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En Foco: Viaje alrededor de mi cráneo

Operación cerebro

Aun dentro de una colección de libros extraños como Rara avis de Tusquets, Viaje alrededor de mi
cráneo se destaca por su singularidad extrema. El periodista y dramaturgo húngaro Frigyes
Karinthy narró, en columnas que salían varios días a la semana en un diario de Budapest y luego
fueron recogidas en un volumen, el descubrimiento azorado de padecer un tumor cerebral y la
preparación para la operación de cráneo que le espera.

Por Sylvia Iparraguirre

Hay libros que establecen una relación particular con el lector. Viaje alrededor de mi cráneo, del
húngaro Frigyes Karinthy es uno de ellos. Relación particular porque no sabemos bien qué
estamos leyendo hasta que nos damos cuenta de que llegamos a la página sesenta y el libro no
nos suelta. La particularidad también se da porque el libro sobrenada una hibridez, una
indefinición genérica: es novela, es autobiografía, es crónica periodística de un mal físico que
progresa, indefinición que solo apenas formulada se deja de lado ya que la velocidad del libro y la
sucesión de hechos con los que nos embosca Karinthy, primero jocosos, luego cada vez más grave
nos llevan hasta el final. El relato establece una inmediatez con la realidad del lector que, página
tras página, se hace cargo de las tribulaciones del protagonista-autor. Esta cercanía de lectura con
las circunstancias de Viaje… casi de voyeur fue la causa de que lo asociara a otro libro que me
impresionó mucho cuando lo leí: Autobiografía psíquica, de Hermann Broch, de 1942, muy
cercanos los dos en la fecha de escritura. Ambos son libros autobiográficos, confesión, la llama
Broch, aunque lo autobiográfico refiera en los dos casos al contenido, la forma elegida por los dos
escritores son subgéneros; la de Broch, la carta; la de Karinthy, columnas de un diario. La de Broch
es una confesión privada que se hace pública al hacerse libro; la de Karinthy, la crónica pública de
una enfermedad, el incidente más privado de una vida. Los dos libros cumplen la primera de las
condiciones del pacto autobiográfico, según el canónico Lejeune: autor y personajes son el mismo;
no cumplen la segunda condición: el relato cronológico de una existencia. Y en esto último reside
su simetría: ambos escritores abordan una circunstancia determinante de sus vidas. Un fragmento
de tal intensidad biográfica que ilumina sus existencias en totalidad y las resignifica
retrospectivamente. La carta de Broch, es la decisión del narrador de sincerarse con dos mujeres, a
quienes envía el manuscrito, acerca de los motivos profundos, psíquicos, arcaicos de su
infidelidad. Trata entonces del interior, de los vericuetos y coartadas de la mente. En el de Frigyes
Karinthy, escritor, periodista y dramaturgo húngaro, amigo de Sàndor Marai, va al exterior: un
hombre que comienza descubriendo, sobresaltado por el desconcierto primero, y acosado por el
temor después, que tiene un tumor cerebral y debe someterse a una operación de cráneo. Relato
que se abre a toda la comunidad de Budapest, ya que la historia va apareciendo publicada por el
autor en las tres columnas semanales que llevaba Karinthy en la prensa local y desde las cuales,
cuando llega el momento, los lectores seguirían las peripecias de la operación.

De prosa más liviana y rápida, más amble con el lector, Karinthy nos introduce, con un tono casi
picaresco, casi costumbrista, en el ghetto literario de Budapest. Empieza el relato de una forma
engañosamente liviana. El protagonista, escritor y periodista muy querido y reconocido en la
Budapest de los años ‘30, casado con una psiquíatra, con un hijo, humorista sarcástico, que
escribe e ironiza sobre usos y costumbres de sus contemporáneos, habitués de sus columnas
sobre la vida literaria y teatral de Budapest, está por tomar un café en el Café Central, lugar de cita
del mundo cultural de la ciudad. La escena resume un dilema irónico del protagonista: no sabe si
escribir un ensayo sobre la situación del hombre en la vida contemporánea o una comedia reidera
en tres actos que le permitirá vivir cómodamente mientras escribe el ensayo. Satisfecho, se decide
por la comedia reidera. Y mientras toma su acostumbrado café de las cinco, lo sobresalta un rugir
de trenes que pasan en por la calle inmediata, en pleno centro de Budapest. Otro día, el espejo de
ese mismo bar se comporta de manera extraña y lo refleja distorsionado mientras escucha pasar
los trenes. La complicidad que el estilo de Karinthy provoca, hace suponer que son las
manifestaciones naturales de alguien con afición a algún tipo de droga o al alcohol. Pero estos
datos de superficie, tratados con distracción y aparente frivolidad, no demoran en abrirnos paso a
una realidad terrible a la que se teme no solo nombrar, sino siquiera tocar con el pensamiento:
son las manifestaciones alucinógenas de un tumor cerebral.

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El de Karinthy es un viaje hacia la pura materialidad quirúrgica de una intervención, y a todos los
pormenores de las estrategias distractivas de lo que, en principio, no se quiere ver o se descifra de
otro modo, más benévolo; el relato de un caso clínico. De allí en más, emergiendo por debajo del
texto late, todo el tiempo, la fascinación que produce el miedo a la muerte. Las maniobras del
protagonista para no hacerse cargo, al comienzo, de esta realidad que lo pone frente a su muerte
propia van enlazando escenas domésticas, encuentros con amigos y lances callejeros que nos
pintan una ciudad, casi una aldea, por donde circula el mundo cultural húngaro. Y es en ese
ámbito también donde la dispersión de la noticia va cobrando una densidad que arrastra al
protagonista y al relato mismo.

La historia ocurre en 1936 lo que da cuenta de que no era precisamente una intervención habitual
abrir el cráneo y quitar un tumor. Solo un norteamericano y un sueco la practicaban en el mundo.
Mediante una colecta de los amigos la operación puede llevarse a cabo. Dice Karinthy en la
conmovedora última página: “Hacía tiempo que yo no esperaba nada. Agradezco, por eso, a mis
amigos húngaros que no me dejaron perecer”. Y más abajo, las últimas líneas del libro: “Nos
embarcamos mañana en el Britannia, a las seis y media, para volver a Hungría. El horizonte se abre
ancho ante mí. Esta travesía será, a la edad de cuarenta y nueve años, mi primer viaje por mar”.

Este era Karinthy, amigo de Sandor Márai de quien dice Juan Forn en el prólogo: “No había autor
más popular en Budapest en los años 20 y 30: escribía tres columnas semanales, divertía y se
divertía por igual, de todo sabía y de todo opinaba: pregonaba el esperanto aunque se negaba a
aprender una sola palabra en ese idioma; era capaz de escribir un gran poema y convertirlo
después en copla publicitaria para un aviso de pasta de dientes.”

Libro extraño, inclasificable y, por momentos, de humor delirante Viaje alrededor de mi cráneo es
un libro de rescate y una intensa experiencia de lectura. El libro forma parte de la colección rara
avis que Forn tiene a su cuidado en Tusquets. Hermosa colección de títulos en los que brillan,
entre la mejor literatura, obras notables como ésta.

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