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Por Madame Guyon

Prefacio de la autora

"Todos pueden practicar con grande

la facilidad y el alcance,

en un corto espacio de tiempo,

un alto grado de perfección ".

Este pequeño tratado, concebido en gran simplicidad, no era, en principio, para ser
publicado. Se ha escrito para pocos individuos deseosos de amar a Dios de todo corazón.
Muchos, sin embargo, a causa de los beneficios recibidos con su lectura, manifestaron el
deseo de recibir cofias, ésta fue la única razón por la que el manuscrito fue el impreso.

Su simplicidad original fue preservada. No le presenta ninguna censura con respecto a


tantas otras orientaciones espirituales; al contrario, refuerza las enseñanzas recibidas.
Todo él está invocado al juicio de eruditos y especialistas; a ellos sólo se requiere que no
se queden en la superficie, sino que penetren la intención central de la autora, la de
inducir a todo el mundo a amar a Dios ya servirle con comodidad y éxito, de manera
sencilla y fácil, adaptada a los pequeños , no cualificados por el aprendizaje y por las
profundas investigaciones, pero que sinceramente desean ser verdaderos devotos de Dios.

El lector libre de prejuicios encontrará oculto bajo las expresiones más comunes, una
unción secreta, la cual va a impulsarle a buscar por esa felicidad, de la cual todos quisieran
disfrutar.

Al afirmar que la perfección es fácilmente obtenida, usamos la palabra fácilmente


porque, de hecho, Dios es encontrado con facilidad, cuando lo buscamos dentro de nudo s.
Pero algunos pueden subrayar aquel pasaje de Sán el Joán: "Vosotros me buscáis y no me
encontraréis; y donde yo estoy vuela s no podéis venir "(Jn 7,34); esta aparente dificultad
es sustituida por otro pasaje, donde Él, el que no se puede contradecir, había dicho a
todos: "Pedid y os serdado; busquen y encontraréis; y el que es el que no sepa. (Mt 7,7).
Es verdad, el que busca a Dios, y aún no está deseoso de perdonar sus pecados, no lo
encontrará, porque busca por Él donde Él no está; por lo tanto, se dice "hay que morir en
sus pecados". Pero el que se preocupa en buscar por Dios en su corazón y perdonar sus
pecados sinceramente, para que pueda ser atraído hacia él, éste lo encontrará.

Una vida de piedad parece abrumadora para muchos; la oración, difícil de obtener. Se
sienten desanimados a dar un solo paso en esta dirección. Como la temida dificultad de un
emprendimiento generalmente causa desesperación por el éxito y la renuencia a conseguir
aire, su deseo y la idea de que es fácil de obtener, nos induce a penetrar su búsqueda con
placer, ya perseguirla con vigor. Las ventajas y facilidad de este camino se abordan en
este tratado.

Una vez convencidos de la bondad de Dios hacia sus pobres criaturas, y de su deseo
de comunicarse con ellas, no debemos crear monstruos ideales y no desesperarnos por
obtener ese bien, el cual Él está a punto de darnos: "¿Quién no es él? ha ahorrado a su
pródito Hijo y lo entregó por todos los nodos, como no nos habrá agraciado en todo junto
con él? "(Rm 8,32). Es necesario un poco de coraje y perseverancia; ya poseemos lo
suficiente en nuestras ocupaciones temporales, pero no un poco para lo único que es
necesario, (Lc 10,42).

Si alguien piensa que Dios no es tan fácil de ser encontrado, que no cambie de idea a
causa de mi testimonio, sino que lo intente, y la experiencia propia los convencer de que la
realidad excede, de lejos, todas mis referencias sobre ella.

Estimado lector, siga este pequeño tratado con espíritu sincero y nido, con mente
humilde y no con tendencia a la crítica; de esta forma, el beneficio será alcanzado, con
certeza. Él fue escrito con el deseo de que ustedes se deban completamente a Dios; y
que, por lo tanto, no hay otro objetivo que el de invitar a los simples y pueriles a
acercarse a su Padre. Se deleita con la humilde confianza de sus hijos y se aflige
enormemente ante de la desconfianza. Por lo tanto, con sincero deseo por su salvación, no
lo busquen nada más que este despretensioso mé todo propuesto y: el amor de Dios, y con
certeza será obtenido.

Sin emitir opiniones sobre afirmaciones ajenas, deseamos simplemente declarar, con
sinceridad, a partir de nuestra propia experiencia y también por la experiencia de otros,
los felices efectos producidos por este simple seguir al Señor.
Como este tratado tenía la intención de instruir para la oración, nada se ha dicho
sobre muchas cosas que apreciamos, ya que no lo están inmediatamente relacionadas con
nuestro asunto central. Sin ninguna vida, aquí no hay nada ofensivo, si es leído en el mismo
espíritu que fue escrito. Más aún es que aquellos que verdaderamente trillan el camino,
sabrán lo que escribimos es la verdad.

Es sólo tú, oh Santo Jesús, que amas la sencillez y la inocencia, se acercaba a la


superficie de la tierra, y me alegraba con los hombres (Pr.8,31), en aquellos que, de hecho,
desean convertirse en ªcriaç as. Mt. 8,3); Es sólo tú quien puede conceder a este pequeño
trabajo algún valor, al grabarlo en el corazón y al conducir a aquellos que lo leen en la Te,
buscando dentro de sí mismos, donde Tú reposas como en un pesebre, esperando recibir
pruebas de su amor y dar testimonio del Suyo. Ellos pierden estas ventajas por las propias
faltas. Pero, cabe a Ti, oh Hijo Altísimo, Amor Inculcado, Verbo Silencioso y que todo lo
contiene, hacerte amado, apreciado y comprendido. Tú puedes hacerlo y sé que tú lo harás
s a través de este pequeño trabajo que pertenece enteramente a ti, procede de ti y
tiende únicamente a ti.

CAPÍTULO I

LA ORACIÓN DEL CORAZÓN

Todos tienen la capacidad de orar. Se trata de una infelicidad que casi todo el mundo
ha concebido la idea de no haber sido llamados a la oración. Todos estamos llamados a la
oración, del mismo modo que todos estamos llamados a la salvación.

La oración no es más que la utilización del corazon de Dios y un ejercicio interno de


amor. Sana Pablo nos invitó a ªorar sin cesar (Ts 5,17) y el Señor ordena vigilar y orar (Mr
13,33,37). Por lo tanto, todos pueden y todos deben practicar la oración. Espero que la
meditación sea obtenida por pocos, pues pocos sanos lo alcanzará; por tanto queridos
hermana los que tienen m sed de salvación, la oración mediadora no es la oración que Dios
le pide, ni a qué nudo s recomendamos.

Permita toda oración: hay que vivir por la oración, así como hay que vivir por el amor:
"Te aconsejo a comprar de mí oro purificado en el fuego para que enriquezca las cosas
(Ap. 3,18). Esto es muy fácil de obtener, más fácil de lo que se pueda imaginar.

Si alguien tiene sed, venga a mí y beba (Jn 7,37); "Porque mi pueblo cometió dos
crímenes: ellos me abandonaron, la fuente de agua viva, para cavar para sí cisternas,
cisternas perforadas, que no pueden contener á la gua. (Jn 2,13). Viene vó s, almas
hambrientas, que no encuentran nada que os satisfaga; Vengan y serán saciadas. ¡Vengan
los afligidos, pongan abajo la carga de debilidades y dolores y serán consolados! Vengan
los enfermos a su terapeuta y no tengan miedo de acercarse, pues vuestro está lleno de
enfermedades; ¡muévelas y ellas serán sanadas!

Hijos, acercarse al Padre; ¡Él va a envolverlos en los brazos del amor! ¡Vengan los
pobres, los extraviados, las ovejas perdidas, regresen a su Pastor! ¡Vengan pecadores, a su
Salvador! ¡Vengan los débiles, ignorantes y analfabetos, los que se juzgan a los más
incapaces de orar! Vuelo s sois especialmente llamados y encajados aquí. Que vengan
todos, sin excepción, pues Jesucristo llamó a TODOS.

Pero que no vengan aquellos sin corazón; estos están dispensados, pues hay que haber
un corazón antes de que haya amor. Pero, y aquellos sin corazón? Vengan, entonces,
entreguen ese corazón a Dios, y aprendan aquí cómo hacer esta donación.

Todos los deseosos de orar pueden orar con facilidad, capacitados por aquellas
gracias y dones pertenecientes al Espíritu Santo, comunes a todos los hombres.

La Oración es la clave de la perfección, el bien soberano; es el medio de liberarnos de


todo vicio y de obtener todas las virtudes, pues el mejor medio de tornarse perfecto, es
caminar en la presencia de Dios. Él mismo dijo: anda en mi presencia, y si perfecto (Gn
17,1). Es sólo por la oración que somos traídos a esta presencia y en ella nos mantenemos
sin interrupción.

Aprender así las formas de oración que puedan ser ejercitadas en cualquier momento,
aquellas que no obstruyen los quehaceres exteriores; las que pueden ser practicadas
igualmente por príncipes, reyes, prelado, sacerdotes, magistrados, soldados, niñez,
comerciantes, trabajadores, mujeres y enfermos; no se trata de la oración de la cabeza,
sino de la ORACIÌN DEL CORAZON.
No es la oración sólo de la comprensión, pues la mente del hombre es tan limitada en
sus operaciones que sólo puede enfocar un objeto a la vez; pero es la ORACIÓN DEL
CORAZÓN, que no es interrumpida por el ejercicio de la razón. Nada puede interrumpir
esta oración, sino los sentimientos desordenados; cuando por una sola vez disfrutamos de
Dios y de la docilidad de su amor, consideramos imposible encontrar satisfacción en
cualquier otra cosa que el propio prójimo.

Nada es más fácil de obtener que la posesión y el disfrute de Dios. Él está más
presente para el nodo que estamos para nodo s mismos. Él está más deseoso de
entregarse al nudo s, de lo que nudo s estamos de poseerle; sólo necesitamos saber cómo
buscarla; el camino es más fácil y natural que respirar.

Ah! usted que se juzga un estuco que no sirve para nada, a través de la oración usted
podrá vivir en Dios, con menos dificultad o interrupción que vivir en el aire vital. ¿No será
entonces el mayor pecador el que descuida la oración? Pero, sin dudas, no te descuidará
cuando aprendes el método, que es la cosa más fácil del mundo.

CAPÍTULO II

EL PRIMER GRADO DE LA ORACIÓN: MEDITACIÓN

Hay dos formas de inducir el alma en oración, las cuales deben ser practicadas por
algún tiempo; una es la meditación, la otra es la lectura acompañada de meditación.

LA LECTURA MEDITATIVA - Se trata de la elección de una verdad práctica o teó


rica, siempre priorizando la práctica, y procediendo de esta forma: sea cual sea la verdad
escogida, lea sólo una parte de ella, buscando degustarla y digerirla a fin de extraer su
esencia y sustancia, y no la prosiga sin que antes algún sabor o alimento sea extraído del
pasaje: tome el libro nuevamente y proceda de la misma forma, no lee más que media pala
de cada uno tiempo.

No es la cantidad lo que importa, sino la forma de leer lo que nos garantiza el


beneficio. Aquel que lee rápidamente no tiene más ventajas que una abeja que observa la
superficie de una flor, en lugar de penetrarla y extraer su dote. Se recomienda mucha
lectura para asuntos escolares, no para las verdades divinas; para beneficiarse de libros
espirituales es necesario leer de la forma indicada arriba. Estoy seguro de que si este mé
todo es asimilado, gradualmente estaremos acostumbrados a orar a través de la lectura y
cada vez más dispuestos a este ejercicio.

LA MEDITACIÓN - Este otro mé todo, debe ser practicado en un momento apropiado


y no en la hora de la lectura. Creo que la mejor forma de meditación es:

Cuando por un acto de fe viva, si es colocado en la presencia de Dios, lea alguna


verdad sustancial, hágase una pequeña pausa, no para emplear la razón, sino para fijar la
mente; el principal ejercicio es siempre la presencia de Dios; el asunto, por lo tanto, sirve
más para aquietar la mente, que moverla con el raciocinio.

Permita que una fe vivificante en Dios inmediatamente presente en el más interior de


nuestras almas, produzca un ánido sumergido dentro de nudo s, restringiendo todos los
sentidos de vagar: eso sirve, en primera instancia, para desprendernos de numerosas
distracciones, nos aleja de asuntos externos y nos trae a cerca de Dios, que sólo puede
ser encontrado en nuestro centro interior, el SANTO DE LOS SANTOS. Él prometió
incluso venir y hacer Su morada en el que realiza su voluntad (Jn 14,23). San Agustín se
culpa por el tiempo que perdió en no buscar a Dios desde el principio en esta forma de
oracion.

Cuando nos encontramos totalmente compenetrados en nudo s mismos y estamos


dulcemente penetrados por una percepción vivificante de la presencia Divina; podemos
decir que leemos, cuando los sentidos están recogidos, atraídos de la circunferencia hacia
el centro, y el alma es gentil y silenciosamente empleada en las verdades; no leemos con la
razón, sino al alimentarnos en el centro, animando la voluntad por el sentimiento, en vez de
fiar la comprensión por el estudio; cuando los sentimientos se encuentran en este estado,
debemos permitir que ellos descansen dulcemente y que se encuentren lo que han probado
(por más difícil que esto pueda parecer, digo que es fácilmente alcanzable).

Una persona puede apreciar las más finas delicias durante la masticación, pero no le
recibe de ellas ningún nutriente si no interrumpe el acto y traga el alimento; de la misma
forma, en el momento en que nuestros sentimientos se encuentran inflamados, si
intentamos agitar

-los aún más, apagar la llama, y el alma será privada de su alimento. Es necesario, pues,
tragar el alimento bendito que recibimos, en un reposo de amor lleno de respeto y
confianza. Este mé todo es extremadamente necesario; él promoverá mayor avance del
alma en un menor espacio de tiempo, que cualquier otro en años.

Pero, como ya se ha dicho, nuestro principal ejercicio consiste en la contemplación de


la presencia Divina; es necesario ser diligente y llamar de vuelta los sentidos dispersos;
este es el mé todo más fácil de superar las distracciones; porque un enfrentamiento
directo sólo sirve para irritarlos y avolumarlos; mientras que al sumergirse en el interior,
bajo una visión de fe en un Dios presente y simplemente recogernos, promoveremos, sin
sentir, una victoriosa, aunque indirecta, guerra entre ellos.

Es aquí donde el principiante contra el bito de saltar de verdad en verdad o de asunto


en cuestión; la manera correcta de penetrar cada verdad divina, aprovechando todo su
nutriente y de grabarla en el corazón, es hacer de ella su morada mientras persista su
sabor.

Aunque el recogimiento es difícil en el comienzo, debido al bito que el alma adquirió de


estar siempre en el exterior, cuando por la violencia ella misma allí se colocó, el proceso
se va haciendo fácil; parte por la fuerza del bito, parte por causa de Dios, cuya voluntad
es de comunicarse con las criaturas,

concediéndoles abundante gracia y parte a causa del jú bilo experimental de su


presencia, que facilita enormemente todo el proceso.

CAPÍTULO III

MÉTODO DE ORACIÓN PARA LOS QUE NO PUEDEN LEER


Aquellos que no pueden leer, no están excluidos de la oración. El gran libro que enseña
todas las cosas, escrito por toda su extensión, por dentro y por fuera, es el propio
Jesucristo.

El mé todo lo que deben practicar es el siguiente: En primer lugar, asimilen esta


verdad

fundamental: El Reino de Dios está en medio de vano s. (Lc 17,21) y sólo allí debe ser
buscado.

El clero se encargó de transmitir esta verdad a los fieles, tanto en el catecismo y en


la oración.

Es verdad que predican sobre la finalidad de la creación del hombre, pero no le


proveen instrucciones suficientes de cómo alcanzarla.

Los fieles deben ser enseñados, desde el principio, por un acto de profunda adoración
y anulación ante Dios: cierren los ojos corporales y abran los del alma; reconocen
interiormente, a través de una fe viva, el Dios que habita allí; penetren en la presencia
Divina, sin permitir que los sentidos se desvíen, sino manteniéndolos sumisos lo más
posible.

Repitan la oración del Señor, en la lengua materna, ponderando sobre los significados
de las palabras y sobre el infinito deseo del Dios interior de convertirse, de hecho, SU
PADRE. En este estado, derraman sus necesidades ante Él y al pronunciar la palabra
Padre, permanezcan durante unos minutos en silencio reverencial, esperando surgir aquel
deseo de que el Padre celestial sea manifestado.

Una vez más, el cristiano, en un estado de frágil, crecido, endurecido y herido por
repetidas faltas, sin forzarlas para resistir, o sin poder de purificarse a sí mismo, debe
poner su deploración de la situación ante los ojos del hombre, Padre, en humilde
vergüenza, insertando algunas palabras de amor y pesar; sumergiéndose nuevamente en el
silencio ante Él. Continúen entonces la oración del Señor, implorando a este Rey de la
Gloria para que reine en cada uno de ustedes

s; se abandonen en Dios, a fin de que Él pueda habitar en usted y reconocer su


derecho de gobernar.
Si sienten una inclinación a la paz y al silencio, no continúen con las palabras de la
oración mientras perduren esta sensacin; cuando ella disminuya continúen con la segunda
petición: SERA HECHA VUESTRA VOLUNTAD ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO;
permitan así, humildes suplicantes, que Dios realice en ustedes y atraves de su voluntad,
entreguen los corazones y la libertad en los males de Dios, para ser dispuestos como le
parezca. Cuando descubran que la voluntad debe ser empleada amorosamente, desearán
amar y implorarán a Dios por su AMOR; todo esto ocurrirá dulce y tranquilamente; lo
mismo se aplica al resto de la oración.

No se sobrecarguen con repeticiones frecuentemente de fotomontajes o oraciones


decoradas, pues la oración que el Señor nos enseñó, una vez realizada como acabo de
describir, producirá frutos abundantes.

En otros momentos, podréis colocarse como ovejas delante de su Pastor, buscando el


verdadero alimento: ªOh, divino Pastor, tú alimentas tu rebaño de ti mismo, siendo, de
hecho, el pan diario. Le muestran a Él las necesidades de sus familiares: pero que todo sea
hecho a partir del principio y de la gran visión de fe, de que Dios está dentro de cada uno.

Todas las imaginaciones sobre Dios no lo llevan a nada; una fe viva en su presencia,
basta. Por lo tanto, no debemos formar ninguna imagen de la Divinidad, aunque podamos
formar una imagen de Jesucristo, observando su nacimiento, crucifixión o algún otro
estado o misterio, haciendo que el alma lo busque siempre en su propio centro.

En otra oportunidad, podemos buscarlo como a un Terapeuta, presentando a su virtud


sanadora, todas nuestras enfermedades, pero siempre sin perturbaciones y con pausas de
tiempo, a fin de que el silencio se intercalará con la acción y gradualmente extendido; para
que nuestro propio esfuerzo sea escuchado, hasta que por el continuo llamamiento por las
operaciones divinas, con el tiempo, Él obtenga la completa ascendencia, como explicaremos
más adelante.

Cuando la presencia divina nos es confiada y gradualmente comenzamos a apreciar el


silencio y el reposo, este disfrutar experimental de la presencia de Dios introduce el alma
en el segundo grado de la oración, que realizada por los procedimientos descritos arriba,
se alcanza tanto por analfabetos, como por eruditos; algunas almas privilegiadas, de
hecho, son favorables por esta presencia desde el principio.

CAPÍTULO IV

LA ORACIÓN DE LA SIMPLICIDAD

Algunos llaman el segundo grado de la oración de CONTEMPLACI Ó N, la oración de la


fe y de la quietud; otros lo llaman ORACIÓN DE LA SIMPLICIDAD. Debo usar aquí esta
segunda denominación, por ser más justa que la primera, la cual implica en un estado más
avanzado que el que trata ahora.

Cuando el alma es ejercitada por algún tiempo en el camino mencionado, gradualmente


descubre ser capaz de acercar a Dios con facilidad, que el recogimiento se logra con
menos dificultades y que la oración se vuelve fácil, dulce y placentera; reconoce que este
es el verdadero camino para encontrar a Dios y siente que el nombre es como un león
escurriendo (Ct 1,3). El mé todo debe ser cambiado en este momento, y lo que aquí
describo debe ser buscado con coraje y fidelidad, sin dejar caer por las dificultades del
camino.

Primero, una vez que el alma, a través de la fe se coloque en la presencia de Dios y se


alinee ante Él, debe permanecer así por unos instantes, en respetuoso silencio. Pero, si no
lo consigue, al formar el acto de fe, sentir una pequeña y agradable sensacin de la
presencia Divina, permanezca así, sin perturbar, alimentando esta sensaci n por el tiempo
que pueda.

Cuando ella disminuya, estimule la voluntad a través de algún sentimiento cariñoso; si


la dulce paz es restablecida, que así permanezca; el fuego debe ser ventilado gentilmente,
pero una vez encendido, hay que disminuir los esfuerzos, o lo extinguiremos con nuestra
actividad.

Recomiendo que nunca terminen la oración sin permanecer un tiempo en respetuoso


silencio. Es muy importante para el alma dirigirse a la oración con coraje y traer consigo
un amor puro y desinteresado, que no busca nada de Dios, sino que lo agradará y haga su
voluntad; porque un siervo que mide sus esfuerzos sólo por la recompensa, no es digno de
recompensa alguna. Se dirige a la oración, no esperando disfrutar de los deleites
espirituales, sino para estar exactamente de la forma que agrada a Dios. Esto preservará
su espíritu tranquilo en la aridez y en la consuela, evitando que su ser sea sorprendido con
la aparente ausencia o rechazo de Dios.

CAPÍTULO V

LA ARIDEZ QUE NECESITA DEL AMOR

Aunque Dios no tenga otro deseo de concederse al alma amorosa que lo busca, Él
frecuentemente se oculta de ella, a fin de que el alma sea despertada de la lentitud e
impulsada a buscarla con fidelidad y amor. Pero con qué inmensa bondad recompensa la
fidelidad de sus amados. Y lo que es frecuente, sus aparentes retiros sanos suceden por
caricias de amor.

En estos momentos, tenemos la tendencia de creer que él prueba nuestra fidelidad y


muestra la necesidad de mayor ardor de sentimiento al buscarlo, a través de nuestras
propias fuerzas y actividad y que eso nos induzca a revisarnos más rápidamente. No,
queridas almas, crean, este no es el mejor camino en este estado de la oración. Espera el
retorno del Amado con amor paciente, autonegación y humildad; con el renovado lego de
un sentimiento ardiente, pero pacífico y con un silencio repleto de veneración.

Demuestre así, que busca solamente a él y su jú bilo, no los deleites egoístas de


nuestras propias sensaciones al amándolo. Se dice: ªEndrea tu corazon y sèconstante, no
te apasionan en el tiempo de la adversidad. Únete a él y no te separes, a fin de ser
exaltado en tu último día. (Eclo 2, 2,3).

Ser paciente en la oración, aunque durante todo el período de tu vida no tengas otra
cosa que hacer que esperar el regreso del Amado en un espíritu de humildad, abandono,
contentamiento y resignación. ¡Más que todo, en perfecta oracin! ¡La vida será intercalada
con señales de amor pleno! Esta conducta es más agradable para el corazón de Dios y, por
encima de otras, forzará su regreso.
CAPÍTULO VI

LA IMPORTANCIA DEL AUTOABANDONO

En este punto, debemos comenzar a ABANDONAR ya ENTREGAR toda nuestra


existencia a Dios, con la fuerte y positiva convicción, que las ocurrencias momentáneas
resultan de su voluntad inmediata y permisoria, y son exactamente lo que nuestro el
estado necesita. Tal convicción nos hará sentir felices con todas las cosas; nos hará
considerar todo lo que sucede, no desde el punto de vista de la criatura, sino desde el
punto de vista de Dios.

Pero queridos y amados, cualquiera que quiera entregarse sinceramente a Dios, os


imploro que no se retiren después de haber hecho la dotación; recuerde: un regalo dado
no está a la disposición de quien lo dio.

El abandono es una cuestión de gran importancia para el progreso; es la clave para la


corte interior, de modo que aquel que sabe verdaderamente abandonarse, rápidamente
alcanza la perfección. Debemos, por lo tanto, seguir firmes e inmóvil, sin dar oídos a la
razón natural. Una gran fe produce un gran abandono; debemos confiar en Dios, velando
contra toda esperanza (Rm 4,18).

Abandono es perder los cuidados egoístas, para que podamos estar todos al alcance
divino. Todos los cristianos se los exhorta al abandono, pues se dice: "De hecho, son los
gentiles que están en busca de todo esto: vuestro Padre celestial sabe que tenéis
necesidad de todas estas cosas (Mt 6,32) . Y todos tus caminos, lo reconocen, y él
enderezará tus senderos (Pr 3,6). ªRecomenda a Yahweh tus obras, y tus proyectos irán a
realizarse (Pr 16,3). ªEntrega tu camino a Yahvé, confía en él, y él actuará (Sal 37,5).

Por lo tanto, el abandono debe ser tanto a lo que se refiere a las cosas internas como
externas; abandonar absolutamente todas las preocupaciones en las manos de Dios,
olvidándose de nudo y recordando solamente de él, por quien el corazón permanecerá
siempre deshecho, libre y en paz.

El abandono es practicado con el continuo abandonar de la voluntad propia en la


voluntad de Dios; renunciando a toda inclinación particular, tan pronto aparezca y por
mejor que pueda parecer, a fin de permanecer indiferentes con relación a nudo s mismos,
deseando sólo lo que Dios ha deseado desde toda eternidad; nos resigna en todas las
cosas, tanto del cuerpo y del alma, temporal o eternamente; olvidando el pasado, dejando
el futuro a la Providencia y devorando el presente a Dios; estemos satisfechos con el
momento presente, que trae consigo el orden eterno de Dios; se trata de una infalible
declaración de Su voluntad, en la medida en que es inevitable y común a todos; que nada de
lo que nos suceda sea atribuido a la criatura, sino a Dios; vean todas las cosas, excepto
nuestros pecados, como infaliblemente procedentes de Dios.

Se entreguen, entonces, a la orientación y la disposición de Dios, tanto en lo que se


refiere al estado exterior, como interior.

CAPÍTULO VII

SUFRIMIENTO - FUENTE DE CONSUELO

Sean pacientes ante todo sufrimiento; si el amor por Dios es puro, no lo irán lo busca -
Lo menos en el calvo río que en el Tabor; ciertamente Él debe ser más amado en los
momentos difíciles que en otros, ya que fue en el Calvá río que dio la mayor demostración
de amor.

No sean como aquellos que se donan en un momento y se retiran en otro. Estos se


donan sólo para ser acariciados y se arrancan cuando son crucificados, o buscan el
consuelo de las criaturas.

No, queridas almas, no hay consuelo en nada más que en el amor de la cruz y en el
total abandono, quien no experimenta la cruz, no experimenta las cosas de Dios (ver Mt
16,23). Es imposible amar a Dios sin amar la cruz; un corazón que experimenta la cruz,
considera las cosas más amargas una donación: "La garganta saciada desprecia el panal, la
garganta hambrienta encuentra dulce todo amargo (Pr 27,7); porque tiene hambre de
Dios, en la proporción de su hambre por la cruz. Dios nos da la cruz y la cruz nos da a Dios.
Es necesario tener la convicción de que hay un avance interno, cuando hay un progreso
en el camino de la cruz; el abandono y la cruz andan de mana los dados.

En el momento en que se le presente algo en forma de sufrimiento, provocando una


cierta repugnancia, se resigne a Dios inmediatamente, ofreciéndose a Él en sacrificio:
usted descubrirá lo que cuando llegue la cruz, no será tan difícil de cargar, pues la
deseaste. Esto no nos impide sentir su peso, como algunos creen; porque cuando no
sentimos la cruz, no lo sufrimos. La sensibilidad de sufrir es una de las principales partes
del sufrimiento en sí. Jesucristo eligió enfrentar su mayor rigor. Normalmente apoyamos
la cruz en la debilidad, a veces en la fuerza; todo debe ser semejante para nudo s en la
voluntad de Dios.

CAPÍTULO VIII

SOBRE LOS MISTERIOS

El objetivo de este mé todo es el de eliminar la existencia de misterios grabados en la


mente; pero, en caso de que esto ocurra, que sea un medio peculiar de compartirlos con el
alma. Jesucristo, a quien nos abandonamos ya quien seguimos como siendo el Camino, a
quien oímos como siendo la Verdad y siendo aquel que nos anima como la Vida (Jn 14,6), al
impregnarse en el alma,

las características de estos diferentes estados. Cargar todos los estados de


Jesucristo, es algo mucho más grande que simplemente meditar sobre ellos. Sana el Pablo
cargó en su cuerpo los estados de Jesucristo, ªDoravante nadie más me molestó; Porque
yo traigo en mi cuerpo las marcas de Jesús (Gl 6,17), pero él no le dice imaginar tales
estados.

En este estado de abandono, Jesucristo frecuentemente comunica algunas visiones


peculiares o revelaciones de sus estados, lo que se debe aceptar agradablemente; es
necesario ponerse a la disposición de lo que parece ser Su voluntad; recibir igualmente
cualquier forma que Él pueda usar y no tener otra opción que la de buscarlo, de
ardientemente, de habitar siempre con Él y de sumergirse en la nada ante Él; aceptar
indistintamente todas sus divas, sean ellas oscurecidas o iluminaciones; fecundidad o
infertilidad; debilidad o forzamiento; o de amargura; tentaciones, distracciones, dolores,
agotamiento o incertidumbre, y que nada de eso retarde nuestro curso, ni por un minuto.

Dios compromete algunos, por vanos años, en la contemplación y en la experimentación


de un ú nico misterio; su simple visión o contemplación recoge el alma; que sean fieles a
este momento; pero, tan pronto como quiera quitar esta visión del alma, acepten
libremente la privación. Algunas privaciones son el penosas ante la dificultad de meditar
sobre ciertos misterios; pero no hay motivos para tal dificultad, ya que un apego amoroso
a Dios incluye todo tipo de devoción y el que se encuentra íntimamente unido a Dios, está,
de hecho, perfecto y efectivamente aplicado a cada misterio divino. Quien ama a Dios,
ama a todo lo que le pertenece.

CAPÍTULO IX

SOBRE LA VIRTUD

Es así que adquirimos virtudes con facilidad y seguridad; porque como Dios es el
principio de toda virtud, todo hereda quien lo posee; en la misma proporción en que
avanzamos en dirección a su posesión, recibimos las más eminentes virtudes. Pues, toda
virtud es como una mala scara, una apariencia externa, cambiante como nuestras
vestiduras, si no se les concede del interior; sólo así es que se puede decir de forma
genuina, esencial y permanente: La hija de Tiro alegrará tu rostro con sus regalos, y los
pueblos más ricos con muchas joyas clavadas de oro (Sal 45,13). Estas almas, por encima
de todas las demás, practican la virtud en los grados más elevados, aunque no lo llaman a la
atención para ninguna virtud en particular. Dios, a quien están unidos, las conduce a su
praxis más extensiva; Él es extremadamente celoso y no les permitió el menor placer.

¡Qué ansiedad por el sufrimiento posee estas almas, que así arden en amor divino!
¡Cómo se precipitar en austeridades excesivas, si tuvieran permiso de seguir la propia
inclinación! No piensan en nada sino como agradar al Amado; empezaron a descuidar y
olvidarse de sí mismas, y en la medida en que crece el amor a Dios, aumenta también el
desinterés por la criatura.
Una vez que se alcance ese mé todo, un camino que sirve a todos, desde el más
ignorante al más erudito, toda la Iglesia de Dios es fácilmente reformada. Sólo el AMOR
es pedido: ªAMEMº, dice San Agustín, ªe entan lo hagan lo que quieran. Pues, cuando
amamos verdaderamente, no podemos hacer nada que pueda ofender el objeto de
nuestros sentimientos.

CAPÍTULO X

LA MORTIFICACIÓN DEBE SER INTERIOR

Digo que es prácticamente imposible alcanzar la perfecta mortificación de los


sentidos y de las pasiones.

La razón es la bión: el alma da vigor y energía a los sentidos; los sentidos surgen y
estimulan las pasiones; un cuerpo muerto no tiene sensaciones, ni pasiones, porque su
conexión con el alma está disuelta. Todos los esfuerzos para simplemente rectificar el
exterior empujan al alma a alejarse aún más de aquello con que está tierna y celosamente
comprometida. Sus poderes se vuelven difusos y dispersados; pues, siendo su atención
inmediatamente dirigida hacia la austeridad y otras cosas externas, da vigor a esos
mismos sentidos que desea subyugar. Porque los sentidos no tienen otro origen, de donde
deriva su vigor, que la aplicación del alma a ellos; el grado de su vida y actividad es
proporcional al grado de atención que el alma les presta. Esta vida de los sentidos se agita
y provoca las pasiones, en lugar de suprimirlas o subyugárselas; la austeridad puede, de
hecho, debilitar el cuerpo, pero por las razones ya mencionadas, nunca puede quitar la
vitalidad de los sentidos, mucho menos su actividad.

El último medio para hacer efectiva la mortificación es el recogimiento interior, a


través del cual el alma se vuelve totalmente y por entero hacia el interior, para poseer un
Dios presente. Si dirige todo su vigor y energía a eso, ese acto simple la separa de los
sentidos y, empleando todos sus poderes internamente, los hace débiles; cuanto más cerca
de Dios, más separada estará del EU. Así, en aquellos en quienes las atra- siones de la
gracia a son muy poderosas, generalmente el hombre exterior es débil y dé bil, incluso
sujetos a desmayos.

No quiero con ello desalentar la mortificación; debe siempre acompañar la oración,


según el estado y la fuerza individual o como la obediencia demanda. Pero, digo que la
mortificación no debe ser nuestra práctica principal, ni debemos prescribir austeridades,
sino simplemente seguir las huellas de la gracia y preocuparnos por la divina presencia; sin
pensar particularmente en la mortificación, Dios nos permitirá realizar vuestras especies
de mortificaciones. A los que sinceramente se abandonan en Dios, Él no le da descanso
hasta haber subyugado en ellos todo lo que necesita ser mortificado.

Por tanto, sigamos firmes en la dedicación a Dios, y todo será hecho perfectamente.
No todos son capaces de austeridades externas, pero todos sanos lo capaces de esta
firmeza de atención; en la mortificación de ojos y oídos, que bombardean continuamente
la ocupada imaginación con nuevos asuntos, hay poco peligro de caer en el exceso; pero
Dios nos enseñará eso, sólo necesitamos seguir Su Espíritu.

El alma tiene una doble ventaja procediendo de esta manera; pues, si se retira de
objetivos exteriores, se va acercando cada vez más a Dios; al mismo tiempo, los poderes y
virtudes sostenedores y preservadores secretos que el alma recibe, aleja al hombre del
pecado, mientras éste se acerca a Dios; de esta forma, la conversación del alma se
establece firmemente establecida por una cuestión de habito.

CAPÍTULO XI

SOBRE LA PERFECTA CONVERSIÓN

ªVolta para aquel contra el cual se rebelaron tan profundamente los hijos de Israel
(Is 31,6). La conversación no es más que un alejarse de la criatura para volver a Dios.

Ella no es perfecta cuando consiste simplemente en alejarse del pecado para volver a
la gracia (aunque eso es bueno y esencial para la salvación).

Cuando el alma se vuelve hacia Dios una vez más, encuentra una maravillosa facilidad
en seguir firme en la conversación; cuanto más ella permanece convertida, más cerca de
Dios se acerca y más firmemente a Él se adhiere; cuanto más es atraída hacia Él, se hace
necesario que el padre la quita de la criatura, que le es tan contraria; eso está tan
establecido en la conversación, que el estado se vuelve habitual y natural.
Pero no pensemos que esto ocurre a través del violento ejercicio de sus propios
poderes; porque el alma no es capaz de realizar tal obra, ni buscaría otra cooperaci n
junto a la gracia divina que auxiliarla a retirarse de asuntos externos, a fin de que se
vuelva hacia el interior; por lo tanto, el alma no tiene nada más que hacer firme en su
adhesión a Dios.

Dios posee una virtud atractiva que atrae el alma hacia sí de forma cada vez más
poderosa, al atraer, Él purifica; lo mismo ocurre con el vapor grosero que emana del sol;
mientras que ascende gradualmente, él es enrarecido y se vuelve puro; de hecho, el vapor
contribuye a su ascensión sólo por ser pasivo; pero el alma coopera libre y
voluntariamente.

Este tipo de introversión es muy fácil y hace que el alma avance naturalmente, sin
esfuerzo, porque Dios es nuestro centro. El centro siempre ejerce una virtud atractiva
bastante poderosa; cuanto más el alma es espiritual y exaltada, más violenta e irresistible
son sus atracciones.

Al mismo de la virtud atractiva del centro, hay, en cada criatura, una fuerte
tendencia a la reunión con su centro, que es vigorosa y activa en la proporción de la
espiritualidad y perfección del sujeto.

Si algo no se vuelve a su centro, es precipitado en esta dirección con extrema


rapidez, a menos que esté impedido por algún obstáculo invencible. Una piedra segura en la
mano no se encuentra despojada a punto de caer en la tierra, como su centro, por el
propio peso. Cuando el alma, por el propio esfuerzo, se recoge, trae consigo la influencia
de la tendencia central, cae gradualmente hacia su propio centro, sin ninguna otra fuerza
a la del peso del amor. Cuanto más pasiva y tranquila permanezca y cuanto más libre de la
pasionalidad, más rara que el alma avanza, porque la energía de la virtud atractiva central
está clara, pudiendo actuar con total libertad.

Toda nuestra preocupación debe estar orientada a conquistar el mayor grado de


recogida interior posible; que no seamos desanimados por las dificultades encontradas en
este ejercicio; pronto seremos recompensados por Dios con abundantes suministros de la
gracia; el trabajo se tornará fácil si es sincero y humildemente retirar nuestros
corazones de las distracciones y ocupaciones exteriores, retornando a nuestro centro,
con sentimientos repletos de ternura y serenidad. Cuando, en cualquier momento, las
pasiones son las turbulentas, una gentil retratación interior hacia un Dios presente, basta
para extinguirlos; las demás formas de oponerse a las pasiones más las irritan de las que
las apaciguan. CAPÍTULO XIIORACIÌN DE LA PRESENCIA DE DIOSA alma fiel al
ejercicio de amor y adherencia a Dios, descrita arriba, queda sorprendida al sentirlo
gradualmente tomando la posesión de todo su ser; ella disfruta de una continua sensacin
de la presencia, que se va volviendo natural; así como la oración, la presencia divina se
convierte en una cuestión de bito. El alma siente una serenidad inusual penetrando
gradualmente todas sus facultades. El Silencio constituye ahora todo su oracion; mientras
Dios comunica un amor infundido, que es el principio de la bendición inefable. ¿A si se me
permitiría continuar con este asunto y describir algunos grados de la progresión infinita
de los estados subsecuentes? Pero, en el momento, escribo para los principiantes y no
debo ir a mí, sino esperar el tiempo de nuestro Señor para desarrollar lo que puede ser
aplicado a cada estado.

Sin embargo, es necesario interrumpir urgentemente toda auto-acción y auto-


aplicación, a fin de que Dios únicamente pueda actuar: Él dijo a través del profeta David:
ªAquieta, y sabed que yo soy

Dios (Sal 46,10). Pero la criatura está tan desprovista de amor y tan apegada a su
propio trabajo, que no cree que esto pueda funcionar, a menos que sienta, conozca y
distingue todas sus operaciones. Ignora que la dificultad de observar su movimiento, es
ocasionada por la velocidad de su progreso; y que las operaciones de Dios absorben las de
la criatura, en la medida en que aumenta más y más; las estrellas brillan antes de la salida
del sol, pero gradualmente se van desapareciendo con el avance de su luz y se vuelven
invisibles, no por falta de luz en sí, sino por el exceso de luz en el sol.

Lo mismo ocurre aquí, pues hay una luz fuerte y universal que absorbe todas las
pequeñas luces distintas del alma; ellas vayan disminuyendo y desaparecen bajo su
poderosa influencia; la actividad propia no es distinta.

Aquellos que acusan esta oración de inactividad, cargan un peso que sólo puede
atribuirse la falta de experiencia. ¡Ah, si pudieran al menos hacer algunos esfuerzos para
alcanzarla, rápidamente estarían llenos de luces y conocimiento sobre ella!
La aparente inacción es, de hecho, no una consecuencia de la esterilidad, sino de
abundancia, como será fácilmente percibido por el alma experimentado; ella reconocerá
que el silencio está repleto y lleno de unción por la plenitud.

Hay dos tipos de personas que guardan silencio: aquellos que no tienen nada que decir
y aquellos que tienen mucho que decir. Este es el caso en este estado; el silencio es
ocasionado por el exceso y no por la falta.

Ahogarse y morir de sed son las muertes muy diferentes; aún así se puede decir que
la agua fue la causa de ambas; en un caso lo que destró es la abundancia, en el otro, la
falta. Así, la plenitud de la gracia paraliza la actividad del ser; por lo tanto, es de extrema
importancia mantener el máximo de silencio.

El niño colgado en el seno de su mano y, es una ilustración viva de nuestro asunto; ella
comenzó a extraer la leche al mover sus pequeños allí bios; pero cuando su alimento fluye
abundantemente, se contenta en tragar sin esfuerzo; cualquier otra actitud le haría daño
a ella, derramar la leche y la forz aria a soltar el pecho.

Debemos actuar de la misma forma al principio de la oración, al mover los bios de los
sentimientos; pero, tan pronto, la leche de la gracia la divina fluye libremente, nada
debemos hacer sino el ingerirla dulcemente, en quietud; cuando ella deja de fluir, mover
de nuevo los sentimientos, así como el niño los mueve sus bios. El que actúa de otra forma,
no puede hacer mejor uso de la gracia, que es concedida para llevar el alma al reposo del
Amor, y no para empujarla hacia la multiplicidad del ser.

Pero lo que ocurre con el bebé que gentilmente y sin esfuerzo lo bebe la leche?
¿Quién creería que así recibiría la nutrición? Cuanto más pacíficamente se alimenta, mejor
se desarrolla. ¿Qué se convierte en ese niño? Ella se adormece en el seno de su mano y.
Así, el alma tranquila y pacífica en la oración, se sumerge frecuentemente en un
adormecimiento místico, donde todos sus poderes quedan en reposo, hasta que esté
totalmente preparada para este estado, del que disfruta estas anticipaciones
transitorias. Vean que en ese proceso el alma es guiada naturalmente, sin problemas,
esforzarse, ciencia o estudio.
El interior no es una fortaleza, para ser tomado con fuerza y violencia; pero un reino
de paz, que debe ser conquistado únicamente por el amor. Si alguien quiere seguir el
pequeño camino que apunté, será guiado a la oración infundida. Dios no lo necesita de nada
extraordinario y ni muy difícil; por el contrario, se agrada enormemente por la conducta
simple y pueril.

Las más sublimes conquistas en la religión, son aquellas fácilmente alcanzables; las
más necesarias ordenanzas son las menos difíciles. Lo mismo ocurre con las cosas
naturales; si alguien quiere alcanzar el aire

hasta Dios, siga este camino dulce y simple, y llegará al objeto deseado, con una
jornada tan fácil que sorprender.

¡Que puedan al menos tomar el camino una vez! ¡Rápidamente irán a darse cuenta de
que todo lo que ha dicho es pequeño, y que la experiencia propia los conducirá mucho más
lejos! ¿Qué temen? ¿Por qué no se arrojó inmediatamente en los brazos del AMOR,
extendiéndose en la cruz para que Él pueda abrazarlos? ¿Qué riesgos corren al depender
únicamente de Dios y al abandonarse enteramente a Él? Ah, él no va a decepcionar, sino
conceder una abundancia al mismo de sus mayores expectativas; pero los que esperan todo
de sí mismos, deben oír esta reprensión de Dios al profeta Isaías: "De tanto andar te
cansaste, pero no por eso dijiste: ¡Eso es desanimar! (Is 57,10 Vulg).

CAPÍTULO XIII

SOBRE EL REPOSO DELANTE DE DIOS

El alma que ya avanza o hacia este punto, no necesita otra preparación para la quietud:
pues, la presencia de Dios durante el día, que es el gran efecto, o mejor, la continuidad de
la oración, a ser infundida y es casi ininterrumpida. El alma seguramente disfruta de la
trascendencia y descubre que Dios está más íntimamente presente a ella de lo que ella
está para sí misma.

El último camino de encontrarlo es por la introversión. Tan pronto los ojos del cuerpo
se cierran, el alma se entrega a la oración: ella se sorprende ante la gran gracia y disfruta
de una conversación interna, que los asuntos exteriores no pueden interrumpir.
El mismo puede ser dicho sobre las oraciones de la sabiduría: ª con ella me vinieron
todos los bienes (Sb 7,11). Porque las virtudes fluyen del alma para el ejercicio con tanta
dulzura y facilidad, que le parece natural, y la primavera viva desabrocha abundante y
fácilmente para todo el bien y en una insensibilidad para todo mal.

Que ella permanezca en el fiel a este estado; y cuidado en la elección o búsqueda de


otra disposición que no sea este simple reposo, como preparación tanto para la confesión
como para la comunión, para la acción o la oración; porque su ú nica vocaci n es ser llenada
por esta expansi n divina. Yo no se entendería si hablara sobre las preparaciones
necesarias para las órdenes, sino sobre la más perfecta disposición interior donde pueden
ser recibidas.

CAPÍTULO XIV

SOBRE EL SILENCIO INTERIOR

Yahvéh está en Su santuá río sagrado: Silencio en su presencia, tierra entera! (Hab
2,20). El motivo por el cual el silencio interior se hace indispensable es la naturaleza
esencial y eterna del Verbo; que necesariamente requiere disposiciones en el alma
correspondientes, en cierto grado, a su naturaleza, como una especie de capacidad para su
propia recepci n. La audición es un sentido formado para recibir sonidos y es más pasivo
que activo; ella recibe, pero no lo comunica sensaciones; si queremos oír debemos prestar
el oído para este fin. Cristo, el Verbo eterno, que debe ser comunicado al alma, a fin de
concederle vida nueva, requiere la más intensa atención a su voz, tan pronto como nos
habla interiormente.

Las Sagradas Escrituras frecuentemente nos alerta a escuchar ya estar atento a la


voz de Dios; Apunta algunas de las numerosas exhortaciones a este respecto: "¡Atiende,
pueblo mío, me da oídos, gente mía! Porque de mí saldrá una ley, haré brillar mi derecho
como una luz entre los pueblos (Is.

51.4); de nuevo, de la casa de Jacob, todo lo que queda de la casa de Israel, vó s, a


quien cargué desde el seno materno, a quien llegué desde la cuna (Is 46,3); también en los
Salmos: ªOuve, hija; ve, da atención; olvida a tu pueblo ya la casa de tu padre. Entonces el
rey codiciará tu hermosura; porque él es tu Señor (Sal. 45,10,11).

Debemos olvidar de nudo s mismos y de todo interés propio para escuchar y estar
atento a Dios; estas dos acciones simples, o mejor, disposiciones pasivas, producen el
amor de extrema belleza, que Él mismo comunica.

El silencio exterior es bastante solicitado para el cultivo y mejoramiento del interior;


de hecho, es imposible volvernos verdaderamente al interior, sin amar el silencio y el
retiro. Dios dijo por la boca de su profeta: "Por tanto, he aquí que la atraparé, y la llevaré
al desierto, y le hablaré al corazón. sin la vida, el ser comprometido a Dios internamente
es incompatible con el ser exterior guiado por miles de insignificancias.

Cuando, por la debilidad, nos encontramos descentrados, debemos volver


inmediatamente al interior; este proceso debe ser repetido tan pronto como ocurra la
distracción. No es de gran valor estar recogido y devorado por una o media hora, si la
unción y el espíritu de la oración no continúan con nosotros durante todo el día.

CAPÍTULO XV

EL PRÓPIO DIOS ES QUIEN NOS EXAMINA

El auto-examen debe siempre preceder a la confesión, pero su forma debe ser


compatible con el alma. El trabajo de aquellos que ya avanzamos al grado que ahora
tratamos es abrir totalmente su alma a Dios; Él no le dejará de iluminarlas y permitir que
vean la naturaleza peculiar de sus faltas. Este examen, sin embargo, debe ser pacífico y
tranquilo; debemos contar con Dios, para descubrir y conocer nuestros pecados, mucho
más que con la diligencia de nuestra propia inspección.

Cuando fueran el auto-examen, a menudo somos traicionados y engañados por el amor


propio, lo que conduce al error: ªAi de los que al mal llaman bien y al bien malo (Is 5,20);
pero cuando mentimos descaradamente ante el Sol de la retiro, sus rayos divinos hacen a
los más pequeños a tomos visibles. Debemos, entonces, perdonar al yo, y abandonar
nuestras almas en Dios, así como en el examen de la confesión.

Cuando las almas alcanzan este tipo de oración, ninguna falta escapa de la reprensión
de Dios; así que cometidas, sano lo inmediatamente reprobadas por una quema interna y
una dolorosa confusión. Tales son las inspecciones De aquel que no tiene mal alguno a ser
consolado; el ú nico camino es simplemente volverse a Dios y soportar el dolor y las
correcciones que Él inflige.

En la medida en que Él se convierte en el examinador incansable del alma, esta no


puede examinarse más; si es fiel a su abandono, la experiencia probará que es mucho más
efectivamente sondeada por esta luz divina, que por su empeño propio.

Aquellos que caminan el camino deben ser orientados en la búsqueda de la confesión,


en la cual pueden engañarse. Cuando comiencen a rendir cuentas de sus pecados, en vez de
arrepentimiento y contrición, deben comenzar a sentir; descubren entonces, que el amor y
la tranquilidad penetran el alma dulcemente: pero aquellos que no lo son propiamente
instruidos se resisten a esta sensacin, y forman un acto de contrición; eso porque oyeron
hablar, y con verdad, que ella es un requisito. Pero no se dan cuenta que actuando de esta
forma pierden la contrición genuina o el amor infundido, que supera infinitamente
cualquier efecto producido por la auto-corrección; la contrición genuina permite la
comprensión de otros actos como

parte de un acto principal, en una perfección mucho más elevada, que si se


considerase distintamente. No se preocupen en actuar de otra forma, siendo que Dios
actúa tan bien en ellos y por ellos. Despreciar el pecado de esta forma, es despreciarlo de
la misma manera que Dios lo hace. El amor más puro es aquel que es de inmediata
operación en el alma; ¿por qué entonces lo debemos quedar tan ansiosos por la acción?
Permanecimos en el estado que él nos designa, concordando con las instrucciones del
hombre sá bio: ªNo lo admires la conducta del pecador, pero confía en el Señor y
permanece en tu trabajo (Ec. 11,22).

El alma se sorprenderá también ante la dificultad de recordar sus faltas. Esto, por lo
tanto, no debe molestar, primero porque el olvido de nuestras faltas es una prueba de
nuestra purificación con relación a ellas; en este grado de desarrollo, es mejor olvidar
todo tipo de preocupaciones, a fin de que podamos recordarnos únicamente de Dios. En
segundo lugar, porque cuando la confesión es un deber, Dios no le dejará de mostrar
nuestras mayores faltas, ya que Él mismo nos examina; el alma sentirá el fin del examen
más bien realizado, de lo que podría ser a través de nuestros propios esfuerzos.

Estas instrucciones, sin embargo, serían todas incansables a los grados precedentes,
mientras el alma continúa en su estado activo, cuando es cierto y necesario que en todas
las cosas se debe ejercer, en la proporción de su avance. Yo exhorto a aquellos que han
llegado a este estado más avanzado, que sigan estas instrucciones, y no varíen sus
ocupaciones simples, aun cuando se acerquen a la comunión; que permanezcan en silencio, y
permitan que Dios actúe libremente. Él no puede ser mejor recibido que por Él mismo.

CAPÍTULO XVI

SOBRE LA LECTURA Y LAS ORACCIONES VOCALES

En este estado, el mé todo de la lectura debe ser interrumpido cuando nos sentimos
recogidos; permaneciéndonos, quietos, leyendo poco y siempre dejando la lectura cuando
atraídos internamente.

El alma llamada a un estado de silencio interior, no debe ocuparse de oraciones


vocales; siempre que haga uso de ellas y encontrar allí una dificultad y una atracción al
silencio, que no le haga uso de la compulsión de perseverar, sino que se entregue a los
impulsos internos, a no ser que la repetición de estas oraciones sea una obligación. En
cualquier otro caso, es mucho mejor no quemarse con ningún apego a la repetición de
fotomas, sino dejarse conducir por el Espíritu Santo; de esta forma, toda especie de
devoción se alcanza en un grado más eminente.

CAPÍTULO XVII

EL ESPÍRITU REGISTRO NUESTRAS PETICIONES

El alma no debería sorprenderse al sentirse incapaz de ofrecer a Dios las peticiones


que ha formalizado con facilidad; pues, en este estado, el Espíritu intercede por ella de
acuerdo con la voluntad de Dios; es ese Espíritu que auxilia nuestras enfermedades;
También el Espíritu socorre nuestra debilidad. Porque no sabemos qué pedir como
conviene; pero el propio Espíritu intercede por nudo s con gemidos inefables (Rm 8,26).
Debemos seguir los proyectos de Dios, que tienden a desvestirse de toda operación
propia, para que Sus puedan sustituirlas.

Que así sea en cada uno de nodos; no estemos atados a nada, por mejor que pueda
parecer; nada es ir leído, si de alguna forma nos aleja de lo que Dios desea para cada uno
de nudo s. La voluntad divina es más valiosa que cualquier otro bien. Nos alejamos de todo
interés y vivimos por la fe y el abandono; es en este punto que esa fe genuina comienza a
funcionar.

CAPÍTULO XVIII

SOBRE LAS FALTAS COMETIDAS

En caso de desviarnos por cosas externas o cometer una falta, debemos volver al
interior inmediatamente; porque teniendo con eso lejos de Dios, hay que volver a Él lo más
raro posible, sufriendo la pena que Él inflige.

Es muy importante evitar la inquietud por nuestras faltas; ella surge de una raíz
secreta del orgullo, y de un amor por nuestra propia excelencia; somos heridos al sentir lo
que somos.

Si nos desanimamos, debilitamos aún más; y de las reflexiones sobre nuestras


imperfecciones, surge una mortificación, que normalmente es peor que las propias
imperfecciones.

El alma verdaderamente humilde no se sorprende ante sus defectos y faltas; cuanto


más miserable se considera, más se abandona a Dios, forzamos una alianza más íntima con
Él, ante la necesidad que siente de su ayuda. Debemos preferir la inducción de esta
actuación, como el propio Dios dijo: "Te instruir, indicando el camino a seguir, con los ojos
sobre ti, yo seré tu consejo". (Sal, 32,8).
CAPÍTULO XIX

SOBRE LAS DISTRACCIONES Y LAS TENTACIONES

Una confrontación directa con las distracciones y las tentaciones sólo sirve para
aumentarlas y extraer el alma de la adhesión a Dios, que debería ser su única ocupación.
Deberíamos simplemente volverse contra el mal, y acercarse cada vez más a Dios. Un niño,
al percibir un monstruo, no le espera para luchar con él, y difícilmente vuelve sus ojos
hacia él, pero rápidamente se encoge en el seno de su mano y, garantizando su seguridad.
Dios se encuentra en medio de ella, dice el Salmista, éstas serán sacudidas. Dios la
ayudará desde temprano. (Sal. 46,5).

Si actuamos de otra manera, tratar de atacar a los enemigos con nuestra debilidad,
fatalmente nos herir, cuando no están totalmente derrotados; pero, permaneciendo
simplemente en la presencia de Dios, encontraremos suplementos de fuerza para
apoyarnos. Esta era la fuente de David: ªColoco Iahweh delante de mí sin cesar, con él a
mi derecha yo nunca vacilo. Por eso mi corazón se alegra, mis entrañas exulta y mi carne
reposa en seguridad (Sal 16 8,9). En el Éxodo se dice: "El Señor peleará por vuela s, y vó s
os calláis (Ex 14,14).

CAPÍTULO XX

LA ORACLE O EXPLICADA DE FORMA DIVINA

La devoción y el sacrificio forman parte de la oración, la cual, según Sán el Joán, es un


incienso cuya humo la asciende a Dios; por lo tanto, se dice en el Apocalipsis: "Viene otro
ángel y se puso de pie junto al altar, con un incensario de oro, y se le dio mucho incienso
para ofrecerlo con las oraciones de todos los santos (Ap 8, 3).
La oración es la efusión del corazón en la presencia de Dios: el derramamiento de mi
alma ante el Señor, dijo la mano y Samuel (1 Sm 1,15). La oración de los Reyes Magos a los
pies de Cristo no está bulo de Belén, fue indicada por el incienso que ofrecieron.

La oración es un cierto calor de amor derritiendo, disolviendo y sublimando el alma,


haciendo que ascienda a Dios; como el alma se encuentra disuelta, el olor de ella emana;
estas dulces exhalaciones proceden del fuego del amor consumidor.

Esto está ilustrado en los Cánticos (Ct 1,12), donde la esposa dice: ª Mientras el rey
está sentado a su mesa, mi nardo exhala su perfume. La mesa es el centro del alma;
cuando Dios está allí y sabemos cómo habitar por cerca y mantenerse con Él, la sagrada
presencia gradualmente disuelve la dureza del alma; al derretirse, una fragancia es
exhalada; Es así que el Amado habla de su esposa, al ver su alma derretir mientras habla:
ª ¿Qué es lo que sube al desierto, como columnas de humo, perfumado de mirra y de
incienso? (Ct. 3,6).

El alma asciende a Dios al entregar el EU al poder destructor y aniquilador del amor


divino. Este es un estado de sacrificio esencial a la religión cristiana, en el cual el alma
permite ser destruida y aniquilada, para dar reverencia a la soberanía de Dios; es como
está escrito: El poder del Señor es grande y Él sólo es honrado por los humildes (Ec 3,21).
Por la destrucción del EU, reconocemos la suprema existencia de Dios. Debemos dejar de
existir en el EU, a fin de que el Espíritu del Verbo Eterno pueda existir en nudo s: es
desistiendo de la propia vida, que damos lugar a su llegada; al morir para nudo, hacemos
que Él viva en nudo s.

Debemos entregar todo nuestro ser a Jesucristo y dejar de vivir en nudo s mismos,
para que Él se convierta en nuestra vida; Que están muertos, y vuestra vida está oculta
juntamente con Cristo, en Dios (Col.3,3). ª Pues para mí, dice Dios, ªtodos vó s que buscan
a mí con sinceridad (Ec.24,16). Pero, ¿cómo es éste pasar a Dios? No es otra cosa que
dejarnos y abandonarnos, para que podamos estar perdidos en Dios; "esto sólo puede ser
efectuado por la aniquilación, la cual constituyéndose en la verdadera oración de
adoración, dedica únicamente a Dios toda alabanza, honor, gloria y dominio, por los siglos
de los siglos" (Ap. 5,13).
Esta oración de la verdad es ªador a Dios en Espíritu y en Verdad (Jn 4,23). En el
Espíritu, porque penetramos la pureza de aquel Espíritu que ora en nuestro interior y
somos retirados de nuestro propio mé todo carnal y humano; En verdad, porque somos así,
situados en la verdad del todo de Dios, y de la nada de la criatura.

No hay nada más que estas dos verdades, el TODO y el NADA; todo lo demás es
falsedad. Podemos rendir homenaje al TODO de Dios, sólo en nuestra propia aniquilación;
esta no se alcanza antes de que Él, que nunca sufrió ninguna anulación en la naturaleza, nos
llene instantáneamente de Sí mismo.

Ah, si por lo menos conociéramos las virtudes y las bendiciones que el alma extrae de
esta oración, no tendríamos ganas de hacer cualquier otra cosa; Se trata de la pie rodillo
de gran valor; el tesoro oculto, (Mt. 13 44,45); el que la encuentra, vender libremente
todos sus bienes para poseerla; es la rueda de la

de la que brota toda la vida. Es la adoración de Dios en espíritu y en verdad (Jn 4


14,23); es la completa actuación de los más puros preceptos evangé licos.

Jesucristo nos asegura de que el reino de Dios está dentro de nudo s: (Lc 17,21) lo
que es verdad en dos sentidos: primero, cuando Dios se convierte en el Maestro y el
Señor pleno en nudo; cuando nada resiste a su dominio y nuestro interior se transforma en
su reino; cuando poseemos a Dios, que

es el Bien Supremo, también poseemos su reino, donde hay plenitud de alegría y donde
alcanzamos el fin de nuestra creación. Por lo tanto, se dice: el respeto a Dios es reinar. El
fin de nuestra creación, de hecho, es disfrutar de Dios, incluso en esta vida; pero, ¿quién
piensa así?

CAPÍTULO XXI

ALMA ACTIVA, YO EN SILENCIO


Algunas personas cuando oyen hablar de la oración del silencio, imaginan
erróneamente que el alma permanece obtusa, muerta e inactiva; pero,
incuestionablemente, actúa de forma más noble y extensiva de lo que jamás haya actuado
anteriormente; porque el propio Dios es su motor y ella se mueve por la acción de Su
Espíritu. Sana Pablo nos habría guiado por el Espíritu de Dios ". (Rm 8,14).

No significa que debemos interrumpir la acción, sino actuar a través de la


intermediación interna de su gracia. Esto está muy bien representado por la visión de las
ruedas del profeta Ezequiel, que poseían un Espíritu vivo; donde fuera el Espíritu ellas lo
acompañaban; ellas subían y bajaban, pues el Espíritu de la vida estaba en ellas, y cuando
no lo volvían. (Ez 1 18,21). De la misma forma, el alma podría servir a la voluntad de este
espíritu vivificante, que en ella se encuentra, siguiendo voluntariamente sólo su
movimiento. Estos movimientos nunca tienden al retorno en las reflexiones sobre las
criaturas o sobre el EU; al contrario, vana el siempre adelante, en un incesante acercarse
al fin.

Esta actividad del alma se presenta con la mayor tranquilidad. Cuando actúa por sí
solo, el acto es forzoso y contrariado y, por lo tanto, más fácilmente distinguible; pero
cuando la acción está bajo la influencia del Espíritu de Gracia, es tan libre, fácil y natural,
que parece que no actúa. ªTujo a un espacio espacioso; me libró porque él se agradó de mí
(Sal. 18,19).

Cuando el alma está centrada o, en otras palabras, vuelve al recogimiento, la atracción


central da inicio a la más potente actividad, superando infinitamente en energía a
cualquier otra especie. Nada, de hecho, puede igualar la velocidad de esta tendencia al
centro; y aunque sea una actividad, ella es tan noble, pacífica y llena de tranquilidad, tan
natural y espontánea, que aparece para el alma como si no fuera nada.

Cuando una rueda gira lentamente es posible percibir sus partes; pero cuando su
movimiento es raro, no se distingue nada. En tanto, el alma que reposa en Dios, posee una
actividad mucho más noble y elevada, aunque ambas sean pacíficas; cuanto más pacífica es,
más rara es su curso; porque se está entregando a la que el Espíritu por el cual es movida
y dirigida.
Este Espíritu que atrae no es otro que el pródito Dios, que al atraernos, nos hace
correr hacia Él. ¿Cómo comprende esto a la esposa cuando dice: ªLeva me apoye, nos
apresuramos (Ct. ). Me atraiga hacia ti, oh mi centro divino, por el secreto surgimiento de
mi existencia, y todos mis poderes y sentidos te seguirán el! Esta sencilla atracción es
tanto un ungüento para curación como un perfume para el encantamiento: nudo s seguimos,
ella dice, la fragancia de tus perfumes; aunque la atracción es tan poderosa,

es seguida por el alma libremente, sin constreñimiento; porque es igualmente


deleitoso e impetuoso; y mientras atrae por su poder, nos lleva por su donación.
ªAtrayeme, dice la esposa, ª y correremos a través de Ti. Ella habla de sí y para sí:
ªatraia me - mantuvo la unidad del centro que es atraído! - vamos a correr - mantuvo la
correspondencia y el curso de todos los sentidos y poderes en seguir la atracción del
centro!

En vez de una animadora lentitud, promovemos una alta actividad al incorporar una
total dependencia del Espíritu de Dios, como el principio que nos mueve; porque en él
vivimos, nos movemos y existimos (Hechos 17,28). Esta humilde dependencia del Espíritu
de Dios es indispensable necesariamente, y hace que el alma se acerque a la unidad y
sencillez en la que fue creada.

Debemos, por tanto, abandonar nuestras múltiples actividades, para penetrar la


simplicidad y la unidad de Dios, en cuya imagen fuimos originalmente formados (Gn 1,27).
El Espíritu es uno y otro.

múltiplo (Sabes 7,22); su unidad no le impide su multiplicidad. Entramos en su unidad


cuando estamos unidos a su Espíritu, y de esta forma tenemos uno y el mismo espíritu con
Él; somos mutuos con respecto a la ejecuci n exterior de su voluntad, sin abandonar
nuestro estado de unión.

Así, cuando somos totalmente movidos por el Espíritu Divino, que es infinitamente
activo, nuestra actividad debe, de hecho, ser más vigorosa que la que nos es propia.
Debemos rendirse a la orientación de la sabiduría, la sabiduría es más suave que cualquier
movimiento y, por su pureza, todo

atravesando y penetrando (Sb 7,24) y abdicando de la dependencia de su acción,


nuestra actividad será verdaderamente eficiente.
Todas las cosas fueron hechas por intermedio de él, y sin él nada de lo que se hizo se
hizo (Jn 1,3). Dios nos formó originalmente en su propia imagen y semejanza. Él sopló en
nudo el Espíritu de su Verbo, aquel Soplo de Vida (Gn 2,7) que nos dio en el momento de la
creación, que consiste en la participación de la imagen de Dios. Ahora bien, esta VIDA es
una, simple, pura, íntima y siempre fecunda.

En el momento en que se creó la creencia, se convirtió en la necesidad de la


renovación de la imagen divina en el alma a través del pecado, la intersesión del mismo
Verbo soplado en el momento de nuestra creación, es absolutamente necesaria para la
renovación. Era necesario que fuera Él, porque Él es la imagen expresa de su Padre;
ninguna imagen puede ser reparada por su propio esfuerzo, pero debe permanecer pasiva
para este fin, en las manos los de aquel que labora.

Nuestra actividad debe consistir en colocarnos en un estado de susceptibilidad a las


impresiones divinas y tener flexibilidad con todas las operaciones del Verbo Eterno.
Mientras una pantalla no está fija, el pintor no puede producir una pintura correcta sobre
ella; cada movimiento del EU produce contornos erróneos; esto interrumpe la obra y
deforma el proyecto de este adorable pintor. Debemos entonces, permanecer en paz, y
movernos sólo cuando Él se mueve en nudo s. Porque así como el Padre tiene vida en sí
mismo, también ha concedido al Hijo tener vida en sí mismo (Jn 5,26) y Él debe dar vida a
cada forma viviente.

El espíritu de la Iglesia de Dios es el espíritu del divino movimiento. ¿Sería ella idó
latra, esté ril o infructuosa? No. ella actúa, pero su actividad depende del Espíritu de
Dios, que la mueve y la gobierna. Lo mismo debe suceder con sus miembros; para que sean
hijos espirituales de la Iglesia, deben ser movidos por el Espíritu.

Como toda acción sólo puede ser estimada en la proporción de la grandeza y dignidad
del principio eficiente, esta acción es incontestablemente más NOBLE que cualquier otra.
Acciones producidas por un principio divino, sano el DIVINAS; pero las acciones de la
criatura, por mejor que puedan parecer, sólo son HUMANAS, o al menos virtuosas, aunque
acompañadas por la gracia.
Jesucristo dice que Él tiene la Vida en Sí: todos los demás seres poseen sólo una vida
prestada; pero el Verbo posee la Vida en Sí; comunicando su naturaleza, desea concederla
al hombre. Debemos hacer un espacio para los influjos de esta vida, lo que sólo ocurre por
la expulsión y pérdida de la vida Adánica y de la supresión de la actividad del ser. Esto
está de acuerdo con la afirmación de San Pablo: "Y así, si alguien está en Cristo, es nueva
criatura; las cosas antiguas ya pasaron; (2 Cor 5, 17), pero este estado sólo puede ser
conquistado muriendo para nó s mismos y para todas nuestras actividades propias, para
que puedan ser sustituidas por la actividad de Dios.

Jesucristo ejemplificó en el Evangelio. Marta hizo lo que era correcto; pero, como
hizo en su propio espíritu, Cristo la reprobó. El espíritu del hombre es inquieto y
turbulento; por esta razón él realiza poco, aunque parezca hacer gran cosa. "Mª, dice el
Cristo, ªandas inquieta y te preocupa con muchas cosas; Sin embargo, poco es necesario, o
incluso una sola cosa; María, pues, eligió

buena parte y esta no le será quitada. (Lc 10 41,42). ¿Y qué hizo de María la elegida?
Reposo, tranquilidad y paz. Ella aparentemente había dejado de actuar, para que el
Espíritu de Cristo actuara en ella; ella dejó de vivir, para que Cristo pudiera ser su vida.

Esto muestra lo que es necesario, es la renuencia de nudos s mismos y de toda


nuestra actividad, para seguir al Cristo; porque no podemos seguirlo, si no lo animamos por
su Espíritu. Para que su espíritu pueda ser admitido, es necesario que el nuestro sea
prohibido: "El que se une al Señor es un espíritu con él (1Cor 6,17). David dijo que era
bueno estar junto a Dios y ponerle su refugio (Sal 73,28). ¿Qué es estar junto a Dios? Es
el principio de la unión.

La unión divina tiene su comienzo, su progreso, sus conquistas y su consumación. Al


principio, ella es una inclinación hacia Dios. Cuando el alma se encuentra introvertida, del
modo ya descrito, adquiere la influencia de la atracción central, y un ardiente deseo de
unián; este es el conseguirlo. El alma se adhiere a Él en la medida en que más se acerca y
finalmente se convierte en uno, es decir, un espíritu con Él; entonces el espíritu que se
alejó de Dios, vuelve a su fin.

En este camino, se hace necesario que penetremos lo que es movimiento divino y


espíritu de Jesucristo. Sana Pablo dice: ªSi alguien no tiene el espíritu de Cristo, no le
pertenece a él (Rm 8,9); por lo tanto, para ser de Cristo, hay que estar lleno de su
Espíritu, y vacío de nuestro prójimo. El Apostolo, en el mismo pasaje, prueba la necesidad
de su divina influencia: ª Pues todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son los
hijos de Dios (Rm 8,14).

El espíritu de la filiación divina es, entonces, el espíritu del movimiento divino: añade
que no recibisteis el espíritu de esclavitud para vivir otra vez atemorizados, pero
recibiste el espíritu de edificación, basados en el que clamamos: Abba, Padre (Rm 8, 15).
Este espíritu es el espíritu de Cristo, a través del cual participamos de su filiación; El
propio Espíritu testifica con nuestro espíritu que somos hijos de Dios (Rm 8,16).

Cuando el alma se entrega a la influencia de este Espíritu bendito, percibe el


testimonio de su divina filiación; ella siente también con redoblada satisfacción, que
recibió, no el espíritu de la esclavitud, sino el de la libertad, la libertad de los hijos de
Dios; descubre que actúa libre y dulcemente, aunque con vigor e infalibilidad.

El espíritu de la acción divina es tan necesario en todas las cosas, que San Pablo, en el
mismo pasaje comenta sobre la dificultad en saber qué pedir cuando oramos: El Espíritu
socorre nuestra debilidad. Porque no sabemos qué pedir como conviene; pero el propio
Espíritu intercede por nudo s con gemidos inefables (Rm 8,26): Eso basta. Si no sabemos
lo que necesitamos y ni orar como conviene, y si el Espíritu que está en nudo s, y al que nos
resignamos, debe pedir por nudo, no deberíamos permitir que Él dé apertura a los
inefáciles gemidos a nuestro por favor?

Este Espíritu es el Espíritu del Verbo, que siempre es escuchado, mientras se dice a
sí mismo: "Yo sabía que siempre me oye (Jn 11,42); si admite libremente que este Espíritu
ore e interceda por nudo, también siempre ser escuchados. ¿Por qué? Aprendamos del
mismo gran Apó stolo, el Místico habilidoso y Maestro de la vida interior, cuando añade: el
que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu; pues, es según Dios que
intercede por los santos (Rm 8,27); es decir, el Espíritu sólo demanda lo que está en
conformidad con la voluntad de Dios. La voluntad de Dios es que seamos salvos y que
seamos perfectos. Él, pues, intercede para que sea hecho todo lo necesario para nuestra
perfección.

Por eso, deberíamos perder tiempo con cosas sucias, y perdonarnos en la multiplicidad
de nuestros caminos, sin al menos decir, vamos a descansar en paz. El propio Dios nos
invita a dejar
todas las preocupaciones por Él; Él reclama en Isaías, con inefable bondad, que el
alma ha desperdiciado sus poderes y sus tesoros con miles de cuestiones exteriores,
cuando hay tan poco para hacer todo lo que necesita y desea: ªPor que gastais dinero con
aquello que no es pana, y el producto de vuestro trabajo con lo que no puede satisfacer?
He escuchado con toda atención y comiendo

que es bueno: habéis de deleitar con manjares revigorizantes (Is 55,2).

¡Oh si al menos conociéramos las bendiciones de oír a Dios, y cómo el alma se


fortalece con eso! De la carne, delante del Señor (Zc 2,13); todo debe parar tan pronto
como aparezca. Pero para comprometernos aún más a un abandono, sin reservas, Dios nos
asegura, a través del mismo profeta, de que nada debemos temer, porque él cuida
especialmente de nudo s: ª ¿Acaso una mujer se olvidará de su niño de pecho? ¿No le
compadecerá del hijo de su vientre? Aunque las mujeres se olvidaran no me olvidaría de ti
(Is 49,15). ¡Oh, palabras repletas de consuelo! ¿Quién entera le temería abandonarse
totalmente a la orientación de Dios?

CAPÍTULO XXII

SOBRE LOS ACTOS INTERIORES Y EXTERIORES

Los actos son distintos en interiores y exteriores. Exteriores son los que aparecen
externamente, tienen una relación con algún asunto perceptible y no tienen carácter
moral, excepto aquellos derivados del principio del cual proceden. Quiero tratar aquí
únicamente de los actos interiores, las energías del alma, a través de las cuales se vuelve
internamente hacia algunos asuntos y se aleja de otros.

Si durante mi devoción a Dios, tuviera que formar una voluntad para transformar la
naturaleza de mi acto, debía apartarse de Dios y volver a asuntos creados, en un mayor o
menor grado, según la fuerza del acto: y si, cuando esté volviendo a la criatura, quisiera
regresar a Dios, debería necesariamente formar un acto para este propó sito; cuanto más
perfecto es este acto, más completa es la conversación.
Hasta que esta conversación sea perfecta, muchos actos reiterados son los
necesarios; porque la conversación lo ocurre de forma progresiva, aunque para algunos es
instantánea. Mi acto, sin embargo, debe constituirse en un continuo volverse hacia Dios,
un ejercicio de cada facultad y poder del alma puramente por Él, de acuerdo a las
instrucciones del hijo de Sirac: ªIlude tus inquietudes, consuela tu corazn no aleja la
tristeza (Ec 30,24); y al ejemplo de David: ªVó mantener toda mi fuerza por ti (Sal 59,9,
vulg.); esto se hace a través del reentro en nudo s mismos; es como dice Isaías: ªVolte
para su corazon (Is 46,8 vulg.). Pues, nos desviamos de nuestros corazones a través del
pecado, y es únicamente nuestro corazón lo que Dios requiere: Mi Hijo, dame tu corazon, y
que tus ojos gusten de mis caminos (Pr. 23, 26). Entregar el corazón a Dios, es tener toda
la energía del alma centrada en Él, siempre, a fin de estar de acuerdo con Su voluntad.
Debemos, pues, continuar invariablemente dirigidos a Dios, desde nuestra primera
petición.

Pero, siendo el espíritu instar, y el alma acostumbrada a volverse hacia el exterior,


distraerse es muy fácil. Este mal puede ser contenido si nos recolocamos
instantáneamente en él, tan pronto como percibimos el desvío, con un acto puro de
retorno a Dios; tal acto debe mantenerse mientras dure la conversación, por la poderosa
influencia de un simple y sincero retorno a Dios.

Como muchos actos reiterados forman un bito, el alma adquiere el bito de la


conversación; y aquel acto distinto y anteriormente interrumpido se vuelve habitual.

El alma no necesita quedar perpleja, entonces, sobre formar un acto ya mantenido, y


que, de hecho, no se puede intentar formar sin gran dificultad; hasta que descubre que es
retirada de su propio estado, con la

pretensan de buscar aquello que es, en realidad, adquirido, teniendo en vista el bito ya
formado, y que es confirmado en la conversación y en el amor habitual. Se trata de buscar
un acto con el auxilio de muchos, en vez de apegarse a Dios por un acto simple.

Debemos insistir, que a veces formamos muchos actos distintos por simple, simple; lo
que muestra que hemos sido perdidos, y que re-entramos en nuestro corazón a fin de
alejarse de él; así que reentramos allí, debemos permanecer en paz. Por lo tanto, erramos,
al suponer que no debemos formar actos; los formamos continuamente: pero que estén de
acuerdo con el grado de nuestro avance espiritual.

La gran dificultad de la mayoría de las personas espiritualizadas surge de la no


comprensión de este asunto. Algunos actos sanos transitorios y distintos, otros sanos el
continuos; algunos sanos directos, otros reflexivos. Nuestros actos no pueden ser todos
breves y distintos; no todos están en un estado apropiado para ser continuos. Los
primeros sanos el prójimo de aquel que se extravía u; éste debe esforzarse más, de
acuerdo con la extensión de su desvío; si la desviación es irrelevante, un acto simple es
suficiente.

El acto continuo es aquel por el cual el alma se encuentra totalmente orientada hacia
Dios por un acto directo, que es siempre permanente y que nunca es renovado, a menos
que interrumpido. Cuando el alma se encuentra en este estado ella está en caridad y
habita en la caridad; ªE nudo s hemos reconocido el amor de

Dios por nudo s, y en él creemos. Dios es Amor: el que permanece en el amor


permanece en Dios y Dios permanece en él (1 Jn 4, 16). El alma, entonces, existe y reposa
en este acto habitual. Ella está libre de la lentitud, pues, todavía hay un acto
ininterrumpido y permanente, que es un dulce buceo en la Divinidad, cuya atracción se
vuelve más y más poderosa. Siguiendo esta potente atracción y habitando en el amor y en
la caridad, el alma se hunde continuamente y más profundo en aquel Amor, manteniendo
una actividad infinitamente más poderosa, vigorosa y efectiva que aquella que sirvió para
alcanzar su primer retorno.

Ahora bien, el alma profunda y vigorosamente activa, totalmente entregada a Dios, no


lo percibe este acto, porque se trata de un acto directo y no reflexivo. Esta es la razón
por la cual algunos, no se expresan adecuadamente, afirman no actuar; eso es un engaño,
pues nunca estuvieron más verdad y noblemente activos; deben decir que no distingue sus
actos, y no lo que no actúan. Le aseguro que no actúan por ellos mismos; pero, sano el
atraído y siguen la atracción. El amor es el peso que los hace bucear. Como a alguien que
cae en el mar, se sumergen más y más profundo por toda la eternidad, si el mar fuera
infinito, para que pudieran, sin percibir el descenso, gotear con inconcebible rapidez en
las profundidades más profundas.

Por lo tanto, es improbable decir que no actuamos; todos formamos actos, pero la
manera que lo formamos no es la misma para todos. El error ocurre aquí: todos los que
saben que deben actuar desean hacerlo de forma distinta y perceptible; Eso no es posible;
los actos sensibles son para principiantes; hay

otros para aquellos en un estado más avanzado. Parar con los primeros, que son
débiles y poco

bené ficos, es privarnos de los segundos; de la misma forma, intentar alcanzar el


segundo, sin pasar por el

el primer no es un error menor.

Hay un momento para todo y un tiempo para todo propuesto bajo el cielo (Ec 3,1):
todo estado tiene su inicio, su progreso y su consumación; se trata de un error infeliz
parar en el principio. No hay ciencia sino el donde haya progreso; primero, trabajamos
pesado, pero al final, cosechamos el fruto de nuestro esfuerzo.

Cuando una carabela está en el puerto, los marineros se ven obligados a emplear toda
forzadura, a fin de limpiarla a tiempo y colocarla al mar; después pueden disminuir el
ritmo. De la misma forma, mientras el alma permanece en el pecado y en la criatura,
muchos esfuerzos sanos lo requieren para hacer efectiva su libertad; los cables que la
sujetan deben ser sueltos; con grandes y vigorosos esfuerzos el alma se concentra en el
interior, siendo arrastrada gradualmente del viejo puerto del Yo; dejándolo para tra s,
prosigue, más y más

más, al interior o al cerebelo deseado.

Cuando la carabela inicia viaje deja la playa a lo lejos; cuanto más lejos está de la
tierra, menor trabajo es requerido para avanzar. A poco se vuelve fácil de navegar, y
sigue rápidamente su curso, hasta el punto de ponerse los esfuerzos de lado. ¿Con qué se
ocupa entonces el capitán? Se contenta en esparcir las velas y sostener el timón. Esparcir
las velas es doblarse ante Dios, en la oración de la simple exposición, a fin de ser movido
por su Espíritu; el sostener el timón es impedir que el corazón se desvíe del verdadero
curso, llamándolo nuevamente y de forma gentil para que sea guiado con firmeza por los
dictados del Espíritu de Dios, que gradualmente gana posesión del corazón, así como la
brisa empuja a las brujas velas y mueve el barco. Mientras los vientos son sanos, los
marineros y el capitán lo descansan del trabajo. ¡Qué progreso garantizan ahora, sin
grandes esfuerzos! Avanzar más en una hora, mientras descansan y dejan la caravela al
viento, de lo que avanza a un largo período de tiempo y por sus propios esfuerzos; aunque
quisieran esforzarse más, en este momento, al mismo tiempo que se cansan, sólo iban a
retrasar la carabela con esforzarse por los innumerables.

Así es nuestro propio curso interior; avanzamos más por el impulso divino, en un corto
espacio de tiempo, que a través de muchos actos reiterados de auto-esfuerzo. Quien se
arriesga en este camino, verá que es el más fácil del mundo.

Si el viento es contrario y traer una tempestad, debemos arrojar al mar, para


sostener el barco. Esta nación es simplemente la confianza en Dios y la esperanza en su
bondad, aguardando pacientemente calmarse de la tempestad y el retorno de un viento
favorable; Así lo hizo David: èEspere ansiosamente por Yahvé: él se inclinó hacia mí y oyó
mi grito "(Salmo 40,1). Debemos resignarnos al Espíritu de Dios, entregándonos
totalmente a Su orientación.

CAPÍTULO XXIII

UNA EXORCION A LOS SACERDOTES

Si todos los que trabajan por la conversación de los fieles buscaban tocarles el
CORAZÓN, introduciéndolos inmediatamente en la oración y en la vida interior,
sucederían innumerables y permanentes conversiones. Al contrario, pocos y transitorios
frutos surgen del trabajo confinado a cuestiones exteriores, tales como sobrecargar a los
discípulos con miles de preceptos para ejercicios exteriores, en vez de guiar el alma a
Cristo por la ocupación en su corazn.

Si los sacerdotes fueran solícitos en la instrucción de los parroquianos y pastores,


mientras cuidan de su rebaño, tendrían el espíritu de los primeros cristianos; el agricultor
en su arado mantendría una relación bendecida con su Dios; el artesano, mientras realiza
su hombre exterior con trabajo, se renueva con fuerza a interior; cualquier tipo de vicio
desaparecer rápidamente y cada fiel se volver espiritualmente dispuesto.
¡Oh, una vez conquistado el CORAZÓN, todo el resto es fácilmente corregido! Es por
eso que Dios requiere el CORAZÓN, por encima de todas las cosas. Sólo así podemos
extirpar los vicios terribles que prevalecen entre las órdenes inferiores, tales como la
bebida, la blasfê mia, la lujuria, la enemistad y el robo. JESÚS CRISTO reinaría en paz en
todas partes, y la faz de la iglesia sería totalmente renovada.

La declinación de la piedad interna es incuestionablemente la fuente de los errores


que ha aparecido en el mundo; todo sería rápidamente superado si la devoción interna
fuera restablecida. El error no lo toma posesión de ninguna alma, excepto de aquellas
deficientes en fe y oración; si, en vez de implorar a nuestra hermana los extraviados en
constantes discusiones, pudiéramos simplemente enseñarles a ACREDITAR ya ORAR
diligentemente, los conduciríamos dulcemente a Dios.

¡Enorme es la pérdida sostenida por la humanidad por descuidar la vida interior! ¡Y qué
cuentas deberías prestar a aquellos que se encargan de orientar almas, si no lo descubren
y no lo comunican este tesoro oculto a su rebaño!

Algunos se disculpan diciendo que hay muchos peligros en este camino, o que personas
sencillas sana lo incapaz de comprender las cosas del Espíritu. Pero los ora culos de la
verdad afirman lo contrario: el Señor ama a los que caminan con sencillez (Pr. 12,22, vulg.).
Pero qué peligro habría de caminar en el ú nico y verdadero camino, que es Jesucristo,
entregándonos a Él, fijando nuestros ojos continuamente en Él, poniendo toda nuestra
confianza en su gracia y tendiendo con toda la fuerza de nuestra alma a su amor más
limpiar?

Los simples, tan lejos de ser incapaces de esta perfección, son particularmente
calificados para alcanzarla, debido a su docilidad, inocencia y humildad; y como no lo están
acostumbrados al raciocinio, son menos apegados a las opiniones propias. Debido a la falta
de aprendizaje, se somete más libremente a las enseñanzas del Espíritu Divino; mientras
que otros, rígidos y ciegos por cuenta de la autosuficiencia, ofrecen resistencia mucho
mayor a la operación de la gracia.

Se dice en las Escrituras: "Dios da a los simples la comprensión de su ley (Sal 119,130
S1 118, 130 vulg.); también tenemos la certeza de que Dios ama comunicarse con ellos: "El
Señor cuida de lo simple; Yo fui reducido el extremo y Él me salvó (Sal 14,6, 15,6 vulg.).
Que los padres espirituales tomen cuidado por evitar que los pequeños vengan a Cristo. El
mismo dijo a los apó sos: ª Deje a los niños y no las impidáis de venir a mí, pues de ellas es
el Reino de los Cé us (Mt 19,14). Los apóstoles intentaban impedir que los niños se
acercaran al Señor, que dio origen a este mandamiento.

El hombre frecuentemente aplica remi dios en el cuerpo exterior, mientras que la


enfermedad permanece en el corazón. La causa del fracaso en reformar la humanidad,
especialmente las clases más bajas, es conseguir armas por cuestiones externas; todo
nuestro trabajo en este campo produce sólo frutos de poca duración; pero si la llave del
interior fuera entregada primero, el exterior sería natural y fácilmente reformado.

Eso es muy fácil. Enseñar al hombre a buscar a Dios en su corazón, pensar en él,
volver a Él siempre que considere que de él se alejó, hacer y sufrir todas las cosas con los
ojos que le agradan, es guiar al alma a la fuente de toda gracia y hacer con que encuentre
allí todo lo que es necesario para su satisfacción.

Por lo tanto os exhorto, sí, a s que cuidan de almas, que las coloquen prontamente en
este camino, que es Jesucristo; o mejor, es Él pró prio que os conjura, por toda sangre
que derramó por aquellos a vó s confiados. ªFalen al corazon de Jerusalén m? º (Is 30,2
vulg). Sí, distribuidores de esta gracia! ¡Pregadores de esta palabra! ¡Sacerdotes de sus
sacramentos! ¡Establezca Su Reino! ± para que sea, de hecho, establecido, hágalo a
gobernar el corazon. Pues, sólo el corazón se puede oponer a su soberanía; es por la
disposición del corazón que su soberanía es honrada de la forma más suprema: ª Dé gloria
a la santidad de Dios, y Él se convertirá en su santificación (Is 8,13 vulg.). Se compren
catecismos específicos para enseñar la oración, no por la razón, ni por el mé todo, pues los
simples no lo comprender; pero para enseñar la oración del corazón, no la comprensión; la
oración del Espíritu de Dios, no la de la invención del hombre.

Direccionarlos a orar de forma elaborada y ser demasiado crítico con ello es crear
grandes obstáculos. Los niños han sido apartados de lo mejor de los padres, a causa del
intento de enseñarles lenguaje tan refinado. Vayan, entonces, pobres niños, hasta el Padre
celestial, hablen con él en su

lenguaje natural; por más rudo y bá rbara que pueda ser, no será así para Él. Un padre
prefiere una comunicaci n donde haya una mezcla de respeto y amor que viene del corazon,
que un palabado seco y esté ril, aunque no lo sea sea tan elaborado. Las emociones simples
e indistintas de amor sán lo infinitamente más expresivas que todo lenguaje y todo
razonamiento.

Los hombres quisieron amar el AMOR a través de reglas formales y con eso perdieron
mucho de este amor. Ò, ¡cuán innecesario es enseñar el arte del amor! El lenguaje del
amor es nacer para aquel que no le ama, pero perfectamente natural para el que ama; no
hay mejor camino para aprender cómo amar a Dios que el amando. El más ignorante
frecuentemente se vuelve el más perfecto, pues actúa con más cordialidad y sencillez. El
Espíritu de Dios no necesita nuestras intervenciones; cuando Él quiere, transforma
pastores en Profetas, y lejos de excluir a alguien del templo de la oración, Él abre las
puertas para que todos puedan entrar; mientras que la sabiduría está orientada a gritar
bien alto, en las montañas: ª los ingenuos vengan aquí; quiero hablar a los sin juicio (Pr
9,4). ¿No es el propio Jesucristo quien agradece al Padre por qué: èocultaste estas cosas
a los sá bios y doctores y las revelaste a los pequeñitos? (Mt. 11,25).

CAPÍTULO XXIV

SOBRE LA VIA PASIVA DE LA UNIDAD DIVINA

Es imposible alcanzar a la Unión Divina sólo por la meditación, a través de los


sentimientos o por cualquier devoción, no importa cuánto sea iluminada. Hay muchas
razones para ello, la principal es la siguiente:

Según las Escrituras, no podrá ver mi rostro, porque el hombre no puede verme y
seguir viviendo (Ex. 33,20). Ahora bien, todo ejercicio de oraciones discursivas e incluso
de contemplación activa, considerada como un fin y no como una simple preparación para la
contemplación pasiva, siguen siendo los ejercicios vivos, que no nos llevan a ver a Dios, es
decir, estar unido a Él. Todo lo que es del hombre y de su hacer, por más noble y exaltado
que sea, debe ser primero destruido.

Sana Joana lo relata que había silencio en el cerebro. (Ap. 8,1). El cé u representa la
región y el centro del alma, donde todo debe ser reducido al silencio cuando la majestad
de Dios aparece. Todos los esfuerzos y la propia existencia del yo deben ser destruidos;
pues, nada es opuesto a Dios, sino el YO; toda maldad del hombre se encuentra en la
apropiación del YO como fuente de su mala naturaleza; la pureza del alma crece en la
proporción en que pierde la posesión del EU; y lo que era una falta mientras el alma vivía
en la posesión del YO, no es más falta, después de haber adquirido pureza e inocencia,
abandonando el apego al EU, lo que causó la diferencia entre ella y Dios.

Para unir dos cosas tan opuestas como la pureza de Dios y la impureza de la criatura,
la sencillez de Dios y la multiplicidad del hombre, se necesita mucho más que los
esfuerzos de la criatura. Nada menos que una operación eficaz del Altísimo puede
realizarla; porque estas dos cosas deben tener alguna relación o semejanza antes de
convertirse en uno, ya que la impureza del metal no puede unirse a la pureza del oro.

¿Qué es lo que hace Dios? Él envía su propia sabiduría antes de él, así como el fuego
será enviado sobre la tierra para destruir todo lo que es impuro, a través de su actividad;
nada puede resistir al poder de aquel fuego; todo lo consume; de la misma forma, la
Sabiduría destruye todas las impurezas de la criatura, a fin de preparándola para la unión
divina.

La impureza, tan fatal para la unión, consiste en la auto-apropiación y la actividad.


Auto-apropiación, porque es la fuente y origen de toda desviación que no se puede ajustar
a la pureza esencial; como los rayos de

el sol puede brillar sobre el fango, pero nunca puede unirse a ella. Actividad, pues
Dios siendo la quietud infinita, el alma, debe participar de esta quietud, a fin de unirse a
Él; la contrariedad entre quietud y actividad impide la asimilación.

Por lo tanto, el alma nunca podrá llegar a la unián lo divino sino en el reposo de su
voluntad; ni podrá convertirse en una con Dios, sin ser restablecida en el reposo central y
en la pureza de su primera creación.

Dios purifica el alma a través de su Sabiduría, así como los refinadores producen
metales en el horno. El oro no puede ser purificado sino por el fuego, que gradualmente
consume todo lo que es terrestre y extraño, separándolo del metal. No es suficiente usar
este proceso, para que la parte terrestre sea transformada en oro. Es necesario que se
derrita y se disuelva por la fuerza del fuego, con el fin de separar de la masa todas las
partículas de metal o extrañas; se debe lanzar de nuevo y de nuevo el horno hasta que
haya perdido todos los trazos de contaminación y todas las posibilidades de ser aún más
purificada.

Los orfebres no pueden detectar ahora ninguna mezcla adulterada, debido a su


pureza perfecta y sencillez. El fuego no la toca más; y aunque permaneciera por más
tiempo en el horno, su pureza no sería mayor, ni su sustancia disminuiría. Sirve para los
trabajos más raros; después de eso, si este oro parece oscuro o dañado, sería sólo en su
superficie; no hay obstá culos para su empleo y se encuentra completamente diferente de
su corrupción anterior, oculta en el ámbito de su naturaleza. Sin embargo, los no
instruidos, que contienen el oro puro cubierto por la contaminación externa, prefieren un
metal grueso e impuro, que superficialmente sea brillante y pulido.

Al mismo tiempo, el oro puro y el impuro no se mezclan; antes de poder estar unidos,
deben ser igualmente refinados; los orfebres no pueden mezclar metal con oro. ¿Qué
hacer? Con certeza, extraer el metal por el fuego, para que el inferior pueda tornarse tan
puro como el otro, entonces el poder se unirá. Esto es lo que quería decir San Pablo: la
obra de cada uno será puesta en evidencia. El día la hará conocida, pues él se manifestará
por el fuego y el fuego probará lo que vale la obra de cada uno (1Cor 3,13); añade: ª a
aquel, por m, cuya obra será quemada perderá la recompensa. Él mismo, sin embargo, será
salvo, pero como a través del fuego (1Cor. 3, 15). Él afirma aquí que hay obras tan
degradadas por mezclas impuras, que aunque fueran aceptadas por la Misericordia de
Dios, pasar por el fuego, a fin de ser purgadas del EU; es en este sentido que se dice que
Dios examina y juzga nuestra retiro, porque por las obras de la Ley ninguna carne debe
ser justificada, sino por la retirada de Dios, que es la fe en Jesucristo. (Rm 3,20, etc.).

Vemos así que la justicia y la sabiduría divina, como un fuego despiadado y devorador,
deben destruir todo lo que sea terrestre, carnal, o sensual y aún cualquier actividad del
EU, antes de que el alma pueda estar unida con su Dios. Pero esto nunca podrá ocurrir por
la industria de la criatura; al contrario, siempre impone y rehusa, porque, como ya dije,
ella está tan enamorada del EU y tan temerosa de su destrucción, que si Dios no actuara
sobre ella con poder y autoridad, nunca consentiría.

Tal vez haya aquí una objeción, a la que Dios nunca roba al hombre de su libre albedrío
y que él siempre puede resistir las operaciones divinas; y que yo, por lo tanto, error al
afirmar que Dios actúa absolutamente y sin el consentimiento del hombre.
Déjeme explicar. Teniendo el hombre dado un consentimiento pasivo, Dios puede, sin
usurpación, asumir total poder y completa orientación; por haber hecho, al comienzo de su
conversación, una entrega sin reservas de sí mismo a toda voluntad de Dios, él da un
consentimiento activo a lo que Dios pueda pedir a partir de entonces. Pero cuando Dios
comienza a quemar, destruir y purificar, el alma no se da cuenta de que estas operaciones
ocurren para su bien, pero suponer y el contrario; lo mismo ocurre con el

el oro que parece oscurecerse, al principio, y entonces lo brilla en el fuego, ella se


imagina que su pureza fue perdida; si un consentimiento activo y explícito fuera por el
requerido, el alma mal podría darlo, ni podría mantenerlo. Todo lo que hace es mantenerse
firme en su consentimiento pasivo, sobreviviendo lo más pacientemente posible a todas
estas operaciones divinas, las cuales no es capaz y ni deseosa de obstruir.

De esta forma, el alma es purificada de todo su yo-originado, distinto, perceptible y


de las múltiples operaciones, que constituyen una gran diferencia entre ella y Dios, es
rendida por grados de conformidad y después de uniformidad; la capacidad pasiva de la
criatura es elevada, ennoblecida y ampliada, aunque de forma oculta y secreta, también
llamada mística; pero en todas estas operaciones el alma debe mantenerse pasiva. De
hecho es verdad, que no consigue la actividad del alma es requerida; sin embargo, en la
medida en que las operaciones divinas se intensifican, debe disminuir gradualmente; el
alma debe entregarse a los impulsos del Espíritu divino, hasta ser totalmente absorbida
en Él. Pero este es un proceso que lleva mucho tiempo.

No lo decimos, como algunos suponen, que no hay necesidad de actividad; al contrario,


ella es el portón delante del cual no debemos detenerse para siempre, ya que es preciso
proseguir en dirección a la mejor perfección, que es impracticable a menos que tengamos
al lado las primeras ayudas; porque, por más necesaria que haya sido al principio de la
jornada, se vuelva altamente perjudicial a aquellos que a ella se adhieren obstinadamente,
siempre impidiendo el alma de alcanzar el final. Esto hizo que Sana el Pablo afirmara:
ªIrmana, yo no lo juzgo que yo mismo lo haya alcanzado, pero una cosa lo hice: olvidándome
de lo que queda para tra avanzar hacia lo que está adelante, para el premio de la vocación
de lo alto, que viene de Dios en Cristo Jesús (Flp 3,13, 14).

¿No podemos decir que es insensato aquel que inicia una jornada y fija su morada en
el primer refugio, sólo por haber oído que muchos viajeros se alojaron allí y que los
maestros de la casa allí residen? Todo lo que deseamos es que las almas sean impelidas al
final, tomando el camino más corto y fácil, sin parar en la primera estacion. Que sigan el
consejo y el ejemplo de San Pablo, y que permitan ser guiadas por el Espíritu de Dios (Rm
8,14), que las conducirá infaliblemente al final de la creación, el disfrute de Dios.

Pero mientras confesamos que el disfrute de Dios es el fin último para el cual fuimos
creados, y que cada alma que no alcanza a la unián lo divino y la pureza de su creación en
esta vida, sólo puede ser salvada por el fuego, extrañamos todo temor e intento de evitar
el proceso, como si pudiera ser la causa del mal y de la imperfección en la vida presente;
el proceso debe producir la perfección de la gloria en la vida futura.

Nadie m puede ignorar que Dios es el Bien Supremo; que la bendición esencial consiste
en la unión con él; que los santos difieren en glóbulos, dependiendo del grado de la
perfección de su unión; y que el alma no puede alcanzar esta unión por la mera actividad
de sus propios poderes, ya que Dios se comunica con el alma, en la proporción en que su
capacidad pasiva sea grande, noble y extensiva. Sólo podemos estar unidos a Dios en
sencillez y pasividad, y si esta unión consista en la propia bienaventuranza; el camino que
nos conduce a esta pasividad no puede ser mal, sino el mejor y el más libre de peligro
posible.

Este camino no es peligroso. ¿Habría Jesucristo hecho lo más perfecto y necesario de


todos los caminos, peligroso? ¡No! Todos pueden trillarlo; y como todos fuimos llamados a
la felicidad, todos son igualmente llamados a disfrutar de Dios, tanto en esta vida, como
en la proxima, pues sólo eso

Es la felicidad. Hablo del goce del propio Dios y no de sus dones; los dones no
constituyen la beatitud esencial, ya que no pueden contentar completamente el alma; ella
es tan noble y tan grande, que ni el más exaltado don de Dios puede hacerla feliz, a menos
que el donante también se entregue. Ahora bien, todo el deseo del Ser Divino es
entregarse a cada criatura, de acuerdo con la capacidad con la cual está dotada; sin
embargo, el hombre se reacia a ser atraído por Dios. ¡Cuánto miedo tiene el hombre de
prepararse para la divina unián!

Algunos dicen, que no debemos colocarnos en este estado. Yo lo aseguro; pero


también digo que ninguna criatura puede hacerlo, ya que no es posible para nadie, a través
de sus propios esfuerzos de unirse a Dios; sólo Él puede hacerlo. Es totalmente inútil
contrariar a aquellos auto-unidos, eso no puede ocurrir.
Algunos intentan fingir haber alcanzado este estado. Nadie m puede fingir tal estado
sino los miserables que están a punto de perecer hambrientos; pues, cualquier duraci n
parece, como mínimo, ser plena y satisfactoria. Cualquier deseo o palabra, suspiro o señal,
inevitablemente escapará de él y entregar que está muy lejos de la satisfacción.

Como nadie puede alcanzar este estado por el propio trabajo, no pretendemos
introducir a nadie, sino simplemente apuntar el camino que lleva hacia él: imploramos a
todos los que no paren en las acomodaciones del camino, prá- ticas y externas, que deben
ser dejadas para tra s cuando la señal es dada. El instructor experimentado lo sabe,
apunta al agua de la vida y le da su ayuda para obtenerla. ¿No sería una crueldad
injustificable mostrar una fuente a un hombre sediento y luego amarrarlo para que no la
alcanzase, dejándolo morir de sed?

Es exactamente eso lo que se hace todos los días. Que todos coincidimos con el
CAMINO, como todos están de acuerdo con el final, que es evidente e incontrovertible. El
Camino tiene su comienzo, progreso y fin, y cuanto más nos acercamos a la consumación,
más lejos queda el conseguir el atrá s de nudo;

es sólo dejando uno que podemos alcanzar el otro. No se puede de la entrada alcanzar
un punto distante, sin pasar por el espacio intermedio; si el fin es bueno, santo y necesario
y la entrada también es buena, ¿por qué la necesidad de pasar entre una y otra sería
mala?

¡Oh humanidad ciega, que se enorgulle de la ciencia y de la sabiduría! ¡Qué gran


verdad, oh Dios mío, que has ocultado estas cosas del sá bio y del prudente, y las ha
revelado a los pequeñitos!

FIN

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