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Poema a san Pedro Nolasco de María Estrada de Medinilla (1633)

Yace, a Morfeo rendida, se observará su verdor


la solicitud constante, en perpetua primavera.
que si el celo vigilante
no obedece en todo al lecho Pacífica insignia toma,
lo sereno del semblante. y como su guarda emprende:
de quien talarla pretende
Indicio de paz no leve el nocivo aliento doma.
ramo fue de hojas alado, A la racional paloma
verde oliva que, aun cortado, en reverentes altares,
el tronco fresco se ofrece, con favores singulares
y en el aire se aparece los dos santos favorecen,
de esmeraldas coronado. que a Pedro y Pablo parecen
sus patrones tutelares.
Fiera adusta indignación
agostarla solicita, No fue custodio remiso
que humantes globos vomita que su cuidado era, en fin,
por volcanes de carbón. la espada del querubín,
guarda fiel del paraíso.
Anciana veneración Con más prevenido aviso,
de dos paternos cuidados burla del pastor de Admeto,
la preservan desvelados conserva en su ser perfeto
contra rigores impíos el árbol de mejor fruto,
de los ardientes estíos sirviendo de sustituto
y carámbanos helados. al alado Paracleto.

Porque en su conservación
Argos más cauto desean,
que cuantos ojos platean
el estrellado pavón
encargan su advocación
a Nolasco, en cuya esfera
viva su beldad primera,
que al rayo de su calor

Rodríguez, Adriana Azucena. "La poesía pictórica de santos de autoras novohispánicas". Literatura: teoría, historia, crítica 18.2
(2016): 55-73.
“Florido ramo a la Virgen de Guadalupe” de Ana María González y Zúñiga (1748)
El lienzo sin aparejos La túnica el cuerpo oculta,
que de cáñamo tejido pero lo airoso del talle
eligió Dios, hoy se vido descubre, aunque el pincel calle,
dándole sombra a los lejos: que el Artífice se indulta.
Con celestiales reflejos
echó las líneas de parte Hermosa planta sepulta
el pincel, por que descarte el pie, y en tan raro asunto
los coloridos que nombra, se halla de gracia un conjunto,
y, dando luz a la sombra, pues de gloria, hecho no acaso,
pintó los claros con arte. de su Concepción, el paso
primero fijó en su punto.
El ébano vino a pelo,
más con tantos resplandores, El manto, que con desvelo
que en peregrinos colores adornó de luces bellas,
el Artífice sagrado, fue por que con las estrellas
para su hermoso tocado, se cubriese aqueste cielo.
prendió el pelo en bellas flores.
Diole el color con anhelo
Para el rostro peregrino, verdoso, y la rosa clama
con misteriosa atención, por llevarse aquí la fama,
dio al blanco (en la Encarnación) y en divina competencia
un colorido divino. de la flor sacó la esencia
Asi el Artífice fino la presencia de la rama.
retrató con bizarría
las cejas y en simetría, Corónala diestro el arte
iris, que aplacan enojos, con diez peregrinos rayos,
los dos ojos de María. y, siendo del sol ensayos,
inmensas luces reparte.
Del soberano Pensil El cielo parte por parte
tomó la hermosa azucena, a servirla se dispone:
y la nariz enajena la luna y el sol se compone
aromas al bello abril. en esta divina empresa,
Fue ésta pintada a perfil, el sol nace en su cabeza,
y la boca que retoca la luna a sus pies se pone.
si el pincel en ella toca,
toda la gracia se bebe, Hasta aquí el patrio suelo
y el ser de las gracias breve he cantado un fiel resumen,
le vino a pedir de boca. pero mi ignorante numen
suspendió a mi pluma el vuelo.
En el celestial estanco,
de rosas un escuadrón Confusa el perdón anhelo,
florecieron de sazón pues viendo prodigio tanto,
para dibujar el blanco. tanto en su copia me encanto,
El artífice que, franco, que de gozo amor delira;
las mejillas delineaba, y me ha hecho parar la lira
no maravillas mezclaba, ver lo rudo de mi canto.
que para hacer sus mejillas,
con ser de Dios maravillas
sólo la rosa rozaba.

Con peregrino destello


el pincel diestro adelanta,
a tornos de su garganta,
los candores de lo bello.
Paraíso se juzga el cuello;
la mano, en lo soberano,
es un poderoso arcano,
en que muestra a manos llenas
lo puro en cinco azucenas,
por tenerlas de su mano.

Rodríguez, Adriana Azucena. "La poesía pictórica de santos de autoras novohispánicas". Literatura: teoría, historia, crítica 18.2
(2016): 55-73.

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