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TEMA 9

ESTUDIOS DE JURISPRUDENCIA CONSTITUCIONAL


DERECHO A LA TUTELA JUDICIAL EFECTIVA
En palabras de Díez Picazo, que nos hablará del derecho a la tutela
judicial efectiva como el “derecho estrella” en el firmamento constitucional
español1, la prolija jurisprudencia sobre el articulo 24 del texto constitucional
presenta dos rasgos que contribuyen a su casuismo y escasa transparencia, por
un lado una notable abundancia de sentencias interpretativas, por otro el que
esa misma jurisprudencia hubiera caracterizado bastantes derechos como de
configuración legal “escindiendo así el canon de constitucionalidad según se
trate de controlar la validez de las leyes (sólo el artículo 24) o de enjuiciar la
regularidad de actos de los poderes públicos (el artículo 24 más las normas
legales que lo desarrollan); ello supone, como es obvio, que muchas
infracciones de la legalidad procesal –que de tratarse de decisiones del
legislador, probablemente no serían inconstitucionales- adquieren relevancia
constitucional a efectos del recurso de amparo”2.
Como primera providencia, al abordar esta cuestión en el ámbito que
nos ocupa, debemos destacar que ya tempranamente el Tribunal
Constitucional (STC 18/1981, de 8 de junio) vino apuntando que los
principios inspiradores del orden penal son de aplicación, con ciertos matices,
al derecho administrativo sancionador, dado que ambos son manifestaciones
del ordenamiento punitivo del Estado, proyectándose las garantías
procedimentales de este complejo artículo 24 sobre las actuaciones que
estuvieren dirigidas a ejercer las potestades sancionadoras de la
Administración (más recientemente, STC 316/2006, de 15 de noviembre, caso
“Privación de permisos”).
Esa proyección, por causa –lógicamente- de las evidentes
diferencias entre uno y otro orden sancionador, no debe hacerse mediante una
aplicación literal sino “en la medida necesaria para preservar los valores
esenciales que se encuentran en la base del precepto, y la seguridad jurídica
que garantiza el artículo 9 de la Constitución». Son de aplicación, por tanto, el
derecho de defensa, el derecho a ser informado de la acusación, el derecho a
la presunción de inocencia, etc.
No tardó demasiado tiempo en llegar hasta el Alto Tribunal un
supuesto de estas características. La primera ocasión en que ello aconteció fue
con la temprana STC 29/1981, de 24 de julio, caso “Presentación de escritos
en centro penitenciario”, en la que, recordemos, se planteó el momento a tener
en cuenta con ocasión de la presentación del escrito de un recurso.
En esta sentencia, el Tribunal, acertadamente, partiendo de la
imposibilidad fáctica de la presentación personal del recurso en el Registro

1
“Notas sobre el derecho a la tutela judicial efectiva”, Poder Judicial, nº 5, 1987.
2
Sistema de Derechos Fundamentales, Ministerio del Interior, Madrid, 2007, pág. 407.
General del Tribunal Supremo (fuerza ajena que se le impone de manera
irresistible señalará aquél), considera que hay que entender presentado el
escrito –a los efectos legales oportunos- en el mismo momento en que el
interno procede a la entrega del mismo a la Administración penitenciaria.
Como apunta el Tribunal en su argumentación ello es la “lógica
consecuencia del carácter unitario del Estado –como institución compleja- que
se refleja además en la legislación penitenciaria misma”, concretamente en las
disposiciones del reglamento que establecen que el “Director de un
establecimiento por su carácter de tal ostenta la representación del Poder
Público”3. La Administración Penitenciaria no se limita en consecuencia a
proceder al envío mediante el servicio de correos, sino que “el Director lo
recibe y se hace cargo del mismo como representante del Estado y lo remite a
la autoridad que estima competente por la vía de la comunicación entre
órganos, lo que acredita que el escrito ya está recibido formalmente –y, por
tanto, ha de tenerse por presentado- (en su caso, o mejor, dicho, en este
concreto caso..) dentro del plazo”.
Estamos ante la única interpretación posible ya que en caso contrario
colocamos al interno en una evidente condición de desigualdad al disponer en
consecuencia de plazos menores de los que disfrutaría en libertad a lo que hay
que añadir en buena lógica el “asumir con carácter general el riesgo de que la
Administración Penitenciaria y el Servicio de Correos funcionaran con mayor
o menor diligencia lo que, dada la dificultad de fijar unos estándares de
obligado cumplimiento, se traduciría en una solución contraria a la seguridad
jurídica”4.
A partir de aquí, ni que decir tiene que en la mayor parte de los
recursos presentados por internos se ha alegado de forma continua este
“comodín” artículo 24, cosa habitual en los recursos de amparo, que son los
que ocupan la práctica totalidad del tiempo de nuestro Tribunal
Constitucional; recurso convertido (subvertido, podríamos decir) en una
suerte de supercasación frente a cualquier tipo de resolución judicial
definitiva5. Si hiciéramos una estadística comparativa con el resto de recursos

3
Así lo disponía tanto el artículo 375 del antiguo Reglamento de Servicios Penitenciarios,
vigente en el momento de la presentación del escrito (que en su momento no fue aceptado)
como en el artículo 276 del Reglamento de 1981. En el vigente Reglamento esta cuestión se
recoge en el artículo 280 al establecerse que “El Director de un centro penitenciario ostenta la
representación del centro directivo y de los órganos colegiados del Establecimiento que
presida, y es el obligado, en primer término, a cumplir y hacer cumplir las Leyes,
Reglamentos y disposiciones en general y especialmente las que hacen referencia al servicio”.
4
Si bien en el recurso también se alegó la vulneración del principio de presunción de
inocencia el Tribunal señalaría que no existía vulneración alguna en tanto que como
presunción iuris tantum puede ser destruida por la prueba en contrario y que en el caso
concreto había sido verificada mediante diversas pruebas apreciadas por la autoridad judicial
sin apreciarse actuación contraria a tal principio.
5
Parece preciso apuntar aquí la reciente aprobación de la Ley Orgánica 6/2007, de 24 de
mayo, de modificación de la LOTC que, entre otras cuestiones relevantes, establece una
nueva regulación de la admisión del recurso de amparo, Boletín Oficial de las Cortes
Generales, Serie A, nº 60.1, de 25 de noviembre de 2005. Sobre esta reforma, recomendamos
la lectura de la encuesta publicada por la revista Teoría y Realidad Constitucional en su nº 18
3

de amparo interpuestos, las cifras no serían muy dispares6. Se contarían así


infinidad de sentencias en las que se habría alegado las múltiples facetas y
derechos del mismo.
Veámoslo brevemente, aunque con la advertencia previa de que no
pretendemos en modo alguno realizar un análisis exhaustivo de todos y cada
uno de estos específicos puntos, en tanto que no es nuestra intención abordar
un estudio en conjunto sobre este derecho sino simplemente su aplicabilidad
al ámbito que nos ocupa donde se haría, como hemos señalado, con ciertas
matizaciones y especificidades.
Comencemos por el primero de sus apartados (la mayor parte de las
sentencias, obvio es señalarlo, se han producido con su invocación), el
derecho a obtener la tutela efectiva de los jueces y tribunales en el ejercicio de
sus derechos e intereses legítimos, sin que, en ningún caso pueda producirse
indefensión, derecho que, como ha venido señalando de forma reiterada el
Tribunal Constitucional desde la STC 37/1995, de 7 de febrero, tiene su
núcleo en el acceso a la jurisdicción.
En su vertiente de acceso a los recursos (artículo 24.1) podemos
apuntar la STC 65/2002, de 11 de marzo, en la que un recluso recurrió el auto
de un Juzgado de Vigilancia Penitenciaria confirmatorio de la denegación de
un permiso de salida por el centro penitenciario en donde aquel se encontraba
interno7. En el caso concreto, al error del auto en el que se indicaba la
inexistencia de recurso alguno frente al mismo se añadía el dato de que el
interno actuaba sin asistencia letrada y en consecuencia sin posibilidad de
obtener asesoramiento técnico. O la STC 114/2004, de 12 de julio, en la que
se produjo la devolución de un escrito al interno recurrente sin cobertura legal
para ello en la legislación procesal privándose a este irrazonablemente de un
recurso de queja (la denegación de un permiso de salida también se
encontraba en el fondo de este recurso). Mucho más recientemente, podemos
citar las SSTC 7/2006, de 16 de enero y 62/2006 de 27 de febrero. En la
primera de ellas no nos encontramos ya ante la ausencia de mención a la
existencia o no de recursos sino ante la no contestación a un escrito
solicitando un pronunciamiento expreso (no se da respuesta a la cuestión de si
resulta posible o no el recurso de apelación, interpuesto de forma subsidiaria
al de reforma que fue desestimado); en la segunda, se viene en inadmitir
indebidamente el recurso de queja formulado por un interno al que se había
denegado la concesión de un permiso de salida.

(2006), respondida por los profesores M. CARRILLO; L.M. DÍEZ PICAZO; F.J. GARCÍA ROCA;
A. GARRORENA MORALES, J. GONZÁLEZ PÉREZ y P. LUCAS MURILLO DE LA CUEVA.
6
De forma general, señalar que durante los años 2004, 2005 y 2006, en el 83,48, 87,41 y
89,22%, respectivamente de los recursos de amparo se alegó el derecho a la tutela judicial
(82,04, 85,32 y 89,22 % de todos los recursos sometidos a la jurisdicción del Tribunal
Constitucional); de forma más específica la tutela judicial efectiva sin indefensión fue
invocado, más o menos, en cuatro de cada cinco demandas de amparo (74,33, 79,14 y 79.10%),
la presunción de inocencia en un 13,05, 13,19 y 10,96% de las mismas; el derecho a un proceso
con todas las garantías en el 8,38, 6,18 y 5,45%; el derecho a la prueba pertinente en el 3,84,
2,95 y 2,15%; y el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas en el 2,24, 1,01 y 1,18%,
respectivamente, ver Memoria del Tribunal Constitucional de los años 2004, 2005 y 2006.
7
Véanse también las SSTC 128/1998, de 16 de junio o 229/1998, de 1 de diciembre.
También se han planteado evidentemente cuestiones atinentes al
derecho a un proceso debido con todas las garantías; así,
ejemplificativamente, la prohibición de utilizar pruebas obtenidas con
vulneración de derechos fundamentales, cuestión abordada en la STC
169/2003, de 29 de septiembre, caso “Comunicaciones entre internos de un
mismo establecimiento penitenciario”, en el que la sanción al recluso se
impuso sobre la base de una carta intervenida en clara lesión del derecho al
secreto de las comunicaciones..
Se cuentan igualmente resoluciones que abordan la intangibilidad o
inalterabilidad de las resoluciones judiciales firmes consecuencia de la
garantía procesal de la cosa juzgada material entre las que están las de los
Juzgados de Vigilancia Penitenciaria, como así lo vino en señalar el Tribunal
Constitucional en la STC 174/1989, de 30 de octubre, con ocasión de un tema
de redención de penas. La modificación de las resoluciones procederá en su
caso de los recursos legalmente establecidos. En el caso abordado en la
sentencia, y con independencia de que resultara materialmente errónea en
beneficio del penado, se trataba de una resolución firme que no podía ser ya
modificada.
Dicho esto, es preciso realizar aquí ciertas puntualizaciones, que no
han de perder de vista el hecho del traslado de internos de un centro
penitenciario a otro. Recordemos como Mapelli ha señalado que la
“administración penitenciaria se supo aprovechar en una primera época de la
atomización de los Juzgados de Vigilancia Penitenciaria; bastaba el traslado
estratégico de un interno para evitar que le beneficiaria legítimamente una
resolución judicial”8.
Sobre esta cuestión se ha pronunciado el Tribunal Constitucional
señalando que si se llegara a admitirse en este ámbito que un eventual traslado
de centro penitenciario pudiera habilitar la alteración de resoluciones
judiciales firmes que causan estado “por referirse al status de los internos la
inseguridad jurídica sería absolutamente intolerable” en tanto que dicho acto
administrativo de traslado sería determinante en orden a esa efectividad y
cumplimiento de las resoluciones (STC 140/2002, de 3 de junio, caso
“Ordenador en celda”).
Ahora bien, como se apunta, se hace referencia exclusivamente a
resoluciones que se refirieran al “status de los internos”, mas no a aquellas
resoluciones “que por obedecer a hechos o motivos circunstanciales se agoten

8
“La judicialización penitenciaria, un proceso inconcluso”, Cuadernos de Derecho Judicial.
Derecho Penitenciario, CGPJ, 1995, pág. 289; en el mismo sentido, centrado en una
específica cuestión de la vida penitenciaria, R. BONA I PUIVERT, apunta que “es una practica
desgraciadamente habitual por parte de la Administración penitenciaria el utilizar los
traslados y el cambio de destino de un preso, como medida de carácter predominantemente
regimental, ya sea como una sanción encubierta, privación de beneficios en el tratamiento o
en la posibilidad de acceder a un trabajo u ocupación en régimen abierto; proximidad de la
libertad condicional o alejamiento del núcleo familiar, con los consiguientes perjuicios en las
comunicaciones tanto del penado como de sus allegados”, “Clasificación y tratamiento
penitenciario. Traslados y permisos de salida: su control jurisdiccional”, Cuadernos de
Derecho Judicial. Derecho Penitenciario, CCPJ, 1995, pág. 248.
5

con su propio cumplimiento”. Entre estas se cuentan los permisos de salida o


autorizaciones similares.
Apuntemos así el caso analizado por la STC 174/1989, de 30 de
diciembre, antes referida, en donde se otorgó el amparo por vulneración de
este principio con ocasión de una redención de penas que, reconocida por un
Juzgado de Vigilancia Penitenciaria, no fue abonada en su expediente en el
siguiente centro penitenciario en el que se encontraba destinado al entenderse
que no era correcta dicha redención. Esta decisión denegatoria fue confirmada
con posterioridad por el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria correspondiente
en este segundo centro. Se trataba de una resolución firme más allá de que
hubiera resultado materialmente errónea en beneficio del propio penado.
Tenemos que hacer referencia por último a esa suerte de cláusula de
cierre que es la prohibición de indefensión recogida en este primer apartado
del artículo 24, teniendo en cuenta que, como ha apuntado el Tribunal
Constitucional, una indefensión “constitucionalmente relevante” no tiene
lugar en todo supuesto en que hubiera alguna vulneración de normas
procesales sino únicamente “cuando con esa vulneración se aparejan
consecuencias prácticas consistentes en la privación del derecho de defensa y
en un perjuicio real y efectivo de los intereses del afectado por ella”; es
preciso así el respeto de los principios de audiencia, contradicción e igualdad.
Por citar alguna sentencia podemos apuntar la STC 76/1999, de 26 de abril,
que estimó el amparo interpuesto frente a un auto (denegatorio de un permiso
de salida) cuya decisión estaba sustentada en un hecho nuevo, no debatido en
el proceso, sobre el que el interno no pudo alegar.
Por lo que hace referencia a la vulneración del derecho a un proceso
sin dilaciones indebidas garantizado en el artículo 24.2, que como es bien
sabido no se identifica con un riguroso cumplimiento de los plazos procesales,
cabe citar ejemplificativamente la STC 37/1991, de 14 de febrero, caso
“Solicitud de trabajo remunerado”. Se termina apreciando aquí dicha
vulneración por la demora de un Juzgado de Vigilancia Penitenciaria en
proveer el nombramiento de abogado y turno de oficio para la defensa y
representación del recluso; todo ello a la vista (en coincidencia con la
interpretación del Tribunal Europeo de Derechos Humanos en este punto) de
la complejidad del litigio, los márgenes ordinarios de duración de litigios del
mismo tipo, el interés del demandante en amparo, su conducta procesal y la de
los órganos judiciales y autoridades.
En cuestión de plazos (y lugar de interposición del recurso) debemos
destacar sin duda la temprana STC 29/1981, de 24 de julio, caso
“Presentación de escritos en centro penitenciario”, supra apuntada y sobre la
que carece de sentido volver ahora.
Como ha reiterado en numerosas sentencias el Tribunal
Constitucional, tanto de forma general –desde la ya lejana STC 20/1982, de 5
mayo-, como aplicado al ámbito que nos ocupa, determinados supuestos de
falta de respuesta judicial en el proceso a las cuestiones planteadas por las
partes en el mismo constituyen “denegaciones de justicia” vedadas por el
artículo 24.1. Dicho “vacío de tutela judicial con trascendencia constitucional
se produce, en esencia, cuando una pretensión relevante y debidamente
planteada ante un órgano judicial no encuentra respuesta alguna, siquiera
tácita, por parte de éste”. Cabe citar la STC 52/2005, de 14 de marzo, que
otorga el amparo solicitado por un recluso sancionado con aislamiento en
celda por la comisión de una falta muy grave consistente en reingresar al
centro penitenciario fuera de la fecha prevista tras un permiso de salida; la
sanción había sido recurrida ante el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria
correspondiente, alegando la prescripción de la misma, cuestión que ni
siquiera fue aludida en el auto confirmatorio de la sanción9. Con más lejanía
en el tiempo podemos hacer referencia a la STC 104/2002, de 6 de mayo, que
haría lo propio en otro supuesto de infracción disciplinaria por falta de respeto
a un funcionario; en este caso al no dar respuesta a pretensiones sobre
proposición de medios de prueba o a la alegada vulneración del derecho a la
defensa en relación con la modalidad de asesoramiento solicitado. Singular
interés tiene en estos supuestos, y en otros de los que ha debido conocer el
Alto Tribunal10, en tanto que la sanción de aislamiento supondría una grave
restricción a la “ya restringida libertad inherente al cumplimiento de la pena”
y asimismo porque existiría un “especial deber que incumbe a los Juzgados de
Vigilancia Penitenciaria en la salvaguarda de los derechos de los internos”.
La falta de motivación también provocó la vulneración del derecho a
la tutela judicial en determinados supuestos. Cabe apuntar la STC 42/2005, de
28 de febrero, en la que se recurrió por el interno (nuevamente con la sanción
disciplinaria como tema principal de fondo) una sentencia de la Audiencia
Provincial en la que, admitiendo la argumentación del recurrente en su
fundamentación, desestimaba el recurso en el concreto fallo; se producía así
una evidente contracción entre la fundamentación (que lo era a favor de las
tesis del autor como hemos apuntado) y el fallo desfavorable para éste al
discurrir en palabras del tribunal por una senda diametralmente opuesta. O
también la STC 91/2004, de 19 de mayo, en donde la vulneración vino
producida por respuestas estereotipadas de las que no cabía deducir las
razones justificadoras de la desestimación. O, asimismo, las SSTC 112/1996,
de 24 de junio, o 202/2004, de 15 de noviembre, por citar algunas, en las que
el interés radica en su conexión con el artículo 17 de la Norma Suprema –el
derecho a la libertad personal-, que entendieron vulnerados por la insuficiente
motivación de sendas resoluciones denegatorias de un permiso de salida y de
la solicitud de suspensión de ejecución de una pena privativa de libertad; en
estas y otras sentencias se apunta con claridad la idea de que las resoluciones
judiciales que afectan al derecho de libertad o al mandato del artículo 25.2
tienen unas exigencias de motivación mucho más rigurosas. Mucho más
recientemente puede verse lo dispuesto en la STC 215/2007, de octubre.

9
Esta sentencia contaría con un voto particular formulado por el Magistrado J. RODRÍGUEZ
ZAPATA, en el que, mostrándose coincidente con la estimación del amparo, no lo haría, por el
contrario, con la fundamentación de la sentencia respecto del vicio procesal de incongruencia
por omisión del pronunciamiento.
10
Véanse también las SSTC 67/2000, de 13 de marzo, 181/1999, de 11 de octubre, 169/1996,
de 29 de octubre o 143/1995, de 3 de octubre, todas ellas con ocasiones de sanciones
disciplinarias debido bien a motivos de desobediencia, agresividad, etc.
7

El derecho a ser informado de la acusación, como garantía del


artículo 24.2 aplicable al procedimiento sancionador en el ámbito
penitenciario, sirvió para estimar el amparo interpuesto por un recluso
sancionado con aislamiento en celda, al que se hizo una ilustración imprecisa
e incompleta de los términos de la imputación.
La garantía constitucional del derecho de defensa se cumple a criterio
del Alto Tribunal con el asesoramiento, mejor dicho, la posibilidad de
asesoramiento prevista reglamentariamente -a través de abogado, funcionario
del centro o cualquier otra persona designada por el interno, aquí, dentro de
las exigencias de seguridad, tratamiento y buen orden del establecimiento-
(SSTC 27/2001, de 29 de enero, 236/2002, de 9 de diciembre, 104/2003, de 2
de junio o 91/2004, de 19 de mayo, por ejemplo).
Su vulneración procede en consecuencia de la obstaculización o
impedimento injustificado de dicha posibilidad por parte de la Administración
Penitenciaria.
Lo ha señalado así en un amplio número de sentencias desde la
temprana STC 74/1985, de 18 de junio, apuntando que si bien el derecho a la
asistencia letrada, que no sería un derecho pleno11, se refiere de forma
primordial a los procesos judiciales, especialmente al proceso penal: “la
Administración penitenciaria ha de permitir a los internos contar con
asistencia jurídica en los procedimientos disciplinarios en forma y grado tal
que pueda ser estimada proporcionada a la naturaleza de la falta imputada, a
la sanción imponible y al procedimiento que se siga para decidir sobre su
imposición” (STC 104/2003, de 2 de junio). Y no es pleno, como hemos
apuntado, puesto que no se extiende dicho derecho ni a su comparecencia
personal junto al interno ante los órganos jurisdiccionales ni incluiría
asistencia jurídica gratuita.
Con relación al elemento subjetivo de la “persona designada por el
interno” en orden a realizar el asesoramiento, pueden apuntarse los casos
enjuiciados por las STC 27/2001, de 29 de enero, y STC 55/2006, de 27 de
febrero, donde los internos recurrentes, miembros de una organización
terrorista, solicitaron respectivamente su asesoramiento por otros internos,
miembros también de la misma organización. La “forma” del asesoramiento
resultó determinante en ambos supuestos. En el primero de ellos se respondió
afirmativamente a la solicitud, en tanto que se prestara por escrito y en
castellano; en el segundo, negativamente, alegándose razones de seguridad y
buen orden del centro; aquí el interno no solicitó ni propuso que el
asesoramiento pudiera realizarse de otra forma con ese mismo asesor o que se
permitiera con una persona distinta, hecho que determinó la desestimación del
amparo.

11
Señala el Tribunal que “la eficacia de la asistencia técnica no queda sustancialmente
disminuida por la falta de presencia física del Letrado, ya que su asesoramiento está previsto
que se produzca en momento oportuno, puede versar tanto sobre el pliego de cargos como
sobre la prueba, y puede dar lugar a una contestación de descargo técnicamente preparada,
sobre todo en el caso de la contestación por escrito, de modo directo por el Abogado del
interno” (STC 74/1985, de 18 de junio).
El derecho a utilizar los medios de prueba pertinentes para la
defensa12 dentro del procedimiento disciplinario penitenciario se encuentra
reconocido y reforzado, como así lo ha apuntado el Tribunal Constitucional,
tanto durante la tramitación del expediente disciplinario (exigiéndose la
motivación de la eventual denegación de las pruebas solicitadas), como, en su
caso, ante el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria (que podrá decidir practicar
pruebas que hubieren sido denegados previamente en dicho procedimiento
disciplinario).
Recordemos que para que resulte fundada una queja sostenida en esta
vulneración se precisa su solicitud en forma y momento oportuno, que la
prueba sea objetivamente idónea para acreditar hechos relevantes y que sea
decisiva en términos de defensa.
Podríamos citar así, a título de ejemplo, la STC 81/2000, de 27 de
marzo, que otorga el amparo solicitado por tal vulneración, donde se ventiló
el supuesto de un interno sancionado por una presunta falta de desobediencia
a los funcionarios por la denegación de una llamada telefónica por él
solicitada. Dicho interno había solicitado, en el curso del expediente abierto,
la práctica de una prueba testifical, que finalmente fue desestimada; la de los
internos que se encontraban en el locutorio en el momento en que ocurrieron
los hechos. Recurrida dicha decisión ante el Juzgado de Vigilancia
Penitenciaria y solicitándose nuevamente dicha práctica, este no fue realizada
no haciéndose siquiera mención alguna, acreditándose la realidad de los
hechos exclusivamente en virtud del testimonio que en su momento prestaron
los funcionarios intervinientes. En el mismo sentido cabe citar la STC
236/2002, de 9 de diciembre13. Desde otra perspectiva, en la STC 76/1999, de
26 de abril, se otorgó el amparo al interno recurrente al habérsele impedido la
propuesta contradictoria ante una prueba ni propuesta ni admitida
previamente. Con más lejanía en el tiempo puede citarse igualmente la STC
297/1993, de 18 de octubre, donde se planteó la cuestión de la incorporación
ex novo de nuevos datos al debate procesal y la necesidad de que el interno se
pronunciara de forma expresa sobre su virtualidad probatoria. Evidentemente,
este derecho abarca únicamente aquellos medios de prueba que sean decisivas
en términos de defensa, debiendo motivarse adecuadamente el rechazo a
practicar aquellas pruebas que se considere que no tienen tal carácter14.

12
Como ha señalado en múltiples resoluciones nuestro Tribunal Constitucional, el derecho a
utilizar los medios de prueba pertinentes para la defensa no es sino una garantía a quien está
inmerso en un conflicto en orden a que “se dilucida jurisdiccionalmente la posibilidad de
impulsar una actividad probatoria acorde con sus intereses, siempre que la misma esté
autorizada por el ordenamiento” (STC 131/1995, de 11 de septiembre).
13
La prueba solicitada por el interno se había planteado aquí en el momento procesal
oportuno, resultaba relevante y no podía reputarse objetivamente inidónea; la motivación de
la denegación la consideró el Tribunal Constitucional “manifiestamente irrazonable”
estimando el amparo, al haberse provocado la indefensión de aquel.
En este caso el interno había sido sancionado con la privación de paseos por la tenencia de
una soga. En el curso del expediente, y en el momento procesal oportuno, planteó la
realización de una prueba
14
En la STC 9/2003, de 20 de enero, se aborda un supuesto de estas características, al haberse
denegado por el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria, sin cumplir las mínimas exigencias
constitucionales, la práctica de una prueba testifical: la resolución del JVP no valoraba
9

Recientemente, cabe apuntar la STC 23/2006, de 30 de enero, caso “analítica


y permiso de salida”, que otorgará el amparo al haberse impedido la práctica
de una prueba potencialmente relevante no habiéndose pronunciado en
absoluto sobre su pertinencia o impertinencia.

expresamente las alegaciones del recurrente, y asimismo, se servía de razonamientos jurídicos


genéricos y estereotipados El supuesto de fondo de la sentencia era la imposición de un
acuerdo sancionador, consistente en sanción de diez días de aislamiento, por la comisión de
una falta muy grave: incitar –presuntamente- a que continuara la agresión por parte de otro
interno, contra unos funcionarios del centro penitenciario.

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