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Córdoba afro: la negritud en primera

persona
En los últimos años, surgieron distintos espacios que rescatan las raíces afro y mestizas.
Las experiencias son diversas: desde aquellos que redescubrieron sus orígenes hasta
inmigrantes que reivindican su identidad o jóvenes que, seducidos por los ritmos y las
danzas, encontraron un modo de expresión.

Griselda tiene 38 años, tres hijos y la piel morena. En su cartera lleva el DNI –domicilio
en barrio Talleres Este, nombre y apellido de origen italiano– y cuatro fotos que pone
sobre la mesa para acompañar su relato.

“Esta es mi bisabuela”, dice señalando el viejo retrato en blanco y negro de una mujer
mayor, de tez oscura como ella, facciones angulosas y motas encrespadas. Después,
describe las otras imágenes, también antiguas pero no tanto como la primera –padres,
tíos, primos y amigos–, como quien completa el álbum de sus afectos.

Griselda es afrodescendiente, pero eso lo supo hace pocos años, pues en su casa no
se mencionaba el tema. Por vergüenza. Porque no es fácil asumir un pasado de
esclavitud. O por temor a ser señalado como descendiente de negros. Su familia
mantuvo por décadas el secreto a voces de la mujer del retrato, que para los vecinos
era la sirvienta, pero que puertas adentro de la casa era esposa y madre.

“Se hablaba de mi bisabuelo, que vino de Italia, como de un superhéroe. Sin embargo,
con mis primos no entendíamos cómo vino, cómo tuvo hijos, dónde estaba su mujer.
Siempre creímos que su esposa era una italiana que se había quedado en su país”,
explica.

Con esas preguntas empezó, junto a una prima y la tía más vieja de la familia, a
componer el rompecabezas. La primera en intuir el origen afro había sido la prima, tras
hacer un curso sobre la historia de la comunidad negra de Córdoba. Después, la tía se
contactó con parientes lejanos en busca de más información.

Con pequeños pasos, atravesaron tres generaciones para reconstruir el pasado y


reconocerse en esos orígenes silenciados. “Investigamos y encontramos que tenemos
una bisabuela negra”, quien formó pareja con un inmigrante italiano, dueño de una
tienda de ramos generales en la calle Corrientes. “Ella fue la madre de mi abuelo”,
cuenta Griselda, que hace unos años se sumó a la Mesa Afro Córdoba (MAC), un
colectivo formado por afrodescendientes.

Ese hallazgo no fue celebrado por toda su familia. De hecho, su hermana no quiere ni
escuchar hablar del tema. Otros, como su padre, lo aceptaron trabajosamente. Es que
detrás de esta historia, como en muchas otras con antepasados afro o mestizos, se
esconden sufrimientos personales, estigmas y prejuicios sociales que dificultan asumir
esa parte de la biografía.

Desde las palabras

Hablar es una forma de cerrar cuentas con la historia personal y colectiva. Griselda lo
sabe y por eso ha compartido su experiencia en las charlas públicas que organiza la
MAC.

Cree que su testimonio puede ayudar a que otras personas se animen a buscar y
reconocer sus raíces negras. Este es uno de los objetivos que la une a sus
compañeros de ruta en el grupo formado en 2013, el primero que reúne a los
descendientes afro y mestizos de cordobeses.

Para mantener viva esa herencia, “hacemos un trabajo de concientización mediante


charlas, cursos y talleres”, explica Marcos Carrizo, uno de los creadores de la MAC.

Carrizo es licenciado en Historia, especialista en historia afroamericana y autor del


libro Córdoba morena (2011), en el que detalla la situación de los negros en el siglo
XIX y luego su invisibilización sociocultural.

Mientras desarrollaba la investigación que se plasmó en la publicación también fue


atando cabos sobre sus antepasados, hasta tener la certeza de que comparte una
historia común con aquellos pobladores.

“El reconocimiento (de estos orígenes) fue un proceso de búsqueda familiar, hablando
con mi mamá y reconstruyendo la historia, sobre todo del linaje materno. En los
sectores populares no hay esta idea de contar el pasado, por eso en muchos casos se
pierde. A medida que iba publicando y mejorando mi trabajo, me daba cuenta de que
ese pasado me incluía a mí”, explica Carrizo.

Recuperar la herencia, “reconocer el mestizaje y apropiarse de lo más negado de la


identidad, esa es la clave; porque cualquiera de los que estamos en la MAC puede
asumirse como aborigen, y sería muy válido, o como español mestizo. Ahora, lo más
negado de esa identidad es lo afro, por eso es interesante cómo te haces cargo de lo
más negado de tu identidad”, agrega.

El blanqueamiento

Las historias individuales atraviesan las relaciones familiares, pero tienen


vinculaciones con el contexto social y cultural. Porque la invisibilización de los
afrodescendientes se remonta a la creación del Estado-nación, en el siglo XIX. Por esa
época, seis de cada 10 cordobeses eran descendientes de africanos o mestizos, lo
que da una idea de la magnitud de su presencia. Sin embargo, el reconocimiento de
estas identidades no estaba en sintonía con el proyecto modernizador de las elites
políticas y económicas, inspiradas en modelos sociales de países como Francia,
Inglaterra e incluso EE.UU.

Como puntualiza Carrizo, la apuesta europeizante relegó a posiciones subalternas a


originarios, gauchos y mestizos. En la concepción binaria “civilización y barbarie”, que
hizo célebre Domingo Faustino Sarmiento, no caben dudas de qué lado quedaban los
pobladores de piel oscura.

Con ese trasfondo, a mediados del siglo XIX, comenzó el “blanqueamiento” de la


población morena, como se conoce al proceso destinado a amoldar las identidades de
estos grupos al ideal de civilización impulsado por la joven nación.

El “blanqueamiento” iba de la mano de una valoración negativa de los hábitos y pautas


socioculturales de negros y mestizos, lo que hizo –como sostiene la historiadora Erika
Edwards– que los afrodescendientes buscaran ocultar o dejar de lado sus identidades
y adaptarse al ideal de ciudadano alentado por el Estado.

Quienes todavía mantenían muchos rasgos de negritud empezaron a “pasar” por


blancos bajo denominaciones eufemísticas como “morochos”, “trigueños” o “pardos”.
Esto se hizo evidente en los censos poblacionales de Córdoba, que sustituyeron la
categoría censal de “negro” por la de “pardo”, a partir de 1830.

Signos y sonidos

Las iglesias de la Manzana Jesuítica del Centro de la ciudad de Córdoba y las


estancias que esta orden levantó en Alta Gracia, La Candelaria o Santa Catalina
fueron construidas con mano de obra esclava.

Pero la memoria de su presencia no se agota en estas notables construcciones de


ladrillo, cal y piedra.

Se advierte en el color oscuro de la piel, la nariz ancha, el pelo enrulado y los ojos
grandes de muchos cordobeses. También en el lenguaje –con palabras como
“quilombo”, “malambo” y “bombo”–; en las comidas –como la parrillada y las
empanadas–; o en la música, según comprobó el guitarrista y “folklorólogo” Rodolfo
Moisés, también integrante de la MAC.

Moisés investiga la influencia de los sonidos negros en el norte cordobés. En viviendas


humildes, en medio de las sierras, conoció a guitarristas que tocaban con una
impronta singular que no halló en otros puntos de la geografía provincial. Como si en
esos sonidos, en esa forma distintiva de pulsar las cuerdas, vibraran ecos de tambores
antiguos.

“El músico del norte toca solo, pero cuando lo escuchás sentís que hay tres o cuatro
melodías sonando simultáneamente (en la guitarra): bombo, punteo, rasguido y
alguien que canta. Esto ahora nos llama la atención, pero los viejos lo vieron toda la
vida. Eso es parte de nuestra identidad y no está visibilizado”, dice.

Durante un relevamiento que le llevó cinco años, identificó a cerca de 40 guitarristas


de edad avanzada, que tocaban con ese estilo. Aunque la mayoría de ellos ya murió,
Moisés busca conservar y difundir ese legado. “Heredé de ellos una forma de tocar
que es bastante particular; interpreto ese lenguaje tanto desde lo teórico como desde
lo emocional”, apunta.

Son sonidos con influencias afro, pero también con raíces aborígenes, españolas e
incluso árabes, señala. Porque en la música folklórica, como en muchas expresiones
culturales, hay mezcla y mestizaje de estilos, orígenes y herencias.

Sin embargo, lo afro suele estar asociado a lo exótico o a lo lejano, como constató
Moisés durante las charlas que ofrece en las escuelas para difundir la temática: “Antes
de las visitas, las maestras les cuentan a los chicos que vamos a ir nosotros, y
trabajan sobre textos de Marcos Carrizo. Pero cuando llega el día del encuentro, nos
miran como diciendo ‘queríamos que vinieran los negros’. Es un juego interesante,
porque la persona que tienen al frente es como ellos”.

Ronda ancestral

Para Marco Esqueche, docente y percusionista peruano, la música une la historia con
el presente, y puede ser el nexo entre la creación colectiva y el reconocimiento de las
identidades.

Desde hace 10 años, impulsa la Ronda de Cajones en la Plaza de la Intendencia,


donde enseña los secretos del instrumento y difunde la cultura afroamericana. “Es un
lugar inclusivo, donde todos pueden tocar, por eso siempre reiteramos que no se
necesita tener experiencia o ser percusionista”, acota. El ritual se repite los sábados a
la tarde, y si llueve se traslada al ingreso techado del Palacio 6 de Julio. Hubo juntadas
multitudinarias, de hasta 100 intérpretes, aunque en promedio se reúnen unos 30.

“La ronda es la manera ancestral de tocar el tambor y este espacio en la plaza es la


recuperación de eso. Porque la ronda –como yo la he disfrutado desde niño– es
sentarte a tocar y de pronto charlar de tus problemas personales, de los problemas
sociales o económicos y luego sigues tocando; conversar de los amores y sigues
tocando, de la vida doméstica y sigues tocando. Es un espacio de retransmisión y de
encuentro”, relata el músico.

La actividad se organiza en dos grupos. Primero, Esqueche trabaja con los niños y
después con jóvenes y adultos. El coordinador marca el ritmo, pauta las entradas y los
cortes, hace participar a los espectadores ocasionales, cuenta la genealogía del
instrumento, habla del legado de sus antepasados negros y detalla la gama de sonidos
que regala el cajón.

Piensa que “las rondas son un espacio que visibiliza la presencia afro. Es un lugar
para acercarse al tambor y, a través de él, a la historia. Porque la historia de los
afrodescendientes no existe, está desaparecida. Es grave porque los grupos sociales
que no tienen historia, que no saben de dónde vienen, no saben quiénes son. La gente
se acerca, empieza a tocar, después pregunta y busca redescubrirse”.

En tiempo presente

Junto a las iniciativas que promueven el reconocimiento y el rescate de la herencia


negra, coexisten artistas conectados con las expresiones africanas contemporáneas.

Es el caso del grupo de danza y música Wongai, que interpreta ritmos tradicionales del
oeste de África, sobre todo de Guinea, pero también de Mali y Senegal. “No hay forma
de escuchar un tambor y no moverse”, confiesa Romina Martelotto, una de las
bailarinas de Wongai, quien hace poco estuvo dos meses en Guinea tomando clases
de danza y adentrándose en la cultura de la región.

“Cada ritmo tiene su danza tradicional, la música viene de la mano del baile y la
canción”, dice Pablo Icardi, percusionista y coordinador musical del grupo, quien
destaca la influencia de artistas guineanos: Mamady Keita y Famoudou Konaté.

En los circuitos de formación y difusión de estas vertientes más actuales tienen un rol
clave los músicos africanos radicados, desde hace unos años, en Buenos Aires o
Brasil, que periódicamente dan talleres y cursos en Córdoba. Además, las redes
sociales juegan un papel importante, ya que permiten el intercambio de información y
los contactos entre artistas de distintas latitudes.

En los últimos años, convocatorias como el Encuentro Nacional de Danza y Música


Africana-Lanhundé, que se realiza en Cabalango, posibilitan ampliar el horizonte
creativo. El evento –que en noviembre próximo irá por su tercera edición– ha reunido a
participantes de Buenos Aires, La Plata, Rosario, Mendoza, Tucumán, Córdoba, entre
otras provincias, y de Uruguay.

Las actividades abarcan talleres de interpretación y construcción de tambores, danza,


conciertos y charlas sobre cultura africana. Los organizadores este año esperan
superar con creces los 470 inscriptos de 2015.

Si bien estas búsquedas expresivas se nutren del presente, parece existir un tronco
común con el folklore y la herencia negra afroargentina.
Como ejemplifica Icardi: “Los ritmos de los tambores dum dum ballet (que hacen la
base rítmica) tienen un sonido que recuerda el aro del bombo legüero; suenan igual y
van de la misma forma. Como decía el Chango Farías Gómez, el bombo viene de esa
raíz africana; hubo un evolución que fue para otro lado, pero los ritmos están
conectados”.

Si en el oeste africano tomó un camino, en Latinoamérica “evolucionó adaptándose a


las circunstancias, las condiciones y los instrumentos que pudieron concebir los
negros siglos atrás”.

Un espacio de encuentro

Youby Jean Baptiste es haitiano, estudió Filosofía y vive en Córdoba desde 2010,
cuando llegó por un proyecto de intercambio. “Puedo decir que la condición de
inmigrante la heredé de mis antepasados, aquellos que llegaron a este continente
hace 500 años, aunque no fue una decisión como la mía, que si bien fue condicionada
por la situación económica y social de mí país, fue voluntaria”, argumenta.

Baptiste preside el Instituto de Presencia Afroamericana, donde confluyen haitianos,


brasileños, senegaleses, bolivianos, peruanos, cameruneses y colombianos, radicados
en Córdoba.

El Instituto se creó en 2013 como un espacio de asistencia en temas inmigratorios y de


defensa de los derechos humanos de “la comunidad negra, que en muchos casos se
encuentra en condiciones de vulnerabilidad”. También trabaja en la difusión y el
reconocimiento de sus expresiones culturales.

Este espacio tiene su sede en el Instituto de Culturas Aborígenes e impulsa


actividades con la ONG Cecopal, el colectivo Defendamos Alberdi, el centro vecinal de
ese barrio, y la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), que dictó cursos de español
para los miembros de la comunidad que no hablaban el idioma. “Porque nadie pude
defender sus derechos si no sabe la lengua”, observa el joven haitiano, quien ahora
está terminando la carrera de Antropología en la UNC.

El grupo cuenta con un programa de radio y una revista para difundir las actividades y
la cultura de la comunidad negra. El ciclo Memoria de África sale los jueves por Radio
Libre (FM 92,7), de 8.30 a 10. “Pasamos música con nuestras raíces, como el reggae.
Hacemos un poco de memoria de cómo vivieron los antepasados y de sus
espiritualidades, y también hablamos de temas actuales; a veces, con invitados que
vienen a dar su testimonio”, detalla Youby.

“Siglos atrás, los abuelos de mis abuelos no eligieron venir, fueron traídos a la fuerza,
algunos de ellos fueron cazados por los esclavistas, y otros, entregados por
autoridades africanas, que para enriquecerse no dudaron en entregarlos a los
esclavistas. Mientras reconstruyo mi pasado, me encuentro con el desafío de descubrir
de qué punto concreto de África fueron arrancados mis abuelos”, narra Baptiste en la
revista Presencia Africana.

Eventos y datos

Hoy, 17 de abril, se celebra el Día del Afrodescendiente del Tronco Colonial. Desde el
viernes 15, se desarrolla un encuentro en la Casa de la Cultura Indoafroamericana de
Santa Fe, junto a organizaciones de Chaco, Santiago y La Plata.
Charla de la Mesa Afro en el museo Sobremonte, el 29 de abril a las 19. Expondrán
Marcos Carrizo y Rodolfo Moisés. Entrada libre y gratuita

Talleres de percusión afroperuana en Plaza de la Intendencia, a cargo de Marco


Esqueche. Se dictan los sábados en dos horarios: niños, de 16 a 17. Jóvenes y
adultos, de 17 a 18. Costo $ 60 (incluye el préstamo del instrumento). No se necesita
conocimiento musical previo. En Facebook: Marco Esqueche.

El Instituto Presencia Africana tiene el programa Memoria de África, que sale por FM
Libre 92,7, los jueves de 8.30 a 10. Y la revista Presencia Afroamericana; trabajan en
el cuarto número, que saldrá publicado en julio próximo. El Instituto conmemorará su
tercer aniversario con una serie de actividades que se desarrollarán del 23 de mayo
hasta la primera semana de junio, en la sede del ICA (La Rioja 2115).

Wongai se presentará en la Peñapu, el viernes 22 de abril, a las 23, en 9.90 Arte Club
(bulevar Los Andes 337).

Encuentro Nacional de Danza y Música Africana-Lanhundé. Lugar: localidad de


Cabalango, en noviembre (fecha a confirmar). En Facebook: Encuentro Lanhundé.

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