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“Notas sobre el derecho a la tutela judicial efectiva”, Poder Judicial, nº 5, 1987.
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Sistema de Derechos Fundamentales, Ministerio del Interior, Madrid, 2007, pág. 407.
General del Tribunal Supremo (fuerza ajena que se le impone de manera
irresistible señalará aquél), considera que hay que entender presentado el
escrito –a los efectos legales oportunos- en el mismo momento en que el
interno procede a la entrega del mismo a la Administración penitenciaria.
Como apunta el Tribunal en su argumentación ello es la “lógica
consecuencia del carácter unitario del Estado –como institución compleja- que
se refleja además en la legislación penitenciaria misma”, concretamente en las
disposiciones del reglamento que establecen que el “Director de un
establecimiento por su carácter de tal ostenta la representación del Poder
Público”3. La Administración Penitenciaria no se limita en consecuencia a
proceder al envío mediante el servicio de correos, sino que “el Director lo
recibe y se hace cargo del mismo como representante del Estado y lo remite a
la autoridad que estima competente por la vía de la comunicación entre
órganos, lo que acredita que el escrito ya está recibido formalmente –y, por
tanto, ha de tenerse por presentado- (en su caso, o mejor, dicho, en este
concreto caso..) dentro del plazo”.
Estamos ante la única interpretación posible ya que en caso contrario
colocamos al interno en una evidente condición de desigualdad al disponer en
consecuencia de plazos menores de los que disfrutaría en libertad a lo que hay
que añadir en buena lógica el “asumir con carácter general el riesgo de que la
Administración Penitenciaria y el Servicio de Correos funcionaran con mayor
o menor diligencia lo que, dada la dificultad de fijar unos estándares de
obligado cumplimiento, se traduciría en una solución contraria a la seguridad
jurídica”4.
A partir de aquí, ni que decir tiene que en la mayor parte de los
recursos presentados por internos se ha alegado de forma continua este
“comodín” artículo 24, cosa habitual en los recursos de amparo, que son los
que ocupan la práctica totalidad del tiempo de nuestro Tribunal
Constitucional; recurso convertido (subvertido, podríamos decir) en una
suerte de supercasación frente a cualquier tipo de resolución judicial
definitiva5. Si hiciéramos una estadística comparativa con el resto de recursos
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Así lo disponía tanto el artículo 375 del antiguo Reglamento de Servicios Penitenciarios,
vigente en el momento de la presentación del escrito (que en su momento no fue aceptado)
como en el artículo 276 del Reglamento de 1981. En el vigente Reglamento esta cuestión se
recoge en el artículo 280 al establecerse que “El Director de un centro penitenciario ostenta la
representación del centro directivo y de los órganos colegiados del Establecimiento que
presida, y es el obligado, en primer término, a cumplir y hacer cumplir las Leyes,
Reglamentos y disposiciones en general y especialmente las que hacen referencia al servicio”.
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Si bien en el recurso también se alegó la vulneración del principio de presunción de
inocencia el Tribunal señalaría que no existía vulneración alguna en tanto que como
presunción iuris tantum puede ser destruida por la prueba en contrario y que en el caso
concreto había sido verificada mediante diversas pruebas apreciadas por la autoridad judicial
sin apreciarse actuación contraria a tal principio.
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Parece preciso apuntar aquí la reciente aprobación de la Ley Orgánica 6/2007, de 24 de
mayo, de modificación de la LOTC que, entre otras cuestiones relevantes, establece una
nueva regulación de la admisión del recurso de amparo, Boletín Oficial de las Cortes
Generales, Serie A, nº 60.1, de 25 de noviembre de 2005. Sobre esta reforma, recomendamos
la lectura de la encuesta publicada por la revista Teoría y Realidad Constitucional en su nº 18
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(2006), respondida por los profesores M. CARRILLO; L.M. DÍEZ PICAZO; F.J. GARCÍA ROCA;
A. GARRORENA MORALES, J. GONZÁLEZ PÉREZ y P. LUCAS MURILLO DE LA CUEVA.
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De forma general, señalar que durante los años 2004, 2005 y 2006, en el 83,48, 87,41 y
89,22%, respectivamente de los recursos de amparo se alegó el derecho a la tutela judicial
(82,04, 85,32 y 89,22 % de todos los recursos sometidos a la jurisdicción del Tribunal
Constitucional); de forma más específica la tutela judicial efectiva sin indefensión fue
invocado, más o menos, en cuatro de cada cinco demandas de amparo (74,33, 79,14 y 79.10%),
la presunción de inocencia en un 13,05, 13,19 y 10,96% de las mismas; el derecho a un proceso
con todas las garantías en el 8,38, 6,18 y 5,45%; el derecho a la prueba pertinente en el 3,84,
2,95 y 2,15%; y el derecho a un proceso sin dilaciones indebidas en el 2,24, 1,01 y 1,18%,
respectivamente, ver Memoria del Tribunal Constitucional de los años 2004, 2005 y 2006.
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Véanse también las SSTC 128/1998, de 16 de junio o 229/1998, de 1 de diciembre.
También se han planteado evidentemente cuestiones atinentes al
derecho a un proceso debido con todas las garantías; así,
ejemplificativamente, la prohibición de utilizar pruebas obtenidas con
vulneración de derechos fundamentales, cuestión abordada en la STC
169/2003, de 29 de septiembre, caso “Comunicaciones entre internos de un
mismo establecimiento penitenciario”, en el que la sanción al recluso se
impuso sobre la base de una carta intervenida en clara lesión del derecho al
secreto de las comunicaciones..
Se cuentan igualmente resoluciones que abordan la intangibilidad o
inalterabilidad de las resoluciones judiciales firmes consecuencia de la
garantía procesal de la cosa juzgada material entre las que están las de los
Juzgados de Vigilancia Penitenciaria, como así lo vino en señalar el Tribunal
Constitucional en la STC 174/1989, de 30 de octubre, con ocasión de un tema
de redención de penas. La modificación de las resoluciones procederá en su
caso de los recursos legalmente establecidos. En el caso abordado en la
sentencia, y con independencia de que resultara materialmente errónea en
beneficio del penado, se trataba de una resolución firme que no podía ser ya
modificada.
Dicho esto, es preciso realizar aquí ciertas puntualizaciones, que no
han de perder de vista el hecho del traslado de internos de un centro
penitenciario a otro. Recordemos como Mapelli ha señalado que la
“administración penitenciaria se supo aprovechar en una primera época de la
atomización de los Juzgados de Vigilancia Penitenciaria; bastaba el traslado
estratégico de un interno para evitar que le beneficiaria legítimamente una
resolución judicial”8.
Sobre esta cuestión se ha pronunciado el Tribunal Constitucional
señalando que si se llegara a admitirse en este ámbito que un eventual traslado
de centro penitenciario pudiera habilitar la alteración de resoluciones
judiciales firmes que causan estado “por referirse al status de los internos la
inseguridad jurídica sería absolutamente intolerable” en tanto que dicho acto
administrativo de traslado sería determinante en orden a esa efectividad y
cumplimiento de las resoluciones (STC 140/2002, de 3 de junio, caso
“Ordenador en celda”).
Ahora bien, como se apunta, se hace referencia exclusivamente a
resoluciones que se refirieran al “status de los internos”, mas no a aquellas
resoluciones “que por obedecer a hechos o motivos circunstanciales se agoten
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“La judicialización penitenciaria, un proceso inconcluso”, Cuadernos de Derecho Judicial.
Derecho Penitenciario, CGPJ, 1995, pág. 289; en el mismo sentido, centrado en una
específica cuestión de la vida penitenciaria, R. BONA I PUIVERT, apunta que “es una practica
desgraciadamente habitual por parte de la Administración penitenciaria el utilizar los
traslados y el cambio de destino de un preso, como medida de carácter predominantemente
regimental, ya sea como una sanción encubierta, privación de beneficios en el tratamiento o
en la posibilidad de acceder a un trabajo u ocupación en régimen abierto; proximidad de la
libertad condicional o alejamiento del núcleo familiar, con los consiguientes perjuicios en las
comunicaciones tanto del penado como de sus allegados”, “Clasificación y tratamiento
penitenciario. Traslados y permisos de salida: su control jurisdiccional”, Cuadernos de
Derecho Judicial. Derecho Penitenciario, CCPJ, 1995, pág. 248.
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Esta sentencia contaría con un voto particular formulado por el Magistrado J. RODRÍGUEZ
ZAPATA, en el que, mostrándose coincidente con la estimación del amparo, no lo haría, por el
contrario, con la fundamentación de la sentencia respecto del vicio procesal de incongruencia
por omisión del pronunciamiento.
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Véanse también las SSTC 67/2000, de 13 de marzo, 181/1999, de 11 de octubre, 169/1996,
de 29 de octubre o 143/1995, de 3 de octubre, todas ellas con ocasiones de sanciones
disciplinarias debido bien a motivos de desobediencia, agresividad, etc.
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Señala el Tribunal que “la eficacia de la asistencia técnica no queda sustancialmente
disminuida por la falta de presencia física del Letrado, ya que su asesoramiento está previsto
que se produzca en momento oportuno, puede versar tanto sobre el pliego de cargos como
sobre la prueba, y puede dar lugar a una contestación de descargo técnicamente preparada,
sobre todo en el caso de la contestación por escrito, de modo directo por el Abogado del
interno” (STC 74/1985, de 18 de junio).
El derecho a utilizar los medios de prueba pertinentes para la
defensa12 dentro del procedimiento disciplinario penitenciario se encuentra
reconocido y reforzado, como así lo ha apuntado el Tribunal Constitucional,
tanto durante la tramitación del expediente disciplinario (exigiéndose la
motivación de la eventual denegación de las pruebas solicitadas), como, en su
caso, ante el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria (que podrá decidir practicar
pruebas que hubieren sido denegados previamente en dicho procedimiento
disciplinario).
Recordemos que para que resulte fundada una queja sostenida en esta
vulneración se precisa su solicitud en forma y momento oportuno, que la
prueba sea objetivamente idónea para acreditar hechos relevantes y que sea
decisiva en términos de defensa.
Podríamos citar así, a título de ejemplo, la STC 81/2000, de 27 de
marzo, que otorga el amparo solicitado por tal vulneración, donde se ventiló
el supuesto de un interno sancionado por una presunta falta de desobediencia
a los funcionarios por la denegación de una llamada telefónica por él
solicitada. Dicho interno había solicitado, en el curso del expediente abierto,
la práctica de una prueba testifical, que finalmente fue desestimada; la de los
internos que se encontraban en el locutorio en el momento en que ocurrieron
los hechos. Recurrida dicha decisión ante el Juzgado de Vigilancia
Penitenciaria y solicitándose nuevamente dicha práctica, este no fue realizada
no haciéndose siquiera mención alguna, acreditándose la realidad de los
hechos exclusivamente en virtud del testimonio que en su momento prestaron
los funcionarios intervinientes. En el mismo sentido cabe citar la STC
236/2002, de 9 de diciembre13. Desde otra perspectiva, en la STC 76/1999, de
26 de abril, se otorgó el amparo al interno recurrente al habérsele impedido la
propuesta contradictoria ante una prueba ni propuesta ni admitida
previamente. Con más lejanía en el tiempo puede citarse igualmente la STC
297/1993, de 18 de octubre, donde se planteó la cuestión de la incorporación
ex novo de nuevos datos al debate procesal y la necesidad de que el interno se
pronunciara de forma expresa sobre su virtualidad probatoria. Evidentemente,
este derecho abarca únicamente aquellos medios de prueba que sean decisivas
en términos de defensa, debiendo motivarse adecuadamente el rechazo a
practicar aquellas pruebas que se considere que no tienen tal carácter14.
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Como ha señalado en múltiples resoluciones nuestro Tribunal Constitucional, el derecho a
utilizar los medios de prueba pertinentes para la defensa no es sino una garantía a quien está
inmerso en un conflicto en orden a que “se dilucida jurisdiccionalmente la posibilidad de
impulsar una actividad probatoria acorde con sus intereses, siempre que la misma esté
autorizada por el ordenamiento” (STC 131/1995, de 11 de septiembre).
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La prueba solicitada por el interno se había planteado aquí en el momento procesal
oportuno, resultaba relevante y no podía reputarse objetivamente inidónea; la motivación de
la denegación la consideró el Tribunal Constitucional “manifiestamente irrazonable”
estimando el amparo, al haberse provocado la indefensión de aquel.
En este caso el interno había sido sancionado con la privación de paseos por la tenencia de
una soga. En el curso del expediente, y en el momento procesal oportuno, planteó la
realización de una prueba
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En la STC 9/2003, de 20 de enero, se aborda un supuesto de estas características, al haberse
denegado por el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria, sin cumplir las mínimas exigencias
constitucionales, la práctica de una prueba testifical: la resolución del JVP no valoraba
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