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antioqueño
Marlly López
Yuliana Gaviria
15 de abril de 2018
El viaje comenzó en Ciudad Universitaria y, aunque era una mañana fría, partimos con
amplias expectativas sobre los aportes que esta salida pudiera brindarnos para el
enriquecimiento de nuestra experiencia personal y nuestro ideario pedagógico.
Durante el recorrido por sus espacios, además de apreciar su belleza, pudimos evidenciar
cómo las demandas en relación con programas educativos se transforman a partir de las
características propias de un contexto. Así, en esta sede encontramos algunos programas
relacionados con las ciencias agrarias, los cuales atienden a las necesidades que se presentan
en la región, en la cual se destaca la producción agropecuaria.
No obstante, también surge una pregunta al observar el énfasis que tiene la oferta académica
de la Universidad de Antioquia sede Oriente, ¿Porque no ofrecer programas que no solo se
centren en la productividad de la propia comunidad, sino también dar la oportunidad de que
el estudiante escoja qué es lo que quiere estudiar? pues de alguna manera se pudo observar un
currículo oculto que se encuentra implícito en el proceso de enseñanza y aprendizaje, porque
solo le enseñan al estudiante lo que quieren que ellos aprendan por conveniencia política,
económica y social, con el fin de satisfacer las propias necesidades de la comunidad, en
cuanto a la producción y economía.
De igual manera, al caminar por algunos lugares de la universidad fue posible observar cómo
diferentes grupos sociales buscan expresar sus ideas en un espacio que pretende ser
políticamente neutro:
La segunda parada fue en El Peñol, célebre por el monolito que se encuentra en sus cercanías.
En este pueblo visitamos el Museo Histórico de El Peñol, un lugar destinado a la
investigación, valoración, conservación y difusión del patrimonio cultural local y nacional.
Durante la visita de este museo, tuvimos la oportunidad de conocer un poco sobre la historia
del municipio, donde la lucha de sus habitantes por preservar su identidad como pueblo fue
una constante, porque su municipio era mucho más que un conjunto de construcciones
ubicadas en cierto lugar y que una etiqueta en el mapa político.
El museo encarna el deseo por conservar elementos propios de la historia y la cultura del
municipio, el interés porque las nuevas generaciones tengan la oportunidad de reconocer
estos elementos que constituyen la esencia del lugar en el cual habitan.
De esta manera, emerge un espacio educativo no convencional donde los niños pueden
acercarse a diversos aspectos destacados en la identidad de su pueblo y aprender a valorarlos
en su quehacer cotidiano.
Ciertamente, como se expresa en la imagen, suele pasar que las construcciones históricas y
diferentes elementos culturales sean invisibilizados y queden relegados al olvido bajo las
premisas del progreso y la modernidad.
Los primeros zócalos artísticos fueron obra de don José María Parra Jiménez en 1919, quien
comenzó retratando en relieves de cemento, como son todos los zócalos, escenas cotidianas
en el zaguán de su casa. De allí el arte pasó a la calle, de la calle a la plaza, y fue creciendo
para convertirse en todo un orgullo paisa.
Este pueblo a pesar de la influencia de la modernidad y la globalización ha intentado
conservar elementos tradicionales en su cultura. Así, nos encontramos con un pueblo bastante
colorido y llamativo para las personas que viven en la ciudad, pues en las ciudades este tipo
de colores y creaciones artísticas no resultan tan frecuentes.
A partir de esta situación cabe preguntarse: Ahora ¿Realmente importa preservar una
identidad cultural o importa más construir una imagen del pueblo para venderle al mundo?