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Deje las cosas en su lugar y salí del cementerio, ya era de tarde; sentí el deseo
de ir a la casa de Virginia. Al volver a Huancayo me preguntaba ¿Cómo pudo
llegar aquella bolsa con una chompa hasta ese lugar? ¿Por qué precisamente
ahora que fui a confirmar la historia? ¿Será que Virginia me tenía algo
preparado como bienvenida? Quizá apenas haya sido una mala pasada de mi
imaginación.
Fuente: Anónimo
Dicen que hace ya mucho tiempo, todo el Valle del Mantaro era una inmensa
laguna. Desde Jauja y Concepción, hasta el sur llegando a Sapallanga y
Pucara, todos esos lugares estaban bajo el agua. Los pobladores del valle en
aquel entonces tenían sus casas en las alturas de los cerros, incluso hasta
ahora podemos ver vestigios de sus construcciones. En el centro de la gran
laguna se podía observar desde las alturas un enorme peñón oscuro que salía
de las aguas cada mañana.
Esta gran peña se llamaba Huanca y estaba donde hoy está la Plaza
Huamanmarca, junto a la Municipalidad de Huancayo. Paso el tiempo y la
laguna se iba llenando y llenando con las aguas de las lluvias (recordemos que
en esta parte de la sierra las precipitaciones son altas).Una vez, cuando los
pobladores estaban en sus labores del campo, porque ellos siempre se
dedicaron a la agricultura; se escuchó un enorme estruendo en una de las
quebradas y tras el sonido pudieron ver que las aguas de la laguna iban
disminuyendo rápidamente. Sucedió que la quebrada de Chupuro se había roto
y por allí desaguaba la laguna. Pasaron pocas semanas y el valle se fue
quedando seco, para acortar distancias entre los pueblos, los pobladores
tuvieron que bajar hacia las partes planas; siendo allí en donde lograron hacer
nuevas construcciones para poder habitarlas. Pero la laguna no vacío del todo.
En jauja se quedó la Laguna de Paca y en Ahuac la Laguna de Ñahuinpuquio.
Una vez las aguas rompieron la quebrada de Chupuro y por allí desaguo la
laguna. El valle se fue quedando seco y se fundaron pueblos. Pero la laguna no
vació del todo.
Así como en Lima la Casa Matusita es conocida como un lugar donde habitan
fantasmas y se han tejido leyendas urbanas sobre la antigua propiedad; en
Huancayo, una vivienda ubicada en la Avenida Giráldez, también se ha hecho
popular, por las apariciones que algunos testigos aseguran haber visto.
APARICIÓN
Según refieren trabajadores de un salón de juegos ubicado al costado de esta
casa que es usada como almacén en la actualidad, en varias ocasiones
aseguran haber visto la silueta de una mujer joven atractiva paseando por el
balcón del segundo piso. La característica que más distingue a esta aparición
siempre coincide y es que lleva el pelo de color rubio, por ello la conocen como
"La Gringa".
Refieren que los propietarios viven en Lima, habiendo alquilado la casa en la
actualidad.
HISTORIA: Los trabajadores más antiguos del salón de juegos cuentan que la
historia de la casa embrujada se remonta hace muchos años atrás, cuando en
dicha vivienda funcionaba un instituto y sucedió un suicidó en uno de los
ambientes.
Coincidentemente la persona que tomó la determinación de acabar con su vida
era joven, bonita y tenía el pelo rubio, señalan.
LEYENDA DEL RÍO MANTARO
Cuenta la leyenda que una princesa Inca, quien sufría una decepción amorosa,
se fue a las alturas de las pampas de Junín para olvidar sus penas de amor.
Pero el dios Wiracocha vio al pueblo triste, porque sus tierras eran áridas y no
había comida, por lo que decidió convertir al pequeño riachuelo en un río
grande, para que regara sus campos, y de esta manera hermoseara el valle del
Mantaro.
Hecho que sirvió para consolar a la princesa, que se repuso de la pena sufrida.
Jugaban los peces alegres en el río, dando gracias a los dioses por tan
hermoso regalo; el resto de los animales, de igual manera, estaban felices por
Llegando al valle del Mantaro se encargó de tejer una alfombra verde, con
árboles de guindas, eucaliptos, molles, cipreses, flores como rosas, geranios,
margaritas y claveles.
Pero, ay de aquel día que se ponga furioso, entonces arrasará con todo:
plantas, animales, casas y cuanto encuentre a su paso, y no habrá nada que lo
detenga.
Qué alegría nos brinda el valle del Mantaro, porque debido a su presencia se
riegan los campos.
Los niños alegres y felices juegan en la orilla, mientras sus madres lavan la
ropa cantando sus alegres huaynos.
EL TORO ENCANTADO
EL CONDENADO
Un arriero que traía de Ayacucho cuatro cargas de plata a lomo de mulos, por
encargo de su patrón, se alojó en las inmediaciones de Izcuchaca
(Huancavelica), en un lugar denominado “Molino” de propiedad del señor
David, quien tenía su cuidador; éste muy de madrugada, mientras el arriero
cargaba el cuarto mulo, hizo desviar una carga y arrojó solo al animal.
Al poco tiempo murió el cuidador del “molino”, su mujer y su hijo. Aquel por ser
el culpable directo se condenó, es decir, arrojado “alma y cuerpo” de la vida
ultraterrena, debía refugiarse por entre los montes tomando la forma de un
animal con cabeza humana gritando de vez en vez: David devuelve la plata…
Inclusive creen que por causa del humo don David, dueño del molino, que aún
vive, sufrió de parálisis en sus piernas.
Algunos indios astutos aprovechan de esta superstición del “condenado” para
llevarse, en época de cosecha, un poco de cereales de las eras.
LA DAMA Y EL VIAJERO
Le hice una señal para que suba al camión y así pudiera protegerse de la lluvia,
ella asintió y se sentó en el mismo lugar en donde estás tú. Era una mujer muy
joven y bella, al verla en esas condiciones le ofrecí mi casaca para que pudiera
abrigarse, me agradeció y en su rostro vi dibujada una sonrisa tierna.
Al acercarnos al poblado la Mejorada, ella me pidió bajarse del camión; pues
tenía familia allí. Como aun llovía y era apenas las dos de la madrugada, le dije
que se quede con mi casaca, que en otro momento iría por ella. Solo le pedí la
dirección de su casa.
Pasó una semana y cuando volví a la Mejorada, fui a buscarla hasta su casa.
Grande fue mi sorpresa cuando salió su madre y me dijo que Virginia -así me
dijo que se llamaba-, había muerto hace diez años atrás. Precisamente en un
accidente de carreteras, cuando el bus que los transportaba de Pampas se fue
directo al barranco; en el lugar donde la recogí.
Cuando me sentía desanimado y listo para salir del lugar, vi algo que me llamo
la atención. Me acerque rápidamente hasta aquel sitio y note algo al costado de
un nicho; era una bolsa, y dentro de ella pude ver una chompa de alpaca de
color marrón y franjas blancas. Era el nicho que estaba en un extremo del
cementerio, casi escondido, casi olvidado. En la lápida semidestruida pude
distinguir el nombre de Virginia Matos, fallecida en 1989. Aunque no pude ver
la fotografía.
Deje las cosas en su lugar y salí del cementerio, ya era de tarde; sentí el deseo
de ir a la casa de Virginia. Al volver a Huancayo me preguntaba ¿Cómo pudo
llegar aquella bolsa con una chompa hasta ese lugar? ¿Por qué precisamente
ahora que fui a confirmar la historia? ¿Será que Virginia me tenía algo
preparado como bienvenida? Quizá apenas haya sido una mala pasada de mi
imaginación.
EL ORIGEN DE HUANCAYO
Hace ya mucho tiempo, todo el Valle del Mantaro era una inmensa laguna.
Desde Jauja y Concepción, hasta el sur llegando a Sapallanga y Pucara, todos
esos lugares estaban bajo el agua. Los pobladores del valle en aquel entonces
tenían sus casas en las alturas de los cerros, incluso hasta ahora podemos ver
vestigios de sus construcciones.
Una vez, cuando los pobladores estaban en sus labores del campo, porque
ellos siempre se dedicaron a la agricultura; se escuchó un enorme estruendo
en una de las quebradas y tras el sonido pudieron ver que las aguas de la
laguna iban disminuyendo rápidamente. Sucedió que la quebrada de Chupuro
se había roto y por allí desaguaba la laguna.
Una vez las aguas rompieron la quebrada de Chupuro y por allí desaguo la
laguna. El valle se fue quedando seco y se fundaron pueblos. Pero la laguna no
vació del todo. En Jauja quedó la Laguna de Paca y Chocón; la de
Ñahuinpuquio en Ahuac y la de Llulluchas en Huayucachi.
Existen muchas lagunas en el Valle del Mantaro, posiblemente parte del agua
que desaguo de la gran laguna, hayan quedado dispersas por todo el valle.
Ahora la Laguna de Paca es una de las más reconocidas y visitadas por los
foráneos.
Dentro del contexto andino se considera al dios "Wiracocha" o "El gran señor
Sol" como el creador del mundo, quien pobló a la tierra quechua de haris
(hombres) y Wanblas (mujeres) y distribuyó a los dioses menores por toda su
extensión. Estos dioses tutelares fueron llamados APUS.
En la tierra de los Huancas, el gran Wiracocha envío a dos dioses, cada uno
con características y rasgos diferentes. Estos dioses fueron el Apu Huallallo
Carhuincho o Huallullo Carhuancho y el Apu Pariacaca o Pariaqaqa. Ambos
dioses se enamoraron de distintas wanblas y tuvieron una familia muy extensa.
Pero si todo iba bien, ustedes se preguntarán porque estos dioses fueron
rivales, pues según cuentan esto habría sucedido por lo siguiente:
A su vez el Apu Pariacaca tuvo un hijo varón a quien llamo “Amaru” este joven
amante de los viajes y quien, por ser hijo de un Apu, podía tomar la forma de
cualquier animal y de esta manera trasladarse por los valles de su padre,
encontró a una bella wanbla con quien se casó y tuvo una hija.
El Apu Huallallo Carhuincho quiso saber quién era este joven hari que había
tomado el corazón de su hija de esta manera y preguntando a los vientos se
enteró que ese joven hari no era otro que Amaru, el hijo de su rival Pariacaca, y
que además de ello él estaba casado y tenía una hija.
Herido en lo más profundo por el adulterio cometido, el Apu Huallallo
Carhuincho suplicó a los vientos que traigan, a los odios de Amaru noticias de
su esposa y de su hija.
De esta manera ambos Apus iniciaron una terrible batalla arrasando a su paso
todas las aldeas, pueblos y cultivos que existían en la zona, dando forma,
durante este batallar a la accidentada geografía de la zona.
Cuentan que como una de sus creaciones hizo brotar un Manantial Sagrado en
Huari de donde salió la primera pareja Huanca, Atay Imanpurancapia (varón) y
Uruchumpi (mujer).
Ellos fundaron en ese lugar el primer pueblo y sus hijos poblaron otras
comarcas. Pero sus descendientes ingratos con el tiempo se olvidaron de su
creador y adoraron al Dios Huallallo Carhuancho.
Ante esta ofensa el dios Wiracocha, muy enojado los castigó, fueron sometidos
por los invasores Huari que vinieron del Sur. El Dios Huallallo huyó al este pero
fue convertido en el nevado Huaytapallana.
Los huancas arrepentidos por haber obrado en contra del dios Wiracocha y
para honrarlo nuevamente como su creador y guardar memoria de su origen
construyeron el templo de Huarivilca, allí se realizaban grandes ceremonias y le
presentaban ofrendas y sacrificios. El templo de Huarivilca era una imponente
construcción cuadrangular de piedra que se convirtió en el centro milagroso de
toda la región. De él emergía un manantial sagrado de aguas cristalinas.
Por ser este un centro milagroso hasta allí iban las grandes parcialidades del
mundo Huanca: Xauxa; Lurinhuanca, Ananhuanca y el último Chuncos y
Chongos; y hasta ahora van turistas nacionales y extranjeros para obtener un
milagro de este centro sagrado.
Es por ello que se dice que la forma de la cordillera blanca es algo echada,
Porqué ahí llacen Huascarán y sus hijos convertidos en esta hermosa
cordillera.
Se debía tomar acción. Luego de meditarlo con cuidado, el gran jefe ordenó a
sus mejores guerreros ir en busca del jefe de los cusqueños y exponerle una
política de paz. Así fue. Días después, los soldados volvieron con Huáscar, el
más reconocido guerrero de la tribu invasora, quien había sido encargado por
su líder llevar un mensaje de no agresión. A parte de ello, Huáscar debía
quedarse en la tribu del gran jefe hasta que la comitiva cusqueña llegara, de
manera que con su presencia garantizaba las relaciones de paz.
Al recibir la noticia del joven guerrero cusqueño, el gran jefe se alegró tanto que
mandó le dieran al huésped la mejor habitación, comida y vestimenta. Todo iba
perfecto y la relación entre el gran jefe y el joven era ideal, hasta que un día
apareció, jugando en un pozo de agua, una bella muchacha de 15 años. El
cusqueño quedó prendido: pronto averiguó su nombre, Huandy, y con ello supo
también que era la hija del mismísimo gran jefe. ¿El inicio de la desgracia?
Probablemente sí. Pero lo peor para Huáscar no fue que él la había mirado ni
que era hija del jefe, sino que ella lo había mirado también, ruborizándose y
sonriendo al viento en su inocencia. ¿Era correcto un amor en semejante
contexto? Huáscar no lo sabía, y tal vez no le importaba saberlo. Y, según se
daba cuenta, a la muchacha tampoco.
Se conocieron por primera vez una tarde que ella le llevó los alimentos.
Conversaron, se enamoraron y acordaron encontrarse en la orilla del río,
cuando la noche estuviera en su apogeo. Sucedió tal y como lo planearon.
Aquella noche se entregaron su amor y se prometieron el uno al otro no
abandonarse jamás. Huandy entonces reaccionó: ¿su padre la dejaría
quedarse con un hombre que no era de su tribu? No, no lo haría nunca. Si de
verdad querían que ese amor floreciera, debían huir, y debían hacerlo cuanto
antes. Y huyeron, pero no llegaron muy lejos. Por su parte, el gran jefe ya
estaba al tanto de los sucesos. Decepcionado de la poca deferencia del
invitado para con su cortesía y de la desobediencia extrema de su hija, dejó
que escaparan para luego atraparlos en el camino y mostrarles ahí su
verdadera furia. Y así los atrapó; los humilló y, ya satisfecho, los ató a palos
colocados en lugares estratégicos, desde donde uno podía ver al otro sufrir
hasta la muerte. Huáscar, en su delirio, pensó que su gente, al llegar y verlo
así, lo salvaría. Era su única esperanza.
Pero su tribu no hizo nada, y por el contrario, alabó la determinación del gran
jefe. Ya sin ilusiones, viendo como su amada moría, viendo que sólo un
riachuelo lo separaba de ella, sintiendo la impotencia de la resignación, juró
entonces vengarse algún día de aquellos que no les permitieron ser felices.
Empezó a llorar, y ella también lloró, y lo hizo hasta secarse por dentro; de las
lágrimas de la doncella se formó el lago Chinanchocha (laguna hembra), y de
las de Huáscar, el lago Orconcocha (laguna macho). Fue el último aliento.
Según dicen, se cree que en 100 ó 200 años los nevados se quedarán sin
nieve y Huáscar y Handy revivirán y se encontrarán nuevamente, pero esta vez
ya para toda la eternidad.
LA PRINCESA DEL VALLE DEL MANTARO
Que miedo me daba el solo hecho de pensar que en unas horas más iba a caer
nuevamente la noche y yo seguía allí, perdido en la profundidad de aquel
enorme y majestuoso valle andino. Sus montañas imponentes cubiertas por un
cielo eternamente azulado, sus verdosas faldas siempre rebosantes de flores
de mil colores y frutos enormes, las aves que lo habitan vuelan felices y su
trinar se conjuga en contrapunto con el canto rodado arrastrado por la corriente
del gran río Mantaro.
Allí en la casa de Wilmer pasé una noche realmente diferente a las que yo
estaba acostumbrado en mi fría casa limeña. El me brindó alimentos y me
invitó un poco de aguardiente típico de aquel lugar, el calientito le decían.
Luego continuó conversando sobre las costumbres de la gente de la zona de la
sierra central, las cuales yo escuchaba con profunda atención. Me narró la
leyenda del río Mantaro, aquella que cuenta la historia de una princesa incaica,
quien había sufrido una gran decepción amorosa; dicen que una tarde la
princesa se encaminó hacia las alturas de las Pampas de Junín para intentar
olvidar las profundas penas de aquel gran amor. Pasaron días, semanas,
meses, y dicen que la princesa no podía dejar de llorar, le brotaron copiosas
lágrimas que poco a poco fueron convirtiéndose en un gran lago por deseo del
gran Dios Wiracocha. Cuando aquel gran lago llego a su tope, de él empezaron
a rebalsar abundantes riachuelos del color de la plata, que fueron cuesta abajo
a través de la cordillera de los andes.
Paralelamente a estos hechos Wiracocha notó que el pueblo estaba muy triste
porque sus tierras estaban secas y sedientas de agua, por lo que decidió unir
aquellos riachuelos de lágrimas para de esa manera formar un enorme río, que
regara todos los campos y así el valle del Mantaro se viera siempre floreciente
y hermoso. La princesa al enterarse de este hecho ejecutado por el dios
Wiracocha, dejó de estar triste y su pena amorosa finalmente fue curada.
Todos los animales que habitaban el valle se pusieron felices, los peces
retozaban y brincaban al aire desde las aguas; todos estaban contentos por la
abundancia de alimentos que generaba este gran cambio en el valle del
Mantaro. Los lugareños no cabían en su felicidad, se sentían muy emocionados
por la abundancia de agua que el dios les había obsequiado. Fue así que ellos
pudieron iniciar la siembra de distintos frutos como el maíz, la papa, las habas
por mencionar solo algunos. Nunca más pasaron hambre y sus tierras siempre
se mantuvieron fértiles. La princesa descendió de las alturas del valle y empezó
a tejer una gran alfombra verde con las ramas de los árboles que allí habían
crecido. Pero de pronto empezó a escucharse un rumor; si el río se molestaba
arrasaría con todo a su paso y no habría nada que pudiera detener su furia.
Para evitar que el rio se molestara todos debían de compartir siempre sus
frutos y riquezas sin egoísmo alguno.
Al día siguiente partió a hacer las visitas que tenía programadas, alquiló un
auto y se dirigió al convento de Santa Rosa de Ocopa. Este había sido
construido por los franciscanos para servir como sede de un colegio de
misioneros, fundado en 1725 por Fray Francisco de San José. Lo llamaron así
por encontrarse situado cerca de una capilla dedicada a la santa limeña. Su
propósito era establecer una escuela de misioneros que sirviera de punto de
partida fundamental en la evangelización católica para llevarla a los lugares
más remotos de la selva peruana. El libertador Simón Bolívar decidió cerrar el
convento para que este fuera usado como colegio para los hijos de los
habitantes de Jauja, pero este proyecto no prosperó y doce años más tarde el
presidente de turno decidió reabrirlo para que continúe siendo escuela de
misioneros. Actualmente solo funciona como museo albergando dentro de sí
una magnifica biblioteca así como una nutrida pinacoteca. Este convento es un
auténtico relicario del Perú como lo llamo José de la Riva Agüero y Osma.
A eso de las dos de la tarde volví a detenerme para comer algo y reponer
fuerzas. Poco a poco iba sintiendo el agotamiento de mi cuerpo, pero el deseo
de llegar a conocer el origen del río Mantaro, la ilusión de aquella hermosa
leyenda, me hacía sacar fuerzas para continuar caminando a su encuentro.
Después de haber andado muchas horas y sin haber llegado al lugar, empecé
a sentir un poco de miedo. Me encontraba en el medio de la nada
completamente solo. No sabía si regresar o pasar allí la noche y continuar al
día siguiente con mi travesía. La advertencia que me había hecho Wilmer no
dejaba de dar vueltas por mi cabeza. Habían transcurrido muchas horas y
varios kilómetros desde que inicié la caminata. Encendí fuego y cociné algunos
alimentos. Después de pensar un buen rato finalmente tomé la decisión de
quedarme a pernoctar allí en un claro al lado del río. El sonido producido por el
correr de las aguas de aquel río y el de los animales nocturnos me arrulló
lentamente hasta quedarme profundamente dormido. Mientras transcurría la
noche tuve un sueño, había estado pensando tanto en la leyenda que me contó
Wilmer que empecé a soñar con una princesa incaica a quien su padre arreglo
un casamiento. Ella quería casarse con un hombre al cual realmente amara,
pero ese hombre aún no había llegado a su vida. La princesa decía que lo
esperaría el tiempo que fuese necesario.
A la mañana siguiente retomé mi rumbo desconocido, seguí caminando todo el
día, el río se dividió en riachuelos cada vez más pequeños. Mi corazón empezó
a acelerarse. Poco a poco me iba acercando a mi destino, cada vez faltaba
menos para poder descubrir el lago que daba origen al río, el lago que se había
formado con las lágrimas de la princesa. Empecé a caminar más rápido, mi
ansiedad era cada vez mayor. La leyenda seguía dando vueltas por mi cabeza.
Los riachuelos no tenían cuando terminar, parecían infinitos carajo, el camino
además poco a poco se tornaba más empinado y eso hacía que mi paso fuera
más lento. Finalmente al llegar la tarde por fin divisé aquel lago que tenía que
ser el de la leyenda de la princesa. Corrí como un loco hasta llegar a la orilla,
allí me detuve y contemplé la majestuosidad de aquel paisaje. El agua tenía un
color especial, un color que nunca había visto. Agotado por el gran esfuerzo
que me había costado el último tramo me quedé dormido un buen rato. Cuando
desperté ya estaba anocheciendo. Después de comer algunas cosillas de las
que había llevado en mi mochila, me instalé cerca de la orilla del lago, encendí
un pequeño fuego y me coloqué en posición de meditación. La luna se asomó
plena de luz y brillo singular. Pasó un buen rato, tal vez algunas horas y
mientras observaba el lago de pronto apareció ante mí la imagen de la princesa
llorando reflejada sobre la superficie del agua que encontraba en estado de
calma e iluminada por la luz de la luna. Quedé estupefacto ante aquella
aparición, no podía creer lo que estaba sucediendo en aquel momento frente a
mí; su rostro era hermoso, tenía unas facciones dulces, daba la impresión que
me estaba mirando, de sus ojos empezaron a brotar lágrimas, tal como me lo
había relatado Wilmer. Luego de unos minutos la imagen desapareció pero
quedó grabada en mi mente. No pude dormir toda la noche pensando en lo que
había sucedido. Me quedé esperando para ver si aparecía nuevamente pero
fue en vano. Las lágrimas que brotaban de los ojos de la princesa eran
realmente del color de la plata. La sorpresa que me llevé al tratar de tomar
algunas fotografías de aquel momento, mi cámara fotográfica dejó de
funcionar. Luego de haber presenciado esa aparición se escuchó una voz que
me dijo, usted se ha atrevido a venir hasta este lugar a pesar de las
advertencias que recibió. Si le llega a contar a alguien lo que ha visto, usted se
convertirá en parte de este lago y la amenaza de la leyenda se hará realidad.
En este lago habita una princesa inca y no se le debe de molestar bajo ningún
motivo. Si ella ha deseado aparecer frente a usted debe de ser por alguna
razón contundente, pero no trate de investigarla, haga caso de mis
advertencias y nada le sucederá. Luego todo quedo nuevamente en silencio.
Sorprendido por aquella revelación espere la primera luz, giré e
inmediatamente empecé a caminar de regreso al pueblo a toda prisa. Seguí
caminando sin atreverme a mirar hacia atrás, nada sería capaz de detenerme
hasta llegar al pueblo. Caminé todo el día y toda la noche hasta que a la
mañana siguiente divise el pueblo y empecé a sentir cierto alivio. Al llegar fui a
la búsqueda de Wilmer para relatarle todo lo acontecido. Pero fue grande la
sorpresa que me llevé al llegar a la casa de Wilmer y encontrarme con otras
personas habitando ese lugar. Pregunté por Wilmer pero me contestaron
diciéndome que no conocían a nadie con ese nombre, ante lo cual insistí
relatando todo lo que allí había pasado incluso la leyenda de la princesa. Lo
que no pude contarles es lo que me había sucedido en aquel lago a pesar que
ganas no me faltaban. Sin embargo los habitantes de aquella casa me dijeron
que nunca había vivido allí alguien con ese nombre. Que ellos vivían ahí hacía
muchos años y nunca había existido ese tal Wilmer que yo mencionaba. Este
hecho me sorprendió aún más, me retiré de allí y busqué un lugar cerca al río
para poder sentarme a pensar en todo lo que me había pasado en menos de
una semana. Luego de un buen rato decidí tomar el bus que me llevara de
regreso a la ciudad de Lima.
-Me respondió que ella vivía en el valle y que me había estado esperando por
largo tiempo.
Con voz temblorosa le pedí que me acompañe en mi caminata para seguir
conversando. Ella aceptó gustosamente. Le conté todo lo que me había
sucedido en el viaje anterior, de lo que había pasado con el cholo Wilmer, que
me había relatado la leyenda de la princesa incaica, de la formación del río
Mantaro, de cómo había llegado hasta el lago, del sueño que tuve y nada más
porque en ese momento recordé las advertencias de aquella voz que me dijo
que no podía contar lo de la aparición de la princesa en el lago. Me extrañó que
no se sorprendiera. Me dijo que ella ya sabía todo lo que me había pasado, no
me dio mayor explicación solo me volvió a repetir que sentía que me había
estado esperando desde hacía mucho tiempo y que esa espera había llegado a
su fin. Ambos seguimos caminando por la orilla del rio con dirección al lago
para luego perdernos en el horizonte.
Gabriel y la princesa nunca más retornaron de aquella caminata. Muchos lo
buscaron sin éxito, lo dieron por desaparecido. Nunca más se les volvió a ver.
Nunca más se volvió a saber de ellos. Dice una nueva leyenda que ambos se
sumergieron en la laguna para nunca más salir de ella. Cuentan que Gabriel
era la reencarnación del príncipe inca por el cual la princesa había llorado
tantos años, pero que ahora estaban juntos asegurando de esa manera la
presencia del amor en todo el gran valle del Mantaro.
CUENTOS ANDINOS VALLE DEL MANTARO
EL MANANTIAL