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Buenas tardes, les comparto este #PuntodeVista: VAMOS A DIRIGIR ESTE PAÍS.

Por @rvillasanchez, vía: https://goo.gl/WJsxnV Saludos Ricardo.

“Hay que cantar a la vida, porque si se vive en función de la muerte, uno ya está
muerto". Jaime Bateman Cayón.

PUNTO DE VISTA

VAMOS A DIRIGIR ESTE PAÍS


Por Ricardo Villa Sánchez
Redes Sociales: @rvillasanchez

En un lugar del caribe que siempre recuerdan los que reivindican a El Libertador
Simón Bolívar ─porque fue el paraje donde se encontró a la muerte cuando
preparaba la segunda independencia─, nació otro latinoamericano universal, de
larga figura, peinado afro, hombre hicotea, sentipensante que, en su misterio sin
final, como tituló Gabriel García Márquez un reportaje póstumo en su honor,
después de recoger sus pasos, murió en extrañas circunstancias, viajando en una
avioneta que se deshizo como una hoja de papel en el Tapón del Darién, en un
lugar, en medio de tantos satélites modernos que, como escribió Darío Villamizar
en su biografía, hasta un mosquito hubiesen detectado.
El niño que llegó a su casa, cruzando la línea del tren, después de husmear en
casa ajena, diciendo: ¡Mamá, los perros de los gringos, comen mejor que
nosotros! porque los vio zamparse una jugosa carne. Aquella recordada madre
costeña que evitó le amputaran su pierna en Barranquilla cuando tuvo el
accidente que padeció hasta su muerte, a la que cuando caminaba en el monte en
el Caquetá, se le escuchaba, como un lamento, preguntar qué sería de su vida y la
que terminó por identificarlo, por esa lesión, cuando viajó a Panamá a
reconocerlo.

Este ser caribe, que como a muchos le tocó partir a buscar suerte en otros fríos, se
hizo como dirigente político en el altiplano, sin nunca dejar su dejo, su nostalgia,
su simpatía natural explosiva de mirada triste, de marinero en tierra, que en la
clandestinidad para caminar las calles del centro de Bogotá, siendo ateo, se
disfrazaba de cura franciscano, para verse con sus amigos o su familia, que aún
guarda como una reliquia las congas que se ponía a tocar cuando sonaba salsa, y
nada le pasaba, a nuestro Quijote del Siglo XX, porque se sentía consciente de
que existía una gran cadena de afectos que lo cuidaba, esa misma que hacía que
la revolución fuese una fiesta y que corroboraba que el amor es la certeza de la
vida, es la sensación de la inmortalidad.
El Flaco que señalaba que sólo cuando una ideología se vuelve apasionada,
sentida como su propia carne, se transforma en fuerza real, mientras argumentaba
que hay que acabar con el mito de que hay hombres perfectos; es decir, había que
romper con el sectarismo y el dogmatismo, como alguna vez que, tomando del
pelo, habría dicho que si el mundo era un pañuelo, los istmos, como el
izquierdismo, eran un moco, que corría el riesgo de secarse y desaparecer. El que
mi difunto padre hizo nombrar, en proposición aprobada, en chanza, presidente
del Concejo de Santa Marta y hace poco lo lanzaron simbólicamente a la
Alcaldía Distrital. El que, como le pasó al último de la estirpe de los Buendía,
cuando preguntaba por el coronel, en su ciudad, como en la decadencia de
Macondo, la gente piensa que fue una simple leyenda, que así se llamaba una
calle o una canción, la Ley del embudo, quizá, porque él no había existido y los
que lo conocieron, esperan su regreso porque nunca murió, porque aún hace
prodigios, porque todavía les habla en sus espejismos.

El humanista, adelantado a su tiempo, que, en medio de carcajadas serias, decía


que cada hecho político debía ser un boom publicitario. Cuando alegaba que la
política era la capacidad de movilizar masas, era el arte de la eficacia, y que en
una democracia, la unidad se da en la dinámica, de acuerdo con las propuestas
concretas, dirigidas a generar soluciones reales a problemas reales que reflejen
las necesidades más sentidas del pueblo. Profeta de la Paz, fue el primero que
habló de diálogo nacional como mecanismo para la solución política al conflicto
armado, cuando lo llamó el gran ‘sancocho nacional’; cuando afirmó que lo que
teníamos que buscar era la comunidad de intereses, sin olvidar que la Paz pasa
por la justicia social y que a la gente no le importa que tú te equivoques en
política: lo que le importa es si eres consecuente o inconsecuente.

Cementerio San Miguel, Santa Marta.


Mientras leo en su epitafio la frase: morir por la patria no es morir. Pienso en que
cuando crece la audiencia, en el sueño de las escalinatas de Zalamea, siguen
vivos sus planteamientos: Siempre que quede un M, quedará la esperanza de la
lucha. Vamos a dirigir este país. El hombre colombiano, el alegre, el que ama las
cosas sencillas, el de la arepa, el de la música, el mamador de gallo, el man de a
pie que sueña con vivir mejor y el sistema, muchas veces le niega las
oportunidades; el audaz, el inteligente, lo que le da su dimensión de
sobreviviente, tiene la voz disidente y la decisión, con su voto, para ganar este 27
de mayo o en la segunda vuelta después, con quienes comparten aún los sueños
de abril del gran Jaime Bateman Cayón. Así es, cuando las fuerzas alternativas
comprometidas con la democracia profunda, con las causas nobles, con la gente,
en una gran coalición ganen el poder por la vía democrática, gobiernen para el
progreso y el bien común, podremos decir, con la mano en el corazón, que todo
el sacrificio de tanta gente valiosa, no fue en vano; que nunca más será una
opción sembrar vientos y cosechar tempestades, sino que será necesario, entre
todos, construir un nuevo relato de nación que nos una, así nos duela, para
avanzar hacia el cambio de época, en el que se pueda, por fin, cumplir con un
programa común, la nueva promesa del Monte Sacro: otra Colombia es posible,
una patria grande libre y soberana, más equitativa y más humana, en Paz con
justicia social.
Santa Marta, 21 de mayo de 2018.

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