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l apóstol ha venido tratando el tema de la ley y la gracia desde
Romanos 5:20, donde señala que «la ley, pues, se introdujo
para que el pecado abundara; pero cuando el pecado abundó,
sobreabundó la gracia». En Romanos 6:1-4, establece la im-
portancia de la obediencia en la vida de quienes han sido salvos por
gracia, resaltando que los cristianos deben vivir en armonía con la vo-
luntad de Dios y no permitir que el pecado reine en sus vidas. Concluye
entonces con el dictamen de que «no estáis bajo la ley, sino bajo la gra-
cia» (versículo 14).
Esa conclusión hizo surgir varias preguntas que Pablo comenzó a en-
frentar en Romanos 6:15. En el resto del capítulo demostró que los cre-
yentes no estamos bajo el señorío del pecado.
1
F. F. Bruce, The Letter of Paul to the Romans, 2da ed. (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1985), p. 137.
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8. El uso y mal uso de la ley en Romanos 7 (Romanos 7:1-25) 71
senta la muerte del marido, lo cual libera a la esposa de la ley. Pero en la
aplicación de los versículos 4 al 6, la muerte del ser pecaminoso libera a
los creyentes de la condenación y del dominio de la ley, permitiéndoles
unirse a Cristo.
De la misma manera que en la analogía matrimonial de los versículos
1 al 3, la aplicación en los versículos 4 al 6 presenta tres elementos esen-
ciales:
1. El ser humano tenía una relación vinculante con la ley.
2. Sin embargo, había muerto a la ley.
3. Ahora quedaba libre para casarse con otro: Jesús.
Fijémonos en que en ninguna parte Pablo afirma que la ley muere,
sino que el creyente ha «muerto a la ley» por medio de Cristo (versículo
4). ¿Cómo es que los cristianos han «muerto a la ley»? Esta muerte ocurre
cuando permiten que su viejo ego sea «crucificado» con Cristo al entrar
en la sepultura del bautismo (ver Romanos 6:3-6). La muerte del creyente
con Cristo es la muerte a la ley como una vía a la salvación. Confiar en la
gracia de Dios significa desechar la confianza en la ley para la salvación.
Pero la ley sigue viva. Calvino, el gran reformador, dijo: «Debemos
tener cuidado en recordar que esto no representa una liberación de la
justicia que nos es señalada en la ley». 2 La ley sigue siendo la gran nor-
ma de justicia de Dios. Esta todavía condena el pecado de los que la que-
brantan, y lleva tanto a hombres como a mujeres al pie de la cruz. Pero
antes de morir a la ley como una vía a la salvación, el «fruto» de ellos era
para muerte (Romanos 7:5; 3:20).
2
John Calvin, Commentaries on the Epistle of Paul the Apostle to the Romans (Grand Rapids, MI: Baker, n. d.),
p. 246.
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8. El uso y mal uso de la ley en Romanos 7 (Romanos 7:1-25) 73
chos fariseos de la época de Pablo, identificaban el pecado como un
comportamiento.
Al elegir deliberadamente el décimo mandamiento Pablo no está se-
ñalando el comportamiento, sino la motivación lujuriosa que lo sus-
tenta. En otras palabras, está diciendo que el pecado es mucho más pro-
fundo que el acto realizado. Jesús hizo lo mismo en el Sermón del Mon-
te, cuando ilustró la profundidad del pecado en su discusión sobre el
asesinato y el adulterio en el corazón (Mateo 5:21-22, 27-28). Y nue-
vamente se refirió al tema en Mateo 15:18-19, donde dice que las accio-
nes pecaminosas proceden de un corazón corrupto.
La selección del décimo mandamiento es una contribución extrema-
damente importante a nuestra comprensión de la ley y el pecado, preci-
samente porque va más allá de lo visible y lo relaciona con ese egoísmo
que lleva al ser humano a pecar como en los otros nueve mandamientos.
En Romanos 7:8 Pablo personifica al pecado como un agresor mili-
tar que usa los mandamientos para su malvado propósito. Luego, em-
plea nuevamente el décimo mandamiento para ilustrar lo que quiere
expresar: «El pecado, aprovechándose del mandamiento, me engañó, y
por él me mató» (versículo 11).
Debemos preguntar: ¿Cómo puede el mal usar el mandamiento
«bueno» de Dios (versículo 12) para provocar el pecado? La respuesta
es que el mero mandato de no codiciar despierta en nosotros pensamien-
tos codiciosos. Aunque los mandamientos son buenos, el pecado condu-
ce a la persona no renovada a verlos como una limitación de la libertad,
convirtiéndolos en una causa de resentimiento y oposición. Si no hay
nada contra qué rebelarse, no hay rebeldes.
La verdadera culpa, sin embargo, no recae sobre la ley sino sobre el
pecado, que es hostil a la ley (Romanos 8:7). El pecado siempre retuer-
ce la función de la ley, de exponer el pecado, a provocarlo.
Pablo había llegado a comprender la profundidad del décimo man-
damiento, y también el hecho de que él era un pecador, a pesar de su
«buena» manera de vivir y de su orgullo pecaminoso sobre su estado
espiritual. ¿Cuál fue el resultado? Tuvo que morir. Pero no aquella
pregunta del versículo 13: «Entonces, ¿lo que es bueno vino a ser muerte
para mí?». Pablo va más allá de una simple declaración («¡De ninguna
manera!»), a demostrar su afirmación de que el verdadero culpable es el
pecado que obra a través de la ley (versículo 13).
Romanos 7:21-25 presenta cinco ideas o principios importantes. El
primero, es que el mal está siempre al acecho. En el versículo 21, Pablo
advierte a los creyentes que ser bautizados y tener un nuevo amor y nue-
vos deseos no implica un trasplante milagroso de cerebro. ¡No! Co-
menzamos la vida cristiana con un banco completo de imágenes seduc-
toras almacenadas en nuestra memoria. Como dice Pablo, «el mal está
presente» en nosotros (NBLH).
El mensaje de Romanos 7:21 es que, debido a su conversión, los cris-
tianos desean hacer el bien; pero dado que el mal está siempre al acecho
(incluso «presente» en ellos), la carne flaquea sin que ni siquiera lo noten.
El principio número dos tiene que ver con la marca distintiva de la
persona convertida. «En lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios»,
declara el apóstol (versículo 22, NVI). La persona verdaderamente con-
vertida se deleita en la ley.
El principio número tres viene a ser el profundo sentido de realismo
espiritual que posee el cristiano. Pablo señala este realismo con la palabra
«pero» en el versículo 23. Afirma que ama la ley de Dios, pero existe otra
ley en guerra con sus buenos deseos.
En resumen, Pablo no es un creyente ingenuo que ve la victoria ga-
nada de una vez y para siempre. Por el contrario, a través de términos
militares, ve la vida cristiana como un mortífero combate contra las fuer-
zas del mal. Y, aunque él mismo enfrenta serios desafíos, es notorio que
no se rinde ante el mal. La lección es clara: el enemigo nunca se da por
vencido, así que los cristianos tampoco deberían hacerlo.
El principio número cuatro es la marca distintiva del pecador arre-
pentido: «¡Miserable de mí!» (versículo 24). Algunos estudiosos de Ro-
manos 7 afirman que un cristiano jamás diría algo así de sí mismo, ya
que, después de todo, la vida cristiana es una vida de gozo, paz y victoria.
¿En serio? ¿Nunca hemos caído? ¿Nunca nos hemos sentido decepciona-
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8. El uso y mal uso de la ley en Romanos 7 (Romanos 7:1-25) 77
dos de nosotros mismos o hemos decepcionado a Dios y a otros por un
acto malintencionado o una palabra poco amigable?
El principio número cinco es la entusiasta exclamación de aquellos
que han sido rescatados por Dios de su deplorable estado por Cristo Jesús
(versículo 25). «¡Gracias doy a Dios!» es el clamor exuberante de los
creyentes liberados de su miseria y de las tensiones creadas por el pecado.
Esa gozosa exclamación nos provee el tema que analizaremos en el capí-
tulo 8 de la Epístola a los Romanos.