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Vivir en el silencio y la memoria

Luego de la aparición de su última y muy bien recibida novela, La iluminación de


Katzuo Nakamatzu (2008), el escritor Augusto Higa Oshiro (Lima, 1946) nos
entrega un conjunto de cinco relatos, Okinawa existe (Lima, Mesa Redonda,
2013), con el que se hizo merecedor del premio “José Watanabe Varas”,
organizado por la Asociación Peruano Japonesa.

El libro ha sido organizado con una línea compositiva que enlaza los relatos
como si ellos formaran parte una historia mayor. De los cinco cuentos que
componen el conjunto, son los tres primeros (“Okinawa existe”, “Extranjero” y
“Polvo enamorado”) los que comparten esta característica y los otros (“Amor de
mister Simons” y “Antes que lleguen los bárbaros”), quizá por el mismo hecho de
alejarse de esta composición, no llegan concretarse del todo y palidecen ante los
primeros. Estos relatos están ambientados en Lima, generalmente en el mercado
“La Aurora” y sus alrededores, y sus personajes deambulan, con sus soledades y
temores, por estas calles e incluso llegan a cruzarse y se conocen, ya que todos
ellos forman parte de la comunidad japonesa en la ciudad. Este rasgo le otorga al
libro la cualidad de acercarse a un gran fresco de los conflictos propios de aquella
comunidad durante el siglo pasado.

Si observamos con un poco más de profundidad, podemos darnos cuenta que


el origen de estos seres probablemente no sea el elemento que designe con
mayor precisión a los personajes de Higa: todos estos, tanto la anciana, el niño o
el hombre, son seres que se perciben ajenos a la realidad, ensimismados en sus
recuerdos y recogidos en su interioridad. Con esto evidenciamos que la manera de
concebir a los personajes no discrimina diferencias de edad: desde el niño hasta
la anciana, pasando por el adulto, son seres marcadamente solitarios y vueltos
hacia su interior.

En el primer relato, “Okinawa existe” -el mejor del conjunto-, observamos


claramente estas constantes presentes en el libro. La anciana Miyagui llegó al
Perú proveniente de Okinawa y vive con su hijo, nuera y nieto en una casa del
Centro de Lima. Ella vive recluida en su interioridad, presa del pasado y víctima de
alucinaciones que la alejan cada vez más de la realidad. Su acontecer diario,
desde hace más de 20 años, se reduce a visitar por un par de horas a su amiga, la
anciana Maeshiro, con quien recuerda su ciudad natal, su infancia, y se repiten
que “Okinawa existía, estaba incólume, y seguiría viviendo, ilesa en el recuerdo,
exactamente como la dejaron en la infancia”.

En todos los relatos encontramos un narrador omnisciente que nos cuenta la


historia y se inmiscuye en la interioridad de sus personajes. Sin embargo, en el
relato inicial, este tipo de narrador posee cualidades que lo diferencian del resto y
le otorgan mayor carga emocional al cuento: el narrador que nos cuenta la historia
se asume como parte de la colectividad a la que describe, él pertenece a esta y se
solidariza con la anciana Miyagui. Este siente el dolor y el desarraigo del pueblo
japonés en nuestro país y se reafirma como parte de él cuando nos dice
“Debíamos enfrentar al destino solos, en territorio enemigo (…)” o cuando habla
sobre el trato que recibió de los “criollos y pardos que tantos ultrajes nos infligían”.
Como se señaló líneas arriba, este es el mejor cuento del conjunto, y este tipo de
narrador es una técnica que lo enriquece y dota de una mayor sensibilidad y
efectividad narrativa.

Además de los componentes narrativos ya señalados, el autor se sirve de la


adjetivación constante y mediante ella crea imágenes de una gran belleza que nos
demuestran que Higa posee un manejo diestro y eficaz del lenguaje.

Para terminar, resulta ineludible no tender puentes entre esta publicación y la


más reciente novela de Higa, La iluminación de Katzuo Nakamatzu. Estos dos
libros están hermanados por similares características estilísticas, compositivas y
temáticas. En ambos libros asistimos a la caída existencial de sus personajes y a
la constante pulsión de muerte que habita en ellos. El personaje de la novela,
Katzuo, es complejo y enigmático y parece preceder – y resumir - las
características de los seres de los cuentos. Con esto podemos apreciar las
constantes y alcances de la propuesta narrativa de Higa Oshiro.

Por lo dicho, con la publicación de Okinawa existe, Augusto Higa Oshiro no


solo reafirma su posición como uno de los mejores narradores peruanos, sino que
nos demuestra su oficio, también, en el manejo del cuento, y nos señala un
camino para acercarnos a su universo narrativo.

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