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Para que un objeto o cuerpo cualquiera muestre correctamente sus colores reales y lo podamos
ver tales como son, es necesario que se encuentre iluminado, preferiblemente con luz blanca,
como la que proporcionan los rayos solares, o una fuente de luz artificial de similares
características.
La luz que permite reproducir, tal como son, los colores que capta nuestro sentido de la vista,
constituye realmente la radiación de una pequeña parte de todo el conjunto de ondas que
integran el espectro electromagnético y son, además, las únicas visibles para el ojo humano.
La magnitud de la refracción depende de la frecuencia y longitud de onda que posee cada uno
de los colores que integran la luz blanca. Esos colores son los mismos que observamos en el
cielo de un día lluvioso cuando se forma un arco iris, siguiendo el siguiente orden: violeta, azul,
verde, amarillo, naranja y rojo. De hecho la luz violeta se dispersa más que la roja cuando
atraviesa el prisma. Como la dispersión de ambos colores se produce en forma de cuña, eso
posibilita que se hagan visibles también el resto de los colores que forman el espectro completo
de luz blanca.
La descomposición de la luz blanca se debe, precisamente, al hecho de que no está formada por
un simple color, sino por los diferentes colores que forman su espectro completo.
Cada color del espectro de luz visible se diferencia del otro porque posee frecuencia y longitud
de onda propia. Si realizáramos otra vez con el prisma el mismo proceso, pero a la inversa, es
decir, haciendo pasar simultáneamente todos los haces de colores obtenido por la
descomposición de la luz hacia atrás, al mezclarse de nuevo formarían otra vez un rayo de luz
blanca.
Cuando la luz blanca incide sobre un objeto cualquiera, ocurre uno de los siguientes fenómenos
físicos:
1.- El objeto absorbe una o varias partes de las frecuencias de la luz blanca.
2.- Las absorbe todas.
3.- Las refleja todas.
Una superficie de un color determinado absorbe todas las frecuencias de aquella parte del
espectro de luz blanca que no se corresponden con su color. Sin embargo, una superficie blanca
las refleja todas, mientras que una negra las absorbe en su totalidad.
Por otra parte, la difusión de la luz que refleja un objeto depende también de la rugosidad de su
superficie. Una superficie rugosa refleja la luz en todas direcciones, mientras que otra muy
pulida, como ocurre con la superficie de un espejo, la refleja en una sola dirección permitiendo
ver las imágenes.