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Es fácil ver cómo estas fases pueden aplicarse a la configuración de cualquier política
educativa. Seguidamente lo veremos tomando como punto de partida un supuesto práctico.
1. El alineamiento es una situación política que se produce cuando coinciden cuatro fenómenos
políticos en una sociedad concreta:
* que esta sociedad tenga, en este preciso momento, unas preferencias políticas claras y
mayoritarias. En el campo de la política educativa estas preferencias siempre tienen que ver con
el juego entre cuatro valores diferentes: libertad, igualdad, excelencia v eficiencia. El juego entre
estos cuatro valores ofrece muchas posibles alternativas, pero lo que ahora es importante es
entender que, por regla general, una sociedad tiende a primar uno de estos valores; cuando esta
primacía es reconocida como mayoritaria, entonces podemos afirmar que esa sociedad tiene unas
preferencias políticas claras. Por ejemplo, ¿aceptaría hoy la sociedad española una propuesta de
reforma dirigida a la supresión de las escuelas privadas? Sea cual sea la respuesta, si hay una que
aparece clara, entonces significa que la sociedad española tiene efectivamente unas preferencias
políticas mayoritarias con respecto a esta cuestión y se da, por consiguiente, una primera
precondición;
* que una determinada condición de la sociedad sea percibida como un problema de
política educativa, es decir, la opinión pública -o una parte significativa de los actores políticos-
proclama una insatisfacción respecto del sistema escolar. Esta insatisfacción puede tener que ver,
en términos generales, o bien con un mal funcionamiento del sistema o bien con un desfase entre
lo que el sistema produce y lo que la sociedad pide;
* un conjunto de alternativas políticas. No hace falta decir que, en una sociedad
democrática, siempre aparecen alternativas políticas para resolver los problemas. Los cínicos
llegan a decir que lo que no falta nunca son alternativas políticas en busca de problemas por
resolver;
* una coyuntura política favorable, Esto significa un contexto político suficientemente
predispuesto al cambio. Elementos propios de esta coyuntura serían, por ejemplo, un apoyo
parlamentario suficiente, unos sondeos de opinión favorables, una acción de los medios de
comunicación coincidente en este sentido, etc.
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Un gran politólogo, Kingdon, afirma que cuando coinciden estas cuatro condiciones,
entonces se produce lo que él denomina "ventana para la oportunidad", es decir, una oportunidad
para la reforma. Es conveniente, pues, que se aproveche esta ventana y es aquí cuando entran en
juego la iniciativa y la movilización.
2. La iniciativa, de acuerdo con el modelo A.I.M., no es más que un hecho, una
actuación o unas circunstancias que inician el proceso y no se corresponde, por tanto, con lo que
normalmente se conoce por iniciativa política. Es la chispa que hace saltar el problema a la
primera línea de la agenda política y que lo coloca en la primera página de los periódicos. Si el
alineamiento es, sobre todo, una predisposición, la iniciativa, en cambio, es el motor de arranque,
Guhtrie y Koppich defienden que las dos fuentes principales de iniciativa para las
reformas educativas son de tipo demográfico o bien económico, incluyendo también bajo este
epígrafe las necesidades derivadas del progreso tecnológico.
Claramente, es una perspectiva insuficiente, pero por lo menos hay que reconocer el valor de
afirmar que las iniciativas que se basan en cambios demográficos o bien económicos son
generalmente incontestadas, lo cual no siempre ocurre con las iniciativas orientadas a una
pretendida mejora de la calidad educativa.
3. El último elemento es la movilización, la acción que un actor político -también
llamado empresario político en este caso- emprende para promover la reforma educativa cuando
la «ventana para la oportunidad» está abierta.
Cabe decir que la ventana acostumbra a estar abierta sólo durante un corto período de tiempo,
más allá del cual se pierde la oportunidad para la reforma.
De modo consistente con este modelo, Guthrie y Koppich han desarrollado diferentes
estudios que ayudan a comprender cuando es posible que se produzcan reformas educativas o,
dicho de otra forma, en qué momentos y circunstancias es más favorable que se produzcan
reformas educativas. Las conclusiones de su estudio les llevan a afirmar que:
* Las reformas educativas, como las reformas sociales, no son otra cosa que respuestas
retardadas del sistema político a una situación de desequilibrio.
* Por esta razón, es más porobable que se produzcan reformas en momentos de cambio
social, político o económico y, por tanto, de desequilibrio, que durante periodos de estabilidad.
Así pues, son términos asociados a las reformas educativas ambigüedad, incertidumbre y cambio
de valores.
* Las reformas que acaban siendo llevadas a la práctica siempre han sido precedidas de
una intensa conciencia pública de una situación problemática; sin problema, no hay reforma.
* La probabilidad de que una propuesta de reforma educativa llegue a transformarse en
una iniciativa real depende mucho de hasta qué punto sus abogados -o empresarios- pueden
presentarla de forma consistente con los nuevos valores que ahora son preeminentes en la
sociedad.
* Una reforma no es nunca autopropulsada, es decir, si no dispone de abogados o de
empresarios políticos capaces, no prospera.
Torsten Husén, uno de los mayores estudiosos de las políticas educativas y del impacto de
la investigación psicopedagógica sobre las reformas educativas, ha sido uno de los pocos autores
que se ha atrevido a sugerir estrategias adecuadas para conducir las reformas educativas al éxito
y, por lo tanto, recetas para que los empresarios y los abogados de las reformas educativas
puedan conseguirlo.
Las seis recetas de Husén son las siguientes:
1. Una reforma educativa sólo tiene sentido si acompaña a una reforma social, a la
que al fin y al cabo debe estar subordinada. Si esto no se tiene presente, se cae en el error de
tener fe ciega en las reformas educativas, atribuyéndoles más objetivos de los que por sí mismas
pueden llegar a conseguir.
2. Aunque, con algunas excepciones, la mayoría de las reformas educativas se inicia con
vocación nacional y, por tanto, desde un organismo central y planificador, buena parte de su éxito
radica en que la justificación de la reforma sea compartida a escala local y de centro escolar. Es
decir, que la reforma sea percibida como una necesidad desde los mismos centros escolares.
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Finalmente, los destinatarios de las reformas son los centros escolares, y si en su seno no se ve la
necesidad de una reforma, ¿quién la llevará a cabo?
3. Si hay un secreto en la planificación de las reformas es la lentitud. A no ser que una
reforma educativa acompañe a una verdadera revolución política, se encontrará con muchos
obstáculos derivados del hecho de que ha de contribuir a cambiar muchos usos y costumbres
bien arraigadas. Vencer esta inercia requiere tiempo y gradualidad. Por lo tanto, acostumbra a ser
mejor pecar de lentitud que de rapidez.
4. Una reforma de amplio alcance requiere también un amplio consenso entre todos
los actores implicados. Este consenso se puede obtener si se favorece la participación en todos
los estadios del diseño y la planificación de la reforma, con la única condición de que esta
participación sea efectiva y responsable y no puramente nominal.
5. Precisamente, se ha de prever en el proceso de puesta en práctica de la refom1a un
conjunto de estrategias dirigidas a vencer las resistencias al cambio, que incluso bajo las
circunstancias más favorables, encuentran todas las reformas educativas. La principal resistencia
al cambio proviene de la falta de información sobre la -propia reforma y el futuro de cada
persona implicada. En este sentido, la mejor estrategia es una buena política de información y de
difusión.
6. La última estrategia -quizás la más importante de todas- consiste en crear, desde el
mismo momento en que se decide llevar adelante una reforma, un mecanismo de control y
evaluación no sólo de los resultados de la reforma; o sino de todas y cada una de las etapas por
las que pasará.
Lógicamente, éstas son las cuestiones políticas consideradas definitorias porque marcan
los límites formales (por ejemplo, duración de la escolaridad obligatoria) y materiales (por
ejemplo, la tasa de financiación pública del total de los gastos educativos) del sistema escolar.
Más a fondo, toda la política educativa implica una toma de posición de quien la formula sobre
cuatro valores difícilmente compaginables: excelencia, eficiencia, equidad y libertad. Las
contraposiciones que se pueden establecer entre ellos son las clásicas que se podrían establecer
en el caso del reparto de cualquier tipo de bien social: se puede optar por una política que
anteponga la diversidad de opciones (valor libertad), o bien que el reparto se haga con un criterio
de justicia (equidad), o bien que reciban más aquellos que pueden sacar mayor provecho (valor
excelencia), o bien finalmente que el resultado del reparto sea eficaz y económico (valor
eficiencia).
Tal como han puesto de manifiesto Sergiovanni, Burlingame, Coombs y Thurston, las
políticas educativas pueden ser analizadas en un esquema que muestre qué valores son los
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defendidos por una determinada política y qué otros quedan en segundo término. El esquema
queda reflejado en el gráfico 7.
Sobre estos ejes es posible proyectar cualquier política educativa y representarla con un
punto que dista más o menos respecto a cada uno de los cuatro valores. Este es el caso de la
política P1 que favorece (está muy cercana) a los valores de excelencia y eficiencia y en cambio
va en detrimento de la equidad y de la libertad (de las cuales está mucho más distante). De
acuerdo con esto, es posible definir cuatro grandes tendencias de las políticas educativas tal
como aparece en el gráfico 8.
Los tipos o modelos teóricos de políticas educativas que se recogen en el gráfico 8 son:
* El elitismo burocrático, que prima la excelencia y la eficiencia. Un ejemplo sería el
sistema escolar francés, un sistema fuertemente meritocrático que deja la «carrera abierta a los
talentos» por medio de un riguroso sistema público de exámenes y oposiciones.
* El igualitarismo burocrático, que prima la eficiencia y la equidad. Un ejemplo son los
sistemas que quieren favorecer la igualdad de oportunidades sobre la base de unos criterios
estrictos, formales y burocráticos, como se hace, prototípicamente, en el caso de la concesión de
becas y bolsas de estudio.
* El liberalismo igualitarista, que prima la equidad y la libertad. Una política prototípica
es aquella que favorece el cheque escolar porque intenta dar libre opción a todo el mundo sin que
los recursos económicos sean obstáculo.
* El elitismo descentralizado, que prima la libertad y la excelencia. Un ejemplo claro es
el sistema universitario norteamericano, compuesto de un cúmulo de universidades con diferente
calidad y precio, en un sistema de libre mercado.