 (original
en MS 1334, 1905).

 (14) J. Nubiola, “La abducción o la lógica de la sorpresa”, en Razón y Palabra, 21 (2001), edición
electrónica accesible enhttp://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n21/21_jnubiola.html.

 (15) “La materia de ninguna verdad nueva puede venir de la inducción o la deducción. Sólo puede surgir
de la abducción; y la abducción es, después de todo, nada más que adivinar” (CP 7. 219, c.1901).

 (16) Pese a tener este carácter casi instantáneo e instintivo, en la abducción hay observación (los tres
cuartos del fresco), manipulación imaginativa de los hechos observados (figurarse que sólo se ve un
trozo de fresco porque algo está tapando el resto) y formulación de hipótesis explicativa (el mapa tapa
un cuarto de fresco). En cualquier caso, Peirce podría haber ido más lejos, porque uno no puede ser
consciente de estar ante un hecho sorprendente hasta que tiene una hipótesis que lo explique: no se
puede saber que se está ante ¾ de un fresco de Rafael hasta que no se tiene la hipótesis de que el
fresco entero está ahí, sólo que tapado parcialmente por el mapa. Es decir, que incluso la sorpresa
demanda una explicación que la haga ser “sorpresa”.

 (17) G. Debrock, “El ingenioso enigma de la abducción”, en Analogía Filosófica XII/1, (1998), p. 21.

 (18) G. Génova, Charles S. Peirce: La lógica del descubrimiento, Cuadernos de Anuario Filosófico, 45
(1997), Pamplona, p. 68.

 (19) L. Menand, El club de los metafísicos, p. 372.

 (20) C. S. Peirce y J. J astrow, “On Small Differences of Sensation”, en Memoirs of the National
Academy of Sciences, 3 (1885), pp. 75-83. Cf. M. M orgade, Charles Sanders Peirce en la psicología,
Tesis doctoral, Universidad Autónoma de Madrid, 2004, pp. 536-538.

 (21) C. Misak, Truth and the End of Inquiry, 2ª edición, Clarendon, Oxford, 2004, p. 44.

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