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Una lectura de “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”

En primera instancia, la instancia. Hablar de la instancia de la letra o hablar de


instancia en psicoanálisis, nos remite, casi invariablemente, a Freud, a las nociones
estructurales y tópicas que, desde su teorización del aparato psíquico, serían
localizables dentro de un constructo que articula y entiende como siendo dinámico,
además de tópico y económico. Pensar, por tanto, en la instancia de la letra, es
reconocer al menos dos posibilidades de lectura: o se trata del lugar donde la letra
tiene sus efectos, o se trata de que la letra misma se comporte como un campo de
efectos, un topos en sí misma. Lacan nombra a la letra, desde el título, como instancia
en el inconsciente, un inconsciente que se le revela en el decir con una estructura
análoga a la del lenguaje. Lenguaje que será condición del inconsciente y no al revés.
Más adelante, la letra tomará otros sesgos pero será necesario para ello que se avance
mucho en la teoría. En ese aspecto, este texto inaugura, a mi entender, algo que
atravesará toda la obra de Lacan.
Dónde encontrar la letra si no es en el decir, disfrazada entre significantes que
por ciertas operatorias la disimulan, al modo del rébus, es decir, mostrando sus
disfraces. Sí, será en el decir dónde podremos escuchar, pero bajo ciertas condiciones
que posibiliten su lectura; por lo tanto su escritura. Operatoria que desde la función
del analista, se devuelve como escucha al analizante.
En este tiempo, -este escrito fue presentado por Lacan en el año 57 a pedido del
grupo de filosofía de la Federación de los estudiantes de letras- la noción de letra que
veremos estará muy regida por lo simbólico, siendo lo literario uno de los sesgos
posibles que se puede tomar para abordarla. Lacan hace homenaje a su auditorio del
momento, puesto que se sirve de lo literario, podemos decir incluso, de la ficción de
lo literario y de su asentamiento en la letra como unidad mínima de soporte.

El escrito de La instancia de la letra tiene un estatuto especial entre los otros


escritos. Lacan lo sitúa desde el primer párrafo, “entre el escrito y el habla: estará a
medio camino”. Nos hace referencia a su labor en los escritos, a esos textos que
produce mientras da sus seminarios, como si ellos fueran un resumen de lo que viene
trabajando desde el discurso oral. Pero un efecto diferente se decanta de la
articulación entre los escritos y los seminarios, como si la letra de Lacan estuviera, si
lo leo ahí, entre lo que dice y lo que escribe, en la articulación de ambos discursos.
Puesto que si la letra tiene un soporte material y hasta permanente, en algunos casos,
en el grafema, no lo tiene menos en el fonema, pues será en el cuerpo dónde aquella
producción sonora de rasgos diferenciales y sincrónicos hará una marca, un trazo que
podrá devenir, o no, letra. La letra de Lacan se escribe, sin dudas, en el corpus teórico
psicoanalítico y su marca atraviesa nuestro decir, tanto en el que es acto en la
intensión como en los decires de la extensión, otro tipo de acto, esta vez, político.

Volviendo al escrito. En el apartado primero: El sentido de la letra; Lacan nos


dice y cito: “es toda la estructura del lenguaje lo que la experiencia psicoanalítica
descubre en el inconsciente”. Esto, dice, nos pone sobre advertencia de la necesidad
de revisar la idea del inconsciente como sede de los instintos. Si se trata de toda la
estructura del lenguaje, deberemos comprender que el alcance va incluso más allá de
los significantes o de los signos lingüísticos, o incluso de las leyes que rigen su
concatenación. Apoyémonos en un neologismo que Lacan introduce en su enseñanza
posteriormente a este escrito, pero que da cuenta de cómo la noción de lenguaje no le
era del todo adecuada a su teorización; me estoy refiriendo a lalangue. Si bien
encontramos en su enseñanza varios usos o significaciones para dicho término,
podemos recortar algunos que vienen al caso, lalangue como laleo, como la sonoridad
pura y material donde se articula el significante, lo real de lo simbólico, y también,
lalangue, como el uso concreto del discurso, es decir, los significantes del habla
cotidiana que impactan efectivamente en un sujeto. No se trata, como dice Lacan, de
la noción de comunidad, sino más bien, de aquello, en lo que se dice, que se dirige o
incluye al sujeto de un modo u otro. Por tanto, si suponemos que en la experiencia
analítica se descubre toda la estructura del lenguaje en las formaciones del
inconsciente, a partir de la noción de lalangue, debemos aceptar que también hay que
escuchar las inflexiones, la música, el tono, la prosodia.
Continúo con Lacan: “Designamos como letra ese soporte material que el
discurso concreto toma del lenguaje” ¿Qué es ese discurso concreto? Un acto de
habla no se articula de cualquier manera, aun cuando el lenguaje lo permita, quiero
decir, el puro sinsentido lenguajero es posible y por tanto también es parte del
registro. Siguiendo a Jakobson (uno de los autores que es también soporte de este
escrito, como lo hará notar Lacan en más de una ocasión), en el apartado II de su
libro Fundamentos del lenguaje, nos habla del carácter doble que tiene el lenguaje.
Hablar supone un acto de selección, seleccionamos ciertas unidades lingüísticas -las
palabras- y las combinamos en unidades de complejidad mayor -frases, enunciados-.
Los modos de construir algunos enunciados, las frases que un sujeto recorta del otro,
las palabras que le fueron dirigidas, no son cualquiera para él. ¿Por qué hago énfasis
en esto? Porque no se trata de que un ser humano venga, como se sostiene desde
algunas escuelas lingüísticas norteamericanas, con una estructura innata y gramatical
que se comporte casi como un órgano más. En un niño que supondremos infans, pese
a que su capacidad acústica pueda discriminar un número de rasgos fonéticos
amplísimo, lo que impactará en él serán los actos de habla concretos que le dirija, por
caso, su madre. Ahí, más allá de los rasgos que decantan en un fonema, también
recortará un tono especial que se acompaña de una mirada dirigida a él, un cantito
particular, lalangue tangible en el laleo. Modos particulares que alojarán a ese sujeto
en el universo simbólico y que lo atravesarán, que permitirán la primera
identificación que Lacan menciona en el seminario 6 al decir del otro, a su voz, que
recortarán sus agujeros inaugurándolos como zonas de goce, que escribirán su piel y
su relación con los objetos, que convertirá sus sonidos en mensajes y demandas,
iniciando el ciclo pulsional, etc. El niño no empieza a hablar porque tenga una
predisposición innata al lenguaje, lo hará con la condición necesaria de que el Otro lo
aloje en los sonidos que transmite con él como destinatario y, a mi entender, por una
condición que no es menos importante: el Otro le demandará a ese niño que hable, lo
incentivará a que articule fonemas con sentido. ¿Qué le pide que diga una madre a su
hijo? Mamá. Le demanda que la nombre y que la nombre en su relación con él.
Podríamos decir, que haga de Mamá una letra.
Una definición bien interesante que Lacan da en el seminario 23 sobre la
pulsión, la define como “el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir”. Podemos
entender el hecho de que Freud pensara que las pulsiones parecían venir desde el
interior, pues el sujeto es la caja de resonancia, el lugar donde ese eco del decir del
otro se produce. La letra, para el psicoanálisis, no es exactamente la misma que para
la lingüística. La letra es lo que se decanta de un decir, llega después del significante,
cuando se ha dejado caer el signo, y conlleva en sí lo innombrable, es decir, un goce.
Isidoro Vegh, en su libro Las letras del análisis o qué lee un psicoanalista, ha
sido un fiel compañero en la lectura de este escrito. En los primeros apartados, el
lector se encuentra, por ejemplo, con esta definición: “La letra es lo que se desliza del
cuerpo cuando empuja la pulsión”. No quiero alejarme demasiado del escrito de
Lacan pero tampoco me interesa evitar los desafíos que los textos me proponen como
lector. Que la letra se deslice del cuerpo y no en el cuerpo, ¿no es una forma de
mencionar que sale de él, que se aparta de su carne? La pulsión empuja, vibra como
el eco, moviliza al sujeto, lo dirige hacia algo y la letra, si uno puede escucharla, a mi
entender nos hablará de eso, de los modos en los que la pulsión se mueve en la
dialéctica de los goces de un sujeto. Nos hablará de la fixión, con x y de la ficción,
con doble c, que regulan la escritura del fantasma. Por aquí quizás podemos adelantar
algo de la noción de litoral que le adjudica Lacan a la letra en Lituraterre, pero en este
caso como litoral entre la pulsión que empuja y el decir que sostiene, oculta entre sus
pliegues. Luego voy a volver a Lituraterre.
Pensar el inconsciente como un palimpsesto, como alguna vez lo ha hecho
Lacan, supone una escritura sobre una superficie donde quedan huellas de una
escritura pasada y borrada. En la clínica podemos decir que casi todos los recuerdos
son recuerdos encubridores, en tanto el impacto de aquello que podía referir a una
realidad objetiva de los avatares de un sujeto, está radicalmente perdido. Y es preciso
que se pierda para que el sujeto haga su escritura de ello, genere su mito, escriba su
fantasma. Será también en un análisis dónde el analista leerá en esas formaciones
significantes, en las homofonías, las metáforas, la polisemia del decir, las letras que
soportan esas construcciones significantes, letras que, como tales, no suman sentido
necesariamente, sino que lo reducen y recortan, prestándose a escribirse en nuevos
significantes, es decir, nuevas formas de gozar y la posibilidad de que el sujeto
cambie, por ellas, de escena subjetiva. Pero para eso, el analista debe operar en el
borramiento de la huella, de modo que la letra pueda devenir como tal y permita otras
escrituras, hay que hacer trabajar el texto, el decir del analizante y descubrir o
construir con él los signos atrapados en esas letras para desarmarlos. De aquí me
surge una pregunta que quiero poner sobre la mesa para discutir una vez terminada
esta exposición: ¿la letra se escribe o se trata más bien de que se escribe con ella?
Voy y vuelvo al escrito, puesto que este recorrido no es sin él, pero tampoco
solo con él. Nos encontramos con un texto en el que Lacan no introduce en ciertos
conocimientos concernientes a la lingüística de los que se servirá el resto de los años
que tendrá de enseñanza. La lingüística, como ciencia, se inicia en la enseñanza de
Ferdinand de Saussure fundada sobre el algoritmo que leemos significante sobre
significado, donde ese sobre remite a la barra que separa ambos y los coloca como
siendo de órdenes distintos, pero carecería en sí misma de significación. En tanto esa
relación es arbitraria y no necesaria, no podemos recurrir a ningún naturalismo en el
uso del signo y mucho menos a un nominalismo. Como decía Borges en la primera
estrofa de su poema El Golem:

Si (como afirma el griego en el Cratilo)


el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'.

Si del arquetipo y de la cosa se tratara, un nombre sería único, una palabra estaría
atada a su significado, la letra estaría muerta, el inconsciente no encontraría jamás su
génesis en el mal entendido, en las letras de rosa estaría la rosa y la flor en la palabra
flor, pero jamás una Flor de dos maridos. La posibilidad de matar el signo, por tanto,
es dar vida a la letra.
La estructura del significante necesita que este sea articulado, es decir, que
mínimas unidades se concatenen entre sí según un orden preestablecido y regulado
por cada lengua. Se trata de los fonemas, dice Lacan. En realidad, más que los
fonemas, es una cuestión de fonos, ya que los fonemas son la representación abstracta
de los sonidos en el papel y los fonos los sonidos reales que se pronuncian en la
oralidad. La letra entonces, aquí será: “la estructura esencialmente localizada del
significante.” ¿Instancia en el inconsciente? Continúo la cita: “Con la segunda
propiedad del significante de componerse según las leyes de un orden cerrado, se
afirma la necesidad del sustrato topológico del que da una aproximación el término
de cadena significante que yo utilizo ordinariamente: anillos cuyo collar se sella en el
anillo de otro collar hecho de anillos”.
Volvemos a Jakobson de la mano de Lacan. Esa cadena que rige ciertas leyes
del significante serán la metáfora y la metonimia. Figuras de estilo o tropos que
muestran cómo el sujeto pone en marcha el carácter doble del lenguaje: selección y
combinación. En el ejemplo que Lacan recorta sobre las 30 velas que referirían a una
flota, ilustra como la relación entre vela y barco, (que es la palabra que quedaría por
fuera de la oralidad pero con una presencia por asociación), es una relación de
significante a significante. La parte tomada por el todo que Lacan define aquí como
metonimia, en realidad, si seguimos a Gerard Genet en el libro Figuras III, nos
encontramos con que refiere más precisamente a otro tropo que es la sinécdoque, la
metonimia sería más bien la selección de otro significante dentro de un mismo sema
o familia de significantes. De cualquier manera, quedarnos en eso podría hacernos
caer en una discusión que nos quite de lo importante y es que no se trata de una
relación de cosa o partes de cosa, no es el significado lo que está en juego, sino los
significantes y en todo caso, el efecto de significación que se decanta de su
articulación. En relación con la metonimia, cito a Lacan: “Designaremos con ella la
primera vertiente del campo efectivo que constituye el significante, para que el
sentido tome allí su lugar.” La metáfora, es decir, la sustitución de un significante por
otro, deberá, para alejarse de la definición general de todo tropo, sumar un plus de
sentido o más bien, encontrar en ella la amalgama que el sentido busca para
completarse en el decir. Cada vez que un analizante utiliza una metáfora en el
consultorio, cabría preguntarse si el significante que quedó por debajo de la barra en
la sustitución no sería develador de la falta de sentido, o un otro sentido, que la
premisa busca soportar.
Una precisión de Isidoro en lo que lee de Lacan, afirma que este toma a la letra
como viniendo de lo real, Isidoro completa: de lo real de lo simbólico. ¿No es lo real
lo que no comparte registro con el sentido? ¿Cómo se escribe lo real si este no cesa
de dar cuentas de que no se escribe? Que no se escriba no significa que no pueda
localizárselo. El nudo borromeo es un ejemplo de ello. La letra quizás sea otro.
Cuando nos disponemos a escuchar a un analizante, nos abrimos a la
experiencia de una escucha que va mucho más allá de lo que el paciente literalmente
está diciendo. La selección de las palabras, su combinación, las irrupciones que el
inconsciente hace en su decir, los modos que busca para llenar de sentido lo
disruptivo de un lapsus, etc. Leer a la letra, a mi entender, se refiere justamente a
escuchar qué del sinsentido se aloja en el universo de sentido del decir. Es tocar un
soporte sintomático, gozoso. ¿Por qué hablo del sinsentido? No porque se trate de
algo ilegible o incomprensible, es porque remite a un signo deberá ser borrado como
tal, por sostener un goce no acotado, fijado en una significación que trae más pesar
que placer. Frente a la noticia de que me ausentaré durante dos semanas por
vacaciones, una analizante me dice: “Me dejás mal parada”, momentos antes de
volver a referirse al dolor que está sintiendo en las piernas, principalmente cuando se
agacha y necesita volver a levantarse, para lo cual siempre debe recurrir a alguien que
la ayude. Este “me dejás mal parada”, en una relación de transferencia que acusa al
otro de un abandono, dice de la letra que está en juego soportando esos significantes,
dice de la relación pulsional inaugurada en el decir del Otro y en la suposición de su
gozar.
El ejemplo puede servirnos como bisagra para retomar lo que de Lituraterre me
interesaba poner en discusión. Ese texto remite al año 71, en el que Lacan se
encontraba dando su seminario De un discurso que no fuera del semblante, seminario
18. Lacan vuelve en ese texto sobre la letra y la sitúa, en esa ocasión, como litoral
entre saber y goce. Que se trate del seminario 18, me parece importante para intentar
comprender esa premisa, dado que un año antes, en El psicoanálisis al revés,
seminario 17, se había abocado a la escritura y formalización de las cuatro fórmulas
que acabarían siendo su escritura de los cuatro discursos, continuados por un quinto,
el discurso capitalista. El discurso quizás más trabajado en ese seminario sea el del
Amo: S1 en el lugar del agente, debajo de él la barra, y debajo de la barra el sujeto
barrado en el lugar de la verdad. A la derecha, S2 en el lugar del otro, se trata del
lugar del saber, debajo de él la barra y bajo la barra el objeto a, la producción, el plus
de gozar. Discurso que Lacan asimilará al discurso analizante, es decir, un sujeto que
presenta a un otro sus significantes amo, apelando a un saber que supone en el
analista y que este le devuelve bajo la consigna Diga todo lo que se le venga a la
cabeza... ¿No es acaso esa barra a la derecha, entre el S2 y el objeto a, la que marca el
litoral entre el saber inconsciente y el goce? Las tres zonas de goce localizables en el
nudo borromeo, a saber: goce del Otro, goce fálico y objeto a (plus de goce),
comparten registro en lo real y las tres se circunscriben también a otro registro. El
goce, como anudamiento de lo real, automatiza, a mi entender, los significantes, los
pone en un orden que operaría como saber inconsciente, un saber productor a su vez
de goce. ¿Será la letra, la que se esconde en esta lógica que lo simbólico carga de
sentido y que revela, si se la escucha, lo real del goce y lo real de sus posibles
articulaciones? Quiero decir con esto: la letra es una herramienta para el analista, le
otorga una estofa con la que desarmar el signo y devolver al analizante la posibilidad
de ser usada en una producción distinta, un anudamiento fálico, por ejemplo, o letra
que es Sinthome en Joyce, su nombre de escritor, en tanto lo mantenga en esa escena.
Cito: “la letra [ha] dado pruebas de que produce todos sus efectos de verdad en
el hombre, sin que el espíritu intervenga en ello lo más mínimo. Esta revelación fue a
Freud a quien se le presentó, y a su descubrimiento lo llamó el inconsciente.”
En La interpretación de los sueños, Freud nos enseñó a tomar al sueño como un
rébus, es decir, una cosa sustituyendo a otra, donde los significantes que el sujeto va
eligiendo para relatar aquello que primeramente se le ha presentado como imagen,
dan cuenta del “deletreo” del mensaje literal que se esconde entre las figuras de su
decir. Que Freud compare el sueño con la escritura jeroglífica muestra claramente
como lo que está en juego no es en lo absoluto el significado que la imagen podría
alojar para esos significantes, ya que, como en el jeroglífico, la imagen solo tiene
valor como evocadora de fonos que remiten a otra cosa y que muestran, más que el
signo, su desdoblamiento por parte del significante en otra lógica bien distinta que ya
describí arriba. Vale decir que Lacan toma los conceptos trabajados por Freud en la
figuración del sueño y los reescribe sirviéndose, como vimos, de Jakobson y de la
lingüística. Freud colocaba la concatenación o superposición de imágenes como
condensación y allí Lacan leerá metáfora, mientras que en el desplazamiento, lo que
puede verse operando en el inconsciente en todo momento es la metonimia. Las
figuras de estilo parecen más adecuadas para escuchar los pliegues en el texto donde
la letra se aloja y dónde su escucha, produce cambios en el sujeto.
Queda por discutir la ruptura que la lectura de Lacan hace del sujeto cartesiano,
en tanto el orden del pensamiento, los significantes no representarían como
significado de existencia al sujeto, puesto que ese orden se desliza. Pienso, por lo
tanto existo, condensarían un signo que para Lacan no es tal, en tanto el sujeto está en
la metonimia, siempre en otro lugar.

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