Sunteți pe pagina 1din 38

Edad Contemporánea

La carga de los mamelucos dibujado por Francisco de Goya en 1814, representa un episodio
del levantamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid. Los pueblos europeos, convertidos en protagonistas
de su propia historia y a los que se les había proclamado sujetos de la soberanía, no acogieron
favorablemente la «imposición de la libertad» que suponía la extensión de los ideales revolucionarios
franceses mediante la ocupación militar del ejército napoleónico. Más adelante, en toda la extensión de la
Edad Contemporánea, la base popular de los movimientos sociales y políticos no implicaba su
orientación progresista, sino que penduló de un extremo a otro del espectro político.

Pittsburgh en 1857. La Edad Contemporánea generó un nuevo tipo de paisaje industrial y urbano de gran
impacto en la naturaleza y en las condiciones de vida. La revolución de los transportes y de las
comunicaciones permitió que la unidad de la economía-mundo lograda en la Edad Moderna se aproximara
más aún al acortar el tiempo de los desplazamientos y aumentar su regularidad.
Le Démolisseur pintado por Paul Signac en 1897. Además de ser una obra estéticamente vanguardista
(técnica del puntillismo), la elección consciente de un protagonista anónimo y su tratamiento visual heroico
conducen a su lectura alegórica: las masas derriban el orden antiguo antes de construir el nuevo.

We Can Do It! (en inglés: ¡Podemos hacerlo!), fue un cartel de propaganda de 1942 (durante la Segunda
Guerra Mundial) que estimula el esfuerzo bélico mediante el trabajo de la mujer, un paso decisivo en su
emancipación.
Mujeres de Afganistán de 2003, usando el burka, el velo tradicional que hubiera deseado suprimirse junto
con otras opresiones durante la república socialista (durante la cual se inició la guerra civil) pasó a ser
obligatorio como parte de la re-islamizacióndurante el régimen de los talibanesentre 1996 y 2001, y sigue
siendo en la actualidad una de las piedras de toque con mayor valor mediático para la intervención
internacional en la actual guerra.

Edad Contemporánea es el nombre con el que se designa al periodo histórico comprendido entre
la Declaración de Independencia de los Estados Unidos o la Revolución francesa, y la actualidad.
Comprende, si partimos de la Revolución francesa, de un total de 229 años, entre 1789 y el presente. En
este período, la humanidad experimentó una transición demográfica, concluida para las sociedades más
avanzadas (el llamado primer mundo) y aún en curso para la mayor parte (los países subdesarrollados y
los países recientemente industrializados), que ha llevado su crecimiento más allá de los límites que le
imponía históricamente la naturaleza, consiguiendo la generalización del consumo de todo tipo de
productos, servicios y recursos naturales que han elevado para una gran parte de los seres humanos
su nivel de vida de una forma antes insospechada, pero que han agudizado las desigualdades
sociales y espaciales y dejan planteadas para el futuro próximo graves incertidumbres medioambientales.1
Los acontecimientos de esta época se han visto marcados por transformaciones aceleradas en la economía,
la sociedad y la tecnología que han merecido el nombre de Revolución Industrial, al tiempo que se destruía
la sociedad preindustrial y se construía una sociedad de clases presidida por una burguesía que contempló
el declive de sus antagonistas tradicionales (los privilegiados) y el nacimiento y desarrollo de uno nuevo
(el movimiento obrero), en nombre del cual se plantearon distintas alternativas al capitalismo. Más
espectaculares fueron incluso las transformaciones políticas e ideológicas (Revolución
liberal, nacionalismo, totalitarismos); así como las mutaciones del mapa político mundial y las mayores
guerras conocidas por la humanidad.
La ciencia y la cultura entran en un periodo de extraordinario desarrollo y fecundidad; mientras que el arte
contemporáneo y la literatura contemporánea (liberados por el romanticismo de las sujeciones académicas
y abiertos a un público y un mercadocada vez más amplios) se han visto sometidos al impacto de los
nuevos medios de comunicación de masas (tanto los escritos como los audiovisuales), lo que les provocó
una verdadera crisis de identidad que comenzó con el impresionismo y las vanguardias y aún no se ha
superado.2
En cada uno de los planos principales del devenir histórico (económico, social y político), 3 puede
cuestionarse si la Edad Contemporánea es una superación de las fuerzas rectoras de la modernidad o más
bien significa el periodo en que triunfan y alcanzan todo su potencial de desarrollo las fuerzas económicas
y sociales que durante la Edad Moderna se iban gestando lentamente: el capitalismo y la burguesía; y las
entidades políticas que lo hacían de forma paralela: la nación y el Estado.
En el siglo XIX, estos elementos confluyeron para conformar la formación social histórica del estado
liberal europeo clásico, surgido tras la crisis del Antiguo Régimen. El Antiguo Régimen había sido socavado
ideológicamente por el ataque intelectual de la Ilustración (L'Encyclopédie, 1751) a todo lo que no se
justifique a las luces de la razón por mucho que se sustente en la tradición, como los privilegios contrarios
a la igualdad (la de condiciones jurídicas, no la económico-social) o la economía moral4 contraria a
la libertad (la de mercado, la propugnada por Adam Smith -La riqueza de las naciones, 1776). Pero, a pesar
de lo espectacular de las revoluciones y de lo inspirador de sus ideales de libertad, igualdad y
fraternidad (con la muy significativa adición del término propiedad), un observador perspicaz
como Lampedusa pudo entenderlas como la necesidad de que algo cambie para que todo siga igual:
el Nuevo Régimen fue regido por una clase dirigente (no homogénea, sino de composición muy variada)
que, junto con la vieja aristocracia incluyó por primera vez a la pujante burguesía responsable de
la acumulación de capital. Esta, tras su acceso al poder, pasó de revolucionaria a conservadora,5 consciente
de la precariedad de su situación en la cúspide de una pirámide cuya base era la gran masa de proletarios,
compartimentada por las fronteras de unos estados nacionales de dimensiones compatibles con mercados
nacionales que a su vez controlaban un espacio exterior disponible para su expansión colonial.
En el siglo XX este equilibrio inestable se fue descomponiendo, en ocasiones mediante violentos
cataclismos (comenzando por los terribles años de la Primera Guerra Mundial, 1914-1918), y en otros
planos mediante cambios paulatinos (por ejemplo, la promoción económica, social y política de la mujer).
Por una parte, en los países más desarrollados, el surgimiento de una poderosa clase media, en buena
parte gracias al desarrollo del estado del bienestar o estado social (se entienda este como concesión
pactista al desafío de las expresiones más radicales del movimiento obrero, o como convicción propia
del reformismo social) tendió a llenar el abismo predicho por Marx y que debería llevar al inevitable
enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado. Por la otra, el capitalismo fue duramente combatido,
aunque con éxito bastante limitado, por sus enemigos de clase, enfrentados entre sí: el anarquismo y
el socialismo (dividido a su vez entre el comunismo y la socialdemocracia). En el campo de la ciencia
económica, los presupuestos del liberalismo clásico fueron superados (economía
neoclásica, keynesianismo -incentivos al consumo e inversiones públicas para frente a la incapacidad del
mercado libre para responder a la crisis de 1929- o teoría de juegos -estrategias de cooperación frente al
individualismo de la mano invisible-). La democracia liberal fue sometida durante el período de
entreguerras al doble desafío de los totalitarismos estalinista y fascista (sobre todo por el expansionismo
de la Alemania nazi, que llevó a la Segunda Guerra Mundial).6
En cuanto a los estados nacionales, tras la primavera de los pueblos (denominación que se dio a la
revolución de 1848) y el periodo presidido por la unificación alemana e italiana (1848-1871), pasaron a ser
el actor predominante en las relaciones internacionales, en un proceso que se generalizó con la caída de
los grandes imperios multinacionales (español desde 1808 hasta 1976, portugués desde 1821 hasta
1975; ruso, alemán, austrohúngaro y turco en 1918, tras su hundimiento en la Primera Guerra Mundial) y la
de los imperios coloniales(británico, francés, neerlandés y belga tras la Segunda). Si bien numerosas
naciones accedieron a la independencia durante los siglos XIX y XX, no siempre resultaron viables, y
muchos se sumieron en terribles conflictos civiles, religiosos o tribales, a veces provocados por la arbitraria
fijación de las fronteras, que reprodujeron las de los anteriores imperios coloniales. En cualquier caso, los
estados nacionales, después de la Segunda Guerra Mundial, devinieron en actores cada vez menos
relevantes en el mapa político, sustituidos por la política de bloques encabezados por los Estados Unidos y
la Unión Soviética. La integración supranacional de Europa (Unión Europea) no se ha reproducido con éxito
en otras zonas del mundo, mientras que las organizaciones internacionales, especialmente la ONU,
dependen para su funcionamiento de la poco constante voluntad de sus componentes.
La desaparición del bloque comunista ha dado paso al mundo actual del siglo XXI, en que las fuerzas
rectoras tradicionales presencian el doble desafío que suponen tanto la tendencia a la globalización como
el surgimiento o resurgimiento de todo tipo de identidades, 7 personales o individuales,8 colectivas o
grupales,9 muchas veces competitivas entre sí (religiosas, sexuales, de
edad, nacionales, culturales, étnicas, estéticas,10 educativas, deportivas, o generadas por una actitud -
pacifismo, ecologismo, altermundialismo- o por cualquier tipo de condición, incluso las problemáticas -
minusvalías, disfunciones, pautas de consumo-). Particularmente, el consumo define de una forma tan
importante la imagen que de sí mismos se hacen individuos y grupos que el término sociedad de
consumo ha pasado a ser sinónimo de sociedad contemporánea. 11

Modernidad: ruptura y continuidad[editar]

Un pequeño y sucio, pero eficaz barco de vapor conduce al desguace al buque de guerra Téméraire. Sus
años de gloria han pasado. (Cuadro de J. M. W. Turner).

La denominación "Edad Contemporánea" es un añadido reciente a la tradicional periodización histórica


de Cristóbal Celarius, que utilizaba una división tripartita en Antigüedad, Edad Media y Edad Moderna; y se
debe al fuerte impacto que las transformaciones posteriores a la Revolución francesa tuvieron en
la historiografía europea continental (específicamente la francesa, española y portuguesa), que les impulsó
a proponer un nombre diferente para lo que entendían como estructuras antagónicas: las del Antiguo
Régimen anterior y las del Nuevo Régimen posterior. Sin embargo, esa discontinuidad no parece tan
marcada para los historiadores anglosajones, por ejemplo, que prefieren utilizar el término Later o Late
Modern Times o Age ("Últimos Tiempos Modernos", "Edad Moderna Tardía" o "Edad Moderna Posterior"),
contrastándolo con el término Early Modern Times o Age ("Tempranos Tiempos Modernos", "Edad Moderna
Temprana" o "Edad Moderna Anterior"), mientras que restringen el uso de Contemporary Age para el siglo
XX, especialmente para su segunda mitad.12
La cuestión de si hubo más continuidad o más ruptura entre la Edad Moderna y la Contemporánea depende,
por tanto, de la perspectiva. Si se define la modernidad como el desarrollo de una cosmovisión con rasgos
derivados de los valores del antropocentrismo frente a los del teocentrismo medieval (concepciones del
mundo centradas en el hombre o en Dios, respectivamente): idea de progreso social, de libertad individual,
de conocimiento a través de la investigación científica, etc.; entonces es claro que la Edad Contemporánea
es una continuación e intensificación de todos estos conceptos. Su origen estuvo en la Europa Occidental de
finales del siglo XV y comienzos del XVI, donde surgió el Humanismo, el Renacimiento y la Reforma
Protestante; y se acentuaron durante la denominada crisis de la conciencia europea de finales del siglo
XVII, que incluyó la Revolución Científica y preludió a la Ilustración. Las revoluciones de finales del XVIII y
comienzos del XIX pueden entenderse como la culminación de las tendencias iniciadas en el período
precedente. La confianza en el ser humano y en el progreso científico y tecnológico se plasmó a partir de
entonces en una filosofía muy característica: el positivismo; y en los diversos planteamientos religiosos que
van del secularismo al agnosticismo, al ateísmo o al anticlericalismo. Sus manifestaciones ideológicas
fueron muy dispares, desde el nacionalismo hasta el marxismo pasando por el darwinismo social y
los totalitarismos de signo opuesto; aunque las formulaciones políticas y económicas del liberalismo fueron
las dominantes, incluyendo notablemente la doctrina de los derechos humanos que, desarrollada a partir
de elementos anteriores, dio forma a la democracia contemporánea y se fue extendiendo (como predijo un
notable estudio de Alexis de Tocqueville -La democracia en América, 1835-) hasta llegar a ser el ideal más
universalmente aceptado de forma de gobierno, con notables excepciones.
Sin embargo, fue la evidencia del triunfo de las fuerzas de la modernidad lo que hizo que precisamente en
la Edad Contemporánea se desarrollara un discurso paralelo de crítica a la modernidad, que en su vertiente
más radical desembocó en el nihilismo. Es posible seguir el hilo de esta crítica a la modernidad en
el romanticismo y su búsqueda de las raíces históricas de los pueblos; en la filosofía de Arthur
Schopenhauer, Friedrich Nietzsche y posteriores movimientos
(irracionalismo, vitalismo, existencialismo, Escuela de Frankfurt);13 en los rasgos más experimentales
del arte contemporáneo y la literatura contemporánea que, no obstante, reivindican para sí la condición de
literatura o arte moderno(expresionismo, surrealismo, teatro del absurdo); en concepciones teóricas como
la postmodernidad; y en la violenta resistencia que, tanto desde el movimiento obrero como desde posturas
radicalmente conservadoras, se opuso a la la gran transformación14 de economía y sociedad. Superar el
ideal ilustrado de progreso y confianza optimista en las capacidades del ser humano, implicaba una
noción progresista y de confianza en la capacidad del ser humano que efectúa esa crítica, por lo que esas
"superaciones de la modernidad" fueron de hecho nuevas variantes del discurso moderno.15

La "Era de la Revolución" (1776-1848)[editar]


En los años finales del siglo XVIII y los primeros del siglo XIX se derrumba el Antiguo Régimen de una forma
que fue percibida por los contemporáneos como una aceleración del ritmo temporal de la historia, que trajo
cambios trascendentales conseguidos tras vencer de forma violenta la oposición de las fuerzas interesadas
en mantener el pasado: todos ellos requisitos para poder hablar de una revolución, y de lo que para Eric
Hobsbawm es La Era de la Revolución.16 Suele hablarse de tres planos en el mismo proceso revolucionario:
el económico, caracterizado por el triunfo del capitalismo industrial que supera la fase mercantilista y acaba
con el predominio del sector primario (Revolución Industrial); el social, caracterizado por el triunfo de
la burguesía y su concepto de sociedad de clases basada en el mérito y la ética del trabajo, frente a la
sociedad estamental dominada por los privilegiados desde el nacimiento (Revolución burguesa); y el político
e ideológico, por el que se sustituyen las monarquías absolutas por sistemas representativos, con
constituciones, parlamentos y división de poderes, justificados por la ideología liberal (Revolución liberal).
Revolución Industrial[editar]
Artículo principal: Revolución Industrial

Coalbrookdale de noche (Philipp Jakob Loutherbourg, 1801). La actividad incesante y la multiplicación de


las nuevas instalaciones industriales, y sus repercusiones en todos los ámbitos, transformaron
irreversiblemente la naturaleza y la sociedad.
Máquina de hilados en una fábrica francesa del siglo XIX.

La Revolución Industrial es la segunda de las transformaciones productivas verdaderamente decisivas que


ha sufrido la humanidad, siendo la primera la Revolución Neolítica que transformó la
humanidad paleolítica cazadora y recolectora en el mundo de aldeas agrícolas y tribus ganaderas que
caracterizó desde entonces los siguientes milenios de prehistoria e historia.
La transformación de la sociedad preindustrial agropecuaria y rural en una sociedad industrial y urbana se
inició propiamente con una nueva y decisiva transformación del mundo agrario, la llamada revolución
agrícola que aumentó de forma importante los bajísimos rendimientos propios de la agricultura tradicional
gracias a mejoras técnicas como la rotación de cultivos, la introducción de abonos y nuevos productos
(especialmente la introducción en Europa de dos plantas americanas: el maíz y la papa). En todos los
periodos anteriores, tanto en los imperios hidráulicos (Egipto, Mesopotamia, India o China antiguas), como
en la Grecia y Roma esclavistas o la Europa feudal y del Antiguo Régimen, incluso en las sociedades más
involucradas en las transformaciones del capitalismo comercial del moderno sistema mundial,17 era
necesario que la gran mayoría de la fuerza de trabajo produjera alimentos, quedando una exigua minoría
para la vida urbana y el escaso trabajo industrial, a un nivel tecnológico artesanal, con altos costes de
producción. A partir de entonces, empieza a ser posible que los sustanciales excedentes agrícolas
alimenten a una población creciente (inicio de la transición demográfica, por la disminución de la mortalidad
y el mantenimiento de la natalidad en niveles altos) que está disponible para el trabajo industrial, primero
en las propias casas de los campesinos (domestic system, putting-out system) y enseguida en grandes
complejos fabriles (factory system) que permiten la división del trabajo que conduce al imparable proceso
de especialización, tecnificación y mecanización. La mano de obra se proletariza al perder su sabiduría
artesanal en beneficio de una máquina que realiza rápida e incansablemente el trabajo descompuesto en
movimientos sencillos y repetitivos, en un proceso que llevará a la producción en serie y, más adelante (en
el siglo XX, durante la Segunda revolución industrial), al fordismo, el taylorismo y la cadena de montaje. Si
el producto es menos bello y deshumanizado (crítica de los partidarios del mundo preindustrial, como John
Ruskin y William Morris), no es menos útil y sobre todo, es mucho más beneficioso para el empresario que
lo consigue lanzar al mercado. Los costos de producción disminuyeron ostensiblemente, en parte porque
al fabricarse de manera más rápida se invertía menos tiempo en su elaboración, y en parte porque las
propias materias primas, al ser también explotadas por medios industriales, bajaron su coste.
La estandarización de la producción reemplazó la exclusividad y escasez de los productos antiguos por la
abundancia y el anonimato de los productos nuevos, todos iguales unos a otros.
La Revolución Industrial iniciada en Inglaterra a mediados del siglo XVIII se extendió sucesivamente al resto
del mundo mediante la difusión tecnológica (transferencia tecnológica), primero a Europa Noroccidental y
después, en lo que se denominó Segunda revolución industrial(finales del siglo XIX), al resto de los
posteriormente denominados países desarrollados (especialmente y con gran rapidez a Alemania, Rusia,
Estados Unidos y Japón; pero también, más lentamente, a Europa Meridional). A finales del siglo XX, en el
contexto de la denominada Tercera revolución industrial, los NIC o nuevos países industrializados
(especialmente China) iniciaron un rápido crecimiento industrial. No obstante, la influencia de la revolución
industrial, desde su mismo inicio se extendió al resto del mundo mucho antes de que se produjera
la industrialización de cada uno de los países, dado el decisivo impacto que tuvo la posibilidad de adquirir
grandes cantidades de productos industriales cada vez más baratos y diversificados. El mundo se dividió
entre los que producían bienes manufacturados y los que tenían que conformarse con intercambiarlos por
las materias primas, que no aportaban prácticamente valor añadidoal lugar del que se extraían:
las colonias y neocolonias (África, Asia y América Latina, tanto antes como después de los procesos de
independencia de los siglos XIX y XX).
¿Por qué Inglaterra?[editar]
La Revolución Industrial se originó en Inglaterra a causa de diversos factores, cuya elucidación es uno de
los temas historiográficos más trascendentes.
Como factores técnicos, era uno de los países con mayor disponibilidad de las materias primas esenciales,
sobre todo el carbón, mineral indispensable para alimentar la máquina de vapor que fue el gran motor de la
Revolución Industrial temprana, así como los altos hornos de la siderurgia, sector principal desde mediados
del siglo XIX. Su ventaja frente a la madera, el combustible tradicional, no es tanto su poder calorífico como
la mera posibilidad en la continuidad de suministro (la madera, a pesar de ser fuente renovable, está limitada
por la deforestación; mientras que el carbón, combustible fósil y por tanto no renovable, solo lo está por el
agotamiento de las reservas, cuya extensión se amplía con el precio y las posibilidades técnicas de
extracción).
Como factores ideológicos, políticos y sociales, la sociedad inglesa había atravesado la llamada crisis del
siglo XVII de una manera particular: mientras la Europa meridional y oriental se refeudalizaba y
establecía monarquías absolutas, la guerra civil inglesa (1642-1651) y la posterior revolución gloriosa (1688)
determinaron el establecimiento de una monarquía parlamentaria (definida ideológicamente por el
liberalismo de John Locke) basada en la división de poderes, la libertad individual y un nivel de seguridad
jurídica que proporcionaba suficientes garantías para el empresario privado; muchos de ellos surgidos de
entre activas minorías de disidentes religiosos que en otras naciones no se hubieran consentido (la tesis
de Max Weber vincula explícitamente La ética protestante y el espíritu del capitalismo). Síntoma importante
fue el espectacular desarrollo del sistema de patentes industriales.
Como factor geoestratégico, durante el siglo XVIII Inglaterra (que tras las firmas del Acta de Unión con
Escocia en 1707 y del Acta de Unión con Irlanda en 1800, después de la derrota de la rebelión irlandesa de
1798, consiguieron la unión con Escocia e Irlanda, formando el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda)
construyó una flota naval que la convirtió (desde el tratado de Utrecht, 1714, y de forma indiscutible desde
la batalla de Trafalgar, 1805) en una verdadera talasocracia dueña de los mares y de un extensísimo imperio
colonial. A pesar de la pérdida de las Trece Colonias, emancipadas en la Guerra de Independencia de
Estados Unidos (1776-1781), controlaba, entre otros, los territorios del subcontinente indio, fuente
importante de materias primas para su industria, destacadamente el algodón que alimentaba la industria
textil, así como mercado cautivo para los productos de la metrópolis. La canción patriótica Rule
Britannia (1740) explícitamente indicaba: rule the waves (gobierna las olas).

The Iron Bridge - el puente de Hierro - se convirtió en una de las estructuras más importantes de la
Revolución Industrial al mostrar el uso que se le podía dar al hierro.
El líder de los ludditas. Al fondo, una fábrica incendiada. Ilustración de 1812.

La máquina de vapor, el carbón, el algodón y el hierro[editar]


La experimentación de la caldera de vapor era una práctica antigua (el griego Herón de Alejandría) que se
reanudó en el siglo XVI (los españoles Blasco de Garay y Jerónimo de Ayanz) y que a finales del siglo XVII
había producido resultados alentadores, aunque aún no aprovechados tecnológicamente (Denis
Papin y Thomas Savery). En 1705 Thomas Newcomen había desarrollado una máquina de
vaporsuficientemente eficaz para extraer el agua de las minas inundadas. Tras sucesivas mejoras,
en 1782 James Watt incorporó un sistema de retroalimentación que aumentaba decisivamente su eficiencia,
lo que posibilitó su aplicación a otros campos. Primero a la industria textil, que había ido desarrollando
previamente una revolución textil aplicada a los hilos y tejidos de algodón con la lanzadera volante (John
Kay, 1733) y la hiladora mecánica (spinning Jenny de James Hargreaves -1764-, water frame de Richard
Arkwright -1769, movida con energía hidráulica, aplicada en Cromford Mill desde 1771- y spinning
mule o mule jenny de Samuel Crompton, 1779); y que estaba madura para la aplicación del vapor al telar
mecánico (power loom de Edmund Cartwright, 1784) y otras innovaciones demandadas por los cuellos de
botella a los que se forzaba a los subsectores sucesivamente afectados, poniendo a la industria textil inglesa
a la cabeza de la producción mundial de telas. Luego a los transportes: el barco de vapor (Robert
Fulton, 1807) y posteriormente el ferrocarril (George Stephenson, 1829), cuyo desarrollo se vio
obstaculizado por los recelos sociales que suscitaba; pero que permitió extraer toda la potencialidad a las
vías férreas de uso minero y tracción animal y humana que se venían utilizando extensivamente con el
hierro de Coalbrookdale fundido con coque (Abraham Darby I, 1709; puente de Hierro, 1781). El vapor, el
carbón y el hierro se aplicaron a todos los procesos productivos susceptibles de mecanización. El invento
de Watt había representado el salto decisivo hacia la industrialización, e Inglaterra, la primera en hacerlo,
se convirtió en el taller del mundo.

Los comedores de patatas (Vincent van Gogh, 1885). La papa se convirtió en un alimento casi único en
muchas zonas, con lo que su ausencia producía espantosas hambrunas, como el hambre de Irlanda de
1845-1849, que además originó una emigración masiva.

Oposición a los cambios[editar]


Estas novedades no siempre fueron bien acogidas. La sustitución del trabajo humano por máquinas
condenaba a los trabajadores de la artesanía tradicional al desempleo si no se adaptaban a las nuevas
condiciones laborales o la pérdida del control del proceso productivo si lo hacían. La resistencia contra ello
condujo en algunos casos a la destrucción física de las nuevas industrias mecanizadas (ludismo). Los
nuevos empresarios, liberados de las restricciones gremiales, consiguieron la ilegalización de cualquier
forma de asociación de defensa de los intereses laborales, dejando únicamente en el contrato individual y
el mercado libre la negociación de las condiciones de trabajo y salario. Simétricamente, tampoco se
consentía la asociación de empresarios, por atentar contra el principio de libre competencia, fuente de toda
prosperidad según el triunfante liberalismo económico de Adam Smith (La riqueza de las naciones, 1776).
El debate historiográfico sobre si la industrialización fue un proceso más o menos perjudicial para las
condiciones de vida de las clases bajas ha sido uno de los más activos, y no está resuelto. 18 No
disminuyeron los puestos de trabajo, por el contrario, aumentaron, haciendo necesaria la llegada a los
masificados barrios obreros del norte de Inglaterra (Mánchester, Liverpool) de masas de emigrantes del
campo (de donde eran expulsados por las poor laws -leyes de pobres- y las enclosures -cercamientos-).
Por el contrario, la liberalización del precio de los alimentos básicos tuvo que esperar a mediados del siglo
XIX para la abolición de las Corn Laws (leyes de granos, vigentes entre 1815 y 1846) que defendían los
intereses proteccionistas de los terratenientes británicos, desproporcionadamente representados en
el Parlamento y combatidos por el grupo de presión del capitalismo manchesteriano. La rebaja en el nivel
salarial (que David Ricardo justificó como expresión de una necesidad económica, la ley de bronce), los
horarios prolongados en trabajos insalubres y la degradación social generalizada, condujeron
al pauperismo (las durísimas condiciones sociales fueron retratadas en las novelas de la época, como Los
miserables de Víctor Hugo, o Oliver Twist de Charles Dickens); al tiempo que también creaban las
condiciones (objetivas en terminología marxista) para el surgimiento de una conciencia de clase y el inicio
del movimiento obrero. También tuvieron expresión política en las revoluciones de 1830 y
1848, burguesas en su calificación social, pero con un fuerte protagonismo obrero, en particular en Francia;
así como el cartismo inglés.
La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media, tan admirada por la
reacción, tenía su complemento natural en la más relajada holgazanería. Ha sido ella la primera en
demostrar lo que puede realizar la actividad humana; ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de
Egipto; a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas a las
migraciones de pueblos y a las Cruzadas. (...)
Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante
siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y
estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar
serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas. (...)
La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado
enormemente la población de las ciudades en comparación con la del campo, substrayendo una gran parte
de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha
subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los
pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.
... ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas
juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la
química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la
asimilación para el cultivo de continente enteros, la apertura de ríos a la navegación, poblaciones enteras
surgiendo por encanto, como si salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera
que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo social?
... toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de
producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que
ha desencadenado con sus conjuros. (...)
Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar el feudalismo se vuelven ahora contra la propia
burguesía.
Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los
hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios.
Karl Marx, Manifiesto comunista, I Burgueses y proletarios, 1848.19

Revolución demográfica[editar]
Otras predicciones, las de Thomas Malthus (Ensayo sobre el principio de la población, 1798), advertían de
forma pesimista de la imposibilidad de mantener el inusitado crecimiento de población que estaba
experimentando Inglaterra, la primera en sufrir las transformaciones propias de la transición del antiguo al
nuevo régimen demográfico. A medida que se industrializaban, otras naciones se incorporaron al mismo
proceso, que implicaba la disminución de la mortalidad (se habían mitigado sustancialmente dos de las
principales causas de la mortalidad catastrófica -hambre y epidemias-) mientras se mantenían altas las
tasas de natalidad (ni se disponía de métodos anticonceptivos eficaces ni se habían generado las
transformaciones sociales que en el futuro harían deseable a las familias una disminución del número de
hijos).
Uno de los efectos de todos estos cambios, así como una válvula de escape de la presión social, fue el
incremento de la emigración, la llamada explosión blanca (por ser la fase de la revolución
demográfica protagonizada por Europa y otras zonas de población predominantemente europea).
Campesinos arruinados y obreros sin nada que perder, se veían incentivados a abandonar Europa y tentar
suerte en las colonias de poblamiento (Canadá o Australia para los ingleses, Argelia para los franceses) o
en las naciones independientes receptoras de inmigrantes (como Estados Unidos o Argentina); también
miembros de las clases altas se incorporaban como élite dirigente en colonias de explotación (como la India,
el sureste asiático o el África negra). Explícitamente los defensores del imperialismo británico, como Cecil
Rhodes, veían en la inmigración a las colonias la solución a los problemas sociales y una forma de evitar
la lucha de clases. De una forma similar lo interpretaron los teóricos marxistas, como Lenin y Hobson.20
Una de las mayores emigraciones nacionales se produjo después de la gran hambruna irlandesa de 1845-
1849, que despobló la isla, tanto por la mortalidad como por el masivo trasvase de población, que convirtió
ciudades enteras de la costa este de Estados Unidos en ghettos irlandeses (donde sufrían la discriminación
de los dominantes WASP). Otras oleadas posteriores fueron protagonizados por inmigrantes nórdicos,
alemanes, italianos y de Europa Oriental (sobre todo las salidas masivas, a finales del siglo XIX y comienzos
del siglo XX, de los judíos sometidos a los pogromos).
Revoluciones liberales[editar]
Artículos principales: Revolución liberal, Revoluciones burguesas y Revoluciones atlánticas.
Contexto social, político e ideológico[editar]
Véanse también: Antiguo Régimen, Ilustración y Despotismo ilustrado.

Voltaire en la corte de Federico II de Prusia, de Adolph von Menzel(reconstrucción historicista, de hacia


1850; el hecho representado sucedió cien años antes).

Antes incluso de que las transformaciones ligadas a la revolución industrial inglesa afectasen de forma
notable a otros países, el poder económico creciente de la burguesía chocaba en las sociedades de Antiguo
Régimen (casi todas las demás europeas, a excepción de los Países Bajos) con los privilegios de los
dos estamentos privilegiados que conservaban sus prerrogativas medievales (clero y nobleza).
La monarquía absoluta, como su precedente la monarquía autoritaria, ya había empezado a prescindir de
los aristócratas para el gobierno, llamando como ministros a miembros de la baja nobleza, letrados e incluso
gentes de la burguesía, como por ejemplo Jean-Baptiste Colbert, el ministro de finanzas de Luis XIV.
La crisis del Antiguo Régimen que se gesta durante el siglo XVIII fue haciendo a los burgueses cobrar
conciencia de su propio poder, y encontraron expresión ideológica en los ideales de la Ilustración,
divulgados notablemente con L'Encyclopédie (1751-1772). Con mayor o menor profundidad, varios
monarcas absolutos adoptaron algunas ideas del reformismo ilustrado (José II de Austria, Federico II de
Prusia, Carlos III de España), los llamados déspotas ilustrados a quienes se atribuyen distintas variantes
de la expresión todo por el pueblo, pero sin el pueblo.21 Lo insuficiente de estas tibias reformas quedaba
evidenciado cada vez que se mitigaban, postergaban o rechazaban las más radicales, que afectaban a
aspectos estructurales del sistema económico y social (desamortización, desvinculación, libertad de
mercado, supresión de fueros, privilegios, gremios, monopolios y aduanas interiores, igualdad legal);
mientras que las intocables cuestiones políticas, que implicarían el cuestionamiento de la misma esencia
del absolutismo, raramente se planteaban más allá de ejercicios teóricos. La resistencia de las estructuras
del Antiguo Régimen solamente podía vencerse con movimientos revolucionarios de base popular, que en
los territorios coloniales se expresaron en guerras de independencia.
En la ideología de estas revoluciones jugaron un papel importante dos nociones filosóficas y jurídicas
íntimamente vinculadas: la teoría de los derechos humanos y el constitucionalismo. La idea de que existen
ciertos derechos inherentes a los seres humanos es antigua (Ciceróno la escolástica), pero se asociaba al
orden supramundano. Los ilustrados (John Locke o Jean-Jacques Rousseau) defendieron la idea de que
dichos derechos humanos son inherentes a todos los seres humanos por igual, por el mero hecho de
ser seres racionales, y por ende ni son concesiones del Estado, ni se derivan de ninguna condición religiosa
(como la de ser "hijos de Dios"). La secularización de la política no implicaba necesariamente
el agnosticismo o el ateísmo de los ilustrados, muchos de los cuales eran sinceros cristianos, mientras otros
se identificaban con las posturas panteístas próximas a la masonería. El principio de tolerancia religiosa fue
defendido con vehemencia y compromiso personal por Voltaire, cuyo alejamiento de la Iglesia católica le
hizo ser el personaje más polémico de la época.
Estos derechos son "derechos naturales", se conciben como anteriores a la ley del Estado por oposición a
los "derechos positivos" consagrados por los distintos ordenamientos jurídicos. Los "derechos del hombre"
son recogidos en una Constitución ("derechos constitucionales") pero no creados por ella. Las
constituciones o las declaraciones de derechosexplícitamente declaran que tales derechos pertenecen al
hombre con carácter universal, y no en virtud de ningún hecho propio o ajeno, o por una condición particular
(nacionalidad, lugar o familia de nacimiento, religión, etc.). 22
Atribuyendo al Estado la inevitable tendencia a arrollar estos derechos (por la corrupción inherente al
ejercicio del poder), los ilustrados concibieron garantizar la libertad individuallimitándolo mediante una
"Constitución Política", prefiriendo el imperio de la ley al gobierno del rey. Aunque podían diferir sobre sus
preferencias en cuanto a la definición del sistema político, desde la mayor autoridad del rey hasta el principio
de separación de poderes (Montesquieu, El espíritu de las leyes, 1748) y, en su extremo, el principio
de voluntad general, soberanía nacional y soberanía popular (Jean Jacques Rousseau, El contrato social,
1762), entendían que debía regirse por una Ley Suprema que atendiera a las exigencias de la razón y que
proporcionara más felicidad pública (o más bien permitiera la búsqueda de la felicidad individual de cada
individuo). Tal constitución, en su interpretación más radical, debía ser generada por el pueblo y no por
la monarquía o el gobernante, ya que se trata de una expresión de la soberanía que reside en la nación y
en los ciudadanos (no en el monarca, como predicaban los defensores del absolutismo desde el siglo
XVII: Hobbes o Bossuet). Para garantizar el equilibrio de los poderes, el poder judicial habría de ser
independiente, y el legislativo ejercido por un parlamento que represente a la nación y sea elegido por el
pueblo, o al menos en su nombre, por un cuerpo electoral cuya representatividad podía entenderse más o
menos amplia o restringida. Estas formulaciones, basadas en la práctica del parlamentarismo británico
posterior a la Gloriosa Revolución de 1688, se convirtieron en el cuerpo doctrinal del liberalismo político.
Fue trascendental la influencia que sobre los teóricos políticos de la Ilustración tuvo ese ejemplo, reconocido
en los escritos de Voltaire o Montesquieu. También la Constitución de los Estados Unidos de
América (1787), está fuertemente imbuida en la tradición jurídica consuetudinaria británica. La opción por
una constitución escrita en vez de consuetudinaria se explica tanto por la influencia de la ideología de la
Ilustración en los constituyentes americanos como por el hecho de que el proceso jurídico británico se había
producido en el lapso de unos 600 años, mientras que su equivalente estadounidense se produjo en apenas
una década. El texto escrito se hizo indispensable para crear todo un nuevo sistema político desde la nada,
al contrario del caso británico, que había evolucionado con sucesivas adiciones y decantado con en el paso
de los siglos. Se plasmaba en el prestigio de varios textos legales (algunos medievales, como la Carta
Magna de 1215, otros modernos como el Bill of Rights de 1689), la jurisprudencia de tribunales con jueces
independientes y jurados y los usos políticos, que implicaban un equilibrio de poderes entre Corona y
Parlamento (elegido por circunscripciones desiguales y sufragio restringido), frente al que el Gobierno de
su Majestad respondía. Las primeras constituciones escritas en Europa fueron la polaca (3 de mayo de
1791)23 y la francesa (3 de septiembre de 1791). No obstante, el primer documento legal moderno de su
tipo (más bien un ejercicio teórico y utopista que no se aplicó) fue el Proyecto de Constitución para
Córcega que Jean Jacques Rousseauredactó para la efímera República Corsa (1755-1769).24 Las primeras
españolas aparecieron como consecuencia de la Guerra Peninsular: la redactada en Bayona por
los afrancesados (8 de julio de 1808) y la elaborada por sus rivales del bando patriota en las Cortes de
Cádiz (12 de marzo de 1812 llamada popularmente Pepa), tomada como modelo por otras en Europa. En
Hispanoamérica las primeras constituciones fueron creadas entre 1811 y 1812, como consecuencia
del movimiento juntista, que fue la primera fase del movimiento independentista
hispanoamericano provocando las guerras coloniales. El Congreso de Angostura, con la inspiración
de Simón Bolívar, redactó la Constitución de Cúcuta (o de la Gran Colombia que incluía las actuales
Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela) en 1819 y que el Congreso de Cúcuta terminaría proclamando
de forma oficial en 1821. Todos estos movimientos formarían parte de lo que se conocería
como revoluciones atlánticas o ciclo atlántico.
Independencia de los Estados Unidos[editar]
The tree of liberty must be refreshed from time to time with the blood of patriots and tyrants
El árbol de la libertad debe ser regado de vez en cuando con sangre de patriotas y tiranos.
Thomas Jefferson, 1787.25

Artículos principales: Revolución de las Trece Colonias y Guerra de Independencia de los Estados Unidos.
La primera página de la Constitución de los Estados Unidos de América (17 de septiembre de 1787)
comienza con el célebre We the People ("Nosotros, el Pueblo"), que define el sujeto de la soberanía. El
precedente inmediato había sido, además de la Declaración de Independencia, la Declaración de Derechos
de Virginia (12 de junio de 1776). En los diez años siguientes, las primeras enmiendas conformaron lo que
se denominó Carta de Derechos(1789). Desde entonces ha sido profusamente enmendada.

Los ingleses se habían instalado en las Trece Colonias de la costa noroccidental americana desde el siglo
XVII. Durante la gran guerra colonial entre Reino Unido y Francia (1756-1763), y que fue correlato
americano de la Guerra de los Siete Años europea, los colonos estadounidenses cobraron conciencia de
hasta qué punto sus intereses eran divergentes de los de la metrópolis (imposibilidad de recibir un trato
equilibrado, o de ascender en el ejército), así como de los límites de la capacidad de esta y de su propio
poder. En los años siguientes, ante apremiantes necesidades fiscales, se intentó incrementar la extracción
de recursos de las colonias imponiendo tasas sin ningún tipo de control local ni representación en su
discusión. Tras el enfriamiento progresivo de relaciones, los colonos y los casacas rojas (las tropas
británicas, llamadas así por el color de su uniforme) tuvieron las primeras refriegas en incidentes menores
cuya importancia se magnificaba convirtiéndolos en simbólicos (masacre de Boston, 1770; motín del té,
1773; batallas de Lexington y Concord, 1775). En 1776, en un Congreso Continental reunido en la ciudad
de Filadelfia, representantes enviados por los parlamentos locales de las Trece Colonias proclamaron la
independencia. La guerra, liderada por George Washington en el lado colonial, que recibió el apoyo
internacional de España y Francia, terminó con la completa derrota de los británicos en la batalla de
Yorktown (1781). En el Tratado de París de 1783 se reconoció por el Imperio británico la independencia de
los Estados Unidos.
Durante los primeros años hubo dudas entre los padres fundadores sobre si las Trece Colonias seguirían
cada una su camino como otras tantas naciones independientes, o si formarían una única nación. En un
nuevo congreso celebrado otra vez en Filadelfia (1787), acordaron finalmente una solución intermedia,
conformando un estado federal con una compleja repartición de funciones entre la Federación y los estados
miembros, bajo el mandato de una única carta fundamental: la Constitución de 1787. La Federación,
denominada Estados Unidos de América, se inspiró para su creación y para la redacción de su carta magna
(sobre todo de las numerosas enmiendas que hubo que añadir progresivamente a los siete artículos
iniciales) en los principios fundamentales promovidos por la Ilustración, además de en la práctica política
del autogobierno local experimentado durante más de un siglo, e incluso en el ejemplo de un peculiar
sistema político indígena americano (la Confederación Iroquesa).26 El sistema político se basó en un
fuerte individualismo y en el respeto a los derechos humanos (aunque en su cultura política se expresaron
como derechos civiles), entre los que destacaban las mayores garantías nunca existentes en ningún
ordenamiento jurídico anterior a la neutralidad del estado en cuestiones propias de la vida privada y al
respeto a las libertades públicas (conciencia, expresión, prensa, reunión y participación política, posesión
de armas) y concretamente a la propiedad privada como vehículo para la búsqueda de la felicidad (Life,
liberty and the pursuit of happiness).27 La construcción de la democracia, en muchas de sus implicaciones,
como el sufragio universal, no fue de rápida consecución, especialmente en cuanto a los problemas de la
esclavitud, que diferenciaba a los estados del norte y el sur; y la relación con las naciones indígenas, por
cuyos territorios se expandieron. Las nociones de república e independencia pasaron a ser dos referentes
simbólicos de la nueva nación, y durante mucho tiempo, características casi exclusivas frente al resto del
mundo.

Jean-Jacques Rousseau (Quentin de la Tour, 1753) es el padre intelectual de las revoluciones de finales
del siglo XVIII. Ve en la sociedad corrupta del Antiguo Régimen menos valores que en el buen
salvaje (avanzado en su Discours sur les Sciences et les Arts -"Discurso sobre las Ciencias y las Artes"- y
popularizado con la novela Emilio). Su doctrina de Contrato social, basado en ese concepto de bondad
natural del hombre, llevará a la búsqueda de la soberanía nacional, y más adelante, de la democracia, pero
también está en el origen intelectual del estado uniformador y totalitario de las dictaduras del siglo XX.

Presentación al Congreso Continental por la comisión de los "cinco hombres"de la propuesta


de Declaración de Independencia de los Estados Unidos(4 de julio de 1776). Aparecen entre otros Thomas
Jefferson, Benjamin Franklin y John Adams (Cuadro de John Trumbull, 1817).28 En este texto se aplicaron
los valores de la Ilustración a la construcción del primer sistema político contemporáneo. La recepción de
esta experiencia en Europa, principalmente en Francia, fue una mezcla de simpatía y paternalismo: el mito
del buen salvaje contribuyó a ello, y también la habilidad diplomática del propio Franklin, embajador en
París. Los estadounidenses se presentaron a sí mismos como resistentes a la tiranía, con referencias
neoclásicas a la antigua República Romana, de la que se verán herederos de allí en adelante (Nueva
Roma)

El general y primer presidente George Washington despide al noble francés y también general Marqués
de La Fayette (1784). Al frente de tropas de la monarquía francesa había apoyado la independencia de las
Trece Colonias frente a Inglaterra, al igual que hizo el gobernador de Luisiana Bernardo de Gálvez y
Madrid con tropas de la monarquía española, en un ajuste de cuentas de la anterior Guerra de los Siete
Años. La Fayette, influido por su experiencia americana, fue partidario de las reformas moderadas y de
una monarquía constitucional durante la posteriores acontecimientos revolucionarios en Francia.

El británico Thomas Paine tuvo una trayectoria vital ligada a las revoluciones americana y francesa.
Expulsado de Inglaterra, también tuvo problemas con el régimen terrorista de Robespierre, y acabó su vida
en suelo norteamericano. Fue autor de tres importantes libros: el liberal Common Sense (El sentido común)
donde defiende la independencia de Estados Unidos, el polemista The Rights of Man (Los derechos del
hombre) respondiendo al ataque a los excesos revolucionarios de Francia de Edmund Burke (quien, por el
contrario, había defendido la americana, aunque con argumentos más conservadores que los radicales de
Paine); y el anticlerical y volteriano The Age of Reason (La edad de la razón).
Revolución francesa e Imperio napoleónico[editar]
Artículo principal: Revolución francesa

Muerte de Marat, por Jacques-Louis David. La mayor parte de los personajes de la Revolución francesa
tuvieron trágicos finales.

Qu'est-ce que le tiers état? Tout. Qu'a-t-il été jusqu'à présent dans l’ordre politique? Rien. Que demande-t-
il? À y devenir quelque chose.
¿Qué es el tercer estado? Todo. ¿Qué ha sido hasta el presente en el orden político? Nada. ¿Qué
demanda? Llegar a ser algo.
Emmanuel Joseph Sieyès, ¿Qué es el tercer estado?, 1789.

Francia había apoyado activamente a las Trece Colonias contra el Reino Unido, con tropas comandadas
por el Marqués de La Fayette; pero aunque la intervención fue exitosa militarmente, le costó cara a la
monarquía francesa, y no solo en términos monetarios. Sumada a la deuda cuyos intereses ya se llevaban
la mayor parte del presupuesto, y en medio de una crisis económica, llevó a la monarquía al borde de la
quiebra financiera. Las deposiciones sucesivas de Calonne, Turgot y Necker, los ministros que proponían
reformas más profundas, hicieron al gobierno de Luis XVI aún más impopular. El rey, sin apoyo entre la
aristocracia que controlaba las instituciones (negativa de la Asamblea de notables de 1787), aceptó como
mejor salida convocar a los Estados Generales, parlamento de origen medieval en el que estaban
representados los tres estamentos, y que no se reunía desde hacía más de cien años. Durante la elección
de los diputados, se habían de redactar cuadernos de quejas, peticiones que representaban el pulso de la
opinión de cada parte del país. Siguiendo el argumentario ilustrado, las del Tercer Estado (el pueblo llano o
los no privilegiados, cuyo portavoz era la burguesía urbana) pedían que los estamentos
privilegiados (clero y nobleza) pagaran impuestos como el resto de los súbditos de la corona francesa, entre
otras profundas transformaciones sociales, económicas y políticas. Una vez reunidos, no hubo acuerdo
sobre el sistema de votación (el tradicional, por brazos, daba un voto a cada uno, mientras que el individual
favorecía al Tercer Estado, que había obtenido previamente la convocatoria de un número mayor de estos).
Finalmente, los diputados del Tercer Estado, a los que se sumaron un buen número de nobles y
eclesiásticos próximos ideológicamente a ellos, se reunió por separado para formar una
autodenominada Asamblea Nacional.
El 14 de julio de 1789 el pueblo de París, en un movimiento espontáneo, tomó la fortaleza de La Bastilla,
símbolo de la autoridad real. El rey, sorprendido por los acontecimientos, hizo concesiones a los
revolucionarios, que tras la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano y la eliminación de las
cargas feudales, en lo relativo a la forma de gobierno solo aspiraban a establecer una monarquía limitada
como la británica, pero con una Constitución escrita. La Constitución de 1791 confería el poder a
una Asamblea Legislativa que quedó en manos de los más radicales (los miembros de la Constituyente
aceptaron no poder ser reelegidos) y profundizó las transformaciones revolucionarias. Tras el intento de
fuga del rey, este quedó prisionero, y en 1792 la Francia revolucionaria hubo de rechazar la invasión de
una coalición de potencias europeas, decididas a aplastar el movimiento revolucionario antes de que el
ejemplo se contagiase a sus territorios. La eficacia del ejército revolucionario, motivado por el patriotismo
(La Marsellesa, La patrie en danger -La patria en peligro-, Levée en masse -Leva en masa-29) y la defensa
de lo conquistado por el pueblo, frente a los desmotivados ejércitos mercenarios, cuyos oficiales no lo eran
por mérito, sino por nobleza, demostró ser suficiente para la victoria. En el interior, la revuelta del 10 de
agosto de 1792, protagonizada por los sans culottes (la plebe urbana de París) forzó a la Asamblea a
sustituir al rey por un Consejo provisional y convocar elecciones por sufragio universal a una Convención
Nacional, que dominaron los jacobinos. Su política de supresión de toda oposición, el llamado Terror (1793-
1795), eliminó físicamente a la oposición contrarrevolucionaria (muy fuerte en algunas zonas, como
la Vendée) así como a los elementos revolucionarios más moderados (girondinos), mientras los que
pudieron huir (nobles y clérigos refractarios, que no habían aceptado jurar la constitución civil del clero)
salían al exilio. Se estableció un régimen político republicano, que transformó incluso el calendario,
establecía un sistema de precios y salarios máximos (ley del máximum general) y controlaba todos los
aspectos de la vida pública mediante el Comité de Salud Pública dirigido por Robespierre. El número de
ejecuciones, por el igualitario método de la guillotina fue muy alto, e incluyó al rey y a la reina, así como a
varios de los propios jacobinos, como Danton, y a un gran científico, Lavoisier (en ocasión de su condena,
se dijo: la revolución no necesita sabios). Un golpe de estado (conocido como reacción thermidoriana, por
el nombre en el nuevo calendario del mes en que se produjo) acabó físicamente con Robespierre y su
régimen e instauró un sistema mucho más moderado, del gusto de la burguesía: el Directorio (1795-1799).
Modelo de proceso revolucionario[editar]
La Revolución francesa asentó así un modelo de proceso revolucionario dividido en fases: iniciada con
una revuelta de los privilegiados, pasa por una fase moderada y una fase radical o exaltada para acabar
con una reacción que propicia la plasmación de un poder personal. Las expresiones, comunes en la
historiografía, destacan por su similitud con las fases en que se dividió la Revolución rusa. Georges
Lefebvre señala tres fases en la primera parte de la revolución: aristocrática, burguesa y popular. Para Karl
Marx (en su estudio comparativo que tituló El 18 Brumario de Luis Bonaparte), el proceso de la revolución
de 1789 fue ascendente, mientras que el de la de 1848 fue descendente.30
Para Hannah Arendt, mientras que la Independencia de los Estados Unidos sería un modelo de revolución
política, y de ahí su continuidad, la Revolución francesa sería un modelo de revolución social, y de ahí su
fracaso, como el de las revoluciones que siguen su modelo (especialmente la rusa); pues (como planteaba
ya Alexis de Tocqueville) los logros políticos de la libertad y la democracia solamente se consolidan cuando
son el resultado de procesos sociales y económicos anteriores, y no cuando se plantean como requisitos
previos para conseguir estos.31
La analogía entre los periodos de la historia de Roma (Monarquía-República-Imperio) y los mucho más
efímeros de la Revolución de 1789 (repetidos en la evolución posterior de la historia de Estados Unidos)32
no dejó de ser tenida en cuenta por los propios contemporáneos, que no solo se inspiraban en la antigüedad
grecorromana para el arte neoclásico, sino también para su sistema político y sus símbolos (gorro
frigio, fasces, águila romana, etc.).
Napoleón Bonaparte[editar]
Artículo principal: Napoleón Bonaparte
En ese contexto se inició la carrera de Napoleón Bonaparte, un militar proveniente de una oscura familia de
provincias que nunca hubiera conseguido ascender en el ejército de la monarquía, y que se convirtió en un
héroe popular por sus campañas en Italia33 y en Egipto y Siria. En 1799 se sumó al Golpe de Estado del 18
de brumario (nombrado por la fecha en que se llevó a cabo el golpe según el calendario republicano francés)
que derribó al Directorio e instauró el Consulado, del que fue nombrado primer cónsul para, en 1804,
proclamarse Emperador de los franceses (no de Francia, en una sutil diferenciación con el régimen
monárquico que pretendía mantener los ideales republicanos y de la revolución). En sus años en el poder
(hasta 1814, y luego el breve periodo de los cien días de 1815), Napoleón consiguió dejar un extenso
legado. Consciente de que no podía retomar el Derecho del Antiguo Régimen, pero sumergido en el
marasmo de la atropellada y caótica legislación revolucionaria, dio la orden de compendiar todo ese legado
jurídico en cuerpos legales manejables. Nació así el Código Civil de Francia o Código Napoleónico,
inspiración para todos los demás estados liberales, y que contribuyó a propagar la Revolución en cuanto
superestructura jurídica que expresaba la sociedad burguesa-capitalista. Le siguieron después un Código
de Comercio, un Código Penal y un Código de Instrucción Criminal, este último antecedente del derecho
procesal moderno. Emprendió una serie de reformas administrativas y tributarias, que eliminaron privilegios
y fueros territoriales a favor de una nación unitaria y centralizada, que concebía como un Estado de
Derecho (en sus propias palabras: el hombre más poderoso de Francia es el juez de instrucción). Para
sustituir a la antigua nobleza creó la Legión de Honor, la más alta distinción del Estado, que reconocía no
el privilegio de cuna o la riqueza, sino el mérito personal. Su círculo de confianza, compuesto por parientes
como sus hermanos José o Jerónimo, y generales como Joaquín Murat o Carlos XIV Juan de Berbadotte,
terminaron ocupando tronos europeos. Frente a la descristianización emprendida en El Terror, aprovechó
la sumisión del papado para la firma de un Concordato que ponía el clero bajo control estatal, pero
garantizaba la continuidad del catolicismo como religión de Francia, pretendiendo simbolizar con ello
la reconciliación de los franceses.34 El régimen político, jurídico e institucional napoleónico, reconducción
en un sentido autoritario de los ideales revolucionarios de 1789, se transformó en modelo para muchos
otros por todo el mundo.

Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, 26 de agosto de 1789. Con una voluntad
universalista e ilustrada, supuso una invitación a la extensión de las ideas revolucionarias a las demás
naciones.

Ejecución de Luis XVI, 21 de enero de 1793. La ejecución por su pueblo de un rey que según todo el ideario
político de su tiempo, tenía poderes absolutos, causó un impacto enorme, ya con todas las monarquías
europeas solidarizaron en guerra contra la Revolución.

Napoleón cruzando los Alpes(Jacques-Louis David, 1801). Hijo de la Revolución, de ideario igualitarista
(se dice que ponía en la mochila de cada soldado el bastón de mariscal), plasmó los ideales revolucionarios
en una nueva institucionalidad política, administrativa y jurídica.

El tres de mayo de 1808 en Madrid, por Goya. La lucha entre las fuerzas napoleónicas y los defensores
del Antiguo Régimen obligó a los pueblos europeos a tomar partido no solo militar, sino también ideológico,
e ingresar así a la Edad Contemporánea.
Movimiento independentista en América Latina[editar]
Rebelión de esclavos en Haití[editar]
Artículo principal: Revolución haitiana

Toussaint-Louverture, líder de la revolución haitiana, la única basada en la rebelión de los esclavos negros.

Con una represión cada vez mayor hacia los mulatos y negros en la colonia francesa de Saint-Domingue,
empezó a darse las primeras insurrecciones entre 1748 y 1790. El 14 de agosto de 1791, se celebró la
ceremonia de Bois Caïman, organizada por el sacerdote vudú Dutty Boukman, que termina con la orden de
levantarse de forma organizada. Esto provocó que pocos días después comenzaran una sangrienta
masacre en el norte de la isla. A la muerte de Boukman en noviembre del mismo año, se da la abolición de
la esclavitud en 1792 por Léger-Félicité Sonthonax, en parte debido a la búsqueda de aliados para combatir
contra las tropas españolas y británicas.
Con la llegada del general Toussaint Louverture al mando de un puñado de soldados, logró retener a las
tropas británicas e invadir la parte española de la isla, consiguiendo el poder de la colonia. Esto llevó a que
Napoleón enviara a 20.000 efectivos encabezados por Charles Leclerca restablecer su dominio en la isla
(1801). Toussaint respondió a la reconquista francesa con la quema de tierra y empezando una guerra de
guerrillas. En 1802, el revolucionario le ofrece su capitulación con la condición de quedar libre y de que sus
tropas se integraran en el Ejército francés. Leclerc logra capturar a Toussaint y lo envía a Francia para ser
aprisionado. Pese a que este fue capturado, Jean-Jacques Dessalinesdirigió la rebelión, iniciando una
ofensiva que termina con la decisiva batalla de Vertières (1803), cuya victoria termina con la proclamación
de la independencia del país (1804), proclamándose como el Imperio de Haití y declarando a Dessalines
como Jacques I de Haití.
Brasil: de colonia a Imperio independiente[editar]
Artículo principal: Independencia de Brasil
Después del exilio de la Corte portuguesa por la invasión de las tropas francesas dirigidas por Napoleón
I (1807), estableciéndose en Río de Janeiro, Juan VI, en reemplazo de su madre incapacita María I, decidió
elevar a Brasil de colonia a reino (1808), formándose el Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve (1815).
En 1820, cuando estalla la Revolución liberal en Portugal, las Cortes portuguesas obligan a la familia real
portuguesa a regresar a Lisboa. Sin embargo, antes de salir, el rey Juan VI nombra a su hijo mayor, Pedro
de Alcántara Bragança, conocido como Pedro IV, como príncipe regente de Brasil (1821). Las Cortes
portuguesas intentaron transformar a Brasil en una colonia una vez más, privándolo de los derechos que
poseía desde 1808, lo que hizo que los brasileños se rehusaran a eso. El principal líder de la oficial
portuguesa, el general Jorge Avilés, obligó al príncipe a renunciar, por lo que se negó a hacerlo por su
posición a favor de la causa brasileña. Después de la decisión de Pedro a desafiar a las Cortes, cerca de
dos mil hombres dirigidos por el mismísimo Jorge Avilés se amotinaron antes de centrarse en el Monte
Castelo, que pronto fue rodeado por 10.000 brasileños armados, dirigidos por la Guardia Real de la Policía.
Los liberales radicales se mantuvieron activos: por iniciativa de Joaquim Gonçalves Ledo, fue dirigida una
representación a Pedro para exponerle la conveniencia de convocar a una Asamblea Constituyente. El
príncipe decretó su convocatoria el 13 de junio de 1822. La presión popular llevaría la convocatoria
adelante. José Bonifácio resistió a la idea de convocar a la Constituyente, pero fue obligado a aceptarla.
Intentó desacreditarla, proponiendo elecciones directas, lo que acabó prevaleciendo contra de la voluntad
de los liberales radicales, que defendían la elección indirecta. Después de esto, José Bonifácio fue
nombrado Ministro de Asuntos Exteriores del Reino. Bonifácio estableció una relación amistosa con Pedro,
que comenzó a considerar al experimentado estadista como su mayor aliado.
Pedro partió a São Paulo para asegurarse la lealtad de la provincia a la causa brasileña. Llegó a su capital el
25 de agosto y permaneció allí hasta el 5 de septiembre. Cuando regresó a Río de Janeiro el 7 de
septiembre, recibió dos cartas, una de José Bonifácio, que aconsejaba a Don Pedro a romper con
la metrópoli, y otra de su esposa, María Leopoldina, que apoyaba la proclamación de independencia. El
príncipe se enteró de que las Cortes habían anulado todos los actos del gabinete y retirado el poder restante
que todavía tenía. Pedro se volvió hacia sus compañeros y con la frase de «¡Independencia o muerte!»
(evento conocido como Grito de Ipiranga), rompió los lazos políticos con Portugal.
Esa misma noche, Pedro y sus compañeros propagaron la noticia de la independencia brasileña de
Portugal. El príncipe fue recibido con gran celebración popular. La separación oficial recién ocurriría el 22
de septiembre de 1822 en una carta escrita por Pedro a Juan VI. En ella, Pedro todavía se llamaba a sí
mismo Príncipe regente y su padre lo consideraba como Rey del Brasil independiente. El 12 de octubre de
1822 en el Campo de Santana, el príncipe Pedro fue aclamado como Pedro I, emperador constitucional y
Defensor Perpetuo de Brasil. Asimismo, fue el inicio del reinado de Pedro y del Imperio de Brasil.
Consolidado el proceso en la región sudeste de Brasil, la independencia de las otras regiones de la América
portuguesa fue conquistada con relativa rapidez. Contribuyó a este apoyo diplomático y financiero de Gran
Bretaña. Sin un ejército y sin una Armada, se hizo necesario reclutar mercenarios y oficiales extranjeros.
Así se ahogó la fortaleza portuguesa en la provincia de Bahía, en Maranhão, en Piauí y en Pará. El proceso
militar se completó en 1823, dejando adelante la negociación diplomática del reconocimiento de la
independencia de las monarquías europeas. Brasil negoció con Gran Bretaña y accedió a pagar una
indemnización de 2 millones de libras esterlinas a Portugal en un acuerdo conocido como el Tratado de Río
de Janeiro. Y así la independencia brasileña se mantuvo definitivamente.

Pedro I, primer emperador del Imperio de Brasil.

José Bonifácio, una de las figuras más importantes durante el proceso de independencia brasileña.
Independencia Hispanoamericana[editar]
Artículo principal: Guerras de Independencia Hispanoamericanas

En color azul, los territorios independizados; en rojo, los recuperados.

La parte de América sometida desde el siglo XVI al dominio colonial español y que entre el siglo XVII y
comienzos del XVIII había pasado por una situación crítica de descontrol externo (piratería, contrabando
generalizado e intervención de otras potencias europeas, destacadamente Inglaterra) mientras se asentaba
un cierto autogobierno local en cuestiones internas; para mediados del siglo XVIII ya se había estabilizado.
La estructura social era la de una pirámide de castas en la que, por encima de la gran mayoría de indígenas,
mestizos, mulatos y negros (cuya opinión no contaba, y tampoco contó en el proceso de independencia),
se alzaba una próspera clase de hacendados y mercaderes españoles nacidos en Hispanoamérica
(los criollos), que cada vez soportaba peor las numerosas trabas administrativas, legales, burocráticas o
mercantiles impuestas por la metrópolis (como la alcabala), y la práctica que reservaba comúnmente los
altos cargos a peninsulares nombrados en la lejana Corte. Los criollos buscaban no tanto emanciparse
como cambiar en su beneficio las relaciones de poder; solo una minoría ideologizada de exaltado, buena
parte agrupados en logias masónicas como la Logia Lautarina, tenían la independencia como uno de sus
propósitos. Las reformas ilustradas que desde Carlos III fueron relajando el monopolio comercial de
Cádiz en beneficio de otros puertos peninsulares o de países neutrales (Decretos de libertad de comercio
con las colonias americanas, 1765, 1778 y 1797), no fueron consideradas suficientemente atractivas. Otras
propuestas más radicales, que pretendían una reestructuración del sistema virreinal dotando a los
virreinatos americanos de cierto grado de autonomía, no fueron tenidos en cuenta por las estructuras de
poder de la monarquía. Las numerosas expediciones científicas que durante el siglo XVIII recorrieron el
continente con el objetivo de aumentar control sobre el territorio a partir del conocimiento no tuvieron el
resultado deseado.
La independencia no se inició a partir de rebeliones indigenistas, como la promovida por Túpac Amaru II en
Perú (1780-1782); sino que el desencadenante del proceso fue el cautiverio de Fernando VII al inicio de
la Guerra de Independencia Española (1808). Napoleón Bonaparte envió emisarios a Hispanoamérica para
exigir el reconocimiento de su hermano José I Bonaparte como rey de España después de las Abdicaciones
de Bayona. Las autoridades locales se negaron a someterse, por razones tanto externas como internas.
Externamente era evidente la debilidad de la posición francesa en ese continente (fracasos de Napoleón
en retener la Luisiana, vendida a Estados Unidos en 1803, y Haití, independizado en 1804) frente a la más
efectiva presencia británica (invasiones inglesas en el Río de la Plata, 1806-1807) que gracias a su
predominio naval y económico, y a la habilidad con que dosificó su apoyo político a las nuevas repúblicas,
terminó convirtiéndose en la potencia neocolonial de toda la zona, y de hecho el principal beneficiario de la
disgregación del Imperio español. Internamente existía la presión de una movilización popular muy similar
a la que simultáneamente estaba produciéndose en la Península, a la que se añadía en este caso el
sentimiento independentista (primero minoritario pero cada vez más extendido entre los criollos).
El movimiento juntista, en nombre del rey cautivo o invocando el poder nacional soberano (en consonancia
con la ideología liberal) organizó Juntas de Gobierno convocadas en cada capital
de gobernación o virreinato, aprovechando la ocasión para introducir reformas económicas, incluyendo
la libertad de comercio o la libertad de vientres. Las Juntas americanas no tuvieron una integración, como
sí las peninsulares, en las nuevas instituciones que se formaron en Cádiz (Regencia y Cortes de Cádiz), y
las autoridades enviadas por estas para restablecer la normalidad institucional en América no fueron
recibidas con normalidad. Los elementos más fidelistas o realistas se enfrentaron a los juntistas, mediante
maniobras políticas (arresto del virrey Iturrigaray en México) o incluso abiertamente y por mano militar
(enfrentamiento entre Francisco de Miranda y Domingo de Monteverde en Venezuela o José Gervasio
Artigas y Francisco Javier de Elío en la Banda Oriental), sobre todo tras la victoria del bando patriota en
la Guerra de Independencia Española, que trajo como consecuencia la reposición en el trono de Fernando
VII (1814). En consonancia con la política de restauración absolutista emprendida en la Península, se inició
una movilización militar para abatir el movimiento insurgente de las colonias, cada vez más emancipadas
de hecho. Los patriotas hispanoamericanos quedaron definitivamente abocados a luchar inequívocamente
por la independencia, al ser evidente que tanto la libertad política como la económica estaba vinculada a
ella y no podría conseguirse como concesión del gobierno absolutista de Fernando VII. Se formaron
ejércitos, y en campañas militares de varios años, los caudillos libertadores consiguieron acabar con la
presencia española en el continente, muy debilitada y no eficazmente renovada (el cuerpo expedicionario
reunido en Cádiz en 1820 no embarcó a su destino, sino que se utilizó por el militar liberal Rafael de
Riego para forzar al rey a someterse a la Constitución durante el llamado trienio liberal). La independencia
hispanoamericana fue así, a la vez, tanto una de las principales consecuencias como una de las principales
causas de la crisis final del Antiguo Régimen en España.35
La Revolución de Mayo (1810) derrocó al último virrey en las actuales Argentina y Uruguay (que se unió a
la revolución con el Grito de Asencio, 1811), y en plena guerra, se declara independiente (1816). Más tarde
y a pesar de no tener el apoyo del gobierno de Buenos Aires, José de San Martín invadió Chile a través
del Cuyo (1817), y desde allí, con el apoyo del gobierno de Bernardo O'Higgins, se embarcó rumbo
a Perú (1820), para conectar con las fuerzas dirigidas por Simón Bolívar. Bolívar había desarrollado
previamente exitosas campañas (batallas de Carabobo, 1814 y Boyacá, 1819) por la zona que pasó a
denominarse Gran Colombia (conformadas por las actuales Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá);
aunque no logró el triunfo decisivo hasta que uno de sus lugartenientes, el Mariscal José de Sucre derrotó
al último bastión realista enclavado en la zona de Perú y Bolivia(denominada así en su honor) en las batallas
de Pichincha (1822) y Ayacucho (1824). Paralelamente, en México se desarrolló un movimiento
revolucionario propio, que con el debatido Grito de Dolores, llevó a la proclamación de la independencia
por Agustín de Iturbide, nombrado Emperador (1821), título derivado de la posibilidad, ofrecida a Fernando
VII y rechazada por este, de restablecer la monarquía española en América del Norte de una manera
pactada, con un título imperial y sin competencias efectivas. También San Martín había propuesto una
solución semejante (cuyo título hubiese derivado en un descendiente inca con la propuesta rioplatense
del Plan del Inca), a la que renunció ante la radical oposición de Bolívar, firme partidario del republicanismo y
de la total desvinculación de cualquier lazo con España (Entrevista de Guayaquil, 26 de julio de 1822).36
A pesar de los ideales panamericanos de Simón Bolívar, que aspiraba a reunir a todas las repúblicas a
semejanza de las Trece Colonias, estas no solo no se reunieron, sino que siguieron disgregándose. La
Gran Colombia se disolvió en 1830 por separación de Venezuela y Ecuador, quedando formado
la República de la Nueva Granada. Por su parte Uruguay, provincia oriental de las Provincias Unidas del
Río de la Plata y provincia Cisplatina durante la ocupación luso-brasileña, se independizó de su núcleo
central, Argentina y del Imperio del Brasil en 1828 (Convención Preliminar de Paz), quedando consolidado
en 1830. La independencia de Bolivia lo desvinculó tanto de Argentina, que previamente había aceptado
la no incorporación de Potosí, que estaba prevista, y de Perú al declararse la República de Bolívar (1825).
Años después, en un intento por crear una Confederación Perú-Boliviana (1836-1839), terminó con
su derrota militar a manos de las tropas chilenas y de restauradores peruanos. Las Provincias Unidas del
Centro de América(independizadas pacíficamente de España en 1821, anexadas a México en 1822)
se independizaron del Primer Imperio mexicano al transformarse este en república (1823) para formar
una República Federal de Centroamérica, que a su vez se disolvió entre 1838 y 1840, años después de
la guerra civil de 1826-1829. El Haití Español (actual República Dominicana), independizado en 1821 y que
pretendía quedar incorporada a la Gran Colombia, terminó anexada por fuerzas haitianas en
1822, independizándose de Haití en 1844. Paraguay, que había iniciado su andadura independiente en
1811 sin oposición efectiva tras fracasar el intento rioplatense de incorporarlo (Tratado confederal entre las
juntas de Asunción y Buenos Aires, 1811), permaneció ajeno a esas unificaciones y divisiones, al igual que
Chile.
El republicanismo hispanoamericano no construyó opciones políticas democráticas, y la igualdad se veía
(en términos similares a los de Tocqueville) como una amenaza al equilibrio social de una ciudadanía en
precaria construcción. Las luchas internas entre federalistas y centralistas caracterizaron las primeras
décadas del siglo XIX, seguidas por las que dividieron a liberales y conservadores.37

El cura Hidalgo, precursor de la independencia de México.

Simón Bolívar, el más decisivo de los libertadores en Hispanoamérica.


José de San Martín, desde Argentina ejerció un papel de similar importancia.


Otros movimientos y ciclos revolucionarios[editar]
La denominada era de las revoluciones38 extendió el ejemplo estadounidense y francés. En algunos casos,
de forma simultánea a estas y con mayor o menor éxito, como ocurrió en algunas ciudades autónomas de
Europa (Lieja en 1791, por ejemplo). En la primera mitad del siglo XIX se han determinado una serie
de ciclos revolucionarios, denominados por el año de inicio (1820, 1830 y 1848).
Revolución de 1820[editar]
La Revolución de 1820 o ciclo mediterráneo se inició en España (la sublevación de Riego frente al cuerpo
expedicionario que iba a embarcarse para América, 1 de enero de 1820) y se extendió, por un lado a
Portugal, que en las llamadas Guerras Liberales -revolución de Oporto-, el 24 de agosto de 1820
se independiza de Brasil en una guerra civil en la que, al contrario que en el caso de la independencia
hispanoamericana, fue en la metrópoli donde los elementos más liberales controlaron la situación en
perjuicio de la rama más tradicionalista de la dinastía; y por otro a Italia donde sociedades secretas de tipo
masónico, como los carbonarios, inician levantamientos nacionalistas contra las monarquías austríaca en
el norte y borbónica en el sur, proponiendo la española Constitución de Cádiz como texto aplicable para sí
mismos. De un modo menos vinculado, también se sitúa cronológicamente próxima la sublevación de los
griegos iniciada en 1821, que se emanciparon del Imperio otomano con el decisivo apoyo de las potencias
europeas (principalmente Francia, Inglaterra y Rusia). Significativamente fueron las mismas potencias (con
la excepción de Inglaterra y la adición de Austria y Prusia) quienes protagonizaron activamente
la contrarrevolución para sofocar conjuntamente, mediante la Santa Alianza los brotes revolucionarios que
podían amenazar la continuidad de las monarquías absolutas, y lo siguieron haciendo hasta 1848.
Revolución de 1830[editar]
La revolución de 1830, iniciada con las tres gloriosas jornadas de París en que las barricadas llevan al trono
a Luis Felipe de Orleans, se extiende por el continente europeo con la independencia de Bélgica y
movimientos de menor éxito en Alemania, Italia y Polonia. En Inglaterra, en cambio, el inicio del movimiento
cartista opta por la estrategia reformista, que con sucesivas ampliaciones de la base electoral consiguió
aumentar lentamente la representatividad del sistema político, aunque el sufragio universal masculino no
se logró hasta el siglo XX. El doctrinarismo fue la ideología que exprese esa moderación del liberalismo.
Revolución de 1848. La "primavera de los pueblos" y el nacionalismo[editar]
Artículos principales: Nacionalismo y Revolución de 1848.
La era de la revolución se cerrará con la revolución de 1848 o primavera de los pueblos. Fue la más
generalizada por todo el continente (iniciada también en París y difundida por Italia y toda Europa Central
con una velocidad pasmosa, solo explicable por la revolución de los transportes y las comunicaciones), e
inicialmente la más exitosa (en pocos meses cayeron la mayor parte de los gobiernos afectados). Pero, en
realidad, estos movimientos revolucionarios no condujeron a la formación de regímenes de
carácter radical o democrático que lograran suficiente continuidad, y en la totalidad de los casos la situación
política se recondujo en poco tiempo hacia la moderación del gusto de la burguesía; en el caso de Francia,
después del Golpe de Estado de 1851 en la Segunda República (1848-1852) terminó con la constitución
del Segundo Imperio con Napoleón III (1852-1870).
A partir de este momento clave, localizado a mediados del siglo XIX y que Eric Hobsbawm denomina la era
del capital, las fuerzas históricas cambian de tendencia: la burguesía pasa de revolucionaria a conservadora
y el movimiento obrero comienza a organizarse; aunque sin duda los más capaces de movilizar a las
poblaciones serán los movimientos nacionalistas.
Revoluciones fuera de Europa[editar]
Fuera del mundo occidental, aunque no puede hablarse de movimientos revolucionarios desencadenados
por causas socioeconómicas similares (revolución burguesa), sí se suele a veces utilizar el
término revoluciones para designar a uno u otro de los diferentes
movimientos occidentalizadores o modernizadores que se implantaron con mayor o menor éxito en uno u
otro país, y que estaban inspirados de un modo más o menos lejano en la idea de progreso, la Ilustración o
alguna referencia más o menos explícita a alguno de los ideales de 1789. Generalmente, en ausencia de
base social, fueron promovidos desde el poder o círculos próximos a él, y explícitamente condenaban lo
que de desorden o desestabilización pudiera tener el término revolucionario: Era Meiji en Japón (1868), la
fallida Rebelión de los cipayos en India (1857), los denominados Jóvenes Otomanos y Jóvenes Turcos en
el Imperio otomano (1871 y 1908), rebeliones como la Taiping (1850) y de los bóxers (1900-1901) demostró
el descontento social que más tarde desencadenó el levantamiento de Wuchang en 1911 que abolió
el Imperio chino (Revolución de Xinhai), distintas iniciativas de reforma del Imperio ruso (como la abolición
de la servidumbre de 1861) etc.; y que llegaron cronológicamente hasta la Primera Guerra Mundial.
Reacción contra la Ilustración: el Romanticismo[editar]
Artículo principal: Romanticismo

La libertad guiando al pueblo, por Eugène Delacroix (1833).

El Romanticismo es la superación de la razón como método de conocimiento, en beneficio de la intuición y


el sentimiento compartido (endopatía). En lugar de al individuo sujeto de derechos universales, concibe a
las personas singulares, vinculadas en comunidades naturales: los pueblos (concepto cultural propio
del romanticismo alemán -volk, pueblo, y volkgeist, espíritu del pueblo-) y las naciones (tal como la
entendían los liberales franceses, la comunidad política basada en la voluntad). Si la Ilustración entendía
que la reunión de los hombres origina la sociedad, el romanticismo invierte los términos, negando la
existencia de un hombre en estado de naturaleza. Románticos son tanto el tradicionalismo reaccionario
como el nacionalismo revolucionario. Los primeros (Louis de Bonald, Joseph de Maistre) conciben el pueblo
como una realidad histórica, anclada en el pasado y cuyos miembros vivos no pueden decidir su destino ni
arrogarse derechos que no tienen, como tomar decisiones contra sus instituciones, costumbres y valores.
Los segundos (Giuseppe Mazzini) se atreven a cambiar el mundo y remover fronteras seculares con tal de
que incluyan a individuos de un único pueblo, que deberá ser soberano, independiente de cualquier
autoridad que no emane de él mismo y libre para decidir su destino.
El prerromanticismo había surgido en la segunda mitad del XVIII (Las desventuras del joven
Werther de Goethe, o la novela gótica de Horace Walpole), coincidiendo con el predominio
del neoclasicismo, de modo que aunque uno es reacción contra el otro, hay quien afirma que son dos fases
de un mismo movimiento intelectual.39 La revolución se identificó con las virtudes heroicas de la Antigüedad
clásica expresadas pictóricamente en el neoclasicismo de Jacques-Louis David (Juramento de los Horacios,
retratos de Napoleón).
La literatura del Romanticismo se llenó de tipos literarios atormentados por las pasiones, en lucha constante
contra una sociedad que se niega a dar libertad al individuo. Los ingleses Lord Byron, Percy Shelley y Mary
Shelley representaron el ideal romántico no solo en la literatura, sino en su tempestuosa vida y temprana
muerte. Otros autores románticos fueron el francés Victor Hugo (que provocó en el estreno de Hernani una
verdadera batalla campal entre los románticos y los clásicos), el ruso Aleksandr Pushkin, el
italiano Alessandro Manzoni, el español Mariano José de Larra o el estadounidense Edgar Allan Poe. La
exploración de las antiguas tradiciones populares (el folklore), produjo recopilaciones de cuentos como la
de los Hermanos Grimm, o la versión definitiva del ciclo mitológico de Finlandia en el moderno Kalevala.
Nacida de la evolución sombría de la última etapa de Francisco de Goya, la pintura romántica se inauguró
en Francia con el escándalo de La balsa de la Medusa (Théodore Géricault, 1822), debido no solo a su
técnica, sino porque fue interpretada como una metáfora del hundimiento de Francia bajo el gobierno
de Carlos X. La libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix proporcionó el emblema icónico de la
revolución. La música romántica, a partir de las últimas obras de Ludwig van Beethoven, se encuentra
en Héctor Berlioz, Nicolás Paganini, Fryderyk Chopin o Robert Schumann, que superaron las convenciones
del clasicismo musical con mayores libertades compositivas y acentuando los efectos musicales sobre la
forma. Giuseppe Verdi o Richard Wagner aprovecharon las enormes posibilidades de la música, y sobre
todo de la ópera como espectáculo total, para mover las emociones colectivas con el nacionalismo musical.
El idealismo racionalista e ilustrado del criticismo kantiano se verá conducido al romanticismo por el
denominado idealismo alemán de Fichte, Schelling y Hegel (quien identificará el espíritu absoluto con el
Estado prusiano). Su expresión en el derecho fue la Escuela histórica del Derecho de Friedrich Karl von
Savigny, quien propugnaba la necesidad de encontrar el verdadero Derecho Alemán, expurgando el a su
juicio extranjero e intruso Derecho Romano.
Equilibrio europeo[editar]
Artículos principales: Guerras Revolucionarias Francesas y Guerras Napoleónicas.
El equilibrio europeo buscado desde el Tratado de Westfalia (1648) hasta el Tratado de Utrecht (1714)
caracterizó las relaciones internacionales del siglo XVIII; superada la época de las hegemonías española
(1521-1648) y francesa (1648-1714). Mientras Inglaterra consolidaba su supremacía naval (que la permitió
adquirir una red de enclaves estratégicos en islas y puertos seguros en todos los océanos, además de su
penetración territorial en la India), en el continente europeo, del que prefería orgullosamente desentenderse
cuando le era posible, procuraba mantener el equilibrio entre los posibles bloques de potencias que
amenazaran con imponerse sobre los demás. El más obvio, formado por España, Francia y los reinos
italianos de la casa de Borbón (vinculados por los Pactos de Familia), no siempre fue efectivo. En Europa
Central, la rivalidad entre Austria y Prusia las neutralizó mutuamente; mientras que el ascenso del Imperio
ruso benefició a ambas en los denominados repartos de Polonia. El Imperio otomano, tras el fracaso
del segundo sitio de Viena(1683), dejó de ser una amenaza para Europa Central y a lo largo del siglo XVIII
pasó a convertirse en una potencia declinante (el hombre enfermo de Europa), que perdía paulatinamente
el control efectivo sobre sus provincias periféricas.

1748, la Europa del equilibrio posterior al Tratado de Utrecht.

1812, la Europa del bloqueo continental, máxima expansión del Imperio napoleónico.
Los conflictos más destacados que se produjeron en el continente europeo fueron la Guerra de Sucesión
Austriaca, la Guerra de Sucesión Polaca y la Guerra de los Siete Años(1756-1763). En las colonias de
ultramar, las guerras o las paces en Europa solo representaban un lejano marco para una competencia
constante, que solo en algunos casos encontró cauces diplomáticos restringidos y temporales (acuerdos
entre España y Portugal sobre el territorio de Misiones).
Guerras revolucionarias y guerras napoleónicas[editar]
La Revolución francesa fue vista por las monarquías (tanto absolutas como parlamentarias) como un foco
contagioso a extirpar, sobre todo tras el intento de fuga de Luis XVI (1791) y la llegada de los emigrados
que huían del Terror. El manifiesto de Brunswick (1792) desencadenó las guerras revolucionarias: hasta
1815, siete coaliciones fueron sucesivamente derrotadas por el ejército revolucionario francés, que impuso
una nueva forma de hacer la guerra: la guerra total, basada en la movilización nacional de ingentes masas
de hombres estimulados por el patriotismo que se desplazaban velozmente; y en la imposición de bloqueos
comerciales. Inicialmente Francia se limitó a defenderse, pero tras la batalla de Valmy (1792) pasó
decididamente a utilizar la guerra como un instrumento de expansión ideológica revolucionaria frente a
la reacción.
El ascenso de Napoleón Bonaparte desequilibró de forma definitiva el statu quo continental en beneficio de
una clara hegemonía francesa. En una década de guerras, desde la campaña de Italia (1796-1797) hasta
la formación de la Confederación del Rhin (1806), conquistó todos los pequeños burgos, señoríos y reinos
sobrevivientes en Alemania e Italia, y derrotó decisivamente a Austria (batalla de Austerlitz, 1805), que pasa
a ser aliada, como lo era ya España. Simultáneamente, la batalla de Trafalgar impidió el control hispano-
francés de los mares, necesario para la invasión a Inglaterra, que no pudo producirse. En 1807 se llegó a
un acuerdo con Rusia (Tratado de Tilsit) en lo que podía entenderse como un precedente de reparto de
Europa en dos esferas de influencia. Napoleón intentó destruir económicamente a Inglaterra con el bloqueo
continental, para impedir que los productos de la Revolución industrial no accedieran al continente; pero los
puntos débiles del proyecto estaban uno en cada extremo de Europa: Portugal (opuesta desde el comienzo)
y Rusia (que reabrió sus puertos en 1810). La invasión de Portugal se convirtió en una prolongada
ocupación militar en España (Guerra de Independencia Española o Guerra Peninsular, 1808-1814) con un
alto coste. La campaña de Rusia de 1812 fue todavía más desastrosa pues, aunque se ocupó Moscú, las
imposibilidad de mantener las líneas de abastecimiento obligaron a una retirada en penosísimas
condiciones y jalonada de derrotas (batalla de Leipzig, 1813) que condujeron a la abdicación del Emperador,
que aceptó retirarse a la Isla de Elba (1814) mientras el trono de Francia era ocupado por Luis XVIII,
hermano del rey guillotinado en 1793.

Negociaciones del Congreso de Viena (Jean-Baptiste Isabey, 1819).

Congreso de Viena[editar]
Artículos principales: Congreso de Viena y Europa de la Restauración.
El equilibrio europeo se procuró restablecer con criterios legitimistas en el Congreso de Viena (1815),
reponiendo a los monarcas de las casas tradicionales en sus tronos, aunque el statu quo anterior a 1789
nunca se recuperó. Incluso la vuelta de los Borbones al trono de París se vio amenazada durante los cien
días de 1815 en que Napoleón retomó el mando e intentó desafiar de nuevo a las potencias coaligadas en
la batalla de Waterloo, que supuso su derrota final y su confinamiento en la isla de Santa Elena. El recelo
hacia Francia se pretendió conjurar con el reforzamiento de estados tapón en su fronteras: el reino de
Cerdeña (germen de la unidad italiana) y el reino de Holanda (de creación napoleónica, al que se
incorpora Bélgica hasta su independencia en 1830).
Espléndido aislamiento, Santa Alianza y Sistema Metternich[editar]
Artículos principales: Espléndido aislamiento, Santa Alianza y Concierto europeo.
Inglaterra consolidó su predominio mundial conjugado con su política de aislamiento en temas europeos,
mientras Rusia se convertía en el gendarme de Europa. El sistema Metternich, diseñado por el canciller
austríaco y basado en la coincidencia de intereses de las potencias de la Santa Alianza (la católica Austria,
la luterana Prusia y la ortodoxa Rusia, que invocaban a la Santísima Trinidad en el inicio de su documento
fundacional), mantuvo el equilibrio continental hasta 1848, mediante la convocatoria de
congresos: Congreso de Aquisgrán (1818), de Troppau (1820), de Liubliana (1821) y de Verona (1822);
basados en el principio de intervención para sofocar y evitar la extensión de cualquier brote revolucionario.
Inglaterra, una monarquía parlamentaria, no se sumó a la Santa Alianza, sino a una Cuádruple Alianza a la
que posteriormente se adhirió Francia.
Apertura de espacios continentales "vírgenes"[editar]
Aunque la era del imperialismo40 no llegó hasta el último cuarto del XIX (repartos de África y de Asia), desde
comienzos de siglo XIX se produjo una presión expansiva, cuyo origen es la revolución demogáfica, sobre
los espacios continentales vírgenes de la zona boreal (el Canadá británico, el Oeste estadounidense,
el Oriente ruso41) y austral (Colonia del Cabo, neerlandés hasta la conquista británica en 1806; Australia,
parte de la cual se convirtió en una colonia penitenciaria; Nueva Zelanda, colonia desde la firma del Tratado
de Waitangi (1840); la Patagonia argentina y chilena, la Amazonia brasileña, colombiana y peruana, etc.).
La virginidad atribuida a esos espacios, a pesar de su evidente vacío demográfico en comparación con las
saturadas zonas urbanas europeas, no era en realidad un vacío humano y cultural. Los aborígenes
australianos, maoríes, zulúes, xhosas, patagones, mapuches, tupíes, sioux, apaches, lapones, shoshoni,
buriatos, esquimales y toda una constelación de pueblos indígenas cuya relación con la tierra respondía a
lógicas no solo preindustriales, sino a menudo preneolíticas, fueron ignorados en cuanto habitantes y sus
posibles valores despreciados como primitivos.
En otros contextos, sobre zonas muy pobladas cuya civilización no podía ignorarse, la presión del Imperio
austrohúngaro y del Ruso sobre los Balcanes otomanos y el inicio de la colonización francesa de
Argelia (1830) respondía a la misma lógica. La penetración británica en la India venía ya del siglo XVIII.

Construcción del Canal de Panamá(1907).

Expansión de los Estados Unidos[editar]


Go West, young man, go West.
Ve al Oeste, muchacho, ve al Oeste.
Horace Greeley, 1833.42

La fortaleza de la independencia estadounidense se apoyó firmemente en su inmensidad territorial. Los


británicos emprendieron una expedición de castigo contra Washington D. C., que fue incendiada en 1815,
pero era obvio que tales intervenciones no podían tener continuidad. Estados Unidos habían incorporado
la colonia francesa de Luisiana (Compra de Luisiana, 1803) y la española de Florida (Tratado de Adams-
Onís, 1819), adquiriendo una fachada marítima hacia el sur. No obstante, su principal ampliación territorial,
mediante conflictos contra México (siendo la última la Guerra mexicano-americana), fueron los territorios
desde Texas (independizado en 1836, incorporado en 1845) hasta California (Tratado de Guadalupe
Hidalgo, 1848). Por añadidura quedaba el inmenso interior continental, que habían explorado Lewis y
Clark (1804-1806). La épica del Lejano Oeste fue formando una identidad nacional basada en el
individualismo del colono de la frontera, que tras recorrer la pradera en carromato, levantaba su cabaña de
troncos y se apropiaba de tanta tierra como pudiera cultivar y defender de los nativos americanos. La
relación de estos con la tierra no tenía nada que ver con el concepto liberal de propiedad que se impuso
por la colonización; privados de ella, se vieron forzados a la reclusión en reservas, no sin lucha (Guerras
Indias). Otra figura mitificada fue la de los mineros que acudían a las sucesivas fiebre del oro de
California (1849 -los fortyniners-) y Alaska (comprada a Rusia en 1867, y afectada por la fiebre del oro de
Klondike en 1897 -descrita por Jack London en Colmillo Blanco-). La anexión de Hawái (incorporada en
1898) fue la última en el que un territorio organizado incorporado obtendría la categoría de estado (1959).
El presidente James Monroe enunció en 1823 la denominada Doctrina Monroe (América para los
americanos), que promovía el aislamiento continental: ni Estados Unidos intervendría en los asuntos
políticos de Europa, ni dejaría que Europa hiciera lo propio en Estados Unidos. Se entendía que el contexto,
el momento clave de las guerras de independencia hispanoamericanas, incluía una suerte de extensión de
la declaración a todo el continente. La doctrina Monroe, inicialmente defensiva, se acompañó
posteriormente de la doctrina complementaria del Destino Manifiesto (es el destino de los Estados Unidos,
decidido por Dios, llevar la libertad y la democracia al resto de las naciones del globo), en un verdadero
"derecho de intervención" sobre el resto de América del Norte, que de forma más explícita se expresó como
la Big Stick Policy ("Política del Gran Garrote") aplicada decididamente por Theodore Roosevelt (presidente
entre 1901 y 1908, con su política de Corolario Roosevelt), especialmente en los procesos de independencia
cubana y filipina(Guerra hispano-americana, 1898) y en la Independencia de Panamá, como consecuencia
de la construcción del canal (1903).
El fuerte proceso de industrialización afectó de forma divergente al Norte (liberal y dinámico, receptor de
grandes contingentes de emigrantes) y al Sur (conservador y elitista, basado en la agricultura esclavista).
La tensión llegó a su punto álgido con la presidencia de Abraham Lincoln, y en 1861 estalló la guerra cívil,
en la que se impuso el Norte.
La cultura estadounidense fue conjugando la tradición occidental con los valores autóctonos del "país de
frontera", entre la construcción de una épica de identidad nacional (James Fenimore Cooper, El último
mohicano; Walt Whitman, Hojas de hierba), y la influencia europea (Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne).
Formación y expansión de los estados latinoamericanos[editar]
La libertad, como medio, el orden como base, y el progreso como fin.
Gabino Barreda, 1867.

Después de su proceso de emancipación, las jóvenes repúblicas de América Latina debieron afrontar la
tarea de darse una organización propia, fracasados los grandes proyectos panamericanos (la Gran
Colombia, la Confederación Perú-Boliviana). En lo político, el sello común fue la oscilación entre la
inestabilidad política y el autoritarismo. En algunos casos, a imitación del Imperio napoleónico, se dieron
una forma política imperial, caso del Imperio del Brasil (1822-1889) o del Imperio mexicano (1821-1823).
En otros, prolongadas dictaduras, como las de Juan Manuel de Rosas en Argentina o el Mariscal de Santa
Anna en México. Hubo densas guerras civiles en las que se ventilaron intereses políticos locales, como la
que se libró entre el federalismo de las provincias argentinas y el centralismo de Buenos Aires. Numerosas
guerras tuvieron carácter territorial, alterando el trazado fronterizo entre las nuevas naciones, como
la Guerra del Pacífico (Perú y Bolivia contra Chile, 1879-1884) y la Guerra de la Triple Alianza (Brasil,
Argentina y Uruguay contra Paraguay -que acabó prácticamente desprovisto de su población masculina
adulta-, 1864-1870).
A pesar de la enfática declaración de la doctrina Monroe (que Estados Unidos no estuvieron en condiciones
de sostener eficazmente hasta finales del siglo XIX) hubo intentos de reconstruir la presencia imperialista
europea en Latinoamérica. En 1865 España envió una expedición naval contra Chile y Perú (Guerra
Hispano-Sudamericana, 1865-1866), mientras que en 1864, y bajo pretexto de cobrarse la deuda externa
de México, fue Francia la que realizó una intervención militar que impuso la entronización de un Emperador
títere (Maximiliano de Austria, 1864-1867). El expansionismo estadounidense frente a México ya había
significado la anexión de todo sus territorios septentrionales (Texas, Nuevo México y California). Cuando
los Estados Unidos estuvieron en posición de intervenir más al sur con base en su presencia en Cuba y
Puerto Rico (a partir de 1898, Guerra Hispano-Americana), se convirtieron ellos mismos en la principal
potencia imperialista de la región: intervensión en la crisis de Panamá de 1885, imposición a Colombia de
la separación de Panamá por Theodore Roosevelt después de la guerra de los mil días, 1903; intervención
en Nicaragua desde 1909, contra la que se levantó Augusto Sandino; apoyo a las actividades de la United
Fruit Company en las denominadas repúblicas bananeras, etc.
La poderosa oligarquía de comerciantes y hacendados desarrolló una imagen de sí misma como élite
ilustrada y europeizada. Fue en el siglo XIX, y no en la época colonial anterior, cuando se produjeron: la
más decisiva expansión del idioma español en Hispanoamérica (Andrés Bello); y el control sobre los
indígenas que habitaban territorios que el Imperio español apenas nominalmente pretendía poseer (como
en la Patagonia, Guerra de Arauco y posterior Ocupación de la Araucanía en Chile y Conquista del
Desierto en Argentina respectivamente). Esa élite, en las grandes naciones sudamericanas, también intentó
llevar a cabo la industrialización, atrayendo para ello las inversiones de capitales procedentes de Europa,
sobre todo de Inglaterra, verdadera potencia neocolonial durante todo el siglo XIX. El protagonismo exterior
perpetuó la dependencia económica y la inclusión de la región en la división internacional del trabajo como
productora de materias primas y mercado importador de productos manufacturados. Lo limitado del
progreso económico no impidió la importación de los problemas de la era industrial, creando también en
Latinoamérica una cuestión social que en su caso se agudizaba por la multietnicidad latinoamericana
(indígena, europea y africana).
En la segunda mitad del siglo XIX, la literatura latinoamericana se ciñó a los experimentos derivados
del realismo europeo, y a inicios del XX, a los de las vanguardias. La reivindicación indigenista llegaría más
adelante, asociándose con la izquierda política. El movimiento intelectual dominante fue el positivismo, la
corriente filosófica con influencia más trascendente en la región tras la escolástica hispana colonial, y que
en términos políticos fue más decisiva que el propio liberalismo (Melchor Ocampo, Domingo Faustino
Sarmiento, etc.).43

Juan Manuel de Rosas, principal dirigente de la Confederación Argentina (1835-1852).

Pedro II, último emperador del Imperio del Brasil (1831-1889).

Benito Juárez, presidente de México, de tendencia radical (1867-1872).


Expansión de Rusia[editar]
Alejandro I de Rusia, tras la derrota de Napoleón, procuró evitar toda posible nueva revolución en Europa,
mientras que en su propio territorio tuvo que hacer frente a la Revuelta Decembrista (1825), fácilmente
reprimida. Tanto él como Nicolás I de Rusia (apodado el gendarme de Europa) se esforzaron en asentar
la autocracia zarista y evitar que la modernización económica de Rusia trajera consigo cambios sociales o
políticos. Alejandro II de Rusia, por el contrario, emprendió una serie de reformas liberalizadoras, como
la emancipación de los siervos (1861). Su política reformista, similar a los planteamientos del despotismo
ilustrado del XVIII, no fue aceptada por los partidarios de transformaciones radicales (nihilismo), que optaron
por la violencia mediante varios intentos de magnicidio, hasta el definitivo en 1881.
El Imperio ruso se convirtió en la potencia territorial dominante de Eurasia, expandiendo su frontera sur
desde el Danubio y el Cáucaso hasta el Asia Central, la Frontera del Noroeste de la India Británica y los
confines del Imperio de China; mientras que por el Pacífico norte llegaba hasta Alaska. La gran extensión
de Siberia fue objeto de una discontinua colonización. A finales del siglo XIX se conectaron sus aislados
núcleos con el trazado del ferrocarril transiberiano entre Moscú y Vladivostok (puerto en el Pacífico fundado
en 1860).
La búsqueda de salidas a mares libres de hielos (su gran debilidad geoestratégica) caracterizó la política
rusa de toda la época, y lo siguió haciendo tras la Revolución soviética de 1917. En lo concerniente a
los Balcanes, estos intereses territoriales se expresaron ideológicamente en el paneslavismo, con el que
patrocinó los movimientos independentistas frente al Imperio otomano, un punto de fricción determinante
para la estabilidad europea que se denominó Cuestión de Oriente.
La "era victoriana" británica[editar]
La sociedad británica pasó de la era georgiana, que cubre el siglo XVIII y el primer tercio del XIX, a la era
victoriana (el reinado de excepcional duración de Victoria I, 1837-1901, seguido sin solución de continuidad
por la era eduardiana de su hijo, el eterno príncipe de Gales, Eduardo IV, 1901-1910). Convertida por su
protagonismo en la revolución industrial en taller del mundo, la supremacía naval hacía del Reino Unido
el gendarme de los mares. Su dominio imperial era justificado con una ideología paternalista (abolición de
la esclavitud, libertad de actividades para los misioneros, extensión del progreso y el conocimiento científico
a través de la exploración geográfica y los beneficios del libre comercio, etc.). La extraordinaria red de
correos permitió que durante su viaje en el Beagle (1831-1836), el joven naturalista Charles Darwin pudiera
mantener un contacto regular bidireccional con sus familiares y profesores.
El parlamentarismo británico demostró la flexibilidad suficiente para acoger paulatinas ampliaciones del
cuerpo electoral al tiempo que mantenía características tradicionales, como la aristocrática Cámara de los
Lores y la desigualdad de representación territorial (ciudades industriales sin diputado frente a rotten
boroughs -"burgos podridos", circunscripciones de muy pocos votantes-). El sistema mayoritario implicaba
el turno en el poder de primeros ministros tory (conservadores, como Benjamin Disraeli, que representaban
los intereses de la gentry o clase terrateniente) y whig (liberales, como William Gladstone, que
representaban los intereses comerciales y financieros de la City); aunque lo verdaderamente característico
del sistema político británico fue que en vez de polarizarse, ambos partidos convergían en lo esencial,
correspondiendo muchas veces a los conservadores realizar las reformas de mayor calado. No obstante,
la recepción de las demandas sociales fue muy desigual: el movimiento cartista consiguió solo parcialmente
y con el tiempo ver atendidas algunas de sus reivindicaciones laborales y políticas; mientras que
el movimiento autonomista irlandés vio constantemente rechazadas sus pretensiones de autogobierno, e
incluso las desesperadas peticiones de ayuda durante el hambre de Irlanda (1845-1849) se veían ignoradas
en nombre de la libertad económica, lo que condujo a la convicción de que solo el independentismo radical
conseguiría resultados.

La "Era del Capital" y la "Era del Imperio" (1848-1914)[editar]

Los imperios coloniales hacia 1898.

Lenin definió al imperialismo como fase superior de desarrollo del capitalismo (1905); y John A.
Hobson (1902) estudió su relación con el crecimiento demográfico y el descenso de la tasa de beneficio en
los países europeos, fenómeno para el que la emigración y los imperios coloniales servía como válvula de
escape para reducir tensiones sociales, cuyo estallido de otro modo hubiera sido difícilmente evitable. 44 La
segunda mitad del siglo XIX fue sin duda la Era del Capital,45 no solo por eso, sino por la aparición de El
Capital de Karl Marx (1867, completado póstumamente en 1885 y 1894). Las tensiones, no obstante, no
dejaron de acumularse por más que las opiniones públicas de finales del siglo XIX, optimistas y
despreocupadas, confiaran en el progreso indefinido (al tiempo que mostraban la proclividad de la
naciente sociedad de masas a la manipulación de sus más bajas pasiones y su violencia latente -
resentimiento social, lucha de
clases, ultranacionalismo, antisemitismo, revanchismo, chauvinismo, jingoísmo, supremacismo blanco-).
Tras el engañoso periodo de paz entre las grandes potencias que se prolongó entre 1871 y 1914
(denominado Belle Époque), la inviabilidad de la continuidad de las estructuras quedó violentamente puesta
de manifiesto por el estallido de la Primera Guerra Mundial y sus trascendentales consecuencias.
Cuestión de Oriente, levantamientos nacionalistas y Sistema Bismarck[editar]
En la segunda mitad del siglo, la Cuestión de Oriente, las unificaciones italiana y alemana y la competencia
por los repartos coloniales fueron los principales motivos de conflicto internacional, que encontraron su
cauce en una nueva red de alianzas y congresos conocida como sistema Bismarck.
El complejo problema internacional de los Balcanes se remontaba a la década de 1820 con
la independencia griega, que se sustanció gracias al apoyo de las potencias occidentales. A partir de
entonces, la delicada situación en que quedó el Imperio otomano frente a las multiétnicas poblaciones
locales fomentó los expansionismos rivales ruso y austríaco. En su búsqueda del mantenimiento del statu
quo (que resultaría gravemente alterado sobre todo en el caso de que Rusia consiguiera abrirse paso hasta
el Mediterráneo), Inglaterra se identificó con los intereses turcos, organizando una coalición internacional
en su apoyo en la Guerra de Crimea (1853-1863). La situación no se estabilizó, y se repitieron
periódicamente los conflictos: Guerra ruso-turca (1877-1878) y Guerras de los Balcanes (1912-1913); y las
mediaciones internacionales (Congreso de Berlín de 1878, que recondujo el Tratado de San Stefano, muy
favorable a Rusia).
Los movimientos nacionalistas se generalizaron por toda Europa Central y Oriental, en algunos casos a
partir de las organizaciones surgidas en la emigración a América, de donde surgirán sus cuadros
dirigentes.46
Tras de la derrota austriaca en la Guerra austro-prusiana (1867), los húngaros, que previamente se habían
sublevado en 1848, se encontraron en situación de exigir al Emperador el denominado Compromiso
Austrohúngaro por el que se constituyó una dúplice monarquía conocida como Imperio austrohúngaro,
encauzado como expresión de la tradicional visión multinacional de los Habsburgo.

Los Balcanes en 1899. En verde los territorios aún pertenecientes al Imperio turco.

Distribución étnica del territorio europeo del Imperio turco hacia 1876.

Territorios sucesivamente incorporados al Reino de Italia. En rosa, el Reino de Piamonte-Cerdeña, fue el


núcleo a partir del cual se incorporan los territorios austriacos (en marrón) de Lombardía (1859) y Véneto
(1866), el Reino de Nápoles(1860, en verde), los territorios de Italia central (1860, varios colores) y por
último, los Estados Pontificios en torno a Roma (1870).

El Imperio alemán unificado de 1871. En azul, el Reino de Prusia, ya había incorporado los ducados
daneses de Schleswig-Holstein (1864-66). Los distintos reinos, especialmente en el sur (Reino de Baviera)
mantuvieron su personalidad. Los departamentos franceses anexionados formaron el Territorio imperial de
Alsacia y Lorena.
Unificaciones de Alemania e Italia[editar]
Artículos principales: Unificación alemana y Unificación italiana.
Previamente, en 1864, se había iniciado una serie de guerras, cuidadosamente diseñadas desde la
cancillería prusiana por Otto von Bismarck, que impuso su visión de una pequeña Alemania frente a la
posibilidad alternativa: una gran Alemania que incluyera a su rival, la monarquía austriaca. La fuerte
personalidad del canciller de hierro era expresión de los intereses sociales de la clase terrateniente prusiana
(junkers), comprometida con el peculiar desarrollo industrializador y la unidad de mercado que se venían
desarrollando desde la Zollverein (unión aduanera de 1834) y la extensión de los ferrocarriles. Con la victoria
de la coalición de estados alemanes en la Guerra franco-prusiana (1871) se llegó a la proclamación
del Segundo Reich con el rey de Prusia Guillermo I como káiser.
En 1859 se había iniciado un diseño unificador similar para Italia desde el Reino de Piamonte-Cerdeña, en
el que destacaron las iniciativas del Conde de Cavour, Víctor Manuel II y el decisivo apoyo francés frente a
Austria. Las románticas campañas de Giuseppe Garibaldi plantearon una dimensión popular que fue
neutralizada por las élites dirigentes (burguesía industrial y financiera del norte y aristocracia terrateniente
del sur). Para 1864 solo quedaba la ciudad de Roma, último reducto de los Estados Pontificios cuya
continuidad quedaba garantizada por el compromiso personal de Napoleón III de Francia. La caída de este
en 1871 permitió la anexión final, convirtiendo al Papa Pío IX en el prisionero del Vaticano. El papado, que
había condenado al liberalismo como pecado (Cuestión romana),47 mantuvo esa incómoda situación con
el Reino de Italia y la Casa de Saboya (considerada la más liberal de las casas reinantes en Europa) hasta
el Tratado de Letrán, negociado con la Italia fascista de Mussolini en 1929.

Francisco José I de Austria, heredó el imperio de los Habsburgo en el momento crítico de la revolución de
1848. Su entidad multinacional le hacía el principal obstáculo tanto para la unificación alemana como para
la italiana. Logradas ambas, la vocación de la dúplice monarquía(austrohúngara) fue el control de la zona
danubiana y los balcanes, frente a la descomposición del Imperio otomano y el expansionismo del ruso.

Giuseppe Garibaldi y los camisas rojas simbolizaron el sentimiento popular que llevó a la unificación
italiana, aunque su tendencia política radical fue reconducida en beneficio de la burguesía industrial del
norte y la monarquía de los Saboya.

Richard Wagner representa estilísticamente el paso del romanticismo al nacionalismo musical, y un


proceso ideológico y vital similar. Su tetralogía de óperas El anillo del nibelungo (1848-1878) recrea la
mitología nórdica en beneficio de la construcción de la identidad nacional alemana. El mecenazgo del
excéntrico rey Luis II de Baviera construyó para gloria suya el Teatro de la Ópera de Bayreuth. Todas las
ciudades importantes del mundo civilizado construyeron edificios más o menos costosos, incluso en sitios
tan alejados de Europa como Manaos o Iquitos(durante la fiebre del caucho, como se reflejó en la
película Fitzcarraldo).

Giuseppe Verdi cumplió un papel semejante en Italia. Alguna pieza de sus óperas como el Coro de los
esclavos (Va, pensiero de Nabucco, 1842) se extendió popularmente como himno revolucionario. De
hecho, vitorear su propio nombre (¡Viva V.E.R.D.I.!) se utilizaba clandestinamente como acrónimo
de Vittorio Emmanuele Rege di Italia.

Caricatura de Cecil Rhodes, uno de los principales colonialistas británicos, como moderno coloso de Rodas,
que al tiempo que asienta firmemente sus botas sobre África, ejerce de portador de la civilización en forma
de hilo telegráfico y ferrocarril entre El Cabo y El Cairo, el sueño del "imperio continuo" (1892).
En una caricatura de finales del siglo XIX, la tarta de China empieza a repartirse entre la reina Victoria de
Inglaterra, el kaiser Guillermo II de Alemania y el zar Alejandro II de Rusia, contemplados por el Emperador
Meiji y Marianne (personificación de la República Francesa).

El reparto colonial[editar]
Véase también: Reparto de África
La Revolución industrial permitió a las naciones europeas un salto gigante en el arte de la guerra. El
antiguo barco a vela fue superado por las naves impulsadas por carbón primero, y por petróleo después. A
comienzos del siglo XIX los barcos a vapor eran una curiosidad; apenas medio siglo después se botaba al
mar el primer acorazado (1856). El barco de hierro e impulsado por carbón se transformó en símbolo del
nuevo imperialismo, hasta el punto que la política europea de imponerse por la vía directa
del ultimátum militar pasó a ser motejada como diplomacia de cañonero. Los progresos de la guerra en
tierra no fueron menores (ametralladora, pólvora sin humo, fusil de retrocarga). El sistema de reclutamiento
del Antiguo Régimen fue sustituido por el servicio militar obligatorio, inspirado por el más puro sentido
democrático de que todos los habitantes de la República deben contribuir a su defensa, lo que permitió a
las naciones europeas poner en pie de guerra a ejércitos de literalmente millones de hombres, por primera
vez.
El sistema internacional impulsaba a la creación de imperios. En los siglos XVI y XVII, a diferencia de
la colonización de América, y la presencia en África y el Pacífico (limitada a bases costeras), la intervención
europea en el continente asiático se había visto obstaculizada por grandes potencias que les impedían el
paso (Imperio otomano, Gran Mogol de la India, Imperio chino e Imperio del Japón). En el siglo XVIII, varios
de ellos manifestaban una franca declinación, y las potencias europeas más audaces se aprovecharon para
obtener ventaja de ello (Nuevo Imperialismo). La penetración paulatina en la India sustituyó a los poderes
locales con gobernantes de facto, manteniendo el RajMogol una autoridad puramente nominal, hasta su
derrocamiento definitivo en 1857.
A estos vacíos geoestratégicos que las potencias coloniales se apresuraban a llenar fuera de Europa, se
correspondía en el continente la gestión de un delicado equilibrio de poderes, que después del Congreso
de Viena procuraba evitar la posibilidad de reconstruir la hegemonía de ninguna potencia con capacidad de
abatir a todas sus rivales. Los nuevos territorios de ultramar significaban el acceso a nuevas fuentes de
materias primas demandadas por el proceso industrializador.
Beneficiados por los resultados de la Guerra de los Siete Años (1756-1763), que expulsó a Francia de la
India y Canadá (Guerra franco-india y Guerras carnáticas), los británicos pudieron mantener la delantera
en la carrera por un imperio mundial. A finales del siglo XIX, el Imperio británico se extendía por
aproximadamente una cuarta parte de todas las tierras emergidas, incluyendo numerosas zonas
de África (Kenia, Nigeria, Ghana, Egipto, Sudáfrica, Rodesia, etc.), la India, Australia, Nueva
Zelanda, Canadá, Jamaica, Singapur y una fuerte influencia en China. Francia le había seguido de cerca;
tras la colonización de Argelia (1830) comenzó la de Indochina y la consolidación de sus colonias ya
adquiridas (Marruecos francés, Madagascar, Costa de Marfil, África Ecuatorial Francesa, etc.). Los Países
Bajos asentaron su dominio sobre Indonesia, el Caribe y Surinam después de su pérdida de influencia en
África. España perdió gran parte de su imperio, conservando solo Cuba, Puerto Rico, Guam y
las Filipinas (perdidas ante los Estados Unidos en la guerra hispano-americana, 1898), y solo consiguió
acceder a una pequeña porción del reparto de África (Guinea Ecuatorial, el Sahara español y el Marruecos
español). Portugal logró adquirir Angola y Mozambique, y retener la Guinea
portuguesa, Macao y Timor después de la pérdida de sus colonias en Sudamérica. Italia y Alemania,
unificadas tardíamente, no alcanzaron a generar grandes imperios coloniales, debiendo conformarse con
el dominio de algunas islas en la Polinesia y algunos territorios africanos (Libia y Somalia los
italianos; Camerún y Tanganika los alemanes).
África era un continente casi inexplorado por las potencias europeas, y la labor de colonización fue
precedida por acuciosas empresas de exploración; a finales del siglo XIX solo
subsistían Liberia, Orange, Transvaal y Abisinia como naciones independientes, cada una por razones
diversas. El gran beneficiado del reparto africano fue Leopoldo II de Bélgica, que basándose en una
reputación filantrópica (que en la práctica suponía las más atroces técnicas de explotación) consiguió
hacerse con un imperio de grandes dimensiones en el Congo que legó al pueblo belga. Francia e Inglaterra
compitieron por un imperio continuo (de costa a costa) por el que chocaron en el incidente de
Fachoda (Sudán, 1898), correspondiendo a los británicos la posibilidad de construirlo tras la derrota
alemana en la Primera Guerra Mundial, teniendo éxito después de superar los intentos de los nativos de
pararlo en el sur de África (Guerra anglo-zulú y Guerras de los Bóeres).
En India hubo un masivo levantamiento popular contra la presencia británica (Rebelión de la
India o Rebelión de los cipayos en 1857), que llevó a la disolución de la Compañía de las Indias Orientales y
a su anexión directa a la Corona como Raj o Imperio de la India. Los intentos de penetración en Afganistán,
en medio del gran juego contra los rusos por el dominio territorial de lo que se definió como área pivote de
Eurasia no fueron efectivos, haciendo de Afganistán un estado tapón. Siam (actual Tailandia) también logró
retener su independencia siendo un estado colchón entre el Reino Unido y Francia en el Sudeste asiático.
La expansión de Birmania descencadenó las Guerras anglo-birmanas, cuyo resultado fue su anexión por
parte del Imperio británico bajo el nombre de Birmania británica. En China las Guerras del Opio significó la
sumisión colonial efectiva del Celeste Imperio, debilitado internamente (en buena medida, por el propio
consumo del opio cuyo intento de prohibición causó la guerra, en nombre del libre comercio) así como
también la perdida territorial (Hong Kong en la Primera Guerra del Opio y Kowloon en la Segunda Guerra
del Opio). En 1853 una escuadra estadounidense comandada por el comodoro Matthew Perry llegó hasta
la bahía de Yedo y arrancó al Shogunato Tokugawa un tratado por el cual los japoneses se vieron forzados
a abrirse al comercio internacional (Tratado de Kanagawa, 1854) que desencadenó la guerra Boshin y
posterior Restauración Meiji. En su caso, en vez de condenarles al colonialismo, significó un
revulsivo nacionalista que condujo a la Era Meiji y la modernización.
Hacia finales del siglo XIX, el mundo entero era regido desde Europa o Estados Unidos. En 1885,
la Conferencia de Berlín repartía el mundo entre las potencias europeas sin que los repartidos tuvieran voz
ni voto.
El racismo era una postura intelectual ampliamente defendida. Se llegó a afirmar que la conquista del mundo
habitado era la "sagrada misión del hombre blanco",48 de llevar la civilización a los salvajes. Para el europeo
del siglo XIX era natural pensar que las demás razas, eran por naturaleza inferiores (supremacía blanca).
Irónicamente, el darwinismovino a proporcionar nuevos argumentos para esta postura, ya que algunos
consideraron muy seriamente que el hombre blanco era la cumbre de la evolución humana. El epítome de
esta ideología fue la creencia en la superioridad intrínseca de la "raza nórdica", que terminará teniendo
crudas consecuencias en el siglo siguiente.

Uno de los primeros daguerrotipos(1839).


Charles Darwin caricaturizado como un mono (1871), en una de las muchas burlas a su teoría de la
evolución.

Positivismo y "eterno progreso"[editar]


Artículos principales: Positivismo y Progreso.
Desde mediados del siglo XIX, la vida intelectual basculó nuevamente, desde la postura idealista propia
del romanticismo, a una objetivista y vinculada al desarrollo científico. El éxito de las potencias imperialistas
europeas al extenderse sobre el planeta llevó a la convicción de que la cultura europea era el epítome de
la civilización. La ciencia y la tecnología estaban alcanzando un nivel de desarrollo y retroalimentación que
posteriormente se ha definido como la interdependencia de ciencia, tecnología y sociedad. Se depositaba
una inmensa fe en la ciencia. Se pensaba que el progreso de la humanidad era imparable, y que con tiempo,
la ciencia resolvería todos los problemas económicos y sociales. A este dogma filosófico se le
llamó positivismo (Auguste Comte, Curso de filosofía positiva, 1830-1842).
La confianza en el paradigma newtoniano se veía respondida con el descubrimiento del planeta
Neptuno (1846) o la elegancia predictiva de la tabla periódica de los elementos (Dmitri Mendeléyev, 1869).
Si la termodinámica debía más a la máquina de vapor que al revés,49 ya no se podía decir lo mismo para
el convertidor Bessemer, la fotografía, el motor de explosión o las diversas aplicaciones de la electricidad.
Si la vacuna de la viruela fue la afortunada aplicación de una antigua tradición rural, las vacunas de Louis
Pasteur (carbunco, 1881, rabia, 1885) eran fruto de una microbiología consciente. Georges Cuvier, James
Clerk Maxwell o Lord Kelvin, como muchos otros grandes científicos, fueron tan admirados públicamente
como lo habían sido los artistas del Renacimiento. El testamento de Alfred Nobel (1896), fruto confesado
de su mala conciencia por una vida dedicada a los explosivos (inventó la dinamita) respondió de un modo
preciso a ese espíritu con la institución de los Premios Nobel, que aún siguen siendo el referente mundial
de la excelencia científica.
En 1859, después de más de dos décadas de reflexión que solo se atrevió a interrumpir ante el estímulo de
ser adelantado por Wallace, Charles Darwin publicó El origen de las especies. Aunque las
ideas evolucionistas ya estaban presentes en el debate científico (Linneo, Buffon, Lamarck), la idea
de selección natural como mecanismo fue la clave de su potencia explicativa. El terremoto intelectual que
generó aún no ha dejado de producir consecuencias (nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la
evolución).50 El llamado darwinismo social, que utilizaba una lectura sesgada del evolucionismo, veía en
conceptos tales como la lucha por la vida y la supervivencia del más fuerte la justificación
de prejuicios disfrazados de teorías científico-sociales (Herbert Spencer).
Las primeras novelas de Julio Verne, utilizando el trasfondo del relato de aventuras, son una glorificación
de la ciencia y la técnica (Viaje al centro de la Tierra, Veinte mil leguas de viaje submarino, De la Tierra a
la Luna). El Verne más tardío escribió relatos mucho más sombríos, poniendo énfasis en los peligros de la
ciencia incontrolada (Los quinientos millones de la Begún, La misión Barsac), al tiempo que su
contemporáneo Herbert George Wells hacía algo similar (La guerra de los mundos, El hombre invisible, La
isla del Doctor Moureau o La máquina del tiempo). También en el reverso del optimismo, el realismo
literario y sobre todo el naturalismo reaccionaron contra los excesos sentimentales del romanticismo tardío
construyendo una literatura pretendidamente científica y objetiva, que estudiaba los problemas sociales de
la época (Émile Zola y su denuncia de las injusticias de la industrialización: Naná, Germinal, etc.).
La bolsa del algodón en Nueva Orleans, Edgar Degas, 1873. Ante una muestra de una de las materias
primas clave de la Revolución industrial, comerciantes ataviados con
las levitas, chisteras o bombines propios de la moda burgesa de mediados del XIX (pocas generaciones
antes, solo las clases bajas, los sans-culottes de la Revolución francesa, vestirían pantalones, se dejarían
barba y no llevarían peluca). Examinan el género, consultan informaciones en prensa y dialogan para
establecer transacciones y fijar los precios según la oferta y la demanda del mercado libre; funciones propias
de una bolsa, la institución económica clave del capitalismo industrial y financiero.

Laboratorio de Menlo Park, organizado por Thomas Alva Edisoncon un criterio tanto científico-tecnológico
como capitalista.

El asentamiento de la revolución liberal[editar]


Capitalismo industrial y financiero. Segunda revolución industrial[editar]
La política de librecambismo reemplazó, al menos en parte, al proteccionismo de la época mercantilista,
aunque los intercambios del comercio internacional estaban sobre todo presididos por el llamado pacto
colonial que reservaba las colonias como mercado cautivo de sus respectivas metrópolis. Aun así, las
barreras para el comercio y la inversión a escala planetaria eran sustancialmente menores que en cualquier
época anterior. Los empresarios exitosos ya no estaban limitados por el mercado nacional a la hora de
invertir y buscar ganancias.
La industrialización y el desarrollo de nuevas técnicas entró en el último tercio del siglo XIX en una segunda
fase de la revolución industrialque abrió nuevos mercados para recursos que hasta entonces carecían de
toda utilidad, como el petróleo y el caucho. En determinados casos, la extraordinaria demanda generó
verdaderas fiebres (fiebre del salitre en el norte de Chile, tras la Guerra del Pacífico, fiebre del caucho en
la Amazonia brasileña y peruana). El mundo entero se convirtió así en un enorme y vasto mercado global,
creándose así por primera vez una red de comercio internacional de escala literalmente mundial, no solo
por su alcance geográfico, sino también por la interconexión entre los distintos productos que se
comerciaban a lo largo y ancho del planeta, sirviendo unos como materias primas a otros y alargando las
cadenas de producción, haciéndolas más intrincadas e interdependientes.
Las figuras jurídicas de las empresas se sofisticaron, permitiéndose la disolución de la responsabilidad
individual del empresario en responsabilidad limitada a su aportación de capital (en el Reino Unido desde
1855, en Francia desde 1863), permitiendo la acumulación de numerosos capitales privados en sociedades
anónimas que se constituyeron en grandes corporaciones industriales, mercantiles, ferroviarias, navieras,
financieras, etc. que superaban la capacidad de cualquier fortuna familiar, incluso las fabulosas acumuladas
por los Baring, los Grosvenor, los Rotschild, los Pereire, los Vanderbilt, etc. La concentración de empresas
adquirió formas sofisticadas (cártel, trust, holding) que alejaba cada vez más la propiedad de
la gestión (confiada a ejecutivos responsables ante los miembros de los consejos de administración) y de
la producción directa.
Las potencias industriales de Europa Occidental empezaron a experimentar la competencia de un espacio
de industrialización más tardía, pero mucho más acelerada: Alemania (unificada económicamente desde
el Zollverein de 1834 y políticamente desde 1870). Un comportamiento similar tuvieron Japón (desde
la revolución Meiji, 1866) y los Estados Unidos (desde la victoria del norte en la guerra de Secesión, 1865).
Europa meridional y oriental tuvieron una industrialización más lenta y localizada en focos aislados
(Lombardía en Italia, País Vasco y Cataluña en España, Bohemia en el Imperio austrohúngaro y varios
núcleos en la inmensa Rusia).
La ideología individualista y los límites al poder político configuraron a los Estados Unidos, en continua
expansión territorial y demográfica, como el lugar más idóneo para el desarrollo del capitalismo industrial y
financiero, a pesar de su mayor recelo a la constitución de las figuras jurídicas desarrolladas en Europa. A
pesar de ello, las grandes fortunas surgidas en la industria petrolífera y el acero (David Rockefeller y Andrew
Carnegie) lograron constituir verdaderos monopolios. Otros poderosos grupos empresariales surgieron en
el sector terciario: el imperio periodístico de William Randolph Hearst o los primeros estudios de Hollywood.
La necesidad de innovación científico tecnológica demandaba la superación de los inventos como una
inspiración o genialidad individualista: Thomas Alva Edison fue pionero en la idea de reunir a un grupo de
científicos, ingenieros y trabajadores especializados en un verdadero taller de invenciones en el que
importaba el proyecto de investigación común, no la figura del inventor. El temor a que los monopolios
destruyeran el ideal de libre empresa (empresarios privados de iniciativa individual en el marco de un
mercado libre) era ampliamente compartido. La idea de concentración de poder económico era tan
amenazadora como la de concentración de poder político, y el monopolio se asociaba a la tiranía. Se
dictaron leyes antimonopolios, e incluso Rockefeller fue llevado a juicio. Su firma, la Standard Oil
Company (Esso), fue condenada a disgregarse en 1911. Sin embargo, estas acciones no impidieron que
en el paso de los siglos XIX al XX se concentrara el capital en manos de un selecto club de multimillonarios,
y que se crearan las modernas transnacionales.
La mano de obra de los sectores punteros ya no podía ser el indiferenciado proletariado desprovisto de
cualificación profesional de los sectores maduros (que siguieron siendo mayoritarios hasta mucho más
adelante). Henry Ford tenía que pagar a los obreros de su cadena de montaje unos salarios muy superiores
a los del resto de la industria; argumentaba que era la mejor manera de convertirlos en clientes que pudieran
comprar un automóvil, el bien de consumo típico de la segunda revolución industrial (el prototipo
de Benz apareció en 1886 y el Ford T comenzó a producirse en 1908 -hasta 1927, más de 15 millones de
unidades-).
La aplicación de la electricidad a todos los aspectos de la vida cotidiana, desde el teléfono a la iluminación,
cambió incluso la forma y tamaño de las ciudades. Dos nuevas formas de desplazamiento: el ascensor en
vertical y el tranvía eléctrico en horizontal (ambas debidas en parte a Frank Julian Sprague, 1887 y 1892),
permitieron a las viviendas alejarse de los lugares de trabajo, a los edificios elevarse en alturas
insospechadas (los negocios y las viviendas de los ricos ya no se limitaban al primer piso y los áticos, antes
reservados a los pobres, pasaron a ser los más cotizados) y a los barrios diversificarse
socialmente. Chicago fue la primera ciudad en experimentar el nuevo modelo, gracias a su reconstrucción
tras el incendio de 1871. El Metro de Londres se electrificó desde 1890, y a partir de entonces se extendió
ese modelo de movilidad urb

S-ar putea să vă placă și