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MÁSTER DE INVESTIGACIÓN EN CIENCIAS DE ENFERMERÍA

INVESTIGACIÓN EN CULTURA Y CUIDADO

CULTURA, SALUD Y RELIGIÓN: Los Testigos de Jehová y


El Rechazo al tratamiento con Hemoderivados

Trabajo orientado por:


Dra. Martorell, M.Antónia

Trabajo realizado por:


Marisa Duarte Dias
Renato Pinto Nunes

TARRAGONA, 2016
MÁSTER DE INVESTIGACIÓN EN CIENCIAS DE ENFERMERÍA
INVESTIGACIÓN EN CULTURA Y CUIDADO

CULTURA, SALUD Y RELIGIÓN: Los Testigos de Jehová y


El Rechazo al tratamiento con Hemoderivados

Trabajo orientado por:


Martorell, M.A

Trabajo realizado por:


Marisa Duarte Dias
Renato Pinto Nunes

TARRAGONA, 2016
INDICE

1. INTRODUCIÓN.........................................................................................................1

2. CULTURA, SALUD Y RELIGIÓN .............................................................................3

3. LOS TESTIGOS DE JEHOVÁ – SUS PENSAMIENTOS Y CREENCIAS ..............7

4. RECHAZO AL TRATAMIENTO – UN DILEMA ÉTICO .........................................11

5. LA COMPLEJIDAD DEL SER HUMANO ...............................................................13


5.1. La Autonomía Del Paciente .....................................................................13

6. LA POSTURA DEL PROFESIONAL DE LA SALUD ANTE EL RECHAZO A LA


TRASFUSIÓN SANGUINEA DEL PACIENTE TESTIGO DE JEHOVA.........................17

7. LA ENFERMERÍA Y LOS PACIENTES TESTIGOS DE JEHOVÁ ........................21

8. ANÁLISIS CRÍTICO REFLEXIVO ..........................................................................23

9. CONCLUSION ........................................................................................................29

10. BIBLIOGRAFIA .....................................................................................................30


1. INTRODUCCION

La sociedad en que vivimos es una sociedad plural, constituida por individuos y


colectivos con intereses y sensibilidades diversos. En el ámbito religioso, esta
pluralidad se manifiesta en el reconocimiento de la libertad religiosa. Las normas
éticas y legales preconizan y promueven la aceptación del pluralismo y el respeto por
la libertad individual; sin embargo, ello no evita que frecuentemente se originen
conflictos como consecuencia de las discrepancias de valores.
Es importante entender que la cultura, debe ser considerada por cualquier
profesional de la salud que actúe o haga investigaciones como un elemento crucial en
la comprensión de la diversidad de pacientes pertenecientes a diferentes clases
sociales, religiones, regiones o hasta mismo grupos étnicos.
El rechazo voluntario de un paciente para recibir algún tipo de tratamiento siempre
ha representado para los profesionales de la salud un conflicto ético. Es angustiante
para los miembros de este grupo profesional enfrentarse a situaciones donde,
conociendo el origen del problema que afecta a un paciente, teniendo las destrezas
necesarias para intentar su curación y contando con los recursos para ello, el paciente
no esté dispuesto a someterse al procedimiento terapéutico propuesto. Todo esto se
hace más grave cuando la terapia propuesta aparece como la única capaz de
mantener con vida al sujeto enfermo y más aún, cuando se trata de una situación de
urgencia, donde el no realizar la intervención a tiempo conllevará a su muerte en un
plazo corto.
La cuestión que surge es si está justificado en todos los casos el respeto a la
decisión de un testigo de Jehová adulto de rechazar transfusiones sanguíneas
necesarias para la conservación de su vida, cuando el fundamento de tal decisión es
la apelación a sus creencias religiosas. Para ellos la obediencia a los mandatos
divinos es una obligación de primer orden, pero la conservación de la vida también es
un bien relevante, y de ahí que en casos de enfermedad o de accidente acudan a los
servicios sanitarios para la restauración de la salud y la conservación de su vida.

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A través del presente trabajo pretendemos presentar una reflexión acerca de como
las nociones y comportamientos asociados a los procesos de salud y enfermedad
están integrados en la cultura de los grupos sociales en los que estos procesos
ocurren. Se argumenta que los sistemas médicos de atención a la salud, así como las
respuestas dadas a la enfermedad son sistemas culturales que están en consonancia
con los grupos y las realidades sociales que los producen. Comprender esta relación
es crucial para la práctica de los diferentes profesionales en el área de la salud.
El motivo por lo cual hemos decidido profundizar la presente cuestión está
relacionado con un tema concreto que motiva diversas reflexiones sobre la postura de
los profesionales sanitarios que en el contexto hospitalario se deparan en múltiples
ocasiones con el problema de la objeción de consciencia religiosa por parte de los
Testigos de Jehová, que prefieren la muerte ante la necesidad de recibir un
tratamiento que implique una trasfusión de sangre, aunque la misma surja como un
procedimiento necesario, o indispensable para salvar una vida. Esta situación conlleva
a una aparente contradicción de dos valores constitucionales: el derecho a la creencia
religiosa y al ejercicio de sus fundamentos versus el deber de los profesionales
sanitarios de garantizar la intangibilidad y la inviolabilidad del derecho a la vida
humana.
Iniciamos nuestra búsqueda bibliográfica a través del motor de búsqueda del portal
search ebcohost.com, utilizando inicialmente las palabras clave: jehovah's witness
AND blood transfusión AND ethical dilema. Obtenemos en total 19 documentos
relacionados con el tema expuesto. De estos 19 documentos 6 pertenecen a la base
de datos CINAHL, 5 a la ACADEMIC SEARCH, 2 de MEDLINE y 1 de BUSINESS
SOURCE. Cambiando las palabras clave a jehovah's witness AND refusal of treatment
AND nursing. e introduciendo el concepto de enfermería, obtenemos un total de 7
documentos (3 de MEDLINE, 2 de CINAHL y 1 de ACADEMIC SEARCH). A partir de
estos documentos, de la búsqueda bibliográfica en libros y en artículos de la revista
Scielo iniciamos nuestra revisión crítico reflexiva sobre el tema propuesto.

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2. CULTURA, SALUD Y RELIGIÓN

La cultura puede ser definida como un “conjunto de elementos que median y


califican cualquier actividad física o mental que no sea determinada por la biología y
que sea compartida por diferentes miembros de un grupo social. Se trata de elementos
sobre los cuales los actores sociales, construyen significados para las acciones e
interacciones sociales concretas y temporales, así como sustentan las formas sociales
vigentes, las instituciones y sus modelos operativos. La cultura incluye valores,
símbolos, normas y prácticas” (Jean; Braune; 2010; pp. 180).
A partir de esta definición, resaltan tres aspectos que resultan importantes para
comprender el significado de la actividad sociocultural. La cultura es aprendida,
compartida y estandarizada. El hecho de que la cultura sea aprendida, confirma que
no podemos explicar las diferencias del comportamiento humano a través de la
biología de forma aislada. No se puede negar su papel en la modelación de las
necesidades y características biológicas y corporales de los individuos. Por otro lado,
la cultura es compartida y estandarizada, una vez que consiste en una creación
humana compartida por grupos sociales específicos. “Las formas materiales,
contenidos y atribuciones simbólicas a ella ligados, son estandarizados a partir de
interacciones sociales concretas de los individuos, así como resultante de su
experiencia en determinados contextos y espacios específicos, los cuales pueden ser
transformados, entretejidos y compartidos por diferentes segmentos sociales” (Jean;
Braune; 2010; pp. 180).
Fundamentalmente, la cultura organiza el mundo de cada grupo social, según su
lógica propia. Se trata de una experiencia integradora y total, de pertenecer y,
consecuentemente, formadora y mantenedora de grupos sociales que comparten,
comunican y replican sus formas, instituciones, principios y valores culturales.
La perspectiva antropológica requiere que, al encontrarnos con culturas diferentes,
no hagamos juzgamientos de valor con base en nuestro propio sistema cultural y
pasemos a percibir a las otras culturas según sus propios valores y conocimientos a
través de los cuales expresan una visión del mundo propia, que orienta sus prácticas,
conocimientos y actitudes. A este procedimiento denominamos relativismo cultural. Es
el que nos permite comprender el porqué de las actividades y los sentidos atribuidos a

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ellas de forma lógica, sin jerarquizarlos o juzgarlos, pero solamente, y, sobre todo,
reconociéndolos como diferentes (Marzal; 1996).
Respecto a investigaciones de orden etnográfico desarrolladas en el contexto de la
salud son varias las situaciones sobre las cuales podríamos reflexionar. Hábitos de
salud, rituales, técnicas de atención y cuidado, restricciones sobre uso de terapias (por
ejemplo, trasfusiones de sangre o trasplante de órganos, o mismo el aborto),
constituyen aspectos, todos ellos mediados por sistemas culturales distantes, y incluso
opuestos, a los patrones culturales sobre los cuales el sistema biomédico es
construido y los profesionales de salud entrenados.
Partiendo del concepto de que la cultura es un fenómeno total, esta, provee una
visión del mundo a las personas que la comparten, orientando, de esta forma, sus
conocimientos, prácticas y actitudes. La cuestión de la salud y de la enfermedad está
contenida en esta visión del mundo y praxis social. La enfermedad y las
preocupaciones con la salud son universales, estando presentes en todas las
sociedades. Frente a experiencias o episodios de enfermedad o infortunios,
independientemente de que sean individuales o colectivos, cada grupo se organiza de
forma a desarrollar respuestas adaptadas. En este sentido, cada sociedad desarrolla
conocimientos, prácticas e instituciones particulares que se designan de sistema de
atención a la salud. Este sistema engloba los componentes presentes en una sociedad
relacionados a la salud, como los conocimientos sobre los orígenes, causas y
tratamientos de las enfermedades, las técnicas terapéuticas, y sus responsables
(Jean; Braune; 2010).
El concepto de salud ha ido cambiando desde el comienzo del siglo XX, pasando
por la concepción clásica como “ausencia de enfermedad” hasta la concepción de
“salud como el estado de completo bienestar físico, mental y social y no la mera
ausencia de enfermedad”. Esta definición de la Organización Mundial de la Salud ha
gozado de gran aceptación, aunque también ha suscitado numerosas críticas, ante
todo por el término “completo bienestar” (Oblitas; Becoña; 2000).
Según Salieras (1985) citado por Oblitas y Becoña (2000) “(…) por salud se
entiende “el nivel más alto posible de bienestar físico, psicológico y social y de
capacidad funcional, que permitan los factores sociales en los que vive inmerso el
individuo y la colectividad”. La salud y la enfermedad se consideran construcciones
sociales, como se desprende de la definición anterior. La salud está determinada por
factores sociales estructurales que tienen que ver con la distribución de recursos, con
la ocupación, clase social, genero, religión, etc., todo lo cual esta mediado por normas
culturales. Las actitudes y comportamientos del individuo frente a la salud y la

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enfermedad están determinados culturalmente y dan contenido y significado a lo que
es sano y lo que no lo es.
En este contexto, el sistema cultural de salud resalta la dimensión simbólica del
entendimiento que se tiene sobre salud incluyendo los conocimientos, percepciones y
cogniciones utilizadas para definir, clasificar, percibir y explicar la enfermedad. Cada
una y todas las culturas poseen conceptos sobre lo que es ser enfermo o saludable.
Poseen también clasificaciones acerca de las enfermedades, y estas son organizadas
según criterios de síntomas, gravedad, y otros. Sus clasificaciones y los conceptos de
salud y enfermedad, no son universales y raramente reflejan las definiciones
biomédicas (Ardèvol [et al]; 2014).
Con los avanzos científicos y la modificación de las sociedades, el interés de la
medicina se ha ido volcando cada vez más para la enfermedad, y cada vez menos
para el individuo, con todas sus características subjetivas, sus valores y creencias.
Este escenario que valora las necesidades puramente biológicas hace con que el
cuidado médico se resuma a la aplicación de un procedimiento técnico, con el objetivo
de cumplir un objetivo mecanicista, sin considerar muchas veces que la curación pasa
en inúmeras ocasiones pelo cuidado de los aspectos psicosociales del paciente. El
individuo esta inserido en una sociedad en que su existencia es permeada por
diferencias culturales y por la necesidad de respeto a la libertad del mismo en profesar
y encontrarse atendido en sus manifestaciones religiosas (Zlotnik; 2010).
Para Ardèvol (2014) el término religión tal como lo conocemos actualmente, es un
indicador de un cierto tipo de relación entre los seres humanos y la realidad
sobrenatural. La religión no está necesariamente asociada a la moralidad, es decir,
existen religiones éticas o morales, en el sentido en que implican un sistema de
normas morales de conducta que influyen en el comportamiento de los creyentes. No
obstante, hay muchas tradiciones culturales, a las divinidades no les interesa para
nada el tipo de comportamiento que puedan tener las personas durante su existencia,
de manera que, en estos casos, el componente ético es muy débil o incluso
inexistente. “Una religión es un sistema solidario de creencias y de prácticas relativas
a las cosas sagradas, es decir, separadas, interdictas, creencias y prácticas que unen
en una misma comunidad moral, llamada iglesia, a todos aquellos que se adhieren a
ellas.” (Durkheim citado por Ardèvol [et al]; 2014; pp. 42).
De la misma manera, para Carrier; Hervè; (1994; pp.: 76) “(…) la religión
corresponde a un conjunto de creencias y de comportamientos que se refieren a una
realidad concebida como objetiva, suprema, trascendente y con la cual el hombre
individual y colectivo se siente relacionado y dependiente de ella. Subjetivamente, la

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religión se dice de la actitud de las personas ante unas realidades que se perciben
como trascendentes”.
La cultura y la religión están íntimamente vinculadas entre sí. Tal y como sostienen
algunos autores recientes, se trata de un vínculo indisoluble. La religión se concentra
ante todo en los puntos cruciales de la vida social. En las sociedades tradicionales la
religión es el centro de todo ello, esencial, verdaderamente real, la vida tomada en
serio, según Durkheim citado por (Carrier, Hervé; 1994) también Ia vida social en
aquellos puntos en los que se siente con mayor intensidad. Estas indicaciones
subrayan el vínculo oculto con lo trascendente, que es la base de toda sociedad
permanente.
Las creencias religiosas aportan a un grupo humano, enfrentado siempre con la
angustia en sus diversas facetas, con las fuerzas centrífugas y con la tragedia de la
vida, un sentimiento de coherencia y de realidad. Las necesidades de integración, de
convalidación, de legitimación, esenciales a toda sociedad, se ven satisfechas por
ciertas sanciones sobrenaturales, ciertas prescripciones sagradas, ciertos ritos que
celebran y restauran la unidad, dando respuesta a los porqués del alma, relativos al
sentido de la vida y de la muerte. Para sostener los significados de la realidad, los
humanos recurren a unas expresiones simbólicas, portadoras de creencias y de
prácticas que ellos sitúan en una dimensión supra-biológica e inmaterial (Ardèvol [et
al]; 2014).
Múltiples investigaciones apuntan para el hecho de la religión influir en todos los
aspectos de la vida social (familia, política, arte, intercambios sociales y economía).
Toda sociedad antigua o moderna se basa, en definitiva, en una idea religiosa al
menos implícita. El pensamiento religioso, ha condicionado así desde siempre, las
formas de vida en sociedad (Carrier, Hervé; 1994).
Lo sagrado ha expresado siempre la esperanza del hombre en un orden cultural
que abarca toda la realidad y da un significado último a la vida. El hombre no puede
vivir sin esta proyección de un orden trascendente, y esta expresión simbólica ofrece
al espíritu unas estructuras de plausibilidad, que corresponden a las bases universales
de la religión. La religión se presenta, por tanto, como el fenómeno antropológico por
excelencia; es ella la que interioriza en la persona el universo culturalmente construido
y contribuye a estructurar su conciencia (Cordella; 2012).
De esta manera, la religión surge como un elemento estructural de la conciencia
humana, una categoría universal característica de todas las sociedades y culturas.
Para muchas culturas, hacerse hombre significa ser religioso. Este hecho nos permite
comprender ciertas formas de religiosidad características de nuestros tiempos y que

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están cargadas de dimensiones carismáticas y proféticas, que suscitan convicciones y
dimensiones absolutas (Cordella; 2012).
En el caso de los pacientes Testigos de Jehová, la fragmentación del conocimiento
y objetividad en lo que se refiere a los cuidados médicos se depara con una barrera,
un paciente impone límites a un determinado tratamiento en función de sus creencias:
la trasfusión de sangre. El individuo usa su autonomía y puede llevar la negociación al
extremo de la decisión sobre la vida y la muerte. Esta posición se contrapone a la
objetividad que busca la cura de lo físico sin atender adecuadamente las necesidades
espirituales del individuo (Zlotnik; 2013).
Así, la cuestión de la religiosidad está claramente presente en la relación
profesional sanitario y paciente testigo de Jehová que desea una asistencia sanitaria
que respete sus creencias religiosas. En algunas situaciones esos deseos podrán ser
incompatibles con el procedimiento necesario bajo la perspectiva clínico-científica,
específicamente en el caso concreto de las trasfusiones sanguíneas. Así, parecen ser
los pacientes Testigos de Jehová los que permiten explorar los límites éticos de la
actividad biomédica. Estas discusiones contribuyen para la evolución del pensamiento
de las sociedades y un posicionamiento más claro sobre los aspectos que involucran
la relación profesional sanitario-paciente, arrastrando consigo una serie de cuestiones
éticas relativas al uso de técnicas alternativas.

3. LOS TESTIGOS DE JEHOVÁ – SUS PENSAMIENTOS Y CREENCIAS

La aparición de los Testigos de Jehová como congregación religiosa es


relativamente reciente. Su fundación se hace coincidir con la publicación por Charles
Taze Rusell en 1881 de la revista La Atalaya de Sión, aunque como asociación se
crea en 1931, siendo su órgano rector la Watchtower Society de Nueva York. El
principal rasgo de su doctrina religiosa es su apego a la Biblia y como es bien
conocido, uno de sus principales dogmas es el total rechazo a la transfusión
sanguínea. Son varios los fragmentos bíblicos en los que los Testigos de Jehová se
basan para justificar tal negativa (Pérez, 2010).
Hughes [et al]. (2008) citado por Zlotnik (2013) afirma que para ser miembro de la
comunidad, el individuo debe ser aprobado por sus pares y cumplir horas de
dedicación al ministerio. El mismo debe mantener un compromiso y fidelidad con el

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reino de Dios, no pudiendo participar de partidos políticos, ni del servicio militar,
evitando así, cualquier tipo de interés civil.
Los Testigos de Jehová, suman actualmente los 7.124.443 seguidores en el mundo.
Esta población que accede a la red de asistencia en salud pública o privada, requiere
cuidados específicos en función de su negativa ante las trasfusiones sanguíneas por
cuestiones religiosas (Zlotnik; 2013).
Para esta población, Jehová es el único y verdadero Dios. Se reconocen como
cristianos, sin embargo, no consideran a Cristo como parte de la Trinidad. Aceptan la
gran mayoría de los tratamientos médicos “No tienen necesidad de médicos los sanos,
sino los enfermos...”, (Lucas 5:31). Pero en el caso de la transfusión sanguínea la
situación es distinta. Basándose en diversos pasajes de la Biblia, tales como:
“Solamente os abstendréis de comer carne con su alma, es decir, su sangre” (Génesis
9:4), “Nadie de entre vosotros... comerá sangre” (Levítico 17:12), “... porque la vida de
toda carne es la sangre; quien la comer será exterminado” (Levítico 17:14), los
Testigos de Jehová no aceptan de manera categórica la transfusión de componentes
primarios de la sangre como son los glóbulos rojos, glóbulos blancos, plaquetas y
plasma (Osorio; Garrafa; 2010).
Curiosamente, la directriz por la cual la interpretación de estos versículos conduce a
la negativa a someterse a las transfusiones sanguíneas es de 1945, más de 60 años
después de que se creara los Testigos de Jehová. Tampoco deja de sorprender que la
negativa a las transfusiones de sangre no sea absoluta. Según una directriz del año
2000 habría componentes sanguíneos primarios que no pueden ser transfundidos: los
glóbulos rojos, los glóbulos bancos, plaquetas y plasma. Pero sí lo pueden ser los
componentes secundarios: la albúmina, los factores de coagulación y las
inmunoglobinas. La razón de este permiso de transfusión de estas sustancias
sanguíneas es que atraviesan de manera natural la barrera placentaria durante la
gestación, por lo que no tiene la misma connotación que los componentes primarios.
Los fundamentos para rechazar las transfusiones sanguíneas se basan en el mandato
explícito de Dios a través de las Escrituras. Quien no acatase la voluntad de Dios no
vería cumplida la esperanza de la Resurrección, es decir, perdería el Paraíso, la
morada eterna en la tierra “Los justos poseerán la tierra, y morarán en ella por
siempre”, (Salmo 37:29) (Zlotnik; 2013).
Hughes [et al]. (2008) citado por Zlotnik (2013) realiza una analogía entre la propia
trasfusión sanguínea como una alimentación intravenosa. A parte de eso, creen que el
tiempo ganado en la tierra a través de la trasfusión es irrelevante frente a la
condenación eterna espiritual.

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Si un Testigo de Jehová acepta una transfusión, por su propia acción manifiesta su
deseo de no seguir siendo parte de la comunidad. Esta salida implica también un
importante desligamiento social, según el mandato de no tener trato con los que violen
la Ley de Dios “Si alguno viene a ustedes y no trae esta enseñanza, nunca lo reciban
en casa ni le digan un saludo. Porque el que le dice un saludo es partícipe en sus
obras inicuas”, (2 Juan 10-11). Esta situación no se aplica a aquellos miembros que
reciben una transfusión en contra de su voluntad o los que, habiendo aceptado la
transfusión, se arrepienten en el transcurso de un proceso que se les sigue dentro de
la comunidad (Besio; Besio; 2006).
Según la Normativa para el rechazo de transfusiones de sangre por razones
religiosas del Comité de Ética del Hospital Privado de la Comunidad de Mar del Plata
(1998), los Testigos interpretan el mandato bíblico de “no comer sangre” “Sólo carne
con su alma - su sangre - no deben comer” [ Génesis 9:3, 4 ]; “[tienes] que derramar la
sangre de ésta y cubrirla con polvo ” [Levítico 17:13, 14 ] ; “sigan absteniéndose de
[…] sangre y cosas estranguladas y de fornicación ” [ Hechos 15:19-21], etc.) como
una prohibición absoluta de recibir sangre, cuya transgresión puede implicar la
exclusión de su comunidad y la pérdida de la salvación.
En 2000 se extiende a todo el mundo el acuerdo realizado en 1998 en la Comisión
Europea de Derechos Humanos y Watch Tower Society, según el cual los miembros
Testigos de Jehová tienen libre elección para decidir recibir una trasfusión sanguínea
sin ningún control o sanción por parte de la asociación. Esta fue una actitud relevante
ya que hasta entonces el miembro que optara por recibir sangre era disociado (Zlotnik;
2013). En la actualidad, esta disociación no tiene lugar, sin embargo, el individuo que
acepte la trasfusión deja de ser considerado como tal por la sociedad por ter violado el
principio de la fe, acabando el resultado por ser el mismo.
Aunque los versículos de la Biblia no están redactados en términos médicos, los
Testigos consideran que excluyen la transfusión de sangre total, concentrados de
hematíes y plasma, así como de leucocitos y plaquetas. Éste es un valor central de
sus creencias y una transfusión no consensuada la viven como una grosera violación
física.
Según Pérez (2010) la creencia de los Testigos de Jehová contradice el
conocimiento científico actual. La sangre humana es un tejido animal, de la misma
manera que lo es el tejido muscular o el esquelético. En cambio, los Testigos de
Jehová consideran la sangre como la esencia de lo vivo, tal visión no se fundamenta
en demostraciones científicas. El mismo autor alega que los Testigos de Jehová
aducen razones científicos-médicas, de peligro para la salud, para rechazar las
trasfusiones sanguíneas.

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"La sangre transporta muchas cosas útiles a las células como oxígeno, nutrientes y
material de defensa, pero también se lleva la basura, es decir, desechos tóxicos como
el dióxido de carbono y el contenido de células dañadas y moribundas. Esta última
función de la sangre ayuda a entender por qué puede ser peligroso el contacto con ella
una vez que ha salido del cuerpo. Y es imposible garantizar que toda la basura de la
sangre se haya detectado y eliminado antes de administrarla a otra persona” (Pérez,
2010; Pp.14).
En efecto, una transfusión realizada sin tomar medidas higiénicas pertinentes
puede ser peligrosa ya que es posible que provoque reacciones hemolíticas mortales,
o incluso la enfermedad de injerto contra huésped, como también puede transmitir
enfermedades como la hepatitis B, la hepatitis C, el SIDA y el paludismo. Sin embargo,
es de referir, el progreso médico en las técnicas de transfusión y en la selección de los
donantes, lo que ha provocado la disminución drástica de esos riesgos, de forma que
en la actualidad son muy poco frecuentes las reacciones transfusionales (Zlotnik;
2013).
De acuerdo con Stevenson (1979) citado por Pérez (2010), el problema reside en
que los Testigos de Jehová no parecen haber mostrado, hasta el momento, una
disposición racional para discutir la cuestión empírica, de si la sangre es la fuente de la
vida. Y como todavía mantienen esa creencia empírica, prestan obediencia (tras una
discutible interpretación literal) al mandato de no transfundir sangre. Sin embargo,
parece claro que un cambio en su comprensión empírica sobre las características de
la sangre implicaría un cambio de sus actitudes acerca de la corrección de las
transfusiones sanguíneas. Si no fuera así, entonces serían irracionales en un sentido
todavía más fuerte.
Los peligros de la transfusión sanguínea hacen altamente deseable considerar
siempre medidas alternativas, aún para quienes no son Testigos de Jehová. Ellos han
planteado un desafío ético-quirúrgico que ha hecho avanzar el conocimiento técnico
sobre dichas medidas alternativas beneficiando a todos los pacientes. Los Testigos de
Jehová han provisto respuestas a los problemas planteados por el rechazo de este
tratamiento, disponen de una hoja de consentimiento informado que han preparado de
acuerdo a sus creencias, y una tarjeta identificadora acerca de su negativa (que deben
llevar firmada), para casos de urgencia en que su estado de conciencia no permita
expresar inequívocamente su voluntad (Wilson; 2005).
Wilson (2005), apunta para el hecho de la congregación religiosa condenar los
pacientes que no sean firmes contra la trasfusión de sangre, incluso en situaciones de
emergencia más grave. La enseñanza del Nuevo Testamento confirma que aquellos
que desobedecen pueden ser objeto de rechazo por parte de Dios, así como los que

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consientan la administración de trasfusiones sanguíneas incurrirán en riesgo de ser
disociado de su congregación religiosa.
Aunque no existen estadísticas publicadas, se estima que en todo el mundo muera
aproximadamente uno de cada mil Testigos de Jehová cada año por abstención en
recibir tratamientos que incluyan trasfusiones sanguíneas (Wilson; 2005).
Woolley y Smith (2007) citados por Zlotnik (2013) consideran que no se debe
menospreciar el impacto de la trasfusión sanguínea para los Testigos de Jehová, dado
que los pacientes pueden vivir sentimientos de humillación, injusticia, culpa o
depresión, lo que ni siempre es percibido por las personas que no integran esta
comunidad. El mismo autor presenta también tres aspectos que justifican el rechazo
en recibir la trasfusión sanguínea por parte de los Testigos de Jehová: un primer punto
de vista puramente religioso, fundado en diversos versículos de la Biblia, un segundo
punto de vista ético-legal, relacionado con la libertad de consciencia y el derecho de
autonomía como paciente, y un último punto de vista científico, basado en los peligros
de la trasfusión sanguínea y en la existencia de alternativas. En este sentido, el autor
alega para la existencia de diferentes aspectos como religiosos, éticos, científicos y
legales que pueden ser utilizados como fundamento para evitar una trasfusión de
sangre.

4. RECHAZO AL TRATAMIENTO – UN DILEMA ÉTICO

El rechazo voluntario de un paciente para recibir algún tipo de tratamiento siempre


ha representado para los profesionales de la salud un conflicto ético. El rechazo en
recibir como medida terapéutica transfusiones de sangre o de sus principales
componentes por parte de las personas pertenecientes al grupo religioso Testigos de
Jehová es un caso emblemático que refleja esta difícil situación. Los mismos no están
dispuestos a recibir productos sanguíneos bajo ninguna circunstancia, ni mismo
cuando esa actitud les signifique perder la vida. Su posición es tan extrema que
tampoco están dispuestos a que sus hijos menores de edad, incluso los aún no
nacidos, reciban una transfusión (Wilson; 2005).
Es frecuente la ocurrencia de situaciones en la que los profesionales de la salud se
cuestionan sobre qué hacer cuando un sujeto les informa y solicita que no se utilicen
bajo ningún concepto, cualquier tipo de terapia sanguínea. Es cierto que en la gran
mayoría de los casos el médico, usando un criterio probabilístico, puede llegar a

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comprometerse a no recurrir a ese tratamiento, compromiso que no es posible de
asumir en una situación clínica con alto riesgo de hemorragia masiva, o simplemente
cuando el médico quiere dejar en claro cuál va a ser su actitud si las cosas se
complican. Aunque en general, la jurisprudencia ha sido favorable a los médicos, en
casos de conflictos que han llegado a los tribunales de justicia, permitiendo que estos
realizaran una trasfusión sin el consentimiento del paciente, esta situación no deja de
constituir un permanente y grave dilema ético que tensiona de forma absoluta la
relación del equipo sanitario con el paciente (Cordella; 2012).
Según Woolley (2005; pp. 870) “Although the state has an interest in the
preservation of life, that interest is not absolute. Individuals have the right to control
their own person and part of that autonomy is the ‘‘right to make choices pertaining to
one’s health, including the right to refuse unwanted medical treatment". Although this
right should encompass all medical choices, including the refusal of blood products,
JWs have had to defend this right in the courts”.
Lejos de tener una solución fácil, son varias las cuestiones que surgen y que rozan
aspectos relacionados con convicciones profundamente arraigadas en la mente y los
corazones de los involucrados. La solución requiere que los profesionales sean
capaces de reconocer al sujeto humano no solo como enfermo/paciente, pero también
como un ser personal y agente moral (Cardemil; 2010).
Rogers y Crookston (2006) citados por Cordella (2012) proporcionan una visión
equilibrada de las cuestiones involucradas en la relación médico-paciente en el
contexto de las creencias religiosas asociadas a las trasfusiones sanguíneas en
pacientes Testigos de Jehová. Sus recomendaciones hacen hincapié para la
importancia de mantener una relación entre profesional de salud y paciente basada en
el respeto, empatía y comprensión de forma a asegurar un proceso de negociación
favorable al tratamiento. Una actitud de confrontación por parte del profesional
sanitario podría fortificar el rechazo del paciente en estos casos. Los autores admiten
la importancia de mantener un enfoque amplio, siendo conscientes de las diversas
interpretaciones de los pacientes basados en los dogmas religiosos.

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5. LA COMPLEJIDAD DEL SER HUMANO

Podemos afirmar que todos los individuos de la especie humana comparten una
cierta estructura física y un cierto funcionamiento. También que todos tienden en
definitiva a un mismo fin último y que éste corresponde a su felicidad plena. Sin
embargo, podemos advertir que cada ser humano busca un único y propio camino
hacia esa máxima felicidad. Porque cada mujer y cada hombre, tomando conciencia
de lo que le fue legado (constitución física, ambiente cultural, condición de nacimiento
y otros), le da sentido a su existencia estableciendo un propio andar mediante sus
decisiones libres, sorteando, aceptando o luchando con los cambios externos. Todo
este camino constituye su peculiar biografía. Cada ser humano es entonces un
universo distinto de planes, sueños, aspiraciones y metas. Es distinto en sus anhelos,
responsabilidades y preocupaciones (Cardemil; 2010).
Cada ser humano, además, percibe y se relaciona con su medio de manera
diversa. Lo captado de ese mundo externo resuena en el interior de cada hombre y de
cada mujer de distinta manera.

5.1. La Autonomía Del Paciente

La facultad de los enfermos para decidir sobre su salud está recogida en diversas
normativas que han aparecido en los últimos decenios (Convenio relativo a los
Derechos Humanos y la Biomedicina, de 29 de abril de 1986; Ley 41/2002, de 14 de
noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y
obligaciones en materia de información y documentación clínica; la Ley 21/2000, de
Cataluña, sobre los derechos de información relativos a la salud, la autonomía del
paciente y la documentación clínica, etc.). Como es bien conocido, estas normas
establecen que el médico está sujeto a la obligación de informar al paciente del
diagnóstico de la enfermedad, de la gravedad, del pronóstico, de las posibles
alternativas de tratamiento y de la evolución de la enfermedad. Por otro lado, y esto es
lo que más interesa examinar, conceden el derecho al paciente de rechazar un

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tratamiento médico prescrito por la autoridad sanitaria (artículo 2.4 de la Ley 41/2002
de 14 de noviembre reguladora de la autonomía del paciente) (Cardemil; 2010).
En el contexto del Testigo de Jehová que se niega a la transfusión es preciso
distinguir dos supuestos distintos, según cuál sea el resultado de la decisión del
paciente sobre su salud. En primer lugar, si el resultado que pueda ocasionar esta
decisión de colocarse en una evidente situación de peligro al negarse a la transfusión
no comporta riesgo o peligro para la propia vida. En segundo lugar, si esta decisión del
testigo supusiera un riesgo para la vida, es decir, si la vida del enfermo o paciente está
en un grave peligro y la transfusión es el único remedio para preservarla (Xavier [et al];
2008).
En el primer caso, hay un consenso amplio en considerar que sería en exclusiva
responsabilidad del Testigo de Jehová las consecuencias que sobre su salud pudieran
ocasionarse por el rechazo a la transfusión. Tal decisión sería manifestación de su
capacidad de autogobierno amparada legalmente. La determinación de las
responsabilidades en el segundo caso ha generado más discusión. Desde el punto de
vista jurisprudencial el Tribunal Supremo concluyó en el pasado, que el médico tiene la
obligación de llevar a cabo la transfusión, aun cuando sea en contra de la voluntad
manifestada por el paciente. Así, en el caso de conflicto entre la libertad religiosa y el
derecho a la vida, triunfaría, según esa línea jurisprudencial, el segundo, ya que tiene
preeminencia absoluta el derecho a la vida, por ser el centro y principio de todos los
demás derechos. Así pues la protección de la vida es una base fundamentada para la
interferencia médica en la voluntad del paciente. Si el médico no llevara a cabo la
transfusión podría incurrir en un delito de cooperación pasiva al suicidio o de omisión
del deber de socorro (Xavier [et al]; 2008).
Durante mucho tiempo, los fundamentos jurídicos consideraron la concepción del
derecho a la vida como un deber, pues es la base para el ejercicio de todos los demás
derechos. Esta perspectiva se asienta en el dato físico-biológico que es la vida, a la
que se entiende como un derecho supremo que tiene preferencia sobre el resto de
derechos y de ahí que tenga un carácter absoluto, inalienable, indisponible e
irrenunciable. Así se considera como una obligación protegerla frente a otros derechos
así como frente a otros sujetos que puedan ponerla en peligro, e incluso, frente al
propio titular. Estaba así justificada la asistencia médica coactiva pues había que
garantizar la vida. Y frente a ello, el consentimiento del paciente era irrelevante
(Cardemil; 2010).
Sin embargo, este modelo de relación médico-paciente así como la preferencia del
derecho a la vida frente a la autonomía está cuestionado y hay señales de que puede
ser sustituido por el basado en la primacía de la autonomía del paciente a la hora de

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decidir sobre su salud. Se reconoce al paciente, en términos generales, la facultad de
decisión última sobre su salud, salvo contadas excepciones. Esta delegación de la
competencia para decidir sobre los aspectos cruciales que afectan a su salud supone,
no cabe duda, un reconocimiento muy importante de su autonomía personal
(Cardemil; 2010).
De acuerdo con Woolley (2005; pp. 870) “What, therefore, should doctors do in the
emergency situation? In an emergency, treatment that is in the patient’s best interests
may be given under the doctrine of necessity. However, this doctrine assumes that
‘‘under the circumstances, a reasonable person would consent, and thus the
probabilities are that the patient would consent". This doctrine is unlikely to apply to
Jehovah witness, as most, if conscious, would object to treatment.”
Pérez (2010), defiende que se tiende a aceptar que el testigo de Jehová tiene
derecho a rechazar una transfusión sanguínea, siempre y cuando exprese o haya
expresado de forma clara y contundente ese deseo, aunque aquella sea necesaria
para la conservación de su salud. De forma contraria, el médico carece de justificación
para imponer su propia concepción al paciente obligándole a realizar la transfusión. El
autor defiende que se debe cuestionar si sus creencias son mínimamente racionales y
compatibles con la libertad religiosa, dado que, considera que los preceptos reflejados
en la biblia distan mucho de ser claros y coherentes y esto afecta a unos de los
mandatos a los que se aferran los Testigos de Jehová: el de la prohibición de
transfusiones a partir de la interdicción de “comer sangre”. El texto bíblico dice
literalmente “comer sangre”. El mismo considera que apenas en una interpretación
muy extrema se podría equiparar o incluir las transfusiones. Sin embargo, el autor
cuestiona también si la apelación a la indeterminación e incoherencia de los textos
bíblicos es suficiente para concluir que las creencias de los Testigos de Jehová son
irracionales.
El respeto constitucionalmente exigido hacia las creencias religiosas no es
absoluto. Una doctrina religiosa es un complejo y variado conjunto de ideas y
creencias. Las grandes doctrinas religiosas tratan de ofrecer respuestas a preguntas
relacionadas con la creación del universo, el sentido de la vida, la naturaleza humana,
los valores morales, etc. Por otro lado, elaboran diferentes códigos éticos, y rituales
simbólicos mediante los que se transmite una actitud espiritual frente a la vida y la
comprensión de la existencia del ser humano (Cardemil; 2010).
Pérez (2010), sostiene que no le parece justificado que el Estado respete las
creencias religiosas de los Testigos de Jehová, considerando que la alegación de que
la negativa del mismo como expresión de la autonomía debe ser rechazada sobre la

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base de que no cualquier expresión de autogobierno por parte de una persona debe
ser garantizada, sino sólo aquellas que demuestran un mínimo de racionalidad.
J. Feinberg (1986) alega que intervenir para forzar al paciente a recibir el
tratamiento es como evitar que un individuo tome té envenenado cuando sinceramente
insiste que el arsénico que ha puesto en la tasa es azúcar. En ningún caso hay deseo
de morir, y de aquí que en ninguno de los dos casos haya invasión de su autonomía.
En este sentido, la idea de autonomía de los enfermos que sostiene la bibliografía
implica que se debe llevar a cabo una evaluación de las distintas decisiones posibles
que tiene aquél a su alcance y examinar el grado de racionalidad de su elección, muy
especialmente cuando lo que está en juego es su propia vida. Es perfectamente
posible adoptar una concepción mínima de la autonomía según la cual el umbral de
aceptabilidad sea un escalón superior a la mera exigencia de que el sujeto sea
mínimamente competente o que su decisión esté guiada por razones. Éstas deben ser
razones justificadas al menos en el ámbito de los enunciados científicos. La autonomía
no supone aceptar cualquier decisión que adopte un individuo, sino que exige prestar
atención al contenido de la decisión adoptada libremente, en el sentido de descartar
aquellas que descansen en datos manifiestamente erróneos (Xavier [et al]; 2008).
Entre una visión de la autonomía que concede valor y respeto a cualquier decisión
que emita un agente humano y una concepción perfeccionista en la que se trata de
imponer concepciones morales o religiosas, hay un espacio para el paternalismo
justificado en el que no se otorga valor a juicios que, aunque libres, son irracionales y
ponen en peligro otros bienes constitucionalmente protegidos.
Por otro lado, Osorio y Garrafa (2010) sostienen que la religión no impide la
autonomía del paciente. Considera que el hecho de que la persona Testigo de Jehová
rechace un tratamiento con sangre no significa falta de autonomía. El autor sustenta
que el rechazo de las trasfusiones se puede entender como la manifestación de un
punto de vista particular (sangre como alma) que se coaduna con una manifestación
de autonomía previa (momento de la selección de la religión). Defiende aún que la
influencia católica en nuestra cultura conlleva a la priorización del principio de la
beneficencia en las discusiones ético-morales. Así siendo, en nuestra sociedad, las
decisiones aunque autónomas de Testigos de Jehová en situaciones de riesgo vital,
no son respectadas, debido a la jerarquización implícita de principios, y a la
sobrevaloración de los principios de la beneficencia y del derecho a la vida.

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6. LA POSTURA DEL PROFESIONAL DE LA SALUD ANTE EL RECHAZO A LA
TRASFUSIÓN SANGUINEA DEL PACIENTE TESTIGO DE JEHOVA

El profesional de la salud, que se enfrenta una situación tan especial como es el


caso de un Testigo de Jehová, que se niega a aceptar una trasfusión de algún
componente sanguíneo afronta una situación particularmente complicada y
apremiante. Podemos llegar a comprender el alcance de la situación, haciendo
referencia a una situación particular como la de un paciente, Testigo de Jehová, que
gravemente enfermo necesita una trasfusión sanguínea. Un médico habiendo agotado
ya todos los recursos disponibles para evitar esta intervención, es consciente de que si
no la indica tiene una razonable probabilidad de perder la vida. Ante este escenario, es
comprensible la angustia del profesional enfrentado a tomar o desechar un curso de
acción.
El primer dilema con el que se depara el profesional de la salud, sobre todo cuando
enfrenta a una decisión para un paciente está directamente relacionado con el hecho
de volcarse no tanto sobre el fin a que se propone, pero si sobre los medios que deben
conducirlo hacia él. Este debe tener claro cuál es su fin, pretendiendo tratar su
paciente, llevándolo a su curación. El sentimiento que se genera ante una situación en
que lo que se pretende es sanar el paciente, y que se lo intenten impedir atenta contra
una disposición que estos profesionales tienen arraigados profundamente.
Besio y Besio (2006) sostiene que en la situación descrita anteriormente, en la cual
surge el dilema de cómo actuar ante la negativa de los pacientes Testigos de Jehová
en recibir trasfusiones sanguíneas, tiene suficientemente claro que el beneficio
objetivo de la transfusión supera largamente los efectos adversos de dicha acción.
Otro aspecto que consideran los autores está relacionado con el hecho de las
intervenciones sanitarias resultaren de conductas decididas con base en la cura del
paciente a través de elementos que razonablemente tienen a su alcance. Los mismos
consideran que, salvo algunos derivados sanguíneos específicos, las transfusiones si
están al alcance de todos los hospitales y a un costo bastante módico. En general,
analizando la dinámica de la decisión médica, los autores consideran que el rechazo
por parte de un paciente de una medida terapéutica fácil de implementar, de bajo
costo, con claro beneficio para su salud y conservación de su vida, remece

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profundamente la vocación y el “ethos” profesional. Así se justifica la resistencia que la
petición de este grupo religioso genera en el ámbito de los cuidados de salud.
La Medicina es una actividad práctica, cuyo objeto de preocupación al igual que
muchas otras ciencias y artes es el ser humano. Esas otras ciencias y artes que se
ocupan del hombre se distinguen entre sí por competerles sólo un aspecto del ser
humano. El aspecto del ser humano que le interesa a la Medicina es un bien particular
de él, su salud. Pero la búsqueda de la salud no sólo constituye a la Medicina como
actividad diferenciándola de las otras actividades o ciencias que se refieren al ser
humano, sino que también determina los límites de ella. En efecto, la salud de la mujer
y del hombre es un bien que les corresponde, pero no es todo el bien que ellos aspiran
y merecen, y difícilmente podríamos afirmar que la salud es lo más bueno que mujeres
y hombres desean. Los límites de la Medicina están dados primariamente entonces,
por el objeto que la constituye como arte: la salud del ser humano, y sólo
circunstancialmente por las dificultades técnicas o la falta de conocimiento teórico de
su mismo arte. La primera limitante de la Medicina es fundamental; el bien buscado
por su actividad no puede contraponerse con el bien total del individuo. El médico
debe poseer alguna idea de cuál es ese bien que finaliza al hombre, ya que sin esa
noción, aunque sea confusa, erraría demasiadas veces insistiendo tercamente en
restablecer un mero equilibrio fisiológico en un hombre anhelante de un bien más allá
de ese equilibrio somático. Justamente es lo confuso de esa idea de bien total lo que
explica el dilema ético del médico; muchas veces no sabe si la aplicación eficaz de su
arte es todo lo bueno que merece ese hombre (Xavier, [et al]; 2008).
Cada ser humano, percibe y se relaciona con su medio de manera específica. Lo
captado de ese mundo externo resuena en el interior de cada hombre y de cada mujer
de distinta manera. Un mismo hecho puede provocar perturbaciones internas en una
persona, pasar inadvertido en otra o incluso constituir un acontecimiento importante
para la vida de otra.
Todos estos aspectos integran la realidad que deben atender los profesionales de
la salud cuando una persona se consulta por alguna dolencia. Una persona que acude
en una situación de urgencia para la consulta de una dolencia, no acude apenas como
estructura física. Es un individuo que asume un papel en la familia, tiene una actividad,
experiencias, responsabilidades, temores, preocupaciones, creencias, opiniones y
certezas.
Es de referir también que este individuo proviene de una determinada cultura en la
cual se identifica, correspondiéndole determinar su futuro basado en sus convicciones.
Es entonces esta consideración del ser humano la que ha obligado a reconsiderar los
criterios de la limitación de los tratamientos. Aunque el profesional de la salud sabe lo

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que conviene a un paciente, no puede, o no debería implementarlos sin saber si sus
decisiones van a favor o en contra de las creencias del paciente. Es aquí donde toma
sentido el principio del respecto por la autonomía del paciente. El paciente es el único
que puede informar acerca de lo bueno, adecuado y lo que está dispuesto a aceptar
como tratamiento (Cardemil; 2010).
Entonces, a pesar de ser poco costoso, de estar disponible, ser seguro, eficaz y
fácil de aplicar, un tratamiento propuesto puderia ser inaceptable o intolerable para un
determinado paciente por muy enfermo y necesitado de ayuda que se encuentre. Es
así como, con cierta frecuencia, existen pacientes que rehúsan tratamientos que otros
aceptan sin dificultad. No todo curso de acción presentado por el médico, aunque
ordinario por su disponibilidad, es proporcionado por efectos que un paciente
considerado en toda su complejidad de ser personal no está dispuesto a aceptar,
aunque con ello pierda la vida (Cardemil; 2010).
Besio y Besio (2006) consideran que si determinadas circunstancias aceptamos
como desproporcionadas determinadas intervenciones quirúrgicas, trasplantes de
órganos o largas terapias, aun con buenas expectativas de resultados, por razones de
costos económicos, sufrimientos o miedos incontrolables, parece razonable aceptar
también que una transfusión sanguínea pueda tener un alto costo para un paciente
que según sus creencias perderá con ella la vida eterna. La transfusión de sangre o de
cualquier componente de ella provocaría en pacientes pertenecientes al grupo
religioso Testigos de Jehová un efecto adverso juzgado por ellos de tal gravedad que
simplemente no pueden aceptar. Los autores consideran que el profesional de la salud
debe considerar esta información y ponderarla junto al grado de competencia y libertad
que el paciente posee al tomar la decisión. Es perfectamente aceptable, luego, que
pueda ser considerada una medida desproporcionada y como tal no implementarla.
En este contexto, el médico tiene según los autores anteriormente citados, la
obligación, por una parte, de asegurarse de que el paciente está tomando esa decisión
con la debida libertad, suficientemente informado y en ausencia de toda coacción, y
por la otra, los pacientes, sus familiares y acompañantes deben comprender y aceptar
que el médico debe implementar algunas medidas para garantizarla. De entre los
aspectos que deben considerar descritos en la bibliografía están que: todo el proceso
de consentimiento informado debe realizarse entre el médico y su paciente, con la
debida privacidad y en ausencia de terceros, aunque el paciente lo solicite, el médico
debe convencerse de que su paciente tiene una competencia suficiente para las
decisiones que están en juego, y el médico debe tener suficientemente claro que el
paciente durante todo el período que dura su atención puede cambiar de opinión. En
ese sentido, aunque exista un documento escrito firmado por el paciente donde esté

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inscrita ya una decisión, ésta se deberá considerar revocada ante la sola
manifestación verbal, competente y privada del paciente.
Por otro lado, el Comité de Ética del Hospital Privado de la Comunidad del Mar del
Plata (1998) hace saber a través de la normativa para el rechazo de transfusiones de
sangre por razones religiosas que aunque entiende la necesidad de respectar el
principio de autonomía del paciente, tratando de respectar que los Testigos de Jehová
rechacen las trasfusiones de sangre por razones religiosas, lo considera un dilema
ético, porque significa poner probablemente en riesgo la vida, preservada por el
principio de beneficencia, el más antiguo de la ética médica. El
mismo comité considera que si se aceptan a la vez el principio de beneficencia y la
autonomía personal de los pacientes, se concluye que para un paciente
determinado no es beneficiosa una acción médica que contraríe sus creencias,
principios o valores.
Por su lado, Pérez (2010) sostiene que el médico tiene derecho a practicar una
transfusión sanguínea a un testigo de Jehová aunque éste manifieste su rechazo.
Fundamenta su postura, justificando que las creencias de los Testigos de Jehová
sobre la sangre y las transfusiones sanguíneas son erróneas. El autor considera
que este hecho desencadena un paternalismo justificado que presupone tres
condiciones necesarias: la actuación benéfica del médico (principio de la
beneficencia), la auto-puesta en peligro (irreversible) de la vida a la que conduce la
decisión del Testigo de Jehová y la posición de garante del Estado en la relación
médico-paciente.
Aunque la única particularidad es que el testigo de Jehová afirma que sus
creencias están insertas en un sistemas de creencias más amplio y comprehensivo
que es su religión, resalta la cuestión ¿Basta esto para darle un tratamiento
diferente respecto a otros casos? Para la ciencia, la transfusión no supone una
violación de las creencias puramente religiosas de los Testigos de Jehová, sino
que afecta a las creencias de carácter empírico. Y estas son creencias
irracionales. El deber de respetarlas decae frente al deber de beneficencia del
médico cuando se enfrenta a la preservación de la vida del paciente (Besio y Besio;
2006).
Wilson (2005), defiende que el equilibrio entre las creencia religiosas de un
paciente Testigo de Jehová y la necesidad de una trasfusión de sangre como
estrategia de intervención en una situación clínica de emergencia eminente puede
amenazar y desestabilizar los esfuerzos de los profesionales de la salud de

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mantener su intervención centrada en el paciente. Para el autor, estar en una
situación de emergencia en presencia de un paciente, padre o familiar que objeta
fuertemente el tratamiento necesario a la salvación de la vida de la persona en
peligro puede ser una experiencia desgarradora, incluso para el profesional mas
experto. Aclarar la postura que el profesional sanitario debe asumir frente a esta
situación clínica es vital.
Por otro lado, Osorio y Garrafa (2010) afirman que aunque los profesionales de la
salud que tratan directamente con pacientes Testigos de Jehová presenten todavía un
enfoque unilateral en la asistencia de los mismos, olvidando considerarlos como
sujetos morales autónomos y responsables por sus propias decisiones, deberían
considerar que las creencias religiosas son parte del contexto bioético influyendo
directamente en sus decisiones, así como en la expresión de su propia autonomía. Los
autores consideran que los profesionales de la salud deberían estar más que
bioeticamente preparados en el sentido de proteger la autonomía y los derechos de los
pacientes Testigos de Jehová.

7. LA ENFERMERÍA Y LOS PACIENTES TESTIGOS DE JEHOVÁ

La enfermería ha sido hasta hace pocos años una ocupación basada en la


experiencia práctica y en los conocimientos adquiridos empíricamente a través de la
repetición continuada de las acciones. Esta concepción de enfermería conducía a que
los profesionales centraran exclusivamente su atención a la adquisición de los
conocimientos necesarios para desarrollar determinadas técnicas, derivadas en su
mayoría del quehacer profesional de otras disciplinas.
El primer intento en definir cuál es el aporte específico de la enfermería en los
cuidados transculturales relacionados con la salud del paciente proviene de la teórica
Madeleine Leininger, fundadora de la enfermería transcultural.
Leininger dedicó parte de su vida al estudio de la Antropología y la Etnografía,
realizó investigaciones sobre las diferencias notables entre las culturas en el ámbito de
la asistencia sanitaria y de las prácticas de bienestar. Su investigación y desarrollo
teórico han ayudado a los estudiantes de enfermería a comprender las diferencias
culturales que se dan respecto a la asistencia, la salud y la enfermedad.

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La teoría de Leininger, sobre los cuidados culturales se utiliza actualmente en todo
el mundo y ha adquirido una importancia creciente en la obtención de datos fundados
relativos a las diversas culturas. Se le conoce como una de las enfermeras mas
creadoras, productivas, innovadoras y visionarias de la enfermería que siempre ha
proporcionado múltiples contenidos basados en la investigación e ideas que han
impulsado el avance de esta área como disciplina científica y como profesión
(Fernández [et al]; 2006).
Definió la enfermería transcultural como una de las grandes áreas de la enfermería,
que se centran en el estudio y en el análisis comparado de las diferentes culturas y
subculturas del mundo. Estudia estas culturas desde el punto de vista de sus valores
asistenciales, de la expresión y convicciones de la salud y de la enfermedad y de los
modelos de conducta, siempre con el propósito de desarrollar una base de
conocimientos científicos y humanísticos que permitan una práctica de la atención
sanitaria universal (Leininger; 1999).
La teorista planteó que la cultura y la asistencia son los medios más generales y
holísticos que permiten conceptualizar y comprender a las personas. Este
conocimiento es básico, e imperativo, tanto en la formación como en el ejercicio de la
enfermería. Defiende que ante cualquier intervención de enfermería es importante
considerar las creencias, valores y estilos de vida de los individuos,
independientemente de sus creencias religiosas (Leininger; 1999).
Podemos plantear que la cultura determina los patrones y estilos de vida que tienen
influencia en las acciones y decisiones de las personas. Es por ello que nuestro
personal de enfermería debe adquirir una amplia concepción cultural para brindar unos
cuidados con maestría, siempre y cuando respetemos sus criterios y decisiones.
La autora M. Leininger fue capaz de hacer cambiar el modo de pensar y actuar de
algunas personas que practican diferentes tipos de religiones que pueden poner en
peligro la vida de un paciente o de ellos mismos.
La meta de la teoría de la transculturación es suministrar a nuestros pacientes unos
cuidados responsables y coherentes, que se ajusten de modo razonable a las
necesidades, valores, las creencias y los modos de vida de los mismos. Esto se pone
de manifiesto en nuestro medio que si somos capaces como enfermeros de
comprender el significado de una religión y sus creencias podríamos predecir y brindar
de forma consecuente cuidados sanitarios a las personas, las familias y los grupos de
forma satisfactoria (Fernández [et al]; 2006).

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8. ANÁLISIS CRÍTICO REFLEXIVO

Los pacientes Testigos de Jehová presentan comportamientos y pensamientos


singulares en cuanto a la experiencia de la enfermedad, así como nociones
particulares sobre salud y terapéutica. Estas particularidades no provienen de las
diferencias biológicas, pero sí de las diferencias socioculturales. En suma, partimos del
concepto de que todos tienen cultura, y de que es la cultura que determina estas
particularidades. Igualmente sustentamos que las cuestiones inherentes a la salud y a
la enfermedad deben ser pensadas a partir de los contextos socioculturales
específicos en los cuales los mismos ocurren.
Múltiples estudios e investigaciones en salud apuntan para la importancia del
empleo de métodos etnográficos y del análisis interpretativo como recursos
elementares en la construcción del significado de las enfermedades por parte de los
pacientes de diferentes culturas.
Jean y Braune (2010), citan un estudio conducido con pacientes oncológicos, donde
se observó que la simbología de la radioterapia bajo la perspectiva de los pacientes,
construida a lo largo de la experiencia de la enfermedad y tratamiento, se mostró como
un poderoso reorganizador, delante de las rupturas causadas por la enfermedad y
tratamiento. De igual modo, se ha detectado la influencia de la creencia religiosa en la
sobrevivencia de pacientes laringectomizados, los cuales son cercados por redes
sociales afectivas religiosas que los acompañan y desean su curación.
Además, es importante referir que cada grupo interactúa con un ambiente físico
determinado, y su cultura define como sobrevivir en ese ambiente. Debido al carácter
creativo y transformador inherente a las culturas humanas sobre el medio físico,
podemos encontrar dentro de un mismo tipo de ambiente, varias soluciones
particulares que responden por la sobrevivencia de las sociedades. El ser humano
tiene capacidad de participar en cualquier cultura, aprender cualquier idioma, y
desempeñar cualquier tarea. Sin embargo, es la cultura específica en la que el
individuo nace y/o crece que determina el idioma que hablará, que actividades deberá
desempeñar, cuál será su movilidad social y posición jerárquica en la estructura social
(Woolley; 2005).

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Esto sucede, a lo largo de la vida, los individuos son gradualmente socializados por
patrones culturales vigentes en su sociedad, construidos a través de la interacción
social cotidiana, así como a través de procesos rituales y filiaciones institucionales.
Estos son responsables por la transformación de los individuos en personas, en
miembros de determinado grupo que mutuamente se reconocen. De individuos
transformados en personas, aprenden y replican principios que orientan patrones
ideales acerca de los tipos valorados y calificados de acción, de cómo se comportar,
de vestir, de comer, y de técnicas sobre como diagnosticar y tratar las enfermedades.
Sobre todo, la socialización de los individuos es responsable por la transmisión de los
sentidos acerca del porqué hacer. En este contexto, este porqué hacer, adquiere
particular relevancia en el contexto de la prestación de cuidados, en el sentido en que
nos permite entender la integración y la lógica de una cultura. Es la misma cultura la
que nos ofrece una visión del mundo. Al depararnos con las costumbres presentes en
otras culturas, debemos ser capaces de entender el porqué. Esta reflexión permite
evitar una comprensión etnocéntrica a su respecto, o sea, juzgar a la cultura de una
persona según nuestros propios valores y clasificaciones del mundo, y no según los
que son propios de su cultura.
A pesar de que los Testigos de Jehová compartan aspectos de la cultura general,
reconocemos que detienen una diferente visión en lo que se refiere a la religión,
percibiendo la realidad relativa a procedimientos como la trasfusión sanguínea de
manera peculiar, generando un complejo y entrelazado mosaico sociocultural. Es en
este contexto que surge una compleja articulación entre salud, cultura y religión, donde
se insiere el profesional sanitario (Woolley; 2005).
El rechazo por parte de los Testigos de Jehová de recibir transfusiones sanguíneas
siempre ha representado para los médicos un conflicto ético y un problema en la
relación médico-paciente. Las razones de este grupo para rechazar las transfusiones
se basan en motivos religiosos por un mandato explícito de Dios que se encontraría en
la Biblia. Para ellos el hecho de aceptar esta medida terapéutica les significa una
pérdida en el ámbito espiritual de tal importancia, que se les presenta como
intolerable. Tanto es así, que prefieren morir antes de aceptar una transfusión. Se
debe aceptar entonces que algunas medidas terapéuticas, aunque disponibles,
pueden ser consideradas como desproporcionadas y no ser implementadas. En todo
caso, en esas situaciones, los profesionales sanitarios y las instituciones de salud
deben establecer todas las medidas para asegurar que este tipo de decisiones se
realicen con la debida información, confidencialidad, libertad y en ausencia de
cualquier coacción.

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Es importante reconocer después del análisis realizado que la actitud de este grupo
religioso ha permitido paradójicamente grandes avances en el manejo sin
transfusiones de pacientes en estado crítico y también en el desarrollo de sustitutos de
la sangre. Tal vez estos avances no hubiesen ocurrido si el dilema ocasionado en
situaciones de urgencia por este grupo de pacientes no fuese real. Es innegable el
aporte que ellos han hecho en esta área del conocimiento médico. Desde que este
grupo empezó a cuestionar las transfusiones, tanto por motivos religiosos como por las
complicaciones de estas terapias, la cantidad de transfusiones de sangre se ha
reducido considerablemente con el consiguiente beneficio para todos los pacientes
(Woolley; 2005).
Es también fundamental reconocer que aunque aún siendo siempre constante la
defensa de sus creencias, estas personas la han efectuado de manera respetuosa y
buscando soluciones alternativas. En efecto, un médico puede considerar como
medida desproporcionada una transfusión sanguínea al ponderar la mayor importancia
que tiene para un paciente Testigo de Jehová la pérdida de la eternidad respecto a la
vida terrenal. Sin embargo, esta última no es un bien trivial, es un bien básico y
fundamental, requisito para casi todos los otros bienes del ser humano, siendo para
muchos el más importante de todos los bienes. Woolley (2005, pp.870), considera
relevante el papel del profesional sanitario en la información del paciente “In an
emergency, the situation is more complex, particularly as there are concerns about
how informed individual. Jehovah’s Witnesses are about the risks/benefits of blood.
Physicians should provide the necessary information for an individual to make an
informed choice and where this is not possible, physicians should administer blood
products in life threatening situations, if any doubt exists about the validity of a blood
refusal card.”
Otro aspecto que también resalta después de la lectura del material referente al
tema presentado, y que consideramos importante referir está relacionado con la
dificultad que surge en el contexto hospitalario de garantizar el secreto profesional
absoluto que requeriría un paciente que aceptase un tratamiento de este tipo sin que
nadie del personal de la institución lo revele voluntaria o involuntariamente. Este sería
un hecho difícil de cumplir bajo nuestro punto de vista.
Por esto, es entonces indispensable que las instituciones prestadoras de salud, si
deciden atender a pacientes Testigos de Jehová, establezcan en sus estándares de
calidad de atención políticas claras, con personal libremente dispuesto a ejecutarlas y
que esté adecuadamente capacitado para atender a estas personas. De esta manera
se podrá garantizar que se cumplan tanto las aspiraciones de las mismas como la

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necesaria tranquilidad para los profesionales involucrados acerca de que sus
pacientes están decidiendo con la adecuada libertad.
Los Testigos de Jehová están usualmente bien informados tanto doctrinaria como
también técnicamente para participar en las tomas de decisión sobre su propio
tratamiento. No es incumbencia del médico cuestionar sus principios pero debe discutir
con ellos las consecuencias de la no-transfusión en determinadas condiciones (Pérez;
2010).
Administrar sangre a un paciente que la rechaza expresamente es éticamente
incorrecto, se considera un grave atropello a la autonomía del paciente y también
puede ser ilegal y conducir a un juicio civil o penal. El médico debe decidir si está
dispuesto a aceptar estas restricciones en la atención de estos pacientes y aún así
brindarles un cuidado óptimo. Si por el contrario, esto implica para él actuar contra su
conciencia, debe rehusar atenderlo, siempre y cuando tenga la posibilidad de referirlo
a otro profesional (Pérez; 2010).
Consideramos que en situaciones en que la vida del paciente está en peligro de
forma irreversible, se observa un restringido ámbito donde no debería regir la
obligación de transfundir. En otros supuestos donde la oposición se da entre la
autonomía del paciente (libertad religiosa) y la integridad física (salud), creemos que
existen razones para que triunfe el deseo del paciente, pues queda abierta la
posibilidad de que este pueda reconsiderar racionalmente sus preferencias religiosas,
lo que inevitablemente no ocurre cuando su vida está en peligro. Otra situación tiene
lugar cuando un individuo ante una situación de gravedad decide no acudir a los
profesionales sanitarios. Aquí hablamos de su propia responsabilidad. No obstante, si
su opción es ser tratado por el sistema sanitario, pasara a estar bajo protección del
Estado, siendo que este tiene el deber de evitar la muerte de una persona, y como tal
actuara en conformidad.
La cuestión es qué tipo de respeto debe darse a los Testigos de Jehová hasta que
desechen esta visión acerca de las propiedades vitales de la sangre, cuya principal
fortaleza son los enunciados acientíficos incorporados en los textos bíblicos y los otros
argumentos seudocientíficos. En este sentido, es preciso recordar que los Testigos de
Jehová aceptan en la actualidad el trasplante de órganos y la vacunación, prácticas
que inicialmente habían rechazado y que recientemente han matizado su rechazo a
las transfusiones sanguíneas pues aceptan tratamiento médico alternativo sin sangre
completa y sin hemoderivados, tales como los cuatro componentes principales de la
sangre: glóbulos rojos, glóbulos blancos, plasma y plaquetas. Por otro lado, algunos
Testigos sí aceptan fracciones sanguíneas menores (Wilson; 2005).

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En la opinión de varios autores, entre los cuales Pérez (2010) el respeto
constitucional hacia las creencias religiosas no puede alcanzar a aquellas que no son
racionales, es decir, aquellas creencias que tienen alguna pretensión científica de
describir verdaderamente una parte del mundo y que se han demostrado
inequívocamente falsas y cuando éstas ponen en peligro de forma directa un bien de
naturaleza constitucional. El que los miembros de una confesión religiosa sigan
manteniendo adhesión a tales juicios descriptivos falsos justifica la adopción de
medidas paternalistas. Cuando tales juicios son tomados como el fundamento para la
lesión de intereses vitales del propio sujeto y respecto de los cuales, también el Estado
preserva.
En nuestra opinión, podría aducirse que la negativa de los Testigos de Jehová a las
trasfusiones es racional, si la racionalidad se entiende como la consistencia entre las
creencias y los deseos, o sea, entre su creencia en la peligrosidad de la trasfusión
sanguínea y su preferencia en no ser objeto de ella. No obstante, desde una
concepción más comprehensiva de la racionalidad, un individuo puede actuar
consistentemente de acuerdo con sus creencias y preferencias, y aún así, puede ser
una actuación irracional. Está claro, que esta racionalidad ha de ser valorada de una
forma amplia, de manera que las creencias y los deseos sean evaluados según la
forma en que están conformados, y no únicamente desde el punto de vista formal de si
hay coherencia entre ellos.
De acuerdo con Elser (1988), las creencias de los Testigos de Jehová acerca de la
composición de la sangre y los peligros de las trasfusiones constituyen un conjunto de
creencias erróneas y no justificadas racionalmente a las que probablemente el testigo
de Jehová no renunciará a pesar de que los médicos les suministren toda la
información pertinente.
No obstante, Besio y Besio (2006) sostienen que la transfusión de sangre o de
cualquier componente de ella provocaría en pacientes pertenecientes al grupo
religioso Testigos de Jehová un efecto adverso juzgado por ellos de tal gravedad que
simplemente no pueden aceptar. Un médico, entonces, debe considerar esta
información y ponderarla junto al grado de competencia y libertad que el paciente
posee al tomar la decisión. Es perfectamente aceptable, luego, que pueda ser
considerada una medida desproporcionada y como tal no implementarla.
Entendemos que la situación sería diferente si la repercusión de estas actitudes
basadas en estas creencias fuera solo sobre aspectos triviales, o incluso cuando lo
afectado fuera la salud del enfermo, dado que en ambas situaciones, el paciente
tendría la posibilidad de repensar sus creencias religiosas, remodelando en el futuro
su plan de vida. Sin embargo hablamos de una situación en que las trasfusiones

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sanguíneas son requeridas para la salvación de una vida, donde la posibilidad de
repensar creencias como antes referido, no existe. Hablamos de una realidad donde
las creencias consideradas irracionales entran en conflicto con un imperativo tan
relevante como es la preservación de la vida.
Osorio y Garrafa (2010) resaltan una cuestión relacionada con el principio bioético
de la beneficencia. Los autores destacan la importancia de este, como principio que
reza que el profesional busque hacer el bien del paciente, y no lo que cree ser su bien.
Mientras que para el profesional de la salud el bienestar relacionado con el tratamiento
más eficaz, para los pacientes Testigos de Jehová será el respeto por los principios de
su consciencia.
Así se reabre la cuestión de la importancia de pensar el sistema de atención en
salud como un sistema cultural de salud que nos ayude a comprender estos múltiples
comportamientos.
Como enfermeros, y basados en la teoría de la enfermería transcultural de
Madeleine Leininger sostenemos la importancia de que los profesionales de
enfermería no separen las visiones del mundo, la estructura social y las creencias
culturales acerca de la salud, bienestar, enfermedad y cuidados, principalmente
cuando trabajan con culturas en las que todos estos conceptos mantienen una
estrecha relación. Debemos de ver al paciente sea cual sea su creencia como un ser
social que piensa de forma diferente y tiene su propio juicio acerca de su propia
existencia, como sucede en la situación de los Testigos de Jehová, que por citar un
ejemplo, creen que su existencia se la deben a Dios y su conducta se manifiesta de
forma negativa frente al tratamiento científico, a pesar de que como profesionales les
expliquemos los beneficios que estos tratamientos les pueden aportar para su
bienestar y recuperación (Leininger; 1999).
El cuidado a los Testigos de Jehová es a menudo dificultoso para las enfermeras y
el resto de profesionales, al manejar situaciones dónde está médicamente indicada
una transfusión de sangre, que son vistas como necesarias desde el punto de vista
profesional. A menudo, ni la enfermera ni el médico saben cómo reaccionar ante
aquella expectativa, ya que ambos pretenden cubrir su responsabilidad como
profesionales y mantener sus creencias profesionales. Para el médico el Juramento
Hipocrático es muy importante, de igual modo que para la enfermera su código
deontológico. Así, el problema moral y ético es evidente al estar prohibidas las
transfusiones de sangre según las creencias religiosas de los Testigos de Jehová.
No debemos dejarnos llevar por actitudes caracterizadas por la ceguera cultural,
por los choques culturales, la imposición o el etnocentrismo que influyen de forma
negativa la calidad de los cuidados prestados por los profesionales sanitarios a sus

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pacientes. No se puede dejar de referir que diagnósticos médicos o de enfermería que
no tengan en cuenta que los factores culturales, pueden producir resultados
desfavorables y en determinadas situaciones con consecuencias graves (Leininger;
1999).

29
9. CONCLUSION

Las consecuencias prácticas que conllevan las creencias religiosas de los Testigos
de Jehová han provocado en los últimos años interesantes discusiones jurídicas y
morales acerca de los límites de la autonomía personal, la competencia del Estado
para intervenir en la salud de los enfermos en contra de su voluntad o en la
delimitación de las relaciones entre los profesionales de la salud y los pacientes.
Este trabajo refleja bien cuál es el centro del debate entre los dos principios que
eventualmente pueden entrar en conflicto. Por un lado, la autonomía del paciente, esto
es, su capacidad de autogobierno acerca de sus propios intereses y valores, que le
puede conducir a rechazar un tratamiento necesario para su vida y por otro lado, el
deber de los médicos de preservar la salud y la vida que se fundamenta en el principio
de beneficencia, esto es, el deber de hacer todo aquello que esté a su disposición para
salvar la vida del paciente. En definitiva, esta contraposición supone establecer la
extensión de la autonomía del paciente como el alcance del derecho
constitucionalmente protegido que es la vida.
A pesar de pasibles de contradicciones internas y, consecuentemente, generadores
de predicamentos, sustentamos la premisa de que los valores, conocimientos y
comportamientos culturales ligados a la salud forman un sistema sociocultural
integrado, total y lógico.
De esta forma, las cuestiones relativas a la salud y a la enfermedad, no pueden ser
analizadas de forma aislada de las demás dimensiones de la vida social mediada y
compenetrada por la cultura que confiere sentido a estas experiencias. Los sistemas
de atención a la salud son sistemas culturales, consonantes con los grupos y
realidades sociales, políticas y económicas que los producen y replican.
Proporcionar cuidados culturalmente adecuados, seguros y significativos se ha
convertido en una necesidad para los profesionales enfermeros. Estos están retados a
utilizar los conceptos, los principios, las técnicas y los resultados de las
investigaciones, para así tener una guía en su toma de decisión, y así poder
proporcionar un cuidado culturalmente adecuado a personas de diferentes culturas.

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10. BIBLIOGRAFIA

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