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LA DANZA DE LOS MATACHINES, EN LA CULTURA CAHITA DE

SINALOA

La pascua de Navidad los indios la festejan con vistosos y hasta elegantes


bailes de origen sálico; fueron importados por los misioneros, quienes los
enseñaron a los indios, probablemente con la mira principal de que éstos
prescindieran de algunos de sus bailes gentílicos poco edificantes y nada
convenientes al orden cristiano.

Los matachines, que también suelen llamarse malinches, de igual manera


que los judíos, ingresan con los de su grey en virtud de una manda o
promesa religiosa formulada por tiempo determinado. La presentación del
matachín es atractiva, vistosa, limpia: lleva por lo general traje blanco
(pantalón y camisa), los pies calzados, en su cabeza una corona de alto
penacho con adorno lucidor de listones, espejos y papeles de colores y en
sus manos un plumero, llamado MASSA y una sonaja (maraca) de aval o
tecomate.

Estos danzantes, durante la ejecución, hacen las mudanzas y evoluciones


del baile siguiendo los compases de las piezas ad hoc, piezas melodiosas y
rítmicas, aunque monótonas, que de su escasísimo repertorio ejecuta un
conjunto de arpas y violines, al que a últimas fechas se agrega a veces la
prosaica guitarra. Para bailar se dispone al grupo en dos filas paralelas, en
fondo, al frente de las cuales se coloca el monarca en medio de sus dos
segundos en jerarquía. También a veces se baila en formación de tres en
fondo, en líneas desplegadas, en círculo y en cuadro, con movimientos y
aspectos muy vistosos. El monarca es la cabeza a cuyo cargo está la
dirección de la danza; sirve de guía en todos los cambios y movimientos del
baile durante el cual, y conservando el enfilamiento, alternativamente los
matachines avanzan y retroceden con pasos cortos, hacen giros y medios
giros, reverencias o inclinaciones de cuerpo y zapatean conforme el compás
lo indica. Con absoluta uniformidad y precisión sigue aquel conjunto
animado con la modulación poco variable y el ritmo de la pieza, larga,
larguísima, todo lo cual se hace con maestría, y a largos trozos los
danzantes hacen acompañamiento a la música, valiéndose de sus avales o
maracas. Los plumeros, montados sobre alambres o varas, ensartados en un
mango de madera, son a modo de armas de las generaciones primitivas de
alguna raza indígena, que lucen, ya en las manos o sobre los hombros de los
danzadores. El primer domingo del mes de noviembre de cada año es
cuando hacen su aparición en la iglesia para celebrar sus bailes, de manera
obligatoria, y siguen concurriendo domingo a domingo hasta que se llega el
24 de diciembre, en cuya noche se amanecen entregados a la danza. A partir
de esa fecha los bailes se hacen sin interrupción casi, día y noche, hasta el
último día del año.

El día 1 de enero, en que ya se dan por clausurados o terminados los


festejos de la Pascua, los llamados fiesteros -de los que se habló con
anterioridad- cuelgan a los matachines, al cuello, unas sartas de esquite o
flores de maíz reventado. Dos o tres semanas más tarde los matachines
devuelven a los fiesteros la cuelga, colocándoles sobre el hombro o la nuca
canastos de comida. Y, para finalizar, cuando han transcurrido otras dos o
tres semanas, toca a los fiesteros el turno de corresponder a los matachines,
de suerte que en total se hacen tres colgazones, nombre alusivo éste que
lleva la fiesta de que se habla.

Las fiestas de las colgazones se hacen en la casa de la fiesta o enramada que


para sus mitotes y diversiones o eventos sociales tienen destinada los indios
en cada una de las viejas parroquias o misiones de los pueblos de su
reducción, no necesariamente junto a la iglesia. Las colgazones, dado su
espíritu festivo, resultan muy animadas y se amenizan invariablemente con
los bailes que los indios acostumbran, de matachines, pascola y venado, sin
que en la fiesta llegue a faltar la comilona de carne asada de res, o de
guacavaqui, lo cual es cosa obligada que contribuye al lucimiento y es
apetecida.

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