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EL PERRO, EL MEJOR AMIGO DEL HOMBRE

"No importa que tan poco dinero tengas y cuan pocas pertenencias tengas, el tener un perro t
e hace rico."

La lealtad, imposible pensar en un perro sin añadir este calificativo, es mas, diría que un perro
es la lealtad en si misma, para encontrar la correcta definición de ella, solo basta con mirar a n
uestro “fiel” amigo, nosotros somos eso para él, amigos, formamos parte de su vida, es más, si
n nosotros su vida carece de sentido y ocurra lo que ocurra, el siempre estará a nuestro lado,
en la salud y la enfermedad, en las alegrías y las penas, en la riqueza y en la pobreza, todos l
os días de su vida. El, lamerá nuestra mano, independientemente que este vacía de comida, dor
mirá en el frió suelo, si ello le permite estar cerca de nosotros, cuando todos nuestros amigos
nos hayan vuelto la espalda, el siempre estará ahí, regalándonos su amor, compañía y protecció
n, su lealtad llegara hasta el extremo de que cuando nuestra hora nos llegue y todos hayan co
ntinuado su vida, amigos, familia, el, se tendera en el frió mármol de nuestra sepultura con la c
abeza entre las patas, los ojos tristes con esa mirada perdida desde abajo, velando nuestro sue
ño eterno, acompañándonos hasta, incluso, dejarse morir para así poder continuar a nuestro lad
o en la otra vida.

Son -sin duda-, los mejores amigos del hombre. Tampoco cabe duda de que éste no les devue
lve ni la milésima parte de amistad que aquellos que le brindan. Y aquí consideramos obligatori
o afirmar la verdad de que el europeo, el hombre blanco, es el menos ingrato de todos los bí
pedos. Es más, prácticamente la totalidad de nuestros grandes hombres, con Schopenhauer a la
cabeza, han sido grandes amantes de los perros. Nuestros amantes y abnegados amigos han si
do, muy a menudo, actores de episodios históricos, quedando, como expresión de su supremo
sacrificio.

En las ruinas de Pompeya se encontró a un perro que cubría a un niño pequeño con su cuerp
o, en un intento desesperado de protegerlo de la nube de cenizas, y no fue esta la primera ve
z que lo hizo, en su collar se encontró que había tres marcas de reconocimiento por otras tant
as veces que salvo la vida de su joven amo.

Guillermo el Taciturno, príncipe de Orange, fue salvado en 1752 por su perro faldero, durante el
sitio de Mons. El general jefe de la plaza sitiada, aprovechando la oscuridad de la noche, inici
ó una salida, acercándose con gran cautela a las tropas sitiadoras, al mando del príncipe. Unica
mente el perro, con su maravilloso instinto, comprendió el peligro que corría su amo, y a mano
tazos y arañazos le despertó. Ante el peligro que le amenazaba el príncipe Guillermo pudo pon
erse a salvo, montando en un caballo ensillado que siempre tenía junto a la tienda de campaña
. Así se ha referido siempre esta anécdota, siendo de destacar la discreción del falderillo que al
advertir la proximidad de gente extraña no comenzó a ladrar, como parecía lo más lógico, sino
que se limitó a advertir silenciosamente a su amo.

Cuando Juan Ponce de León, el conquistador y explorador español reprimió una revuelta de los
nativos de Puerto Rico, el mejor, o al menos uno de los mejores soldados de su ejército fue u
n perro llamado "Becerrillo". Entre los nativos, ese sabueso, según el cronista español Herrera re
conocía a los que estaban en guerra con los españoles y a los que se mantenían sumisos y po
r tal razón, los indios temían más a diez españoles con el perro que a cien sin él: "… los ameri
ndios, bajo la “torva mirada y los inauditos ladridos de los perros”, quedaban totalmente aterrori
zados y desconcertados.” Igual que su soldado, un infante, al perro se le concedía regularmente
su parte del botín de guerra una parte y media de todo lo que se tomara, así como oro, escl
avos y otras cosas . Más tarde, cuando Ponce de León se puso en marcha a la busca de la Fu
ente del Elixir de la Vida, en las islas Bimini (y en vez de ello, descubrió la Florida en 1513), se
llevó consigo a Becerrillo, ordenando que se le concediera paga de soldado y ración diaria. Sus
últimos años, Becerrillo los pasó al lado del capitán Sancho de Arango. El can le devolvía ese a
mor incondicional cuidando de él, «No sabia una vez de su casa don Sancho de Arango, que B
ecerrillo no fuese delante del corcel en observación, como adalid que husmea el peligro, a la p
ar que brincando y ladrando de alegría». En 1514, año en que un grupo de nativos comandado
s por un cacique local llamado Yaureybo asaltó la costa de Puerto Rico, cerca del poblado en
el que vivían Arango y su mascota. El combate fue tan sangriento, y las defensas tan precarias,
que el capitán decidió vestirse de guerra y acudir a la lucha junto a su perro -Becerrillo-. No e
ra para menos, pues sabía que la siguiente parada de los enemigos sería la región en la que é
l vivía. «Los caribes eran numerosos y aguerridos y, aunque dos Sancho hacía hondas brechas e
ntre ellos, fue herido en el muslo de dos violentos flechazos» Becerrilo, al ver que su amo sang
raba, no lo dudó y sacó fuerzas de flaqueza para salvarle, pues estaba rodeado de enemigos y
no era sino cuestión de tiempo que se lo llevaran preso para hacer Dios sabe qué con él. «Mo
rdió a diestro y siniestro, furiosamente. Parecía un dragón mitológico, más terrible que Cerbero,
el guardador de las puertas del infierno y del palacio de Plutón». Aunque finalmente logró que
Arango no fuese raptado, lo pagó caro, pues una flecha llena de veneno le impactó en el cost
ado y acabó con su vida. Con la vida de un héroe perruno que, según se dice, acudía a la bat
alla con una curiosa armadura de algodón elaborada para este tipo de animales. El capitán cay
ó con él. Becerrilo fue indudablemente un héroe.

Otro gran ejemplo de laltad es el de "Canelo", el perro de un hombre que vivía en Cádiz a fin
ales de los 80. Seguía a su dueño a todas partes y en todo momento. Este hombre anónimo v
ivía solo, por lo que el buen perro era su más leal amigo y único compañero. Cada mañana se
los podía ver caminando juntos por las calles de la ciudad cuando el buen hombre sacaba a
pasear a su amigo. Una vez a la semana uno de esos paseos eran hacía el Hospital Puerta de
Mar, ya que debido a complicaciones renales el hombre se sometía a tratamientos de diálisis. O
bviamente, como en un hospital no pueden entrar animales, él siempre dejaba a Canelo esperá
ndolo en la puerta del mismo. El hombre salía de su diálisis, y juntos se dirigían a casa. Esa er
a una rutina que habían cumplido durante mucho tiempo. Cierto día el hombre sufrió una com
plicación en medio de su tratamiento, los médicos no pudieron superarla y éste falleció en el h
ospital. Mientras tanto “Canelo” como siempre, seguía esperando la salida de su dueño tumbad
o junto a la puerta del centro de salud. Pero su dueño nunca salió. El perro permaneció allí se
ntado, esperando durante 12 años. Día tras día, con frío, lluvia, viento o calor seguía acostado e
n la puerta del hospital esperando a su amigo para ir a casa. Los vecinos de la zona se percat
aron de la situación y sintieron la necesidad de cuidar al animal. Se turnaban para llevarle agua
y comida, incluso lograron la devolución e indulto de Canelo una ocasión en que la perrera m
unicipal se lo llevó para sacrificarlo. Doce años, algo increíble, se fue el tiempo que el noble an
imal pasó esperando fuera del hospital la salida de su amo. Nunca se aburrió ni se fue en bus
ca de alimento, tampoco buscó una nueva familia. Sabía que su único amigo había entrado por
esa puerta, y que él debería esperarlo para volver juntos a casa. La espera se prolongó hasta
el 9 de diciembre del 2002, en que Canelo murió atropellado en las afueras del hospital. La his
toria de Canelo fue muy conocida en toda la ciudad de Cádiz. El pueblo gaditano, en reconoci
miento al cariño, dedicación y lealtad de Canelo puso su nombre a una calle y una placa en su
honor.

También está la historia del famoso perro japonés Hachi-Ko –protagonista de una película, con
una estatua y ejemplo de lealtad para los escolares japoneses- que todos los días iba a la esta
ción del tren a esperar a su despistado amo –un profesor-, pero un día de 1925, el amo no vo
lvió, el pobre perro no podía saber que había fallecido en el trabajo, los amigos del profesor, l
e encontraron un nuevo hogar, pero el, se las ingeniaba, todos los días, para escaparse y pode
r ir a la estación a esperar la llegada del viejo profesor, el día que murió, a los doce años de
edad, fue declarado de luto nacional, y se nombro, oficialmente, a la raza Akita como “monume
nto viviente” en recuerdo de Hachi-Ko.

Estos episodios, y cien más que podríamos relatar, son demostrativos de una correlación de afe
cto hombre-perro o perro-hombre.

Desgraciadamente, no siempre existe tal correlación, en la Historia de los hombres. Y aquí quer
emos referimos al invento del arma más inútil imaginado por los hombres, en el cual, para opr
obio de éstos, se utilizaban perros. En 1941, en el frente del Este, los rusos inventaron la mina
canina. El plan consistía en entrenar a los perros para crearles un reflejo condicionado en el sen
tido de que asociaran la idea de la comida con la parte inferior los tanques, convencidos de q
ue irían a colocarse debajo de los panzers alemanes y estos serían destruidos al estallar las min
as sujetas con una correa a la espalda de los perros. Pero, como sucede a menudo en la histor
ia de los hombres, la malignidad se asocia con la estupidez, y los perros demostraron tener má
s instinto incluso que el que les atribuía el Doctor Levin, inventor de la mina canina. En efecto,
nuestros mejores amigos asociaron la idea de la comida con la parte inferior de los tanques... r
usos y forzaron a retirarse, con grandes pérdidas, a toda una división de tanques soviéticos. El
plan fue abandonado a los pocos días.

Por último, si la lealtad de los perros fuese solamente un comportamiento instintivo, cualquiera
que proteja a un perro podría ganársela, pero, bien es sabido por aquellos que tenemos perros
, que es dificilísimo que un perro cambie la lealtad, incluso con un cambio de amo, cabe la po
sibilidad que jamás nos trasfiera ese sentimiento. Carvantes, en su “Coloquio de los perros” dice:
“Bien se que ha habido perros tan agradecidos que se han arrojado con los cuerpos difuntos
de sus amos en la misma sepultura. Otros han estado sobre las sepulturas donde estaban enter
rados sus señores, sin apartarse de ellas, sin comer, hasta que se les acababa la vida”.

Un gato, o cualquier otra mascota, puede sentir placer con nuestra compañía, incluso “quererno
s”, pero, me resulta muy difícil imaginar a ninguno que arriesgue su vida por salvar la mía, sin
embargo, puedo imaginarme sin problemas, a cualquiera de mis perros haciéndolo sin vacilar.

No hay duda, pues -para nosotros-, que el perro es nuestro mejor compañero. Él es tu amigo,
tu compañero, tu defensor, tu perro. Tú eres su vida, su amor, su líder. Él será tuyo siempre, fi
el y sincero, hasta el último latido de su corazón. A él le debes ser merecedor de tal devoción.

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