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TU ENERGÍA ES UN IMÁN

FECHA 2018-03-30 21:33:56


“Como es arriba es abajo, como es adentro es afuera” es una de las siete leyes universales según el libro
de enseñanzas herméticas llamado Kybalión. Para comprobarla, basta ver las galaxias y su composición
planetaria y estelar y compararlas con nuestro microcosmos interno.
En concordancia con esta idea, observa que cuando algo en el exterior amenaza tu sobrevivencia, lo
primero que haces es correr y buscar un refugio para protegerte, ¿cierto? Pues lo mismo sucede cuando
se asoman nuestras amenazas internas, como las inseguridades o los temores, por ejemplo, cuando
alguien critica tu trabajo, te enteras que no te invitaron a una reunión de amigos o sufres una traición. En
esos casos, como no puedes correr físicamente, te contraes, sacas tu escudo interno, te escondes detrás
de él y de tu cuerpo surgen, como si fueras un personaje fantástico, mil espinas que no se ven, pero que
se sienten energéticamente a la defensiva. Lo malo es que este tipo de energía es una especie de polución
ambiental que daña todo alrededor, en especial al emisor, antes que al receptor.

Las energías internas tienen mucho poder


Si no observamos con la conciencia, un cambio de energía de las características que mencioné puede
arruinarnos el día, la semana, el mes o la vida, apoderarse de nosotros por completo. Su enorme poder
radica en que atrapa toda nuestra atención.
Partamos del hecho de que nuestra atención es selectiva –ya la hemos comparado en otras ocasiones con
unos binoculares–, por lo tanto, todo aquello a lo que le das tu atención, se fortalece y crece. Por
ejemplo, ¿qué pasaría si te machucaras un dedo? Pues, que tu mente centraría toda la atención en él,
¿cierto? Cualquier otro pendiente desaparece de tu conciencia en ese momento. Entre más te quejes y
más atención le des, más perdurará la molestia y el dolor. Con las energías internas sucede lo mismo.
Ahora, imagina que de repente sientes una ligera sensación de celos o envidia por alguien o algo, si
la dejas pasar, desaparece; pero si no la sueltas y le das vueltas y más vueltas a ese pensamiento o
emoción, lo cargas de una enorme energía que crece en poder, lo cual crea un círculo vicioso muy
nocivo. Lo que comenzó como algo pasajero, llega a gobernar tu vida entera, ¿lo ves? Es por eso que las
emociones y los pensamientos se fortalecen y se arraigan entre más atención les demos. Y claro, esa es
una de las mejores formas de generarnos sufrimiento a nosotros mismos.
¿Cuál es la salida? Los budistas dirían soltar, soltar, soltar. Sí, pero para soltar, primero hay que
observar. Comprender que sentir cualquier tipo de emoción es una condición humana; y, sobre todo,
entender que no eres esa emoción, tú sólo eres el observador.
Imagina que dentro de tu verdadero ser tienes un balcón desde donde observas el desfile de emociones
que tocan a tu puerta a lo largo del día. Basta que le des tu atención a una, que le abras la puerta, para
que de inmediato te de un jalón, te arrastre por la calle y te domine. Además de llenarte de culpa y servir
de imán para atraer más de lo mismo.
La mente es muy poderosa. Lo sabio es no jugar a las “vencidas” con ella, sino capotearla y relajarse.
¿Cómo? Respira. Respira y sigue cada inhalación y exhalación, siente el aire en tus pulmones; eso te
lleva a tu balcón, a tu centro. Mantente ahí arriba y no permitas que esa energía densa te envuelva.
El reto no es fácil, sin embargo, poder separar al observador de lo observado es un gran camino de
crecimiento interior.

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